TU CORAZÓN HAPLOIDE

James Tiptree Jr.

ESTHAA (Auriga Epsilon V)

Tipo: Solterran. 98

Raza dominante: Humana en grado indeterminado.

Estado legal de la Federación: Pendiente de certificación.

Delegaciones, embajadas, misiones extraplanetarias: Ninguna.

Esthaa, único planeta habitado del sistema, primer contacto desde Auriga Phi 3010 ST, nivel cultural indígena aproximado al de las ciudades-estados de la Grecia antigua, agrupados alrededor de mar interior sobre masa continental única. Navegación, ruedas, dinero, escritura protoalfabética, números incluido el cero, geometría; fundición, tejidos, agricultura. Ruta comercial espacial establecida en 3100 ST. No se permite emigración de estudiantes a la Federación Galáctica. Rápidos progresos en la extracción de metales ligeros, máquinas herramientas y montaje. Exportaciones: componentes electrónicos y mecánicos. Importaciones: herramientas, vehículos e instrumentos científicos. Los obreros se distinguen por su habilidad para copiar mecanismos complicados.

Aspectos sociológicos: Desde el contacto, concentración de la población en complejo urbano alrededor del espaciopuerto, convirtiéndose en planeta de una sola ciudad. Se cree que la estructura política es una oligarquía, o un consejo de cabezas de familia. Religión desconocida. Lenguaje único, aglutinante. Ninguna guerra conocida, exceptuando esporádicas acciones policíacas contra tribus nómadas del interior conocidas como los pueblos Flenni. El temperamento parece ser pacífico y amistoso, aunque notablemente reservado.

El aparato de MacDorra desciende a gran velocidad: los escoceses de Marte no derrochan combustible. Pax mira a través de mi portilla. Veo el color en sus altos pómulos y la luz en sus ojos.

Su primer trabajo importante. Tiene una mirada grave y luminosa, como la de cierto perdiguero Chesapeake al cual conozco demasiado bien.

Debajo de nosotros se extiende una gran ciudad jardín sencillamente encantadora. Millas y millas de casas color miel entre una espuma de arbustos de flores multicolores, y aquí y allá un centro administrativo o un parque industrial como bandejas de pasteles. En el lejano horizonte, un mar que brilla suavemente. Un mundo de una sola ciudad.

Más allá del espaciopuerto se divisa una línea de boscosas colinas, y el piloto pone en marcha los motores para poder dominar el aparato. Súbitamente aparecen grandes manchas de color en la colina debajo de nosotros —rojo, púrpura, anaranjado—. Calles llenas de gente. Una aldea oculta.

El piloto de MacDorra deja en el polvo nuestros equipajes y a nosotros mismos en un abrir y cerrar de ojos. Tres comprobantes que firmar, un apretón de manos que rompe mi lápiz.

—¡Hasta dentro de seis meses, Doctor! ¡Suerte! —grita el piloto, entre el rugir de los motores del aparato, el cual se remonta rápidamente. El esthaano acude en nuestra ayuda. Es muy alto, y la situación parece divertirle.

Recurrimos a nuestros conocimientos del lenguaje Inter-humano mientras el vehículo de ruedas se desliza a través de avenidas bordeadas de árboles. Reshvid Ovancha tiene un cultivado acento que revela su paso por la Universidad de la Federación Galáctica.

Muy humano, es mi primera impresión. Tiene el mismo número de dedos, sus articulaciones funcionan como las nuestras y su tejido cutáneo —una característica que tengo muy en cuenta— es una versión en amarillo claro de mi propia piel. Ojos redondos, con arrugas joviales, y una sonrisa que deja al descubierto unos dientes humanos con un par suplementario de frontales. Todo completamente normal, salvo que su torso parece más macizo de lo acostumbrado. Al igual que yo, es barbilampiño. En aquel momento estaba dispuesto a apostar mi paga a que al regreso de MacDorra me encontraría con un informe negativo.

Espera a que veamos a las mujeres, me digo a mí mismo.

Pax acaricia pensativamente su barbilla mientras nos deslizamos por unas interminables avenidas.

Posiblemente piensa lo mismo que yo... Los agentes más jóvenes de la ISB siempre consideran injusto que las investigaciones sobre el problema del sexo alienígena sean confiadas a tipos de mediana edad y monógamos como yo.

La Oficina de Personal tenía una desagradable experiencia. El primer agente de la ISB enviado a Esthaa, hacía más de un siglo, fue un individuo llamado Harkness. Entre otras idiosincrasias, Harkness sentía una debilidad especial por los experimentos de laboratorio. Los sensibles y reservados esthaanos quedaron desfavorablemente impresionados cuando un ala de su nueva Universidad se derrumbó con él. Después de la investigación y del pago de la subsiguiente indemnización, Esthaa había sido colocado al final de la lista del sector para dar tiempo a que se enfriara el resentimiento. Cien años más tarde, el Sector Auriga había efectuado comprobaciones en todos los planetas, excepto en Esthaa, y los esthaanos fueron persuadidos para que aceptaran otro equipo de Investigación Interplanetaria, tras garantizarles que no utilizarían explosivos. El equipo estaba formado por Pax Patton, mineralogista-estratígrafo, y Ian Suitlov, ecólogo de mediana edad en público y Oficial de Certificación de hecho..., lo mismo que Harkness había fingido ser antes que yo.

—¿Por qué ese misterio en torno a los Oficiales de Certificación? —me había preguntado Pax mientras entablábamos conocimiento a bordo de la nave.

Contemplé su ávido rostro y maldije a la Oficina de seguridad.

—Bueno, existe el misterio, ¿sabes? Un nombre absurdo, para vuestra generación. Cuando yo empecé a trabajar, la gente todavía estaba dispuesta a luchar por ello. La Cruzada de la Verdadera Sangre era activa: de hecho, dos de mis compañeros de curso fueron raptados y sometidos a un tratamiento de conversión. Uno olvida la cantidad de energía, de dinero y de sangre que ha costado el hecho por el que las razas humanas estén esparcidas a través de la galaxia. Religiones, ciencias, planetas enteros en plena ebullición. Muchas personas no lo creían... Actualmente nos dedicamos a la tarea de contar y describir, sin estimular comentarios ni habladurías. Pero la cosa continúa siendo un misterio. ¿De dónde procedemos? ¿Somos una cumbre estadística, un simple puente en el camino de la evolución? ¿O somos producto de una sola semilla que fue esparcida a través de las estrellas?

A la gente le excitaba mucho el problema. Y conozco a algunos que todavía están excitados.

—Pero, ¿por qué tanto empeño por parte de la Seguridad, Ian?

—¿No te ha instruido nadie? Utiliza tu cerebro, considera la posición humana en la galaxia. Para una nueva raza, el hecho de ser certificada o no como humana puede significar una tragedia.

Nosotros sabemos que la Certificación no quiere decir nada: tenemos Hrattlis ocupando puestos relevantes en la Federación Galáctica, y parecen huevos escalfados. Pero trata de explicarle eso a una raza humanoide recién contactada, orgullosa y asustada. Para ella, la no-Certificación es una inferioridad. Por eso los Oficiales de Certificación no son llamados Oficiales de Certificación en voz alta. Tratamos de reunir los datos silenciosamente antes que se produzca algún alboroto. En el noventa por ciento de los casos no se presentan problemas, y el Oficial de Certificación lleva a cabo una tarea rutinaria. Pero cuando surge el otro diez por ciento emocional..., bueno, ése es el motivo para que la Oficina pague nuestras pólizas de seguro. Te cuento todo esto para que te acuerdes de mantener la boca cuidadosamente cerrada acerca de mi trabajo. Tú te dedicas a tus rocas, yo a mi biología, pero ni una palabra acerca de humanos, humanidad o misterio. ¿De acuerdo?

—Sí, señor —sonrió Pax—. Pero, Ian, no acabo de entender el problema. Quiero decir, el ser humano, ¿no es esencialmente un problema de cultura, de compartir los mismos valores?

—De ningún modo. ¿Qué es lo que les enseñan ahora en las Universidades? Mira, una cultura compartida es una cultura compartida. Congenialidad psíquica. No es humanidad. ¿Eres tan petulante como para etiquetar cualquier valor ético general como una medida de humanidad? Ser humano es algo menos complicado. Se reduce a un pequeño punto: ¡Fecundidad mutua!

—¡Un concepto muy limitado de humanidad!

—¿Limitado? ¡Crucial! Considera las consecuencias prácticas. Cuando conocemos a una raza no-humana y nos mezclamos con ella, no importa que sea muy simpática y que produzca una impresión de familiaridad: los dos grupos permanecen separados hasta el final de los tiempos. No hay problema. Pero cuando encontramos una raza humana, aunque sus miembros tengan aspecto de caimanes, y algunos de ellos lo tienen, sus genes pasan a la alberca de los genes humanos, a pesar de todas las leyes y tabúes, y con todas las implicaciones sociales, religiosas y políticas que entraña la fusión. ¿Comprendes ahora por qué es ese el único hecho que la Oficina tiene que conocer?

Pax asintió, dirigiéndome su mirada de Chesapeake. Me pregunté si había hablado más de la cuenta.

Debo admitir que la villa que nos han destinado parece un pequeño palacio. La llamada de Reshvid Ovancha precipita hacia nuestro equipaje a un ejército de sirvientes. La villa es una versión de lujo de una residencia de la facultad de la Federación Galáctica. Incluso las tuberías funcionan igual. La única característica extraña que observo es un difusor que emite un agradable perfume floral.

