CAPITULO XV

EN LE Havre hacía un frío terrible, llovía a mares y no tenía visos de parar. Un viejo marinero les informó que estaba siendo el noviembre más frío y lluvioso de la última década, algunos aseguraban que era un mal presagio, por el destierro de Napoleón en la isla de Elba desde octubre. Pero Alex agradecía el frío, el puerto apestaba, la suciedad, los desechos y la podredumbre campaban por doquier. Al menos así el olor era menos fuerte. Uno de los marineros le dijo que no hacía mucho había habido una epidemia de cólera que había causado estragos en el pueblo, no era de extrañar.

El capitán Wright estaba nervioso, había planeado esperar en el puerto más de lo habitual para darle a Jason el tiempo necesario de llegar si es que era eso lo que pretendía hacer, o al menos estar seguro de que no iba a venir y así poder llevar a Alex de vuelta a casa sin preocupaciones. Sin embargo ese dichoso tiempo lo cambiaba todo, hasta un niño podía decirle que no tenía visos de mejorar, sino más bien lo contrario. Lo más aconsejable era descargar y salir de allí cuanto antes, si nevaba, tendrían serios problemas y no podrían volver. Teo se ofreció a ayudarle con los trámites del puerto, el franchute empezaba a caerle bien. Alex en cambio volvía a dar problemas. La noche anterior, durante la cena, había manifestado su intención de viajar a Paris. Ella no creía que Jason fuese a venir, y si venia, Paris estaba a una jornada de viaje, podía mandar un mensajero a buscarla o venir a visitarle el mismo y así vería con sus propios ojos la casa de pecado y perdición.

Al recordar estas palabras Phil volvió a reír para asombro de su contramaestre que no sabía lo que estaba pensando y que no encontraba la situación del puerto nada divertida. Por supuesto Phil no podía dejarla ir, era absurdo, si Jason venia sería mejor para todos que la encontrase allí, y si no, mejor tenerla a mano para zarpar en cuanto fuese necesario. Alex no protestó, y eso era muy sospechoso. Sin embargo, en los dos días que llevaban allí, no había dado señal alguna de querer escaparse, más bien lo contrario, pasaba todo su tiempo en el camarote, sentada en cubierta o dando cortos paseos por el puerto para estirar las piernas. Con la nariz y los ojos enrojecidos de llorar. Quizás ya hubiese entrado en razón.

Lo cierto es que Alex ya había tomado su decisión, era otro estúpido plan de intrépida pero ya metidos en planes estúpidos, poco importaba uno más o uno menos y este no era de los peores. No estaba dispuesta a esperar allí en el puerto a Jason como un cerdo que va al matadero, y tampoco deseaba volver a Nueva York si Jason no la quería. Mejor volver a casa y esperar allí el desenlace final, rodeada de sus amigas que la consolarían y comprenderían.

Si no había hecho nada hasta ese momento era por razones técnicas. Primero era necesario saber cómo y dónde podía coger un coche de postas hasta Paris, tenía que conseguir el dinero para pagarlo y, sobre todo, tenía que averiguar la manera de hacerle llegar su carta a Jason, la idea de dejársela a Phil no le agradaba, este sospecharía que tramaba algo y se pondría alerta. Si no había otra solución lo haría, pero antes agotaría todas las posibles salidas.

La solución a sus problemas le llegó el segundo día de estancia en el puerto. La lluvia había acabado por convertirse en agua nieve, y eso asustaba a los marineros que no deseaban trabajar con ventisca. Dos de ellos hablaban en cubierta sobre esa eventualidad y no prestaron atención a Alex, que se había sentado a mirar las gaviotas. Era un hombre gordo y grasiento el que hablaba, mientras un marinero joven recogía varios rollos de cuerda de estopa.

—No, el capitán no se quedará mucho. Descargaremos, arreglará todo lo que tenga que arreglar, comprará provisiones, agua y nos largaremos de aquí lo antes posible.

—¿Estás seguro? No quiero quedarme bloqueado aquí por la nieve, mi Cathy me espera para pasar las fiestas

—OH, no te preocupes, tu Cathy te tendrá mucho antes del 25 — Soltó una desagradable carcajada — Mira sino el Reina Isabel, no lleva ni una semana aquí y ya se larga hoy mismo

—¿El reina Isabel está aquí? Creí que iba a Londres

—OH, el capitán Longtown no tiene mucha paciencia, en Londres hay que esperar siglos para que te dejen entrar en puerto y no te digo para descargar...los ladrones viven bien en ese maldito puerto

Alex no escuchó nada más. Paul estaba allí, y zarpaba ese mismo día. Por supuesto Phil no la había dicho nada, como buen amigo de Jason que era la mantenía alejada, pero a Alex le daba igual. Ahora todas esas tonterías le daban igual y parecían fuera de lugar. Paul podría llevarle la carta más rápido que nadie, y Alex estaba segura de que se la daría, aunque solo fuese para verle la cara y reírse de él. No creía que Jason apreciase el detalle, pero era la única forma de hacerle llegar la maldita carta. Si no tendría que enviarlo desde Paris por correo normal y tardaría siglos si es que llegaba.

