EL GRAN FOGONAZO

Norman Spinrad

T menos 200 días... y contando...

Tenían un aspecto demasiado estrafalario para mi gusto, pero esto forma parte del juego: en el negocio del rock, hay que llamar la atención. Y si la Mandala tenía que sobrevivir en LA compitiendo con una red tan poderosa como El Sueño Americano, debía prescindir de mis gustos personales. De modo que después de excavar en los Cuatro Jinetes durante casi una hora, me los llevé a mi oficina para hablar de negocios.

Me senté detrás de mi mesa de despacho Ejército de Salvación (la Mandala es la fábrica de cordones para zapatos más importante del mundo), y los Jinetes se sentaron en las butacas-caballete por riguroso orden.

El número uno, Stony Clarke, primer guitarra y cantante: cabellos rubios hasta los hombros, ojos fúnebres cuando se quitaba las gafas oscuras con montura de acero, y una reputación de acidez servida por un aire truculento. El número dos, Hair, el batería, vestido como un Ángel del Infierno, svásticas y todo, con ojos fanáticos demasiado juntos, haciéndome preguntar si llevaba svásticas porque encajaban con el disfraz de Ángel, o si llevaba el disfraz de Ángel porque le permitía lucir las svásticas en público. El número tres era un gato que se llamaba a sí mismo Super Spade y no bromeaba: llevaba pendientes, cabello natural, una camiseta Stokeley Carmichael y colgada de una correa alrededor del cuello una cabeza reducida de tamaño que había sido blanqueada con líquido de limpiar los zapatos. Era el comodín del conjunto: sitar, bajo, órgano, flauta, cualquier cosa. El número cuatro, que se llamaba a sí mismo Mr. Jones, era el gato más rastrero que yo había visto nunca en un grupo de rock, que ya es decir. Era el que se encargaba de la electrónica. Tenía al menos cuarenta años, llevaba unas ropas de la época Hippy que parecían haber sido confeccionadas por Sy Devore y se rumoreaba que había pertenecido a la Corporation Rand. No hay ningún negocio como el negocio del espectáculo.

—De acuerdo, muchachos —dije—. Sois un poco raros, pero creo que os podré aprovechar. ¿Dónde habéis trabajado hasta ahora?

—En ninguna parte, nene —dijo Clarke—. Somos el Nuevo Estilo. Yo manejaba cristal y ácido en el Haight. Hair era batería de un grupo plástico de Nueva York. Super Spade pretende ser la reencarnación de Bird, y no vale la pena discutir. Mr. Jones no habla demasiado. Tal vez es un marciano. Acabamos de formar nuestro conjunto.

Un detalle acerca de este negocio: los grupos que no tienen manager, pueden conseguirse a un precio más reducido.

—De acuerdo —dije—. Me alegro de daros la alternativa. Nadie os conoce, pero creo que llegaréis. De modo que me arriesgaré y os contrataré para una semana. Desde la una de la madrugada hasta la hora de cierre, es decir, las dos. De martes a domingo, cuatrocientos dólares semanales.

—¿Eres judío? —preguntó Hair.

—¿Qué?

—Cierra el pico —ordenó Clarke. Hair se calló—. Eso significa —me dijo Clarke— que cuatrocientos dólares semanales es muy poca cosa.

—No firmaremos si hay alguna cláusula opcional —dijo Mr. Jones.

—Jones ha dado en el clavo —dijo Clarke—. Actuaremos la primera semana por cuatrocientos dólares, pero después de eso revisaremos las condiciones, ¿de acuerdo?

La perspectiva no era demasiado favorable. Si obtenían un gran éxito, no podría costear su actuación. Pero, por otra parte, cuatrocientos dólares era una suma módica, y yo necesitaba urgentemente algo barato para el cierre del programa.

—De acuerdo —dije—. Pero quiero un acuerdo verbal de que tendré una opción preferente cuando empecéis en serio.

—Palabra de honor —dijo Stony Clarke.

Así van las cosas en este negocio: la palabra de honor de un melenudo.

T menos 199 días... y contando...

Al estar despreocupada de los fines, la mente militar puede ser fácilmente manipulada, fácilmente controlada y fácilmente confundida. Los fines son definidos como los objetivos establecidos por la autoridad civil. Los fines son de la competencia de la autoridad civil, en tanto que los medios son de la competencia de los militares, los cuales tienen la obligación de alcanzar los fines preestablecidos por los civiles mediante la aplicación más ventajosa de los medios de que disponen.

De ahí la confusión sobre la guerra en Asia entre mis clientes uniformados del Pentágono. El fin ha sido claramente establecido: la erradicación de las guerrillas. Pero los civiles se han sobrepasado en sus atribuciones, entrometiéndose en los medios. Los Generales consideran esto como una violación de los términos del contrato. Los Generales (o el grupo de Generales más propensos a la paranoia) están empezando a considerar la dirección de la guerra, la limitación política de los medios, como una conjura de los civiles para desposeerles de sus prerrogativas.

Este aspecto de la situación hubiera sido nefasto para el país, de no haber sido por el hecho de que la creciente paranoia entre los Generales me ha permitido manipularlos al presentar mis dos guiones al Presidente. El Presidente ha autorizado la realización del guión principal, siempre que el guión secundario se revele eficaz para modelar adecuadamente la opinión pública.

Mi guión principal es sencillo y directo. Sabiendo que el mal tiempo convierte a nuestra fuerza aérea convencional, con su dependencia de una exactitud relativa, en ineficaz, el enemigo se ha acostumbrado a agrupar sus fuerzas en grandes unidades y lanzar ofensivas anuales de gran estilo durante la época de los monzones. Sin embargo, esas grandes unidades son muy vulnerables por las armas nucleares tácticas, las cuales no dependen de la exactitud. Convencido de que las armas nucleares no serán utilizadas por consideraciones de política doméstica, el enemigo reincidirá en la formación de grandes unidades durante la próxima estación de los monzones. Una utilización parsimoniosa de armas nucleares tácticas, lanzadas simultánea y científicamente, destruirá un mínimo de doscientos mil soldados enemigos, casi las dos terceras partes de su fuerza total, en un período de veinticuatro horas. El golpe será definitivo.