—Éste es el hogar de mi primo, que siempre está en el mar —nos informa Ovancha—. Espero que estén cómodos, Reshvidi.

—Estaremos más que cómodos, Reshvid Ovancha. ¡No esperábamos tanto lujo!

—¿Por qué no? —sonríe—. Los hombres civilizados disfrutan con las mismas cosas —Ovancha efectúa un pequeño reajuste en el difusor de perfume—. Cuando estén preparados, les llevaré a almorzar a la Universidad, donde conocerán a nuestro Consejero Decano.

Mientras rodamos a través de las verjas de la Universidad, Pax murmura:

—Parece el campus de la Federación Galáctica antes de la Danza de la Flor.

—¡Ah, la Danza de la Flor! —dice Ovancha alegremente—. ¿Conocieron al Profesor Flennery? ¿Y al Doctor Groot? Unos hombres magníficos. Pero, temo que eso fue mucho antes de su época de universitarios. En Esthaa vivimos muchos años, ¿saben? ¡Es un mundo muy sano!

El rostro de Pax se alarga. Personalmente, me pregunto qué se ha hecho de la famosa reserva esthaana.

Nos reunimos en el almuerzo. Nuestros anfitriones son corteses pero ceremoniosos, sonriendo cuando Ovancha ríe, y con una expresión grave mientras él charla. Algunos llevan túnicas universitarias; otros van de uniforme, como Ovancha. La atmósfera es la de un tranquilo club de caballeros.

—Confiamos en que se sentirán como en su propia casa, Reshvidi —recita el consejero, que resulta ser tío de Ovancha.

—¿Por qué no? —inquiere Ovancha—. Ahora, vamos, les acompañaré a sus laboratorios.

Los laboratorios son muy adecuados, y al atardecer hemos establecido nuestro horario y nuestros contactos.

—¿Tenemos que asistir a todas esas cenas?

Pax estaba paseando por el patio, con los ojos en la línea de lejanas montañas donde se están levantando dos lunas sonrosadas; los surtidores susurran y un pájaro canta.

—Uno de nosotros debe asistir. Tú puedes iniciar algún trabajo al aire libre.

—Mientras usted investiga lo de la fecundidad. Dígame, Ian, ¿cómo se las arregla...?

—Con un tanque de cultivo —le digo—, y mucha precaución. Y es un asunto delicado, hasta que se conocen los tabúes. ¿Cómo hubiera reaccionado la Inglaterra Victoriana, por ejemplo, ante un par de extranjeros que solicitaran echar una mirada a los órganos sexuales de la gente? Me gustaría imbuirte la idea respecto a que este es un tema muy apropiado para mantener la boca cerrada acerca de él.

—¿No es usted demasiado rígido, Ian? Esos tipos son muy inteligentes.

—A uno de mis amigos le cortaron los dos pies unos tipos supuestamente inteligentes.

Pax gruñe. Tal vez he llegado demasiado lejos. Pero este lugar me produce la sensación de un escenario, lleno de actores que insisten en parecer humanos. Bueno, sabré algo más después de haber visto a las mujeres.

Tres semanas más tarde estoy igual que el primer día. No es que no haya visto damas esthaanas: en las cenas, en los almuerzos, en alegres meriendas familiares, incluso en una excursión al campo con dos damas dedicadas a la biología marina. Mejor dicho, a lo que en Esthaa se considera biología.

Porque he comprobado que, en Esthaa, la ciencia es más un hobby de las clases superiores que una disciplina. La gente colecciona cosas raras y estudia lo que le divierte, de un modo anárquico. Es una ocasión para llevar una bata de laboratorio, del mismo modo que su ejército parece ser simplemente un juego para llevar uniformes. Mis damas esthaanas son como todo el mundo aquí, encantadoras, robustas y saludables. Y decorativamente mamíferas desde un punto de vista externo. Pero, ¿he visto mujeres?

Bueno, ¿por qué no?, como diría Ovancha... Necesito mirar más de cerca.

En un planeta desarrollado, el problema suele abordarse a través de las facultades de medicina.

Pero Ovancha tiene razón; los esthaanos gozan de buena salud. Aparte de las heridas y de un par de infecciones controladas ahora por los antibióticos, aquí no parecen existir enfermedades. Descubro que la Medicina equivale a la patología del envejecimiento: artritis, arterioesclorosis, etcétera.

Cuando pregunto por la medicina interna, ginecología, obstetricia, me paran en seco.

Un especialista en ortopedia me permite tomar unas cuantas medidas y muestras de sangre de sus pacientes infantiles. Cuando solicito ver hembras adultas, se pone nervioso. Finalmente me envía a un colega suyo, el cual me muestra de mala gana el cadáver de una anciana obrera, un caso de paro cardíaco. Compruebo que fue operada de hernia hace unos cuantos años.

—¿Quién realizó esta operación, Reshvid Korsada? —pregunto.

Parpadea.

—Eso no es obra de un médico —responde lentamente.

—Bueno, me gustaría conocer a la persona que hizo este trabajo —insisto—. También me gustaría conocer a uno de los médicos que asisten a los partos.

Una risa nerviosa. Se pasa la lengua por los labios.

—Pero..., no se necesitan médicos. Hay ciertas mujeres...

Veo el sudor que empapa su frente y cambio de tema. No he vivido veinte años dedicado a esta tarea por haber hurgado en las llagas, y quiero regresar sano y salvo al lado de Molly y de los niños.

—Esa gente es tan susceptible como un jabalí hembra embarazada —le digo a Pax aquella noche.

Al parecer, el nacimiento es tan tabú que ni siquiera pueden mencionarlo, y tan fácil que no necesitan médicos. Dudo que esos médicos hayan visto alguna vez a una mujer desnuda. Como en la Europa medieval, cuando diagnosticaban con muñecas. Esto va a resultar realmente peliagudo.

—¿No puede usted contar cromosomas o algo por el estilo?

—¿Para determinar la fecundidad? Por algo se le ha dado el nombre de «última fortaleza» al interior de la célula, Pax. Los análisis DNA cuantitativos no nos aclararían nada. El único índice seguro que tenemos es el más antiguo de todos: unir un gameto masculino a otro femenino, y comprobar si el zigoto se desarrolla. Pero, ¿dónde diablos voy a obtener un óvulo?

Pax soltó una risotada.

—Supongo que no esperará que yo...

—No. Desde luego que no. Y, hablando de otra cosa, ¿cómo van tus rocas?

—Eso me recuerda, Ian, que también yo creo haber tropezado con un tabú. ¿Se acuerda de aquella aldea que vimos desde el aire? Anoche le pregunté por ella a la esposa de Ovancha, y envió a los niños fuera de la habitación. Allí es donde viven los Flenni. Ella dijo que eran gente estúpida, o gente insignificante. Le pregunté si quería decir infantil..., al menos creo que fue eso lo que dije. Y entonces hizo salir a los niños. ¿Por qué no se dan prisa e inventan aquel traductor telepático que muestran los videos?

—Tal vez existe alguna relación entre infantil..., bebé..., nacimiento...

—No, creo que se trata de los Flenni. Debido a lo que ha pasado hoy. Me encontraba al otro lado del espaciopuerto, estudiando una capa geológica, cuando de repente oí una música procedente de la aldea. Eché a andar hacia allí, y casi inmediatamente se presentó Ovancha con el vehículo de ruedas de la universidad para decirme que retrocediera. Dijo que allí había enfermedades. Casi me arrastró hasta el vehículo.

—¿Enfermedades? ¿Y Ovancha estaba allí? Estoy de acuerdo contigo, Pax. Y me alegro mucho porque hayas pensado en contarme todo eso. Como jefe nominal de esta misión —continué, en un tono que le hizo mirarme fijamente—, quiero que te mantengas alejado de los Flenni y de cualesquiera otros sujetos sensibles con los que puedas tropezarte. Soy responsable del hecho que salgamos de aquí sanos y salvos, y en este lugar hay algo que me preocupa. Llámame lo que quieras, pero limítate a estudiar las rocas. ¿De acuerdo?

Durante las dos semanas siguientes somos unos agentes modelo. Pax traza un perfil costero, y yo me entierro en una taxonomía rutinaria. Una de mis tareas consiste en la compilación de un resumen filogenético de las formas de vida indígenas basado en los datos de los propios esthaanos. Sus archivos son una mescolanza de bestiarios literarios y botánica morfológica, rematada por una colección sorprendentemente numerosa de ejemplares microscópicos, todos abominablemente revueltos y dispersos. Con gran asombro por mi parte, en un paquete de muestras de rotíferas, descubro lo que debió ser el resultado de los trabajos de Harkness.

De regreso en la base, me dicen que todos los datos de Harkness desaparecieron con él. Me tomo la molestia de revisar el antiguo informe de la investigación de la ISB. Al parecer, no existe duda del hecho que Harkness había estado trabajando con un alambique, y que se declaró un gran incendio.

La única nota que el equipo de la ISB encontró fue en un trozo de papel en un desagüe. En aquel papel figuraban las palabras: «¡MUSCI! ¡Son HERMOSOS!». Musci son, desde luego, musgos terrestres. A no ser que Harkness hubiese abreviado Múscidos, o moscas. ¿Musgos hermosos? ¿Moscas hermosas? Evidentemente, Harkness era muy aficionado al ron. Pero, cuando estaba sobrio, era también un xenobiólogo de primera categoría, y sus notas, al cabo de un siglo, me están ahorrando mucho trabajo. Sus conteos de cromosomas, por ejemplo, son exactos. Hay otras breves anotaciones también, que aumentan mi excitación a medida que mis datos se acumulan. Harkness había estado descubriendo algo..., y yo también. El problema de obtener gametos humanos pasa a segundo término mientras persigo los ejemplares animales necesarios para completar el desconcertante cuadro.

