CAPÍTULO XI
En Shagfe, la llegada de tanta gente cargada de riqueza había provocado algunos trastornos. Algunos bebieron copiosamente el licor del sótano de Baba; otros jugaron con los Gusanos Azules de Kash que todavía aterraban la zona. En la noche se podían escuchar ruidos de altercados: gritos y maldiciones, sollozos de borrachos y quejas de dolor; en la mañana se descubrió una docena de cadáveres. Tan pronto como la luz se hizo en el cielo, los grupos se encaminaron a sus tierras ancestrales, hacia el norte, el este, el sur y el oeste. Los alula, sin despedirse de Etzwane, partieron hacia el lago Nior. Rune echó sólo una mirada sobre su hombro. Etzwane, que vio esa mirada, la halló incomprensible. Los vio partir en la neblina de la mañana; después fue a ver a Baba el posadero.
—Tengo dos asuntos que tratar con usted —le dijo—. Primero, ¿dónde esta Fabrache?
Baba replicó en términos muy vagos.
—¿Quién puede determinar el camino de ese hombre tan errante? El negocio de esclavos se ha arruinado. Los viejos mercados ya no existen y Hozman Garganta Ronca ha desaparecido; la pobreza cubre esta tierra. En cuanto a Fabrache, cuando aparezca lo verá; no es hombre que se pueda predecir.
—No esperaré —dijo Etzwane—, y eso me lleva al segundo asunto: mi montura. Quiero que sea ensillada y preparada para el viaje.
Los ojos de Baba se agrandaron con el asombro.
—¿Su montura? ¿Qué prodigio de imaginación es éste? Usted no posee ninguna montura en mis establos.
—Desde luego que sí —insistió Etzwane—. Mi amigo Ifness y yo dejamos las monturas a su cargo. Y ahora yo, por lo menos, me propongo reasumir su posesión.
Baba agitó su cabeza con asombro y levantó piadosamente los ojos hacia el cielo.
—En su tierra podrá haber extrañas costumbres, pero aquí en Shagfe somos muy prácticos. Un regalo que se da no puede ser recuperado.
—¿Regalo, dijo? —El tono de Etzwane era hosco—. ¿Ha oído los cuentos de quienes anoche trajeron metal a cambio del brebaje de su bodega? ¿Ha oído cómo por nuestra fuerza y voluntad conquistamos nuestra vuelta a Caraz? ¿Cree que yo soy la clase de hombre que puede tolerar un robo? Tráigame esa montura, o prepárese para una notable paliza.
Baba fue a la trastienda y trajo su garrote.
—¿Una paliza, ha dicho? Escúcheme, presumido, no he sido el posadero de Shagfe sin haber dado algunas palizas propias, se lo aseguro. ¡Y ahora deje este local inmediatamente!
De su bolso Etzwane sacó la pequeña arma que Ifness le había dado mucho tiempo antes: el arma de energía que había llevado de ida y vuelta a Kahei. Apuntó hacia la caja de caudales de Baba y apretó el botón. Una llamarada, una explosión, un grito de horror, mientras Baba contemplaba una ruina que poco antes había contenido una fortuna en metal. Etzwane cogió el garrote y le pegó en la espalda.
—Mi montura, y de prisa.
La gorda cara de Baba irradió miedo y maldad.
—¡Ya me ha quitado las ganancias de toda una vida! ¿Desea los frutos de mi esfuerzo?
—Nunca trate de engañar a un hombre honesto —dijo Etzwane—. Otro ladrón podría simpatizar con sus propósitos; en cuanto a mí, sólo quiero lo mío.
Con una voz nasal, llena de furia, Baba envió a uno de los chicos hasta el establo. Etzwane fue hasta el patio de la posada, donde encontró a la anciana Kretzel sentada en un banco.
—¿Qué está haciendo aquí? Pensé que estaría ya camino al lago Elshuka.
—El camino es largo —contestó Kretzel, acomodándose su capa andrajosa sobre los hombros—. Tengo unos fragmentos de metal, lo bastante para alimentarme durante un tiempo. Cuando el metal se acabe, comenzaré mi viaje al sur, aunque es seguro que nunca llegaré a los prados de hierba junto al charco. Y si llegara, ¿quién se acordaría de la pequeña que fue robada por Molsk?