El guión secundario, de cuyo éxito depende la realización del guión principal, es mucho más sofisticado, debido a que su objetivo es más sutil: la aceptación pública del uso de las armas nucleares tácticas (que en condiciones óptimas sería clamor público). La tarea es difícil, pero mi guión es bastante bueno, aunque algo exótico, y con el pleno apoyo (hasta cierto punto clandestino) de las altas jerarquías militares, de determinados círculos gubernamentales y de los hombres-clave de las compañías de aviación más importantes, los medios de que dispongo parecen adecuados. Los riesgos, aunque estadísticamente significativos, no superan un nivel aceptable.

T menos 198 días... y contando...

Tal como yo lo veo, la red merecía el pago que yo les daba. ¿Acaso no me habían engañado ellos a mí? Realicé cuatro series de mucho éxito para aquellos bastardos, y ellos me enviaron a las minas de sal. ¡Una discoteca! ¡Me enviaron a una asquerosa discoteca! Me convirtieron en un pelanas, los muy granujas. ¡Oh! Según ellos, el Sueño Americano era una mina de oro: el veinte por ciento de los beneficios netos, dijeron. Y como tendrás acceso a todos nuestros escenarios y podrás contratar actores, te harás rico en cuatro días... Y yo, como un tonto, firmé, sin leer la letra menuda. ¿Cómo podía saber que habían montado el Sueño Americano sin capital, a cuenta de los impuestos? ¿Cómo podía saber que tendría que utilizar sus asquerosos escenarios y contratar sus actores, pagándolos de mi bolsillo?

Eran unos granujas, y merecían el pago que les di. No contentos con utilizarme para su truco del Sueño Americano, llegaron a decirme a quién tenía que contratar.

«Contrate a los Cuatro Jinetes, el grupo que está pegando fuerte en la Mandala —me dijeron—. Queremos que actúen en Una Noche Con El Sueño Americano. Están de moda».

«Sí, están de moda —dije—, lo cual significa que me pedirán un riñón. No puedo costearlo».

Me enseñaron más letra menuda: la próxima vez leeré el contrato con un microscopio. Yo tenía que contratar a cualquiera que ellos me dijeran, y pagar el contrato de mi bolsillo. Lo suficiente para que un judío se convierta en antisemita.

De modo que tuve que ir a la Mandala para contratar a aquellos hippies. Procuré no llegar allí antes de las doce y media, a fin de no permanecer más tiempo del estrictamente necesario en aquella casa de locos. ¡Qué horror! Lo que hizo Bernstein fue comprar un club nocturno que había ido a la quiebra, derribar todas las paredes interiores y colocar una tienda gigantesca dentro de la cáscara. En la parte exterior de la tienda instaló proyectores, luces, altavoces, todos los cacharros electrónicos, de modo que en el interior es como estar rodeado de pantallas de cine. Sólo la tienda y el suelo desnudo, ni siquiera un verdadero escenario, únicamente una plataforma sobre ruedas que hacen entrar y salir de la tienda cuando cambian los conjuntos.

El público no es precisamente selecto. Hippies mal vestidos y peor olientes, y el tipo de jóvenes universitarios que se consideran «progresistas» metiéndose en berenjenales como aquel. A los polizontes no les gusta el lugar, y la perspectiva atrae a los alborotadores profesionales.

Un verdadero antro de iniquidad: experimenté la impresión de que entraba en una especie de Casbah. El último conjunto había salido de la tienda y los Jinetes no habían entrado aún, de modo que todo el mundo miraba a su alrededor como esperando que ocurriera algo, y casi dispuesto a hacer que ocurriera. Me quedé junto a la puerta, por si las moscas.

De repente, las luces se apagaron y todo se hizo tan negro como el corazón de un ejecutivo de la red. Apoyé la mano sobre mi cartera: entre aquella multitud, seguro que había más de un carterista. Oscuridad y silencio. Luego, diez latidos, algo que se arrastra a lo largo de mis huesos; pero sé que es un efecto subsónico y no mi imaginación, porque todos los hippies están inmóviles y no se oye volar una mosca.

Luego, brotando de un altavoz gigantesco otro latido, pero pesado, lento, como el latido del corazón de una ballena. La cosa que se arrastra a lo largo de mis huesos parece estar sincronizada con el latido y experimento la sensación de que yo soy aquel enorme corazón que palpita en la oscuridad.

Luego una mancha de color rojo oscuro —tan leve que casi es infrarroja— golpea la plataforma que acaban de entrar. Sobre la plataforma hay cuatro monstruos vestidos con demenciales túnicas negras, bañados por aquella luz roja. Bum-ba-bum. Bum-ba-bum. El latido resuena aún, resuena todavía aquel efecto subsónico que se arrastra en los huesos, y los hippies miran a los Cuatro Jinetes como pollos hipnotizados.

El bajo, un conejo de monte, recoge el ritmo del latido cordial. Dum-da-dum. Dum-da-dum. El batería se une a la juerga. Luego, la guitarra eléctrica, afinada como un gato en trance de ser estrangulado, suelta unos acordes. Bang-ka-bang. Bang-ka-bang.

Es algo espantoso, lo siento en mis entrañas, en mis huesos; mis tímpanos son como una gran vena que late dolorosamente. Todo el mundo se mueve al compás, yo me muevo al compás. Bum-ba-bum. Bum-ba-bum.

