NOTAS
LIBRO QUINTO.
FUNDACIÓN DE LA MONARQUÍA MILITAR
[*] Otto Jahn, arqueólogo, filólogo y crítico musical, nació en Kiel, en 1813, y fue discípulo del ilustre Latchman. Ha sido profesor en Greifswald y en Leipzig, en donde ocupó la cátedra de arqueología. Muchos y variados son sus trabajos de erudición: sólo citaremos su disertación sobre la Cista de Ficoroni (t. II, p. 357) y su catálogo descriptivo de la colección del rey Luis, de la Pinacoteca de Munich. Ha hecho ediciones de Juvenal, Censorino, del Brutus y del Orator de Cicerón. Por último, como crítico musical, es conocido sobre todo por su excelente Biografía de Mozart. <<
I. MARCO LÉPIDO Y QUINTO SERTORIO
[1] ¿Se quiere de esto un ejemplo característico? Un profesor célebre de letras, el emancipado Estaberio Eros, recibía gratis en su aula a los hijos de los proscritos. <<
[2] Ordinariamente se coloca el nacimiento de César en el año 654, fundándose en que Suetonio, Plutarco y Apiano dicen que tenía 56 años en el momento de su muerte (15 de marzo del año 710), y en concordancia con el dicho de Veleyo Paterculo (2,41), que dice que tenía 18 años en tiempos de la proscripción de Sila (año 672). Pero de adoptar esta fecha se cae en contradicciones inexplicables. César fue edil en el año 689, pretor en el 692, y cónsul en el 695. Ahora bien, según las leyes anuales (leyes annariœ), para conseguir la edilidad se necesitaba tener por lo menos de 37 a 39 años de edad, y de 40 a 41, y de 43 a 44 para la pretura y el consulado (Becker, Hand, 2, 2, 24). No se comprende cómo pudo suceder que César ocupase todos los cargos curules dos años antes de la edad legal, y menos aún que ningún autor haya hecho mención de ello. De todo esto resulta la presunción fundada de que si su nacimiento ocurrió el 12 de julio (cosa que se sabe de cierto), debió nacer en el año 652 y no en el 654. Por consiguiente, en el 672 tendría de 20 a 21 años, y debió morir no de 56, sino de 57 y 8 meses. En apoyo de esta conclusión invocaríamos una circunstancia que citan con frecuencia los partidarios de la tesis contraria: su promoción al título de sacerdote de Júpiter, por parte de Mario y de Cina, cuando era casi un niño (Veleyo, 2, 43). Mario murió en enero del año 668, cuando César tenía trece años y medio, según la opinión común, y siendo no solamente «casi un niño», sino un verdadero niño todavía. Según todas las probabilidades, no tendría aún la aptitud que se requería para ejercer tal sacerdocio. Por el contrario, si se coloca su nacimiento en el año 652, tendría 16 años aproximadamente cuando murió Mario; y entonces se concilia todo. De esta forma tienen sentido la observación de Veleyo y la regla general según la cual no podía entrarse en los empleos civiles hasta haber salido de la infancia. Agreguemos un último hecho que nos confirma por sí solo en nuestra opinión, a saber: en los dineros acuñados por César al principio de la guerra civil se lee la cifra LII, indicando sin duda alguna su edad. Por tanto, tenía algo más de 52 años cuando estalló esta guerra, y además, aunque a nosotros, que estamos acostumbrados a un registro civil oficial y regular de nacimientos y de defunciones, nos parezca cosa grave, ¿qué temeridad hay en esto de acusar de error a nuestros autores? Las cuatro citas que preceden pueden haber sido tomadas de una misma fuente. ¿Qué extraño es que no se les dé un crédito absoluto, si se considera que en los tiempos antiguos, antes de la creación de las Acta diurna, no se encuentra más que confusión y sorprendentes contradicciones en las fechas del nacimiento de los romanos más ilustres y eminentes, como en el de Pompeyo, por ejemplo? Napoleón III, en su Vida de César (tomo I, libro 2, pág. 52, nota), combate nuestra opinión, quizá porque obedeciendo a la ley anual sería necesario referir el nacimiento de César al año 651, y no al 652; o porque conocemos numerosos ejemplos en que no fue observada la ley. En la primera de estas aserciones existe un olvido. El ejemplo de Cicerón atestigua que la ley anual solo exigía haber entrado en el año 53 para poder ser elegido cónsul, y no el haber cumplido ya dicha edad. En cuanto a las excepciones a que se refiere el autor de César, distan mucho de estar justificadas. Cuando Tácito (An., II, 22) dice que los antiguos romanos se preocupaban poco de la edad, y que se habían visto personas muy jóvenes obtener el consulado y la dictadura, alude a tiempos anteriores a la promulgación de las leyes anuales, al consulado de Marco Valerio Corvo, que fue promovido a él a los 23 años, y a casos análogos. También se cita a Lúculo, pero esta cita es inexacta; todo lo que se sabe (Cid. acad., 1, 1) es que, fundándose en no sé qué disposición excepcional, y a título de recompensa por una hazaña o un servicio prestado, se le dispensó del intervalo legal de los dos años entre la edilidad y la pretura. En efecto, lo vemos edil en el 675, pretor en el 677 y cónsul en el 680. Muy diferente es el caso de Pompeyo. Vemos en varios autores (Cic., Pro lege Manilia, 21, 62; Ap., 1, es 3,38) que el Senado lo dispensó formalmente de la edad. No hay que admirarse de esta excepción hecha con Pompeyo, el general victorioso y triunfador que pide el consulado estando a la cabeza de un ejército, y, después de su lucha con Craso, al frente de un partido poderoso. Pero habría que extrañar que se hiciese esta excepción con el joven César cuando aspiraba a los cargos menores y no tenía más importancia que la de un principiante político ordinario. Más increíble sería aún que, mientras nuestras fuentes hacen mención del hecho sumamente explicable de la dispensa concedida a Pompeyo, se callasen acerca de la más extraordinaria otorgada a César. Sin embargo, hubiera sido muy cómodo recordar el hecho cuando más tarde fue Octavio elegido cónsul a los 21 años (Ap., 3, 38). De todos estos ejemplos se ha pretendido concluir que en Roma «no se observaba la ley cuando se trataba de hombres eminentes» (Vida de César, l. c.). No conozco que se haya dicho nada tan erróneo sobre Roma y los romanos. La grandeza de aquella República, así como la de sus generales y la de sus hombres de Estado, se fundaba ante todo en la omnipotencia de las leyes, aun en lo que concierne a su persona. <<
[3] Los primeros jalones colocados para la organización de España hay que referirlos, cuando menos, a los años 674, 675 y 676, aun cuando su completa ejecución corresponde a los años posteriores. <<
[4] El relato que sigue está tomado principalmente de las indicaciones hechas por Liciniano, las cuales, por fragmentarias que sean, no dejan de arrojar gran luz sobre los hechos principales de la insurrección. <<
[5] Liciniano refiere que en el año 676 (Lepidus) legem frumentariam nulo resistente adeptus est, ut annona quinque modii populo dareotur. De aquí se deduce que no es la ley de los cónsules M. Terencio Lúculo y Cayo Casio Baro (año 681), mencionada por Cicerón (In Ver., 3, 70) y por Salustio (Hist., 3, 61, 19), la primera que dio al pueblo los cinco modios mensuales, pues esta no debió hacer más que asegurar las distribuciones organizando las compras de trigo en Sicilia, y quizás introdujera también alguna innovación en los detalles. Lo que sí es seguro es que la Ley Sempronia permitía a todo ciudadano domiciliado en Roma participar de la anona; pero después debió ser necesario abolir estas disposiciones, porque el trigo que debía entregarse cada mes pasaba de 33 000, y en cambio medimos 198 000 modios (Cic., Verr., 3, 30, 72). Debe concluirse que lo recibían solo cuatro mil ciudadanos, mientras que el número de los domiciliados era mucho mayor. Esta reducción proviene sin duda de las leyes de Octavio, que a la abusiva anona semproniana había sustituido una distribución moderada, menos abrumadora para las arcas del Tesoro, y que tenía en cuenta las necesidades del común del pueblo (Cic., De offic., 2, 21, 72). La ley el año 676 había admitido también la misma tasa, pero la democracia no se dio por satisfecha. La pérdida que de aquí resultaba para el Tesoro puede evaluarse en la suma indicada anteriormente, teniendo en cuenta el mayor valor del trigo. <<
[6] Se ve por una línea de los fragmentos de Liciniano (en el año 676) que la resolución votada por el Senado ordenando a los cónsules que partiesen («uti lepidus et Catulus decretis exercitibus profisiscereutur»: Sal., 1, c. 1, 44) no puede referirse a cónsules salidos del cargo y marchando a sus respectivas provincias proconsulares: esto hubiera sido completamente inútil. Aquí se trata, pues, de su envío a Etruria, como cónsules y contra los insurrectos fesulanos, exactamente de la misma manera que se hizo después con Antonio contra las bandas de Catilina. Que Filipo diga de Lépido que «ob seditionem provinciam cum exercitu adeptus est» no contradice nuestra opinión, siendo así que el mando consular extraordinario en Etruria constituía en realidad una provincia, lo mismo que el mando regular proconsular en la Narbonense. <<
II. LA RESTAURACIÓN SILANA Y SU GOBIERNO
[1] El reino de Edesa, cuya fundación las crónicas locales colocan hacia el año 620, cayó poco tiempo después bajo la dominación de una dinastía árabe que hallamos más tarde en el país, a la que pertenecieron Abgar y Mannos. Este hecho concuerda evidentemente con el establecimiento árabe creado por Tigranes el Grande en la región de Edesa, Calirroe, Carras (Plin., Hist. nat., 5, 20, 85). De él dice Plutarco que, cambiando Tigranes las costumbres de los «árabes de la tienda», hizo que se establecieran más cerca de su reino a fin de hacerse, mediante ellos, dueño del comercio. Esto significa que los beduinos, acostumbrados antes a abrir las vías comerciales por sus territorios y a imponer grandes tasas a las mercancías que por allí pasaban, vinieron a convertirse en una especie de «aduaneros» del gran rey, cobrando en adelante, por cuenta de este y suya, las tasas impuestas a las mercancías al pasar el Éufrates. Estos árabes de Osrroena, como los llama Plinio, son los mismos que los del Amanus vencidos más tarde por Afranio. <<
[2] Tigranocerta no estaba cerca del lugar en que está situada Diabekir, sino entre esta ciudad y el lago de Wan, más cerca de este, en las orillas del Niceforios, uno de los afluentes septentrionales del Tigris (v. la carta XXXII del Atlas antiguo de Spruner). <<
[3] Hay diferentes pareceres sobre si este testamento, verdadero o falso, emanaba de Alejandro I (muerto en 666), o de Alejandro II (muerto en 663). La mayoría de las veces se resuelve la dificultad atribuyéndoselo al primero. En mi sentir, los que hacen esto se fundan en razones insuficientes: Cicerón (De leg. Agr., 1, 4, 12) no dice que Egipto fuese anexionado en el 666, sino que cayó en poder de Roma en esta fecha o después. Del hecho de que Alejandro I muriese en el extranjero, mientras que Alejandro II murió en su capital, se saca también la conclusión de que los tesoros depositados en Tiro, a los que alude el testamento, pertenecían al padre y no al hijo. Sin embargo se olvida que este fue muerto diecinueve días después de su llegada a Egipto (Letron., Insert. del Egipto, 2, 20), y que su caja podía estar todavía en Tiro. La razón decisiva, en mi sentir, es que Alejandro II fue el último representante de los Lágidas. Siempre en casos semejantes (como sucedía en Pérgamo, Cirene y Bitinia), el último vástago de los soberanos legítimos instituía a la República por su heredera. El antiguo derecho público, al menos respecto de los Estados clientes de Roma, no dejaba al príncipe la libre disposición de su reino por acto de última voluntad, salvo en caso de que no existiesen algunos en grado próximo. Pero el testamento ¿era falso o verdadero? Cosa es que no puede decidirse ni merece la pena pensar en ella; además, no veo en todo esto motivos graves que hagan sospechar una falsificación. <<
