9
PHIL Halvorsen se quedó mirando a la vieja, y el arma, enfundada aún en su estúpida bolsita de papel, comenzó a susurrarle en voz baja mientras temblaba. La empuñadura calzaba en su mano con la misma fuerza con que su mano se aferraba a la empuñadura. Ella me está sosteniendo a mí, pensó histéricamente, pero sabiendo con toda claridad que su histeria era una nube, un manto, una defensa contra aquello acerca de lo cual no estaba preparado para pensar... Bueno, quizá simplemente no estaba listo para pensarlo, pero... ¿cómo se había dado cuenta esa mujer?
Durante casi dos días había estado preocupándose acerca de esa sensación de algo extraño que lo invadía. Volvía una y otra vez al problema, pero lo único que lograba era aumentar su confusión. Entonces volvía a tirarlo a un rincón, enfadado. No comía bien y dormía peor; ¡Primero déjenme dormir!, decía algo dentro de él, y cuando lo sentía, lo rechazaba también; el resultado era una histeria aun mayor, que le impedía pensar siquiera. Y luego, una frase suelta de O'Banion, una palabra de la señorita Schmidt, y su propia memoria desordenada: los Bittelman nunca decían; siempre preguntaban. Era como si pudieran penetrar la mente de un hombre y armar las preguntas a partir de los desechos y piezas sueltas que encontraban allí, construyendo formas terribles, de aspecto insoportable.
¿Cuántas preguntas terribles guardo encerradas dentro de mí? ¿Y ha roto la cerradura esta mujer terrible?
—No... me... preguntes eso. ¿Por qué me preguntas eso? ¿Por qué? —dijo.
—¿Por qué no puedo preguntarlo?
—Eres una... Puede leerme los pensamientos —dijo Philip.
—¿Puedo hacerlo?
—¡Di algo! —gritó.
La bolsa de papel dejó de susurrar. Le pareció que ella se había dado cuenta.
—¿Te parece que estoy leyendo tus pensamientos —preguntó Bitty atinadamente— si te veo entrar por allí como si fueras la ira del Señor, empuñando ese artefacto delante de ti y al mismo tiempo tratando de escaparte de él, y si luego te digo que si lo disparas accidentalmente, puedes llegar a pagar con la vida por ello? ¿Leer pensamientos? ¿No es suficiente con leer los diarios?
¡Oh!, pensó... ¡Oh...! La miró detenidamente. Bitty estaba totalmente tranquila, esperando, dejándole las decisiones a él. De repente, supo que esta mujer podía pensar y hablar diez veces mejor que él sin que se le moviera un pelo de la cabeza. Eso quería decir una de dos cosas: o que él estaba total y embarazosamente equivocado, o que las explicaciones triviales que le proporcionaba Bitty eran mentiras, lo cual era lo que le había estado preocupando inicialmente en este asunto.
—¿Por qué dices que compré el arma con otra finalidad? —interrogó.
Bitty le dirigió su sonrisa cálida y breve.
—Yo no lo dije: simplemente te lo pregunté. ¿Cómo podría saberlo?
Por un instante, Halvorsen dudó. Se le ocurrió que si esa duda que Bitty despertaba en él era justificada, era muy posible que un arma fuese tan ineficaz como un argumento. Y además... había como una corriente extraña en la habitación, casi un sonido, como la presión en los tímpanos que se sentía a veces cuando un coche frenaba cerca, pero que aquí lo reconfortaba.
Dejó caer la bolsa hasta que colgara del cuello. La cerró.
—Podrías..., quiero decir... —murmuró—. Yo no lo quiero.
—Y yo, ¿para qué lo puedo querer? —dijo Bitty.
—No sé. Simplemente no quiero verlo más. No lo puedo tirar. No quiero saber nada más de él. Pensé que podrías guardarlo en algún sitio.
—Será mejor que te sientes —dijo Bitty.