Luego, el guitarrista empieza a cantar con una voz ronca y estridente, como si se estuviera muriendo:

El gran fogonazo... El gran fogonazo...

Y el tipo que está delante del tablero electrónico entra en acción y unos anillos de luz empiezan a trepar por las paredes de la tienda, azules al principio, luego verdes a medida que suben, después amarillos, anaranjados y, finalmente, cuando se convierten en un círculo en el techo, rojo-escarlata. Cada círculo tarda exactamente un latido en trepar por la pared.

¡Muchacho, que horrible sensación! Yo era como un tubo de pasta dentífrica que estaba siendo apretado rítmicamente hasta que mi cabeza saliera disparada con aquellos círculos de luz a través del techo.

Y luego aumentaron gradualmente la velocidad. El mismo latido, los mismos acordes, los mismos círculos, el mismo bajo, pero un poco más rápido.

Luego más rápido. ¡Más rápido!

¡Pensé que moriría! ¡Sabía que moriría! El corazón latiendo como un lunático. Los círculos de luz absorbiéndome paredes arriba, hacia aquel agujero rojo que brillaba en el techo.

¡Increíble! Cada vez más rápido y más rápido, hasta que la voz fue un alarido, y el latido un bum, y la guitarra un aullido, y mis huesos saltaban fuera de mi cuerpo.

Todas las luces se encendieron y quedé cegado por la repentina claridad...

Una espantosa explosión de sonido brotó por todos los altavoces...

Luego:

La explosión se convirtió en un rumor sordo y prolongado...

La luz pareció concentrarse en un círculo en el techo, dejando todo lo demás a oscuras.

Y el círculo se convirtió en una bola de fuego.

La bola de fuego se convirtió en una película a cámara lenta de la nube de una bomba atómica, mientras el ruido de fondo se apagaba. Luego, el cuadro se desvaneció en un momento de absoluta oscuridad y todas las luces se encendieron.

¡Qué número!

¡Qué actuación!

De modo que después del espectáculo, cuando les pillé a solas y supe que no tenían ningún manager, ni siquiera una opción de la Mandala, pensé con más rapidez de lo que había pensado en toda mi vida.

Resumiendo, les tomé el pelo a los de la red. Firmé un contrato con los Jinetes, convirtiéndome en manager suyo, y asignándome el veinte por ciento de sus ingresos. Luego los contraté para el Sueño Americano por diez mil dólares semanales, firmé un cheque como propietario del Sueño Americano, me endosé el cheque a mí mismo como manager de los Cuatro Jinetes, y luego dimití como empleado de la red, dejándoles con un pago pendiente de diez mil dólares y quedándome con el veinte por ciento de los ingresos del mejor grupo aparecido después de los Beatles.

¡Qué diablo! El que vive de la letra menuda, perecerá por la letra menuda...

T menos 148 días... y contando...

—No ha visto usted aún la grabación, ¿verdad, B. D.? —inquirió Jake.

Estaba muy nervioso. Cuando se alcanza mi nivel en la estructura de la red, uno acostumbra a poner nerviosos a sus subordinados, pero Jake Pitkin desempeñaba un cargo de responsabilidad y tenía que estar acostumbrado a tratar con ejecutivos de mi categoría. ¿Sería cierto el rumor?

Estábamos solos en la sala de proyecciones. Era dudoso que el proyeccionista pudiera oírnos.

—No, no la he visto todavía —dije—. Pero he oído algunas cosas raras.

Jake tenía un aspecto decididamente desolado.

—¿Acerca de la grabación? —inquirió.

—Acerca de usted, Jake —dije, despreciando el rumor con una fácil sonrisa—. He oído decir que no quería usted que el número saliera al aire.

—Es cierto, B. D. —dijo Jake en voz baja.

—¿Se da cuenta de lo que está diciendo? Al margen de nuestros gustos personales —y personalmente opino que hay algo desagradable en ellos—, los Cuatro Jinetes son el conjunto que está pegando más fuerte en todo el país en estos momentos, y aquel asqueroso jefecillo Herm Gellman nos cobra un cuarto de millón por una hora de espectáculo. El montaje ha costado otros doscientos mil. Y hemos gastado otros cien mil en publicidad. Los patrocinadores se juegan más de un millón de dólares en la aventura. Es mucho dinero para tirarlo por la borda.

—Lo sé, B. D. —dijo Jake—. Y sé que esto puede costarme mi empleo. Téngalo en cuenta. Porque, sabiendo todo eso, continuo siendo partidario de que la grabación no salga al aire. Voy a proyectar la parte final para usted. Estoy absolutamente seguro de que comprenderá mi posición.

Experimenté una horrible sensación en la boca del estómago. Yo también tenía superiores, y la Orden exigía que saliera al aire Un Viaje Con Los Cuatro Jinetes. Por encima de todo. El precio que íbamos a cobrar por un espacio comercial no tenía precedente, y el patrocinador era una gran compañía aeroespacial que hasta entonces no había sido cliente nuestra. Lo que realmente me preocupaba era el hecho de que Jake Pitkin no tenía fama de valiente; sin embargo, se estaba jugando el empleo en este asunto. Tenía que estar muy seguro de que yo me mostraría de acuerdo con él, pues de otro modo no se hubiera atrevido a plantear la cuestión. Y aunque no podía decírselo a Jake, yo no tenía elección en el asunto.

—De acuerdo, proyéctela —dijo Jake por el micrófono del intercomunicador—. Lo que va usted a ver —me dijo, mientras se apagaban las luces de la sala— es el último número.

En la pantalla:

Un plano de cielo azul vacío, con un fondo de suaves y perezosos acordes de guitarra eléctrica. La cámara se mueve a través de unas cuantas nubes hasta recoger un plano sumamente largo del sol. A medida que el sol, un diminuto círculo de luz, se mueve hacia el centro de la pantalla, un sitar se une al fondo de guitarra.

