Cuando Todd Sloan hizo girar su deslizador en la autopista (así llamada pomposamente, aunque en realidad se trataba de un camino sucio y mal asfaltado) para tomar el sendero que conducía a sus posesiones, vio con asombro que su hijo Neddie, de ocho años de edad, se hallaba subido en una valla esperándole.

—Santo Dios, hijo mío, ¿cómo sabías que regresaría esta mañana? —exclamó su padre—. Yo mismo no lo sabía hasta hace poco más de una hora.

—Hola, papá. Fue Funny quien me lo dijo.

—Te he dicho mil veces que no la llames Funny: el nombre es Fun-Nee.

Todd Sloan había descubierto, hacía tiempo, que los nativos eran telépatas, pero no hasta el extremo de ser tan exactos en sus transmisiones de pensamiento. Esta facultad ponía a los colonos en desventaja, ya que los medarianos podían leer en sus mentes, pero los colonos no.

Neddie se echó a reír y luego cantó:

¿Alguien de aquí ha besado a Funny…, F-U-N-N-Y?

¿Alguien de aquí ha besado a Funny?

¿Hay alguien que quiera intentarlo?

Oh, sus ojos son rojos y su piel es azul,

y ella es muy divertida, muy divertida.

¿Alguien de aquí ha besado a Funny[3]?

¿Sabe alguien aquí por qué?

—No es muy divertido eso que estás cantando, Neddie —le dijo su padre, procurando darle a su voz el tono más severo—. Ella no tiene culpa alguna de que sus ojos, sean rojos y su piel azul, y probablemente nosotros le parezcamos tan raros a ella como ella a nosotros. Y ahora dime una cosa: eso que estás cantando es una parodia de una antigua canción popular que se cantaba en la Tierra hace unos doscientos años. ¿Cómo es posible que la sepas? ¿Dónde la has aprendido?

—Joey me la enseñó. Me contó que su padre le había dicho que no habíamos demostrado tener muy buen sentido metiendo a uno de ellos en nuestra propia casa.

Todd frunció el entrecejo. El padre de Joey era su mayor preocupación como ejecutivo principal de la colonia terráquea. Joseph Scales, hijo, tenía fija en su cabeza la idea de que iba a ser el jefe principal, y Sloan tuvo que hacer lo imposible para que abandonara esa obsesión y poner a Scales en su lugar. Pero esto no podía decírselo a Neddie, ya que Joey era el mejor amigo de su hijo, y su familia se habría sentido avergonzada de haber prohibido la amistad entre ambos por el mero hecho de que el padre de Joey era enemigo de ellos. Quizá, pensó Todd, él y su esposa Myrt eran un poco más civilizados que esa clase de personas, como los Scales y sus discípulos.

Neddie se había subido al deslizador tan pronto como su padre había detenido aquel aparato volador. Acto seguido se dirigieron a casa. Durante el camino, Todd pensó que le sería muy difícil explicarle ciertas cosas a su hijo Neddie, pero lo que no dudó en decirle fue que no estaba dispuesto a permitirle que ofendiera a su huésped, a Fun-Nee.

—Supongo que no habrás estado cantando esa canción delante de Fun-Nee o en algún sitio donde ella pudiera oírla, ¿no es así? —amonestó a su hijo—. Sabes muy bien que ella está aprendiendo muy rápidamente nuestro idioma y podría comprender la letra de esa canción.

—Vamos, papá, no digas eso —dijo Neddie—. Joey dice que tú no tienes que ser educado con esos goops[4].

Goops es una expresión despectiva y no estoy dispuesto a tolerarte que llames así a esa gente, pues Fun-Nee es un miembro de ellos —le respondió su padre.

Esta vez, Todd se irritó mucho con su hijo. En efecto, hacía mucho tiempo que había proyectado un programa, que siempre había sido rechazado en el Consejo por los Scales, para invitar a los medarianos más selectos a visitarlos y evitar así sus recelos. Con ello se proponía que cumplieran su contrato y hacer que la colonia se desarrollara con su cooperación y sin ninguna fricción por ambas partes.

Fun-Nee era el primer experimento, y desde entonces se había esforzado en que acudieran más nativos a vivir durante varios meses con los terrestres. Se había alegrado mucho ante el entusiasmo demostrado por algunos voluntarios. Sin embargo, temía que algunos se opusieran a recibir a aquellos huéspedes en sus propias casas, pues de ser así, su programa haría más daño que bien.

Todd comprendía que era muy difícil que un niño de ocho años como su hijo comprendiera todo esto, pero después de haber hecho un viaje para informar al Consejo, todo su programa tenía que ser hecho público y discutido. Inútil decir que no dudaba en absoluto de que se encontraría con la oposición por parte de la facción dirigida por los Scales.

Por ello se limitó a decirle a su hijo:

—Escucha, Neddie, Fun-Nee es nuestra huésped. Y a los huéspedes no se les insulta. Tampoco debes olvidar que ella procede de una familia medariana muy buena, perteneciente a uno de los principales clanes. De modo que cuando tú y Joey os pongáis a cantar, hacedlo en un lugar donde ella no pueda oíros, para evitar así herir sus sentimientos. Ah, y no llames a los medarianos goops, pues goops es una expresión vulgar y despectiva.

En ese momento llegaron a la casa. Su esposa Myrt, que había oído el ruido del deslizador de su marido, lo estaba esperando en la puerta. Fun-Nee no se hallaba presente, por lo que Todd pensó que probablemente estaría en su habitación. Los Sloans ya se habían dado cuenta de su delicado tacto: ella era incapaz de salir a la puerta a darle la bienvenida a Todd como si fuera un miembro más de la familia y con derecho a ello. Y eso que Todd había estado ausente durante una semana.

Dos días después, decidió consultar personalmente a Fun-Nee, ya que por la tarde tenía una reunión en el Consejo y quería conocer su opinión.

Como Neddie se hallaba ausente, probablemente jugando con Joey en algún lugar, consideró que era un buen momento para que él, Fun-Nee y su esposa Myrt se sentaran en el porche y hablaran tranquilamente. Todd quiso que Myrt estuviera presente, no sólo porque la consideraba una persona más juiciosa que él, sino porque, además, siempre sería más fácil para Fun-Nee si otra mujer estaba presente.

—Me agradaría mucho informarte sobre los resultados de mi viaje, Fun-Nee —dijo Todd, con delicadeza y utilizando palabras simples y cortas.

Era muy difícil comprender las palabras sibilantes del idioma medariano, aunque a él le constaba que ella sabía lo que iba a decirle antes de que hablara. Quizá porque se comunicaban telepáticamente entre ellos mismos, los nativos eran taciturnos y, cuando hablaban, lo hacían de una forma que parecía que silbaban.

Fun-Nee le miró con sus extraños ojos rojos —eran realmente rojos y brillaban como rubíes— y le sonrió curvando sus labios azules alrededor de su desdentada boca. Durante un instante, Sloan tuvo que hacer un esfuerzo para dominar su repugnancia, confiado en que ella no se lo hubiera notado en el rostro. Myrt, por el contrario, sabía dominar sus sentimientos mejor que su marido, por lo que no dio la impresión de haberse dado cuenta de la expresión grotesca de la medariana. Por otro lado, admiraba la colección de ropajes multicolores de Fun-Nee, parecidos a los saris, y que eran utilizados por los nativos de ambos sexos. Myrt tampoco se asustaba cuando Fun-Nee se quitaba la caperuza dejando al descubierto aquel cráneo horroroso y carente de cabellos.

—Me alegro de que haya regresado de su viaje —dijo Fun-Nee—. ¿Vio usted a mi familia? —preguntó ansiosamente.