No lo empujó exactamente, pero tuvo que retroceder para dejarla pasar, y cuando chocó contra el borde de una silla tuvo que elegir entre sentarse o caerse. Bitty cruzó la cocina, abrió un armario alto y puso la bolsa sobre el estante más elevado—. El único lugar de la casa en el cual Robin no se puede meter —explicó.
—Pero claro... Robin —dijo Philip, imaginando las posibilidades—. Lo siento. Lo siento de veras.
—Sería mejor que lo dijeras, Philip —dijo Bitty, en su tono amable y plácido—. Estás a punto de explotar. No te permitiré que ensucies mi cocina.
—No hay nada que decir.
Bitty se detuvo, vacilante, en su trayecto hasta la pileta, como si escuchara. De repente se dio vuelta y fue a sentarse a la mesa con él.
—¿Qué querías hacer con esa arma, Philip? —inquirió.
Le contestó con la misma brusquedad, como si ella le hubiera arrojado algo y él lo hubiera hecho rebotar de vuelta:
—Estaba pensando en quitarme la vida.
Si pensaba que esa afirmación iba a suscitar una exclamación de sorpresa o más preguntas, se vio defraudado. Ella parecía estar esperando, así que prosiguió hablando con mucho cuidado.
—No sé por qué te dije eso, pero me salió así. Dije que estaba pensando en hacerlo; no dije que iba a hacerlo. —La miró. ¿No bastaba esa aclaración? Bueno, ahí va—: No estaría seguro de lo que pensaba hasta que comprara un arma. ¿Se entiende algo de lo que digo?
—¿Por qué no?
—Nunca sé exactamente lo que estoy pensando hasta que lo pongo en práctica, o al menos hasta que tengo las piezas ordenadas como para ponerlo en práctica.
—¿O hasta que se lo puedes contar a alguien?
—No podía contarle esto a nadie.
—¿Lo intentaste?
—Maldición —fue un susurro, pero emitido con una fuerza temible—. Discúlpame, Bitty —prosiguió normalmente—, lo siento de veras. De repente pierdo la cabeza al hablar, ¿me comprendes? Lo que quiero decir es que expresas algo con toda claridad, pero el resultado tiene un significado que nunca le diste. Yo te dije “No podía contarle esto a nadie”, como si las tuviera todas conmigo y tenía vergüenza solamente, o algo por el estilo. De modo que tú me preguntas: “¿Lo intentaste?”. Pero lo que yo realmente quiero decir es que todo este asunto, todo lo que a él se refiere, es una masa de sentimientos y... bueno, de ideas absurdas que no podría transmitirle a nadie.
—¿Lo intentaste? —la media sonrisa de Bitty cruzó su rostro un instante.
—Maldi... Estás peor que nunca —dijo, esta vez sin enojo—. En serio que sabes lo que estoy pensando.
—¿Y qué es lo que estás pensando?
De inmediato se puso serio.
—Cosas... todas disparatadas. Pienso todo el tiempo, Bitty, como una radio que suena día y noche y que no puedo apagar. Igual no quiero hacerlo; no sabría cómo vivir sin eso. Si me preguntas si va a llover, ahí mismo me pongo a pensar acerca de la lluvia: de dónde viene, en las nubes y sus diversos tipos, acerca de las corrientes de aire y en todo lo demás que uno aprende leyendo la columna de informaciones meteorológicas de los diarios; acerca de...
—¿Acerca de por qué compraste un arma?
—¿Eh? Ah..., bueno, no divago más. —Cerró los ojos para prestar más atención a sus pensamientos, y frunció el ceño—. De todos modos, al final de estas digresiones siempre hay algo que corta el impulso... al menos por un tiempo. Puede ser la respuesta a alguna pregunta que me haya formulado yo mismo, o a la de alguna otra persona, o simplemente el punto límite al cual puedo llegar. Así que un día, hace un par de semanas, me puse a pensar en las armas, y... no importa el razonamiento, pero llegué a la idea de un arma que me mataba, y luego a la idea de estar muerto, simplemente. Y cuanto más pensé en ello, más me asusté.
Después de haber esperado un tiempo prudencial, Bitty dijo:
—Te asustaste.
