CAPÍTULO PRIMERO

Los roguskhoi y sus asutra dominantes habían sido expulsados de Shant. Castigados sobre el terreno por los Valerosos Hombres Libres, atormentados desde arriba por los Voladores de Shant, los roguskhoi se habían retirado al sur, a través del Gran Pantano de Sal, entrando en Palasedra. En un valle la horda había sido destruida, y sólo un puñado de jefes escaparon en una notable nave espacial de bronce rojo. Así la invasión de Shant había tenido su fin.

Para Gastel Etzwane la victoria trajo sólo una alegría temporal, tras la cual cayó en un estado anímico triste e introsprectivo. Se hizo consciente de su gran adversión hacia la responsabilidad y la actividad pública en general; llegó a maravillarse de haber funcionado tan bien como lo hizo. Al volver a Garwiy renunció al Consejo de los Hombres Púrpuras con una rapidez casi ofensiva; se convirtió en Gastel Etzwane el músico; sólo eso. Y su espíritu se levantó; se sintió libre e íntegro. Durante dos días continuó ese ánimo. Después se disipó, cuando la pregunta ¿Y ahora qué? no tuvo respuesta natural ni fácil.

En una nebulosa mañana de otoño, con los tres soles que se desplazan tras sus propios discos de blanco, de rosado y de celeste, Etzwane caminó por la avenida Galias. Los árboles de cintas dibujaban bandas purpúreas y grises sobre su cabeza; detrás de él corría el río Jardeen en su viaje hacia el Sualle. Otra gente caminaba también por la avenida Galias, pero ninguno de ellos notó al hombre que hasta poco antes había regido sus vidas. Cuando era Anomo, fue necesario que Etzwane evitara la notoriedad; no se hizo conspicuo en ningún acontecimiento. Se movió con toda economía, habló con una voz chata, no utilizó grandes gestos, todo lo cual mostraba una fuerza sombría y desproporcionada para su edad. Cuando Etzwane se miraba al espejo, a menudo sentía una discordancia entre su imagen, que era saturnina y hasta triste, con lo que sentía que era su propio yo: una persona atravesada por dudas, agitada por pasiones, capaz aquí y allá de alegrías irracionales; una persona muy sensible al encanto y la belleza, iluso por la espera de lo inconseguible. Así Etzwane se contemplaba atribulado a sí mismo. Sólo cuando interpretaba música sentía converger sus partes incongruentes.

¿Ahora qué?

Hacía tiempo que había dado la respuesta por segura: volvería a formar parte del conjunto de Frolitz y los Verdosos Rosados-Negros-Azules. Ahora no estaba ya tan seguro, y se detuvo a contemplar las ramas de los árboles de cinta que flotaban sobre el río. La vieja música sonaba lejos en su mente, como un viejo que soplara desde su juventud.

Se apartó del río y continuó por la avenida, hasta que llegó a un edificio de tres pisos con vidrios negros y verdeazulados, más unas curvas que colgaban sobre la calle. Era la posada Fontenay lo que trajo a Etzwane el recuerdo de Ifness, el terrestre, investigador del Instituto Histórico. Después de la destrucción de los roguskhoi, Ifness y él habían viajado en globo a través de Shant hasta Garwiy. Ifness llevaba una botella que contenía un asutra, extirpado al cadáver de un jefe roguskhoi. La criatura parecía un insecto grande, de unos veinticinco centímetros de largo y la mitad de grosor: un híbrido de hormiga y tarántula, mezclado con algo inimaginable. Seis brazos, cada uno de ellos terminado en tres apéndices, salían del torso. De un lado, globos de una quitina púrpura-marrón protegían el aparato óptico: tres bolas aceitosas y negras, en cavidades profundas rodeadas de pelo. Abajo temblaban los mecanismos de alimentación y un racimo de mandíbulas. Durante el viaje, Ifness golpeó ocasionalmente en el vidrio, ante lo cual el asutra sólo contestaba con un parpadeo de sus órganos ópticos. Etzwane creyó que ese escrutinio era irritante; en algún lado dentro de ese torso estarían ocurriendo sutiles procesos: el razonamiento o una operación equivalente, el odio o una sensación análoga.

Ifness se negó a especular sobre la naturaleza del asutra.

—Las suposiciones no tienen valor. Los hechos, tal como los conocemos, son ambiguos.