Todd pensó para sí que aquello era más que una familia; más bien se parecía a una tribu constituida por un grupo de cuatro hermanas casadas con cuatro hermanos, y todo un enjambre de criaturas llamando a sus mayores padre y madre. Durante un tiempo que podía corresponder a una o dos generaciones —y los medarianos eran famosos por su longevidad—, cada grupo-matrimonio, con sus ocho inevitables progenitores, constituían prácticamente un clan que se había extendido por todas partes.

—Sí, vi a tu familia —respondió Todd—. Debería habértelo dicho apenas llegué. Todo el mundo quiere saber cómo te encuentras aquí, si te gusta este lugar y te envían cariñosos recuerdos.

—Soy el primer visitante y ello hace que sea admirada —dijo Fun-Nee, halagada.

—Pues si las cosas se desarrollan de la forma que he calculado y deseo, pronto tendremos algunos visitantes más. Varios miembros de tu familia me dijeron que pensaban venir para hacernos una visita de ensayo. Los que me dijeron esto eran algunos de tus hermanos o hermanas… o quizá tus primos.

—Lo sé; me lo dijeron.

Si se lo habían dicho, tenía que ser mediante transmisión de pensamiento, desde luego, ya que ella estaba a cientos de kilómetros de aquel valle que constituía su tierra natal. Aparte de esto, había una cadena de montañas entre uno y otro lugar. Los familiares de Fun-Nee, pensó Todd, le enviaban cariñosos recuerdos, pero ellos sabían perfectamente cómo se encontraba ella.

Todd pensó para sí: ¿qué pensará esta muchacha de la oposición que existe en el Consejo en contra de los miembros de su clan? Por un momento consideró que debía haberse asegurado antes de la reacción que podría producir entre los miembros de su familia el rechazo de algunos miembros del Consejo.

Por este motivo, Todd se dirigió a ella y le dijo, con mucho tacto:

—Escúchame, Fun-Nee. Esta noche pienso acudir al Consejo y allí preguntaré quiénes de aquí estarán dispuestos a recibir en sus hogares a miembros de tu clan. Estoy seguro de que muchos aceptarán gozosos, pero creo que debes saber que hay algunos entre nosotros que no están de acuerdo con mi plan.

—Mi marido no quiere referirse a gentes que tú te imaginas —intervino Myrt—, sino simplemente a unos viejos que tienen sus prejuicios como todos los hombres de edad avanzada. Todos los ancianos tienen la misma forma de pensar…

—Lo mismo que nuestros ancianos, ¿no es así? —respondió Fun-Nee—. Supongo que no tendrán miedo de que los miembros de mi clan vengan a este lugar. Todos mis familiares son muy buenos. ¿Acaso tienen miedo de nosotros?

—No precisamente miedo, sino que les molesta un poco —dijo Todd—. Bueno, me refiero a unos cuantos nada más. Les dije que debemos darnos cuenta que éste es vuestro mundo, no el nuestro, y que deberíamos estaros agradecidos por dejarnos permanecer en él. Les expliqué, como lo hice la primera vez que fui a tu tierra y te encontré, cuan superpoblado está nuestro planeta. Luego añadí que, puesto que vosotros disponéis de tanto espacio que no necesitáis, lo único que queríamos era una pequeña parte del mismo, donde poder vivir pacíficamente y llevar nuestra propia vida sin haceros ningún daño. Pero, por ambos bandos, existen aquellos —que pensamos que habían desaparecido, pero que aún siguen ocultos— que no ven las cosas como la mayoría.

En aquel momento, Sloan parecía estar oyendo en el Consejo gritar a los Scales sus protestas de siempre: «¡Estos malditos cobardes! ¡Esta gentuza de boca desdentada y cráneos sin cabellos! Lo que tenemos que hacer es echar fuera de nuestro planeta a los goops y dejar que sea gobernado por seres humanos como Dios manda y no por esos indecentes monstruos. ¡Y que el contrato se vaya al infierno!»

—Sí, lo sé —dijo Fun-Nee, con calma—. En nuestro clan ocurre lo mismo: a los viejos no les gustan los cambios, no les agradan las cosas nuevas, no quieren que ustedes estén aquí. Sí, estos ancianos piensan como los Scales de los que usted habla.

—Bueno, Fun-Nee, no nos pongamos a criticar a nadie —intervino Myrt—. Ni de vuestro clan ni de nuestro pueblo. Como Todd dijo, nosotros llegamos a esta tierra buscando un nuevo hogar, un lugar pacífico donde nuestros hijos pudieran crecer y convertirse, en el día de mañana, en buenos hombres y en buenas mujeres. Cuando tú te cases y tengas hijos, comprenderás por qué nosotros lo abandonamos todo y vinimos a este lugar en busca de nuevos horizontes.

—¡Oh, no diga eso, por favor! —exclamó, ruborizada, Fun-Nee.

—Vamos, no tiene ninguna importancia —intervino Todd, que había olvidado decir a su esposa Myrt que para los medarianos era una cosa obscena el hablar de matrimonio y de hijos hasta que un individuo llega a formar parte de un grupo-matrimonio de ocho miembros.

Todd sabía que Fun-Nee estaba esperando que una hermana suya creciera un poco más con el fin de poder entonces casarse ella.

—Lo que quiero que comprendas, Fun-Nee —continuó Todd— es que si en la reunión que tendremos esta noche en el Consejo nadie comparte las ideas que propondré, no debes tomarlo como una cosa personal o hacer caso de ella. Aunque sé que no estarás presente en esa reunión, me consta que te enterarás de todo lo que allí se diga gracias a tu facultad de oír-con-la-mente (era así como los medarianos describían su poder telepático). Ocurra lo que ocurra en el Consejo, ello no debe preocuparte en absoluto.

—Espero que así sea —respondió ella.

—Ya volveremos a hablar más adelante de todo esto, pase lo que pase. Ahora tenemos que marcharnos, Myrt. ¿Verdad, Fun-Nee, que no te importa permanecer dos o tres horas aquí sola? Neddie estará pronto de vuelta, pero como sabe que tiene que irse inmediatamente a la cama, no te molestará.

—Neddie no me molesta nunca —dijo Fun-Nee—. Él no es un niño como Joey. Nos llevamos muy bien los dos.

Para los medarianos era correcto hablar de los niños de los demás, pero no de los niños que tendrían en el futuro.

—Bueno, ya nos ocuparemos de eso también más adelante. Al menos así lo espero.

El salón del Consejo estaba abarrotado. En realidad, todo adulto en buen estado físico se hallaba presente, así como Joseph Scales y sus seguidores, situados en la primera fila y con intenciones nada pacíficas.

Fue peor de lo que él había previsto. Apenas empezó a hablar de traer más visitantes nativos, Scales se levantó y le increpó furiosamente:

—¡Alto ahí, Todd! Esta es nuestra tierra, ¡y queremos que los goops se marchen!

—Tú sabes muy bien, Joe —respondió Todd, esforzándose en contener su ira—, que ésta es también su tierra. Están en su casa, y no tienen por qué permitirnos quedarnos; si lo hacen, debemos considerarlo como una deferencia para con nosotros.

En la primera fila se produjo un gran alboroto y todos protestaron por las palabras de Todd.

—Hay que echarlos a todos de aquí —gritó uno de los partidarios de Scales—. Necesitamos el planeta entero, no una pequeña parte.

—Bill —dijo Todd, tratando de explicárselo todo pacientemente—, aparte del hecho de que esta colonia constituye una diminuta minoría en Medaria, tú sabes perfectamente bien que nuestra colonización se llevó a cabo gracias a un convenio interplanetario. Tú sabías esto antes de firmarlo. Según el convenio, ellos nos permitirían estar aquí a título de grupo experimental, y si todas las cosas iban bien, entonces nos permitirían utilizar todo el territorio que necesitáramos y que ellos, debido a su pequeña población, no utilizan.

