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Abrió los ojos. La oscuridad los envolvía. Gritó y luego dejó caer los brazos.

—Oiga, ¿qué es lo que ocurre? Esperen un momento. Me encuentro muy bien aquí.

Douglas Bailey hizo un esfuerzo para mentir con toda naturalidad. Sintió que su pecho se elevaba y que su pulso se aceleraba.

Le quitaron el casco de inducción de la cabeza. Entonces, Bailey vio el rostro bendito, familiar y típicamente británico de Michael Birdsong, su superior inmediato y el genio del laboratorio donde trabajaba. El saber que se encontraba liberado fue como una onda que recorrió todo su cuerpo.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Birdsong—. ¿Todo ha salido bien?

—Yo… yo… yo no sé…

Bailey se sentó sobre el lecho con las piernas colgando. Aún seguía temblando.

—¿Cuánto tiempo estuve bajo los efectos del experimento a que me sometió?

—No lo cronometré. Pero te lo diré en un segundo.

Birdsong apretó un botón. La máquina se puso a funcionar, produjo un clic y luego expulsó una pequeña cartulina. Birdsong la cogió, leyó su contenido y dijo:

—Alrededor de cinco segundos.

—¿De verdad? —dijo Bailey, dudando de la respuesta de su jefe inmediato—. No está mal. A propósito, éste es el mundo real, ¿no es así?

—¿Qué estás diciendo? Claro que sí. ¿Dónde pensabas que te encontrabas? Dime una cosa…

—No, espera un momento —le interrumpió Bailey—. Se trata de algo muy importante para mí. He recuperado toda mi memoria, pero podría ser falsa. Déjame que la compruebe con la tuya. Esto puede proporcionarnos la clave. ¿En qué estado sé encuentra la epidemia de enfermedades mentales?

Birdsong lo observó detenidamente antes de contestarle.

—Bueno, como tú quieras. Estamos aplicando la ley que regula el crecimiento de las células-fermento. Hemos comenzado elevando el nivel, como tú ya sabes. Lo hemos hecho así con el fin de que algún día podamos comenzar un tratamiento de largo alcance realmente eficaz. Mientras tanto, estamos tratando a las víctimas según los medios de que disponemos. Es lo mejor que podemos improvisar. Este programa tuyo y mío tiende a buscar una respuesta más rápida y más básica. ¿No lo crees así?

—No lo sé.

Bailey puso los pies en el suelo y se incorporó. Luego se dirigió hacia la ventana, poniéndose a contemplar la ciudad y la bahía.

—Tendremos que comprobar mis datos, y seguramente tendremos que buscar más aún, después de que hayamos instalado un factor de seguridad, pues he descubierto que es necesario. Pero más adelante, más adelante.

Bailey se echó a reír como si estuviera al borde de una ligera histeria.

—Por el momento, me alegro de que no existan respuestas básicas, de que aún estemos confundidos con nuestra lenta, superflua e inimaginativa condición humana. Eso significa una cosa: ¡gracias a Dios, me encuentro de nuevo en el mundo real!