Era un día de mediados de setiembre cuando el teléfono rojo sonó. Kris, que se hallaba bien arropado bajo la caliente manta de su cama, se despertó y se frotó los ojos. El teléfono volvió a sonar otra vez. Trató de ver qué hora era en la esfera luminosa de su reloj de pulsera pero no pudo. El teléfono volvió a sonar por tercera vez.
—¿Qué ocurre, cariño? —murmuró una mujer de cabellos rubios que se hallaba acostada con él.
—No ocurre nada, nena. Vuélvete a dormir.
La mujer volvió a envolverse en la manta mientras Kris cogía el receptor del teléfono al sonar éste por cuarta vez.
—¿Qué ocurre? —dijo con voz pastosa.
—El rey de Canaan necesita tus servicios —dijo una voz al otro lado del hilo telefónico.
—Espera un momento, te hablaré desde el teléfono de mi despacho —le respondió Kris, incorporándose y pulsando el botón de la extensión.
Acto seguido se levantó de la cama, colgó el auricular y, desnudo, atravesó el inmenso dormitorio sumido en la oscuridad. A tientas, tocando las paredes con las manos, pudo orientarse por el pasillo y llegar hasta su despacho.
Una vez allí, descolgó el auricular del teléfono y dijo:
—El rey tiene miedo del diablo, y el diablo tiene miedo de la cruz.
Estas palabras constituían la contraseña.
—Kris —dijo la voz al otro extremo del hilo—, se trata de SPIDER.
—¡No es posible! ¿Dónde se encuentra?
—En Estados Unidos. En Alabama, California, Washington, Texas…
—¿Hablas en serio?
—Lo suficientemente en serio como para despertarte a estas horas de la noche, ¿no te parece?
—Tienes razón, perdóname. Es que aún estoy medio dormido. ¿Qué hora es?
—Setiembre y medio.
—¿No hay otro que se pueda encargar de este asunto? —preguntó Kris, mientras se pasaba la mano por los cabellos.
—Belly Button se estaba encargando del mismo.
—¿Entonces…?
—Lo hemos encontrado flotando en el mar a la altura de la costa de Galveston. Seguramente ha estado allí casi una semana. Se ve que le pusieron una carga de plástico atada a los muslos…
—Bueno, bueno, no me describas este cuadro tan horripilante. Bastante tengo con haber sido despertado a tan altas horas de la noche cuando mejor me encontraba en la cama. ¿Existe algún dossier?
—Te está esperando en Hilltop.
—Estaré allí dentro de seis horas.
Kris colgó el auricular, pulsó un botón y escondió el teléfono rojo en un lugar secreto disimulado en la pared de su despacho. Este se hallaba iluminado por una débil luz procedente de una lámpara fluorescente situada en una mesa donde había una figurilla. Las duras y apagadas líneas del rostro de dicha figurilla daban a entender que se trataba de la obra de un Giacometti. Sus ojos eran de un color azul metálico, apenas perceptibles, y su boca, de expresión cruel, parecía haber sido esculpida mediante una incisión recta hecha con un buril.
Kris se acercó a su mesa de despacho, abrió un cajón y pulsó tres veces un botón oculto en el fondo del mismo. Abajo, en el laberinto, PoPo se hallaba sumergido dentro de su cápsula, y, al oír la señal, llenaría la cámara con agua.
—Paz en la Tierra —murmuró Kris, y acto seguido regresó al dormitorio.
PoPo esperaba en la gruta, junto a los tanques de aire. Kris le hizo una señal y se volvió de espaldas. PoPo le ayudó a ponerse el traje subacuático, y cuando Kris ajustó el tubo a su boca, PoPo equilibrio la mezcla de oxígeno.
—¿Kibel, kibel? —le preguntó PoPo.
—Sí, sí —respondió Kris, deseoso de ponerse en marcha.
—Dil-dil, nit pimi —dijo PoPo.
—Sí, gracias, lo necesitaré —respondió Kris, dirigiéndose rápidamente a la cámara de salida, que había sido llenada y vaciada. Luego hizo girar una rueda y la puerta de la cámara quedó abierta. Las frías aguas del Ártico inundaron el suelo de basalto del compartimiento.
—Procura que la planta siga funcionando —dijo Kris, volviéndose—. Y trata de solucionar con la ayuda de CorLo el problema ese de Tier 9. Estaré de regreso para las vacaciones si todo marcha bien.
—Wibel zexfunt —dijo PoPo.
—Sí, para ti tampoco habrá una guerra de juguetes.
Kris cerró la puerta de entrada de la cámara e hizo una señal a PoPo para que la llenara.
El agua era negra y de una temperatura muy próxima a cero grados. La luz existente en el pequeño submarino era la única comodidad de que disponía Kris. Este aceleró la marcha y al cabo de unos instantes se encontraba en camino. Una vez que hubo atravesado el campo de hielo flotante, salió a la superficie, y, una vez allí, aumentó la velocidad del pequeño submarino.
Trescientas millas detrás de él, en algún lugar bajo el océano Ártico, PoPo despertaba a CorLo en ese instante.
Hilltop se hallaba en el interior de una montaña de Colorado. La cima de esta montaña tenía una abertura para que pudiera penetrar el VTOL de Kris. El VTOL era un dispositivo especial del pequeño submarino que te permitía elevarse por el aire cuando las circunstancias lo requerían.
El Capataz lo estaba esperando con el dossier en la mano. Kris lo repasó rápidamente, reteniendo en su memoria todo lo que en él estaba escrito.
—De nuevo SPIDER —dijo suavemente.
Luego, dirigiéndose al Capataz, le preguntó:
—¿No cree usted que las iniciales de esta palabra corresponden a:
Sociedad para la
Polución,
Infección y
Destrucción de la
Ecología y los
Recursos humanos?
El Capataz movió la cabeza.
—¿Y qué es lo que se proponen esta vez? —preguntó Kris—. Pensé que lo habíamos puesto fuera de combate después de aquel jaleo en el Valle de los Vientos.
El Capataz se recostó en su sillón de plástico. Los polifacéticos globos luminosos existentes alrededor de la habitación arrancaban destellos del sillón para luego reflejarlos en las paredes.
—Lo que sabemos está escrito en ese dossier. Se han apoderado de las mentes de esos seis. En cuanto a lo que intentan hacer con ellos, como muñecos, no tenemos la menor idea.
Kris volvió a leer la lista, donde aparecían los nombres de Reagan, Johnson, Nixon, Humphrey, Daley y Wallace.
—Por regla general, podemos protegerles, evitar que les hagan daño…, pero desde que SPIDER ha intervenido en este asunto, todos están frenéticos.
—Ni siquiera me he enterado de esto.
—¡Cómo demonios te ibas a enterar si te pasas la vida fabricando muñecos y figuritas!