—¿Y qué hay del Gran Canto? ¿Cuánta gente de Shagfe comprenderá cuando toque sus cañas?
Kretzel arrimó sus hombros al calor del sol.
—Es una gran obra épica; la historia de un mundo lejano. Quizá me olvidaré, o quizá no, y a veces, cuando me siente así al sol, tocaré las cañas, pero nadie sabrá los grandes sucesos que estaré narrando.
La montura fue conducida hasta él: una criatura que no era tan sana como la que Etzwane había traído a Shagfe, con pertrechos gastados y provisiones. Etzwane señaló, y el chico le trajo sacos de alimentos y una bota de brebaje para el recorrido.
A un lado de la posada, Etzwane vio una cara familiar: era Gulshe, que contemplaba sus preparativos con una intensidad que disminuía. Gulshe sería un guía eficaz, pensó Etzwane, pero ¿qué ocurriría cuando Etzwane durmiera y Gulshe montara guardia? La idea le hizo estremecer. Lanzó hacia él un ademán de saludo y montó en su cabalgadura. Durante un momento contempló a la anciana Kretzel, su cabeza repleta de maravillosos conocimientos. Nunca volvería a verla, y con ella moriría la historia de un mundo… Kretzel miró hacia arriba; sus miradas se encontraron. Etzwane se dio la vuelta, con los ojos otra vez llenos de lágrimas. Partió de Shagfe y contra su espalda sintió la mirada de Gulshe y el adiós de Kretzel.
Durante cuatro días Etzwane cabalgó sobre una creta arenosa, desde la que veía fluir el río Keba. Por sus cálculos, Shillinsk estaría hacia el sur, porque había perdido su senda al cruzar el Valle de las Flores Azules. Miró a lo largo de la orilla del Keba y a unos ocho kilómetros vio los muelles de Shillinsk. Condujo a su montura hacia abajo por la pendiente.
La posada de Shillinsk estaba como él la recordaba. Ningún barco de carga ni embarcación alguna había en el muelle, pero Etzwane no sintió gran impaciencia; la tranquilidad de Shillinsk podía ser disfrutada por sí misma.
Entró en la posada y encontró al propietario lustrando la superficie del mostrador con un saco de piedra molida y un cuadrado de piel de chumpa. No reconoció a Etzwane, lo que para éste no significó ninguna sorpresa. Con sus ropas gastadas, estaba muy lejos de ser el apuesto Gastel Etzwane que había llegado a Shillinsk con Ifness.
—Usted no se acuerda de mí —dijo Etzwane—, pero hace unos meses yo vine aquí con el brujo Ifness, en su bote mágico. Usted fue la víctima de un incidente desagradable, según recuerdo.
El propietario gesticuló.
—No me venga con esas cosas. El brujo Ifness es un hombre temible. ¿Cuándo vendrá a buscar su bote? Está flotando allí lejos en el agua.
Etzwane le miró con sorpresa.
—¿Ifness no se ha llevado el bote?
—Mire por esa puerta; lo verá exactamente como lo dejaron. —Y agregó, virtuosamente—: He conservado el vehículo bien resguardado, como se me encargó.
—Bien hecho.
Etzwane se alegró. Había visto manejar los controles a Ifness; conocía el uso de los diales y también sabía cómo subir al bote sin sufrir una descarga eléctrica. Señaló a su cabalgadura.
—Por sus molestias le retribuiré con esta bestia, más la silla. Sólo le pido una comida y albergue por una noche; mañana partiré en el bote mágico.
—¿Se lo llevará a Ifness?
—En verdad, no me puedo imaginar qué es lo que le ocurrió. Yo suponía que habría venido a Shillinsk, hace tiempo y se habría llevado el bote… Sin duda, si él me busca, o si busca el bote, sabrá dónde encontrarme… si es que aún vive.