Muy lentamente, la cámara recoge al sol en zoom. A medida que la imagen del sol aumenta de tamaño, el sitar suena con más fuerza, y la guitarra se apaga, y un tambor empieza a marcar el compás. El sitar se hace más ruidoso, el tambor más sonoro y el ritmo más rápido mientras el sol sigue aumentando de tamaño. Finalmente, toda la pantalla queda llena de una luz insoportablemente brillante, detrás de la cual el sitar y el tambor suenan con frenesí.

Entonces, ahogando el sitar y el tambor, una voz gangosa:

Más brillante... que un millar de soles...

La luz se disuelve en un fundido de una hermosa muchacha de cabellos negros, ojos enormes y húmedos labios, y súbitamente el sonido queda reducido a unos suaves acordes de guitarra y unas voces que susurran:

Más brillante... Oh, es más brillante... más brillante... que un millar de soles...

El rostro de la muchacha se disuelve en un primer plano de los Cuatro Jinetes con sus túnicas negras y la misma melodía, apoyada ahora por unos acordes más brillantes de la guitarra eléctrica, se convierte en un canto fúnebre:

Más oscuro... el mundo se hace más oscuro...

Y una serie de planos rápidos al compás del canto:

Una aldea incendiada en Asia sembrada de cadáveres...

Más oscuro... el mundo se hace más oscuro...

Un montón de cadáveres en Auschwitz...

Hasta que sea tan oscuro...

Un inmenso cementerio de coches, con unos esqueléticos niños negros en último término...

Creo que moriré...

Un ghetto de Washington en llamas, con el Capitolio en último término...

...antes de que amanezca...

Un fundido, y un primer plano del rostro del cantante de los Jinetes, contraído en una mueca de desesperación y de éxtasis. Y el sitar subraya la melodía, la guitarra solloza y el cantante grita con toda la fuerza de sus pulmones:

Antes de morir, dejadme hacer ese viaje antes de que llegue la nada...

De nuevo el rostro de la muchacha, pero transparente, con una cegadora luz amarilla brillando a través de él. El sitar apresura su ritmo, y la voz es ahora un aullante frenesí:

El último gran fogonazo iluminará mi cielo...

Nada ahora, aparte de la luz cegadora...

...y ¡zap! el mundo acabará...

Una pantalla completamente negra, con un horizonte levemente azul...

...pero antes de morir soltemos el trueno que nos librará de nuestras ataduras... que destruirá todos nuestros egoísmos... el último fogonazo, el último gas del género humano, el viaje que no podremos hacer dos veces...

Súbitamente, la música se para en seco durante medio compás. Luego:

La pantalla queda iluminada por una enorme bola de fuego...

Un trepidante rumor...

La bola de fuego se funde en una columna en forma de hongo. En el interior de la monstruosa nube nuclear puede percibirse un gran incendio. Y el rostro de la muchacha aparece superpuesto sobre la nube, apenas visible.

Una voz suave, sacrílegamente reverencial ahora:

Más brillante... es más brillante... más brillante que un millar de soles...

Y la pantalla se apaga y las luces se encienden.

Miro a Jake. Jake me mira a mí.

—Es nauseabundo —digo—. Realmente nauseabundo.

—No querrá usted proyectar una cosa así, ¿verdad, B. D.? —dice Jake suavemente.

Hago unos rápidos cálculos mentales. La cosa dura algo menos de cinco minutos... podría hacerse.

—Tiene usted razón, Jake —digo—. No podemos proyectar una cosa así. Lo cortaremos de la cinta y llenaremos el tiempo con un espacio comercial.

—Veo que no ha comprendido —dice Jake—. El contrato que Herm nos hizo firmar no nos permite manipular la cinta: tiene que ser todo o nada. Además, todo el número es igual.

—¿Todo es igual? ¿Qué quiere usted decir con eso?

Jake se remueve en su asiento.

—Lo que he dicho, exactamente. Esos tipos son... bueno, perversos, B. D. —dice.

- ¿Perversos?

—Son... bueno, están enamorados de la bomba atómica o algo por el estilo. Todos sus números acaban en lo mismo.

—¿Quiere usted decir... que todos son así?

—Ya sabe cómo están las cosas —dice Jake—. O proyectamos una hora de eso, o no proyectamos nada.

—¡Dios mío!

Sé lo que deseo decir. Quememos la grabación y al diablo el millón de dólares. Pero también sé que me costaría mi empleo. Y sé que cinco minutos después de mi salida habría alguien ocupando mi puesto y sin compartir mis escrúpulos. No tenía elección. No había elección posible.

—Lo siento, Jake —digo, en tono desolado—. Vamos a proyectarlo.

—Presento la dimisión —dice Jake, que no tiene fama de valiente.

T menos 10 días... y contando...

—Es una clara violación del Tratado Test-Ben —dije.

El Subsecretario parecía estar tan desconcertado como yo mismo.

—Podemos llamarlo un uso pacífico de energía atómica, y dejar que los rusos griten —dijo.

—Es una locura.

—Tal vez —dijo el Subsecretario—. Pero usted recibe sus órdenes, General Carson, y yo recibo las mías de las más altas esferas: exactamente a las ocho y cincuenta y ocho minutos, hora local, del cuatro de julio, dejará caer usted una bomba atómica de cincuenta quilotones sobre el blanco señalado en Yuca Flatts.

—Pero, la gente... la televisión...

—Se encontrarán al menos dos millas más allá de la zona de peligro. Desde luego, la SAC puede garantizar ese tipo de seguridad bajo «condiciones de laboratorio».

Me erguí.