—Pues es el mejor trabajo que he hecho en toda mi vida.
—Bueno, no te hagas el ignorante por no leer nunca los periódicos. Pero te doy mi palabra de que éstos son los nombres para esta temporada.
—A propósito —dijo Kris—, ¿qué le ocurrió a ese… cómo se llama… Willkie?
—No dio ningún resultado.
—Estoy pensando en el significado de las iniciales de la palabra SPIDER —insistió de nuevo Kris—. A lo mejor significan lo siguiente:
Sociedad
Para
Intentar
Definitiva
Eliminación
Razas humanas.
El Capataz volvió a mover la cabeza, esta vez un poco molesto.
Kris se levantó y le dijo al Capataz:
—Después de haber examinado este dossier sugiero que lo mejor es que comencemos con este Daley, en Chicago.
—Eso fue también lo que dijo Compgod —asintió el Capataz—. Creo que será mejor que te quedes un momento y veas al Armero antes de marcharte. Te tiene reservadas varias sorpresas.
—¿Es que voy a tener que usar de nuevo esa extraña vestimenta de color rojo?
—De momento, probablemente sólo para que te acostumbres a ella. Pero aún es pronto para utilizar la vestimenta roja.
—¿Qué hora es?
—Setiembre y medio.
Cuando Kris salió del subterráneo, la señorita Siete-Diecisiete puso ojos de asombro al contemplarlo. Luego Kris se dirigió hacia ella caminando con paso atlético y con esa agilidad que sólo proporciona un cuerpo dotado de músculos bien entrenados. En esto se distinguía Kris del resto de los demás agentes, pues la mayoría de ellos no eran más que meros oficinistas. La señorita Siete-Diecisiete se preguntó de dónde le había venido la idea de que los espías debían ser unos verdaderos adonis. Probablemente por haber leído un gran número de novelas de espionaje. Gracias a éstas se había enterado de que pinchando el nervio trigémino se provocaba un fuerte dolor, y que golpeando con las palmas de las manos ambos oídos se podía derribar a tierra, inconsciente, al más poderoso enemigo. Tácticas que daban un resultado idéntico al que se habría conseguido utilizando una piedra, como, por ejemplo, una estatua de Rodin. Pero Kris…
Se acercó a su mesa y permaneció delante de ella silencioso hasta que la señorita Siete-Diecisiete levantó los ojos.
—Hola, Chan —le dijo.
Era muy doloroso para ella volver a encontrarse con Kris. Aún no se había borrado de su mente aquella noche en las Bahamas, bajó la cálida luz de la luna, mientras la brisa nocturna susurraba en sus oídos como una celestial música de fondo a su insensata pasión. Luego el adiós. Después la larga espera. Y finalmente un informe comunicando que Kris había muerto en el Tíbet. Sí, no lo había podido olvidar a pesar del tiempo, transcurrido. Y ahora, he aquí que estaba delante de ella… en ese preciso momento… a su lado. También recordó aquella cicatriz que le cruzaba el pecho, ahora cubierta por la camisa. Aquella cicatriz que le dejara la herida provocada por el sable de Tibor Kaszlov… Sí, conocía palmo a palmo todo el cuerpo de Kris… Estaba tan absorta en aquellos recuerdos que parecía que se le había hecho un nudo en la garganta y no podía hablar.
—Vamos, tonta, responde —insistió Kris.
Este comprendía su actitud.
—Kris está aquí, señor —informó ella por el teléfono interior, y al instante una luz roja se encendió en su cuadro de mandos.
—El Armero desea verte inmediatamente —le dijo ella, sin levantar los ojos.
Kris se dirigió hacia una pared de piedra, como si intentara atravesarla, y, cuando estaba a unos escasos centímetros de ella, ésta se deslizó automáticamente, permitiéndole el paso al taller del Armero. La pared volvió a cerrarse, y entonces Siete-diecisiete se dio cuenta de repente de que durante aquella larga espera (así, al menos, se lo pareció a ella) había tenido las manos tan fuertemente apretadas que se había clavado las uñas en las palmas, haciéndolas sangrar.
El Armero era un hombre delgado y rudo, muy aficionado a coleccionar pipas y trajes. Sus chaquetas eran hechas especialmente para él en Saville Row, y estaban provistas de muchos bolsillos con el fin de poder llevar en ellos una infinidad de herramientas que necesitaba constantemente para construir sus pipas.
—Me alegro mucho de verle, Kris —le dijo al agente mientras le estrechaba la mano—. Buen traje este que lleva. ¿Es de hilo?
—No, es de fibra sintética —respondió Kris, girando lentamente para que el Armero pudiera apreciar su chaqueta de estilo eduardiano—. Me la hizo mi sastre de Hong Kong. ¿Le gusta?
—Sí, es muy elegante —dijo el Armero—. Pero no estamos aquí para discutir la elegancia de nuestras respectivas, indumentarias, ¿no le parece?
Ambos rieron durante unos segundos.
—Acérquese, por favor —le dijo el Armero, dirigiéndose hacia un bastidor donde estaban colgados varios trajes—. Creo que alguno de estos trajes le agradará.
—Creí que esta vez no tenía que utilizar el traje rojo —respondió Kris, al verlo colgado en el bastidor.
—¿Quién le ha dicho eso? —dijo el Armero, asombrado.
—El Capataz —respondió lacónicamente Kris.
—Ya veo que este hombre se olvida de cuál es su deber, yéndose de la lengua en lo que no le concierne.
Kris se dio cuenta de que el Armero estaba molesto, pero no hizo caso y se limitó a preguntarle:
—Enséñeme qué tiene ahí.
El Armero sacó de un cajón un aparato en forma de linterna (parecido a una pluma estilográfica). En el extremo superior disponía de un ganchito para sujetarlo al bolsillo de una camisa o una chaqueta.
—Estoy muy orgulloso de mi invento —dijo el Armero, mientras encendía su pipa.
Kris cogió aquel extraño aparato y lo examinó. Luego, volviéndose, comentó:
—Es excelente. Muy compacto.
El Armero daba la impresión de un hombre que ha comprado un coche nuevo y está esperando que su vecino le pregunte cuánto le ha costado.
—¿Por qué no me pregunta para qué sirve?
—¿Para qué sirve?
—Este aparato extiende oscuridad en un radio de acción de unos tres kilómetros.
—¡Fantástico!
—No es para tanto, pero me siento muy orgulloso de él. Basta girar a la derecha el gancho para que…
El Armero se interrumpió y sujetó la mano de Kris al ver que éste se disponía a efectuar aquel movimiento.
—No, no lo haga. ¿No comprende que dejaría a oscuras todo Hilltop? Este aparato se debe utilizar cuando uno se encuentra en un apuro y necesita que todo quede a oscuras para poder huir.