Sin más, bajo a su camarote, recogió sus cosas en el mismo petate que traía al embarcar, se puso la capa y sus botas de invierno y escribió una escueta nota a Teo: "Me voy a casa, espero verte allí en unos días. Si Jason me busca ya sabe dónde encontrarme, siento haberte hecho dormir en un hamaca todo el viaje, un beso, A. " No necesitaba decir nada más. La pasó por debajo de su puerta sabiendo que Teo no volvería a su camarote hasta la tarde y con paso decidido subió a cubierta y bajó por la pasarela, el petate, escondido por la capa.

Nadie la retuvo ni le hizo comentario alguno, se habían acostumbrado a su presencia y Alex bajaba a tierra firme a estirar las piernas de vez en cuando. Paró a un estibador francés y le preguntó amablemente si sabía dónde estaba atracado el reina Isabel y cuando zarpaba, no se preocupó por si alguien del barco la oía, no hablaban francés y no era la primera vez que la oían dirigirse a alguien en ese idioma. No tardó en encontrarlo. Todo estaba preparado para largar amarras, pero el Capitán Longtown estaba en las oficinas del puerto. Armándose de paciencia se sentó sobre unos cajones vacíos y esperó. Los marineros pasaban a su lado mirándola intrigados, algunos con lascivia, e incluso recibió algunos comentarios jocosos, pero a Alex le daba igual, estaba tan triste que sentía nuevamente ganas de llorar y no podía permitirse romper en lágrimas allí, en medio del puerto. Controlarse consumía todas sus fuerzas como para preocuparse de los comentarios obscenos de unos cuantos marineros.

Para cuando Paul regresó, Alex estaba al límite de sus fuerzas, aterida de frío y dolorida por el incómodo asiento. El la reconoció en seguida y corrió a su encuentro. Con su abrigo azul impecable y la expresión preocupada, estaba tan guapo como cuando sonreía abiertamente mostrando su hilera de dientes blancos y perfectos. Alex se levantó y suspiró aliviada, dejando escapar toda la tensión acumulada.

—Paul, creí que no llegaría nunca — Se incorporó

—Alex, ¿qué demonios hace usted aquí? — La cogió por los brazos y la apartó del montón de cajas y bultos, donde podían oírla los marineros — ¿Esta Jason con usted?

—OH, Paul — Alex estaba a punto de ponerse a llorar nuevamente, él le paso el brazo por los hombros y la miro con preocupación

—¿Que ha pasado? ¿Dónde está Jason?

—En Nueva York — Paul le dirigió una mirada oscura

—¿Cómo demonios...?

—He venido en el Lady Anne, con Philip Wright, me he escapado — El no hizo comentario alguno, se limitó a mirarla seriamente con los brazos cruzados y permaneció uno segundos en silencio

—Subamos a bordo, no creo que sea bueno discutir de esto aquí...además esta helada, le daré algo caliente

—No Paul, no puedo

—No voy a seducirla, Alex— Frunció el entrecejo, era la primera vez que lo veía serio y preocupado y eso le conmovió — No voy a dejarla sola en el puerto, la llevaré de vuelta a Nueva York, no sé qué le haya hecho Jason, pero no creo que huir sea la mejor solución, lo mejor es que lo discutan cara a cara...y si es algo grave ya sabe que puede contar conmigo — Genial hasta Paul le reprobaba su actitud.

—No me ha hecho nada, Paul, — El pareció suspirar aliviado, ¿que imaginaba? — Pero he decidido volver a casa, con mi familia, a Paris — Le cogió la mano agradecida — Es mejor que no suba a bordo, a Jason no le gustaría

—Vaya, vaya, si todavía le importa lo que el piense es que aún le ama, así que no entiendo...

—Nunca lo he negado Paul, solo que... es muy largo de explicar, he de volver a casa

—Su casa es ahora Nueva York, Alex

—Eso es Jason quien debe decidirlo, por eso necesito su ayuda. Tengo que pedirle dos favores

—Bien y ¿Qué puedo hacer por usted?