En nuestras veladas libres, Pax y yo nos entretenemos cantando. Resulta que los dos somos aficionados a las antiguas baladas, y nuestro repertorio incluye el «Lobachevsky», el «Calipso del Aniversario de Beethoven» y «El Nombre de Roger Brown». Cuando añadimos un órgano vocal esthaano y un laúd, observo que nuestra ama de llaves esthaana lleva unas pequeñas orejeras.

Nuestra recompensa por tanta virtud llega una mañana en forma de Ovancha con una cesta llena de comida.

—¡Reshvidi! —exclama—. Vengo a invitarles. ¿Les gustaría visitar la aldea Flenni?

Cruzamos el espaciopuerto y ascendemos a unas pequeñas colinas llenas de verdor. Luego, el vehículo de ruedas desciende a una garganta bajo una lluvia de flores, y de repente nos encontramos ante unas paredes de adobes brillantemente coloreadas en verde, rosa, azul eléctrico, púrpura, color de sangre seca y mostaza. Capto un intrigante olor, mientras el vehículo penetra en la plaza de la aldea. Está vacía.

—Son tímidos —se disculpa Ovancha—. Y la enfermedad ha sido dura.

—Pero, yo pensaba que no tenían ustedes... —dice Pax, y me mira, como esperando que le suelte un puñetazo.

—Nosotros no las tenemos —replica Ovancha—. Ellos sí, debido a su sistema de vida. Tienen un mal sistema de vida. Malo y absurdo. No viven mucho tiempo. Nosotros tratamos de ayudarles, pero...

Hace un gesto vago y luego hace sonar melodiosamente la bocina del vehículo. Nos bajamos.

Unas flores anaranjadas brotan a través de los guijarros que cubren el suelo. Huelen muy bien. En alguna parte, una flauta trina brillantemente y enmudece. Al otro lado de la plaza se abre una puerta y una figura cojea hacia nosotros.

Es un anciano que lleva una túnica azul. A medida que se acerca veo que es muy frágil; o, mejor dicho, Ovancha se convierte súbitamente en un gigante. Observo; algo en aquel anciano excita mis facultades intuitivas.

No me entero de la presentación a cargo de Ovancha.

Nos dirigimos hacia una calle lateral. También está vacía. Una intensa sensación de ojos ocultos espiando, de oídos escuchando. Las casas están entreveradas de tiendas de campaña, pabellones, cabañas, escondrijos oscuros.

Llegamos a un atrio cubierto con un ajado dosel verde, donde se encuentran una docena de frágiles ancianos reclinados silenciosamente contra la curva. Veo caderas y costillas esqueléticas bajo las brillantes y manchadas capas. ¿Es esta la enfermedad contra la cual Ovancha había advertido a Pax? Sin embargo, nos ha conducido directamente hasta ella...

Súbitamente, cruje una puerta lateral dando paso a un grupo de chiquillos. Los ancianos se incorporan, levantando unos brazos temblorosos, sonriendo y murmurando. Unas voces llaman apremiantemente desde el umbral, pero los pequeños corren, increíblemente diminutos y activos, gritando y alborotando. Luego, una figura envuelta en una túnica los reúne y les hace entrar de nuevo en la casa, y los ancianos recobran su anterior postura.

A mi lado, Ovancha está emitiendo un extraño sonido. Su boca se agita y su rostro ha adquirido un color verdoso mientras nos ordena que regresemos al vehículo.

Pero Pax tiene otras ideas. Desaparece súbitamente alrededor de una esquina. Ovancha me dirige una mirada de disgusto y sale detrás de él. Yo le sigo con el anciano cojeando. Llegamos a una segunda esquina y estoy a punto de llamar a Pax a gritos cuando un revuelo de seda brota de la pared, a mi lado.

Mi mano es agarrada por algo diminuto y eléctrico. Una niña increíblemente pequeña se desliza junto a mí, su cara vuelta hacia la mía. Nuestras miradas se encuentran. Algo es introducido en mi puño. La cabeza de la niña se inclina, unos labios ardientes se posan en el dorso de mi mano, y la pequeña desaparece.

Veinte años de disciplina me han enseñado a disimular. El anciano no parece haberse dado cuenta de nada. Mira fijamente delante de él.

Encontramos a Pax y a Ovancha en la plaza. La espalda de Pax está rígida. Cuando nos despedimos, toma las dos manos del anciano entre las suyas. Ovancha está pálido. El vehículo se pone en marcha, la flauta invisible vuelve a trinar, ahora acompañada por un tambor. Una trompeta contesta desde el otro lado de la plaza. Nos alejamos envueltos en una nube de sonido.

—Son aficionados a la música —observo, estúpidamente.

Mi mano arde. Los ojos de Pax tienen una expresión peligrosa.

—Sí... —Ovancha habla con cierto esfuerzo—. Algunos no lo llaman música. Es muy áspera, muy salvaje. Pero yo encuentro..., encuentro que tiene cierto encanto.

Pax suelta un bufido.

La cosa va a terminar mal.

—En mi tierra natal —digo— tenemos también un animal como vuestro Rupo, al cual utilizamos para cazar. Tienen una fuerte personalidad y sólo piensan en cazar. En cierta ocasión, mis amigos y yo nos llevamos a un Rupo a una excursión de caza; como sucede también aquí, a menudo bebíamos vino con el almuerzo y por la tarde no cazábamos. El Rupo consideraba aquello como un pecado. De modo que una noche, cuando nos encontrábamos a muchos días de distancia de la base, llevó todas las botellas de vino a un pantano muy hondo y las enterró.

Los dos se me quedan mirando. Finalmente, Ovancha sonríe.

Cuando llegamos a la villa, veo que Pax abre la boca y le arrastro hasta un surtidor.

—Habla en voz baja.

—¡Esos individuos son humanos, Ian! Son los únicos esthaanos humanos que he visto. Los Flenni son los individuos que usted debería observar.

—Lo sé, Pax.

—¿Quiénes son? ¿Podrían ser los supervivientes de algún naufragio?

—Estaban aquí antes del Primer Contacto.

—Los esthaanos les inspiran terror. Les vi correr a refugiarse cuando nosotros llegábamos. Están en dificultades, Ian. No es justo. Tiene usted que hacer algo.

Está muy acalorado. Lo mismo que aquel Chesapeake, la noche antes de imponer la Prohibición.

Suspiro.

—Pax Patton, eres un mineralogista profesional enviado aquí para realizar una tarea específica que tu Federación quiere que se lleve a cabo. Lo mismo que yo. Y nuestras tareas no incluyen el mezclarnos en los conflictos políticos o sociales de los indígenas. Intuyo, lo mismo que tú, que los Flenni constituyen un grupo indígena que está siendo oprimido o explotado de algún modo por los civilizados esthaanos. No tenemos la menor idea del origen de la situación. Pero si algo está claro para nosotros, es que no somos libres para poner en peligro nuestra misión inmiscuyéndonos en un problema muy complicado. Esto es algo con lo que tendrás que enfrentarte en un planeta tras otro para poder realizar tu tarea. Esta galaxia es inmensa, y verás cosas mucho peores antes de jubilarte.

—Creí que nuestra tarea consistía en encontrar seres humanos.

—Efectivamente. Y me ocuparé de los Flenni, más tarde. Y redactaré un informe completo acerca de las condiciones en que se encuentran... Ahora, permíteme que te diga algo que sospecho. ¿Has oído hablar del poliploidismo?

—Creo que es algo relativo a células grandes... ¿Qué tiene que ver con los Flenni?

—Déjame terminar. No puedo estar seguro hasta que consiga unos cuantos ejemplares más, pero creo que hemos descubierto algo único: tetraploidismo recurrente en los animales superiores. Hasta ahora lo he localizado en dieciocho especies, incluidos roedores, ungulados y carnívoros. En cada uno de los casos existen dos animales muy similares, uno de los cuales es de mayor tamaño, más fuerte y más vigoroso. Y tetraploide. Lo cual significa, dicho sea de paso, no células grandes, sino una serie suplementaria de cromosomas. Una mutación. Formas tetraploides y poliploides de plantas alimenticias son utilizadas en muchos planetas, pero eran casi desconocidas entre los animales. Aquí se encuentran en todo el planeta, y a menudo en forma de animales domésticos. Ese animal parecido a una vaca que los esthaanos ordeñan, tiene una doble cantidad de cromosomas que la pequeña vaca.

»Y lo mismo sucede con el animal que les proporciona la lana, comparado con las ovejas corrientes.

»Su roedor común tiene veintidós cromosomas, pero he atrapado una rata real —un animal gigantesco—, con cuarenta y cinco cromosomas. Harkness había empezado a trabajar en esa dirección. ¿Te das cuenta de las posibilidades que ofrece la situación?

—¿Quiere usted decir que esos robustos esthaanos son Flenni tetraploides?

—Eso es exactamente lo que espero descubrir.

—¿Y qué?

—Este es un caso en el que la naturaleza ha montado el escenario para el genocidio, Pax. Las dos formas compiten, y la forma más fuerte, más vital, vence. Los Flenni son débiles, viven pocos años y se enfrentan a un pueblo que les supera en todo. Por extraño que pueda parecerte, aquí tienes una medida cuantitativa de humanidad..., si es que son humanos. Dadas las circunstancias, lo raro es que los Flenni hayan sobrevivido tanto tiempo. Recuerdo que nuestra especie exterminó a todos nuestros parientes cercanos.

