Capitulo VIII

A lo lejos se divisaba tierra. Nueva York.

Desde aquella noche, el viaje había transcurrido como un sueño para Alex. Se levantaba con el nombre de Jason en los labios y se dormía en sus brazos. Ninguno de los dos pensaba en el futuro ni en lo que ocurriría una vez finalizara la travesía. Se dejaban llevar por la inconciencia, viviendo el momento y sin preocuparse por las consecuencias. Pero ahora, con la ciudad al fondo, había que plantearse la situación de un modo muy distinto.

Jason y ella compartían las comidas, reían y discutían y aprendían a conocerse. A penas si se ocupaba del barco, dejando caer el peso de la mayor parte de sus ocupaciones sobre los capaces hombros de Jack y del contramaestre, O'Connor. El bueno de Cameron no daba crédito a sus ojos. Nunca había visto a Jason tan relajado, ni mucho menos reír de aquella forma. En cualquier caso, la joven Anderson le gustaba, había empezado a apreciarla y era evidente que el sentimiento era mutuo. Jason se había enamorado de verdad por primera vez en su vida, él no lo sabía, pero Jack, si, era demasiado viejo para no verlo con claridad. Por supuesto no dijo nada, Jason se tendría que dar cuenta por sí mismo, y eso, conociéndolo bien, podía costarle sudores de sangre. No había nadie más obstinado y cabezota a ese lado del Atlántico que el capitán Jason Neville.

El tiempo había acompañado y Alex había pasado largas horas en cubierta, leyendo para Teo, que no mejoraba de sus mareos, o simplemente mirando el océano e intentado espiar a Jason. No se cansaba de observarle mientras estaba en el puente, le gustaba verle trabajar, dar órdenes e incluso enfadarse cuando algo no se hacía según sus deseos, era un hombre de carácter, de una masculinidad como no había visto en su vida, en nada parecido a los jóvenes que había frecuentado en Paris. Y, sin embargo, era tan torpe haciéndolo, que su mirada siempre acababa por cruzarse con la de él y entonces le dirigía una sonrisa radiante. Ella no podía saber que Jason también la espiaba, que buscaba su mirada, que no podía pasar más de una hora sin saber dónde estaba y a qué se dedicaba, que adoraba ver como se le iluminaba la cara, como sonreía cuando sus miradas se cruzaban.

La intimidad entre ellos había aumentado hasta el punto de no poder pasarse el uno sin el otro ni un solo instante, hacían el amor casi todos los días, incluso varias veces al día. Después de cenar se acostaban juntos, en la cama de Jason, aunque solo fuese para hablar, comentar el día o mirarse, estudiarse mutuamente, y no decir nada. Jason disfrutaba enseñándole a amar de mil formas diferentes y, ni que decir tiene, que Alex disfrutaba aprendiendo. Se había descubierto de un apetito insaciable.

Pasaba tantas horas en cubierta, que el sol había comenzado a dorar su hermosa piel blanca, sin que ella pareciese percatarse. No tenía espejo y no parecía importarle, era tan feliz, que flotaba la mayor parte del tiempo.

Una mañana, al inicio de la segunda semana de viaje, Neville y Cameron estaban discutiendo en el camarote del primero, inclinados sobre un mapa cuando ella abrió la puerta sin llamar y entró como una exhalación, por un momento Jason tuvo miedo de que realmente pasase algo grave. Pero junto a la puerta del camarote Teo reía de muy buena gana. Ella se dirigió directa al espejo que Jason utilizaba para afeitarse y se miró de cerca, la nariz, las mejillas... su cara de horror no tenía desperdicio.

—¡Es cierto!, OH, OH, qué cosa más horrorosa, ¿cómo es posible?