—Bueno, ¿y qué tiene de particular ese traje que veo ahí? —le preguntó Kris.
—Pues verá usted —respondió el Armero—. Hasta el día de hoy se han inventado muchos artefactos, tales como los cohetes, los fusiles del calibre 30, el napalm, los gases venenosos, el lanzallamas, los explosivos de plástico, el bolo, las bolas, el boomerang, el machete, la máscara antigás, los polvos para ahuyentar a los tiburones y microfilmes que pueden encerrar el contenido de cien voluminosos libros. Pero esta vez hemos conseguido descubrir algo verdaderamente asombroso en este laboratorio.
Kris parecía no hacer caso de las palabras del Armero, limitándose a decir, mientras tocaba de nuevo aquel extraño traje, que le parecía pesado.
—Sí, es posible que sea pesado —respondió el Armero—, pero esta vez hemos conseguido algo realmente sorprendente.
—Ya veo que aquí se trabaja de firme.
—Gracias, Kris.
—Se lo digo sinceramente.
—Sí, me consta. Pues, como iba diciendo, esta vez hemos conseguido que el traje quede completamente automatizado. Cuando se aprieta este tercer botón de la chaqueta, el traje se llena de aire, y entonces es apto para volar a una relativa altura.
—Pues si alguna vez me caigo me encontraré como una tortuga boca arriba.
—Es muy inteligente, Kris, pero si se fija bien verá que el traje dispone de unos giroscopios, lo que permite permanecer a cierto nivel de altura. O dicho de otro modo, nunca puede caerse teniendo puesto este traje.
—Sí, soy muy listo, gracias. ¿Qué cosa más me tiene reservada? ¿Otro extraño aparato?
—Sí, hay otra cosa más —dijo el Armero mientras se dirigía al cuadro de mandos y presionaba un botón del mismo.
Inmediatamente, la pared comenzó a deslizarse, dejando ver un túnel. Al fondo de éste se hallaban unas figuras que representaban las dianas de tiro al blanco. El Armero le puso una extraña pistola en la mano y le ordenó que disparara contra aquellas figuras.
—¿Qué le pasó a mi «Wembley»? —preguntó Kris.
—Era un arma muy pesada, no muy segura. En cambio, esta pistola que ahora tiene en la mano es una «Lassiter-Krupp», capaz de disparar rayos láser. ¡Algo sensacional!
Kris cogió la pistola, la apoyó en su brazo izquierdo, apuntó contra aquellas figuras y apretó el gatillo. Un rayo de luz y un agudo silbido brotaron del cañón de la pistola. Instantáneamente, todas las figuras existentes en el fondo de aquel túnel secreto desaparecieron como si se hubieran derretido. Al mismo tiempo, trozos de roca de las paredes salieron disparados en todos los sentidos mientras se oía un ruido estremecedor.
—¡Santo Dios! —exclamó Kris, volviéndose hacia el Armero—. ¿Cómo no me previno de antemano? Por otro lado, considero que se trata de un arma sin valor, pues su utilización haría correr mucho riesgo al que la usara. En todas mis operaciones necesito pasar inadvertido, y ¿cómo voy a conseguirlo con un arma como ésta? Este artefacto sería apropiado para hacer volar el peñón de Gibraltar, pero sería ridículo pensar que podría utilizarse para un combate cuerpo a cuerpo. Tenga, aquí tiene su arma —añadió Kris, tendiéndosela al Armero.
—Es usted un ingrato.
—Vamos, devuélvame mi «Wembley» —respondió Kris—. Es usted un lunático.
—Ahí la tiene, está junto a la pared. Ya veo que no sabe comprender ni valorar el progreso. Es usted un esclavo del inmovilismo técnico.
—Envíeme el traje a la ciudad de Montgomery, en Alabama —respondió Kris, cogiendo la «Wembley» y dirigiéndose hacia la puerta.
—Puede que lo haga y puede que no.
—Escuche, genio —dijo Kris, deteniéndose en el umbral de la puerta—, no puedo perder el tiempo quedándome aquí y discutiendo con usted sobre armas de fuego. ¡Tengo que salvar el mundo!
—¡Melodrama! ¡Es usted un ignorante y un reaccionario!
—Y usted un chiflado. Odio todas las armas estruendosas, y por eso… odio esa pistola que es capaz de despertar con su tremendo ruido a medio mundo.
Kris se dirigió hacia la pared, la cual volvió a deslizarse, dejándole paso, al acercarse a ella. Antes de que el muro volviera a su posición primitiva, el Armero tiró su pipa al suelo, la pisoteó y exclamó: «Y yo odio esa chaqueta tan ridícula que lleva puesta.»
Desde Shore Drive, Chicago daba la impresión de una inmensa hoguera hecha con basuras. En South Side había de nuevo una huelga. En dirección a Evanston y Skokie podía observarse unas gigantescas espirales de humo negro que se elevaban hacia el cielo. En Evanston, los miembros del DAR se dedicaban a incendiar y exterminar todo lo que tenían a mano, y en Skokie, los activistas del DAR se habían unido a las mujeres del WCTU y habían incendiado las oficinas de una empresa que editaba una revista pornográfica. Parecía que todo el mundo se había vuelto loco.
Kris condujo el «Maserati» que acababa de alquilar por la calle Ohio, deteniéndose finalmente ante la puerta de un motel. Se bajó del automóvil y penetró en el motel por la puerta de servicio. Subió por las escaleras hasta llegar al primer piso, se detuvo ante una blanca pared existente al fondo del pasillo y, utilizando su señalizador sónico, hizo que la pared girase dejando al descubierto una entrada secreta. Rápidamente entró en una habitación, tiró encima de la cama la caja que llevaba y acto seguido sé instaló ante un aparato de televisión de circuito cerrado. Puso en funcionamiento el sistema y segundos después se vio gratamente sorprendido al ver en la pantalla que su «contacto» en Chicago, Frieda, llevaba de nuevo sus largos cabellos sueltos.
—Hola, Diez-Diecinueve —dijo Kris.
—Hola, Kris. Bien venido a Windy City.
—Ya veo que habéis tenido muchos problemas.
—Sí, así es. ¿Cuándo quieres comenzar a entrar en acción? Conseguí ponerme en contacto con Daley.
—Magnífico. ¿Cuándo podré verlo?
—Esta noche.
—Demasiado pronto. ¿Qué estás haciendo en este momento?
—Nada de importancia.
—¿Dónde te encuentras?
—Abajo, en el salón.
—Sube.
—¿Por la tarde?
—Una mente sana en un cuerpo sano.
—De acuerdo, te veré dentro de diez minutos.
—No te olvides de llevar el Réplique.
