Capítulo 1

Palin volvió en sí poco a poco. Su primera sensación fue de terror. ¡La ardiente descarga que había abrasado y destrozado su cuerpo, no lo había matado! Llegaría una segunda. Raistlin no lo dejaría con vida. En medio de gemidos, el joven se acurrucó en el frío suelo de piedra y esperó atemorizado que en cualquier momento sonara el cántico mágico, seguido del chasquido de los dardos ardientes creados por aquellos delgados dedos, y luego, una voz más, el agudo, insufrible dolor.

El silencio no se alteró.

Palin escuchó con atención, tembloroso, conteniendo el aliento, pero no oyó nada.

Abrió los ojos con cautela. Estaba oscuro; una oscuridad tan profunda que no veía nada, ni su propio cuerpo.

—¿Raistlin? —Susurró el muchacho, mientras levantaba la cabeza del húmedo suelo de piedra—. ¿Tío?

—¡Palin! —Gritó una voz.

El corazón le dio un vuelco.

—¡Palin! —Llamó de nuevo la voz; una voz rebosante de amor, de angustia.

El joven suspiró aliviado y se dejó caer otra vez en el suelo de piedra a la vez que lloraba de alegría.

Escuchó unos pasos que subían la escalera. Una antorcha alejó la oscuridad. Las pisadas se detuvieron, la luz de la antorcha parpadeó, como si temblara la mano que la sujetaba. Después, los pasos se reanudaron presurosos y el resplandor se derramó sobre él.

—¡Palin, hijo mío! —El joven se encontró en brazos de su padre—. ¿Qué te han hecho, hijo? —Gimió Caramon con voz ronca.

Tiró a un lado la antorcha, levantó el cuerpo del joven, y lo acunó contra su fuerte pecho.

Palin era incapaz de hablar. Recostó la cabeza en el hombro de su padre, y escuchó el acelerado latido del corazón, debido al esfuerzo de subir la escalera de la Torre. Olfateó los olores familiares de cuero y sudor. Dejó —un instante más— que los brazos de su padre lo acunaran protectores. Luego, soltó un suspiro, alzó la cabeza, y miró el rostro pálido y angustiado de Caramon.

—Nada, padre —dijo con dulzura, mientras se apartaba de él sin brusquedad—. Me encuentro bien, de veras. —Se sentó y miró a su alrededor, aturdido por lo que veía a la trémula luz de la antorcha tirada en el suelo—. ¿Dónde estamos?

—Fuera de…, de ese sitio —gruñó Caramon, que soltó a su hijo pero no le quitó los ojos de encima, vacilante, angustiado.

—El laboratorio —musitó confuso Palin; volvió la vista hacia la puerta cerrada, y a los fantasmales ojos transparentes que flotaban delante de ella. Intentó incorporarse.

—Cuidado —advirtió Caramon, que lo rodeó otra vez con el brazo.

—Estoy bien, padre. Ya te lo he dicho —protestó el muchacho con voz segura, mientras apartaba al hombre y se ponía de pie sin su ayuda. Sin apartar la vista de la puerta, preguntó—: ¿Qué ha ocurrido?

Los ojos del espectro le devolvieron la mirada, inmóviles, impasibles.

—Entraste en… Ahí —explicó Caramon con el entrecejo fruncido, y mirando a su vez la sólida hoja de madera—. Y la puerta se…, se cerró de golpe. Intenté entrar… Dalamar lanzó un conjuro, pero no se abrió. Luego, más de esos…, de esas cosas —señaló con una gesto a los ojos espectrales— aparecieron y no recuerdo mucho más de lo que ocurrió. Cuando recobré el conocimiento, me encontraba con Dalamar en su estudio.

—Que es adonde volveremos ahora —intervino una voz a sus espaldas—, si es que queréis hacerme el honor de acompañarme en el desayuno.