Si Ifness estuviera aún vivo… Entre Shagfe y Shillinsk había un centenar de peligros: chumpa, bandas de ahulphs enloquecidos, tribus de bandoleros y mercaderes de esclavos. Ifness podía haber sido víctima de cualquiera de esos peligros, con todos los pensamientos injustificados de Etzwane… ¿Debía salir a buscar a Ifness? Etzwane lanzó un largo suspiro. Caraz era enorme. Seria un esfuerzo inútil.
El propietario le preparó una sabrosa sopa de pescado de río, con una salsa verde, y Etzwane caminó por el muelle, viendo caer el crepúsculo púrpura sobre el agua. Shant y la ciudad Garwiy estaban mucho más cerca de lo que había esperado.
A la mañana remó hasta el bote y movió con un palo seco el interruptor de alarma. Después puso su dedo en la borda. No hubo shock ni emisión de chispas como la que había lanzado al posadero al río.
Etzwane ató el esquife y encendió el contacto. La corriente llevó el bote hacia el norte. Izó la vela; Shillinsk retrocedió y se convirtió en una línea de casas de juguete a lo largo de la orilla.
Ahora venía el experimento crítico. Abrió la consola y examinó la línea de clavijas. Prudentemente giró la marcada «ascensor». El bote se elevó, deslizándose en el viento. Etzwane arrió rápidamente la vela para no ser arrastrado por alguna ráfaga.
Probó las otras clavijas; el bote giró en un amplio arco y voló hacia el Este en dirección a Shant.
Por debajo pasaron las llanuras grises y los pantanos de un verde oscuro. Hacia adelante brillaban el río Bobol, y después el gran Usak.
A la noche Etzwane llegó a la costa oriental y al Océano Verde. Unas pocas luces amarillas indicaban una aldea junto a la ribera; más adelante las estrellas se reflejaban en el agua.
Etzwane aminoró la marcha, para que el bote flotara lentamente, y durmió. Cuando llegó la aurora, la tierra de Shant apareció en el horizonte hacia el sudeste.
Etzwane voló alto sobre los cantones Gitanesq y Fenesq; después descendió hacia el Sualle. Las torres de Garwiy apenas podían verse, como un puñado de joyas relucientes, hacia el sur. Las orillas se estrechaban; algunos botes pesqueros trabajaban a distancia. Etzwane bajó el bote hasta el agua. Levantó la vela y con el viento a su espalda se encaminó hacia Garwiy.
El viento amainó y el bote se movió más lentamente sobre el agua plácida. Reposando bajo esa calidez, Etzwane no tenía por qué apresurarse. La idea de amarrar el bote y bajar a tierra le despertó una curiosa sensación de melancolía. La aventura terminaría allí; con toda la miseria y la negra desesperación, había aumentado y enriquecido su vida.
A través de las aguas surcó el bote, y las torres de Garwiy se izaron sobre él, como señores en un banquete. A lo largo de la orilla, Etzwane advirtió panoramas familiares: este edificio, aquel depósito y más allá el muelle desvencijado en el que Ifness había amarrado su bote. Etzwane movió el remo y su bote surcó el agua; bajó la vela y se deslizó lentamente hasta el embarcadero.
Etzwane amarró el bote, llegó hasta el camino y detuvo una diligencia. El conductor le miró con desconfianza.
—¿Por qué me detiene? No tengo nada para darle; vaya a un hospital público a pedir limosna.
—No quiero limosna, quiero transporte —aclaró Etzwane: Se subió a la diligencia—. Lléveme a la posada Fontenay, en la avenida Galias.
—¿Tiene dinero?
—No con esta ropa. En Fontenay le será pagado el viaje; acepte mi palabra.
El conductor echó a andar el vehículo. Etzwane le interrogó:
—¿Qué ha ocurrido en Garwiy? He estado ausente durante meses.
—Nada muy importante. Los Verdes y los Púrpuras nos han castigado con impuestos; son más ambiciosos de lo que era el Anomo… Me gusta ser libre, pero ahora los Verdes y los Púrpuras me quieren hacer pagar por mi libertad: ¿Qué es mejor: la sumisión barata o la independencia cara?