Vestido completamente de negro, con la «Wembley» oculta en la sobaquera, Kris atravesó el espacio existente entre la zona electrificada y la oscuridad, arrastrándose por el suelo como un cangrejo, hasta llegar á la central.
Dentro de aquel edificio, según le había comunicado el equipo de Diez-Diecinueve, estaba Daley. Se hallaba allí desde hacía casi dos días; incluso durante las huelgas.
Kris le había preguntado a Frieda qué hacía Daley allí en la central. Pero Frieda no había sabido responderle. Aquel misterioso edificio era impenetrable. Pero, fuera lo que fuese, la realidad era que se trataba de algo relacionado con SPIDER.
Kris se acercó cautelosamente a la base de la central. Levantó la vista y observó por un momento sus negras ventanas. Estas se encontraban a unos centímetros por encima de su cabeza. Kris respiró profundamente, sacó su automática de la sobaquera y se acercó a una de aquellas ventanas. De nuevo volvió a respirar profundamente y, haciendo un esfuerzo supremo, dio un salto y penetró en el edificio, lanzándose contra los cristales de la ventana. Una vez dentro, se agachó y sostuvo firmemente la «Wembley» en la mano.
De repente, se encendieron todas las luces de la central. En un instante, Kris se dio cuenta de todo lo que allí había.
Daley se hallaba subido sobre un intrincado mecanismo de relojería, al fondo de la habitación, como si estuviera sentado en un podio. Junto a Daley, tres hombres, envueltos en una vestimenta de color verde pálido, le observaban a través de unos extraños anteojos. Un cuarto hombre tenía todavía apoyada la mano sobre el conmutador que había hecho encender todas las luces interiores. Pero también había muchos más.
Kris observó que de aquel extraño aparato de relojería partían unas conexiones que se extendían por el suelo hasta llegar a unos ganchos en las paredes. Asimismo observó un inmenso sistema de ventilación en una de las paredes.
—¡Deténganlo! —gritó Daley.
Kris vio como los tres hombres vestidos de verde se dirigían hacia él. No podía perder tiempo, pero durante una milésima de segundo aún pudo echarle una ojeada a Daley. Se trataba de un viejo de aspecto diabólico. Aquellos rasgos faciales que en cualquier otro anciano habrían tenido un aspecto afable, en el rostro de Daley se habían convertido en una indescriptible fealdad. Aquel hombre era el diablo encarnado. Totalmente poseído, sin duda alguna, por SPIDER.
Los tres hombres vestidos de verde se dirigieron hacia Kris. Eran unos individuos de elevada estatura, musculosos y con una expresión malvada en sus rostros. Kris no lo pensó un momento y disparó. Al primero lo alcanzó en el vientre, e inmediatamente cayó hacia atrás, tropezando con uno de sus compañeros al que hizo rodar por el suelo antes de morir. Kris siguió disparando hasta alcanzar el rostro del tercer hombre. Este se contorsionó como una muñeca rota, cayendo de rodillas para acabar tendido en el suelo, muerto.
Al cuarto hombre vestido de verde no pareció afectarle en nada la muerte de sus compañeros y se dirigió hacia Kris con las manos extendidas hacia delante, como si tratara de causarle la muerte con alguna llave de karate. Kris no lo pensó un segundo y disparó contra él, matándole. Luego se volvió hacia Daley. En ese momento, éste empuñaba un arma parecida a una lanza, que envió con todas sus fuerzas en dirección a Kris. Este se echó a un lado y pudo esquivarla. Acto seguido se echó a rodar por el suelo hasta llegar al lugar donde se encontraba el sistema de ventilación. Luego se puso de pie y, empuñando su automática, le gritó a Daley:
—¡No me obligue a matarle!
Pero Daley, en lugar de obedecerle, intentó de nuevo lanzarle aquel arma mortífera. Rápidamente, Kris disparó, logrando desviar el arma y haciendo caer a Daley del podio.
Se abalanzó sobre éste y, antes de que Daley pudiera recuperarse del golpe de la caída, Kris ya estaba encima de él aplicándole dos dedos en un punto de la zona clavicular. Aquello habría paralizado todo el cuerpo de Daley si éste no se hubiera quedado inmóvil. Entonces, Kris lo levantó del suelo y lo arrojó al pie del mecanismo de relojería.
Este consistía en una maquinaria muy compleja, llena de cronógrafos y aparatos medidores y a cuyo pie había una especie de tanque de donde emergía un humo negro. Kris estaba absorto tratando de adivinar en qué consistía aquel artefacto y para qué serviría, cuando oyó una especie de murmullo a sus pies. Miró rápidamente y entonces observó algo verdaderamente repugnante: del oído derecho de Daley salía algo que se deslizaba por el suelo, explotando finalmente y convirtiéndose en un polvillo negro de inmundicia. Kris apartó la vista, y cuando volvió a mirar de nuevo, sólo pudo observar un montón de polvo humeante, igual que si alguien hubiera encendido una mezcla de magnesio pulverizado y nitrato de potasa.
Daley estaba tendido en el suelo. Su espalda estaba apoyada contra el frío pavimento. Luego hizo un esfuerzo y trató de incorporarse. Kris se arrodilló junto a él y trató de ayudarle para que se sentara.
—Oh, Dios mío, Dios mío —murmuró Daley, mientras movía la cabeza como si tratara de despejar las ideas de su mente. El aspecto diabólico había desaparecido de su rostro. Ahora sólo parecía un pobre y bondadoso anciano que hubiera estado enfermo durante mucho tiempo.
—Gracias, sea usted quien sea. Gracias.
Kris ayudó a Daley a ponerse de pie y lo apoyó contra el mecanismo de relojería.
—Se apoderaron de mí hace… muchos años —dijo Daley.
—Se refiere a SPIDER, ¿no es así?
—Sí. Se metió dentro de mi cabeza, dentro de mi mente. El demonio. El verdadero demonio. Oh, Dios mío, era espantoso. Me convirtió en un malvado. He hecho cosas realmente horrorosas. Me siento tan avergonzado de ellas… Oh, Dios mío, tengo tantos pecados que expiar.
—Usted, no, su señoría —le dijo Kris—, sino SPIDER. Ellos serán los que expíen todo lo que han hecho.
