El hombre se arrastraba por el suelo, en pos de sus sueños de drogado, cuando la sombra de un androide pasó sobre él. El hombre se alzó unos centímetros apoyándose en un codo; farfulló; «Un asqueroso andy», y se sumió de nuevo en su estupor.

El androide siguió su camino, manteniéndose alejado de las sucias paredes. Al doblar la esquina, había estado a punto de tropezar con el hombre. El androide sacudió su cabeza perfecta. Pobre diablo. Pobres diablos, todos ellos. Siguió adelante, ignorando a los hombres que le miraban con desprecio y escupían a sus espaldas.

Había olvidado la cantidad de hombres desamparados, sin trabajo, que había en la Tierra. Era fácil olvidarlo, pues uno no se encontraba con ellos fuera de su zona de la ciudad. Además, había estado fuera mucho tiempo. Incluso para un androide, diez años era mucho tiempo.

El androide se detuvo frente a urna puerta. Permaneció inmóvil un largo momento. Su amplio tórax se hinchó con una inspiración profunda. Su poderoso puño golpeó la puerta suave, pero firmemente.

—Ya voy.

Pasos cansinos. Abrió la puerta una mujer delgada, que se llevó una mano a la garganta.

El androide la contempló.

Ella se apartó un mechón de cabello gris con dedos temblorosos.

—¿Sí?

—¿Es usted… la señora de Dan Boesman, Mae Boesman?

Ella asintió; se dio cuenta de que los miraban desde las ventanas, y dio unos pasos atrás, hacia el interior de su casa.

—¿No quiere pasar?

—Gracias.

Sus ojos se adaptaron rápidamente a la penumbra, y se fijó en el retrato de boda sobre la mesa. Con un gesto rápido, ella limpió el portarretratos de plástico con la manga y tendió la fotografía al androide.

—Sí, es mi Dan. Era tal como lo ve ahí…, un hombre bueno y amable. Aunque eso no significa que fuera blando. Pero usted le conocía, ¿no es cierto?

—Sí, le conocía.

—Lo suponía. Entonces usted sabrá que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por su familia. Por eso hizo aquella locura…

El androide le devolvió la fotografía.

—Es… una bonita fotografía.

—Gracias. —Ella la apretó contra su pecho y movió la cabeza—. Es lo único que queda de él.

Dejó el retrato y se volvió sobresaltada al entrar un niño gritando.

—Timmy ha dicho que ha visto a un andy…

El chico se cortó bruscamente al ver al androide.

—Le pido disculpas por mi hijo —se excusó la mujer, turbada.

El androide forzó una sonrisa.

—No se preocupe, no tiene importancia.

—Sí, la tiene, y más siendo usted un amigo de su padre… Oh, le estoy haciendo permanecer de pie. Siéntese, por favor, y dígame el motivo de su visita.

El androide se sentó cuidadosamente en la silla más resistente.

—¿Conocía usted a mi padre? —dijo el chico—. Cuénteme cómo sucedió.

El niño se recostó sobre la mesa, pendiente de las palabras del visitante. Mae Boesman se había sentado frente al androide. Este se dio cuenta de que ella también quería saber la verdad; estaba demasiado interesada como para decirle al chico que se callara. Lo mejor era contárselo sin rodeos, en la medida de lo posible.

—Ya saben que hizo lo posible por pasar por un andy —le hizo un guiño al chico, que bajó la vista—. Consiguió colarse en la oficina de empleos, y engañó tan bien a todo el mundo que logró embarcarse en una astronave. Naturalmente, los verdaderos androides se dieron cuenta pronto de que no era uno de ellos.

El androide rió al recordarlo. Al ver las expresiones de la mujer y el chico, se explicó:

—Bueno, era divertido, ver la forma en que se mataba para estar a la altura de ellos y lograr una buena jornada de trabajo. Y, por simpatía, los androides lo encubrieron mientras les fue posible. Pero tenía que suceder. El capataz lo descubrió y lo comunicó a la oficina central. La Compañía anuló el contrato y le amenazó con denunciarle por fraude si no devolvía el anticipo que le había mandado a usted.

Mae Boesman habló con un hilo de voz:

—No me enteré de eso.

—Es que nunca sucedió. Los androides hicieron una huelga. La Compañía cedió… y ordenaron al capataz que le apretara las clavijas a Dan.