—Pero, podrían concederles un espacio vital para que se desenvolvieran por sí mismos...

—En el supuesto que la mutación no sea recurrente. Si es recurrente, la situación se repetirá. Y al parecer lo es... ¿Por qué cada una de las especies tiene una compañera tetraploide? Si sólo existiera una mutación regresiva, las evoluciones independientes hubieran seguido caminos divergentes. Ahora sugiero que dejemos de hablar y cantemos algo. ¿Qué te parece «Sujeta a Ese Tigre»?

Cantamos sin entusiasmo. Cuando terminamos, leo la nota que llevo en el bolsillo.

«¡Ven a nosotros Doctor de las estrellas! Rezamos para que nos ayudes»

Duermo muy mal. Por la mañana, encontramos junto a nuestra mesa un ramo de brillantes flores anaranjadas que alguien ha arrojado por encima de la pared.

Ovancha se presenta a la hora del desayuno. Le acompaña un musculoso joven esthaano que lleva botas altas y gafas oscuras importadas.

—¡Reshvid Goffafa! —anuncia Ovancha—. Está dispuesto a guiar al Reshvid Pax hasta las montañas volcánicas. ¡Ha renunciado a sus vacaciones para poder acompañarle!

Ausente Pax, me concentro mejor y en unos cuantos días de búsqueda tenaz localizo tres portaplacas marcados «FI.» en una colección de tejidos de plantas acuáticas. Una sección muy bien teñida y etiquetada «FI. Inf., médula vascular» me proporciona lo que necesito. Existen anomalías carioquinéticas, pero el conteo de cromosomas asciende a la mitad del de mis muestras esthaanas.

Mi involuntaria satisfacción hace que me remuerda la conciencia. La cosa es una trampa trágica para los Flenni. Seguramente que Harkness...

—¡Estudia usted en estado de trance!

Ovancha ha entrado silenciosamente.

—La fuerza de la costumbre —digo.

La silenciosa entrada de Ovancha me ha sorprendido. Normalmente, se comporta de otro modo. Y observo ahora que tiene los ojos grises, cuando lo normal en los esthaanos son los ojos castaño oscuro. Y el anciano Flenni también tenía los ojos grises.

—Me pregunto qué es lo que ve usted.

Bajo su tono ligero, intuyo una nota de seriedad. ¿Es posible que Ovancha sea lo bastante diferente como para resultarme útil?

—Veo algo de gran interés científico en su delicioso planeta —empiezo, en tono optimista. Me escucha cortésmente, pero cuando trato de mostrarle un cromosoma deja caer sus aristocráticos párpados. Hablo cautelosamente de una posible diferencia genética entre él mismo y unos anónimos «otros». Tuerce la boca.

—¡Cualquiera puede darse cuenta de la diferencia, Reshvid Ian! —me reprocha—. No hay necesidad de ir más adelante. Nuestra ciencia no está interesada en esas cosas.

Ninguna ayuda por esta parte. Vuelvo a rumiar el problema de obtener gametos esthaanos, mientras Ovancha charla de un Reshvid doctor que quizás tenga algunas muestras, y de otro Reshvid no sé cuanto que se sentirá encantado si permito que me muestre su técnica de conservación de las muestras..., después de las vacaciones, desde luego. Entretanto, dado que ahora nadie trabaja, ¿por qué no le acompaño a cenar y a visitar la colección de murciélagos marinos luminosos del museo del presidente?

Al día siguiente, el dirigible de la universidad sale a recoger a Pax y a Goffafa, pero no están en el lugar convenido. Nadie se preocupa, dado que la pareja tiene abundantes suministros. Se decide volver a intentarlo al cabo de tres días. La segunda tentativa fracasa, y también la tercera. Ovancha me recuerda que Goffafa está perdiendo ya las clases.

Aquella noche, alguien vuelve a arrojar flores anaranjadas por encima de la pared. A mediodía aparece en mi laboratorio un esthaano uniformado para decirme que se requiere mi presencia en el despacho del consejero.

Ovancha está en la antesala, de pie. Inclina brevemente la cabeza para saludarme y entra en el despacho, dejándome que contemple a la antiséptica y cilíndrica doncella que se encuentra detrás del escritorio.

Finalmente soy introducido a presencia del canoso Consejero Decano. Ovancha está contemplando un mapa colgado de la pared. Nadie me invita a sentarme.

—Reshvid Ian, su colega Reshvid Pax es un criminal. Ha cometido un asesinato. ¿Qué tiene usted que decir?

Tartamudeo mi asombro. Ovancha da media vuelta.

—El Reshvid Gaffafa está muerto. Su cadáver fue encontrado enterrado, en una evidente tentativa para ocultarlo. Murió estrangulado. Su colega Pax ha huido.

—Pero, ¿por qué habría hecho Pax una cosa así? ¿Por qué creen que fue el asesino? Pax admira y respeta a su pueblo, Reshvid Ovancha.

—El asesino era alto y fuerte. Su amigo es fuerte..., y muy excitable, incontrolable.

—No...

—Discutió con el Reshvid Gaffafa, le mató y huyó.

—Cuando el Reshvid Pax regrese —digo, en tono firme—, espero que escucharán ustedes su explicación de la lamentable muerte de Goffafa.

—¡No regresará! —grita Ovancha—. Se ha introducido en un campamento de Flenni y se oculta allí. ¿Se atreve usted a sugerir que no es culpable?

El consejero carraspea bruscamente y Ovancha cierra la boca de golpe.

—Esto es todo. Tenga la bondad de permanecer en su alojamiento hasta que solucionemos el problema del transporte. Lamento informarle que su laboratorio ha sido cerrado.

Los días que siguen traen consigo aquella agonía de aburrimiento y preocupación que sólo conocen los que han estado solos y encarcelados en un planeta extranjero. Me han devuelto mi maletín, y me obligo a mí mismo a estudiar la flora del jardín. Al otro lado de la verja hay ahora un centinela. Oigo una refriega nocturna, y se interrumpen los envíos de flores por encima de la pared.

La quinta noche, el casi-gato da a luz.

Paseo por la terraza. Se supone que los biólogos de la ISB veteranos no experimentan el horror alieni. Desde luego, superficialmente no estoy en peligro. Pax se encuentra metido en un lío serio, pero lo único que a mí me espera es la reprimenda del Sector por haber fracasado en mi misión. Sin embargo, no puedo librarme de la sensación que a mi alrededor acecha algo maligno. Algo que mata biólogos. Harkness era biólogo, y murió aquí.

Noto el roce de mis pies sobre los helechos color ámbar. El gran animal doméstico al que llamamos casi-gato está rodando por el suelo entre un montón de pequeños y rechinantes seres.

Enfoco mi lámpara de bolsillo. El «gato» se sienta sobre sus patas traseras, bosteza delante de mis narices y se aparta, permitiéndome contemplar los bichos que se retuercen en el suelo. ¡Gatitos!

Pero, ¿cuántos? Una docena de diminutos rostros se vuelven hacia la luz. Dos docenas, cuatro docenas..., y aún hay más moviéndose entre las raíces de los helechos. Y, ¡cuán diminutos!

Recojo un puñado y me dirijo a mi laboratorio.

En mi cerebro, todas las piezas del rompecabezas que habían encajado tan perfectamente en aquel maldito diseño irregular, están otra vez en movimiento, reuniéndose en un diseño más amplio y pavoroso. Una de las partes del nuevo diseño es la gran probabilidad para que me maten. Lo mismo que a Harkness, cuando descubrió la verdad.

¿Puedo ocultarla? No es probable; dos soñolientos criados me han visto con los gatitos. Y he sido demasiado explícito con Ovancha.

Trabajo cuidadosamente. Empieza a amanecer cuando el microscopio desvanece todas las dudas posibles. En el jardín, un muchacho de la limpieza cargado con una caja está escarbando debajo de los ambarinos helechos. Tiene dificultades: los gatitos, que sólo tienen cuatro horas de vida, corren y muerden. Pero acaba por capturarlos a todos. Lleva la caja hasta la verja y se la entrega al centinela.

Otra pieza que encaja. ¿Por qué no tuve en cuenta el hecho que los esthaanos no permanecen largo tiempo fuera de su planeta?

Un crujido. Ovancha está detrás de mí, con su pálida mirada sobre mi mesa de trabajo.

—Buenos días, Reshvid Ovancha. ¿Se ha sabido algo de Pax?

No se molesta en contestar. Su máscara se ha desprendido, dejando al descubierto un rostro serio y lleno de preocupación humana. ¡Humana! ¡Cuán desesperadamente deben desear la insensata certificación! Ovancha debe ser uno de los cabecillas. Excepcional Ovancha, capaz de atreverse con nosotros, de competir con nosotros. Habla con evidente pesar.

—Reshvid Ian, ¿por qué ha hecho...? Nosotros... Yo le había acogido como a un amigo.

—También nosotros deseamos mostrarnos amistosos.

—Entonces, ¿por qué se ocupa usted de cosas repugnantes, indecibles?. Lo está preguntando en serio. Por lo tanto, no existe ninguna conjura. Es una decepción real y terrible. Han llegado a odiar lo que son hasta el punto que ellos deben vivir un mito de fantasía psicótica. ¿Qué les había dicho Harkness? No importa. Ahora lo hemos descubierto, y no hay esperanza para nosotros. Pero debo contestar a su pregunta.