—¡No, no, no… yo! Yo hice todas esas cosas tan horribles y ahora debo expiarlas. Sí, tengo que reparar todo el daño que he hecho. Pienso destruir todas esas chabolas en que vive tanta pobre gente en South Side. Contrataré a los mejores arquitectos para que construyan casas decentes para esos desgraciados negros a los que utilicé vergonzosamente para mis fines políticos. Pienso barrer todos esos lugares donde la gente vive ignominiosamente, llegando a perder la dignidad y convertirlo todo en una comunidad de seres felices, alegres y honestos. ¡Y libertaré a los Polacks! Y haré que no se vuelvan a utilizar todos esos chanchullos políticos que yo empleé, otorgando contratos de construcción a urbanistas indeseables y sin escrúpulos… Derribaré todos esos horrendos edificios y haré construir otros dignos de ser habitados por seres humanos, no por animales. Desarticularé esa gestapo que he estado utilizando durante todos estos últimos años y contrataré solamente a aquellos ciudadanos que puedan ser un día unos probos y humanitarios policías. Limpiaré toda la ciudad de inmundicia hasta que se convierta en un auténtico jardín. Y cuando haya hecho todo esto, me entregaré a la justicia. Espero que no me condenen a más de cincuenta años de prisión, pues ya no soy joven.
—No se torture la mente, su señoría —le dijo Kris.
Luego, indicando en dirección a la maquinaria de relojería le preguntó:
—¿Para qué sirve este artefacto?
—Tendremos que destruirlo —dijo Daley, contemplando la extraña maquinaria—. Este era el trabajo que tenía que hacer yo para llevar a cabo el programa de seis puntos de SPIDER. Este programa fue elaborado hace veinticuatro años para… para…
Daley se interrumpió de repente, confuso, perplejo, y se mordió el labio inferior.
—Prosiga —insistió Kris—. ¿Para hacer qué? ¿Cuál era el plan de SPIDER? ¿Qué se proponían?
—No lo sé —dijo Daley, retorciéndose las manos.
—Entonces dígame…, ¿quiénes son ellos? Hemos estado luchando durante años contra ellos, pero en este momento no tenemos la menor idea de quiénes son, igual que cuando comenzamos a combatirles. Siempre se autodestruyen igual que ése —añadió Kris, indicando en dirección a la mancha repugnante en el podio—, y nunca hemos sido capaces de capturar uno solo de ellos. En realidad, usted es el único prisionero de ellos que hemos conseguido vivo.
Daley asintió con la cabeza y dijo:
—Todo lo que recuerdo es que son de otro planeta.
—¡Extraterrestres! —exclamó Kris—. Un programa de seis puntos. Es decir, los otros cinco nombres que estaban en el dossier y el suyo. Y cada uno de ustedes tenía que desempeñar una labor que aún ignoramos, que no comprendemos.
—Tiene usted una forma muy simple de ver las cosas.
—Me gusta sintetizar los hechos.
—Amalgamarlos.
—¿Cómo ha dicho?
—Nada. Olvídelo, y prosiga con lo que decía.
—No, no seguiré hablando: es usted el que tiene que hablar y explicarme todo lo que sepa. Dígame para qué servía todo este mecanismo.
—¿Servía? Todavía sigue funcionando. Todavía no hemos hecho nada para detenerlo —dijo Daley.
—¿Y cómo se detiene? —dijo Kris, alarmado.
—Apriete ese botón.
Kris empujó el botón e inmediatamente el artefacto dejó de funcionar. El mecanismo de relojería comenzó a detenerse lentamente hasta que al final quedó totalmente parado. El cucú se volvió azul y murió; las calzas se aplanaron, y toda la habitación quedó en silencio.
—¿Para qué servía este artefacto? —preguntó Kris.
—Creaba y difundía niebla en la atmósfera.
—¿Está usted bromeando?
—No, desgraciadamente no estoy bromeando. ¿Cree usted sinceramente que el humo de contaminación procede de las fábricas, los coches y los cigarrillos? Pues bien, la verdad es que SPIDER se gastó una inmensa fortuna en publicidad para que la gente creyera que el humo de la contaminación era debido a los coches, fábricas y otras cosas por el estilo. Con todo remordimiento he de confesar que durante veinticuatro años he estado diseminando humo de contaminación en la atmósfera.
—Sonofagun —dijo Kris, horrorizado. Luego hizo una pausa, miró fijamente a Daley y le preguntó—: Entonces, puesto que ahora sabemos que los miembros de SPIDER son extraterrestres, ¿qué significan las iniciales de la palabra SPIDER? Yo creo que significan lo siguiente:
Siniestros y
Perversos
Invasores
Decididos a
Eliminar el
Raciocinio.
—No me pregunte nada —dijo Daley—. Nadie me explicó nunca nada.
Acto seguido, se apartó del podio y se encaminó a la puerta de la central. Por un instante, Kris lo observó. Luego cogió una barra de hierro y se puso a destruir la máquina productora de humo de contaminación. Cuando hubo terminado, sudoroso y rodeado de trozos de metal a diestro y siniestro, Kris vio que Daley estaba junto a la puerta abierta que conducía al exterior.
—¿Puedo hacer algo por usted?
—No, nada —le respondió Daley, sonriendo—. Lo único que puede hacer es observar. Ahora que he vuelto a ser un hombre honesto, quiero ver mi último ejemplo de impensada y brutal violencia. Chicago volverá a ser una ciudad pacífica.
—Esperemos que así sea —dijo Kris.
El programa de seis puntos parecía tener su centro en Alabama. Wallace. Pero Wallace estaba llevando a cabo una campaña política, y al parecer el programa de SPIDER necesitaba infiltrar sus ideas en el cerebro de este político. Por esta razón, Kris decidió salvar a Wallace fuera como fuese. El tiempo era un factor importante, pero ahora contaban a su favor con la recuperación de Daley y con la destrucción de la máquina. Todo parecía indicar que el fin de aquellos extraterrestres estaba próximo. Por este motivo, Kris informó a Hilltop que pensaba neutralizar el programa de seis puntos de SPIDER. Ello le costaría bastante trabajo, pero contaba con la ayuda de PoPo en la fábrica. Además era algo que debía hacerse.
Kris recordó con añoranza su casa en el Ártico, su fábrica de juguetes, aquel día en que Blitzen descubrió LSD en unos terrones de azúcar y cómo todos le despidieron con lágrimas en los ojos el día que se marchó.
Kris apartó de su mente todos estos gratos recuerdos y se puso trazar un plan para desbaratar a SPIDER. Cogió la lista y se fijó en el número cuatro…
REAGAN: CAMARILLO,
CALIFORNIA
Reagan había cerrado todas las instituciones psiquiátricas del estado de California por considerar que nadie necesitaba realmente tratamiento psiquiátrico («Son ideas que se les han metido en la cabeza», había dicho Reagan, seis meses antes, durante una cena homenaje a la American Legion y a la que cada asistente tuvo que pagar una entrada de quinientos dólares), y había pensado en otro plan nada ortodoxo.