La diligencia rodó en el crepúsculo, a través de calles que parecían singulares y estrechas, cariñosamente familiares y algo remotas. En Kahei, la idea de Garwiy parecía un sueño, pero existía. Aquí en Garwiy, Kahey se había convertido en una abstracción, y también existía. En otro lugar estaba el mundo de las naves de globo negro con sus tripulaciones humanas. Nunca conocería la realidad de ese mundo.
La diligencia se detuvo frente a la posada Fontenay. El conductor miró a Etzwane en forma truculenta.
—Y ahora mi dinero, si me hace el favor. —Un momento.
Etzwane entró en la posada, encontró a Fontenay, sentado en una mesa y disfrutando una botella de su propia mercancía. Fontenay frunció el ceño ante esa aparición andrajosa y después, reconociendo a Etzwane, lanzó una exclamación de asombro.
—¿Qué es esto? ¿Gastel Etzwane vestido de andrajos para alguna adivinanza?
—Nada de eso, sino una aventura de la que acabo de regresar. Tenga la bondad de pagarle a ese conductor tan molesto y darme después una habitación, un baño, un barbero, alguna ropa nueva y finalmente una buena cena.
—Nada me daría más placer —contestó Fontenay. Chasqueó sus dedos—. ¡Heinel! ¡Jared! Atended a Gastel Etzwane.
Fontenay se volvió hacia Etzwane.
—¿Sabe quién toca música en aquel palco de orquesta? En media hora llegará aquí.
—¿Dystar el Druithino?
—No, no es Dystar. Es el conjunto de Frolitz y sus Verdosos, Rosados, Negros y Azules.
—Ésa es una buena noticia —dijo Etzwane, desde el fondo de su corazón—. No puedo pensar en nadie a quien quiera ver con tanta ansiedad.
—Bien, pues póngase cómodo. Una noche alegre nos espera.
Etzwane se bañó con entusiasmo: el primer baño caliente que había tenido desde su partida de Fontenay junto a Ifness. Se vistió con prendas limpias; después un barbero le cortó el cabello y lo afeitó. ¿Qué haría con sus andrajos malolientes? Estuvo tentado de guardarlos como recuerdo, pero los tiró.
Fue hasta el salón, donde encontró a Frolitz en conversación con Fontenay. El primero se incorporó y abrazó a Etzwane.
—¡Camarada! ¡No te he visto durante meses, y me dicen que has protagonizado una picaresca aventura! ¡Siempre fuiste afecto a rarezas y andanzas! Pero ahora estás aquí, con apariencia, ¿cómo decirlo?, de estar lleno de conocimientos especiales. ¿Qué música has estado tocando?
Etzwane se rió.
—Comencé a aprender una gran canción que tenía catorce mil cantos, pero dominé sólo unos veinte.
—¡Buen principio! Quizá podamos escuchar algo de eso esta noche. He tomado a otro hombre, un joven y despierto paganés, pero le falta elasticidad. Dudo de que alguna vez llegue a aprender. Tendrás tu viejo puesto y Chaddo puede tocar e\ bajo deslizante. ¿Qué dices a eso?
—Digo, primero, que no puedo tocar esta noche; ¡los confundiría a todos! Segundo, que estoy hambriento; ha estado en Caraz y he subsistido a base de cereales. Tercero, con respecto al futuro: es un vacío.
—Los intereses externos interfieren constantemente con tu música —declaró Frolitz con brusquedad—. Supongo que has venido a encontrar a tu viejo amigo, de cuyo nombre me olvido. Lo he visto a menudo durante los últimos días; de hecho, ahí aparece ahora y se va a su mesa habitual en el rincón. Acepta mi consejo e ignora a ese hombre.
—Es un buen consejo —dijo Etzwane con voz cansada—. Sin embargo, debo cruzar una palabra con Ifness, y después me reuniré con vosotros.
Etzwane cruzó la habitación y se detuvo junto a la mesa del rincón.
—Estoy sorprendido de verte.
Ifness le miró con un aire neutro y luego hizo un ademán brusco.
—Ah, Etzwane, me encuentras en un momento apurado. Debo comer algo rápido y partir.