—No pongo en tela de juicio la competencia de cualquier tripulación bajo mi mando para realizar esa misión —dije—. Lo que pongo en tela de juicio es el motivo de la misión, la cordura de las órdenes.

El Subsecretario se encogió de hombros y sonrió débilmente.

—¿Quiere usted decir que ignora también a qué se debe todo esto?

—Lo único que sé es lo que me transmitió el Secretario de Defensa, y tengo la impresión de que tampoco él lo sabía todo. Ya sabe usted que el Pentágono ha estado exigiendo la utilización de armas nucleares tácticas para terminar la guerra en Asia. Y ustedes, los de la SAC, han sido los que han gritado más en ese sentido. Bien, hace unos meses, el Presidente aprobó condicionalmente un plan para la utilización de armas nucleares tácticas durante la próxima estación de los monzones.

Silbé. Los civiles estaban recobrando finalmente el sentido común. ¿Lo estaban recobrando, en realidad?

—Pero, ¿qué tiene esto que ver con...?

—La opinión pública —dijo el Subsecretario—. El plan estaba condicionado a un cambio radical en la opinión pública. En la época en que se aprobó el plan, las encuestas revelaron que el setenta y ocho coma ocho por ciento de la población se oponía a la utilización de armas nucleares tácticas, el nueve coma ocho por ciento eran partidarios de su utilización, y el resto estaban indecisos o no tenían opinión. El Presidente accedió a autorizar el uso de armas nucleares tácticas en una fecha que se mantiene en riguroso secreto, siempre que en dicha fecha el sesenta y cinco por ciento, como mínimo, de la población apruebe su empleo, y no más del veinte por ciento se oponga activamente al mismo.

—Comprendo... Una maniobra para silenciar a la oposición.

—General Carson —dijo el Subsecretario—, al parecer está usted desconectado del estado de ánimo nacional. Después de la primera actuación de los Cuatro Jinetes, las encuestas revelaron que el veinticinco por ciento de la población aprobaba el uso de armas nucleares tácticas. Después de la segunda actuación, la cifra ascendió al cuarenta y uno por ciento. Ahora es del cuarenta y ocho por ciento. Sólo un treinta y dos por ciento se opone activamente.

—Trata usted de decirme que un conjunto de rock...

—Un conjunto de rock y el culto que lo rodea. Se ha convertido en una histeria nacional. Existen imitadores. ¿No ha visto usted esos botones?

—¿Esos con una nube en forma de hongo y la leyenda «HAZLO»?

El Subsecretario asintió.

—Tal vez no sepamos nunca si el Consejo Nacional de Seguridad decidió que la histeria provocada por los Jinetes podía ser utilizada para moldear la opinión pública, o si los Cuatro Jinetes fueron cosa suya desde el primer momento. Pero los resultados son los mismos: los Jinetes y el culto que los rodea se han ganado a aquellos elementos de la población que se oponían con más ahínco a las armas nucleares: hippies, estudiantes, gente marginada... Las manifestaciones contra la guerra y contra las armas nucleares han dejado de producirse. Estamos muy cerca del sesenta y cinco por ciento. Alguien —quizás el propio Presidente— ha decidido que otra actuación de los Cuatro Jinetes nos hará rebasar la cifra.

—¿El Presidente está detrás de esto?

—Nadie más puede autorizar la detonación de una bomba atómica, después de todo —dijo el Subsecretario—. La próxima actuación será al natural en Yuca Flatts. Será patrocinada por una compañía aeroespacial que depende en gran medida de los contratos del Departamento de Defensa. Desde luego, el gobierno está metido en el asunto.

—¿Y la SAC dejará caer una bomba como final de la representación?

—Exactamente.

—Vi una de esas actuaciones —dije—. Mis chicos la vieron también. Me produjo una rara sensación... Casi deseé que sonara el teléfono rojo...

—Sé lo que quiere usted decir —dijo el Subsecretario—. A veces tengo la sensación de que los que están detrás de todo esto se han dejado ganar también por la histeria... que los Jinetes están utilizando ahora a los que se proponían utilizarlos a ellos... un círculo cerrado. Pero últimamente me he sentido muy cansado. La guerra nos está fatigando a todos. Si pudiéramos terminar con todo de...

—A todos nos gustaría terminar con todo de un modo u otro —dije.

T menos 60 minutos... y contando...

Tenía órdenes de reunir a la tripulación del Backfish para contemplar la actuación de los Cuatro Jinetes, retransmitida vía satélite. Aparentemente, resultaba absurdo ordenar a toda la flota de Polaris que presenciara un programa de televisión, pero el factor moral involucrado era muy significativo.

Los submarinos Polaris favorecen la frustración. Sólo aceptan a los mejores marineros, y un buen marinero desea acción, por encima de todo. Pero si alguna vez somos llamados a actuar, nuestra misión habrá sido un fracaso. Pasamos la mayor parte de nuestro tiempo cultivando habilidades que nunca deberían ser utilizadas. La disuasión es una estrategia excelente, pero agota a los hombres de las fuerzas disuasorias: un agotamiento exacerbado en el pasado por la actitud de nuestros compatriotas hacia nuestra misión. Unos hombres que, al servicio de su patria, ejercitan continuamente sus habilidades y luego no deben hacer uso de ella, tienen derecho a enojarse con los que les tratan como parias.

En consecuencia, el cambio positivo en la actitud pública hacia nosotros, que parecía estar asociado con los Cuatro Jinetes, había convertido a éstos en una especie de mascotas para la flota de Polaris. A su modo, un poco raro, parecían hablar para nosotros y a nosotros.