—No era la idea de matar... de estar muerto, lo que me asustaba. Era el sentimiento que tenía acerca de eso. Me gustaba. Lo quería hacer. Eso fue lo que me asustó.
—¿Por qué quieres estar muerto? —preguntó Bitty.
—Eso es lo que no sé. —Bajó la voz—. No lo sé, eso es todo —murmuró—; pero no me lo podía sacar de la cabeza, y tampoco podía encontrarle ningún sentido, así que pensé que lo único que podía hacer era comprar un arma, cargarla y... preparar todo, para ver cómo me sentía entonces. —Philip la miró un instante—. Me imagino que eso te debe parecer descabellado...
Bitty encogió los hombros. No podía saberse si negaba la afirmación, o le restaba importancia. Halvorsen miró hacia abajo de nuevo y apretó los puños.
—Me quedé sentado en mi habitación con el cañón entre los dientes; el arma sin seguro y mi dedo enroscado en el disparador.
—¿Aprendiste algo nuevo?
La boca de Philip se movió, pero no pudo encontrar las palabras que acompañaran el movimiento.
—Bueno —dijo Bitty, ásperamente—, ¿por qué no disparaste?
—Era que... —cerró los ojos en una de sus pausas largas y meditativas—. No podía. No era que tuviera miedo, si eso es lo que quieres saber... —la miró de reojo, pero no pudo descubrir qué era lo que quería saber—. Sentado allí, me di cuenta de que ésa no era la... manera en que... iría a suceder —dijo, con alguna dificultad.
—¿Cuál es la manera?
—Sería así: si hubiera un terremoto, o si mirara hacia arriba y viera que una piedra me está cayendo encima, o algo por el estilo, exterior a mí mismo... no me apartaría; dejaría que me ocurriese.
—¿Y hay alguna diferencia entre eso y pegarse un tiro?
—¡Por supuesto! —dijo Philip, con un tono más animado que el que había tenido hasta entonces—. Digamos que hay una parte mía que está muerta, y que quiere que el resto se muera también. Y hay una parte mía que está viva, y que quiere que el resto de mi ser siga viviendo —examinó la idea, y la aprobó—. Mi mano, mi brazo, mi dedo sobre el disparador... están vivos. Todas mis partes vivas quieren ayudarme a seguir viviendo, ¿te das cuenta? Ninguna parte viva quiere ayudar a que la parte muerta logre sus objetivos. La manera en que va a ocurrir, en que debe ocurrir, será sin mi intervención activa. Será cuando yo deje de hacer algo. Simplemente no me salvaré, eso es todo. Gracias por guardarme el arma; ya no la necesito.
Se levantó y encontró los ojos de Bitty clavados en los suyos. Se sentó de nuevo, respirando pesadamente.
—¿Por qué quieres estar muerto? —preguntó Bitty, sin inflexiones en la voz.
Philip se puso la cabeza entre las manos y comenzó a mecerla lentamente de un lado para el otro.
—¿No te interesa saberlo? —prosiguió Bitty.
—No —dijo con una voz apagada que surgía desde abajo de la mesa. Abruptamente, levantó la cabeza, los ojos fijos—. ¿He dicho “no”? ¿Por qué dije no, Bitty? —le preguntó—. ¿Qué fue lo que me hizo decir eso?
Bitty volvió a encoger los hombros. Philip se levantó de un salto y comenzó a pasear rápidamente de un lado al otro de la cocina.
—¡Qué diablos! —murmuró una vez—. Pero que se... —dijo después.
Bitty lo observaba, y en una vuelta en la cual sus ojos se encontraron insistió:
—Bueno, ¿por qué quieres...?
—Cállate —dijo Philip.