Aquel día, Kris se encontró con Reagan en el lavabo del primer piso de una hacienda abandonada en Camarillo. Reagan, al ver a Kris por el espejo, se puso a gritar y a pedir auxilio. Uno de sus ayudantes, un hombre vestido de verde, acudió inmediatamente. En su hacienda de Camarillo, Reagan había recogido a todos aquellos individuos a quienes sus hijos, una vez casados, se negaban a cobijar bajo su mismo techo. Estos inquilinos tan extraños tenían que pagar todos los gastos de alojamiento y manutención, desempeñando ciertas labores que Reagan les había encomendado. Reagan siempre había pensado que un sistema adecuado para gobernar un estado era el de pague-como-pueda.
Cuando Kris vio que el hombre vestido de verde se acercaba a él con intención de atacarle, le propinó un terrible puntapié en el bazo, haciendo que éste cayera al suelo sin conocimiento. Luego, Kris se dirigió hacia Reagan con la intención de capturarle y procurar desarraigar de su mente aquellas ideas diabólicas que SPIDER había introducido en ella, y que acabarían por destruirlo. Pero el diabólico y bien parecido Reagan se apartó rápidamente de él, y entonces Kris, horrorizado, vio cómo Reagan comenzaba a cambiar de forma.
Segundos después, no era Reagan el que se encontraba frente a él, sino una hidra de siete cabezas que vomitaba por sus siete bocas: a) fuego, b) nubes de amoníaco, c) polvo, d) cristales rotos, e) gas de cloro, f) gas de mostaza y g) una combinación de halitosis y música rock.
Tres de sus cabezas (la c, e y f) se dirigieron hacia Kris. Este se acercó a una de las paredes, metió la mano en un bolsillo de la chaqueta y sacó una extraña pluma estilográfica. Inmediatamente manipuló en la misma, convirtiendo aquel misterioso instrumento en una espada. Acto seguido, Kris arremetió contra la hidra y en pocos minutos le cortó las siete cabezas.
Para estar seguro de la muerte de la hidra, Kris le clavó el sable en el corazón y echó a correr. El inmenso cuerpo de la bestia cayó inerte al suelo. Después, lentamente, se convirtió en Reagan. Del oído de éste comenzó a salir una especie de sustancia negra que se esparció por el suelo.
Momentos después, una vez que se hubo peinado los cabellos y aplicado una crema a las manchas que tenía en la nariz y en las mejillas, Reagan le pidió perdón a Kris por todos los actos tan horrendos que había llevado a cabo bajo la directriz diabólica de SPIDER. Luego le dijo que ignoraba el significado de las iniciales de esta palabra. Aquello pareció desmoralizar a Kris, pues esperaba que Reagan le revelara el secreto.
Luego, Reagan le explicó a Kris que su labor en aquel programa de seis puntos consistía en utilizar unas enormes máquinas instaladas en el segundo y tercer piso de su hacienda para extender la locura por la atmósfera. Acto seguido, ambos se dedicaron a destrozar aquellas máquinas, lo cual les costó mucho trabajo, ya que estaban construidas con un tipo de plástico muy duro.
Reagan le prometió a Kris que a partir de entonces trabajaría para Hilltop, colaborando en la destrucción de aquel diabólico programa de seis puntos, y que (aquí Reagan levantó la mano como si estuviera jurando ante un tribunal) sería una persona buena y honrada. Asimismo le aseguró a Kris que, para reparar todo el daño que había hecho, disminuiría los impuestos sobre la propiedad, impediría las huelgas de estudiantes en UCLA, y se suscribiría a La Free Press, The Avatar, The East Village Other, The Berkeley Barb, Horseshit, Open City y a otras publicaciones para enterarse de lo que realmente ocurría, y que dentro de una semana instituiría clases diarias de danzas folklóricas y procuraría que reinara la armonía entre todos los miembros de los diferentes departamentos de policía del estado.
Reagan, mientras hablaba, sonreía como un hombre que hubiera recuperado la inocencia de la infancia o aquel temperamento suyo que en cierto modo había perdido.
JOHNSON:
JOHNSON CITY, TEXAS
Ocurrió una semana después de las elecciones. Uno de ellos había sido elegido presidente. Esto no tenía ninguna importancia. El otro pertenecía a la oposición, y entre ambos habían conseguido dividir a la nación. Nixon estaba tratando de hacerse un buen afeitado, y Humphrey procuraba aprender a usar lentes de contacto para que sus ojos pareciesen más grandes.
—¿Sabes una cosa, Dick? Mi problema se reduce básicamente a que tengo unos ojos muy pequeños, como los de un pajarillo.
—Deberías dejar de molestarme y hacerme perder el tiempo —dijo Nixon, volviéndose de espaldas al espejo—. Tengo una reunión muy importante a las cinco y en este momento son las tres y media. Oye, ¿quién es ése?
Humphrey hizo girar su sillón y vio a Kris.
—Adiós, SPIDER —dijo Kris, mientras les disparaba a ambos unos dardos que provocaban el sueño.
Antes de que los dardos llegaran a su blanco, de nuevo aquella maldita sustancia negra brotó de los oídos de ambos políticos, esparciendo un repugnante olor por la estancia.
—¡Maldito sea! —dijo Kris, abandonando la oficina y sin esperar a que Nixon y Humphrey recuperaran el conocimiento. De todos modos, tendría que pasar una semana o dos antes de que ello sucediera. El Armero ya le había explicado la duración de los efectos soporíferos de los dardos. Kris ya sabía que el cometido de ambos políticos, en el programa de seis puntos, consistía en confundir y provocar disensión entre las masas. Ahora todo volvería a la normalidad, se convertirían en buenas personas y el presidente se comportaría como si estuviera delante del cucú de un reloj, observándole y diciéndole no-no, no-no.
La fecha de las Navidades se acercaba rápidamente, y Kris sentía nostalgia de su hogar.
Aunque SPIDER trató de matar a Kris en Memphis, Detroit, Cleveland, Great Falls y en Los Ángeles, no lo consiguió.
WALLACE:
MONTGOMERY, ALABAMA
Santa Claus, vestido con un traje rojo, atravesó la plaza donde se encontraba el edificio del Gobierno Civil del estado, mientras hacía sonar su campanita de bronce. Santa Claus era gordo, jovial, barbudo y, posiblemente, el hombre más destructivo de todo el mundo.
Las oficinas auxiliares del Gobierno Civil se hallaban alrededor de la plaza. Santa Claus sintió como un sudor frío descendía por su columna vertebral. Seguramente, pensó, ello era debido a la cantidad de instrumentos pesados ocultos bajo su traje rojo, lo que le hacía sudar a pesar de aquel frío 24 de diciembre. Las botas se le habían humedecido debido al sudor y pesaban como si fueran de plomo. Por este motivo, se acercó lenta y pesadamente al edificio social y empezó a subir con dificultad las escaleras… mientras observaba.
