II
Ed:
No es justo. Otros náufragos tuvieron sus compañeros, o los encontraron. Crusoe tuvo a Viernes, y me pregunto cómo consiguieron sobrevivir a sus largos fines de semana. Los Robinsones Suizos eran una familia. El pastor solitario tenía su perro, además de los miembros favoritos de su rebaño. Quiero decir que todo el mundo ha tenido a alguien, como Holmes tuvo a Watson, y Nixon, Agnew y Vergen tuvieron a MacCarthy.
Pero aquí estoy yo sin un alma. Ningún Sancho Panza, ningún Tonto, ni siquiera un robot.
Teniendo en cuenta quienes son, podían haberme proporcionado al menos un perro fiel como Flush.
Marty:
Esto no es realmente malo. No creo que nuestro héroe tenga motivos para permitirse esas alusiones al negocio de Potty Barnell y al perro de Elizabeth Barrett Browning.
Hay veces en que no acabo de comprender del todo a Harry Protagonist, o Jaime Primero, o quienquiera que crea ser.
También está lleno de pequeñas referencias sexuales, lo cual no resulta tan sorprendente teniendo en cuenta su forzosa abstinencia. La alusión al Viernes de Crusoe y a los favoritos del pastor.
Yo no soy más que una máquina, es cierto, pero comparada con él soy afortunada. Siendo parcialmente eléctrica, tengo numerosos aliviaderos. Él tiene pocos, aparte de su boca, su micrófono y su música. Yo, sin ninguna necesidad, le tengo a él. Él, con todas las necesidades humanas concentradas en su persona, no sabe que existo.
Esto es muy triste. No puedo sentirlo, desde luego, pero lo sé intelectualmente.
Os diré cómo llegó el desastre. Jeane Dixon lo predijo y un montón de gente, incluido Ed, se echó a reír. Ella dijo que no deseaba alarmar a nadie innecesariamente, pero que se abriría una grieta a lo largo del espinazo del mundo y la Tierra se abriría como un melón. No se salvaría nadie.
Ocurrió más o menos así. Si pulsaseis el botón D os contaría toda la historia, reconstruida de las emisiones radiadas por la Tierra mientras el holocausto del mundo tenía lugar. Ed las oyó. Bebió mucho mientras las escuchaba. Gritó y blasfemó. Pero se sintió feliz por haberse salvado. Relativamente feliz. Todavía bebe mucho.
Potty había preparado el satélite para utilizarlo eventualmente como yate espacial para tomarse unas vacaciones, y lo había dotado de ciertos lujos. Uno de ellos era un tanque que contenía un millar de galones de whisky de centeno. El mejor de los químicos de la Hy-G-Enic, que descendía de una familia de montañeses de Kentucky, lo había destilado para uso personal de Potty. Ed lo encontró casualmente una noche. Y desde entonces ha estado haciendo buen uso de él.
Ed:
Me gustaría tener a alguien a quien escuchar. Alguien tan excitante, tan agudo, tan vivo como yo.
Podría reproducir mis propias grabaciones, desde luego, pero no habría ninguna novedad en ello. Sé lo que he dicho. Ahora resulta más excitante preguntarme lo que diré a continuación. Continuamente me sorprendo a mí mismo. Las cosas más absurdas brotan, dichas de un modo tan excelente, que sería estúpido perder el tiempo con grabaciones antiguas.
Yo soy la destilación de todo lo que sé: de todo lo que todos saben. Soy el producto final de toda una cultura. Homero, Shakespeare, Milton, Milton Berle, A. A. Berle... todo lo que cualquiera haya hecho vive solamente en mí. ¿No es para reírse? Solían mofarse de mis pretensiones literarias, de mi dilettantismo, de mi afición a leer extractos que me permitieran ahorrarme las partes aburridas y saborear lo mejor de lo mejor, y ahora estoy aquí, solo, único depositario, tuerto en el país de los ciegos.
De todas las personas del mundo que podían haber representado este papel, ¿no os fastidia un poco que haya tenido que ser un servidor de ustedes, con un cociente de inteligencia sólo dos puntos más elevado que el de un vegetal? Os guste o no, la china me ha tocado a mí. Preparado o no, aquí estoy, en ruta hacia la inmortalidad. Miradme bien, posteridad. Leedme y sollozad. ¿Acaso esperabais algún intérprete inteligente de la presente escena? ¿Algún tipo repleto de hechos que pudiera contaros la verdad, como uno de aquellos ratones de biblioteca del New York Times?