[4] Cic. (De imp. Pomp., 9, 23) no ha podido aludir a otro templo que al del país de Elimais, objetivo ordinario de las incursiones de los reyes partos y sirios (Polib., 31, 11). Este templo era el más rico, y probablemente también el más célebre. De cualquier modo, no ha podido tratarse aquí del templo de Comana, ni de otro perteneciente al país del Ponto. <<
[5] Cicerón, Pro lege Manilia, 6. <<
[6] Mommsen alude aquí sin duda a la lex Aquilia (Dig., IX, título 2), que castigaba los delitos calificados de Danmum in juria datum. Este plebiscito fue propuesto por un tribuno del pueblo llamado Aquilio. (Nota del traductor) <<
[7] Teniendo siete millas de longitud las líneas de Craso (Salust., Hist., 4, 19), no iban, como se ha dicho, desde Squilace o Pizzal. Estaban más al norte, cerca de Castrovilari y Casano, pues allí la península no tiene en línea recta más que seis millas de ancho. <<
[8] Craso se había encargado del mando en el 682, lo cual acredita que se había prescindido de los cónsules. La prueba de que el invierno de 682 a 683 se pasó delante de las líneas se deduce de que estas fueron forzadas durante una noche de nieve. (Plut., Crasus, 10). <<
III. CAÍDA DE LA OLIGARQUÍA. PREPONDERANCIA DE POMPEYO
[1] En los términos del derecho público de Roma, el imperium extraordinario (pro-consule, pro-pretore) se confería de varios modos. Primero: tenía por punto de partida la regla aplicada al oficio de magistratura extraurbana, regla según la cual, una vez que terminaba el cargo dentro del plazo legal, el imperium se prorrogaba hasta la llegada del sucesor; ese es el caso más antiguo, más sencillo y más frecuente. Segundo: el imperium procedía de un voto de los órganos constituyentes, principalmente de los comicios y más tarde del Senado, que nombraban a un alto magistrado fuera de las prescripciones constitucionales; lo limitaban los mismos poderes que al magistrado ordinario, pero en su mismo título llevaba el signo distintivo de su misión extraordinaria: propretor, procónsul. A la misma clase pertenecen también los cuestores nombrados en la forma de costumbres, pero provistos además de atribuciones pretorianas y hasta consulares (Becker-Marquardt, 3, 4, 284). Con esta cualidad fue como se mandó a Cirene a Publio Léntulo Marcelin en el año 679 (Salust., Hist., 2, 39), en la que Gneo Pisón fue a la España exterior en el 684 (Salust., Hist., 19), y Catón a Chipre en el 696 (Vel., 2, 45). Tercero: el imperium extraordinario puede también ser deseado por el magistrado supremo. Tal es el caso de cuando se ausenta de su provincia o está impedido; entonces puede nombrarse a un lugarteniente, que tomará el título legatus pro-pretore (Sal., Lug., 36, 37 y 38), o, si la elección recae sobre un cuestor, tomará el de cuestor pro-pretore, (Sal., Lug., 3). Asimismo, cuando no tiene consigo un cuestor, puede confiar sus atribuciones a un oficial de los que lo acompañan, que se denomina entonces legatus pro-quoestore. Encontramos por primera vez esta denominación en un tetradagma macedonio, respecto de Sura, lugarteniente del pretor de Macedonia (de 665 a 667). Pero lo que contrariaba todos los principios, en materia de delegación, lo que no hubiera podido hacer el magistrado supremo bajo el derecho público, era conferir el imperium obligado a uno o muchos de sus subordinados cuando no tenía ningún obstáculo en su función. En este aspecto, los lugartenientes propretores que va a nombrar el cónsul constituyen una innovación: estos lugartenientes son los que desempeñan tan gran papel en tiempo de los emperadores. <<
[2] Sabemos que, según la tradición, Rómulo fue descuartizado por los senadores. <<
IV. POMPEYO EN ORIENTE
[1] Pompeyo distribuyó entre sus soldados y oficiales, a título de honorario, 584 millones de sestercios (Ap. Mitr., 116). Los oficiales recibieron cien millones, cada soldado recibió seis mil, de donde puede concluirse que en el día del triunfo el ejército de Pompeyo contaba con unos cuarenta mil hombres. <<
[2] Por esto es por lo que los saduceos rechazaban los dogmas de los ángeles y de los espíritus, así como el de la resurrección de los muertos. Pero los puntos principales en que, según la tradición, los fariseos y los saduceos no estaban de acuerdo se refieren a cuestiones secundarias de ritual, de jurisprudencia y de calendario. De esto se tiene una prueba en el hecho de que, cuando los fariseos triunfaron, pusieron en la lista de los días festivos y conmemorativos de la nación precisamente aquellos en que habían triunfado en la controversia, y aquellos en que habían arrojado del consistorio supremo a todos los miembros acusados de herejía. <<
[3] El invierno del año 689 al 690 lo había pasado en las inmediaciones del mar Caspio (Dion., Cas., 37, 7). En el 690 se lo ve todavía en el Ponto reduciendo los últimos castillos que aún quedaban independientes. Después, arreglando de paso todos los negocios, bajó lentamente hacia el sur. La prueba de que comenzó sus operaciones en Siria en el referido año está en que la era provincial de Siria comienza en esta misma fecha. <<
[4] Orosio (6, 6) y Dion. (37, 15), siguiendo evidentemente a Tito Livio, llevan a Pompeyo hasta Petra, de la que se apodera y sigue hasta el mar Rojo. Pero Plutarco (Pomp., 41, 42), confirmado en esto por Floro (1, 39) y por Josefo (14, 3, 3), dice, por el contrario, que, como había recibido la nueva de la muerte de Mitrídates cuando estaba en marcha sobre Jerusalén, abandonó la Siria para volver al Ponto. El rey Aretas figura también entre los vencidos en los boletines de Pompeyo, lo cual se replica por el hecho de la retirada a la que se vio obligado después de levantar el sitio de Jerusalén. <<
[5] Nuestro relato se funda en Plutarco (Pomp., 36), y es corroborado por los detalles suministrados por Estrabón (16, 744) sobre la situación del sátrapa de Elimais. Pero es puro ornamento hacer figurar a la Media y a su rey Darío en la lista de los reyes y países vencidos por Pompeyo. De aquí también el cuento de la guerra de Pompeyo con los medos (Veleyo, 2, 40) y su marcha sobre Echatana (Orosio, 6, 5). Es imposible admitir que se haya confundido con la ciudad fabulosa del mismo nombre, colocada sobre el monte Carmelo. En esto no veo más que una de esas exageraciones a las que han dado origen los boletines pomposos y equívocos respecto de Pompeyo, los cuales transformaron su algarada en el país de los gétulos en una expedición a la costa occidental de África (Plut., Pomp., 38); su fracasada expedición contra los nabateos, en una marcha conquistadora sobre Petra, y su arbitraje relativo a las fronteras de Armenia, en una traslación de las fronteras romanas hasta más allá de Nisibis. <<
[6] La pretendida guerra de este Antíoco con Pompeyo no se concilia con el tratado hecho antes con Lúculo. También aquí la afirmación tiene su origen en un hecho confirmado en otra parte: Antíoco de Comagena figuraba en la lista de los reyes sometidos por Pompeyo. <<
[7] El mismo Cicerón lo censura (De of., 3, 12, 49): piratas imumenes habemus, socios vectigales. Pompeyo incluso debió llegar a conceder a sus colonias de piratas la inmunidad de impuestos, mientras que, como sabemos, las ciudades provinciales que estaban bajo la dependencia de Roma (aliados) pagaban regularmente un tributo. <<
V. CONFLICTOS DE LOS PARTIDOS DURANTE LA AUSENCIA DE POMPEYO
[1] Ley Gabinia, de senatu legatis (quotidie) dando. Estas audiencias se habían fijado desde el 1 de febrero hasta el 1 de marzo, excepto en los días en que había comicios. <<
[2] Ley Acilia: un nemo legibus solveretur. Exigía que votasen la dispensa por lo menos doscientos senadores. <<
[3] Ley Acilia Calpurnia (687) y Ley Tulia (691) de Ambitu, esta última votada durante el consulado de Cicerón. La primera pronunciaba la multa, la exclusión del Senado y la incapacidad para las funciones públicas; la segunda agregó a esto el destierro por diez años. <<
[4] Ley Cornelia: ut pretores ex edictis suis perpetuis jus dicerent. <<
[5] Todo el que estudia y abarca la situación política del momento no necesita pruebas especiales y directas para convencerse de que el objetivo final de las maquinaciones democráticas del año 688 y de los años siguientes no era tanto el de derribar al Senado como a Pompeyo. Además, no faltan estas pruebas. Las leyes Gabinia y Manilia habían dado un golpe mortal a la democracia, como lo atestigua Salustio (Catil., 39). Está averiguado también que la conspiración de los años 688 y 689, y la rogación de Servilio solo se dirigían contra Pompeyo (Cat. 19, Cic., De leg. agr., 2, 1746). Por último, el papel de Craso en la conjuración muestra claramente que esta se dirigía al general en jefe de los ejércitos de Oriente. <<
[6] Plut., Cras., 13. En este mismo año (689) se coloca el discurso de Cicerón De rege Alexandrino, que se refiere sin razón, en nuestro sentir, al año 698. Cicerón combate en él, según muestran los fragmentos que nos quedan, la opinión de Craso, que sostenía que, por el testamento del rey Alejandro, el Egipto era una propiedad del pueblo romano. En el año 689 pudo y debió discutirse la cuestión; en el año 698 no tenía ya interés, pues todo lo había resuelto la Ley Julia del año 695. Hay además otras razones que no creemos necesario aducir. <<
[7] Los ambranos (Ambrani) no son los ambrones de Liguria (Plut., Mar., 19). Quizás hay en esto alguna errata y se trate de los arvernos. <<
[8] Nadie lo muestra mejor ni más sencillamente que su propio hermano Quinto (De Petit. cónsul., 1, 513). Si se quiere una prueba más, puede leerse sin perjuicio el segundo discurso contra la ley agraria de Rulo, y en él se verá, con interés, cómo el «primer cónsul demócrata» sabe conducir a su querido público y enseñarle «la verdadera democracia». <<
[9] Aunque parece que Mommsen trata con bastante severidad al príncipe de la elocuencia latina, nótese bien que habla de él como político; y, en este aspecto, no puede negarse que es censurable la insegura conducta de Cicerón, siempre haciendo equilibrios entre César y Pompeyo, entre la democracia y la aristocracia, prosternándose hoy ante el ídolo que ayer insultaba. No obstante esto, Cicerón fue un patriota sincero y murió por la libertad. Su fin lo absuelve de sus faltas, y engrandece su vida. (Nota del traductor). <<
[10] Su alocución al Senado forma la cuarta catilinaria. Puede verse en Salustio el discurso de César, uno de los más admirables por su intención y su elocuencia. El cómplice secreto de los conjurados tenía la ley de su parte (v. también la Vida de César, 1, pág. 324). <<