—Al único sitio a donde vamos es a casa —dijo Caramon en voz baja, cortante, mientras se volvía hacia el elfo oscuro que se había materializado en la escalera—. ¡Basta ya de magia! —Agregó con tono desafiante, mirando a Dalamar de hito en hito—. Iremos a pie, si es preciso. Ni mi hijo ni yo volveremos jamás a una de estas malditas Torres y…

Haciendo caso omiso de Caramon, Dalamar pasó ante él y se dirigió hacia Palin que aguardaba de pie, silencioso con las manos enlazadas bajo las mangas de su túnica, y los ojos bajos, como era preceptivo en presencia de un hechicero de alto rango. El elfo oscuro alargó los brazos y asió al joven por los hombros.

Quithain, Magus —dijo sonriente. A continuación besó a Palin en ambas mejillas, siguiendo la costumbre elfa.

El muchacho lo miró desconcertado. Las palabras pronunciadas por Dalamar le daban vueltas en la cabeza, pero no alcanzaba a descifrarlas. Hablaba un poco de lengua élfica, que había aprendido del amigo de su padre, Tanis. Pero, con los recientes acontecimientos, parecía que su mente se había quedado en blanco. Se esforzó frenético en recordar, pues Dalamar seguía parado ante él, mirándolo expectante, sonriendo divertido.

Quithain… —Repitió en voz baja Palin—. Significa… felicidades. Felicidades, Magus.

Se quedó sin aliento y miró incrédulo a Dalamar.

—¿Qué significa esto? —Exigió Caramon, observando de reojo al elfo oscuro—. No comprendo…

—Él es ya uno de los nuestros, Caramon —dijo Dalamar con voz reposada. Agarró a Palin por el brazo y, escoltándolo, pasaron ante el hombretón—. Su examen ha concluido. Ha pasado la Prueba.

—Lamentamos haberte hecho pasar otra vez por todo esto, Caramon —se disculpó el elfo oscuro con el hombretón.

Caramon, sentado ante la mesa ricamente tallada del lujoso estudio de Dalamar, enrojeció y frunció aún más el entrecejo en un gesto de preocupación, temor y cólera.

—Pero —continuó el hechicero— era evidente para todos nosotros que intentarías por todos los medios impedir que tu hijo se sometiera a la Prueba.

—¿Quién podría culparme por ello? —Inquirió Caramon con dureza. Se puso de pie y se acercó al ventanal, desde el que se divisaba el Robledal de Shoikan, envuelto en sombras.

—Nadie —respondió el elfo oscuro—. Ninguno de nosotros podría reprochártelo. Por eso lo preparamos todo de manera que participases en ello sin que sospecharas que se trataba de una farsa.

El semblante del hombretón se ensombreció, se encaró con el hechicero y le apuntó con el dedo.

—¡No teníais ningún derecho! ¡Es demasiado joven! ¡Podría haber muerto!

—Cierto —asintió Dalamar en voz baja—. Pero ése es un riesgo al que todos nos enfrentamos. Es un riesgo que tú aceptas cada vez que envías a tus hijos mayores a la batalla.

—Es diferente. —Caramon le dio la espalda. La tensión contraía los músculos de sus mandíbulas.

Los ojos de Dalamar fueron del hombre a Palin. El muchacho estaba sentado en una silla y tenía una copa de vino que ni siquiera había probado. El joven mago miraba en derredor, estupefacto, sin dar crédito a lo que había ocurrido.

—¿Por qué es diferente? ¿Por Raistlin? —Dalamar sonrió—. Palin posee un don innato para la magia, Caramon. Tan innato como el de su tío. Para él, como ocurrió con Raistlin, sólo había un camino a seguir en la vida: el de la magia. Pero el amor que tu hijo profesa a su familia es muy fuerte; tanto, que podría haberse visto obligado a renunciar. Y, de hacerlo, habría sido muy desgraciado.

Caramon hundió la cabeza en el pecho y enlazó las manos a la espalda con fuerza. Palin oyó un ahogado gemido; dejó la copa sobre la mesa y se incorporó. Se acercó a su padre. Caramon alargó una mano y atrajo al muchacho hacia sí.