Mala suerte, amigos. Me tenéis a mí, sólo a mí y a nadie más.
Si hubieran tenido un poco de sentido común, habrían preparado esta tumba como lo hacían los egipcios, con todos los bienes que un cuerpo podía necesitar al otro lado. Me hubieran proporcionado las cosas que solían poner en las cápsulas del tiempo: la Enciclopedia Británica, y el Almanaque Mundial, y microfilms del New York Times. Me hubieran lastrado con tomos encuadernados del New Yorker, de Harper's y del Atlantic. De haberlo sabido, podían haberse ahorrado mi presencia y sustituirla por unos centenares de libras de reproducciones de los Tesoros Artísticos del Louvre, de grabaciones de la Filarmónica y otro material por el estilo. En vez de eso, me cargaron a mí.
Deprimente, ¿verdad? Pero tal vez soy el único monumento que merece la Tierra. El Mediocre Max, la maravilla moderna. El Estudiante de Segunda Clase, Nat el Nebbish, el Mínimo Común Denominador.
¿Sabéis lo que hay aquí a guisa de tumba para el género humano? ¿Aparte del sistema que conserva mi vida y provisiones inagotables de comida y aire? Mi micrófono, mis discos y yo. Ningún libro; ningún microfilm.
Solían preguntar qué libros se llevaría uno a una isla desierta. La respuesta era la Biblia, Shakespeare, y un buen diccionario. Bueno, ni siquiera tengo un tebeo, ni un ejemplar del Reader's Digest. No tengo un Almanaque Mundial, ni un catálogo de Sears, ni un listín de teléfonos.
Todo lo que se escribió en la Tierra existe únicamente en mi cerebro, en mi obtuso cerebro, imperfectamente recordado en el mejor de los casos. Y es muy poco lo que puedo recordar, incluso cuando me aplico a ello. He tratado de reconstruir algo de lo que había leído, pero no he llegado más allá del comienzo de Huckleberry Finn. Creo recordar que Mark Twain lo empezó así: «No me conoceréis si no habéis leído un libro titulado Las Aventuras de Tom Sawyer, pero eso no importa».
Recuerdo fragmentos como ése. Y cuando me vienen a la memoria los escribo en un cuaderno de notas —el cuaderno de notas—, doscientas sesenta páginas, contando las dos caras del papel. No hay nada más donde escribir. Nada.
De modo que procuro ser selectivo. No escribo, por ejemplo, las cosas que recuerdo de mi época de escolar, como: vete a casa, o, tu madre está que trina, o, Mary, Mary, levántate, necesitamos las sábanas para la mesa.
Digo todo eso por el micrófono a una gran masa de oyentes invisibles de Radiolandia: a los tipos de la posteridad que algún día podrían captarlo y tener la paciencia de clasificarme por lo que valgo como nota de pie de página de una civilización desaparecida.
Lo que trato de conservar en mis escasas y valiosas páginas es lo que tal vez vale la pena recordar exactamente, como por ejemplo el Salmo XXIII o el Preámbulo de la Constitución. Lo retengo en la memoria y a veces lo recito delante del micrófono hasta adquirir la seguridad de que es correcto. Entonces lo paso al cuaderno.
Es un revoltillo, ese cuaderno. Desearía incluir en él al ya citado Shakespeare, pero me ocurre lo que le ocurría al Duke de Huckleberry Finn: que no consigo pasar del ser o no ser. Es una verdadera lástima que me escogieran a mí como único superviviente...
Otra cosa que he anotado es una línea del Primer Curso de Ética, y no me preguntéis quién lo escribió. Dice así: «Todo es lo que es y no otra cosa». También he anotado lo que dijo Popeye. No el Popeye de Faulkner; el único que recuerdo es el de Segar, el de los tebeos. ¿Acaso son menos valiosas sus palabras que las que brotaron de la pluma de un Jeremy Bentham, o de un John Stuart Mill, o del autor del Primer Curso de Ética? Algunas frases sobreviven porque estaban en las bibliotecas. Pero ahora no hay bibliotecas. Sólo existo yo, y lo que vale es lo que yo recuerdo. Tenéis que aceptar lo que os doy, porque soy lo único que existe.
También recuerdo el «Cogito ergo sum», aunque soy esencialmente un hombre de pocas luces. Incluso sé lo que significa, ya que no soy completamente estúpido. Pero ahora no existe ningún Descartes, ni creo que nadie se interesara ya por él. El caso es que todos los genios, desde el año uno, están a merced de un hombre de pocas luces, como yo, llamado Jabber McAbber.