—Eso es una tontería. Ellos no son seres humanos. Y nadie hace un contrato con cosas de piel azul y ojos rojos y, por añadidura, sin dientes y sin cabellos.

Entonces se armó un gran tumulto en la sala del Consejo. Por todas partes se oían gritos y vociferaciones. Algunos saltaban sobre sus asientos para manifestar airadamente sus discrepancias. Dos asistentes comenzaron a pelearse. Sloan, como presidente, trataba en vano de imponer silencio golpeando su mesa con el mazo.

Las cosas se ponían cada vez peor. Entonces, Sloan consideró que allí no había más que una solución. Le hizo una señal a uno de los asistentes y de repente las luces se apagaron. Se produjo el silencio. Alguien rió.

—De acuerdo —dijo Sloan—, esto será todo por esta noche. No estoy aquí para dirigir un circo de fieras.

—Oh, sí —dijo una voz—, para eso estás. Tus amigos los goops no son más que animales.

Sloan no hizo caso de aquella interrupción y continuó hablando:

—Si no podemos discutir como seres humanos con edad suficiente para hablar con paz y juicio, creo que lo mejor es cerrar la sesión y esperar a que lleguemos a saber dominarnos. De esta forma no podemos seguir discutiendo.

Las luces volvieron a encenderse. Las puertas se abrieron. Poco a poco, los alborotadores comenzaron a abandonar el salón del Consejo. Parecían estar avergonzados de su conducta, y en sus rostros se reflejaba una rigidez como si hubieran sido sumergidos en agua helada.

Sin embargo, Scales no abandonó el salón del Consejo, y permaneció sentado en su sitio.

—¡Tú no estás aquí para dirigir un mitin e imponer tu criterio a todos los asistentes, Sloan! —gritó Scales, furioso.

—Gracias a ti, ya no estamos celebrando ningún mitin —le respondió Todd Sloan—. La sesión queda suspendida hasta nuevo aviso. Dentro de unos días, cuando todos nos hayamos serenado, nos volveremos a reunir. Espero que durante estos días todos se hayan dado cuenta de que no podemos celebrar ninguna reunión con los ánimos excitados. Así no se puede ir a ninguna parte. Por tanto, la sesión queda suspendida.

Todd Sloan dijo a su esposa Myrt, mientras se dirigían a casa:

—Las cosas no han ido muy bien.

En la calle, varios grupos de hombres y mujeres discutían acaloradamente. Sólo había unos cuantos seguidores de Scales, pero éstos eran los que hacían más ruido. Por un instante, Sloan sintió haber interrumpido aquellas peleas en el salón del Consejo, pues ello habría servido de escarmiento.

—Neddie me dijo que Joey le había hablado de lo que Scales y sus partidarios piensan, si es que esta gente conocen el significado de la palabra «pensar» —dijo Myrt a su esposo—. Pero supongo que antes de armar todo ese alboroto habrán intentado argumentar razonablemente, ¿no es así?

—Esta gente no sabe lo que es discutir razonablemente —le respondió su esposo—. Si no podemos arreglar este asunto, tendré que enfocarlo de otra manera.

—Harías muy bien, ya que Scales desea ocupar tu puesto. ¿No existe algún medio para poder deportar a Scales y a sus partidarios? Para ello podríamos basarnos en que han violado el contrato que todos firmamos.

—¿Cómo vamos a poder deportarlos? —respondió Todd—. No disponemos de medios para hacerlo hasta que hayamos notificado a la Tierra que nos envíen otro grupo de colonos. Y hace mucho tiempo que nuestra astronave se encuentra allí.

—Sí, lo sé, comprendo tu situación —respondió Myrt—. Pero lo que más me preocupa es que este grupo de descontentos puede echar por tierra todo el proyecto, después de lo que hemos trabajado aquí y de todo lo que tú has hecho para mantener relaciones amistosas con los medarianos. Si éstos llegan a molestarse por lo que aquí sucede, pueden «barrernos» con más rapidez que nosotros a ellos.

—No debes preocuparte por eso —respondió Todd—. Los medarianos son gentes muy pacíficas. Sin embargo, si todo continúa así, pueden notificarnos que el contrato queda anulado y que nos marchemos de aquí. Debimos gobernar con más dureza a los nuestros.

—Supongo que los únicos que no aceptan los términos del contrato se reservan sus opiniones para sí —dijo Myrt—. O quizá no se dieron cuenta hasta que llegaron aquí de lo difícil que les sería aceptar a unos seres diferentes a ellos.

Caminaron en silencio. Cuando llegaron a la puerta de la casa, Myrt dijo:

—Espero que Fun-Nee no se haya aburrido toda la tarde sola.

No se había aburrido.

Apenas se marcharon, Neddie había regresado a casa silbando. Lo que silbó fue la tonadilla que su padre le había prohibido cuando se la oyó cantar por primera vez.

Cuando entró en casa, y después de saludar a Fun-Nee (llamándola Funny), se limpió los dientes, se lavó la cara y se fue a dormir.

Fun-Nee, en la habitación que le habían asignado, esperó hasta que estuvo completamente segura de que Neddie se había dormido. Aquello era innecesario, totalmente innecesario, ya que los medarianos sabían que los terráqueos no eran telépatas, pero tomó aquella precaución para estar completamente segura de que Neddie no se enteraría de lo que iba a decir…

Una vez asegurada, Fun-Nee se puso a hablar-y-oír-con-la-mente:

—Esta noche tienen una reunión. Hay mucho alboroto. El hombre en cuya casa vivo, no puede controlarlos, a pesar de todos sus esfuerzos.

—¿Crees que debemos acudir ahí y recogerte inmediatamente? —le preguntó su padre, uno de sus padres.

—Todavía no. Por el momento me encuentro segura. Ya os avisaré si ocurre algo.

—Eres una buena chica —le dijo su padre—. Estamos orgullosos de ti.

—Gracias, padre —contestó Fun-Nee—. Creo que es mi deber para con Medaria.

Cuando los Sloans llegaron a casa, Fun-Nee estaba ya durmiendo.

—Papá —dijo Neddie, pensativamente, dos días más tarde, mientras ayudaba a su padre a alimentar a las gallinas, cuyos remotos antepasados llegaron con ellos en la nave espacial—, creo que ya no me gusta ser amigo de Joey.

—Eso está mal, hijo —respondió Todd—. Siempre habéis sido tan buenos amigos que me extraña que me digas eso. ¿Qué ha pasado entre vosotros dos?

—Ayer, durante el recreo, me dijo que tú eras un ambi… un ambi algo, creo que quería decir ambicioso. Yo le contesté que tú no eras eso, y él me dijo que su padre se lo había dicho. Yo le pregunté qué quería dar a entender con eso, y él me contestó que tú pretendías ser el jefe de todos y dirigir todas las cosas. Que eras un dic… un dic…

—Dictador. Ya comprendo.

—Sí, eso dijo. Y luego, Joey añadió que su padre pensaba quitarte el mando y ponerte en el lugar que te corresponde, abajo, con los goops.

—No se dice goops, sino medarianos.

—Joey los llama goops. ¿Tú no, papá? ¿Cómo puedes ser tú como ellos si tú tienes cabellos en la cabeza y dientes en la boca y una piel y ojos normales?

—En este universo, hijo mío, todos pertenecemos a todos. Todos los seres humanos son iguales en todos los sitios, aunque su aspecto externo sea distinto.

—Joey dijo que por hablar de esa manera tú eres un… bueno, olvidé la palabra. Ah, sí, ahora me acuerdo: su padre dijo que tú eras un amante de los pieles azules.

—Bueno, Neddie, basta ya de hablar de esas tonterías —le interrumpió su padre, secamente.