—Los asutra trataron de destruir a la gente de Shant —dijo Etzwane—. ¿No es significativo?

Ifness se limitó a encogerse de hombros y miró a la distancia hacia el Cantón Sombrío. Salieron embarcados en un viento norte, saltando y ladeándose mientras el timón procuraba extraer lo mejor posible del Conseil, un aeróstato notoriamente inseguro.

Etzwane intentó otra pregunta.

—Tú examinaste el asutra que quitaste a Sajarano. ¿Qué aprendiste?

Ifness habló con voz mesurada.

—El metabolismo del asutra es poco habitual y está más allá de mi capacidad de análisis. Parecen ser una forma congénitamente parasitaria de vida, a juzgar por el aparato digestivo. No les he descubierto ninguna disposición a comunicarse, o quizá estas criaturas utilizan un método demasiado sutil para mi comprensión. Les gusta el uso del papel y del lápiz y hacen nítidos dibujos geométricos, a veces de considerable complicación, pero no de sentido obvio. Muestran ingenio en la resolución de problemas y parecen ser a un mismo tiempo metódicos y pacientes.

—¿Cómo supiste todo eso? —preguntó Etzwane.

—Inventé pruebas. El asunto se reduce a presentarles incitaciones.

—¿Como cuáles?

—La posibilidad de la libertad. Evitar la incomodidad.

Etzwane, ligeramente disgustado, reflexionó en el asunto durante un periodo. Después preguntó:

—¿Qué piensas hacer? ¿Volver a la Tierra?

Ifness miró al cielo color lavanda, como si tomara nota de algún destino lejano.

—Confío en proseguir mis investigaciones; tengo mucho que ganar y poco que perder. Con igual certeza, encontraré el desaliento oficial. Mi jefe superior, Dasconetta, nada tiene para ganar y mucho para perder.

Curioso, pensó Etzwane. ¿Esa era la forma en que andaban las cosas en la Tierra? El Instituto Histórico imponía una disciplina rigurosa a sus miembros, los que disfrutaban de un distanciamiento completo de los asuntos mundiales. Eso sabía de Ifness, de sus antecedentes y de su trabajo. Poca cosa, bien considerado.

El viaje prosiguió. Ifness leyó partes de Los reinos del viejo Caraz; Etzwane se mantuvo en un austero silencio. El Conseil hizo todo el recorrido; los cantones Erevan, Maiy, Conduce, Jardeen y Rosa Salvaje pasaron por debajo y desaparecieron en la niebla otoñal. El valle del Jardeen se abría por delante, el Ushkadel se levantaba a ambos lados; el Conseil voló a través del Valle del Silencio y siguió hasta la Estación del Sur, bajo las torres imponentes de Garwiy.

El personal de la estación arrastró al Conseil hasta la plataforma; Ifness se incorporó y con una atenta inclinación de cabeza a Etzwane cruzó la plaza.

Con una furia sardónica Etzwane vio a aquella figura delgada que desaparecía entre la multitud. Claramente, Ifness procuraba evitar las relaciones, aun las más casuales. Ahora, dos días después, cruzando la avenida Galias, recordó a Ifness. Cruzó la avenida y entró en la posada Fontenay.

El cuarto diurno estaba silencioso; unas pocas figuras estaban sentadas aquí y allá, meditando sobre sus jarros. Etzwane fue al mostrador, donde le atendió el mismo Fontenay.

—Bien, he aquí a Etzwane el músico. Si usted y su khitan están buscando un sitio para actuar, no puede ser. Aquí Master Hesselrode y sus Scarlet Mauve Whiters ocupan el sitio. Lo digo sin ánimo de ofensa: usted es tan bueno como el mejor de ellos. Acepte un jarro de cerveza Rosa Salvaje, gratis.

Etzwane alzó el jarro.

—Mis mejores deseos. —Bebió.

La vieja vida no había sido tan mala, después de todo. Miró la habitación. Allí estaba la plataforma baja donde tan a menudo había interpretado música; la mesa donde había encontrado a la adorable Jurjin de Xhiallinen; el rincón donde había esperado al Hombre sin Rostro. En cada sitio había recuerdos que ahora parecían irreales; el mundo se había vuelto sano y normal. Etzwane miró a través del cuarto. En un rincón lejano, un hombre alto, de pelo blanco y edad incierta, estaba sentado, haciendo anotaciones en un cuaderno. La luz de uno de los ojos de buey jugaba a su alrededor; mientras Etzwane miraba, el hombre alzó una copa a sus labios y bebió un sorbo. Etzwane se volvió a Fontenay.

