EL [CUISCO], EL [CUASCO] Y BOFF

EN el universo conocido (y aun más en el que no conocemos) hay culturas que vuelan y culturas que nadan. Hay seres de boro y hermandades de flúor, cupro-coprófagos y —hablando en general— formas de vida etéreas que flotan y revolotean entre sí en el espacio como tantos fragmentos marinos de la metafísica. Algunos se organizan en entidades superiores tales como colmenas o colectividades para que sus vidas plurales confluyan en una existencia singular. Otros tienen ideas aun más singulares sobre la pluralidad.

Ahora bien, independientemente del modo en que esté constituida una cultura organizada de seres inteligentes, ni de dónde se encuentre; sin importar de qué esté hecha ni cómo exista, hay algo que todas las culturas tienen en común. Es una característica muy obvia. Tiene tantos nombres como culturas hay en existencia, pero en todos los casos opera igual: del mismo modo como funciona el oído interno —junto con sus reflejos auxiliares— en un ser humano cuando pisa uno de los patines de su hijo. Nadie se pone a pensar a qué distancia está la pared, un alambre o su mujer, ni en qué dirección se encuentran: manotea, y la mayoría de las veces se aferra con precisión y sin haber hecho ningún análisis. También del mismo modo un individuo se ajusta cuando se desequilibra dentro de su matriz sociocultural: reacciona de una manera tan drástica como la legendaria visión que tiene de todo su pasado un hombre que se está ahogando, en un sólo instante luminoso en el cual la mente se mueve, por así decirlo, perpendicularmente al tiempo y vuela alto y lejos en su búsqueda.

Esto ocurre en todas las culturas, en todos los lugares del cosmos. Algo tan obvio y necesario rara vez ha constituido un objeto de estudio. Sin embargo, alguna vez fue debidamente analizado por una cultura que llamó a este reflejo extraordinario el “Reflejo Beta sub dieciséis”.

Lo que salió de la calculadora los sorprendió. Pero, después de todo, estaban esperando una respuesta.

Los ojos humanos no hubieran podido reconocer el aparato. Su memoria era una nube atómica, donde cada partícula estaba aislada por una capa de energía. El código estaba determinado por diferencias sutiles en los núcleos, en las capas y en las tensiones internas, y se usaban campos de variedades casi infinitas para reunir las partículas en las combinaciones deseadas. Estas se canalizaban de un modo cuya descripción escapa a las matemáticas terrestres, y se detectaban en base a un principio que todavía nos es desconocido. Posteriormente se traducían a un lenguaje... o, para ser más exactos, a una analogía de lo que nosotros conocemos como un lenguaje. Como esto ocurrió a tanta distancia, no sólo espacial, sino también temporal y cultural, los nombres propios no resultan realmente apropiados al caso. Baste decir que los resultados, en este encuadre particular, fueron sorprendentes. Fueron resumidos en un informe, cuya síntesis es la siguiente: “El pronóstico positivo o negativo depende de la presencia o la ausencia del Reflejo Beta sub dieciséis”.

El catálogo pertinente caracterizaba al reflejo en cuestión como “detectable sólo por medio de una investigación de campo”. Por consiguiente, se envió una expedición.

Todo esto puede parecer poco pertinente, si no agregamos que el pronóstico era acerca de ese cultivo juvenil y peligroso de levaduras efervescentes llamado “cultura humana”, y que el término “pronóstico negativo” significaba finis, el final, cero, el non plus ultra total.

Debe comprenderse que los poseedores de la calculadora, así como la tripulación de la expedición a la Tierra, no eran Vigías de los Cielos ni Arbitros de Nuestro Destino. Aquí, entre nosotros, hay un hombre que se ocupa del crecimiento de las amebas, desde su nacimiento hasta el momento de su fisión. Hay otro hombre que, luego de haber producido una neurosis en los gatos, los transforma en alcohólicos para estudiar sus reacciones. Alguien ya ha aclarado el problema de la capacidad de un camello para retener el agua. Gente como ésta es inocente, no tiene designios sobre los destinos de las amebas, los gatos, los camellos y las culturas; simplemente quieren averiguar ciertas cosas. Éste es el caso, y no interesa lo complicados o ingeniosos que puedan ser los métodos. De modo que una expedición vino aquí, a buscar información.

EXTRACTO DEL [LIBRO DE BITÁCORA] DE LA EXPEDICIÓN INVESTIGADORA.¹

[TOMO] UNO: CONCLUSIÓN

...para reiterar lo que ya es evidente, [nosotros] hemos estado en la Tierra el tiempo suficiente, e incluso más que suficiente, como para descubrir todo lo que [nosotros] [quisiéramos] descubrir acerca de cualquier cultura [coherente-predecible-legible]. La cultura en cuestión, sin embargo, está más allá de nuestra [comprensión-capacidad de análisis]. A primera vista, [uno] se ve tentado a afirmar que posee el reflejo, pues no existe cultura conocida que haya avanzado tanto sin él... Pero tratamos de verificarlo con [nuestros] [instrumentos] [!!!] [Nuestro] [ilfo] y [nuestro] [colitestador] [nos] dieron resultados absolutamente negativos, así que activamos un [snibo] ultrasensible, y obtuvimos respuestas que parecían incoherencias delirantes: el Reflejo está distribuido al azar entre la población, inexistente o adormecido en unos, o desarrollando una actividad breve pero de una intensidad [nunca antes vista] en otros. Pensé que [Smith] [se] volvería [loco], y, en lo que a [mí] respecta, tuve un ataque terrible de [¿?] al descubrir todo esto. Más como resguardo para [nuestra] salud que para los fines de la Expedición, procesamos todos los datos en la [computadora] de [nuestra] [nave], y obtuvimos resultados aun más absurdos: la conclusión es que esta especie posee el Reflejo, pero aparentemente no lo utiliza.

¿Cómo puede ser que una especie posea el Reflejo Beta sub Dieciséis y no lo use? ¡Es un disparate, una tontería, un absurdo!

Tan complejos y contradictorios son [nuestros] datos que el único camino que [nos] queda es efectuar un análisis microcósmico y atener[nos] a los resultados. Por lo tanto, aislaremos a un grupo de ejemplares, poniéndolos bajo condiciones de [laboratorio], aunque signifique la utilización de nuestro [miserable] y [primitivo] [cuisco] de [pilas]. También le asignaremos la tarea a nuestro nuevo modelo de [cuasco]. Estamos cansados de esta [desagradable-inquietante] sensación de estar frente a una [perdón-por-la-obscenidad] paradoja.