Pero inmediatamente, Todd añadió:

—Tu amigo Joey dice esas cosas sin comprender lo que significan, limitándose a repetir lo que su padre dice. Lo que tú tienes que hacer cuando él te diga cosas raras es preguntarle inmediatamente qué significan. Entonces te darás cuenta de que no sabe su significado. Creo que he tenido una buena idea, hijo: utilizar a los niños como arma política.

Neddie miró asombrado a su padre.

—¿Puedo ser yo un arma política? —le preguntó ansiosamente a su padre—. ¿Qué es un arma política? ¿Qué tengo que hacer?

—Pues no puedes hacer nada si te enfadas con tu amigo Joey —le respondió Todd.

—Entonces no me enfadaré con él, papá —dijo Neddie—. Y ahora dime lo que tengo que hacer.

—Dame un poco de tiempo para que lo piense, Neddie —respondió su padre—. Vamos, ahora lleva esos huevos a tu madre y prepárate para ir al colegio.

Aquella misma tarde, Todd fue a la habitación de Fun-Nee y le dijo:

—Escúchame, Fun-Nee, ¿crees que has estado demasiado tiempo entre nosotros? ¿Quieres que te lleve de nuevo a tu casa?

Ella le miró sorprendida. ¿Cómo era posible que uno dé aquellos colonos se hubiese enterado de la conversación que sostuvo con su padre? Todd Sloan se dio cuenta de su sorpresa y le sonrió.

—No, tranquilízate, yo no soy telépata, no puedo transmitir mis pensamientos a distancia. Lo que ocurre es que tengo la impresión de que vamos a tener algunos pequeños problemas aquí y no deseo que te veas envuelta en ellos.

—No se preocupe por mí —respondió Fun-Nee orgullosamente—. Estoy a salvo, no me puede ocurrir nada.

Aquel mismo día, Todd le habló a su esposa de la idea que había tenido al hablar con su hijo sobre lo que le había dicho Joey.

—Neddie es un chico muy inteligente —dijo Myrt—. No estaría muy apegado a Joey Scales si no existiera algo que los uniera. Joey tenía también una madre, ya lo sabes. ¿Te acuerdas de la pobre Ellen Scales? Era una mujer superior en muchos sentidos al bruto de su marido.

—Pues lo que ocurre ahora es que Scales está celoso y resentido. Piensa que debe ocupar mi puesto, y lo curioso es que desea hacer lo posible por conseguirlo.

—No lo comprendo; tú fuiste elegido primero, y después fuiste oficialmente reconocido. Por lo tanto, Scales no tiene ningún derecho a ocupar tu cargo.

—Eso es cierto, querida —respondió Todd—. Pero aquí de lo que se trata es que si la situación actual no se resuelve rápidamente, ello puede significar el final de toda la colonia… y quizá de todos nosotros.

—¡Oh, Todd!

Todd la tranquilizó.

—No te preocupes, Myrt —le dijo, repitiendo las mismas palabras de Fun-Nee—. He tomado mis precauciones y no pienso permitir que eso ocurra.

Todo lo que le dijo a Fun-Nee es que tenía que hacerle una visita muy breve a otra «familia» medariana.

—Bueno, voy a hacer algo mejor que eso —dijo, sonriéndole al observar que ella abría desmesuradamente sus rojos ojos y su desdentada boca—. Voy a solicitarle al director de la escuela que le conceda unas breves vacaciones a mi hijo Neddie para llevármelo conmigo.

Fun-Nee era demasiado educada para hacer un comentario, pero Todd pudo observar que su noticia la había alegrado: al no estar Neddie, no estaría Joey…

Neddie, desde luego, se alegró mucho cuando su padre le comunicó que pensaba llevarle con él durante su breve viaje, aunque el director de la escuela le exigió que durante su ausencia no dejara de hacer sus deberes escolares.

—Lo que espero conseguir, hijo mío —le dijo su padre cuando se alejaban de la colonia—, es que Fun-Nee continúe más tiempo entre nosotros, pues, según lo acordado, pronto tendría que regresar con su gente. Por eso quiero que actúes de intermediario.

—¿No pensarás dejarme solo con los goops…, bueno, quiero decir con los medarianos? —preguntó Neddie, alarmado.

—Desde luego que no —le respondió su padre—. Ya le dije al director de la escuela que estarías de regreso lo antes posible. De modo que no te preocupes por eso.

El clan que visitó esta vez era uno que conocía muy bien y con el que sostenía las más amistosas relaciones. El jefe de este clan le prometió toda su adhesión y la más completa cooperación, los medarianos no tenían prejuicios patrioteros.

Contando con esta característica tan típica de los medarianos, Todd había pensado dejar a Neddie jugando con los niños de este clan durante los largos coloquios que pensaba sostener con los principales jefes, con el fin de utilizarlo como un «catalizador» cuando regresaran a casa.

Desde luego, aquello encerraba cierto riesgo: dado que su hijo estaba muy influido por las ideas del hijo de Scales, cabía la posibilidad de que, sin quererlo, ofendiera a sus anfitriones. Pero los consejos de su madre, Myrt, habían cambiado su mentalidad, y Todd observó con satisfacción que mientras él discutía con los jefes principales del clan, Neddie se hallaba jugando alegremente con los otros niños medarianos.

Después de cumplir esta misión, debería luchar contra su propio pueblo, contra su propia gente.

Una cosa que tenía a su favor era que sus partidarios —que en aquel momento constituían la mayoría en el seno de la colonia— tenían muchos hijos e hijas, mientras que Scales y sus partidarios, la mayoría de ellos solteros, carecían de hijos.

De nuevo, Todd Sloan reunió el Consejo, y como sucediera en otras ocasiones, de nuevo Joe Scales y sus partidarios se opusieron a él. Pero esta vez, Todd no tocó el tema de los visitantes medarianos. En lugar de hablar de este punto, anunció, mientras sonreía astutamente, que al final del verano, cuando hubiera terminado la época de la cosecha, iba a haber algo realmente nuevo en la colonia: unas vacaciones para todos aquellos que habían trabajado de firme.

—Desde luego, hemos estado trabajando durante muchos años sin descansar un solo día —dijo Todd—, pero hemos llegado a un punto en que nos podemos permitir unas largas y merecidas vacaciones, y así poder divertirnos.

No necesitó muchas palabras para que aquellos que le escuchaban manifestaran su alegría. Todo el mundo, excepto los consabidos descontentos de siempre, expresaron su aprobación con gozo, y aplaudieron con fervor, entusiasmados. Incluso los partidarios de los Scales manifestaron su escéptica aprobación…, hasta que escucharon los últimos detalles.

—De modo que —continuó Todd— planearemos todo género de diversiones. Estamos organizando un comité, para el cual necesitamos voluntarios, que se encargará de los bailes, conciertos, festivales y otras diversiones. En cuanto a los niños, bueno, todos queremos a nuestros hijos y no vamos a permitir que ellos no participen de estas distracciones, creo que lo mejor será que les proporcionemos un mes de vacaciones, y así, mientras nosotros nos divertimos a nuestra manera, ellos ya encontrarán los medios de divertirse a la suya.

Todos rieron y aplaudieron.

—He pensado que lo mejor sería establecer un auténtico campamento de verano, me refiero a esos que solían visitar los niños en la Tierra, hace unas cuantas generaciones, cuando aún sobraba espacio para esos campamentos infantiles. Inútil decir que mientras nos divertimos, alguien tendrá que encargarse de las cosas esenciales de nuestra colonia. De modo que algunos tendrán que encargarse de esto mientras otros se cuidarán de los niños. Mi esposa y yo estamos dispuestos a encargarnos de ellos, pero necesitamos algunos voluntarios, no muchos.

