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Jueves, 17.15 hs., Washington D.C.
Rodgers recibió la llamada mientras esperaba un informe actualizado del coronel August.
Bob Herbert llamaba por teléfono celular. Rodgers encendió el “speaker” para que Darrell, Martha y la jefa de prensa Anne Farris pudieran escuchar.
—Estoy en el medio de un bosque oscuro en algún lugar entre Wunstorf y un lago —dijo Herbert—. La buena noticia es que conmigo está Jody Thompson.
Rodgers se irguió en el asiento y levantó un puño triunfal en el aire. Anne saltó de la silla y aplaudió.
—¡Eso es fabuloso! —dijo Rodgers. Miró rápidamente a McCaskey—. Lo has logrado tú solo mientras la Interpol y el FBI todavía siguen haciendo preguntas y molestando a las autoridades alemanas. ¿Cómo podemos ayudarte, Bob?
—Bueno, la mala noticia es que un montón de bestias nazis nos están pisando los talones. Tienes que encontrarme un número telefónico.
Rodgers se inclinó sobre el teclado. Alertó a John Benn con un F6 / Enter / 17.
—¿El número de quién, Bob? —le preguntó.
Herbert se lo dijo. Rodgers le pidió que esperara en línea mientras tipiaba Hauptmann Rosenlocher, Landespolizei Hamburgo.
McCaskey se había acercado a echar un vistazo. Mientras Rodgers le enviaba el número requerido a Benn, McCaskey saltó hacia otro teléfono y llamó a la Interpol.
—Este Rosenlocher es una pulga en el pelaje de la cabeza nazi —dijo Herbert—, y acaso sea el único en quien podamos confiar. Por lo que oí está en Hannover, creo.
—Lo encontraremos y te pondremos en contacto con él —dijo Rodgers.
—Trata de que sea lo más pronto posible —dijo Herbert—. Estamos luchando, pero perdemos terreno a cada paso. Puedo escuchar los autos de esos tipos. Y si encuentran los cadáveres que dejamos atrás...
—Entiendo —dijo Rodgers—. ¿Puedes permanecer en línea?
—Podré mientras Jody resista —dijo Herbert—. Está destrozada.
—Dile que aguante —dijo Rodgers encendiendo el programa Geologue—. Tú también.
Ubicó Wunstorf y observó el terreno entre el pueblo y el lago.
Era tal como Herbert lo había descrito. Árboles y colinas.
—Bob, ¿tienes alguna idea de dónde están? ¿Puedes darme algún hito?
—Todo está negro aquí, Mike. Hasta donde sé, podríamos haber hecho un C.E. Corrigan.
Camino Equivocado Corrigan, pensó Rodgers. Herbert no quería que Jody supiera que tal vez iban en la dirección equivocada.
—Está bien, Bob —dijo Rodgers—. Te daremos distintos posicionamientos posibles.
McCaskey todavía estaba hablando con la Interpol, de modo que Rodgers llamó personalmente a Stephen Viens. Aun con capacidades de intensificación lumínica para vigilancia nocturna, Viens le dijo que los satélites de la ONR requerirían más de media hora para localizar a Herbert con exactitud. Rodgers señaló que había vidas en peligro. Viens respondió, no sin pasión, que igualmente necesitaría más de media hora. Rodgers le agradeció.
El general estudió el mapa. Realmente estaban en medio de la nada. Y si Herbert podía escuchar a sus perseguidores era improbable que un auto o incluso un helicóptero llegaran a tiempo para salvarlos.
Rodgers miró a McCaskey.
—¿Tenemos algo sobre ese oficial de policía?
—Estamos trabajando.
Estamos trabajando. Rodgers siempre había tenido una reacción visceral contra esa expresión: la odiaba. Le gustaba que las cosas se hicieran sin demasiado preámbulo.
También odiaba darle malas noticias a la gente que se hallaba en el campo de acción. Pero las malas noticias eran mejores que la ignorancia, así que volvió al teléfono.
—Bob, la ONR está tratando de localizarlos. Tal vez podamos mantenerlos alejados del enemigo. Mientras tanto, seguimos buscando a ese oficial. La cosa es que, aunque lo encontremos, ustedes no están en un sitio precisamente accesible.
—Dímelo a mí —dijo Herbert—. Malditos árboles y malditas colinas por todas partes.
—¿No sería mejor que trataras de flanquear al enemigo?
—Negativo —dijo Herbert—. El terreno es ríspido aquí, pero parece más pedregoso del otro lado. Literalmente tendríamos que arrastramos. —Guardó silencio un instante—. Pero, general, si al menos logras encontrar a Rosenlocher, puedes intentar algo.
Rodgers escuchó en silencio mientras Herbert se explayaba. Lo que proponía el jefe de Inteligencia era creativo, asqueroso y difícil de lograr. Pero a falta de algo mejor, la propuesta de Herbert se convirtió en orden.