No lo decía por ella en particular, sino por las interrupciones en general. Su imaginaria luz roja de alarma que indicaba insatisfacción y malestar, estaba iluminando toda la extensión de su paisaje interior. Estar perseguido a muerte por una cosa así, para luego descubrir que en el fondo no quería profundizar la investigación... Se sentó, y la miró con ojos encendidos:
—No lo sé todavía, pero lo voy a averiguar. —Respiró hondo—. Es como estar perseguido por algo que te está alcanzando, y tomas por un callejón. Cuando descubres que no tiene salida, que hay una pared de ladrillo, te sientas a esperar: es lo único que puedes hacer. Pero de repente encuentras una puerta en la pared, una puerta que siempre estuvo allí, pero que no habías visto.
—¿Por qué quieres estar muerto?
—P-porque no... no debería estar vivo. Porque un individuo normal... Distinto, eso es lo que soy: distinto, inútil.
—¿Distinto, inútil? —Bitty levantó las cejas levemente—. ¿Son la misma cosa, Philip?
—Por supuesto.
—No puedes saltar como un canguro, ni comer pasto crudo como una vaca..., que son diferentes. ¿Eres inútil porque no puedes hacer esas cosas?
Philip rió con cierto enojo.
—No, no es eso. Estoy hablando de la gente.
—No puedes pilotear un avión. No puedes cantar como Sue Martin, ni hablar de leyes como Tony O'Banion. ¿Esa clase de diferencias?
—No, no... —dijo, invadido por una especie de angustia—. ¡No puedo hablar del asunto, Bitty! —la miró de nuevo, y vio su extraña y profunda sonrisa. Le correspondió débilmente, acordándose de que le había dicho exactamente lo mismo hacía algunos instantes—. Esta vez va en serio, no puedo hablar contigo de estas cosas. No puedo hacerlo con una dama —dijo, con una confusión insoportable.
—Yo no soy ninguna dama —dijo Bitty con convicción. Abruptamente le palmeó el antebrazo. Se le ocurrió a Philip que era la primera vez que lo tocaba—. Para ti ni siquiera soy otro ser humano. Lo digo en serio —dijo calurosamente—. ¿Acaso te he preguntado algo que no hubieras podido preguntarte tú mismo? ¿Te he dicho algo que no supieras de antemano?
La extraña mente lineal de Philip recorrió nuevamente el camino transitado. Tuvo un instante de desorientación. No era del todo desagradable.
—Sigue hablándote a ti mismo, muchacho —le dijo Bitty con suavidad—. Quién sabe... Quizá puedas descubrir que estás bien acompañado.
—¡Oh..., gracias, Bitty! —murmuró. Sintió una picazón en los ojos y sacudió la cabeza—. Está bien, está bien... Simplemente se me ocurrió que no podía estar aquí sentado... aquí —ilustró agitando un brazo para incluir la cocina, limpia y amistosa—, mirándote, y hablar de estas cosas... de este asunto... todo al mismo tiempo. —Tragó con dificultad—. Bueno, aquella vez que te estaba contando, el día que descubrí que prefería estar muerto... fue como si me hubieran dado un mazazo en la cabeza. Y en seguida, apenas dos minutos después, recibí otro golpe aún más duro. No sabía... no quise saber hasta ahora que estaban conectados de algún modo... —cerró los ojos—. Era un cine sucio del otro lado del Círculo, sabes cuál. Me... me golpeó cuando estaba desprevenido. Estaba cubierto con fotos de... y decía VEA esto y VEA lo otro y VEA alguna otra cosa de mal gusto, para adultos solamente, ya sabes lo que quiero decir...
Abrió los ojos para ver qué hacía Bitty, pero Bitty no estaba haciendo nada. Esperaba. Philip volvió el rostro y, dirigiéndose a su hombro, dijo confusamente:
—Toda mi vida, esas cosas nunca significaron nada para mí. ¡Ahí lo tienes! —gritó—. ¿Te das cuenta? ¡Distinto, diferente!
Pero ella no se daba cuenta. O, al menos, no podría hasta que él se diera cuenta con mayor claridad. Siguió esperando.