—Ese hombre en el compartimento alejado, ¿quién es?

Fontenay miró a través del salón.

—Es el caballero Ifness. Utiliza mi sitio delantero. Un tipo extraño, severo y solitario, pero su dinero cae como el sudor. Es del Cantón Cope, supongo.

—Creo que conozco al caballero.

Etzwane tomó su jarro y atravesó la cámara. Ifness observó que se acercaba, de soslayo, con el rabillo del ojo. Deliberadamente cerró su cuaderno y sorbió de su copa de agua helada. Etzwane hizo un saludo correcto y se sentó; si hubiera esperado una invitación, Ifness lo habría dejado de pie.

—Tuve el impulso de acercarme, para recordar nuestras aventuras juntos —dijo Etzwane— y te encuentro dedicado a la misma ocupación.

Los labios de Ifness se torcieron.

—El sentimentalismo te desvía. Estoy aquí porque consigo alojamiento conveniente y porque puedo trabajar, habitualmente, sin interrupción. ¿Qué ocurre contigo? ¿No tienes deberes oficiales que te ocupen?

—Ninguno en absoluto. He renunciado a mi conexión con los Hombres Púrpura.

—Te has ganado la libertad —respondió Ifness con monotonía nasal—. Te deseo que la disfrutes. Y ahora…

Con precisión significativa arregló su cuaderno.

—No estoy reconciliado con el ocio —agregó Etzwane—. Se me ocurre que yo podría trabajar contigo.

Ifness arqueó las cejas.

—No estoy seguro de comprender tu propuesta.

—Es bastante simple —explicó Etzwane—. Tú eres un miembro del Instituto Histórico; haces investigaciones en Durdane y en otros lados; podrías utilizar mi colaboración. Ya hemos trabajado juntos antes; ¿por qué no podríamos seguir haciéndolo?

Ifness replicó con una voz crispada.

—La idea no es práctica. Mi trabajo, en su mayor parte, es solitario y ocasionalmente me lleva fuera del planeta, lo cual, desde luego…

Etzwane levantó la mano.

—Ese es precisamente mi objetivo —declaró, aunque la idea no se le había formado antes en términos tan concretos—. Conozco muy bien Shant, he viajado por Palasedra; Caraz es una región salvaje, estoy ansioso por visitar otros mundos.

—Ésas son inclinaciones naturales y normales —replicó Ifness—. Sin embargo, debes hacer dos arreglos.

Etzwane tomó su cerveza meditando. Ifness le miraba de soslayo, con rostro pétreo. Etzwane preguntó:

—¿Todavía estudias los asutra?

—Sí.

—¿Crees que todavía no han terminado con Shant?

—No estoy convencido de nada —Ifness habló con su monotonía didáctica—. Los asutra probaron un arma biológica contra los hombres de Shant. Las armas, es decir, los roguskhoi, fracasaron por torpeza de ejecución, pero sin duda sirvieron un propósito; ahora los asutra están mejor informados. Pueden continuar sus experimentos, utilizando armas diferentes. Por otro lado, pueden decidir eliminar totalmente la presencia humana de Durdane.

Etzwane no tuvo comentario que hacer. Vació su jarro y a pesar de la desaprobación de Ifness hizo una seña a Fontenay para que se lo volviera a llenar.

—¿Estás tratando aún de comunicarte con los asutra?

—Están todos muertos.

—Y no has hecho ningún progreso.

—Esencialmente ninguno.

—¿No planeas capturar otros?

Ifness le dedicó una fría sonrisa.

—Mis objetivos son más modestos de lo que tú supones. Estoy preocupado principalmente por mi posición en el Instituto, es decir, porque pueda disfrutar de mis prerrogativas acostumbradas. Ten en cuenta que tus intereses y los míos coinciden en muy pocos puntos.

Etzwane frunció el ceño y tamborileó con sus dedos sobre la mesa.

—¿Preferirías que los asutra no destruyan Durdane?

—Como ideal abstracto, aceptaré esa propuesta.