»A los niños les enseñaremos a tallar la madera, a prestar curas de urgencias, a salvar la vida de una persona que se está ahogando y otras cosas parecidas. Algunos de ustedes se acordarán de una antigua organización llamada Boy Scouts que hacían todo este género de cosas. De modo que habrá juegos, carreras, competiciones deportivas y otras distracciones como por ejemplo canciones alrededor de las hogueras.

»¿Cuántos de vuestros hijos están dispuestos a pasar tres semanas en uno de estos campamentos? No me refiero a los pequeñitos, desde luego, sino a los niños y niñas de seis a catorce años de edad.

Inmediatamente se oyó un alborozo y un griterío por parte de los niños que se hallaban pegados a las paredes del salón del Consejo o junto a las ventanas abiertas del mismo (esta vez la reunión se había celebrado a primera hora de la tarde y por ello también los niños pudieron asistir).

Y entonces…

Joe Scales le interrumpió. Durante unos instantes sus partidarios habían estado cuchicheando entre ellos, y al final había dado un salto poniéndose de pie.

—¿Y dónde piensas establecer, Todd Sloan, esos campamentos? —le preguntó, desconfiado.

—Bueno, eso no está decidido todavía, pero durante mi último viaje, la semana pasada, descubrí un lugar estupendo a sólo tres kilómetros de nuestras fronteras, con bosques, un lago y…

—¿Te estás refiriendo al territorio de los goops? ¿Es que te has vuelto loco, Todd Sloan? ¿Es que pretendes que nuestros hijos se mezclen con esos monstruos? ¿Acaso has invitado a los goops a que envíen a sus chicos al mismo lugar para que sus hijos y los nuestros estén juntos?

—Un momento, Joe —respondió Todd—. Ya discutiremos este punto más adelante. Ahora déjame acabar de decirles a los niños lo mucho que van a divertirse.

—Pues de momento no cuentes con mi hijo —dijo Scales—. Si lo que te propones es que mi chico se mezcle con los de los goops, con los de tus queridos goops, pues me consta que te caen muy simpáticos, estás equivocado. No cuentes con mi hijo.

—¡Ni con el mío tampoco! —gritó otro.

—Lo mismo digo yo —intervino un tercero.

—Yo también sostengo lo mismo —dijo un cuarto—. Se trata de una trampa planeada por esos monstruos de piel azul para contagiar a nuestros hijos.

Los gritos eran pocos, pero muy altos. A éstos se unió el de una mujer, perteneciente a los partidarios de Scales, la cual dijo que no estaba dispuesta a que su hija (una jovencita nada bonita) se contaminara al ponerse en contacto con aquellos hórridos, sucios, violentos y semihumanos nativos.

Entonces se oyeron otros gritos que se oponían a lo que había dicho aquella mujer. El tumulto fue aumentando cada vez más, y Todd temió por un momento que el mitin terminara como el anterior.

Entonces ocurrió algo increíble: su propio hijo le salvó de aquella situación tan comprometida para él. En efecto, Neddie se subió la silla de su padre, y con todas las fuerzas de sus pulmones, gritó:

—¡Silencio todo el mundo! ¡Déjenme hablar!

Hubo risas, aplausos y bromas. Todd no lo habría hecho mejor de no haberse callado su hijo a continuación al ver el efecto que habían provocado sus palabras.

Durante unos instantes, Neddie permaneció azorado, sin saber cómo continuar, y, finalmente, se echó a llorar. Pero su padre le dio un golpecito en la espalda para animarlo y entonces su hijo se dirigió a todos ya sin miedo alguno.

—Mi padre —dijo Neddie— me llevó con él cuando fue a ver a… esa gente, y ellos no se rieron de mí. Aparte de esto, después de estar un poco de tiempo con ellos, uno no se da cuenta del aspecto que tienen, y que a muchos de ustedes no les agrada; son como todo el mundo.

Todd se dirigió hacia la plataforma donde su hijo se hallaba, subido sobre su silla, y le puso una mano en el hombro. El hombro le temblaba, pero Neddie permanecía firme.

—¡Son gente muy buena! —insistió firmemente.

Al oír aquello, algunos comenzaron a aplaudir, y pronto toda la sala retumbaba por los aplausos de los demás asistentes, entusiasmados por las palabras de Neddie.

—Desde luego —intervino Todd—, ustedes ya comprenderán que todo esto es voluntario, absolutamente voluntario. De modo que cualquier niño que desee ir a estos campamentos mientras sus padres se divierten a su modo en cosas propias de su edad, o bien aquellos padres que prefieran tener retenidos a sus hijos en sus casas, durante todo el verano, sólo tienen que decirlo.

—¡Mi hijo no irá a ningún campamento! —gritó Scales.

Pero esta vez no se le unieron sus partidarios; fue el único que se opuso.

—Eso está mal —dijo Todd—. Precisamente había pensado que aquellos chicos que destacasen más por sus cualidades podían formar parte del Consejo como «auxiliares juveniles» del mismo, y ellos se encargarían de organizar los juegos, competiciones y toda esa clase de cosas que a ellos les gustan. Y justamente había pensado en tu hijo, ya que es un jefe nato. Pero si no quieres que vaya con los demás chicos, él se lo perderá.

El rostro de Joey parecía de piedra. Al oír la negativa de su padre, saltó desde el borde de la ventana donde se hallaba sentado y echó a correr en dirección a él. Su padre se dio cuenta de lo que pasaba dentro de aquella cabecita infantil, hizo una mueca y, finalmente, dijo:

—Bueno, bueno, está bien… No quiero que mi hijo no participe en las diversiones de los demás. Si todos los chicos piensan ir, él también irá.

Todd no necesitaba ser telépata para darse cuenta de lo que Joey le había dicho a su padre con su mirada. Pero pensó que debía aprovechar aquella favorable coyuntura. De modo que subió de nuevo a la plataforma y levantó las manos pidiendo silencio.

—De acuerdo, amigos —dijo cuando todos se hubieron callado—. Lo que tengo que hacer ahora es efectuar otro nuevo viaje al territorio de los medarianos y ver qué opinan de la idea de un campamento conjunto. Disponemos de un mes o dos para llevar a cabo este programa, y yo estaré de regreso apenas disponga de más detalles que darles. Cualquiera que desee formar parte del comité, que suba aquí y me dé su nombre.

Así sucedió todo. Tan rápido, tan bien, pero con sus inconvenientes de momento. Pronto, confiaba Todd, todo se arreglaría poco a poco.

Algunos días después, los Sloans se dieron cuenta de que Fun-Nee había cambiado mucho últimamente. Parecía otra mujer, más jovial, más animada. El matrimonio sospechó que ello era debido a que habría recibido buenas noticias de su casa y no había querido comunicárselas.

Fun-Nee se mostró muy entusiasmada con los planes para las festividades del próximo verano (planes que para ella habrían sido algo así como eventuales sucesos sociales) y a Todd se le ocurrió pensar que si ella aceptaba volver a su tierra antes de que los planes fuesen más adelante, podría intervenir cerca de su familia para persuadir a sus amistades a que aceptasen futuras invitaciones.

Para Todd Sloan lo importante era evitar que Scales y sus partidarios siguieran sembrando las semillas del odio entre los colonos y los medarianos. Y si bien ahora todo daba a entender que se había progresado algo en sus proyectos, aún quedaba mucho camino que recorrer.

—Neddie —le dijo Todd a su hijo—, ¿te ha dicho Joey algo sobre el campamento de verano?

Su hijo le contestó que sí, y que ahora volvían a ser tan amigos como antes. A Todd le dolía mucho tener que utilizar a su hijo como espía, pero ello era indispensable para sus planes, ya que de esta forma se enteraría de lo que pensaba hacer Scales: Joey Scales se lo contaba todo a su amigo Neddie.