Todas las tiendas estaban cerradas debido a la festividad de la Navidad. Todo el estado de Alabama le ofrecía facilidades para el cometido que iba a emprender. Sin embargo, se notaba cierto bullicio en la ciudad… y no eran precisamente los niños los causantes del mismo, corriendo de un lado para otro con sus juguetes en las manos, riendo, gritando y locos de alegría. Kris siempre sonreía cuando veía a los niños: eran la única esperanza que le quedaba; tenían que ser protegidos. Por otra parte, el creciente cinismo de los jóvenes comenzaba a irritarle, a pesar de que aquellos muchachos activistas daban la impresión de luchar por destruir todo lo que SPIDER pensaba llevar a cabo. Inconscientemente, aquellos jóvenes estaban cumpliendo una misión mucho mejor que la de sus padres y mayores.
Un hombre, corriendo, con las solapas de su pesado abrigo cubriéndole el rostro hasta las orejas, pasó junto a Santa Claus sin detenerse a depositar una moneda en la copa que éste le tendía. Kris continuó subiendo por las escaleras.
Dentro del sombrero, Kris llevaba un aparato electrónico detector que le indicó que se estaba acercando a Wallace. De no ser por la cantidad de artefactos que Santa Claus llevaba dentro de su traje rojo, habría parecido un hombre esbelto y delgado.
Kris comenzó a llevar a cabo su plan. Dando muestras de una gran habilidad, lanzó unos tubos con ganchos en dirección a una ventana protegida con barrotes. Acto seguido, apretó un botón y por dichos tubos se deslizaron ácidos corrosivos y napalm. Los ácidos disolvieron tanto los barrotes como los cristales de la ventana. El napalm comenzó a arder y, minutos después, la fachada del Gobierno Civil era una gigantesca hoguera.
A continuación, Kris puso en funcionamiento un aparato que llevaba escondido en el traje rojo y que le permitió ascender, como si fuera en un cohete, hasta el techo del edificio oficial. Nadie se había fijado en él: todo el mundo estaba pendiente del violento incendio. Sin embargo, estaba seguro de que, según el programa de seis puntos, lo estarían esperando, aunque no se podrían imaginar que utilizaría este medio.
La segunda fase del plan era muy arriesgada. Kris colocó cargas de plástico a lo largo de los aleros del tejado, depositándolas de forma que cuando hicieran explosión ésta fuera dirigida hacia abajo. A continuación, hizo un orificio circular en el tejado del edificio y oprimió el dispositivo que hacía explotar las cargas de plástico. Después de la explosión, Kris sacó una granada del bolsillo, le quitó el dispositivo de seguridad y la lanzó por el orificio. Después de oír la breve y aguda explosión, saltó por el agujero, cayendo en el centro de una estancia del Gobierno Civil, donde se hallaban reunidos un grupo de extraterrestres. Sin dudarlo un segundo, sacó la automática y comenzó a disparar contra ellos. Segundos después, las paredes de la habitación se hallaban acribilladas de balazos mientras el suelo de la misma yacían sin vida los cuerpos los extraterrestres que componían la guardia personal de Wallace.
Kris se dirigió inmediatamente hacia la estancia de Wallace, pero las puertas estaban defendidas con barricadas. Sin pensarlo un momento, Kris se quitó su nariz de goma roja y lanzó una granada contra una de las puertas. A través del humo penetró en la habitación en el preciso momento en que Wallace se disponía a huir.
Un grupo de extraterrestres acudió en ayuda de Wallace, interponiéndose entre él y Kris. Este no lo dudó un instante y, empuñando su puñal bolo, se abrió paso a través de aquellos extraños seres vestidos de verde. Wallace se encontraba en aquel instante en el umbral de la puerta que comunicaba con otra habitación. Entonces Kris, cogiendo el puñal por la hoja, lo lanzó contra Wallace en el preciso momento en que éste cerraba las hojas de la puerta. El puñal penetró a través de las mismas cuando ya se hallaban casi cerradas, clavándose en la garganta de Wallace.
Kris observó que al final del corredor había una extraña pared. Oprimió un resorte y la pared se abrió, dejando ver al fondo una escalera de piedra que descendía hasta un lugar donde reinaba la más absoluta oscuridad. Allí, un grupo de treinta extraterrestres le estaban esperando. Kris descendió por aquella escalera y, sacando su automática, comenzó a disparar contra ellos. Los extraterrestres optaron por desaparecer en la oscuridad.
En el fondo, Kris encontró un río subterráneo, y vio las negras aletas triangulares del dorso de unos tiburones. Acto seguido se sumergió en las negras aguas y ya no pudo ver nada más, excepto las aletas de los tiburones.
Cerca de una hora más tarde, todo el edificio del Gobierno Civil de Alabama y muchos de los edificios de la plaza volaron por el aire, después de una tremenda explosión que destrozó incluso los cristales de las ventanas del pueblo vecino de Selma.
Tendida en la cama, se limaba sus largas y pintadas uñas, mientras, de vez en cuando, se detenía para coger un vaso de whisky situado en la mesita de noche y tomar unos sorbos. Las lívidas cicatrices que el hombre tenía en la espalda parecía que atraían su atención. La muchacha de cabellos rubios se humedeció los labios y se incorporó en la cama.
—Luchó hasta el final —dijo Kris—. Ese hijo de perra era el único de los seis a quien realmente le agradaba aquella idea negra que le habían metido en la cabeza. Era un demonio; el peor de todos ellos. No en vano lo escogió SPIDER para llevar a cabo su plan de Seis puntos.
Kris hundió la cabeza en la almohada como si tratase de olvidar todo lo que había pasado.
—He estado esperando tu regreso durante tres meses y medio —dijo la muchacha de cabellos rubios—. ¡Lo menos que podías haber hecho era decirme dónde estabas!
Kris se volvió hacia ella y la cogió entre sus brazos, apretándola contra su cuerpo y deslizando su mano sobre su piel sedosa. La carne de la joven ardía.
—Escucha, nena, es una cosa demasiado espantosa para hablar de ella en este momento. Lo único que puedo decirte es que si hubiera habido una posibilidad de salvar la vida de la madre de Wallace, lo habría hecho.
—¿Murió?
—Todos murieron cuando las cavernas subterráneas volaron por el aire a causa de la explosión. Creo que se hundió la mitad del estado de Alabama. Todos los pueblos restantes permanecieron en pie, pero a oscuras. El nuevo gobernador, Shabbaz X. Turner, ha decretado zona de desastre todo el estado. Asimismo ha organizado la Cruz Negra para que ayuden a los pobres muchachos blancos que se refugiaron donde pudieron después de la explosión. Era evidente que ese miserable Wallace tenía dominado a todo el estado.
—Es horroroso.
—¿Horroroso? ¿Sabes qué papel tenía que desempeñar ese miserable en el plan establecido por SPIDER?