[11] Me refiero al Catilina de Salustio, escrito por un cesariano de profesión, y publicado en el año 708, ya durante la regencia de César, ya durante el triunvirato de sus hombres. Este libro es toda una defensa política. En él, el autor habla al honor del partido democrático, que era ya el fundamento de la monarquía romana. Se empeña en lavar la memoria de César de una mancha negra y en mostrar blanco como la nieve al tío del triunviro Marco Antonio, lo mismo que en Yugurta Salustio había querido presentar a las claras las miserias del régimen oligárquico y celebrar a Cayo Mario, el corifeo de la democracia. Del hecho de que como escritor hábil supiese disimular sus tendencias apologéticas o acusadoras, no se sigue en manera alguna que sus libros, por más que sean admirables, dejen de tener cierto espíritu de partido. Remitimos a nuestros lectores a los autores originales, a Salustio, a Cicerón, a Suetonio y a Plutarco (vidas de César, Cicerón, Craso y Catón el Joven). <<
VI. REGRESO DE POMPEYO. COALICIÓN DE LOS PRETENDIENTES
[1] Cicerón refiere la impresión producida en Roma por su primer discurso (Ad Atic., 1, 14): «Prima contio Pompei non jucunda miseris, inanis improbis (demócratas), beatis (Hicos) non grata, bonis (aristócratas) non gravis: itaque frigabet». <<
VII. CONQUISTA DEL OCCIDENTE. GUERRA DE LAS GALIAS
[1] Hay que creer en una inmigración continuada por muchos años de parte de los celtobelgas en la Gran Bretaña, como acreditan los nombres tomados de los cantones belgas y dados a las aldeas inglesas de las dos orillas del Támesis. Allí se encuentran los atrebates, los belgas y hasta los bretones. Esta última denominación, que parece copiada de los britones de las orillas del Soma, más abajo de Amiens, se extendió más tarde a toda la isla. Las monedas son también una imitación de las belgas: hay, pues, identidad hasta en el origen. <<
[2] El contingente de la primera insurrección de los cantones belgas (no comprendidos aquí los Remes), o si se quiere, de los países entre el Sena y el Escalda que llegaban por el este hasta Reims y hasta Andernach (o sea entre dos mil y dos mil doscientas millas alemanas), se elevaba por lo menos a trescientos mil hombres. Si se admite por término medio de comparación la relación suministrada por los bellovacos respecto del contingente de la primera leva, la cifra total de la población en estado de llevar las armas llega para los belgas a quinientos mil hombres, por lo menos, y a una población total de dos millones de habitantes. Los helvecios y los pueblos inmediatos contaban antes de su éxodo con 336 000 habitantes, y, teniendo en cuenta que ya habían perdido la orilla derecha del Rin, puede evaluarse su territorio en unas trescientas millas cuadradas. No podemos asegurar si en este número estaban incluidos los esclavos y los criados, tanto menos cuanto que ignoramos la forma de la esclavitud entre los galos. Lo que dice César de los esclavos clientes y deudores de Orgetorix parece resolver la cuestión en sentido afirmativo. No necesitamos recordar la carencia de datos estadísticos entre los antiguos historiadores; todo lo que puede hacerse, aunque con gran reserva y precaución extrema, es intentar suplirlos mediante algunas combinaciones. Sin embargo, no rechazaremos en absoluto todos estos cálculos. (Véase también la Vida de César, tomo II, págs. 18 y sigs.) <<
[3] «En la Galia transalpina interior, no lejos del Rin —dice Scrofa (Varr., De re rust, I, 7, 8)— he atravesado durante mi mando ciertas regiones donde no se encuentran la vid ni el olivo, ni árboles frutales; donde abonan las tierras con una especie de arcilla blanca extraída del suelo, y donde, a falta de sal mineral o marina, se emplean el carbón y las cenizas saliníferas procedentes de ciertas maderas.» Esta reseña se refiere, sin duda, a los tiempos anteriores a César, y a la antigua provincia transalpina, por ejemplo al país de los alóbroges. Más tarde Plinio describió extensamente los procedimientos usados para abonar las tierras en la Galia y en la Bretaña (Hist. nat., 17, 6). <<
[4] «Las buenas razas de bueyes son en Italia las razas galas, sobre todo para el cultivo de los campos, mientras que los bueyes ligurios no hacen nada de provecho» (Varr., 1, c. 2, 5). Es verdad que Varrón no habla aquí más que de la región cisalpina; pero es evidente que en este país la cría de animales se remonta a los tiempos célticos. «La cría del ganado no se extiende a todas las tribus: ni los bástulos ni los túrdulos (en Andalucía) la practican: los galos ocupan en esto el primer puesto, sobre todo en las bestias de carga (jumenta).» Varr., 2, 10. <<
[5] Pueden deducirse estas conclusiones del nombre dado al buque de comercio, «nave redonda», en oposición al «buque largo» o de guerra. Asimismo, este se llama por excelencia el «buque de remos», mientras el otro es solo una nave de carga. Por otra parte, la tripulación del buque mercante era mucho menor, pues apenas llegaba a doscientos hombres en los más grandes. En las galeras ordinarias de tres puentes, por el contrario, solo los remeros arrojaban una cifra de ciento setenta hombres. Dion. de Hal., 3, 44; 2, 3, 167 y sigs. <<
[6] Esta expresión parece que estuvo muy en uso desde el siglo VI entre los galos circumpadanos. Ennio la conocía, y solo por la Galia inmediata al Po pudo llegar a oídos de los italianos en aquella época tan remota. Pero no pertenece solo a la lengua celta, es también germánica y se enlaza con la radical alemana amte: el cortejo noble era una práctica común a los celtas y a los germanos. De mayor interés histórico sería averiguar si la palabra y la cosa han ido de los celtas a los germanos, o de los germanos a los celtas. Si, según la opinión más seguida, la palabra ambacta ha sido germánica en su origen, y ha designado el criado que seguía a su señor en el combate y se mantenía «detrás de él», no hay aquí un hecho irreconciliable con el uso de la palabra entre los galos, uso que se remonta a una época antiquísima. Según las analogías probables, el derecho que poseían los nobles de tener ambactas que los exaltasen no es una institución primitiva de los galos, sino que ha nacido y se ha formado poco a poco en oposición con la antigua monarquía y el derecho de igualdad de los hombres libres. En realidad no es nacional, pues es relativamente más moderna que la nación; y creo posible, y hasta muy verosímil, que a consecuencia de los prolongados contactos con los germanos, contactos de los que hemos de hablar después, los celtas, tanto en Italia como en las Galias, habían sido escoltados en un principio por un ejército de germanos mercenarios. Desde esta perspectiva se ve que los «suizos» son algunos millares de años más antiguos de lo que se cree. Si la denominación de germanos, dada por los romanos a los alemanes en cuanto nación, y quizás a manera de apelativo usado entre los galos; si esta denominación, repito, es realmente de origen céltico, solo nuestras conjeturas serán perfectamente ciertas. Sin embargo, habría que abandonarlas si la palabra ambacta puede referirse a una raíz céltica. Jeuss, por ejemplo, la refiere a los radicales ambi (circum), y aig (agere), «el que se mueve en derredor, servidor, hombre de séquito». <<
[7] Sobre la constitución druídica y las doctrinas religiosas de la Galia, véase el artículo «Druidismo», de J. Reinaud, en la Enciclopedia nueva, y el libro II de la Historia de Francia, de monsieur Henri Martin. <<
[8] Así, pues, es muy verosímil que los suevos de César sean los mismos cattos; pero esta denominación de suevos, tanto en tiempo de César como después, fue dada a toda tribu germánica a la que podía aplicarse la calificación de nómada. Incluso si el «rey de los suevos» del que hablan Pomponio y Plinio (Hist. nat., 2, 67) es el mismo Ariovisto, y al respecto no hay lugar a dudas, no habría razón para concluir de aquí que este jefe era catto de nación. Antes de Marbod no se ve en ninguna parte a los marcomanos como pueblo diferenciado: es muy posible que la expresión no haya tenido hasta ahora otra significación que la que su etimología indica. Cuando César (I, 54) nombra a los marcomanos entre las dos tribus reunidas en el ejército de Ariovisto, creo que ha cometido un error, y ha adoptado una designación simplemente calificativa y general, como había sucedido con los suevos. <<
[9] Según César (1, 36), Ariovisto entró en las Galias en el año 683. La batalla de Admagetobriga tuvo lugar en el 693, según César y Cicerón (Ad Atiq., I, 19). <<
[10] Parecerá increíble semejante negligencia, y se intentará hallar otros motivos más serios que la ignorancia o la torpeza política, pero nos contentamos con remitir a nuestros lectores a las cartas de Cicerón, en las que se verá la ligereza con que trata de esto el ilustre senador, cuando en su correspondencia familiar hace alusión a los asuntos de los alóbroges. <<
[11] Elevados a diez en el año 698. Napoleón en su Hist. de César, 77, apéndice D, hace un estudio interesante desde el punto de vista militar acerca de los lugartenientes que auxiliaron a César en las Galias. <<
[12] Según el calendario rectificado, debió ser el 16 de abril. <<
[13] Gœler (Gall. Krieg., pág. 45) coloca la batalla de la que vamos a hablar no lejos de Mulhouse, de acuerdo en esto con Napoleón III (Prec., pág. 35), quien le asigna la región de Belfort. No quiere decir esto que haya completa exactitud, pero todas las circunstancias lo hacen verosímil. Si César necesitó siete días de marcha para llegar a la alta Alsacia, es que dio una vuelta de muchas leguas para evitar las montañas del Doubs. Respecto de la batalla, se dio a cinco millas romanas del Rin, y no a cincuenta, cosa que demuestran con igual autoridad la tradición y todo el relato de la persecución de los vencidos que llegó hasta dicho río, la cual no duró más que un solo día y no muchos. Rustow ha cometido un grave error al colocar el campo de batalla sobre el alto Sarra. No fue durante la persecución contra Ariovisto cuando los romanos recibieron víveres de los secuaneses y otros pueblos, sino que los habían recibido antes de salir de Besanson y los llevaban consigo; esto es lo que se deduce de las palabras de César (I, 40). <<
[14] Tal es la versión más sencilla, y tal vez la más verdadera, sobre los orígenes de estos establecimientos germánicos. Que Ariovisto había llamado ya a estos pueblos a la orilla izquierda cosa es que no puede dudarse, puesto que lo vemos combatir a su lado (Bell. Gall., 1, 54), y antes de él no se los conocía. Que César los dejó donde se hallaban, se deduce de la promesa que había hecho a Ariovisto de tolerarlos en las Galias (ibíd., 1, 35), y del hecho de que más tarde se los encuentra en el mismo país. Después de la batalla César no dice nada de las medidas y disposiciones tomadas, porque guarda el más absoluto silencio sobre todos los detalles de la organización a la que dirigió sus cuidados en las Galias. <<
[15] Para más detalle, véase la Historia de César, II, 119. <<
[16] Catón pedía que César fuese entregado a los bárbaros para apartar de Roma la venganza de los dioses (Plut., Cas., 22). <<