—Dalamar tiene razón —admitió con voz ronca—. Pero yo sólo quería lo mejor para ti. Y estaba asustado. Asustado ante la posibilidad de perderte por la magia… como lo perdí a él. Lo siento, Palin. Perdóname.

Por toda respuesta, el joven se abrazó a su padre, que lo estrechó con fuerza entre sus brazos.

—Así que, ¡la superaste! ¡Estoy orgulloso de ti, hijo! —Musitó Caramon—. Muy, muy orgulloso.

—Gracias, padre. —A Palin le temblaba la voz—. No tengo nada que perdonarte. Lo comprendí… al final.

El resto de las palabras del joven mago se ahogaron en el fuerte abrazo de Caramon. Después, el hombretón le palmeó la espalda, se apartó del muchacho y, apostándose junto a la ventana, oteó el Robledal de Shoikan con rostro ceñudo.

Palin se acercó al elfo oscuro y lo miró desconcertado.

—La Prueba… —comenzó vacilante—. ¡Parecía…, parecía todo tan real! Y, sin embargo, aquí estoy. Raistlin no me mató.

—¿Raistlin? —Caramon se volvió alarmado, demudado.

—Cálmate, amigo —intervino Dalamar—. La Prueba es diferente para cada aspirante, Palin. Para algunos es tan real que puede traerles consecuencias reales y desastrosas. Tu tío, por ejemplo casi sucumbió en el enfrentamiento con uno de los de mi raza. La Prueba dejó a Justarius una pierna tullida. Pero, para otros, todo transcurre en su mente. —El rostro de Dalamar se tensó, y su cuerpo se estremeció imperceptiblemente al evocar un doloroso recuerdo—. Eso también puede tener consecuencias. A veces, peores incluso que las físicas.

—Es decir que todo ocurrió en mi mente… No entré en el Abismo. Y tampoco mi tío estaba allí.

—No, Palin —respondió Dalamar, que ya había recobrado la compostura—. Raistlin está muerto. No tenemos razón para creer lo contrario, a pesar de lo que dijimos. No tenemos la certeza, por supuesto. Pero suponemos que la visión descrita por tu padre es la verdad: Paladine le otorgó el descanso para aliviar su sufrimiento. Cuando dijimos que teníamos pruebas de que seguía con vida, era todo parte del plan para traerte aquí. No hay tales pruebas. Raistlin está vivo solo en las leyendas.

—Y en nuestros corazones —susurró Caramon desde la ventana.

—Pero… ¡parecía tan real! —Protestó el muchacho. Aún podía sentir el suave roce del terciopelo negro en las puntas de los dedos y el frío contacto de la madera del Bastón del Mago, oír la voz susurrante, ver los ojos dorados y las pupilas en forma de relojes de arena, oler los pétalos de rosa, las especias, la sangre… Hundió la cabeza en el pecho y contuvo un escalofrío.

—Lo sé —dijo Dalamar, con un leve suspiro—. Pero todo fue una ilusión. El guardián permanece ante la puerta, y ésta continúa sellada, como lo estará por toda la eternidad. No estuviste en el laboratorio y, mucho menos, en el Abismo.

—Pero yo lo vi entrar —intervino Caramon.

—Era parte de la ilusión. Sólo yo quedé fuera de su influjo, ya que contribuí a crearla. Estaba preparada de modo que te resultara muy real, Palin. Jamás lo olvidarás. La Prueba tenía por objeto no sólo juzgar tus habilidades en el arte, sino algo más importante: tenías que enfrentarte a la verdad. La verdad sobre tu tío, y sobre ti mismo.

«Abre los ojos a la verdad que hay en tu alma».

Palin evocó la voz de su tío diciéndole aquella frase. Acarició la tela de túnica blanca.

—Sé cuál es mi verdad y dónde está mi lealtad —dijo con suavidad, mientras rememoraba el amargo instante ante el Portal—. Como dijo el Mago del Mar, me serviré a mí mismo sirviendo al mundo.

El elfo oscuro sonrió y se puso de pie.

