EDITORIAL

  

EL TERROR EN NUESTRO TIEMPO

Este título, más que a una antología de relatos, parece corresponder a una crónica de actualidad.

En ninguna época el terror objetivo, la violencia física y psicológica, había alcanzado dimensiones tan envolventes y apocalípticas como en la nuestra, en la que el «bienestar» vegetativo de una minoría se asienta sobre la opresión, la explotación y el exterminio masivo de la mayor parte de los hombres.

Sin tener en cuenta la Espada de Damocles nuclear que la Humanidad ha suspendido sobre su propia cabeza.

Pero lo más terrorífico de nuestra situación actual es la naturalidad, el compromiso, la silente complicidad con que es aceptada. Cierto distanciamiento histórico permite ver en un Hitler a un monstruo y en las SS una secta infernal. Sin embargo, aceptamos con toda naturalidad a los vástagos de Hitler que rigen el mundo, a las nuevas «$$» que siguen planificando genocidios. El terror ha sido convertido en mera estadística: tantos megatones, tantas toneladas de napalm y tantos estudiantes caídos en una manifestación, tantos muertos de hambre, tal porcentaje de analfabetos... Sí, tal porcentaje de analfabetos, porque también hay un terror cultural, íntimamente ligado con los otros. Y un terror sociológico, orwelliano, potenciado por los hallazgos de la informática.

Los avances tecnológicos y científicos, manipulados por estructuras irracionales y deshumanizadas, no sólo no han barrido los arcanos temores, las oscuras leyendas, los viejos fantasmas, sino que les han infundido nueva fuerza, nueva significación, nueva vigencia. Y una terrible inmediatez.

Algunos se extrañan de que las historias de vampiros, hombres lobos y zombies sigan teniendo actualidad en una época en que su contexto natural pertenece al pasado. Sin embargo, nada más lógico: ¿Cómo no iba a conservar actualidad el símbolo del zombi, en una época en la que los mecanismos de persuasión de la publicidad y los mass media tienden a hacer un zombi impersonal y heterodirigido de cada uno de nosotros? ¿Cómo podía perder vigencia la figura del vampiro, en una sociedad en la que oscuras entidades, siniestras estructuras dotadas de una vida inhumana «chupan la sangre» —en sentido metafórico pero no por ello menos terrible— día tras día a millones de hombres, a los que el monstruoso rito de consunción priva de individualidad y convierte en siervos y perpetuadores del sistema? ¿Cómo prescindir del mito del licántropo en una sociedad basada en la competencia, regida por la máxima homo hominis lupus; en una sociedad donde la incomunicación y la constante inhibición de la espontaneidad nos carga de agresividad reprimida, capaz de estallar y convertirnos en bestias feroces ante ciertos estímulos externos?

Seguimos necesitando neuróticamente los mitos y el terror ritual para exorcizar los horrores cotidianos que la rutina y la enajenación nos hacen aceptar con naturalidad, para abreaccionar el sadismo y la violencia engendrados por una vida llena de inhibiciones y frustraciones.

«Hay vampiros y vampiros, y no son los peores los que chupan sangre», dice el aterrado protagonista de «La Chica de los ojos hambrientos», tal vez el relato más inquietante de esta recopilación. En este sentido, sería muy interesante un estudio de la reciente «moda» de la figura de Drácula (o mejor dicho, de su estereotipo) y de la temática vampirológica en general, relacionándola con las diversas entidades «vampíricas» (es decir, «chupadoras» de vida y despersonalizadoras) de hoy.

Pero hay otro género de terror, genuinamente contemporáneo, que es algo más que la mera actualización de los antiguos esquemas. Es aquél que intenta devolvernos la auténtica dimensión, la correcta perspectiva, la consciencia crítica del terror que nos rodea e impregna nuestras estructuras, del terror que nos acecha tras cosas y situaciones que la costumbre y el conformismo inducido nos hacen aceptar como naturales, del terror del que somos a la vez víctimas y cómplices...

Este nuevo género de terror, que no intenta sobresaltarnos a nivel emotivo sino racional, está íntimamente ligado con la SF, la cual le suministra su peculiar poder de distanciamiento, sus técnicas de extrapolación y transposición, sus símbolos operables y sus recursos especulativos. Es el terror de Wells ante una humanidad convertida en ganado; es el terror de las antiutopías publicitarias de Pohl; es el terror de una sociedad esquizofrénica maniquea reflejado en la «Omega» de Sheckley; es el terror subyacente en el confort de la seudolibertad de la American Way of Life, denunciado por varias generaciones de autores de SF...

Es un terror acusador e implacable, obtenido por el simple procedimiento de tendernos un espejo y mostrarnos que nosotros somos los zombis, los licántropos, los espectros de una danza macabra...