—Soy un científico, Ovancha —digo, escogiendo cuidadosamente las palabras—. En mi mundo, me educaron para estudiar todos los seres vivientes. Para comprenderlos. Para nosotros, la vida de cualquier tipo no es ni buena ni mala. Nosotros estudiamos todas esas vidas, toda la vida.

—Toda la vida —repite Ovancha en tono desolado, mirándome a los ojos—. Vida...

Compadecido, cometo mi mayor error.

—Reshvid Ovancha, quizás te interese saber que en mi mundo natal se planteó en otros tiempos un gran problema, debido a que no todas las personas eran iguales. Había, no dos, sino muchos tipos de personas distintas, que se odiaban y temían mutuamente. Pero llegamos a vivir juntos como una sola familia, como hermanos...

Veo que sus ojos se dilatan y que sus fosas nasales tiemblan. En su rostro, la expresión del que acaba de escuchar el insulto definitivo. Una mano cae sobre el pomo de la espada ornamental que cuelga de su costado. Luego, cierra los ojos, da media vuelta y se marcha.

El hombre que parece menos apto para ello es capaz de moverse con inesperada agilidad si tiene motivos suficientes y si sus patronos han insistido en hacerle asistir a cursillos periódicos de entrenamiento. Mientras Ovancha baja la escalera, salgo del laboratorio por la ventana, me encaramo al tejado de la cocina y salto a la pared, cuya parte superior resulta estar protegida con pedazos de cristal.

Aterrizo en la avenida sobre un tobillo que parece descoyuntarse. Una mejilla y un brazo están llenos de vidrio. Me envuelvo en la capa esthaana y echo a andar por la avenida. Cada manzana tiene una avenida central vallada que me oculta de ambos lados, pero al pasar de una manzana a otra quedo al descubierto. Afortunadamente, hace poco que ha amanecido. Paso por tres cruces antes que un gran vehículo cargado de uniformes aparezca al final de la manzana en que me encuentro.

Cuatro manzanas más. Mi rostro y mi brazo arden, y mi tobillo se queja. Un hueco para la basura en la pared. Me oculto allí —los fugitivos y la basura son inseparables—, y oigo resonar la campana de la policía esthaana en las cercanías de nuestra casa.

Súbitamente, un camión cerrado de color mostaza sube por la avenida y se detiene a quince metros de distancia. El conductor se baja. Tintinea la campanilla de una verja se abre y se cierra.

Silencio.

Echo a correr hacia el camión, abro la parte trasera y me encaramo al interior. La oscuridad es absoluta y el hedor nauseabundo. Me arrastro detrás de algunos recipientes hasta la lona que cierra el compartimiento del conductor.

La parte trasera del camión se abre y cae dentro otro recipiente. ¡Dios mío! Si la suerte no me abandona..., si el conductor saca todos los recipientes..., si puedo resistir contra lo que ahora es veneno para mis heridas..., si...

Horas de agonía mientras el camión se detiene y se pone en marcha, se abre para recibir más recipientes. El hedor es insoportable. Finalmente, noto que circulamos por una carretera, y cuando casi he perdido toda esperanza, hacemos alto.

El conductor se baja y da la vuelta para abrir. Mal asunto. He estado trabajando con un cuchillo en la cortina de lona, pero no estoy seguro de poder moverme. Frenéticamente, corto los últimos hilos, empujo y me dejo caer rodando. El dolor es espantoso.

Como en un sueño, veo una multitud alrededor del camión. A continuación, oigo el rechinar de los neumáticos junto a mi cabeza. Noto algo membranoso sobre mi rostro. Unas manos rápidas me empujan. Unas voces susurran: «¡Al suelo!». El mundo desaparece y no vuelve excepto como cálidas nubes de dolor y de confusión durante varios días.

Mi primer momento de lucidez llega en forma de una interminable llanura de hierba oscilando a través de mi vista. Concentro la mirada y la llanura no se mueve. El que oscila soy yo, atado a la silla de una bestia de carga.

Delante de mí hay otro jinete. Contemplo con alivio a la esbelta y encapuchada figura envuelta en una túnica de color azafrán. Al parecer, llevamos algún tiempo viajando así.

Y ha habido noches y estrellas, y días calurosos, y dolor, y manos suaves.

Nos paramos debajo de un árbol, y mi guía se adelanta unos pasos, para reconocer el terreno.

Luego regresa lentamente, echándose la capucha hacia atrás. El rostro que veo es el de la niña que puso la nota en mi mano. Levanta un pie hasta mi estribo y sube a mi montura, reclinándose contra mi pecho.

Su cuerpo no es más que un ala de pájaro, y el mío es una armazón medio muerta. Algo parecido a una llama solar se enciende a través de mi carne. El universo se contrae al contacto de nuestros cuerpos, sus ojos, la nube nocturna de sus cabellos. Aspiro su perfume.

Entonces recuerdo lo que sé.

—Ahora llegan los amigos —sonríe ella.

Apoya una mano frágil y violentamente viva sobre mi corazón, y permanecemos así hasta que llegan los jinetes. Tres Flenni envueltos en túnicas de colores chillones, y un jinete más alto...

—¡Pax! —Mi voz es un graznido.

—¡Ian!

—¿Dónde estamos?

—Nos dirigimos a las montañas. Al campamento.

Pero mi pequeña guía se esta alejando ya. Desde luego. Mi conocimiento es una fría tristeza. Veo que los hombres van también encapuchados. Tabú. ¿Cómo sobrevivir, si no?

Mi montura es tomada por la brida y emprendemos la marcha. Lucho contra el dolor para volverme y ver a la muchacha alejándose a través de la llanura.

Pax está hablando.

—¿Qué le ocurrió a Goffafa? —pregunto, finalmente.

—¡Aquel kralik! Tropezamos con un grupo de mujeres Flenni. Iba a disparar contra ellas.

—¿Disparar contra ellas?

—Se puso como loco. Tuve que quitarle el revólver. Fue como si luchara con un pulpo de goma.

Echaba espuma por la boca y acabó vomitando el almuerzo. Le subí al coche, y trató de partirme la cabeza con el Geiger.

—De modo que tú le estrangulaste.

—Me limité a atontarle.

—Está muerto. Y el Consejo esthaano te acusa de asesinato.

Pax gruñe.

—Algunos Flenni le encontraron durante la noche. Me dijeron que mató a dos de ellos cuando le ofrecieron agua, y terminaron con él. Y yo lo creo.

Un breve silencio.

—¡Son unos cerdos, Ian! Me he enterado de cosas increíbles. ¡Los esthaanos no les dejan cultivar la tierra ni criar ganado! Los Flenni montan granjas, y los esthaanos se presentan con aparatos fumigadores y esparcen veneno desde el aire. Envenenan los pozos. Obligan a los Flenni a vivir en esas miserables aldeas de cabañas, donde pueden mantenerles bajo su bota. Y creo que ellos extendieron aquella enfermedad. Están tratando de eliminarlos. Es lo que usted dijo, Ian.

¡Genocidio!

Nuestros guías oyen la palabras esthaanos y vuelven sus ahora destocadas cabezas hacia nosotros.

Es mi primera mirada a unos jóvenes Flenni.

¿Guapos? No hay ninguna palabra para describir la intensidad vital de aquellos orgullosos rostros. Los ojos brillantes, la nariz aguileña, los ardientes y apasionados labios.

Virilidad absoluta. Y absoluta vulnerabilidad. Estoy viendo varones humanos de una calidad que nunca había visto.

Involuntariamente, inclino mi cabeza en un gesto de saludo. Ellos me devuelven la inclinación y apartan la mirada, sus perfiles puros y graves contra las montañas.

—Pax, no es... —empiezo a decir, cuando mi montura sale disparada hacia adelante bajo un látigo Flenn, y corremos en busca de una mata de arbustos. Detrás nuestro se oye un confuso griterío. Veo un aparato volador a unos veinte metros de altura que se acerca rápidamente. Nos arrojamos al suelo. Un humo negro brota del morro del aparato.

Me arrastro hacia un matorral. Los Flenni cubren mi cabeza. Durante unos instantes no pasa nada.

Me destapo un ojo. Veo una nube de humo negro. El aparato se ha posado en el suelo y el piloto se ha bajado empuñando un revólver. Pax se encuentra en alguna parte entre el humo.

El gas me aturde ligeramente, pero consigo sacar la pistola que llevo en un bolsillo. Mi segundo disparo hace blanco en la muñeca del piloto, y a continuación Pax surge de entre el humo y cae sobre él.

Cuando los Flenni vuelven en sí hemos atado cuidadosamente al piloto. Resulta un poco difícil hacerles comprender que lo queremos vivo, y a regañadientes acceden a cargarlo en mi montura, detrás de mí. En cambio, se muestran entusiasmados cuando Pax les pide que le ayuden a desmontar el transmisor del aparato volador y a cargarlo.

Cabalgamos en silencio. El rostro de mi cautivo está contraído y sus ojos parecen desorbitados.

Reflexiono en la curiosa diferencia en el odio que demuestran los esthaanos y los Flenni. ¿Por qué los robustos y victoriosos esthaanos se muestran tan asustados como ratas acorraladas? En veinte años de casos raros e incluso lamentables, no he visto nada más triste.

Pax bosqueja su plan. Quiere utilizar el transmisor para ponerse en contacto con MacDorra.

—¿Qué te hace pensar que MacDorra nos rescatará? —le pregunto—. Sobre nosotros pesan graves acusaciones. Y MacDorra no querrá ofender a un cliente planetario. Dejaría que su madre se ahogara para no tener que pagar la cuenta de la tintorería si se manchaba su uniforme. En el mejor de los casos, transmitirá el mensaje al sector HQ, solicitando instrucciones.