Etzwane se sentó en una silla y contempló aquella larga cara austera como si quisiera extraer los secretos de Ifness mediante una succión visual.
—Ifness, uno de nosotros ha de estar loco. ¿Quién es, tú o yo?
Ifness hizo un gesto irritado.
—Sería igual; en cualquier caso, tendríamos la misma disparidad de opiniones. Pero, como te decía…
Etzwane habló como si no le hubiera escuchado.
—¿Recuerdas las circunstancias en que nos separamos?
Ifness frunció el ceño.
—¿Cómo no recordarlas? Ocurrió en un lugar al norte de Caraz, en un día que no puedo precisar. Creo que partiste en persecución de una doncella de una tribu bárbara, o algo así. Recuerdo que te advertí contra semejante proyecto.
—Eso es lo de menos. Tú fuiste a arreglar una partida de rescate.
Un camarero puso una sopera delante de Ifness, quien levantó la tapa, aspiró el aroma y se sirvió un plato de una sopa verde con mariscos. Ifness volvió a la frase de Etzwane con un gesto abstraído.
—Veamos, ¿cuáles fueron las circunstancias? incluían a los de la tribu alula y a Hozman Garganta Ronca. Quisiste organizar una valiente expedición hacia los cielos para rescatar a una chica que había despertado tus fantasías. Yo opiné que ese esfuerzo no era práctico y hasta suicida. Me alegra ver que fuiste disuadido.
—Yo recuerdo el asunto desde otra perspectiva —replicó Etzwane—. Propuse capturar la nave depósito; tú dijiste que semejante adquisición interesaría a la gente de la Tierra y que una nave de rescate llegaría en un mínimo de dos o tres semanas.
—Sí, así fue. Mencioné el asunto a Dasconetta, quien opinó que un paso semejante excedía las competencias de su departamento, y todo quedó en nada.
Ifness probó su sopa y luego la salpicó con un poco de pimienta.
—En cualquier caso, los hechos eran los mismos, y no necesitas preocuparte.
Etzwane controló su voz con gran esfuerzo.
—¿Cómo pueden ser iguales los hechos cuando una carga de esclavos es llevada a un planeta lejano?
—Hablo en un sentido general —continuó Ifness—. En cuanto a mí, el trabajo me ha llevado muy lejos.
Miró su cronómetro.
—Tengo unos minutos. Los asutra que he capturado en Shant y otros han sido estudiados. Puede interesarte lo que he aprendido.
Etzwane se reclinó en su silla.
—Por cierto, cuéntame sobre los asutra.
Ifness consumió su sopa con lentos movimientos de la cuchara.
—Algo de lo que te diré es conjetura, parte es inducción, parte observación, y otra parte deriva de la comunicación directa. Los asutra son una especie muy vieja, con una historia tremendamente larga. Como sabemos, son parásitos que han evolucionado desde un tipo de sanguijuelas de pantano. Acumulan información en la superficie de los cristales de su abdomen. Crecen estos cristales y crece el asutra. Un abdomen grande indica mucha sabiduría acumulada; cuanto mayor es el almacén, más alta es la casta. Los asutra se comunican entre sí mediante impulsos nerviosos, o quizá mediante telepatía; una formación de asutra es capaz de cumplir las tareas intelectuales más complicadas.
Continuó:
—Está admitido que la inteligencia se desarrolla durante una época de condiciones adversas; así ocurrió con los asutra. Tuvieron y tienen un alto índice de reproducción; cada asutra produce un desove de un millón de unidades, que son orientadas según una de dos maneras y que debe encontrarse con una manera opuesta para hacerse viables. En los primeros días los asutra poblaron hasta el exceso los pantanos y fueron obligados a competir con sus otros habitantes, desafío que les obligó a domesticar a esos otros huéspedes, a construir establos y cobertizos y a controlar su propia tasa de reproducción. Es importante reconocer la dinámica de los asutra, su impulso básicamente psíquico, que es el afán de dominar a un anfitrión fuerte y activo. Esta necesidad es tan fundamental como el impulso que inclina a las plantas hacia la luz del sol, o que lleva a los hombres a buscar alimento cuando tienen hambre. Sólo reconociendo ese impulso de dominación pueden comprenderse las actividades de los asutra, aunque sea superficialmente. Debo señalar aquí que muchas, si no todas, de nuestras teorías originales eran ingenuas e incorrectas. Mis investigaciones, me place decirlo, han iluminado la verdad.
