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HACÍA calor. Tanto, que hasta Bitty parecía sentirlo, y después de cenar se fue a descansar a la galería. Ya era muy tarde cuando finalmente entró de nuevo para lavar los platos, pero se puso a hacerlo sin apuro, de la manera prolija y cabal en que lo hacía siempre. Sam ya se había ido a la cama. Mary Haunt estaba refunfuñando en su habitación después de uno de sus choques breves pero violentos con la señorita Schmidt. O'Banion, sudoroso, estaba agazapado sobre unos textos de abogacía en la sala, y Halvorsen...

Halvorsen estaba parado detrás de Bitty, en el vano de la puerta de la cocina. La expresión de su rostro era una mezcla demasiado complicada para ser analizada, pero simple de resumir: una especie de nostalgia ansiosa. Tenía una bolsa de papel en las manos, que mantenía cerrada como si estuviera llena de arañas venenosas. Su postura era extraña, tensa y desequilibrada, con un pie adelantado y los hombros torcidos. Su decisión equilibraba su timidez y el resultado lo inmovilizaba como a una abeja en el ámbar.

Bitty no se dio vuelta. Siguió trabajando metódicamente, dándole la espalda, hasta que terminó la olla que estaba fregando. Todavía sin darse vuelta buscó otra con la mano y dijo:

—Bueno, pase adentro, Philip.

Halvorsen se aflojó al ser alcanzado por su categórica voz. Su trabazón interna se quebró bajo el efecto de ese estímulo externo. Sonrió mostrando apenas los dientes y se acercó hasta ella.

—De veras tienes ojos en la nuca.

—No.

Golpeó el vidrio de la ventana sobre la pileta de la cocina con el nudillo. La noche lo había transformado en un espejo negro. Halvorsen miró el pequeño cono de espuma que había dejado la mano de Bitty, y luego enfocó la vista sobre la imagen del vidrio, vívida y detallada, de la cocina con todo lo que contenía.

—Qué desilusión —dijo roncamente.

—No tengo cosas que no necesito —dijo Bitty secamente, como si hubieran estado hablando de despepitadores de manzanas—. ¿Qué te pasa? ¿Tienes hambre?

—Nada de eso. —Él se miró las manos y las apretó aun más alrededor del cuello de la bolsa—. Nada de eso —repitió—. Es que tengo, yo quería... —Se dio cuenta de que ella había dejado de trabajar y que estaba quieta, de un modo casi inhumano, con las manos dentro del agua y la vista puesta en el vidrio de la ventana—. Date vuelta, Bitty.

Bitty no se movió. Halvorsen puso una mano debajo de la bolsa de papel para sostenerla y con la otra la abrió. Introdujo la mano. Trató de decir “por favor”, pero sólo pudo emitir una especie de silbido.

Con toda calma, ella se sacudió las manos y las secó en una toalla de papel. Cuando se dio vuelta su rostro era elocuente como siempre, y sólo porque siempre lo era. Sus rasgos eran expresivos, y la forma de sus penetrantes ojos, y la luz que había en ellos. En una fotografía o en un cuadro, un rostro así es elocuente. Pero asusta mirarlo por primera vez y descubrir que no hay nada que se mueva detrás de él. Detrás de las líneas de sabiduría y de experiencia y de la tenue curva de la sonrisa podría haber algo totalmente inmóvil al acecho. Simplemente al acecho.

—Pienso todo el día —dijo Halvorsen. Se mojó los labios—. Nunca dejo de pensar. No lo entiendo. Hay algo... que no anda.

—¿Qué pasa? —dijo seca, cortante.

—Tú... y Sam —dijo Halvorsen con dificultad. Miró la bolsa entre sus manos. Ella lo ignoró—. He tenido la sensación... ya hace tiempo de esto. No sabía qué era. Simplemente era algo que no andaba. De modo que hablé con O'Banion. Y con la señorita Schmidt también. Es decir, hablamos nada más. —Tragó saliva—. Y lo descubrí. Lo que no anda, quiero decir. Es la manera que tienen Sam y tú de hablar de nosotros. Con todos nosotros. ¡Nunca dicen nada! ¡Solamente hacen preguntas!

—¿Eso es todo? —dijo Bitty amablemente.

—No —dijo, con los ojos fijos sobre los de ella. Retrocedió un paso.

—¿Tienes miedo de que la bolsa de papel te arruine la puntería, Philip? —preguntó Bitty.

Philip sacudió la cabeza. Su rostro palideció.

—No saliste a comprar un arma solamente para mí, ¿no es cierto?

—¿Ves? —respiró hondo—. Siempre preguntas. ¿Ves?

—La tenías de antes, ¿no es cierto, Philip? ¿La compraste para otra cosa?

—No te acerques —susurró, pero Bitty no se había movido—. ¿Quién eres? ¿Qué quieres?

—Philip —dijo con suavidad; y sonrió—. Philip... ¿por qué quieres morirte?