—No se trata de rescatarnos a nosotros —dice Pax, en tono indignado—. Quiero que se haga justicia a los Flenni. Quiero que MacDorra envíe un mensaje urgente a la Federación Galáctica, acusando a los esthaanos de genocidio y solicitando su intervención. ¡Los Flenni son seres humanos, Ian! Ignoro lo que son los esthaanos, pero no voy a quedarme con los brazos cruzados viendo cómo unos seres humanos son atropellados por otro tipo de seres.

—¿Justicia? —inquiero débilmente—. ¿Genocidio?

Es culpa mía, pero de repente me siento demasiado cansado.

—No hay genocidio, Pax —murmuro, y dormito en mi silla. La imagen de la muchacha que me guió me acompaña en la oscuridad.

Al despertar me encuentro en el campamento Flenni. Una inmensa caverna llena de fogatas, crujiente de sedas, resonante de canciones. Todas las voces, naturalmente, son masculinas; aquí sólo hay varones. Me dan de comer y descanso contra mi silla de montar entre los rápidos pies, las suaves y ardientes voces. El aire tiene un acre olor a humo y a Flenni.

Durante la noche descubro que el piloto se encuentra cerca de mí, atado aún como una salchicha.

Es el esthaano más gordo que he visto. Cuando desato su muñeca se retuerce, se pone morado y de repente, lo mismo que Goffafa, echa espuma por la boca. Le doy agua, y la vomita. Finalmente se tiende con los ojos abiertos, respirando trabajosamente y sudando a mares. Le tomo el puso y me dispongo a continuar durmiendo.

Cuando me despierto, Pax está conferenciando con un grupo de jóvenes Flenni. Sobresale entre ellos, bronceado y audaz. El caudillo de los oprimidos...

Me duele mucho la cabeza. Recojo un poco de fruta y salgo a sentarme al exterior de la cueva.

Un anciano se acerca a mí silenciosamente.

—¿Eres un médico?

Utiliza un substantivo que significa también hombre sensato.

—Sí.

—Tu amigo no lo es.

—Es joven. No comprende. Yo mismo he comprendido hace muy poco tiempo.

—¿Pueden ayudarnos?

—No lo sé, amigo mío. En los otros mundos que he visitado no hay nada igual a esto.

Permanece silencioso.

—Y lo de la enfermedad —digo—. ¿Cómo lo hacen?

—Con música.

—¿No pueden ustedes bloquear la audición?

—No lo suficiente. No lo suficiente. Yo mismo sobreviví tres veces, pero luego...

Hace una mueca, se contempla las manos. Frágiles, arrugadas, las manos de la senectud.

—No tardaré en morir —observa—. Sin embargo, esta última primavera ayudé a abrir la Gran Caverna.

—¿Dónde están las mujeres? —pregunto, al cabo de unos instantes.

—Hacia el norte, a media noche de distancia, a caballo. Su amigo conoce el camino.

Nos miramos el uno al otro en silencio. Recuerdo ahora la figura de Pax contra la boca de la cueva durante la noche.

—Ustedes viven mucho tiempo —murmura el anciano—. Igual que los otros, los esthaanos. Pero ustedes son como nosotros, no como ellos. Lo supimos inmediatamente. ¿Cómo es posible?

—Ocurre lo mismo en todos los mundos que conocemos. Sólo aquí es distinto.

—Es una cosa amarga —murmura finalmente—. Amigo mío de las estrellas, es una cosa amarga.

—Explíqueme algo más, si quiere —le digo—. Explíqueme lo de la enfermedad.

Encuentro a Pax jubiloso entre un lío de hilos.

—¡He establecido contacto! —anuncia—. ¡MacDorra está en el sistema! Transmitiría mi llamada a la Federación.

Gruño:

—¿El parte de genocidio, también?

—Desde luego. He pedido transporte de emergencia y asilo para los Flenni.

—¿Lo has consultado con los Flenni?

—Naturalmente.

Sacudo la cabeza.

—Es culpa mía, Pax. Escucha. ¿Has oído hablar de las plantas llamadas Briofitas, las principales de las cuales son los musgos? ¿O de los animales terrestres llamados Hidras?

—¡Soy geólogo, Ian!

—Estoy tratando de decirte que los esthaanos no cometen genocidio, Pax. Es parricidio, filicidio..., tal vez suicidio...

Noto un gran revuelo detrás de nosotros. Veo correr una figura que se materializa delante de mí como la muchacha más encantadora que he visto nunca. La miro, asombrado. Cabellos llameantes, ojos color miel, senos altos y rotundos, cintura de avispa, caderas en forma de ánfora, manos y pies de gacela y el rostro de una niña enamorada..., vuelto hacia Pax.

Luego, Pax la acoge en sus brazos y el rostro luminoso de la muchacha se eclipsa en su pecho.

Me doy cuenta del hecho que no voy a ser incluido en esta comunicación, doy media vuelta y veo que el campamento está en movimiento. Las fogatas son apagadas. Resuenan voces furiosas. Voy en busca de mi amigo el anciano.

—¿Qué pasa?

—Han capturado a las mujeres. La joven Flanya estaba con su amigo. Cuando regresó al campamento, los soldados estaban allí. Ha venido a avisarnos.

—¿Qué se puede hacer?

—Lo único que se puede hacer es huir. Los esthaanos se presentarán aquí con la música. No podemos hacer nada contra la música. Los jóvenes deben marcharse. Los más viejos nos quedaremos. Veremos por última vez a nuestras mujeres antes que ellos nos maten. Si al menos no hicieran daño a las mujeres...

—¿Se atreverán?

—Hasta ahora, no. Pero últimamente parecen haber enloquecido. Su odio no conoce límites. Temo que cuando descubran que los hombres se han marchado se ensañen con las mujeres...

Su voz se apaga en un sollozo. Pax ha conseguido soltarse y la muchacha está velando su rostro.

—¿Cuántos esthaanos hay allí?

—Unos treinta, Ian; estaba demasiado oscuro para ver bien. Creo que podremos con ellos. Tengo ocho Flenni armados y dispuestos a luchar. Lo malo es si los esthaanos utilizan a las mujeres como pantalla.

—Pax —Respiro profundamente—. No puedo permitir que dispares contra los esthaanos, y los muchachos a los que has entrenado no pueden quedarse aquí. Deben marcharse. No puedes luchar contra lo que va a llegar aquí. Tienes que saberlo. Los esthaanos y los Flenni son...

Unos gritos desgarradores hieren nuestros oídos. El piloto esthaano está tumbado en el suelo, boca arriba, pateando como una rana. Al oír sus gritos, los Flenni que habían empezado a salir de la cueva se vuelven hacia él.

—¡Mira, Pax! —grito, tirando de la túnica del piloto y dejando al descubierto su hinchado cuerpo.

Dos grandes cicatrices rojizas discurren desde cada ligamento púbico hasta la parte superior de la pelvis.

—¡Es una mujer! —exclama Pax.

—No. Es un esporozoo: una forma asexual que se reproduce por gemación. Mira.

El piloto gime, su cuerpo sacudido por contracciones espasmódicas. Los Flenni traen unos grandes cestos forrados de seda.

—Creo que la mayoría de esthaanos desconocen su verdadera naturaleza —le digo a Pax—. Éste cree probablemente que se está muriendo.

Una suprema convulsión sacude al esthaano y las dos cicatrices de sus costados se hinchan, laten y se abren lentamente como gigantescas vainas de guisantes. Una masa de burbujas de carne se desprende de ellas. El piloto grita. Sujeto sus piernas, y Flanya se acerca con los cestos. Las crías estallan en llanto a medida que las recogemos. Sostengo una de ellas en alto delante de Pax.

—¡Es..., es un niño Flenni!

Inconfundiblemente. Apenas una onza de vida masculina con brillantes ojos dorados, agitándose y pateando. Lo dejo en el cesto y levanto otro, una hembra todavía más pequeña, con ojos coordinados y un asomo de sonrisa. Y una pierna marchita. Hay otros con defectos, o completamente inmóviles.

Los Frenni corren con los cestos para montar y marcharse. Tiro la túnica del piloto sobre su vientre vacío; se ha desmayado. Ahora estamos solos, los ancianos, Flanya y Pax.

—¿Te has dado cuenta, Pax? Un caso de generaciones alternas, con ambas generaciones, la sexual y la asexual, completamente desarrolladas. Sin precedente. Hasta ahora, sólo se conocía la gemación en los musgos y en las hidras de la Tierra. Nosotros somos esporozoos somáticos, nuestros gametos están reducidos a células. Los esthaanos no son tetraploides, Pax, son diploides normales.

Pero los Flenni son haploides. Gametos vivientes con medio juego de cromosomas cada uno. Se aparean y producen esthaanos, los cuales no tienen sexo pero producen Flenni por gemación, alternativa y continuamente.

—¿Quiere usted decir que los esthaanos y los Flenni son hijos unos de otros! ¡Pero nosotros hemos visto familias esthaanas!

—No. Las crías Flenni son llevadas secretamente a la aldea Flenni, junto con los perros, gatos y otros animales haploides recién nacidos, y las crías esthaanas de los Flenni son traídas a la ciudad para que los esthaanos cuiden de ellas. Son seudo-familias. Una locura. Es posible que se les ocurriera cuando Harkness les dijo que no eran humanos.

—¡Escuche!

El aire está vibrando. Uno de los ancianos tira de mi manga.