La muchacha le contempló con los ojos desmesuradamente abiertos.
—Yo te lo diré. La función consistía, utilizando unas máquinas muy complicadas, en endurecer el proceso de razonamiento de los jóvenes, con el fin de envejecerlos. Hacer que sus ideas quedaran anquilosadas, duras como el cemento. Cuando destruimos aquella máquina diabólica, todo el mundo comenzó a pensar libremente, sus mentes quedaron sanas y nadie fue ajeno a la idea de que el mundo se encontraba en un lamentable estado. En una palabra, Wallace estaba convirtiendo a los jóvenes en viejos. Había provocado en ellos un proceso de envejecimiento.
—¿Quieres decir que nosotros no envejecemos a medida que pasa el tiempo?
—Claro que no. Era SPIDER quien nos hacía envejecer cada vez más. Ahora todos permanecemos en el estado en que nos encontramos, llegamos hasta la edad de treinta y cinco o treinta y seis años, y luego volvemos a prolongar la vida durante doscientos o trescientos años. Y nada de cáncer.
—¿Eso también?
Kris asintió.
La joven se tumbó en la cama y Kris acarició su vientre con sus grandes manos llenas de cicatrices.
—¿Puedes decirme una cosa?
—Sí, ¿de qué se trata? —le preguntó Kris.
—¿En qué consistía el programa de seis puntos de SPIDER? Quiero decir, dejando a un lado los elementos individuales que hacían que todos se odiaran unos a otros, ¿qué es lo que intentaban?
Kris se encogió de hombros y le respondió:
—Eso, y lo que las siglas SPIDER significan, es algo que probablemente nunca sabremos. Sobre todo ahora que su organización ha sido destruida. Y lo lamento, pues me habría gustado saberlo.
—Y lo sabrás —dijo una voz dentro de la cabeza de Kris.
La muchacha rubia se incorporó en la cama y sacó una pistola que tenía escondida debajo de la almohada.
—Nuestros agentes están en todas partes —dijo ella telepáticamente.
—¡Tú! —exclamó Kris asombrado, aterrorizado, incapaz de comprender lo que estaban viendo sus ojos.
—Sí, desde el momento que regresaste después de Navidad. Yo te traje desde Alabama (por eso nunca encontraste evidencia alguna de que el simbionte de Wallace se había, autodestruido) y mientras tú te recobrabas de tus heridas yo me deslicé e invadí esta pobre cáscara. ¿Qué es lo que te hace pensar que nos has vencido, imbécil? Nosotros estamos en todas partes. Llegamos a este planeta hace sesenta años; si consultas tu historia comprobaras la fecha exacta. Aquí estamos y aquí nos quedaremos. Por el momento para emprender una guerra terrorista, pero después, muy pronto, para quedarnos con todo. El programa de seis puntos es el más ambicioso que hemos tenido hasta la fecha.
—¿Ambicioso? —dijo Kris burlonamente—. ¿Te parece normal el odio, la locura, el cáncer, los prejuicios, la confusión, la esclavitud, los humos de contaminación, la corrupción, el hacer envejecer prematuramente a la gente y tantas otras cosas? ¿Pero qué clase de inmundicia sois?
—Somos SPIDER —dijo la voz mientras la rubia apoyaba una aguja en el pecho de Kris—. Y una vez os enteréis de qué es lo que pretende SPIDER, comprenderéis cuál es nuestra intención para con vosotros, pobres y débiles hombres terráqueos. ¡Observa! —dijo la voz.
En ese instante el simbionte de SPIDER salió del oído de la muchacha y se dirigió como un dardo en dirección a la garganta de Kris. Este reaccionó inmediatamente, dando un salto y abandonando la cama. El simbionte no alcanzó la garganta de Kris por cuestión de milésimas de milímetro, pero éste al saltar se hizo daño en el pie al chocar contra la pared. Desesperado, volvió a la cama, cogió a la muchacha y sujetando su mano, que aún sostenía la aguja mortífera, la dirigió en dirección al simbionte. El arma se disparó y, atravesando las sábanas, dio en el blanco.
Instantáneamente, toda la fábrica subterránea de juguetes quedó a oscuras.
Kris sujetó a la rubia con sus manos, y entonces comprendió que el simbionte de SPIDER había retornado al único lugar donde podía estar seguro: dentro de la muchacha. No tenía otra alternativa que matarla. Pero ella tiró lejos la aguja mortífera, y Kris se encontró en la más completa oscuridad, en la cama, sujetando a la muchacha. Tenía que matarla para defender su vida. Entonces, utilizó la única arma que Dios le había dado cuando vino al mundo.
Era un arma especial, y tardó casi una semana en matarla.
Pero cuando todo hubo terminado y la oscuridad desapareció, Kris se sentó en la cama, reflexionando, exhausto y débil como un gatito.
Ahora sabía lo que SPIDER significaba.
El parásito era pequeño, negro, peludo y dotado de numerosas patas. El programa de seis puntos tenía por finalidad hacer que la gente se sintiera mala. Así de simple era aquel programa. Tendía a que las gentes Se sintieran furiosas. Y las personas furiosas se matan unas a otras. Y las personas que se matan unas a otras dejan un mundo lo suficientemente apto para que en él pudiera dominar SPIDER.
Todo lo que tenía que hacer era quitar los puntos entre las siglas[5].
Los resultados sobre el tiempo/movimiento llegaron a la semana siguiente. Indicaban que las entregas durante las pasadas fiestas habían sido las más flojas desde hacía mucho tiempo. Kris y PoPo rompieron los informes y sonrieron. Bueno, el año próximo sería mejor. No era de extrañar que aquel año hubiese sido flojo… ¿Cómo podía ser eficaz un Santa Claus que era realmente un impostor? ¿Cómo podía ser eficaz Santa Claus siendo un PoPo y un CorLo vistiendo un traje rojo de una talla tres veces más grande de la que les correspondía? Pero como la misión de Kris era la de salvar el mundo, no habían podido escoger.
De todas partes llegaron quejas.
Incluso desde Hilltop.
—PoPo —dijo Kris, al ver que el teléfono no cesaba de sonar—, no estoy para nadie. Si me necesitan, que vayan a buscarme a Antibes. Pienso estar durmiendo durante tres meses. Pueden ponerse en contacto conmigo en abril, algunas veces.
Cuando Kris se disponía a abandonar la oficina, CorLo entró corriendo con una extraña expresión en su rostro.
—Gibel gip frisi jim-jim —dijo CorLo.
Kris volvió a sentarse en su sillón, y apoyó su cabeza en sus manos.
Todas las cosas salían mal.
Dasher había dejado preñada a Vixen[6].
—Los muy cabritos no me van a dejar vivir —murmuró Kris, y luego se puso a llorar.