Sin embargo, Todd tenía la impresión de que Joe Scales había aceptado enviar a su hijo Joey al campamento con el fin de molestar a los niños medarianos. De ocurrir esto, el resultado sería peor que los bellos planes de fraternización que se había forjado. También Todd estaba seguro de que el padre de Joey le había dado órdenes estrictas para que llevara secretamente su plan entre los niños medarianos del campamento y que no le dijera nada a Neddie de esto. Pero como Joey sólo tenía nueve años, un año más que Neddie, era imposible que le ocultara nada a su amigo.

Días después, Neddie le dijo a su padre que Joey se mostraba muy misterioso y que tenía la impresión de que le estaba ocultando algo que iba a suceder muy pronto. Todd no podía conseguir que su hijo llegara a enterarse de qué tramaba el padre de su amigo Joey, pero se le ocurrió la idea de que tal vez él mismo podría conseguirlo, y luego convencerlo de que su padre estaba equivocado y sacarlo de su error. Evidentemente, no tenía muchas esperanzas de conseguirlo, ya que, probablemente, la influencia del padre de Joey sobre su hijo era demasiado grande. No obstante, si pudiera sonsacarle algo a Joey…

No fue necesario.

Cierto día, Fun-Nee se acercó a Todd, y con los ojos brillantes como dos rubíes, le dijo:

—He recibido muy buenas noticias de mi familia. Mi hermana más pequeña ha empezado a florecer; de modo que pronto estará lista y entonces las cuatro podremos casarnos con los cuatro maridos, tal como es nuestra costumbre en el clan.

—Sí que son muy buenas noticias, maravillosas diría yo —respondió Todd Sloan, afablemente.

Sin embargo, en su fuero interno, Todd se preguntaba qué quería dar a entender Fun-Nee con aquello de «florecer»; seguramente los medarianos eran mamíferos, como los colonialistas.

—De modo que ahora soy una mujer. Ahora puedo oír hablar de niños sin sentir vergüenza alguna. Por otro lado, ahora también puedo decir la verdad.

—Eso me parece maravilloso —respondió Todd Sloan—, pero no te comprendo. Quiero decir que siempre he supuesto que decías la verdad.

—¡Oh, no! —exclamó Fun-Nee, jubilosa—. Entre nosotros, los medarianos, cuando una es jovencita, debe ser cortés. Pero hace un rato he hablado-con-la-mente con mi familia y le he dicho a mis padres que usted quiere que nuestros jóvenes y los suyos vivan juntos este verano en un campamento, y ellos han dicho que sí, quizá, pero antes tiene que traer aquí al hombre y a su hijo y dejarme que hable con los dos para decirles la verdad. ¿Me lo permitirá usted?

—¿Te refieres a Joe Scales?

—Sí, a Scales. Tengo que hablar con él. Si me escachan y me hacen caso, entonces todo irá bien. En este caso, mi gente se alegrará y estará dispuesta a ayudar. Pero si no lo hacen, entonces nunca ayudarán.

»¿Cuándo piensa usted traérmelo aquí? También quiero que venga el hijo. Usted también estará presente, y su esposa Myrt. También quiero hablar con Neddie.

—Lo intentaré —respondió Todd, dudoso. Aquélla era una nueva Fun-Nee, no aquella chica tímida y bondadosa que él y su esposa Myrt habían cobijado en su hogar—. Pero supón que no quiera venir, ¿qué ocurrirá entonces?

—Entonces lo lamentará. Dígale esto también. Porque si no quiere hablar conmigo en privado, entonces hablaré yo con él en el gran mitin, y no creo que esto le agrade mucho. No hablemos más. Ya me avisará usted.

—¿Qué crees que debemos hacer? —le preguntó Todd a su esposa Myrt.

Esta, una mujer práctica, le respondió:

—Estoy segura de que aunque sólo sea por curiosidad, vendrá. No creo que sea capaz de hablar con Fun-Nee a solas, pero aquí, en nuestra casa sí, pues esperará encontrar algo para utilizarlo en contra nuestra.

—Me molesta mucho —gruñó Todd, furioso— dejar que él y su hijo entren en mi casa.

—Eso no tiene sentido, querido —respondió Myrt—, pues todos los días su hijo viene a casa a jugar con Neddie. De modo que si por una sola vez viene a casa con su padre para sostener una charla, creo que nada ocurrirá.

—Desde luego, tienes razón —respondió Todd Sloan—. Hay momentos en que me comporto como un niño. Bueno, ya veré lo que puedo hacer. Sin embargo, no sé por qué, tengo la impresión de que no querrá venir.

Pero Myrt era mejor psicóloga que su marido. Dos días después por la tarde, Joseph Scales y su hijo llegaron puntualmente a la casa de los Sloans, aunque en sus rostros se veía que desconfiaban de aquella extraña invitación.

Para suavizar la situación, Myrt había pensado darle a aquella visita el carácter de una reunión social entre buenos vecinos, en la que tomarían algunas bebidas, se charlaría amistosamente, etc. Todd, por su parte, había pensado comenzar la conversación al cabo de un rato, utilizando la diplomacia, es decir, después de hablar de mil cosas intrascendentes. Pero Fun-Nee se opuso a los dos esposos:

—Scales demostrará tener buena predisposición y buen sentido. Por lo tanto, ustedes se limitarán a estrecharle la mano y seré yo quien hable primero.

De modo que fue Fun-Nee quien les abrió la puerta apenas Joe y Joey se acercaron a la casa, y sin hacer ningún gesto de repugnancia cuando ella les sonrió con su boca desdentada, se dejaron conducir por Fun-Nee hasta la salita de estar donde los Sloans estaban esperando.

Todd y Myrt ya habían informado a su hijo Neddie de lo que iba a ocurrir aquella tarde, pero en cuanto a Joey, éste parecía asustado. Bueno, en verdad los dos estaban asustados y nerviosos. Joe Scales hizo una reverencia majestuosa a Myrt, y se limitó a saludar fríamente a Todd y a Fun-Nee.

Fun-Nee condujo al padre y al hijo a sus respectivos sillones. Luego se sentó frente a ellos y les miró fijamente con sus ojos rojos.

—Le he pedido a Todd Sloan que los traiga aquí —comenzó sin rodeos, bruscamente—, porque pienso hablarles con toda claridad de un asunto muy importante.

Hizo una pausa y prosiguió:

Mi gente tiene un poder que ustedes no tienen: hablamos a través de la mente, no con voces como ustedes hacen. Lo que voy a decirles es lo que mi familia y mi gente me han encargado que les diga. Mi palabra es su palabra. De modo que, una vez que haya terminado de hablar, lo toman o lo dejan.

—Oye, Sloan —dijo Scales—, ¿qué significa todo esto? No estoy dispuesto a recibir órdenes de ninguna goop.

Scales comenzó a incorporarse.

—Siéntate, Joe —le dijo—. Fun-Nee me encargó que arreglara esta entrevista, tú aceptaste y aquí estás. No tengo la menor idea de lo que ella piensa decirnos. De modo que comportémonos como personas civilizadas y escuchémosla.

Scales volvió a sentarse a disgusto en la silla. Todd estaba convencido de que si el niño no hubiese estado presente, habría opuesto más resistencia, pero tenía miedo de quedar mal con su hijo. Aquel hijo sin madre era lo que más amaba en la vida, y por eso accedió.

—Ha hecho bien en sentarse —dijo Fun-Nee—. Y ahora escuche lo que voy a decirle.