»A causa de su inteligencia, por su capacidad de multiplicar esa inteligencia y por su rapacidad natural, la historia de los asutra ha sido compleja y dramática. Han pasado a través de muchas eras. Hubo un período artificial, durante el cual utilizaron nutrición química, sensaciones eléctricas, conocimiento imaginario. Durante una época de lasitud, unos mecanismos crearon mares de un cieno nutritivo, en los que los asutra nadaron. Durante otra época, los asutra cultivaron anfitriones óptimos, pero éstos fueron conquistados y destrozados por otros asutra sobre anfitriones primitivos del limo original. Pero estos anfitriones arcaicos estaban moribundos y casi extinguidos; los asutra fueron estimulados a la aventura interplanetaria.
Prosiguió:
—En el planeta Kahei descubrieron un medio ambiente casi idéntico al propio, y los ka eran anfitriones compatibles. Los asutra asumieron el control de Kahei, que a través de los siglos se convirtió para ellos en un segundo mundo propio. En Kahei hallaron una circunstancia inesperada e inconveniente. En forma sutil los ka se adaptaron a los asutra, y lentamente los papeles comenzaron a invertirse. Los asutra, en lugar de ser el elemento dominante de la simbiosis, se convirtieron en secundarios. Los ka comenzaron a someter a los asutra a usos poco dignos, como centros de control para maquinaria minera, fabricación de maquinaria y otras tareas desagradables. En otros casos, los ka emplearon a formaciones de asutra, combinados como máquinas capturadoras o instrumentos de referencia; esencialmente, los ka utilizaron a los asutra para aumentar sus propios poderes, en lugar de ocurrir a la inversa. Los asutra objetaron tales arreglos; sobrevino una guerra y los asutra de Kahei fueron esclavizados. A partir de allí, los ka fueron los amos y los asutra sus ayudantes. Los asutra expulsados de Kahei estaban ansiosos por descubrir otros anfitriones. Vinieron a Durdane, donde los habitantes humanos eran tan ágiles, duraderos y eficientes como los ka y mucho más susceptibles de control. Durdane les resultaba demasiado árido para su comodidad; a través de dos o tres siglos enviaron muchos miles de hombres y mujeres a su mundo propio y los integraron a su sistema de vida. Pero todavía codiciaban el mundo Kahei con sus páramos idílicos y sus cenagales deliciosos, y por tanto emprendieron una guerra de aniquilación contra los ka, utilizando a los hombres como guerreros esclavos. Los ka, que no eran un pueblo numeroso, veían una segura derrota por desgaste, a menos que pudieran sofocar el asalto humano. Como un experimento, los ka crearon a los roguskhoi y los enviaron a Durdane a destruir la especie humana. Como ya sabemos, el experimento falló. Después, los ka pensaron en utilizar hombres como guerreros contra los asutra, pero otra vez el experimento fracasó; sus formaciones de guerreros esclavos se rebelaron y se negaron a combatir.
Etzwane preguntó:
—¿Cómo supiste todo eso?
Ifness hizo un ademán. Había terminado la sopa y comía ahora un plato de diversas carnes y fruta conservada.
—He utilizado las facilidades del Instituto Histórico. Incidentalmente, Dasconetta quedó derrotado; pasé por encima de su pedante terquedad y llevé el asunto ante Coordinación, donde encontré un activo apoyo a mis puntos de vista. Los mundos de la Tierra no pueden tolerar la esclavitud humana bajo especies enemigas; ésa es una política fundamental. Acompañé a la fuerza de corrección, con el título nominal de asesor de comandante, pero de hecho dirigí la expedición. Al llegar a Kahei, encontramos que tanto los ka como los asutra estaban exhaustos y desalentados por la guerra. En la región del norte detuvimos una operación de naves de guerra y luego forzamos a hacer una paz, que fue difícil pero justa. Se exigió a los ka que entregaran todos sus asutra y repatriaran a todos sus esclavos humanos. Los asutra abandonaron su intento de dominar a los Kahei y accedieron a devolver a todos los humanos de Durdane. La solución a un problema altamente complicado fue elegantemente simple, y dentro de una zona común de comprensión. Y ahí, resumida, tienes delineada la situación actual.