[17] La naturaleza de los lugares y las expresiones que utiliza César demuestran que, para desembarcar en la isla, salió de uno de los puertos de la costa entre Boulogne y Calais. Se ha intentado muchas veces precisarlo más, pero sin llegar al resultado apetecido. Todo lo que las fuentes nos dicen es que, en la primera expedición, la infantería se embarcó en un puerto y la caballería en otro, distante ocho millas al este del primero. En su segunda expedición los romanos partieron del puerto que a César le pareció el más cómodo de los dos, el portus Itius, del que no se conoce más que el nombre, a treinta millas según los manuscritos de César, y a cuarenta según Estrabón, que copió seguramente su reseña de César. Este dice, además, que había elegido el camino más corto para ir a Bretaña. Puede inducirse de aquí, con razón, que pasó el canal no por un punto cualquiera, sino por el mismo Paso de Calais, sin fijarse, por otra parte, en el punto preciso de la línea matemática más corta. Las dificultades no han detenido en esta ocasión a los aficionados a la topografía local. Al no tener a la mano más que datos inciertos, el mejor de los cuales varía mucho, como se ve por las cifras, han intentado varias veces señalar el lugar exacto del Paso. En lo que a mí respecta, entre las numerosas indicaciones más o menos plausibles, me inclinaría por el puerto Itius que designa Estrabón con gran apariencia de verosimilitud, como aquel en el que se embarcó la infantería en su primera expedición. Yo colocaría este puerto en Ambleteuse, al oeste del cabo Gris-Nez. La caballería debió embarcarse en Ecale, al este del mismo promontorio, y debió desembarcar cerca de Walner Castle. Napoleón III coloca el puerto Itius en la misma Boulogne. <<
[18] Cotta no era subordinado de Sabino. Pero, a pesar de ser lugarteniente del procónsul, era más joven y debía tener menos autoridad y, en caso de divergencia de opiniones, debía ceder la suya ante la de Sabino. Esto puede inferirse de la antigüedad de los servicios de Sabino, y del hecho de que, cuando son nombrados juntamente, generalmente va él en primer término. Esto mismo corroboran las circunstancias de su común desastre. <<
[19] Esto era posible mientras las armas ofensivas fueron la espada y la pica; pero en el sistema moderno no es aplicable la táctica romana, tal como lo ha mostrado Napoleón I. Con nuestras armas ofensivas que hieren a tan larga distancia es preferible el sistema de fraccionamiento, al de apiñar el ejército en grandes masas. Lo contrario sucedía en tiempo de César. <<
[20] Se coloca a Gergovia en una montaña al sur de Nemetum (Clermont; Ferrand); fue después capital de los arvernos y esa montaña se denomina todavía Georgia. En las excavaciones hechas se han encontrado restos de una muralla tosca fortificada. El nombre que se ha perpetuado hasta el siglo X no deja duda alguna sobre la exactitud de la designación local. <<
[21] Para más detalles sobre esta importante campaña puede consultarse al mismo César (Bel. Gal., 7, 35, 52), y a Napoleón III (Hist. de César, tomo II, págs. 264 a 282). <<
[22] Como puede suponerse, los comentarios no dicen esto claramente; pero Salustio, por más cesariano que sea, lo confiesa implícitamente (Frag. hist., 1, 9: «omnis Gallia eis Rhenum atque inter mare nostrum et Oceanum… indomita»). Las monedas nos dan de ello una prueba más que suficiente. <<
VIII. REGENCIAS DE POMPEYO Y DE CÉSAR
[1] A esto es a lo que llama Cicerón cantorum convitio contiones celebrare (pro Sest., 55). <<
[2] Respetando el superior criterio del ilustre historiador, no nos parece el citado un testimonio de gran peso a propósito para probar lo que se propone, puesto que las que aquí reproduce son palabras del mismo Cicerón en su Ep. ad Attic, 2, 20. Populare nunc nihil tam est quam odium popularium. <<
[3] Aún no había vuelto cuando Cicerón habló a favor de Sextio, y el Senado, a consecuencia de las conferencias de Luca, deliberó respecto de las legiones de César. Solo a principios del año 699 es cuando lo vemos por primera vez tomar parte activa en las discusiones; y, como había viajado durante el invierno (Plut., Cat., 58), hay que concluir de aquí que volvió a entrar en Roma a fines del año 698, y, por tanto, no pudo, como se ha dicho, defender a Milón en el mes de febrero de este mismo año. <<
[4] «Me asinum germanam fuisse» (he sido verdaderamente un bestia). Ad att, 4, 5, 3. <<
[5] Puede leerse esta palinodia en el discurso que nos queda sobre las provincias consulares del año 699. Se pronunció a principios de mayo del 698: los discursos que forman contraste son el pronunciado pro Sextio, otro contra Tatinio, y la discusión sobre el consejo dado por los adivinos etruscos en los meses de marzo y abril precedentes. El antiguo cónsul había exaltado en ellos el régimen aristocrático y usado un lenguaje caballeresco al hablar de César. <<
[6] El hecho no se encuentra consignado en los autores, pero parece increíble que César no sacase soldados de los municipios latinos que formaban la gran mayoría de su provincia. Además, se encuentra contradicha esta abstención por el desprecio que afectaba la oposición hacia los reclutas cesarianos, «sacados en su mayor parte de las colonias transpadanas» (Bel. Civ., 3, 57). ¿No es evidente que al hablar de este modo Labieno se ha referido a las colonias latinas de Estrabón? (Suet., Cæs., 8). Es verdad que en ninguna parte se encuentran cohortes latinas unidas al ejército de César en las Galias, y que, según el dicho del autor de los Comentarios, todos los reclutas de la Galia cisalpina se habían distribuido entre las legiones, o habían formado otras nuevas. Es también posible que César haya dado el derecho de ciudad a todos estos soldados en el momento de la conscripción; pero en mi sentir es más probable que se atuviese en esto al procedimiento democrático, pensando menos en dotar de aquel derecho a los transpadanos, que en tratarlos como si ya lo tuviesen legalmente. Solo así pudo extenderse el rumor de que había importado a las ciudades transpadanas la institución de las municipalidades romanas (Civ. ad Atic., 5, 3, 2). <<
[7] La composición que sigue (la 29 de su recopilación) es de Catulo, quien debió escribirla hacia el año 699 o 700, después de la expedición de César a Bretaña y antes de la muerte de Julia:
Quis hoc potest videre, quis potest pati
Nisi impudicus, et vorax, et aleo,
Mamurram habere quod comata Gallia
Habebat uncti, et ultima Britania?
Cinoede Romule […].
Mamurra, de Formies, favorito de César, fue durante algún tiempo uno de sus oficiales en el ejército de las Galias (el jefe de los ingenieros, Prefutus fabrum). <<
[8] Cónsul y colega son sinónimos (volumen I, libro segundo, pág. 568, n. 4): ser a la vez procónsul y cónsul equivale a ser cónsul y cónsul suplente a un mismo tiempo. <<
IX. MUERTE DE CRASO. RUPTURA ENTRE LOS DOS REGENTES
[1] Tigranes vivía aún en febrero del 698 (Cic., Pro Sest., 27, 59), y Artavasdes reinaba desde antes del año 700 (Justiniano, 42, 2, 4. Plut., Crass., 49). <<
X. BRINDISI, ILERDA, FARSALIA Y THAPSUS
[1] Un centurión de la legión décima (llamada también decimocuarta) de César, fue un día hecho prisionero. Conducido ante el general republicano, le dijo que con diez de sus hombres podía resistir la mejor de las cohortes enemigas (quinientos hombres, Cæs., Bell Afric., 45). Así, dice Napoleón que «los ejércitos antiguos, batiéndose con arma blanca, tenían necesariamente que componerse de hombres más ejercitados, siendo otros tantos combates singulares… Lo que este centurión decía era cierto: un soldado moderno que empleara el mismo lenguaje, sería un farsante» (Precis des Guerres de J. Ces. ch. XI, observation 5). Y, si se quiere saber el espíritu militar que animaba el ejército de César, no hay más que leer las relaciones, unidas a sus memorias, de la guerra de África y de la segunda de España, la primera de las cuales parece que fue escrita por un oficial subalterno, y la otra, que no es más que un diario de campaña, redactada también por un subalterno (Bell. Afric., Bell. Hispaniense). <<
[2] Esta era la cifra que él mismo fijaba (Cæs., Bell. civ., 16), cuya exactitud se confirma teniendo en cuenta que después de haber perdido en Italia sesenta cohortes, o sea treinta mil hombres, le fue posible todavía llevarse veinticinco mil cuando marchó a la Grecia. <<
[3] El 7 de enero se promulgó el senadoconsulto: desde el 18 del mismo mes se sabía en Roma, y esto después de muchos días, que César había pasado el Rubicón (Cic., Ad Attic., 7, 10, 9, 10). Por lo menos tres días tardaba un correo en llegar a Rávena; por lo tanto, conviene fijar la época de la salida de César en el 12 de enero, fecha que corresponde al 24 de noviembre del año 704 del calendario juliano, según la redacción usual. <<
[4] C. Antonio, segundo hijo de M. Antonio, llamado por burla Crético, cuestor de Minucio Termo, propretor en Asia (703). Capturado en Curicta, como veremos ahora, quedó prisionero en el campamento de Pompeyo hasta que lo puso en libertad la batalla de Farsalia. En la época de la muerte de César, era pontífice, y después, pretor urbano (710), en tanto que su hermano mayor, Marco, era cónsul, y su hermano menor, Lucio, ejercía el tribunado. Recibió más tarde el mando de la provincia de Macedonia; pero ya Bruto se le había adelantado con fuerzas superiores. Así, derrotado por Cicerón el Joven, se refugió en Apolonia, donde cayó prisionero. Poco tiempo después, Bruto mandó decapitarlo, a instigación de Hortensio, hijo, y para vengar el asesinato de Cicerón, el cónsul. <<
[5] El 5 de noviembre del año 705, según el calendario rectificado. <<
[6] B. c. 3, 30. V. Goeler (die Koempfe. v. Dyrr. u. Pharsaius. Batallas de Dyrr. y Farsalia), págs. 12 y 106. <<