—En mi trabajo está ese tipo, Scodie —dijo Philip—. Este Scodie es un buen hombre, y realmente trabaja. Lo que quiero decir es que le gusta su trabajo, se preocupa. Pero cada vez que pasa una chica se detiene. Deja lo que está haciendo y la mira. Siempre. Como si no pudiera evitarlo. Del mismo modo que un cadete que le hace la venia a un oficial en la calle. Lo hace como el guardabarreras de un tren de juguete, que sale de su casilla cada vez que se enciende su lucecita. Se queda mirando hasta que la chica se ha ido, y luego dice “¡Mmm!”, me mira y guiña un ojo.
—¿Y qué haces tú cada vez que él hace eso? —preguntó Bitty.
—Bueno, yo... —se rió incómodo—. Lo que hago es devolverle el guiño y decir “¡Mmm!”. Pero lo hago porque él lo espera de mí: pensaría que soy medio raro si no lo hiciera. Él, en cambio, no lo hace por mí; yo no espero nada de él en ese sentido. Lo hace... —le faltaron las palabras y trató de decirlo de otro modo—. Al hacer eso es igual a... los demás. Lo que él hace es lo mismo que dice cualquier canción por la radio a cualquier hora del día. Todos los avisos que pueden hacerlo lo hacen, aunque signifique poner una chica en ropa interior vendiendo llaves inglesas. —Se puso de pie, y comenzó a caminar excitadamente—. Hay que tomar un poco de distancia para verlo —le dijo a Bitty, que sonreía a sus espaldas—. Hay que mirar todo el asunto en conjunto, para ver cuánto hay de todo eso, los chistes que la gente cuenta... sí, hay que reírse de ellos, siempre, incluso saberse uno o dos, porque si no... Las vidrieras, la televisión, el cine... Si alguien escribe un artículo acerca de los transistores o las termitas, cada tanto le parece que se ha apartado de eso demasiado tiempo y tiene que decir algo acerca de los pájaros y las abejas y de “cómo las prefieren los caballeros”. Por dondequiera que lo mires, todo el mundo lo persigue, lo picotea...
Se acercó a la mesa y miró atentamente el rostro de Bitty.
—Hay que tomar distancia y mirarlo todo en conjunto —destacó de nuevo—. No estoy en el jardín de infantes, y ya sé de qué se trata todo este asunto. No odio a las mujeres. He estado enamorado. Algún día me casaré. Puedes decirme que estoy hablando de una de las emociones más fuertes y profundas y grandes que poseemos... y voy a estar de acuerdo. Es justamente de eso que estoy hablando. —Su frente brillaba con un color rosado; sacó un pañuelo y se la enjugó.— Hay demasiado de eso alrededor de uno, todo el tiempo, llenando una enorme necesidad devoradora en la gente común. No hablo de la emoción en sí: hablo de todos estos recordatorios, este... ¿cómo se llama...? Adoctrinamiento. Por supuesto que es una necesidad vital, porque si no la gente no aguantaría tanta cantidad: las revistas, la pintura de labios, la corriente de aire que sale del piso en la Feria de Diversiones... —se desplomó en una silla, jadeando—. ¿Entiendes qué quiero decir cuando hablo de ser distinto, ahora?
—¿Y tú lo entiendes? —preguntó Bitty, pero Halvorsen no la escuchó; estaba hablando de nuevo.
—Soy distinto —decía—, porque no siento esa necesidad de que me lo recuerden, no necesito toda esa técnica de ventas; no la quiero. Cada vez que cuento uno de mis chistes, cada vez que le devuelvo el guiño a Scodie, me siento como un idiota, una especie de embustero. Pero hay que protegerse: nadie debe enterarse. ¿Sabes por qué? Porque el tipo normal, el que es del montón y necesita tanto de todo ese alboroto, te dejará estar si eres como él, y si no... Discúlpame, Bitty. No me hagas entrar en detalles escabrosos. Entiendes lo que quiero decir, ¿no es cierto?
—¿Qué quieres decir? —dijo Bitty.
Irritado, sopló por la nariz.
—Bueno, lo que quiero decir es que tienes que ser como ellos para que te dejen en paz, de lo contrario eres... un enfermo, un tullido. ¡No se puede ser otra cosa! No puedes ser simplemente Philip Halvorsen, que no está ni enfermo ni tullido, sino que tan sólo anda por allí aullando como un perro para que todos lo oigan.