Ifness bebió de su taza de té de verbena. Etzwane se inclinaba en su silla. Pensó en las naves plateadas y blancas que habían apartado a las naves ka de los globos negros asutra. Con una punzada de humor amargo recordó cuan indefenso y apático había sido el campo de entrenamiento y con qué facilidad había sido tomado por él y por sus hombres. La nave espacial de la que se había apoderado con tan severa determinación… realmente había venido para llevarlos de vuelta a Durdane. ¡No era de extrañar que la resistencia hubiera sido tan escasa!
Ifness le habló con voz de amable preocupación.
—Pareces perturbado. ¿Te ha molestado mi relato?
—En modo alguno —dijo Etzwane—. Como tú dices, la verdad destruye muchas ilusiones.
—Como puedes comprender, estuve preocupado por cosas importantes y no pude atender a los alula cautivos, que presumiblemente vagan de nuevo a lo largo del río Vurush. —Miró su cronómetro—. ¿Qué hiciste después de nuestra separación?
—Cosas de poca importancia —dijo Etzwane—. Después de algunos pequeños inconvenientes volví a Shillinsk. Traje tu bote de vuelta a Garwiy.
—Eso es muy atento de tu parte. Dasconetta envió un vehículo espacial hasta Shillinsk para buscarme, y desde luego lo utilicé. —Ifness miró su cronómetro—. Si me disculpas, debo partir. Nuestra vinculación ha abarcado varios años, pero dudo que nos veamos de nuevo. Voy a dejar Durdane y no me propongo volver.
Etzwane se reclinó en su silla, sin decir nada. Pensó en sitios lejanos, en ríos que fluían, en clanes nómadas. Recordó el terror a bordo de la nave transporte y la muerte de Karazan; pensó en los páramos de terciopelo negro y en las ciénagas negras y púrpura; se acordó de Polovits y de Kretzel.
Ifness se había incorporado. Etzwane le dijo:
—En Shagfe hay una anciana llamada Kretzel. Conoce catorce mil cantos del Gran Canto de los ka. Ese conocimiento morirá con ella.
—Interesante —Ifness vaciló, acariciándose el largo mentón—. Remitiré esa información al departamento adecuado y Kretzel será entrevistada, sin duda con beneficio para ella. Y ahora…
Etzwane dijo abruptamente:
—¿Te hace falta una ayuda, un asistente? —no había querido formular la pregunta; las palabras habían salido solas.
Ifness sacudió la cabeza con una sonrisa.
—Esa vinculación no sería práctica, Gastel Etzwane. Adiós.
Etzwane se quedó sentado, quieto y solo durante quince minutos. Luego se incorporó y fue a otra mesa a través de la habitación. Su apetito había desaparecido; pidió una botella de vino tinto. Reparó en la música: Frolitz y los suyos interpretaban una agradable melodía de las serranías de Lor-Asphen.
Frolitz vino junto a la mesa. Puso una mano en el hombro de Etzwane.
—El hombre se fue, y mejor así. Ha tenido una influencia perniciosa sobre ti; de hecho, te ha distraído de tu música. Ahora se fue y las cosas serán como antes. Ven a tocar tu khitan.
Etzwane miró en las profundidades del vino helado, estudiando sus luces y colores.
—Se ha ido, pero hoy no tengo estómago para música.
—¿Estómago? —se burló Frolitz—. ¿Quién toca con el estómago? Utilizaremos las manos y el aliento y alegres inclinaciones.
—Es cierto. Pero mis dedos están torpes; afligiría a los otros. Esta noche me sentaré y escucharé y tomaré un vaso de vino o dos. Mañana decidiré.
Miró hacia la puerta, aunque sabía que Ifness se había ido.