Decidí contemplar el programa en el centro de control de misiles, donde toda una tripulación tiene que estar siempre preparada para disparar los misiles, previo aviso de cinco minutos. En el centro de control de misiles siempre experimentaba una sensación de comunión con los hombres de guardia que no podía compartir con los otros hombres a mis órdenes. Aquí no somos capitán y tripulación, sino mente y mano. Si llega la orden, la voluntad de disparar los misiles será mía, y el acto de dispararlos será suyo. En un momento así, será bueno no sentirse solo.

Todos los ojos estaban clavados en el aparato de televisión instalado sobre la cómoda principal cuando empezó el programa.

La pantalla se llenó con un dibujo en espiral, amarillo metálico sobre azul metálico. El sonido parecía en parte de instrumentos de cuerda, y en parte electrónico, y tuve la sensación de que el sonido era algo que procedía del interior de mi cerebro y de que la espiral parecía estar grabada directamente sobre mis retinas. La sensación resultaba levemente dolorosa, pero por nada del mundo me hubiese apartado de allí.

Luego dos voces, cantando una contra otra:

Vamos a entrar...

Vamos a entrar...

Entrar... salir... entrar... salir... entrar... salir...

Mi cerebro parecía estar latiendo entrar-salir, entrar-salir... y la espiral empezó a cambiar de color con las palabras: amarillo sobre azul (entrar)... verde sobre rojo (salir)... Entrar-salir-entrar-salir-entrar-salir....

En la pantalla, fuera de mi cerebro, me parecía estar golpeando una especie de membrana invisible. Algo estaba tratando de envolver mi mente, y yo luchaba contra ello. Pero, ¿por qué luchaba contra ello?

Los latidos, el canto, cada vez más rápidos, hasta que mis ojos no pudieron adaptarse a los cambios y mi cerebro parecía a punto de estallar...

Los cantos y los latidos cesaron bruscamente y allí estaban los Cuatro Jinetes, con sus túnicas negras, actuando sobre un escenario con un fondo de claro cielo azul. Y una voz solista, ahora muy suave:

Estás dentro...

Luego, la cámara se situó directamente encima de los Jinetes y pude ver que se encontraban sobre una plataforma circular. La cámara se movió lentamente, y vi que la plataforma circular se hallaba en la cima de una alta torre; alrededor de la torre veíase una inmensa multitud sentada sobre arenas desiertas que se extendían hasta un infinito vacío.

Y nosotros estamos dentro y ellos están dentro...

Yo me encontraba ahora entre la multitud, que parecía fundirse y fluir como plástico, derramándose de la pantalla del aparato para envolverme...

Y todos estamos dentro y juntos...

Una rara y bella sensación... la música se hacía más rápida y salvaje, extasiante... el casco del Backfish parecía irreal... la multitud parecía disolverse a mi alrededor, cada vez más cercana... yo estaba allí... ellos estaban aquí... Estábamos transfigurados...

Oh, sí, todos estamos dentro y juntos... juntos...

T menos 45 minutos... y contando...

Jeremy y yo estamos sentados delante del aparato de televisión, ignorándonos el uno al otro y a todo lo que nos rodea. Incluso con las cortas guardias y las breves horas de servicio, se experimenta una rara sensación enterrado aquí en un agujero bajo toneladas de hormigón, con la única compañía del individuo que tiene la otra llave, sin nada que hacer que no sea rumiar negros pensamientos y crisparse mutuamente los nervios. Se supone que somos tan estables como pueden ser los hombres, o al menos eso nos dijeron, y debe ser verdad porque el mundo está todavía aquí. Quiero decir que no costaría mucho hacer girar las dos llaves en la cerradura doble, apretar los tres botones de los tres Minuteman, y... ¡Puf! ¡La Tercera Guerra Mundial!

Un mal pensamiento, desde luego. Algo que no puede ocurrir. Jeremy y yo somos demasiado estables, demasiado responsables. Mientras recordemos que es saludable que nos sintamos un poco fastidiados aquí, todo irá bien.

Pero el aparato de televisión es una buena idea. Nos mantiene en contacto con el mundo exterior, lo mantiene dentro del campo de lo real. Sería muy fácil empezar a pensar que el centro de control de misiles en que nos encontramos es el único mundo real, y que nada de lo que suceda fuera de él tiene importancia... ¡Un mal pensamiento!

Los Cuatro Jinetes... Esos tipos tienen algo que le ayuda a uno a liberarse de sus tensiones, sin hacer ningún daño. Supongo que están locos; con aquella clase de locura que todos los humanos compartimos, pero sin dejar que asome a la superficie.

Todos estamos dentro y juntos...

Desaparece la espiral de la pantalla y es substituida por un primer plano del cantante solista, mirándome fijamente, tan cerca como Jeremy y casi más real. Un bajo empieza a zumbar detrás de él, al tiempo que empieza a tocar su guitarra, suavemente. Y sigue cantando con su inconfundible tono de voz. Unos vibrantes acordes de guitarra hacen eco a las palabras burlonamente, mientras una enorme svástica (rojo sobre negro, negro sobre rojo) late como una vena desnuda sobre la pantalla...

Guitarra detrás del latido de la svástica...

En la pantalla, sólo un gran fuego ardiendo a cámara lenta, y la voz se convierte en un lento, estridente y agónico lamento.

El fuego se transforma en el rostro de una aullante mujer oriental, que corre a través de una aldea incendiada tratando de arrancarse el napalm de la espalda.

Una escena de la época nazi en Alemania: una repulsiva svástica de hombres desfilando y agitando antorchas...

Luego, el cantante de los Jinetes superpuesto sobre la cruz de llamas.

Sólo el rostro del Jinete aullando odio...

Un plano largo de la multitud alrededor de la plataforma, de pie, agitando los brazos, gritando silenciosamente. Luego, un rápido zoom y un caleidoscopio de rostros, ojos febriles, bocas abiertas y aullantes...

Llámame sólo...