—La situación misma no es abstracta —puntualizó Etzwane—. ¡Los roguskhoi han matado a miles! Si triunfan aquí, pueden proseguir atacando los mundos de la Tierra.

—La tesis es bastante amplia —dijo Ifness—. La he planteado como una posibilidad. Mis asociados se inclinan, sin embargo, a otras opiniones.

—¿Pero cómo puede haber duda? Los roguskhoi son instrumentos agresivos.

—Así parece, pero ¿contra quién? ¿Los mundos de la Tierra? Ridículo, ¿cómo podrían enfrentarse con una tecnología bélica civilizada?

Ifness hizo un gesto abrupto.

—Y ahora discúlpame. Un cierto Dasconetta afirma su status a mi costa, y debo considerar ese asunto. Fue un placer haberte visto…

Etzwane se inclinó hacia adelante.

—¿Has hallado el mundo natural de los asutra?

Ifness movió su cabeza con impaciencia.

—Puede ser uno en veinte mil, quizá fuera del centro de la galaxia.

—¿No deberíamos localizar ese mundo, estudiarlo estrechamente?

—Sí, sí, desde luego —Ifness abrió su cuaderno.

Etzwane se incorporó.

—Te deseo éxito en tu lucha por el status.

—Gracias.

Etzwane volvió a través del salón. Bebió otro jarro de cerveza, mirando hacia atrás nuevamente a Ifness, quien serenamente tomaba agua helada y hacía apuntes en el cuaderno.

Etzwane dejó la posada Fontenay y continuó hacia el norte, al lado del Jardeen, estudiando una posibilidad que Ifness mismo podría no haber considerado… Volvió hacia un lado en la avenida de los Gorgones Púrpura, donde cogió una diligencia hacia la plaza Corporación. Pasó junto a Jurisdiccional y subió hasta las oficinas del Departamento de Inteligencia en el segundo piso. El director era Aun Sharah, un hombre apuesto, sutil y de hablar suave, que poseía la inclinación de un esteta hacia la elegancia casual. Hoy vestía un fino manto gris sobre un traje azul-medianoche; un zafiro-estrella colgaba de su oreja izquierda mediante una cadena de plata. Saludó a Etzwane afablemente, pero con una cierta distancia que reflejaba sus diferencias previas.

—Entiendo que usted es ahora nuevamente un ciudadano común —dijo Aun Sharah—. La metamorfosis fue repentina. ¿Ha sido completa?

—Absolutamente. Soy una persona diferente. Si pienso en el año pasado, me asombro de mí mismo.

—Ha asombrado a mucha gente —dijo Aun Sharah con una voz seca—. Incluyéndome a mí. —Se tiró hacia atrás en la silla—. ¿Y ahora qué? ¿Otra vez la música?

—Todavía no. Estoy indeciso e inquieto, y ahora estoy interesado en Caraz.

—El tema es amplio —dijo Aun Sharah con su manera medio bromista—. Sin embargo, tiene usted la vida por delante.

—Mi interés no es global —aclaró Etzwane—. Sólo me pregunto si los roguskhoi han sido alguna vez vistos en Caraz.

Aun Sharah miró reflexivamente a Etzwane.

—Parece que su etapa como ciudadano privado ha llegado rápidamente al final.

Etzwane ignoró ese comentario.

—Éstas son mis ideas: los roguskhoi fueron probados en Shant y quedaron derrotados. Eso es lo que sabemos. ¿Pero, qué ocurre con Caraz? Quizá fueron originalmente lanzados en Caraz; quizá una nueva horda se está formando. Hay una docena de posibilidades, incluyendo la de que no haya ocurrido nada.

—Es cierto —dijo Aun Sharah—. Nuestras informaciones son estrictamente locales. Pero, por otro lado, ¿qué podemos hacer? Debemos esforzarnos para cubrir el trabajo que ya se nos requiere.

—En Caraz las noticias circulan por los ríos. En los puertos, los marineros se enteran de sucesos ocurridos tierra adentro. ¿Qué ocurriría si usted situara a sus hombres en los muelles y en las tabernas del puerto y procurara enterarse de las novedades sobre Caraz?

—La idea es valiosa —decidió Aun Sharah—. Voy a dar esa orden. Tres días bastarán, por lo menos, para un examen preliminar.