»Los medarianos aman la paz, no les gusta luchar contra nadie y no odian a ninguna persona. Ustedes llegaron aquí procedentes de otro mundo, nos dijeron que no tenían espacio donde se hallaban anteriormente y que buscaban otro sitio donde residir. Nosotros teníamos tierras que no necesitábamos, les dimos la bienvenida y les ayudamos en todo lo que estaba a nuestro alcance. Nos alegramos de lo que hicimos, les consideramos buenas gentes, buenos vecinos, e incluso aceptamos darles la bienvenida a más gentes de su raza que quisieran venir a nuestras tierras. Pero nosotros no aceptamos a personas que odian, que ofenden, que despiertan malos sentimientos. Hace muchos años nosotros también teníamos esos defectos, pero al final llegamos a controlarlos y convertirnos en gente civilizada. Durante todos estos últimos años hemos sido pacientes, hemos estado esperando que su colonia desterrara para siempre la maldad de algunos miembros que la integran. Para terminar: Todd, sabíamos que usted es amigo nuestro y esperábamos que actuara.

Todd Sloan enrojeció. Le resultaba muy violento y difícil explicar a una persona medariana las necesidades políticas, el proceso de la democracia o de la diplomacia.

Mientras, Joe Scales se daba cuenta de que Todd Sloan no sería capaz de arriesgarse a hablar francamente para que no se malograse el programa que tenía entre manos.

—Pero como ustedes seguían comportándose como siempre —prosiguió Fun-Nee—, nosotros nos preguntamos qué sucedería si dejáramos las cosas tal como estaban. Mientras nos hallábamos ante esta disyuntiva, vino Todd, nos preguntó si alguien de nosotros quería visitar su colonia para que viera realmente cómo eran ustedes. Me escogieron a mí.

—Pues yo creí que habías venido por tu propia voluntad —exclamó Myrt, sorprendida.

Fun-Nee movió su cabeza sin cabellos.

—Ninguno de nosotros actúa por su cuenta. A mí me escogieron por dos razones: no servía para nada, no podía vivir una vida de ser humano hasta que la más joven de mis hermanas «floreciera». Según nuestras leyes, tenía que esperar este acontecimiento para que nos pudiéramos casar con cuatro hermanos. Ahora bien, en cierto sentido vine voluntariamente, y ésta es la segunda razón. Yo era la única de nuestro clan con un estómago lo suficientemente fuerte como para venir a vivir con ustedes.

—¿Cómo puedes decir eso, Fun-Nee? —exclamó Myrt—. Nunca pasó por mi mente…, nunca pude pensar… que ustedes pensaran como nosotros…

—¿Acaso no piensan ustedes lo mismo de nosotros? —respondió secamente Fun-Nee—. Vamos, Myrt, es una cosa natural. Cuando dos seres son diferentes, tan diferentes como para que esa diferencia nos haga sentirnos enfermos, no podemos controlar los sentimientos. Todos los miembros de mi pueblo conocen estos defectos de las personas y saben que ustedes se avergüenzan de nosotros y que se mofan de nuestras características anatómicas. Al decir «todos ustedes» no nos referimos a ustedes los Sloans, pues sabemos que son buena gente. No, Myrt, a ustedes no les podemos censurar nada.

Fun-Nee hizo una pausa y luego prosiguió:

—Pero no podemos decir lo mismo del señor Joseph Scales y sus amigos. Este hombre sostiene que somos diferentes y ello me disgusta. Por eso le odio. Pero, ¿qué se ha pensado usted, señor Scales? ¿Qué se ha figurado? Si nosotros no le gustamos a usted, tampoco usted nos agrada a nosotros. ¿Acaso cree que a mi pueblo le agrada ese horrible color rosa de su piel, esos ojos de mirada muerta que tienen ustedes, ese enfermizo desarrollo de su cabeza y de su cuerpo, esa cantidad de huesos que sostienen su organismo?

Era obvio que aquellas palabras le habían sido dictadas de antemano a Fun-Nee por su padre para que se las dijera a Scales. Pero en aquel instante, Fun-Nee daba la impresión de que las decía como si fueran suyas propias.

Fun-Nee se detuvo para tomar aliento: aquel discurso había agotado todo el aire de sus pulmones. Joe Scales la contemplaba boquiabierto, sin saber qué decir. Por primera vez en su vida, Scales pensó que él podía resultar tan repulsivo a los medarianos como los medarianos a él. Mientras su mente estaba ocupada con este pensamiento, su hijo Joey permanecía a su lado con una expresión de asombro en su rostro y con la boca abierta. Por un instante, la criatura pensó que su saludable piel, sus ojos, cabellos y dientes no eran tan perfectos como él creía.

—Aparte de esto —continuó Fun-Nee—, usted le enseñó a su hijo una canción para mofarse de nuestra hermosa piel, tan brillante como el cielo, y de nuestros bellos ojos, tan rojos como el sol. Y su hijo le enseñó esa canción a Neddie, y éste la cantó en un lugar donde estaba seguro de que yo la oiría. Y no sigo hablando porque todavía no soy una mujer y no puedo pronunciar palabras descorteses.

Neddie estaba a punto de llorar.

—Lo siento mucho, Fun-Nee —susurró—. Pero puedes estar segura que después de aquel viaje que hice con papá cambié de opinión respecto a ti.

—Lo sé, Neddie —respondió Fun-Nee—. No te preocupes. No estoy enfadada contigo.

—Bueno, ¿qué quieren ustedes? —intervino Joe Scales—. ¿Qué nos quiere decir con todas estas palabras? ¿Adónde quiere ir a parar? No dudo que ustedes están molestos con nosotros lo mismo que nosotros con ustedes. Pero puede estar segura que si me hubiera dado cuenta de todo lo que iba a ocurrir, me habría mostrado más cortés con usted, y lo mismo digo de mi hijo. Pero volviendo al tema, ¿qué pretende?

—Lo que pretendo, Joseph Scales —dijo Fun-Nee—, es que ustedes se enteren, de una vez por todas, de que ésta es nuestra tierra, que ustedes están aquí porque nosotros se lo hemos tolerado y que si continúan portándose mal, no respetando nuestros principios, entonces actuaremos. Esta es la última vez que les damos una oportunidad: o aprenden a comportarse como nosotros, o de lo contrario, nos veremos obligados a actuar.

—¿Actuar? —preguntó Scales, gruñendo—. ¿Qué pueden hacernos?

Fun-Nee sonrió, mostrando su boca desdentada.

—Una vez dije que podemos emplear nuestro poder contra todos ustedes. Pero hemos llegado a amar y respetar a nuestro amigo Todd Sloan y a su familia…, bueno, y a casi la mayoría de ustedes. Pero a usted, no. Con usted no tendremos ninguna clase de miramientos si continúa comportándose como hasta ahora.

La única palabra que había oído Scales era «poder».

—¿Qué poder? —preguntó Scales.

Fun-Nee movió su cabeza con tristeza. Luego, contestó:

—¿Nunca ha pensado usted por qué hemos habitado este planeta y les hemos permitido a ustedes que vivan en él al igual que haríamos con otros que llegasen en busca de cobijo? ¿Nunca se ha preguntado por qué sólo tenemos los hijos que queremos, a pesar de que los campos proporcionan todo el alimento necesario para alimentarlos?

—Sí —respondió Scales—; porque llevan un control de la población y porque han hecho prosperar la agricultura. Pero eso también lo hacemos nosotros.

—¿Está seguro de eso? —replicó Fun-Nee—. Entonces, ¿cómo han llegado a superpoblar su planeta y han tenido que venir al nuestro pidiéndonos tierras? Además, ¿son ustedes capaces de marchitar los campos fértiles e invertir el desarrollo de la vida? Nosotros podemos.

—Y nosotros también. Cualquiera puede hacerlo.