—Pax, protege este transmisor con una barricada. Voy a intentar algo desesperado.

Pax echa a correr, seguido de Flanya. Me vuelvo hacia mi anciano amigo, que habla esthaano.

—Esta máquina llevará tu voz hasta hombres como yo en otras estrellas. Primero hablaré yo, y luego tú dirás lo que yo te diga.

Mientras le alecciono, la vibración se hace más intensa y se acompaña ahora con una especie de lamento que se clava en mis oídos..., no, en mis vísceras. Los otros ancianos se arrastran hacia la boca de la cueva, con la mirada extraviada. Un revuelo de seda ante mis ojos.

—¡Pax! ¡Sujétala!

Está ocupado con las conexiones del transmisor. Obligo a mis piernas a una carrera y alcanzo a Flanya a cincuenta pies de la puerta. Me mira con una expresión salvaje y su cuerpo se pega contra el mío, retorciéndose como una anguila eléctrica. Las notas del tambor laten a través de ella como si fuera una caja de resonancia. Finalmente localizo un punto débil en su cuello y se queda quieta.

—¡Llévatela y átala! —aúllo por encima del creciente huracán de música—. ¿Comprendes?

¡Átala fuerte, si la quieres viva!

La llevamos detrás de la barricada, mientras las primeras mujeres aparecen en la entrada de la cueva.

Agarro el micrófono y empiezo a emitir hacia la única fuente que sé que puede entrar en acción donde la lejanía gris del Consejo de la Federación. Repito la llamada y paso el micrófono al anciano.

Aquel trágico susurro tiene que conmover a las piedras..., suponiendo que MacDorra tenga conectado su receptor.

—¿Qué hay respecto a eso que los Flenni sean humanos y los esthaanos no? —susurra Pax—. Creí que había dicho...

—Una definición pragmática. ¿Cómo se puede fecundar algo que no tiene gametos? Ergo, los esthaanos no son humanos, ¿de acuerdo? A mayor abundancia, ¿qué clase de niños tienen los Flenni? Ergo... ¡Rápido, busca algo para taparnos los oídos!

La cueva es un mar de sonido. Nos arrastramos hasta la cima de la barricada.

Las mujeres llegan como un mar de flores, cojeando, tropezando, sosteniéndose unas a otras a medida que entran en la gran cueva. Aquí y allá, una anda sola con ojos extáticos. Caen, se arrastran, se levantan de nuevo, mágicamente bellas incluso en su agotamiento. Alrededor de ellas, la música se convierte en algo irresistible.

Alcanzan las fogatas del campamento y empiezan a correr, buscando entre las rocas, llevándose las ropas de los hombres a sus senos y a su rostro. Algunas permanecen como en trance, otras examinan la arena como si buscaran las huellas de un hombre determinado. La música resuena dolorosamente, en un lento crescendo de sirenas, gaitas y tambores.

A mi lado oigo gemir a los ancianos, con los ojos inflamados. Súbitamente, uno de ellos se arranca los tapones de los oídos y cruza la barricada hacia las mujeres más cercanas. Le reciben con los brazos abiertos y el anciano desaparece bajo una ola de seda. Pax me agarra del hombro.

—¡Mis muchachos! ¡Mis tiradores!

En el lado más alejado de la pared hay una explosión de movimiento. Tres..., no, cinco jóvenes Flenni, sus armas volando sobre las rocas, sus cabezas echadas hacia atrás mientras gritan. Luego saltan hacia las mujeres, las mujeres vuelan hacia ellos.

Detrás de nosotros, Flanya grita salvajemente, arqueándose y retorciéndose.

Un anciano señala hacia la entrada. Tres masas oscuras: los esthaanos llegan para revisar su obra; aún no están convencidos respecto a que el grueso de los hombres haya escapado. Resuena una señal y la música se apaga en retumbantes discordancias. Un esthaano grita.

Por toda la cueva hay montones de mujeres caídas. Los esthaanos avanzan entre ellas, pisoteándolas, mientras convergen hacia el montón de cuerpos alrededor de los jóvenes Flenni.

La vista de aquellos hermosos cuerpos desnudos entre las brillantes sedas afecta terriblemente a los esthaanos. Dos se apartan a un lado, y vomitan. El tercero continúa avanzando, saca un látigo de su cintura y azota a las mujeres más próximas.

El látigo restalla sobre los cuerpos indefensos. Los Flenni gimen y se agarran unos a otros. El esthaano toma a un joven por los cabellos y le obliga a ponerse de rodillas.

—¿Dónde están los hombres? ¿A dónde se han marchado? —ruge, ante la cara del joven.

El joven permanece silencioso. El esthaano le golpea con el pie.

—¿A dónde se han marchado? ¡Dímelo!

Los otros esthaanos se unen a él. Uno de ellos inclina al muchacho hacia atrás a través de su rodilla y utiliza su cuchillo.

—¿Dónde están? —ruge el esthaano, mientras el muchacho grita.

No quiero que Pax sea acusado de asesinato. Me aseguro del hecho que los esthaanos caen con dos orificios por cabeza. Corremos hacia el muchacho. Demasiado tarde.

—¡Tápenlos, rápido!

Cubrimos de seda los uniformados cadáveres.

—¡Están llegando! ¡Todo el mundo a tierra!

Nos ocultamos, oyendo el lejano resonar de botas por encima de la suave respiración de los Flenni que nos rodean. Mi campo visual incluye parte de nuestra barrera de roca y a un Flenni caído entre dos muchachas con los dorados cabellos de otra a través de sus piernas.

Lo único que podemos hacer es esperar. Observo los leves latidos en los párpados del muchacho.

Luego veo que no sólo está dormido, sino también cambiando. El lustre está desapareciendo de su piel, de sus cabellos. Ante mis ojos, las prietas carnes del joven se están marchitando.

Recuerdo las manos del anciano que dijo: «Esta última primavera ayudé a abrir la Gran Cueva».

Las crías, los bebés, crecen como llamas hambrientas. En unos meses, la niña se convierte en una joven núbil. ¿Mueren también con tanta rapidez, una vez apareados? Eso es lo que ocurre con los portadores de gametos entre nuestras plantas. Y esta sería, entonces, el arma esthaana: obligarles a un precoz apareamiento que debe conducirles a la muerte. Me estremezco, viendo las sienes del muchacho ahora hundidas y azuladas. Despertará como un viejo para esperar la muerte.

Veo unas botas. Dos esthaanos junto a la barrera de roca. He aleccionado al anciano para que emita una señal que pueda servir de aviso en el caso improbable que a alguien le importe. Pero los esthaanos la oirán...

La han oído. Mientras empiezan a trepar por las rocas, el anciano aparece en la cima, se yergue y grita. Luego cae bajo los disparos de los esthaanos.

—Él está a salvo —susurro, agarrando a Pax—. Y ella está a salvo. ¡No te muevas!

En aquel momento, otro esthaano grita desde la boca de la cueva y los otros dan media vuelta.

—Han avistado a los hombres.

Tenemos que presenciar cómo son desenfundados los látigos y rodeadas las mujeres. La espantosa música desciende sobre nosotros. Por toda la cueva, las agotadas mujeres se levantan penosamente, tambaleándose hacia la puerta de la cueva delante de sus pastores. Un oscilante río de brillantes flores, que sólo se mantienen erguidas por el terrible estímulo del sonido. Una muchacha cae de rodillas delante de un soldado, el cual recoge una piedra y le aplasta el cráneo.

Es lo que el anciano había temido: locura, entre aquellos esthaanos que conocen la verdad. El soldado probablemente ignora lo que ha matado, pero ha recibido órdenes de aquellos que lo saben..., y no pueden soportarlo.

El transmisor está averiado, pero Flanya se encuentra a salvo donde el anciano la ocultó. Pax la saca de allí. Me detengo a componer el cadáver del anciano junto a la barrera. En la boca de la cueva vemos la corriente de seda multicolor alejándose por la garganta que discurre por debajo de nosotros. Allí, en alguna parte, se encuentra mi pequeña guía.

—¡Voy detrás de ellos! —grita Pax.

—No. Es una orden. Quedarías al descubierto, y ese aparato volador te localizaría inmediatamente.

Señalo hacia abajo. Hay una retaguardia de esthaanos con un pequeño dirigible.

—¡Tenemos que hacer algo! —exclama.

Los ojos de Flanya le siguen como brújulas.

—Lo haremos. Esperaremos aquí y comeremos algo. Y le rezaremos a un dios llamado Baal.

—¿Baal?

—O Moloch, si lo prefieres. Un antiguo dios de la avaricia. Le rezaremos para que inflame la avidez de ganancia de un viejo avaro a cien años-luz de aquí, si es que aún está vivo. Si la inflama lo suficiente, es posible que los Flenni y nosotros podamos sobrevivir.

—¿Se refiere al Consejo de la Federación? —inquiere Pax—. ¿O a la Oficina?

—La Oficina de Investigación Interplanetaria —le digo— puede contestar a nuestra petición a tiempo para ayudar a cualquiera que esté vivo dentro de cinco años. El Consejo de la Federación Galáctica puede contestar asimismo a tiempo para redactar un informe sobre una raza extinguida.

Ninguno de los dos puede actuar con la rapidez suficiente para ayudar a nuestra carne mortal. El único agente que puede hacerlo es el Capitán MacDorra, y el único agente que puede hacer mover a MacDorra es el dinero. Créditos Interestelares en oro. Y éstos sólo pueden llegarle de una fuente: un fósil humano que, si todavía respira, se encuentra en la terraza noventa y cinco de su imperio particular en Solvenus. Y el único motivo que puede hacerle mover a él es el deseo de fastidiar a otro fósil humano que navega por su océano particular en Sweetheart, Proción. En consecuencia, rezaremos a Baal.