—¿Así que eso es lo que quieres significar con eso de “inútil”? —dijo Bitty.
—Por eso me quería morir. No pienso del mismo modo que el resto de la gente, y si actúo como lo hacen los demás me siento... culpable. Supongo que vengo acumulando todo esto desde hace años, y ese día con las armas, cuando descubrí lo que quería hacer... Y después esa fachada del cine, babeando sobre mí como una boca húmeda y llena de dientes podridos... —se rió tontamente—. Pero mira lo que estoy diciendo. Lo siento, Bitty.
Bitty no prestó ninguna atención a esto último.
—Técnica de ventas —dijo.
—¿Qué? —dijo Halvorsen.
—Lo dijiste tú, no yo... El hambre es una de esas necesidades grandes y profundas, ¿no es cierto, Philip? Supongamos que hay un grupo de gente muriéndose de hambre en una isla, y le dejas caer una tonelada de comida. ¿Necesitarían técnica de ventas?
Se sintió como si estuviera parado sobre el borde de un pozo sin fondo, tan cerca que sus pies sobresalían sobre el vacío. Lo llenó de extrañeza; estaba sorprendido, pero no realmente asustado. Se le ocurrió que caerse dentro de ese lugar infinito podría ser una cosa muy apacible. Cerró los ojos y lenta, pero muy lentamente, volvió a la realidad: la cocina, Bitty, las palabras de Bitty.
—Quieres decir que la gen... que en realidad, ¿no están de veras interesados?
—Por lo menos, no están tan interesados —dijo Bitty.
Halvorsen pestañeó; sintió como si hubiera dejado de existir en su mundo y que lo hubieran depositado en éste, muy similar, pero totalmente nuevo. Se estaba mucho menos solo aquí.
Golpeó la mesa y se rió. Miró a Bitty.
—Me voy a dormir —dijo, y se levantó.
Supo que ella había captado el sentido exacto de lo que había dicho cuando le contestó suavemente:
—Estoy segura de que lo vas a hacer.
EXTRACTO DEL [LIBRO DE BITÁCORA] DE LA EXPEDICIÓN INVESTIGADORA:
[Me] había parecido que con el entusiasmo [inmoralmente] exagerado de [Smith] y [su] inconmensurable [testarudez] ya se había llenado mi [copa] de [amargura]. [Me] había [equivocado]; [se] supera constantemente a [sí mismo], sin el menor esfuerzo. En primer lugar, luego de haber despistado y engañado al ejemplar que se había puesto suspicaz, destruyó mi [informe] preliminar sobre él mismo; esto es muy [enojoso], no sólo porque [lo] hizo sin consultar[me] y por el trabajo que [me] costó [redactarlo], sino porque en rigor estaba dentro de [sus] [derechos-ética] y la emergencia suscitada por [su] [manejo estúpido e ineficaz] ya no existe. [Le] he señalado con [fuerza] que fue gracias a la aplicación de [mi] [estilo] cauto y perspicaz que logró algún [éxito-resultado] pero [él] [se rió]. [Me] [comprometo con toda firmeza y resolución] a que cuando regrese[mos] a casa y este[mos] fuera de los límites de la [formalidad-disciplina] de una Expedición, [le] voy a [doblar] los [¿?] sobre los [¿?] y [hacerle un nudo] con ellos.
Ahora tene[mos], sin [demasiados aportes] de [Smith], una situación en la cual todos nuestros ejemplares están en un estado en el cual su Reflejo Beta Sub Dieciséis está [fuertemente] condicionado, pese a ser [sumamente errático] en su comportamiento. Dado que es un reflejo, solamente logrará un funcionamiento pleno en el nivel reflexivo y en un caso de extrema urgencia, que esta[mos] preparando con ese [fin].
Si [Smith] no comete más [estupideces], los ejemplares probablemente sobrevivirán a la experiencia.