—Oh, sí, ustedes son capaces de destruir los campos y matar a los seres humanos. Pero nosotros podemos…

De repente, Fun-Nee cogió a Joey por los hombros y lo atrajo hacia ella. El niño la contempló, medio asustado, medio complacido de ser el centro de la atención de todos los presentes. Luego, Fun-Nee continuó hablando mientras apretaba contra su pecho al pequeño Joey.

—Hace unos cuantos días no hubiera podido hacer lo que voy a hacer ahora, ya que hubiera violado un gran tabú. Pero como usted quiere una prueba, yo se la voy a proporcionar, aunque le aseguro que cualquier medariano podría hacer lo mismo. Voy a hacer que su hijo se vea privado de mente, igual que un animal, durante todos los años que le quedan de vida. Me basta pensar en ello para conseguirlo.

Fun-Nee miró fijamente a los ojos a Joe Scales.

—¡No, Fun-Nee! ¡Fun-Nee, no puedes hacer eso! —gritaron al unísono Todd y Myrt.

Neddie echó a correr en dirección a su amigo, el cual se había quedado inmovilizado debido al shock. Joe se lanzó contra la muchacha, dominado por una mezcla de terror, de frustración y de rabia. Pero al llegar a seis pulgadas de Fun-Nee, quedó frenado como si existiera, una barrera entre ambos. Fun-Nee sonrió y soltó al niño.

—Yo no soy capaz de hacerle daño a un niño, Joseph Scales —le dijo ella, calmosamente—. Pero ahora dígame una cosa: ¿cree que puedo hacerlo?

Pálido y excitado, Scales se encogió de hombros.

—Me imagino que puede hacerlo —dijo el padre de Joey—. ¿Qué es lo que quiere?

En lugar de responderle, Fun-Nee se volvió hacia el matrimonio Sloan.

—Lo siento mucho —dijo ella—. A mi pueblo no le agrada hacer una exhibición de su poder. Pero mis gentes me ordenaron que les dijera la verdad, que les diera una última oportunidad a este hombre y a los que piensan como él: o se deciden a vivir en buena armonía con nosotros o nos veremos obligados a pedirles que abandonen nuestro planeta. También me ordenaron que quemara los campos y matara a las familias de todos aquellos que llegaran a nuestro planeta como enemigos.

Se produjo un silencio impresionante. Todd se puso a recordar aquellos primeros días en la Tierra, cuando se descubrió Medaria, cuando sus civilizados habitantes, parecidos a los seres humanos, le hicieron su increíble y generosa oferta. Recordó que habían firmado un contrato en el que se sostenía que aquel planeta no podía ser conquistado, sino simplemente aprovechar sus recursos. Los medarianos, incapaces de amenazar a nadie, habían ocultado su arma secreta. Pero, a pesar de ello, los jefes de la Tierra habían intentado apoderarse de aquel planeta y descubrir los misterios que ocultaba. Para ello habían enviado un grupo de terráqueos al mismo, con el fin de averiguarlo todo. En el planeta de los medarianos habían montado una colonia experimental, representada por Joseph Scales y los demás miembros del grupo (poco numerosos, pero muy alborotadores). Pero por muy indeseable que fuese Scales, se trataba de un hombre inteligente, juicioso y capaz de cambiar de ideología.

Durante unos instantes, Todd Sloan esperó ansiosamente, mientras su corazón le latía alocadamente en el pecho. Si todo lo que aquel hombre quería era prestigio y reconocimiento, él estaba dispuesto a conceder cualquier cosa con tal de que cooperase en su programa pacífico, que no era otro que el que aceptaban los medarianos.

Todo el mundo seguía en silencio.

A pesar de que Fun-Nee hacía mucho tiempo que había dejado en libertad a Joey, éste permanecía junto a su padre, mirando como si estuviera hipnotizado. Entonces, de repente, se puso a hablar.

Y lo que dijo, con el tono propio de un niño que al fin llega a comprender una cosa fue lo siguiente:

—¡Funny, creo que eres preciosa!

Todd no se pudo dominar y se echó a reír.

Luego se echó a reír Myrt.

Y finalmente, Neddie y Joey rieron al unísono.

Entonces, Fun-Nee…

Y por primera vez en Medaria, la atmósfera resonó con un ruido extraño: las risotadas y el alborozo de Joseph Scales.

Nadie sabía por qué estaba riéndose, pero no podían evitarlo. Aquello era una erupción volcánica, un terremoto planetario, una gigantesca ola de marea alta, algo que arrollaba a todos los allí presentes impidiéndoles dejar de reírse, hizo desaparecer la tensión, el miedo, los prejuicios y el odio que hasta entonces había reinado entre los colonos del grupo de Scales y la gente de Medaria. Se rieron unos de otros y de sí mismos, como sólo pueden hacerlo los seres humanos buenos y sin rencor.

Finalmente, Fun-Nee empezó a limpiarse sus ojos de rubí (y por primera vez, Todd se dio cuenta que sus lágrimas eran de color azul), y dijo:

—¡Y yo también creo que tú eres muy guapo, Joey! Eres un chico guapo para tu pueblo y un chico guapo para el mío. Todo el mundo es hermoso para alguien.

Aquellas palabras les tranquilizaron.

Regresaron a sus respectivas casas, pero esta vez ya no eran las mismas gentes: habían llevado a cabo una experiencia más allá de la voluntad o la razón.

—Debemos comenzar lo antes posible todos nuestros planes para las festividades del próximo verano —dijo Todd—. Como ahora Fun-Nee tiene que regresar a casa para preparar su futura boda —la muchacha medariana enrojeció al oír aquellas palabras, y luego la piel de su rostro se tornó violeta—, tengo que disponerlo todo para llevarla yo mismo junto a su familia. Una vez allí; les preguntaré a sus gentes si desean unirse a nosotros en el campamento y en otros asuntos.

—Oh, sí que querrán, me lo acaban de decir ahora mismo… —dijo Fun-Nee con énfasis—. Y en cuanto a ese campamento… también nosotros haremos igual que ustedes, es decir, convertir a nuestros chicos en «auxiliares del Consejo», y todos ellos trabajarán juntos con los suyos.

—Estupendo. Me imagino que ya podemos contar con dos de ellos.

—¡Nosotros! —exclamó Neddie—. Joey y yo.

—Siempre que tu padre no se oponga, Joey.

—No, yo no me opongo; esto tiene que ser así —dijo Scales.

—Entonces podemos dar por arreglado todo el asunto, y tan pronto como regrese de nuevo aquí, formaremos un comité para que se encargue de los últimos preparativos. (Y si la suerte está de nuestro lado, y el verano resulta bueno para todos, y si Scales mantiene su palabra y sujeta las riendas a sus fogosos partidarios, todo ello puede ser el principio de algo permanente entre dos especies que habitan un mismo mundo.) Pero si las cosas no ocurren como debieran, entonces…

—¡Alto! —exclamó Fun-Nee, interrumpiéndole—. Joey, Neddie, cantad esa canción que tanto os gusta…

Neddie quedó perplejo, mientras que Joey se ruborizó.

—Bueno —continuó Fun-Nee—, ahora todos podemos cantar esa canción, ya que Fun-Nee os quiere a todos, y contenta regresa a su casa, aunque apenada por tener que separarse de todos ustedes. Vamos, ¿qué esperan? ¡Cantemos todos!

Y conducidos por Fun-Nee, Neddie, Joey, Todd, Myrt y Scales sellaron el nuevo pacto para el futuro, con una nueva versión que podía considerarse compuesta precisamente para aquella ocasión:

Oh, todo el mundo aquí quiere a Fun-Nee,

F-U-N N-E-E

Todos quieren a Fun-Nee

y a sus tres hermanas-co-esposas.

La piel puede ser azul o puede ser rosa,

pero los corazones siempre son los mismos.

¡Tanto ella como nosotros,

somos ramas de nuestro mismo árbol galáctico!