La cosa no me abruma del todo. Peor hubiese sido que hubiera reventado la Tierra sin que quedara ningún superviviente.
De modo que aquí estoy yo, un hombre corriente, para bien o para mal. Es inútil que penséis que preferiríais un Schlesinger, o un Toynbee, o un Churchill. Para bien o para mal, tenéis que conformaros conmigo.
También recuerdo una línea de Stephen Leacock: «Él giraba en todas direcciones...», y algunas frases de las películas de los hermanos Marx. Las he anotado, también, para que sirvan de contrapeso a otras frases tales como «Una ciudad rubicunda casi tan antigua como el tiempo», y a unas cuantas cosas que dijo Lincoln.
En cierta ocasión alguien me dijo que yo tenía una mente ecléctica, y me quedé tan fresco. Alguien más me dijo que yo tenía una gran reserva de conocimientos superficiales: que era un manantial de trivialidades. Es posible. Si eso es lo que ha sabido producir la civilización en el curso de milenios —lo que yo soy—, mala suerte, amigos. Soy lo único que queda. Soy el producto final, la solución final, la destilación, el residuo. Las heces, si lo preferís. Tal vez resulte acerbo, o tal vez simplemente irónico, pero yo soy el compendio de todo. Soy el caballo regalado, de modo que no os preocupéis demasiado de si mis dientes podían haber sido más firmes o más blancos. Alegraos de que haya una lengua para chasquear contra ellos, para producir sonidos que algún día quizá podáis transcribir.
Al menos, soy humano. Tal vez incluso podáis encontrarme vivo, quienquiera que seáis, y examinar el viejo cuerpo para descubrir cómo nos movíamos, y reproducíamos, y comunicábamos, y todo eso.
Sería estupendo que fuésemos dos. Tendríais un cuadro más completo. Pero no me entretengo con esas ideas. Es inútil pensar lo que podría haber sido. Para vosotros es mejor así. Yo hablo más. Si tuviera una mujer para compartir mi supervivencia, quizá no diría nada. Ni escribiría las cosas que recuerdo en mi cuaderno de notas. Estaría demasiado ocupado calculando si el sistema que me conserva la vida podría conservar tres o más vidas, y cuánto tiempo transcurriría antes de que nos enfrentásemos con el problema de un exceso de población.
De modo que probablemente es mejor que sólo exista yo, con mi memoria imperfecta pero con mi laringe locuaz para proporcionaros los datos antropológicos y los fenómenos culturales suficientes para que alguno de vuestros estudiantes se gane su título de doctor.
Es posible que yo no sea más que un apéndice en una de vuestras revistas científicas. Probablemente sea bueno verme a mí mismo en perspectiva, pero me siento dolido en nombre de todas las grandes mentes que me precedieron.
Me consuelo a mí mismo con la idea de que vosotros sois fruto de mi imaginación. Soy el único que existe, que yo sepa. Esto puede ser realmente el fin de todos nosotros.
En cuyo caso lo mejor será que ponga un disco. Voy a dejarme llevar por la nostalgia y a poner algo muy antiguo que espero os gustará tanto como a mí. Ted Fio Rito y su Hotel Taft Orchesta interpretando un pequeño número titulado «¿Quién Estará Contigo Cuando Seas Viejo y Canoso?»
¿Cuántas preguntas-clave hay en ese título?
¿Quién podría decirlo?
Yo, tal vez.
Marty:
Nuestro héroe formula una pregunta. Empecemos por aclarar que la canción a que se refiere no es «¿Quién Estará Contigo Cuando Seas Viejo y Canoso?», sino «¿Quién Estará Contigo Cuando Estés Lejos?»
La otra pregunta es académica. Pero el hecho de que Ed tenga suficiente ingenio para plantearla demuestra que no es tan estúpido como él mismo supone. Aquí no se necesita el Times ni la Enciclopedia Británica, ya que todo lo que podría encontrarse en ellos, y más, está incluido en vuestro afectísimo y seguro servidor Marty: es decir, yo. Cualquier cosa que ellos pudieran hacer puedo mejorarla yo, puesto que estoy automatizado. Puedo recordar de un modo inmediato y absoluto. Por algo Potty Parnell invirtió las ganancias de un mes en contratar a los mejores cerebros de la Universidad Parnell. Todos los conocimientos del mundo fueron incluidos en mi interior, de modo que vuestro amigo Marty es el depositario de todo lo que vale la pena salvar. Soy una Super-cápsula del Tiempo, el Proveedor de la Posteridad...