[7] Es muy difícil determinar exactamente el campo de batalla. Appiano (2, 75), que es el más preciso, lo coloca entre Neo-Pharsalos y el Enipeos. De los dos ríos de alguna importancia que se encuentran en estos lugares, y que seguramente representan el Apidanos y el Enipeos de los antiguos (el Sofadhitiko y el Fersaliti), uno nace en los montes Thaumacos (Dhomoco) y en las alturas de Dolopos, y el otro desciende del Othris y corre por delante de Fersala. Y como Estrabón (9, pág. 432) dice también que el Enipeos viene de Othris, es forzoso convenir con Leake (Northern Greece, 4, 320) en que el Fersaliti es el mismo Enipeos. Por el contrario, se equivoca Gæler al tomar el Fersaliti por el antiguo Apidanos. Todas las indicaciones que hallamos en los escritores antiguos concuerdan con nuestra opinión. Solamente que también debemos convenir con el citado Leake en que el río formado por los dos caudales después de su confluencia, y que desde allí va a parar al Peneo, conservaba entre los antiguos el nombre de Apidanos, como lleva hoy el de Sofadhitiko. Esta es una denominación natural, después de todo, porque el Fersaliti queda con frecuencia seco, mientras que el Sofahditiko, nunca (Leake, 4, -321). Por lo tanto, entre Fersala y el Fersaliti estaba situado Phaleo-Pharsalos, de donde tomó su nombre la batalla, la cual se libró sobre la ribera izquierda. Los pompeyanos apoyaron su ala derecha en el Fersaliti y tenían su frente hacia Farsalia (Cæs., B. c. 3, 83. Frontinus, Stratag., 2, 3, 22). Pero allí no pudo estar su campamento, el cual se extendía al pie de Cinocéfalas, sobre la orilla derecha, y cortaba a César el camino de Scotussa, a la vez que conservaba sin duda su línea de retirada sobre Larisa por las alturas. Si hubieran acampado, como pretende Leake (4, 482), al este de Farsalia y sobre la orilla izquierda del Enipeos, nunca habrían podido dirigirse al norte después del combate, pues habrían tenido que atravesar este río de profundas márgenes, cortadas a pico (Leake, 4, 489), y, en vez de ganar Larisa, Pompeyo se habría visto obligado a huir hacia Lamia. Por lo tanto, es probable que los pompeyanos establecieran su campamento en la ribera derecha del Fersaliti, que lo atravesaran antes de la batalla y después para volver a sus tiendas, y que remontaran luego las cercanas pendientes de Crannon y de Scotussa, que van a unirse por sus crestas con las alturas de Cinocéfalas. En esto no hay nada imposible. El Enipeos no es más que un arroyo estrecho y de lento curso, en el cual Leake midió en noviembre dos pies de profundidad, y que con frecuencia se halla seco en la estación calurosa (Leake, 4, 448 y 4, 472. Cf. Lucan., 6, 373). De esto se deduce que fue durante el rigor del verano cuando se dio la batalla. Antes de venir a las manos, estaban los dos ejércitos a treinta estadios el uno del otro (App., B. c. 2, 65: tres cuartos de milla alemana = más de una legua). Los pompeyanos pudieron muy descansadamente hacer sus preparativos, echar los puentes y asegurar sus comunicaciones con el campamento. Al haber terminado la batalla con una derrota, no habrían podido efectuar su retirada a lo largo del torrente y por encima de sus márgenes; y esta era, en mi sentir, una de las razones por las que Pompeyo no quiso al principio aceptar la batalla. Así, su ala izquierda, situada más lejos de la línea de retirada, fue la que más se resintió de esta desventaja del terreno. El centro y el ala derecha se retiraron sin gran dificultad, pudiendo atravesar fácilmente el Fersaliti en las condiciones dadas. Si César y sus copistas no han hablado de este paso del río, es porque de hacerlo habrían dado a conocer aquel insensato afán de pelear que, según todas las apariencias, animaba a los pompeyanos, y los recursos mismos de los que disponían para la retirada. <<
[8] A este combate se refiere el consejo dado por César a sus soldados de herir en el rostro a los caballeros enemigos (faciem feri). Como en esta ocasión la infantería marchaba irregularmente al ataque de la caballería, no podía servirse con provecho de la espada; debió guardar el pilum en vez de arrojarlo, y servirse de él como de una pica, llevando en alto la punta para defenderse mejor (Plut., Pomp., 69, 91. Cæs., 45. App., 2, 76, 78. Flor., 4, 2. Oros., 6, 15. Cf. Front., que está equivocado, 4, 7, 32). La orden dada por César ha llegado a ser una anécdota. Los jinetes de Pompeyo habrían vuelto riendas, por temor de las heridas recibidas en el rostro, y emprendido la fuga con la mano puesta en la cara (Plut.). En esto no hay una palabra de verdad. La historieta no sería satírica sino en el caso en que la caballería de Pompeyo hubiera estado compuesta en su mayor número de todos aquellos jóvenes nobles y «excelentes bailarines» venidos de Roma, pero no era así. Quizá la orden del día de César, muy sencilla y muy militar, diera lugar a las burlas del campamento, y por consiguiente a su absurdo relato. <<
[9] Sin duda, la pérdida de la isla era referida en el fragmento que ha desaparecido del comentario sobre la guerra de Alejandría (Bell. Alex., 12). Allí se describía también un segundo combate naval, en el cual quedó destruida la escuadra egipcia que había sido rechazada hacia el Quersoneso. En efecto, acabamos de ver que César, desde el principio de la guerra, había ocupado el faro (B. civ., 3, 112; Bell. Alex., 8). El muelle, por el contrario, siempre había estado ocupado por el enemigo, puesto que César no se comunicaba con la isla sino por agua. <<
[10] La travesía de Catón y de Gneo Pompeyo de Córcega a Cirene, y su penosa navegación a través de la Pequeña Syrtes, forman en la Farsalia de Lucano un interesante episodio, cuyo fondo verdadero, atestiguado por Plutarco (Cat. min., 56 y s.), ha sido embellecido maravillosamente por este poeta. <<
[11] La geografía política del noroeste de África era, en estos tiempos, muy confusa. Después de la guerra de Yugurta, Bocco, rey de la Mauritania, según parece poseía todo el territorio desde el mar del Oeste hasta el puerto de Saldæ (Marruecos y Argelia. Saldæ. Bugia). También habría allí, al lado de los reyes mauritanos, algunos príncipes independientes o vasallos, pertenecientes a otras dinastías, y que reinarían sobre pequeños territorios: los de Tingis (Tánger), por ejemplo, que se han encontrado ya (Plut., Sertor, 9), y que conviene identificar con los leptasta de Salustio (Hist. 31, ed. Kutz), y los mastonesosus de Cicerón (In Vatin, 5, 12). Antes había reinado Sifax de una manera semejante sobre un gran número de príncipes vasallos (App., Pun. 10). En el tiempo al que nos referimos, Cirta, en la Numidia, fronteriza de los Estados mauritanos, obedecía a un príncipe llamado Masinisa y probablemente tenía por soberano a Juba (App., B. c., 4, 54). Hacia el año 672, el trono de Bocco fue ocupado por Bocut o Bogud, tal vez hijo suyo. Después del año 705, el reino aparece dividido entre Bogud, rey de la parte occidental, y Bocco, de la oriental. A esta división se refieren las designaciones ulteriormente seguidas: reino de Bogud, o de Tingis, y reino de Bocco, o de Yol (Cesarea: Plin., Hist. n: 5, 2, 19. Cf. Bell. Afr., 23). <<
[12] Las inscripciones locales dan numerosas señales de esta colonización. Frecuentemente se lee en estas inscripciones el nombre de Sittios; y en la pequeña localidad de Milev, que es de época romana, se encuentra la denominación de Colonia sarnensis (Renier, Inscript. 1254, 2323, 2324), derivada evidentemente del nombre del dios del Sarnus, río de Nuceria, patria de Sittio (Suetón, Rhetor, 4). <<
XI. LA ANTIGUA REPÚBLICA Y LA NUEVA MONARQUÍA
[1] Aurelia, de la familia de los A. Cotta, hermana o pariente cercana de los tres Cottas contemporáneos de César, era una dama distinguida. Había puesto sumo cuidado en la educación de su hijo (Tácito, De Orat., 28). Aún vivía en tiempo de la guerra de las Galias. <<
[2] Julia, mujer de Pompeyo, nació en el año 671. <<
[3] Como un ejemplo de la tiranía de César, se cita con frecuencia su cuestión con Labenio y el famoso prólogo donde este la cuenta; pero esto es desconocer completamente la ironía de la situación y la ironía del poeta, sin contar con que quizás allí había interés en hacer del poeta un mártir, y llevarle voluntariamente, después de todo, un tributo de homenaje. <<
[4] Aun después de la victoria de Munda, de la cual daremos cuenta más adelante, solo triunfó sobre los lusitanos, que servían en gran número en el ejército de sus enemigos. <<
[5] Vean nuestros lectores la carta a Cecina (Ad fam., 6, 7), y, si tienen curiosidad de ello, podrán establecer la comparación entre las trabas puestas a los escritores antiguos y las que sufren los de los tiempos modernos. <<
[6] Este libro fue escrito en 1857. Entonces se ignoraba que cercanos y terribles combates, y la victoria más grande que puede registrar en sus páginas la historia de la humanidad, ahorrarían muy pronto a los Estados Unidos esta nueva prueba, asegurándoles para el porvenir los goces de una completa libertad al abrigo de un cesarismo local, y haciéndolos árbitros únicos de sus destinos. <<
[7] Cuando murió, en 710, era dictador por cuarta vez y dictador perpetuo; este es el título que le da Josefo (Antig., 14, 10, 7). <<
[8] Nada más erróneo que la opinión, muy general por cierto, de que el imperio era en su esencia el poder militar o el generalato supremo de por vida: no es este el sentido de la palabra, ni lo entendieron así nuestros autores antiguos. El imperium es el mando; el emperador es el hombre investido del mando. En estas dos expresiones, como en las dos palabras griegas correspondientes, κρατος, αυτοκρἀτωρ, se buscaría inútilmente la acepción especial y única del generalato; mientras que la magistratura en Roma, en su noción pura y completa, abrazaba el derecho de la guerra y el de la justicia, el poder militar y el poder civil en su competencia indivisible. Dion, pues, declara seriamente (55, 17: cf. 43, 44, 52, 41) que, al tomar los Césares el título de emperadores, entendían afirmar «su omnipotencia de autócratas en oposición a las antiguas denominaciones de rey, de dictador (πρòς δήλωσκν τῇς; αὐτοτελοῦς σϕῶν ἐξουσίας, ἀντί τῦς τοῦ βασκλέως τοῦ τε δικτάτωρος ἐπκκλὴσεως)» —los antiguos títulos han desaparecido—, y añade: «Pero la esencia de aquellos poderes quedan en el nuevo título de emperador (τò δε δὴ ἔργον τῇ τòν αὐτοκράτορος προσηγορία βεδακοῦνται): el emperador tiene el derecho, por ejemplo, de reclutar soldados, señalar los impuestos, declarar la guerra y hacer la paz; tiene el poder supremo, dentro y fuera de la ciudad, sobre todos, sean o no ciudadanos; ejerce en todas partes su justicia soberana, e impone la pena capital o cualquier otra; se arroga, en fin, todas las atribuciones que en los antiguos tiempos de Roma pertenecían al poder supremo». ¿Puede decirse más claramente que la palabra imperator es sinónima de la de rex, como imperare es sinónimo de regere? Y, si esto es así, ¿no hay contradicción al oír a Tiberio llamarse más tarde «señor de sus esclavos, imperator de sus soldados, y príncipe (πρόκρκτος, princeps) de sus conciudadanos?» (Dion., 57, 8). ¿No resulta de aquí, a lo que parece, una asimilación de la función imperial con la puramente militar? De ninguna manera: en este caso, la excepción viene a confirmar la regla. Se sabe que Tiberio afectaba no querer el nuevo imperio como lo había tenido César (Suet., Tib., 26; Dion., 57, 2; Eckhel, 6, 200): no era, pues, sino el imperator especial, el imperator puramente militar, llevando por lo tanto un título vacío. <<
[9] Según nuestra cuenta aproximada (loc. cit.), el número medio de senadores sería de mil a mil doscientos. <<
[10] Véanse también las prudentes fórmulas empleadas por las leyes de César a propósito de las altas magistraturas; Cum censor aliusve quis magistratus Romæ populi censum aget (lex Jul. municip., 1, 141): Prætor iste quei Romæ jure deicundo prærit (l. Rubr. passim): Quæstor urbanus queive ærario prærit (l. Jul. munic., 1, 37 et passim). <<
[11] A decir verdad, estos nuevos principios no rigen ni se manifiestan por completo hasta el reinado de Augusto; pero como estas notables reformas judiciales se hallan contenidas, por decirlo así, en la institucion imperial, tal como César la fundó, nos parece oportuno referirlas también a él. <<
[12] Cicerón, en su Tratado del orador (De orat., II, 42), alude principalmente a los procesos criminales cuando pone en boca de Antonio, el gran abogado, esta reflexión: «Los hombres juzgan ordinariamente según sus odios, sus afecciones, sus deseos, su ira o su dolor, y obedecen más a las emociones de su alma, ya de alegría, de esperanza, de miedo o de error, que a la verdad o a las prescripciones del texto, o a las reglas del derecho, a la fórmula del proceso o a la ley». Y fundándose en esto, sobre todo, deduce y completa en el indicado sentido su enseñanza para los abogados, sus lectores. <<