Pax frunce el ceño.

—Afortunadamente —añado—, MacDorra sabe que tengo suficientes créditos en mi cuenta para pagar una llamada a Solvenus. Y ahora, ¿qué te parece si comemos algo?

Flanya se resiste a quedarse conmigo mientras Pax va en busca de comida. Finalmente se deja convencer y se acurruca a mi lado como una sedosa paloma. Cuando Pax desaparece de nuestro campo visual, Flanya apoya una mano en mi brazo y a sus ojos asoma una expresión preocupada.

Veo que tiene un dedo ligeramente deformado. Un gene defectuoso, puesto de manifiesto debido a que no existe ningún cromosoma acompañante para ocultarlo. Desde luego, lo que hace que los diploides esthaanos disfruten de tan buena salud es la existencia de la generación Flenni haploide:

cada vez que los pares de cromosomas esthaanos se desintegran para formar un individuo Flenni, aflora cualquier tipo de defecto recesivo. Los niños que nacen muertos son filtros que depuran los genes defectuosos de las generaciones esthaanas. Un mecanismo bello y cruel...

El temblor de la mano de Flanya me anuncia el regreso de Pax con provisiones.

Cuando terminamos de comer saco un objeto que he conservado cuidadosamente: mi órgano bucal.

—¿Puedes encontrar un banjo, un laúd, o cualquier otro instrumento que se pueda tocar?

Pax me mira con aire ausente. Nuestras pesquisas no dan resultado, de modo que le enseño el partido que puede sacarse de una cacerola. Asiente distraídamente e iniciamos la vigilancia junto a la entrada de la cueva, él con la cacerola y yo con el órgano bucal.

Tocamos suavemente, y a Flanya parecen gustarle algunos pasajes. Desempolvo piezas adecuadas de nuestro repertorio, y empiezo a enseñarle a Pax una sincopada y estimulante melodía llamada «Revuélcame en la abundancia».

No confío en que pase nada. Durante largo rato no pasa nada.

La sorpresa llega finalmente en forma del KA-BOOM-OOM del trineo de emergencia de MacDorra restallando en el aire. El aparato se posa suavemente en la altiplanicie, encima de la cueva, mientras Pax y yo trepamos hacia allí, Pax cargado con Flanya.

El socio de MacDorra, Duncannon y cuatro robustos ayudantes se bajan del trineo, empuñando las armas.

—¿Dónde es la guerra? —inquiere Duncannon.

Sería capaz de darle un beso, a pesar de la barba rojiza y del bazooka.

—Han capturado a las mujeres y las están llevando a la muerte. —Señalo—: Por allí.

Esto produce su efecto en aquellos hombres. Una vez decidido quién paga, no hay combatientes más galantes que ellos en toda la galaxia.

—Hemos visto algo que podría ser eso mientras llegábamos. Vamos, muchachos.

—¿Tienen un altavoz pesado?

—Sí.

—Entonces, vuelen despacio hasta situarse delante de ellos y lo más cerca posible.

Nos ponemos al frente del patético ejército mientras suben por las rocas en dirección a otra cueva.

—Aquel aparato amarillo es el enemigo —le digo a Duncannon—. Está armado y también dispara un gas que no molesta demasiado. Lo esencial es localizar el productor de ruido que tienen y reducirlo al silencio. Dispare una bengala cuando lo haya parado, yo no podré oírlo. Quédate aquí, Pax. Tenemos trabajo.

Le entrego la cacerola y hago girar todos los discos del altavoz para que emita a toda potencia.

—¡Será la primera batalla en la historia que se habrá ganado con un órgano bucal y una cacerola! —exclama Pax, antes de empezar a golpear su «instrumento» como un poseso.

Pax se reúne conmigo. Una enfermera se ha llevado a Flanya al puesto de socorro que MacDorra ha improvisado, con los médicos de la nave y un sintetizador de plasma, incluso.

—De acuerdo, Ian. ¿Quién es Santa Claus?

—¿Has oído hablar de la Teoría de la Evolución Humana de Morgenstern?

—¿Ese Morgenstern? Pero, ¿aún está vivo?

—Y aún desea demostrar que su teoría es correcta, a cualquier precio. Le encontré durante mi último permiso en Eros, con su mejor enemigo, el viejo Villeneuve. Villeneuve opina que Morgenstern es un lunático; él mismo está a favor de la teoría de la difusión. Entre los dos son bastante ricos para comprar media galaxia, y llevan años enteros discutiendo, financiando expediciones y apostando sumas fabulosas. Bueno, Morgenstern me llamó aparte y me dijo la clase de prueba que necesita, exactamente. Ejemplos de desarrollo humano que no puedan ser interpretados como difusión en términos de Villeneuve. Me dio una palabra clave: Eureka. Si descubría la prueba, él enviaría a buscarla inmediatamente.

»Se me ocurrió que la generación alternada existente aquí, compartida por los mamíferos inferiores y por el hombre, es lo que más se asemeja a la prueba que Morgenstern desea obtener. No es positiva en un ciento por ciento; puede producirse una mutación discontinua. Pero es suficiente para que Villeneuve pase un mal rato. De modo que le envié la señal «Eureka repito Eureka», y añadí que la prueba desaparecería en un plazo de horas a consecuencia de una guerra intertribal, a menos que contratara inmediatamente a MacDorra para que acudiera a rescatarnos. Puede haber comprado la nave o toda la línea de transporte. Ya has visto el resultado. Lo que nos ha salvado, hijo mío, no ha sido el altruismo ni el amor a la ciencia, sino la cabezonería senil y la presunción.

Compartimos un amigable silencio. Está amaneciendo. Afortunadamente, el nombre de Molly no figurará, por ahora, en el fichero de Viudas.

—¿Qué hay de la Oficina?

—Bueno, existe algo llamado Datos Irreemplazables de Ciencia Humana. En cualquier momento se puede localizar una zona de DICH..., creo que hay una en la Tierra. En los antiguos reglamentos se dice que cualquier oficial del Servicio puede declarar DICH a una zona o a una especie, lo cual la sitúa automáticamente bajo la protección de la Federación hasta que el caso es revisado y confirmado, o denegado. El oficial declarante tiene que presentar un informe justificativo. Es un trámite muy complicado. En todo el tiempo que llevo en el Servicio creo que sólo se ha presentado un caso.

»He informado a la Oficina, declarando a los Flenni como DICH en peligro. Esto debería poner en movimiento a un equipo de la Oficina para substituir a MacDorra. Pero va a haber alboroto. El viejo Morgenstern seguramente está en camino con la idea que los Flenni le pertenecen. Pero a los ojos de la Oficina no es más que un entrometido ciudadano particular. Y para mí va a ser un problema convencer a Morgenstern respecto a que no tiene ningún derecho sobre los Flenni, y evitar que me expulsen del servicio por abuso de autoridad, intervención en conflictos locales, etcétera.

Pax frunce el ceño.

—¿Qué cree usted que pasará con los Flenni?

—Bueno, creo que deben ser protegidos en sus esfuerzos para conservar su propia identidad cultural, para alargar su vida demorando el aparea... —Me muerdo la lengua—. Para construir una economía. No será fácil. Probablemente, siempre ha existido una tensión hostil entre las dos formas, dado que son competidoras ecológicas. Al parecer, los esthaanos apartaron a los Flenni de su tecnología urbana a raíz del Primer Contacto. Sospecho que Harkness precipitó la fase aguda. Los esthaanos se hicieron la idea que el ciclo Flenni era un terrible defecto que les cerraría el camino de la Certificación humana. Empezaron a ocultarlo y a minimizarlo, a imitar las costumbres humanas y a reducir a los Flenni a la categoría de animales de cría. Tal vez el odio sea más profundo. Todos los esthaanos tienen genes Flenni. Pueden experimentar un primordial e inconsciente impulso sexual que nunca podrán satisfacer..., y que está encarnado en los Flenni. De cualquier modo, están actuando bajo los efectos de una psicosis social, y a los ingenieros sociales les aguarda una dura tarea. Pero, biológicamente...

Me interrumpo.

—Continúe, Ian.

—Bueno, ya lo sabes. Los genes Flenni combinan con los nuestros. Es posible que el sistema alternante llegue a desaparecer, a muy largo plazo.

Pax permanece silencioso. Le oigo contener el aliento. Por primera vez ha pensado lo que podría ser un hijo suyo y de Flanya. ¿Es posible que aquella hermosa muchacha dé a luz una salchicha neutra: un esthaano?

Me tiendo, contemplando las lunas sonrosadas, pensando: Pobre Pax, pobre muchacho. La hibridación puede resolver eventualmente el dilema del planeta. Pero, entretanto, ¿cuántos corazones humanos sentirán el impacto de la belleza Flenni, del sexo Flenni? Sólo en sueños hemos visto seres que son literalmente machos o literalmente hembras. El hombre más viril, la mujer más seductora, tienen algo de los dos sexos. Pero los Flenni son la pura expresión de un solo sexo: abrumador, irresistible. ¿Cuántos de nosotros se entregarán a ellos, sólo para encontrar la belleza moribunda en sus brazos?

Finalmente, la imagen de Molly viene a consolarme. Molly, que puede amar y vivir, que me acogerá entre nuestros hijos. Debo acordarme, pienso, medio dormido, de decirle a Molly lo bueno que es ser un esporozoo diploide...