—Lo sé. Como también sé que estás impaciente por regresar a tu casa con tu familia, joven mago. No te haré perder más tiempo. Siento que no hicieses otra elección, Palin. Me habría gustado tenerte de aprendiz. En cualquier caso, serás un magnífico adversario, y yo tendré el honor de haber contribuido en parte a tu victoria. —Dalamar le tendió una mano.

—Gracias. —El muchacho enrojeció, y estrechó la mano del elfo oscuro con gratitud—. Gracias… por todo.

Caramon se apartó de la ventana y fue junto a su hijo. Estrechó también la mano de Dalamar. Los delicados dedos del elfo se perdieron en la manaza del hombretón.

—Yo… En fin, supongo que no me importaría que utilizases tu poder para enviarnos de regreso a Solace —farfulló Caramon—. Tika estará enferma de preocupación.

—Como quieras —aceptó Dalamar, que intercambió una sonrisa cómplice con Palin—. Poneos juntos. Adiós, Palin. Nos veremos en la Torre de Wayreth.

En ese instante sonó una queda llamada a la puerta. Dalamar frunció el entrecejo.

—¿Qué ocurre? —Preguntó irritado—. Te di instrucciones de que no se nos molestara.

—La puerta se abrió, aparentemente, por propia iniciativa. Dos ojos translúcidos brillaron en las sombras.

—Perdona, maestro —dijo el espectro—. Pero he recibido la orden de dar al joven mago un regalo de despedida.

—¿Orden? ¿De quién? —La cólera hizo relucir los ojos del elfo oscuro—. ¿Justarius? ¿Ha osado poner el pie en mi Torre sin mi permiso?

—No, maestro —respondió el espectro, al tiempo que se adelantaba en la habitación.

El frío de su halo se propagó en el aire. Se acercó despacio al joven mago, con sus descarnadas manos extendidas hacia él. Caramon se movió veloz y se interpuso entre ellos.

—No, padre —lo tranquilizó Palin, a la vez que impedía al hombre desenvainar la espada—. Apártate, no quiere hacerme daño. ¿Qué tienes que darme? —Preguntó al espectro, que se había detenido a escasos centímetros de él.

Como respuesta, la mano descarnada trazó un símbolo arcano en el aire. El Bastón de Mago se materializó, asido con firmeza entre los dedos esqueléticos.

Caramon se quedó sin aliento y retrocedió un paso. Dalamar lanzó una mirada furibunda al espectro.

—¡Has faltado a tu deber! —La voz del elfo oscuro tembló por la ira—. ¡Juro por nuestra Oscura Soberana que te arrojaré al eterno tormento del abismo por esto!

—No he dejado de cumplir mi misión —replicó el guardián con un tono cavernoso que hizo revivir en Palin el horror del reino en el que había estado, aunque sólo fuera en su mente—. La puerta del laboratorio permanece cerrada y sellada. Como puedes ver, sigo teniendo la llave. —El guardián alargó la otra mano y mostró sobre la huesuda palma la llave de plata—. Como prometí, ningún ser vivo ha entrado allí.

—¿Entonces quién…? —Comenzó furioso Dalamar. De repente, su voz se quebró, su rostro se tornó ceniciento—. Ningún ser vivo…

Temblando de pies a cabeza, el elfo oscuro se dejó caer en la silla sin apartar los ojos desorbitados del Bastón de Mago.

—Es para ti, Palin. Como él te prometió —dijo el espectro, alargando el cayado al joven.

Palin lo asió con mano temblorosa. Al tocarlo, el cristal centelleó e irradió un fulgor frío, radiante, que iluminó la oscura habitación con su luz plateada.

—Es un regalo del verdadero amo de la Torre —añadió el espectro—. Y con él va su bendición.

Las pupilas transparentes se inclinaron en una reverencia. Luego, desaparecieron.

Con el bastón entre sus manos temblorosas, Palin se volvió hacia su padre y lo miró largo rato, estupefacto, maravillado.

Caramon sonrió, a la vez que unas lágrimas silenciosas le humedecían las mejillas. Después, rodeó con el brazo a su hijo y musitó con voz queda:

—Volvamos a casa.