El rostro del Jinete superpuesto sobre las enloquecidas caras de la multitud...

¡Género humano!

Miro a Jeremy. Está jugueteando con la llave que cuelga de la cadena alrededor de su cuello. Está sudando. Súbitamente me doy cuenta de que también estoy sudando y de que mi propia llave está latiendo en mi mano, viva...

T menos 13 minutos... y contando...

Una rara sensación, el capitán contemplando a los Cuatro Jinetes aquí, en el centro de control de misiles del Backfish, con nosotros. Sentado delante de mi cómoda contemplando la televisión con el aliento del capitán en mi cogote... Tengo la sensación de que él sabe lo que está pasando en mi interior y de que yo no puedo saber los que pasa en su interior... y esto me pone más nervioso aún...

Luego termina el espacio comercial y vuelve a aparecer aquella espiral y ¡zas! vuelvo a sumirme en la contemplación de la pantalla y dejo de preocuparme por el capitán...

La espiral es azul y amarilla, luego roja y verde, y luego empieza a girar y a girar, cada vez más aprisa, cambiando de colores y girando, girando, girando... Y el sonido de una especie de carrusel de Coney Island tintineando detrás de ella, más aprisa y más aprisa y más aprisa, girando y girando y girando, roja y verde, amarilla y azul, y girando, girando, girando...

Y este gran zumbido llenando mi cuerpo y girando, girando, girando... Mis músculos relajándose, entumeciéndose, girando, girando, girando, entumecidos, girando, girando, girando, oh, es tan agradable, sólo girando, girando...

Y en el centro de los colores en espiral, un brillante puntito de luz incolora, en el mismo centro, inmóvil, sin cambiar, mientras todo el mundo sigue girando y girando en colores a su alrededor, y el zumbido brota de los colores que giran, y el puntito me zumba su canción...

El puntito era un camino iluminado al final de un túnel largo y girante, girante... El zumbido empieza a hacerse más ruidoso. El puntito brillante empieza a hacerse un poco mayor. Me arrastro por el túnel hacia él, girando, girando, girando...

T menos 11 minutos... y contando...

Girando, girando, girando a lo largo de un largo túnel de colores que laten, girando, girando, hacia el círculo de luz que se encuentra al final del túnel... Qué agradable sería llegar finalmente allí y sentir que el bello zumbido llena mi cuerpo y luego poder olvidar que estoy aquí en este agujero con una dura llave de bronce en la mano, con la única compañía de Duke, aquí, en una cueva subterránea que es una espiral de llameantes colores, girando, girando hacia la amistosa luz que hay al final del túnel, girando, girando...

T menos 10 minutos... y contando...

El círculo de luz al final del túnel girante se hace cada vez mayor y mayor, y el zumbido se está haciendo cada vez más ruidoso y más ruidoso, y yo me siento cada vez mejor y mejor, y el centro de control de misiles del Backfish se va haciendo más oscuro y más oscuro, y el horrible peso del mando se hace más ligero y más ligero, girando, girando, y me siento tan feliz que tengo ganas de llorar, girando, girando.

T menos 9 minutos... y contando...

Girando, girando... Yo estaba girando, Jeremy estaba girando, el agujero en el suelo estaba girando, y el círculo de luz al final del túnel giraba más cerca y más cerca y... ¡yo estaba a través de él! Un lugar lleno de luz amarilla pálida, luz amarillo-metal. Luego pálido azul metálico. Azul. Amarillo. Azul. Amarillo-azul-amarillo-azul-amarillo-azul-amarillo...

Pura luz latiendo... y puro sonido zumbando. Y la sensación de letras que no puedo leer entre los latidos —no-amarillo y no-azul—, demasiado rápidas y demasiado leves para ser visibles, pero importantes, muy importantes...

Y luego una voz que parece estar cantando en el interior de mi cerebro:

Oh, oh, oh... en realidad no quiero saberlo... Oh, oh, oh... en realidad no quiero saberlo...

El mundo latiendo, destellando alrededor de aquellas palabras que no puedo leer, que no puedo leer del todo, que tengo que leer, que casi puedo leer...

Oh, oh, oh... en realidad quiero saberlo...

Extrañas formas amorfas nublando el universo parpadeante azul-amarillo-azul, ocultando las palabras que tengo que leer... ¡Maldición! ¿Por qué no se apartan del camino para que yo pueda leer lo que tengo que saber?

Dime dime dime dime dime dime... déjame saber déjame saber déjame saber déjame saber déjame saber...

T menos 7 minutos... y contando...

¿No puedo leer las palabras? ¿Por qué no me deja leer las palabras el capitán?

Y esa voz dentro de mí:

...déjame saber... déjame saber... déjame saber por qué me duele tanto...

¿Por qué no se calla y me deja leer las palabras? ¿Por qué no se quedan quietas las palabras? ¿O se mueven con un poco más de lentitud? Si se movieran con un poco más de lentitud, podría leerlas y así sabría lo que tengo que hacer...

T menos 6 minutos... y contando...

Noto la llave sudada en la palma de mi mano... Veo a Duke tocando su propia llave. ¡Tengo que saberlo! Ahora... a través de la luz que late azul-amarilla-azul y de las palabras ilegibles que ejercen una horrible presión sobre la parte posterior de mi cerebro... puedo ver a los Cuatro Jinetes. Están arrodillados, llorando, alzando la mirada hacia algo y suplicando:

Dímelo dímelo dímelo dímelo...

Luego, suaves olas de fuego rojo y anaranjado llenan el mundo y una enorme voz trata de hablar. Pero no puede formar las palabras. Tartamudea y gime...

El destello azul-amarillo-azul alrededor de las palabras que no puedo leer... las mismas palabras, intuyo súbitamente, que la voz del fuego está tratando de pronunciar.