[13] B. g., 1, 39. <<
[14] Se sabe que parte de los tribunos militares eran antes elegidos por el pueblo. César, fiel demócrata en esta ocasión, no hizo ninguna innovación en este punto. <<
[15] Plut., Cas., 58. <<
[16] Esta era la consecuencia del derecho de latinidad concedido a la Sicilia. Por otra parte, Varrón, en su libro (De re rust., 2, præfat) publicado después de la muerte de Cicerón, atestigua claramente la abolición de los diezmos sicilianos y, hablando de las provincias productoras de trigo que abastecían a Roma, no cita más que al África y a la Cerdeña, y no dice una sola palabra de la Sicilia. <<
[17] En el espacio de un corto número de años, en la misma Sicilia, país de la producción, el modius romano (aproximadamente 8,63 l) se había vendido a dos sestercios, y después a veinte. Por medio de este ejemplo tenemos una idea del movimiento de los precios en Roma, antro de los especuladores, donde no se podía vivir sino del trigo de ultramar. <<
[18] No deja de ser interesante ver a un sabio escritor, posterior a César, al autor de las dos Cartas políticas falsamente atribuidas a Salustio, darle el consejo de hacer extensiva la anona de Roma a todos los demás municipios. El crítico aconsejaba un acto justo, y el mismo pensamiento inspirará un día a Trajano su gran organización municipal de los socorros a los huérfanos. (Epist., 2, 8. Et frumentum id quod antea premium ignaviæ fuit per municipia et colonias, illis dare convenient […].) <<
[19] Nada más sorprendente que las distinciones hechas por el mismo Cicerón en su Tratado del deber (De offic., 1, 42): «Entre las profesiones y las maneras de hacer fortuna, he aquí las que son tenidas por liberales y las que son reputadas viles. En primer término, son despreciables todos los oficios que provocan el odio de una tercera persona, los cobradores del portazgo o los usureros. Son liberales y viles el oficio de mercenario y de cualquier otro que vende su brazo, no su arte, porque el salario aquí no es más que la retribución de la servidumbre. Es necesario tener por viles a los revendedores de mercancías, porque todas sus ganancias las realizan a fuerza de mentir, y no hay cosa más vergonzosa que la impostura. Todo artesano hace una obra vil, y nada puede haber de común entre él y el hombre bien nacido. Todavía se debe conceder menos estima a aquellos oficios que proveen a nuestras necesidades materiales: despensero, carnicero, cocinero, mondonguero, pescador y proveedor de aves (celarii, lanii, coqui, fastores, piscatores, aucupes), como dice Terencio. Agregad a estos los perfumistas, los danzantes y los dueños de casas de juego. Respecto de aquellas artes que suponen más saber y cuya utilidad no es despreciable, la medicina y la arquitectura, ciencias que se refieren a cosas honestas, sientan bien a los hombres que no son de elevada condición. Todo pequeño comercio es ocupación baja; si el tráfico es grande y abundante, si se hace con todos los países y vende los géneros al por mayor y lealmente, conviene que no lo repugnemos, y si el mercader colmado de ganancias o simplemente satisfecho abandona su ocupación, y, de la misma suerte que antes se había dedicado a traer los productos de los países transmarinos, se retira a sus campos y posesiones, tendrá ciertamente derecho a nuestros elogios. Pero de todos los medios de adquirir, la agricultura es, a mi juicio, el mejor, el más fecundo, el más grato y el más digno del hombre libre…». Así, el hombre honrado por completo es el propietario de tierras: el comercio es tolerado solo como un medio de conseguir el último fin. La ciencia no es más que un oficio que se debe dejar a los griegos o a los romanos de mediana condición, pues estos llegan a ser mediante ella admitidos hasta cierto punto en los círculos de la alta sociedad. ¿No encontramos aquí en toda su fuerza la aristocracia del colono agricultor, con un tinte marcado de espíritu comercial, bajo el ligero barniz de una cultura general? <<
[20] Macrobio (Saturn., 2, 9) nos ha conservado la lista del banquete dado por Mucio Léntulo Niger (antes del 691) a su advenimiento al pontificado, a cuyo festín asistieron los demás pontífices, entre ellos César, las vírgenes vestales, muchos otros sacerdotes y algunas damas, próximas parientes: «Manjares de entrada: erizos de mar; ostras frescas a placer; palurdos (mariscos) y espóndilos; zorzales; pollos cebados y engrasados sobre empanadas de ostras y de otros mariscos; las llamadas bellotas de mar, negras y blancas; repitiéndose los espondilos; glicomarides y erizos; becafigos; solomillos de corzo; costillas de cerdo; pájaros engrasados y rebozados en harina; otra vez los becafigos; los murex y las púrpuras. Servicio principal: ubre de cerda; cabezas de puerco; empanadas de pescado; empanadas de ubre de cerda; ánades; cercetas estofadas; liebres; aves asadas, etc., etcétera». Tales son los festines de los colegios sagrados de los que dice Varrón: «Collegiorum cænæ que tunc innumerabilis excandefaciebant annonan macelli». En una sátira enumera también los manjares delicados y exóticos más buscados, de la manera siguiente: «Pavos reales de Samos; pollos de Frigia; grullas de Melos; corzos de Ambracia; atunes de Calcedonia; morenas del Estrecho de Gades; ostras y almejas de Tarento, etcétera». <<
[21] La última, al menos, se encuentra en las leyes reales egipcias (Diod., 1-79). La legislación de Solón, por el contrario, no pone ninguna restricción al tipo de interés, y aun autoriza expresamente su arbitraria elevación. <<
[22] Al ver a César instituir en las provincias dieciséis propretores anuales y dos proconsulados, siendo por dos años el cargo de los dos procónsules, se podría inferir de aquí que en sus planes estaba elevar a veinte el número de las provincias; pero esta conclusión carecería de fundamento, toda vez que tenía el propósito de reducir el número de oficios y aumentar el de las candidaturas. <<
[23] Narbona era la colonia de la décima (decumani); Beterra, la de la séptima (septimani); Forum Julii, de la octava (octavani); Arlés, y con Arlés la colonia latina de Ruscino (la Tour de Rosellon) de la sexta (sextani), y Arausio, de la segunda. Falta la novena legión, cuyo número había sido deshonrado por la sedición de Placencia. Que los colonos de estas diversas ciudades hayan sido sacados exclusivamente de las legiones epónimas, no se dice si hay motivos para creerlo, puesto que la mayor parte de los veteranos se han establecido en Italia. Cuando Cicerón se quejaba de que César confiscase en masa provincias y regiones enteras (De offic., 2, 7: cf. Philipp., 13, 15, 31, 32), se desprende que estas quejas (como se ha probado por la estrecha relación que guardan con la parecida censura relativa al triunfo sobre los masaliotas), se referían a las incorporaciones de territorio en la provincia narbonense, y sobre todo a las confiscaciones territoriales impuestas a Masalia en presencia misma de las colonias aquí mencionadas. <<
[24] La tradición no nos da a conocer expresamente quién concedió el derecho latino a las ciudades no colonizadas de la provincia narbonense, Nemausus, entre otras. Pero César (B. civ., I, 35) expresa claramente que Nemausus, hasta el año 705, era una villa masaliota y, según Tito Livio (Diod., 41, 25; Flor., 2, 13; Oros., 6, 15), esta fue la región sobre la que recayeron las confiscaciones ordenadas por César. Por otro lado, de las monedas anteriores a Augusto y de la afirmación de Estrabón, resulta que Nemausus era ciudad de derecho latino, de lo cual se deduce que César fue quien le concedió aquel derecho. Y en cuanto a Ruscino (Rossellón, cerca de Perpiñán) y a las demás ciudades latinas de la Galia narbonense, puede conjeturarse que también lo recibieron en la misma época que Nemausus. <<
[25] Es cierto que las ciudades de derecho romano no tenían más que una jurisdicción limitada; pero una cosa sorprende, y sin embargo resulta indudable del texto de la ley municipal dada para la Galia cisalpina: los procesos que estaban fuera de la competencia local en esta provincia eran avocados, no ante el gobernador provincial, sino ante el pretor de Roma. No obstante, el gobernador en su provincia ocupa de derecho el lugar del pretor que en Roma falla los litigios entre los ciudadanos romanos y del otro pretor que juzga entre ciudadanos y extranjeros. En las reglas de derecho, se habrían debido conocer las causas de que entendía el magistrado superior, y esta anomalía se explica como un resto de la organización anterior a Sila. Recuérdese que entonces los dos magistrados de Roma (el pretor de la ciudad y el de las afueras) tenían jurisdicción sobre todo el territorio continental hasta los Alpes, y que, por consiguiente, cuando los procesos salían fuera de los límites de la competencia municipal, eran devueltos a los pretores. Por el contrario, en Narbona, Gades, Cartago y Corinto el conocimiento de estas mismas causas pertenecía al jefe de la provincia. Es probable, por otra parte, que hubiera dificultades prácticas sobre cuándo había de instruirse y despacharse en Roma. <<
[26] No sé por qué se ha querido ver una antinomia inconciliable en el hecho de concederse a toda una comarca el derecho de ciudadanía romana, manteniendo a la par en esta misma comarca el régimen provincial. ¿No es un hecho notorio que la Galia cisalpina haya recibido de una vez el derecho romano en 705, a lo sumo, y que no obstante continuara siendo una provincia romana mientras César vivió, que no fue reunida a Italia hasta que murió este (Diod., 48, 12), y que, en fin, hasta el año 711 no se haya hecho mención de los magistrados que la administraban? ¿Era posible el error en vista de la ley municipal de César, en la que nunca se encuentra la palabra Italia, y que designa siempre la Galia cisalpina? <<
[27] ¿Cómo se ha podido dudar que esta innovación data de César y que no es de época posterior a la guerra social? Cicerón lo afirma (In Verr. Act., 1, 18, 54 y sigs.). <<
[28] Las piezas de oro que Sila y Pompeyo habían mandado acuñar en la misma época, por cierto en escaso número, no contradicen esta opinión. Probablemente eran recibidas al peso, de la misma manera que los filipos de oro, que todavía se hallaban en circulación en tiempo de César. Aquellas piezas tienen de notable que anteceden a la moneda de oro cesariana, como la regencia de Sila antecede a la nueva monarquía. <<
[29] Parece seguro que, otras veces, las cantidades debidas en moneda de plata a los acreedores del Estado no podían serles entregadas, aunque lo quisieran, en oro o en valores de referencia legal entre el oro y la plata. A partir de César, por el contrario, la pieza de oro tiene circulación en todas partes por valor de cien sestercios de plata. Y el hecho tiene tanta más importancia cuanto que, a consecuencia de las enormes cantidades de oro puestas por César en circulación, este metal bajó en pocos años el 25% del valor de su curso legal. <<