—¿Puede darle esta carta cuando llegue a Nueva York? — Le tendió el grueso sobre y le miro suplicante

—Si espera en puerto unos días más, creo que podrá dársela usted misma — Sonrió

—No entiendo por qué están todos convencidos de que va a venir...— Exclamó Alex hastiada— Jason no va a cambiar todos su planes por mi huida infantil. No va a adelantar el viaje que tenía planeado para después de las fiestas solo por mí, puedo asegurárselo — Obvió su mirada incrédula — Pero si puede darle la carta cuando llegue, le estaré muy agradecida, así podré tener su respuesta a finales de enero, la traerá el mismo cuando venga — Paul sonrío incrédulo pero le cogió el sobre y lo guardo en el bolsillo de su abrigo

—¿Cómo piensa llegar a Paris?

—Ese es el otro favor que quería pedirle, necesito que me preste dinero para coger el coche de postas y que me conduzca hasta la parada, no me atrevo a ir sola

—Estaré encantado de ayudarla pero antes tiene que decirme donde va a ir

—En Paris viven mis... mi familia, allí vivía antes de ir a Nueva York, no tiene que preocuparse

—¿Qué pasa con el bueno de Phil? Jason le matará cuando descubra que se le ha escapado

—Él no me dejará partir, Paul, quiere devolverme a Nueva York

—Con toda la razón

—No puedo volver — Había tal suplica en su voz que Longtown quedó desarmado — Por favor Paul, usted es mi último recurso...

—Esta bien — Dejó escapar el aire y cogiéndola por el brazo al condujo lejos del barco, hacía el lugar de carga — Sé que me voy a arrepentir y que Neville me matará por esto, pero... ya me odia — Le sonrió abiertamente — ¿no es cierto? Si me quiere matar hagamos al menos que tenga un buen motivo — Se volvió hacía uno de sus hombres — ¡Bridge!

Cuando el marinero se acercó, Paul la dio instrucciones precisas, necesitaba la carreta de provisiones, iba a salir del puerto. La llevó personalmente hasta la parada, el viaje por el pueblo había sido deprimente, todo gris y pobreza, compró su billete y le tendió un fajo de francos para el viaje, Alex le prometió devolvérselos pero Paul no quiso escuchar nada al respecto. El coche no salía hasta dos horas después, tendría que viajar parte de la noche, pero no le importaba, sino tendría que esperar al día siguiente. Paul se quedó con ella, era casi la hora de comer, así que se sentaron en un mesón y Paul le pidió algo caliente, Alex le miro con cariño y comió solo por darle gusto.

Cuando finalmente llegó la hora de partir, Alex estaba desolada, decir adiós a Paul era decir adiós definitivamente a su vida en Nueva York, a Jason y toda su felicidad. Se asomó a la ventanilla con lágrimas en los ojos.

—Paul, nunca olvidaré esto

—Creo que yo tampoco, estoy firmando mi sentencia de muerte

—No exagere

—Ya veremos, ya veremos... — Le sonrió con poca seguridad — Prométame que no saldrá del coche, para nada. Puede pedirle al conductor que le traiga algo de comer, yo mismo hablaré con él. Y cuando llegue a Paris coja un coche de alquiler y que la lleve directamente a su casa

—Lo haré, no se preocupe

—Claro que me preocupo, si además le pasa algo, Neville no tendrá que matarme, lo haré yo

—Sería una pena — Bromeó ella — Sigue siendo el capitán más guapo a ambos lados del atlántico — El soltó una carcajada

—¿Esta segura que no prefiere esperar a Jason aquí? ¿O volver con Phil o conmigo a Nueva York?

—No, Paul estoy segura, es lo mejor. — Al ponerse el coche en marcha le gritó — ¡¡¡No olvide la carta!!!

—¡No la olvidare!

El coche se puso en marcha y Alex le dijo adiós con la mano hasta que lo perdió de vista. Estaba tan triste que apenas si sentía los vaivenes del carruaje, ni las miradas fijas en ella del resto de viajeros. Una mujer mayor con un ridículo sombrero de flores le tendió un pañuelo, no se había dado cuenta pero estaba llorando de nuevo.

—Gracias — le dijo en francés y al ver que hablaba su lengua la mujer se animó

—No se preocupe, querida, lo volverá a ver pronto — le sonrió con complicidad — y tiene mucha suerte, es un hombre muy guapo

Alex río, pero no se molestó en explicarle que no era por Paul por quien lloraba. Se acomodó en el sillón y se preparó par aun viaje de más de un día. Ya no había marcha atrás.