Y los Cuatro Jinetes arrodillados, suplicando:

Dímelo dímelo dímelo dímelo...

El fuego amistosamente cálido tratando de hablar...

Dímelo dímelo dímelo dímelo...

T menos 4 minutos... y contando...

¿Cuáles eran las palabras? ¿Cuál era la orden? Puedo oír a mis hombres implorando silenciosamente que se lo diga. Después de todo, soy su capitán, tengo la obligación de decírselo. ¡Tengo la obligación de descubrirlo!

Dímelo dímelo dímelo dímelo...

Las figuras arrodilladas imploran a través del pulso parpadeante en mi cerebro, y casi puedo formar las palabra... casi...

«Dímelo dímelo dímelo...», le susurro al cálido fuego anaranjado que intenta desesperadamente formar las palabras, sin conseguirlo. Los hombres también susurran: «Dímelo dímelo...»

T menos 3 minutos... y contando...

La pregunta arde azul y amarilla en mi cerebro. ¿QUÉ ESTABA TRATANDO DE DECIRME EL FUEGO? ¿CUÁLES ERAN LAS PALABRAS QUE NO PODÍA LEER?

¡Tenía que soltar las palabras! ¡Tenía que encontrar la llave!

Una llave... ¿La llave? ¡LA LLAVE! ¡Y allí estaba la cerradura que encerraba las palabras, delante mismo de mí! Introducir la llave en la cerradura... Miro a Jeremy. ¿No existía algún motivo, hace mucho tiempo, por el que Jeremy podía tratar de impedir que introdujera la llave en la cerradura?

Pero Jeremy no se mueve mientras introduzco la llave en la cerradura...

T menos 2 minutos... y contando...

¿Por qué no me dice el capitán cuál es la orden? El fuego lo sabe, pero no puede decírmelo. Y yo no puedo leer las palabras.

«Dímelo dímelo dímelo...», suplico.

Entonces me doy cuenta de que el capitán también está suplicando.

T menos 90 segundos... y contando...

Dímelo dímelo dímelo dímelo... suplican los Jinetes. Y las palabras que no pude leer están marcadas a fuego en mi cerebro.

La llave de Duke está en la cerradura delante de nosotros. Desde muy lejos, Duke dice:

—Tenemos que hacerlo juntos.

—¡Desde luego! ¡Nuestras llaves! ¡Nuestras llaves liberarán las palabras!

Introduzco mi llave en la cerradura. Una, dos, tres, hacemos girar nuestras llaves al mismo tiempo. Una tapadera de la cómoda se abre. Debajo de la tapadera hay tres botones rojos. En la cómoda se encienden tres señales en letras rojas: ARMADO.

T menos 60 segundos... y contando...

Los hombres estaban esperando que diera alguna orden. Yo no sabía cuál era la orden. Un espléndido fuego anaranjado estaba tratando de decírmelo, pero no podía pronunciar las palabras... Unas figuras arrodilladas estaban rezando al fuego...

Luego, a través del parpadeo amarillo-azul que ocultaba las palabras que yo tenía que leer, vi a una inmensa multitud alrededor de una torre. La multitud estaba de pie, suplicando silenciosamente...

La torre en el centro de la multitud se convirtió en el fuego anaranjado que estaba tratando de decirme cuales eran las palabras...

Se convirtió en una gran seta de ondulante humo y de cegador brillo rojo-anaranjado...

T menos 30 segundos... y contando...

La enorme columna de fuego estaba tratando de decirnos a Jeremy y a mí cuáles eran las palabras, qué teníamos que hacer. La multitud le gritaba a la nube de llama. El parpadeo amarillo-azul se estaba haciendo más rápido y más rápido detrás de la nube en forma de seta. ¡Casi podía leer las palabras! Pude ver que era una sola palabra.

T menos 20 segundos... y contando...

¿Por qué no nos lo dice el capitán? ¡Casi pude ver las palabras!

Luego oí a la multitud que rodeaba a la hermosa nube en forma de seta, gritando:

¡HAZLO! ¡HAZLO! ¡HAZLO! ¡HAZLO! ¡HAZLO!

T menos 10 segundos... y contando...

¡HAZLO! ¡HAZLO! ¡HAZLO! ¡HAZLO! ¡HAZLO! ¡HAZLO! ¡HAZLO!

¿Qué quieren que haga? ¿Lo sabe Duke?

9

Los hombres están esperando! ¿Cuál es la orden? Están inclinados sobre los controles, esperando... ¿Los controles...?

¡HAZLO! ¡HAZLO! ¡HAZLO! ¡HAZLO! ¡HAZLO!

8

¡HAZLO! ¡HAZLO! ¡HAZLO! ¡HAZLO! ¡HAZLO!, grita la multitud.

—¡Jeremy! —grito—. ¡Puedo leer las palabras!

7

Mis manos engarfiadas sobre mi tablero de botones rojos...

¡HAZLO! ¡HAZLO! ¡HAZLO! ¡HAZLO!, dicen las palabras.

¿No lo ha comprendido el capitán?

6

—¿Qué quieren que hagamos, Jeremy?

5

¿Por qué no da la orden la nube en forma de seta? ¡Mis hombres están esperando! Un buen marinero desea entrar en acción.

Luego, una gran voz habla desde la columna de fuego: ¡HAZLO! ¡HAZLO! ¡HAZLO!

4

—Aquí sólo podemos hacer una cosa, Duke.

3

—¡La orden, marineros! ¡Acción! ¡Fuego!

2

—Sí, sí, sí. Jeremy...

1

Alargo la mano hacia mi tablero de botones rojos. A lo largo de toda la cómoda, los marineros alargan la mano hacia sus botones. ¡Pero yo soy demasiado rápido para ellos! ¡Yo seré el primero!

0

EL GRAN FOGONAZO.