[30] Durante la era imperial no se encuentra inscripción alguna en que los valores se cuenten de otra manera que en moneda romana. <<
[31] Así, la dracma ática, aunque era sensiblemente más pesada que el denario, no se recibía sino por el mismo valor. La tetradracma de Antíoco, que por término medio pesaba más de quince gramos, valía solo tres denarios romanos, cuyo peso era de doce gramos. Así, el cistóforo del Asia Menor, cuyo valor en plata excedía los tres denarios, no era recibido legalmente más que por dos y medio. La demidracma rodia, que valía tres cuartos de denario en plata, era recibida también por cinco octavos, y así las demás. <<
[32] El año 708, el llamado año de la confusión (Macrob., I, 16), se alargó de manera que quedasen reparados los errores preexistentes. Para hacer que comenzase el 1º de enero de 709 el primer año de la era juliana, César aumentó noventa días este año 708 del antiguo calendario, los cuales fueron distribuidos del modo siguiente: se intercaló un mes de veintitrés días entre el 23 y el 24 de febrero; dos meses a fin de noviembre, uno de veintinueve y otro de treinta y un días, y además siete días contados aparte. Estos dos últimos meses componían, con el suplemento, un total de sesenta y siete días. A partir del año 709, se añadió cada cuatro años un día intercalado entre el 23 y el 24 de febrero. <<
[33] La identidad de este edicto, redactado quizá por Marco Flavio (Macrob. Saturn., 1, 14-16), y del Escrito sobre las constelaciones, atribuido a César, me parece probada por el sarcasmo de Cicerón (Plut., Cæs., 59): «Hoy sale la Lira por orden». Por lo demás, se sabía antes de César que el año solar de 365 días y 6 horas, admitido por el calendario egipcio, excedía un poco en duración al verdadero. Según el cálculo más exacto del año trópico que ha conocido la antigüedad, el de Hiparco, el año verdadero duraba 365 días, 5 horas, 52 minutos y 12 segundos; y, según los cálculos exactos de nuestros tiempos, su duración real es de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 48 segundos. <<
[34] César fue a Roma en abril y en diciembre de 705, y no se detuvo allí más que algunos días. Residió en la misma capital desde septiembre hasta diciembre de 707; estuvo también allí como unos cuatro meses durante el otoño del año 708 (año de quince meses); y, en fin, permaneció en Roma hasta su muerte, desde octubre de 709 hasta marzo de 710. <<
XII. RELIGIÓN, CULTURA, LITERATURA Y ARTE
[1] Estas siete ciencias las constituían, como se sabe, las siete artes liberales. Salvo la distinción que hay que hacer en cuanto a las épocas, entre las tres artes que primero fueron recibidas en Italia y las cuatro que se introdujeron más recientemente, se han perpetuado en las escuelas de la Edad Media. <<
[2] Ejemplo: genitivo senatuis y senatus, dativo senatui y senatu. <<
[3] Maxumus por Maximus. <<
[4] Citemos a Varrón (De re rust., 1, 2): In aedem Telluris veneram, rogatus ab aeditimo, ut dicere dicimus a patribus nostris, ut corrigimur a recentibus urbanis, ab aedituo. <<
[5] Citemos la dedicatoria muy característica de esta clientela, tomada de la descripción poética de la tierra y conocida en el mundo erudito con el nombre de Periegesis de Scymnos. Después de manifestar su designio de escribir en el metro favorito de Menandro una especie de reseña geográfica, útil a los alumnos y fácil de aprender de memoria (lo mismo que Apolodoro había dedicado su Manual parecido al rey Atalo Filadelfo de Pérgamo, «para quien será eterna gloria que este libro de historia lleve su nombre»), el autor de la Periegesis dedica el suyo al rey Nicomedes III de Bitinia (663-679):
«Puesto que, solo —dice— entre los reyes de este tiempo, tú sabes repartir los dones del favor real, yo me he decidido a experimentarlo: procuro y quiero ver lo que es un rey. El oráculo de Apolo me anima a ello, y me acerco gustoso a tu morada, que casi ha llegado a ser, a una señal tuya, el común asilo de los sabios.» <<
[6] De Parthenius de Nicea, hecho prisionero en las guerras contra Mitrídates, se dice que vivió hasta la época de Tiberio, y que hizo poner sus obras y sus estatuas en las bibliotecas. Había tenido el honor de enseñar el griego a Virgilio (Macrob., Saturn., 5, 17), que lo imitó en el Moretum. Se dice que la mayor parte de sus poemas eróticos o mitológicos se distinguían de los alejandrinos y asiáticos por su claridad. Se ha conservado de este autor un fragmento en prosa sobre las Desdichas amorosas, dedicado a Cayo Galo, que también fue su discípulo. <<
[7] Se recordará que cualquiera que poseía cien mil sestercios, entraba ipso facto en la primera clase de electores, y su heredad caía bajo el dominio de la Ley Voconia. Gracias a este censo quedó franqueada la barrera que separaba al hombre de condición de las personas humildes (tenuiores). Por esto Furio, el cliente pobre de Catulo, pedía sin cesar a los dioses cien mil sestercios. <<
[8] En el Viaje a los infiernos de Laberio, se ve pasar a toda clase de individuos, que han presenciado prodigios y signos: a uno de ellos se le ha aparecido «un marido de dos mujeres». A lo que un vecino exclama que «este es un prodigio más admirable todavía que los seis ediles vistos en sueño por un adivino». De dar crédito a las habladurías de la época, César tenía la pretensión de establecer la poligamia (Suet., Cæs., 52); y se sabe que en realidad elevó el número de los ediles de cuatro a seis. También se deduce de aquí que, si Laberio aludía al papel de «loco del príncipe», César, a su vez, lo dejó en plena libertad. <<
[9] El Senado, en sus fiestas, le daba por cada representación mil denarios, no comprendiendo a la cuadrilla, que era igualmente costeada. Más tarde renunció a todo honorario personal. <<
Qui genus humanun ingenio superavit, et omnes
Præstinxit, stellas exortus, uti ætherius sol.
(3, 1056.) <<
[11] Parece, sin embargo, que hay que hacer algunas excepciones. En efecto, habla del país del incienso, Panquea (2417). Pero estas excepciones tenían su aplicación. Estas mismas indicaciones ya se encuentran en el Viaje de Evemeres, de donde han podido pasar a las composiciones poéticas de Ennio, y en todo caso en la profecías de Lucio Manlio. Por otra parte, aquellas no eran nuevas para el público de Lucrecio. <<
[12] Nada, en efecto, más natural que aquellas pinturas guerreras: las escuadras destrozadas por las tempestades y los furiosos elefantes destruyendo a sus mismos soldados, imágenes todas copiadas de las guerras púnicas. Lucrecio habla de ellas como si hubiera sido testigo ocular: Cf. 2, 41; el, 1226, 1303, 1333. <<
[13] Qué diferencia entre el verso latino, tan elevado por su grandiosa armonía y el brillo de sus colores, y la pálida imitación de M. Pomgerville: traductore, traditore.
Du hideux fanatisme esclaves consternés
Les mortels dans ses fers gemissaient prosternés:
La téte de ce monstre, aux plaines du tonnerre,
Horrible, d’un regard épouvantait la terre.
Noble enfant de la Gréce, un sage audacieux
Le premier vers le ciel osa lever les yeux.
Le péril l’enhardit: en vain le foudre gronde:
Il brise, impatient les barrières du monde:
Aux champs de l’infini par l’obstacle irrité
Son genie a d’un vol franchi l’immensité!
Lucrecio califica exactamente la religión, los dioses y el cielo, contra quien se levanta su filósofo (De nat. rer., 1, 63). <<
[14] «Verdaderamente —dice a propósito de Ennio (Tuscul., 3, 19)— nuestros recitadores a la moda de los versos de Euforión tienen en menosprecio al gran poeta.» Y en otra parte, en una carta a Atico (7, 2): «He llegado felizmente; el viento que sopla de Onquesino no ha podido sernos más favorable, y nos ha trasladado aquí desde Epiro (ita belle nobis flavit lenissimus Onchesmites). Pero ¿no he incurrido yo aquí en un espondaico? Véndelo como si fuera tuyo al que quieras de nuestros jóvenes». <<
[15] Este mediano poeta nació el año 640, y de él nos quedan tres pequeños fragmentos (v. Weichert, Poet. lat.). Había publicado Anacreóntica (Gell., 2, 21, 19, 9; Anson., Cento nupt., 13) en yámbicos dímetros. <<
[16] ¿Qué más infantil que el cuadro de Varrón sobre las diversas filosofías? Comienza este autor por eliminar todo sistema que no se proponga como último fin el bienestar del hombre, y después de hacer esta distinción no enumera menos de 288 sistemas filosóficos diversos. Sin embargo, era demasiado hábil y erudito para declarar que él mismo no podía ni quería ser filósofo. También se lo ve durante su vida vacilar constantemente entre el pórtico, el pitagorismo y el cinismo (De Philosophia). <<
[17] «Ponte a tartamudear (gargaridans) —dirá él— las bellas imágenes y los versos de Clodio, el esclavo de Quincio, y a exclamar con él: ¡oh, suerte! ¡oh, destino!» (Epistol. ad Fuflum). Y en otra parte: «Puesto que Clodio, el esclavo de Quincio, ha sabido hacer tantas comedias sin el auxilio de las musas, ¿no podía yo fabricar también, como dice Ennio, un pequeño poema? (Bimarcus»). Este Clodio, que nos es desconocido, parece que sería algún pobre imitador de Terencio. En efecto, no sé en qué comedia de este se halla la exclamación de que Varrón se burla: «¡Oh, suerte! ¡Oh, destino!». En el Asno tocador de laúd, Varrón pone en boca de un poeta este rasgo:
«Soy discípulo de Pacuvio, que fue a su vez discípulo de Ennio, el discípulo de la musa, y me llamo Pompilio.»
¿No hay aquí una parodia de la introducción del poema de Lucrecio? Varrón había abandonado el epicureísmo y se había convertido en su enemigo. Por lo tanto debió sentir poca inclinación hacia Lucrecio, a quien no cita, que nosotros sepamos, en ninguna parte. <<
[18] Dice él mismo en cierto pasaje, con un alto sentido por cierto, que «sin agradarle mucho las antiguas palabras, las usaba con bastante frecuencia, y que, agradándole mucho las poéticas, no las usaba nunca». <<
[19] Tomamos los siguientes versos de su Esclavo de Marcus (Marcipor):
Repente noctis circiter meridie
Cum pictus aer fervidis late ignibus
Coeli choream astricem ostenderet,
Nubes aquales, frigido vel leves
Coeli cavernas aureas subduxerant
Aquam vomentes inferam mortalibus.
Venti frigido se ab axe eruperunt
Phrenetici septentrionum filii,
Secum ferentes tegulas, ramos, syros.
At nos caduci naufragi ut ciconioe
Quarum bipennis fulminis plumeas vapor
Perussit alte, moesti in terram cecidimus.
«De repente, hacia la medianoche, cuando a lo lejos el cielo, iluminado por fuegos centelleantes, presenta las constelaciones de los astros, al punto las cargadas nubes vuelven a cubrir la bóveda de oro con su velo frío y húmedo, y derraman a torrentes el agua sobre los mortales que habitamos aquí abajo; y los vientos, furiosos hijos del septentrión, desencadenándose del polo glacial, lo arrastran todo, las tejas, las ramas y los restos. Mientras tanto, anonadados, náufragos, a semejanza de bandada de cigüeñas, con el ala quemada por el relámpago de doble punta, caemos tristemente en tierra.»
En otra parte, en la Ciudad humana (Anthropopolis), exclama:
«Ni el oro ni todos los tesoros darán libertad a tu pecho: las montañas de oro del persa dejan al mortal expuesto a los cuidados y al temor, de los cuales no lo libran ni los pórticos del opulento Craso.»