Mae Boesman se llevó una mano ante la boca.

El androide sonrió.

—No era necesario apretarle las clavijas. Estaba cada vez más débil y delgado con las raciones para androide. Y allí se quedó, en el cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter. Hijo, supongo que sabes de qué trabajo se trataba: juntar los asteroides en un montón, apelotonarlos en una gran bola, hacer otro planeta semejante a la Tierra para nosotros, para el hombre, listo para ser colonizado aquí mismo, en el sistema solar. Y lo hicimos. Si miras al cielo a la hora adecuada, lo verás alzarse: Jumarte, la nueva estrella de la tarde.

Los ojos del niño eran como estrellas.

—Un trabajo peligroso, ¿eh?

—Ya puedes decirlo, Johnny. A medida que la masa aumentaba y se hacía más compacta, se incrementaba la gravedad, y el arrastre de partículas era cada vez más rápido y peligroso. Había unas pantallas correderas de protección, por supuesto; pero había que tener cuidado de no quedar atrapado entre los paneles. —La voz del androide se hizo grave—. Eso es lo que le sucedió a tu papá, Johnny. No logró apartarse con la suficiente rapidez.

Mae Boesman se estremeció, dejando escapar un suspiro.

Se levantó y apoyó las manos sobre los hombros del niño, atrayéndolo hacia ella.

El androide sacudió la cabeza.

—Fue una auténtica desgracia. Quedó muy poco de él.

La mujer se llevó las manos a los oídos.

—¡Basta!

—Lo siento.

—No. Es terrible, pero me alegro de saber al fin lo que sucedió realmente. La Compañía nunca nos explicó nada. Todo tan frío, tan impersonal.

El androide rió.

—La Compañía. Oh, sí, ya conocemos a la Compañía. —El androide sacó de su bolsillo una tarjeta de crédito y se la tendió—. Tenga. Esto era de Dan. Esta es la razón de mi visita.

Los ojos de la mujer se abrieron como platos.

—¡Es mucho dinero! Pero cómo…

—No se preocupe por cómo conseguimos sacárselo a la Compañía. Ese dinero es legalmente suyo.

—No puedo creerlo. Ahora Johnny podrá…

El androide parecía embarazado.

—Y habrá más. El dinero del seguro.

—Pero la Compañía dijo…

—Lo sé. Que la situación de Dan era irregular. Pero nosotros estamos trabajando en eso. Y formamos un grupo fuerte.

—No sé qué decir.

El androide sonrió.

—En ese caso, no diga nada.

Ella se había quedado sin aliento.

—¿Puedo hacer algo por usted? —balbució—. Yo no sé lo que usted… Quiero decir, si hay algo que le gustaría…

—Nada, gracias. De todos modos, he de irme.

—¿De veras ha de irse? —Pero parecía aliviada.

—Sí, debo irme. Siempre hay otro gran trabajo que emprender, lejos de aquí. «Cosmetizar el cosmos», es nuestro lema.

—Bueno, si realmente ha de irse. Gracias por haber venido. Y por… todo.

—No hay de qué.

La mujer y el niño formaban una hermosa estampa en el marco de la puerta, pero el androide no se volvió a mirar atrás. Mi siquiera cuando los oyó susurrar.

—¿Cómo es que sabe mi nombre?

—Tu padre debió de hablar de nosotros, supongo.

—Oh.

Entró en el vibrador musical que sacudía placenteramente la carne de los androides, y luego se encaminó hacia el bar. Miró a su alrededor. Un espaciopuerto como todos los demás. Vio a sus amigos en un reservado y se unió a ellos.

—¿Qué tal, Dan, la visita a tu mujer y tu hijo?

Los otros androides dieron al que había hablado unas patadas de advertencia capaces de dejarle la espinilla plana. Pero Dan Boesman parecía no haber oído siquiera la pregunta. Se sentó y se sumió en, un trance de añoranza.

Miró a sus amigos con afecto. Ellos y los demás androides le habían salvado la vida, y habían hecho una colecta para comprarle los aparatos protésicos, las partes perdidas que hicieron de él uno de ellos. Apuró su bebida.

—Oh, estuvo muy bien. —Pidió otra copa y se inclinó hacia adelante—. Contadme, ¿qué habéis oído por las oficinas? ¿Adónde nos van a mandar?