Non fit thesauris, non auro pectus solutum:
Non animis demunt curas ac religiones
Persarum montes, non divitis atria Crassi.
Nuestro poeta no es menos feliz en los versos ligeros. En la sátira titulada Al jarro su medida, leemos un precioso elogio del vino:
[…] Vino nihil jucundius quisquam bibit:
Hoc œritudinem ad medendam invenerunt;
Hoc hilaritatis dulce seminarium,
Hoc continet coagulum convivia.
«El vino es para todos la más agradable bebida; es el remedio que cura las enfermedades; es la dulce causa de la alegría; es el lazo que une a los convidados.»
Por último, en otro lugar, en la Máquina para perforar el mundo, el viajero que vuelve a su país natal termina con estas palabras su arenga a los marineros:
Detis habenas animæ leni,
Dum ventus vos flamine sudo
Suavem ad patriam perducit.
«Dejad correr al céfiro dulce, mientras sus ligeras alas nos lleven a la patria querida.» <<
[20] Las sátiras de Varrón tienen una alta importancia histórica y hasta poética. Sin embargo, son conocidas por un corto número de eruditos, a causa del incompleto estado en que han llegado hasta nosotros los escasos fragmentos que nos permiten juzgar de ellas. Por último, es tan ardua tarea llegar a descifrarlas, que nos vamos a permitir dar aquí algunos pasajes de ellas relacionándolos entre sí, y haciendo las restauraciones indispensables para su inteligencia. La sátira del Madrugador (Manius) nos ofrece el cuadro de una casa rústica. El madrugador «se levanta y hace que su gente se levante con el sol, y la conduce al trabajo. Los jóvenes hacen ellos mismos su cama, que la fatiga se la vuelve blanda, y preparan el cántaro de agua y la lámpara. Su bebida sale de la fuente fresca y clara; por alimento tienen pan, y cebollas por condimento. En la casa y en el campo todo marcha admirablemente. La casa no es una obra de arte; pero un arquitecto admiraría su simetría. Respecto de los campos, se cuida de que estén bien dispuestos y labrados, y de que no se esterilicen por abandono o por mal cultivo. Ceres, agradecida, protege los frutos contra todo daño, y los hacinados y abundantes haces llenan de alegría el corazón de los labradores. Todavía reina allí la más franca hospitalidad, y cualquiera que llega es bien recibido. La despensa del pan, los toneles de vino, los salchichones, colgados en abundancia en las vigas, las llaves y la cerradura, todo se pone a disposición del viajero, al cual se sirven platos abundantes; y cuando se ha hastiado, sigue sentado el huésped frente al fuego de la cocina, sin mirar atrás ni adelante, alegre y aprobando con la cabeza; y cuando va a acostarse, se le extienden las mejores pieles de ovejas de doble vellón. Allí se obedece, como buenos ciudadanos, a la justa ley de no hacer sinrazón al inocente ni perdonar por gracia al culpable; allí no se murmura del prójimo, ni se profana con los pies el hogar sagrado, pero se honra a los dioses con el recogimiento y los sacrificios, y se ofrece a los lares su parte de vianda en el pequeño plato que les está destinado; y cuando muere el señor se acompaña su féretro con preces, entonadas ya en los funerales de su padre y de sus antepasados».
En otra sátira se presenta un maestro de los antiguos (Gerontodidascalus). La depravación de los tiempos hace sentir la necesidad, más que de un maestro, de la juventud, cuyo maestro enseña «cómo en otras épocas todo era en Roma casto y piadoso», mientras que por entonces habían cambiado por completo las cosas. «¿Me engañarán mis ojos? ¿No veo, por ventura, esclavos en guerra contra sus señores? En otro tiempo, el que no se presentaba al alistamiento de las milicias era vendido como esclavo. Al presente, el censor de la aristocracia, que consiente toda clase de indignidades, y que deja que todo se pierda, es llamado un gran hombre (magnum censorem esse), y recibe el elogio, cuando no se cuida de adquirir una reputación, poniendo en orden a sus conciudadanos. Antes, el labrador romano hacía que lo afeitasen una vez por semana; ahora el siervo del terruño jamás se halla dispuesto a ello; antes se encontraba en la casa un granero capaz de contener diez recolecciones, inmensas bodegas para los toneles y prensas por si fuesen necesarias; actualmente, el señor tiene manadas de pavos reales e incrusta las puertas de su casa con madera de ciprés de África. Antes, la mujer arreglada hilaba la lana con sus propias manos, teniendo a su vez fija la vista en el fuego y en la marmita para que no se pegasen las viandas; hoy (y esto lo tomamos de otra sátira) la hija pide al padre una libra pesada de joyas y la mujer al marido una caja de perlas. Antes, en la noche de boda, el hombre se estaba quieto y encogido, y ahora la mujer se entrega al primer cochero que se presenta. Antes, los hijos eran el orgullo de la mujer, y ahora, cuando el marido desea prole, aquella le contesta: no sabes tú lo que dice Ennio: ‘que vale más exponer su vida en tres batallas que engendrar una sola vez’. En otro tiempo, era una completa felicidad para la mujer que el marido la llevase al campo una o dos veces al año en un carro sin cojines (arcera). Ahora —añadía sin duda Varrón (cf. Cic., Pro. Mil., 21, 55)—, la dama se incomoda cuando su marido sale sin ella, y se hace acompañar por el camino hasta la ciudad por su elegante servidumbre de griegos y por su capilla de música». En un ensayo moral, Catus o de la educación de los hijos, Varrón da a conocer al amigo que le pide consejo las divinidades a las cuales, según la antigua costumbre, convenía consagrar sacrificios para la prosperidad de los hijos. Hace además una alusión al sistema inteligente de los antiguos persas y a su juventud, educada fuertemente, y prohíbe el exceso de la alimentación y del sueño, el pan de flor y los manjares delicados. Los pequeños perros, dice el anciano, no están hoy más prudentemente alimentados que nuestros hijos. «Y luego, ¿a qué conducen tantos hechiceros y tantas pantominas, cuando lo que se necesita a la cabecera del enfermo son médicos? Que las jóvenes no dejen los bordados para que un día sepan bordar y hacer tejidos, y que no desechen demasiado pronto el traje de la infancia. No llevéis a estos niños a los combates de gladiadores, porque en ellos se endurecerá pronto su corazón y aprenderán a ser crueles.»
En el Sexagenario (Sexageris), Varrón se convierte en Epiménides, se duerme a la edad de diez años y despierta al cabo de medio siglo. Se admira de encontrarse con la cabeza calva en vez de su infantil cabeza de corta cabellera, con su hocico horroroso y con el pelo erizado; pero lo que más lo asombra es el cambio que ha sufrido Roma. Las ostras del Lucrino, que antes era un manjar propio de bodas, se sirven en todas las mesas; y, en cambio, el libertino cargado de deudas se iba insensiblemente arruinando (adest fax involuta incendio). En otro tiempo, el padre perdonaba a su hijo; hoy es el hijo el que perdona al padre… envenenándolo. Los comicios electorales no son más que una bolsa, y el proceso criminal una mina de oro para el jurado. No se obedece más que a una ley, solo a una: no darle a uno nada por nada. Las virtudes han desaparecido; y nuestro hombre, al despertar, es saludado por los nuevos huéspedes (inquilinæ), la blasfemia, el perjurio y la lujuria. «¡Oh, mal hayas tú, Marcus, mal haya tu sueño y tu despertar!» Al leer este trozo se acuerda uno de las turbulencias catilinarias; y, en efecto, poco tiempo después de Catilina (hacia el año 697) lo escribió nuestro anciano, y el amargo desenlace de la sátira no carece de un fondo de verdad. Marco, maltratado como se merecía por sus acusaciones intempestivas y sus reminiscencias de pasados tiempos (ruminaris antiquitatis), es arrojado al Tíber desde el puente como un viejo inútil. Esta es la parodia de una primitiva costumbre de Roma. De hecho, no había ya lugar en la ciudad para tales hombres. <<
[21] He aquí un pasaje de una arenga: «Tú te apoderas de estos inocentes, cuyos miembros están temblando, y haces que sean sacrificados sobre la alta ribera del río». En este escritor se encuentran frases parecidas, como cosa corriente, buenas a lo sumo para emplearlas en un cuento del álbum de año nuevo. <<
[22] Clitarco, contemporáneo de Alejandro de Macedonia, lo acompañó a Oriente y escribió la Historia de sus guerras en doce libros (Cic., Brut., 11, De legib., 1, 2). Quintiliano (10, 11, 74) dice que, si fue hábil, en cambio no merece crédito (fides improbatur). Algunos fragmentos nos quedan de él, mezcla de fábula y de maravilloso, y por ellos se viene en conocimiento de su estilo pesado y enfático (Sainte Croix, Exam. crit. las hist. de Alej., pág. 41). <<
[23] Hace tiempo que, por vez primera, se emitió la opinión de que el Comentario sobre la guerra de las Galias se publicó de una vez, y la prueba de ello es que desde el primer libro se ve a los boyos y a los eduos en igualdad de condiciones, aunque en el séptimo se indica que los primeros eran todavía súbditos y tributarios de los segundos. Tan solo por la conducta de los boyos y la de los eduos en la guerra con Vercingetorix, fueron igualados aquellos a sus antiguos señores. De otro lado, para el que preste atención a los acontecimientos, una alusión hecha en otro lugar a la empresa de Milón muestra bien a las claras que este libro había sido publicado antes de estallar la guerra civil. No ciertamente porque César alabase en él a Pompeyo, sino porque allí aprueba las leyes de excepción del año 702, lo cual podía y debía hacer mientras abrigara la esperanza de llegar a un arreglo con su rival. Después de la ruptura, cuando derogó las condenas impuestas según los términos de estas mismas leyes, las cuales habían llegado a ser en extremo perjudiciales a su causa, el elogio no tenía ya razón de ser. Puede referirse, pues, la publicación del comentario al año 703. En lo tocante al objeto y a las tendencias del libro, se manifiestan claramente en los constantes esfuerzos de César para cohonestar con especiosos motivos las diversas expediciones militares. Según él, esas expediciones no eran más que actos defensivos exigidos por la necesidad de los acontecimientos; esfuerzos frecuentemente infortunados, como se sabe, sobre todo en lo concerniente a la irrupción en Aquitania. Sabido es que, por el contrario, los enemigos de César censuraron aquellos ataques contra las naciones celtas y germanas, considerándolos en absoluto no provocados (Suet., Cæs., 24). <<
[24] Se halla un palpable ejemplo en el tratado De re rustica. En él divide la ciencia de la ganadería «en nueve veces tres veces tres partes»: más adelante habla de las yeguas de Ulisipo (Lisboa), a las cuales el viento hace fecundas. Todo el capítulo contiene una extraña mezcla de nociones filosóficas, históricas y de economía rural. <<
[25] Así, hace derivar a facere de facies, porque hacer es dar figura a una cosa: vulpes, la zorra, viene, dice con Estilón, de volare pedibus, volar con los pies. Cayo Trebacio, otro filólogo y jurista contemporáneo, deriva sacellum de sacra cella; Fígulo, frater de fere alter, etcétera. Y no son estos hechos aislados: por el contrario, la manía etimológica constituye el elemento principal de la filología de entonces. Mucho se parece al método aún empleado a la sazón en la lingüística comparada cuando la teoría de la formación de las lenguas era todavía un misterio y no habían sido aún arrojados del templo los empíricos. <<