—Creo que Jack y yo discutíamos sobre algo serio referente al rumbo y atraque, pero si tienes el placer de informarnos sobre esa cosa tan horrorosa que has encontrado en mí espejo intentaremos ayudarte

—¡¡¡No es tu espejo!!! ¡¡¡Es mi nariz!!! — Se acercó hasta ellos y se puso de puntillas, haciendo extrañas muecas intentaba mostrarles su nariz, algo casi imposible teniendo en cuenta las pequeñas dimensiones de la misma — PECAS, ¡¡¡me están saliendo pecas!!!

—Suele ocurrir si te expones al sol todos los días — Terció Teo desde la puerta sin poder dejar de reír — Si Olivia te viera...

—Y nadie me ha avisado — Estaba indignadísima — Es una HECATAOMBE

—No pensé que hubiese que avisar a una experta en cuestiones de belleza... — Teo se estaba divirtiendo de lo lindo— ¿Es que la buena de Olivia no te enseño nada? Si te viera ahora le daría un soponcio — Y volvió a soltar una carcajada

—... No son pecas, Alexandra — para su desesperación siempre la llamaba por su nombre completo— Más bien,...un proyecto de pecas

—¡¡¡Pecas!!! SON PECAS, no intentes engañarme...Llevo toda la vida cuidándome la piel, protegiéndola, pera que ahora me salgan ¡¡¡pecas!!!!

—Tres proyectos de pecas para ser exactos — Intervino Jack divertido

—Pero encantadores, hay que decir

—Si, encantadores

—Completamente de acuerdo

—SOIS INSUFRIBLES...¡¡¡los tres!!!!

A partir de ese momento las pecas habían sido motivo de broma y de juegos íntimos. Incluso de madrugada cuando, ya cerca del amanecer volvía a su cama para no despertar sospechas ni en Teo ni en la tripulación, Jason le besaba las incipientes pecas con enorme dulzura.

Ahora que se acercaban a tierra, Alex no podía dejar de pensar en la noche que Jason vino a despertarla para que viera los delfines que saltaban junto al barco. La luna llena iluminaba la cubierta, hacía frío y el la protegía con su capa, apoyada contra su pecho, descalza y bajo su brazo que el aprisionaba los hombros y la mantenía pegada a su cuerpo, con la cabeza apoyada en su amante, se había sentido la mujer más feliz del mundo. Nunca olvidaría esa sensación, pasase lo que pasase en el futuro, y nunca, nunca jamás volvería a sentirla por nadie más.

Nunca se había confiado a nadie como la había hecho con Jason. Nunca había hablado de su infancia en Inglaterra, de sus inicios en el colegio, de su desarraigo cuando su madre murió y se vio sin dinero, de sus amigas... Le habló de la buena Tess y su tendencia a los accidentes, de la juiciosa Nicole que era la madre y la conciencia del grupo, de Maria que se quedó en el convento como monja, de Chloe y sus bromas y sus cotilleos, de Milly y su genio y sus contestaciones mordaces. Jason sabía que no le contaba todo, que había algo más, espacios en blanco de los que no quería hablar, durante la guerra, pero también antes. No importaba, ella se iba abriendo poco a poco y acabaría por confesarle lo que escondía su pasado.

Una noche, después de cenar Alex descubrió una baraja de cartas. Juntos en la cama, semidesnudos después de hacer el amor, le propuso jugar al póker. Barajaba las cartas con una destreza y rapidez dignas de un verdadero profesional. Y tras unas manos quedó claro que no era la primera vez que jugaba, incluso hacía trampas que Jason no había visto ni en las peores timbas, ni en las tabernas de los peores puertos.

—¿Quién te ha enseñado a jugar así?

—Se llamaba Martin, Martin Duval — Ante su ceño fruncido y mirada inquisitiva, Alex rompió a reír. — No pongas esa cara — Dijo besándole — Martin debía tener unos 60 años y yo unos 15, era bajito, arrugado y cojo. Era el hombre para todo de Madame Truchet, su misión era cuidarnos y mantenernos entretenidas durante los veranos, creo que la única forma que tenía de mantener ocupadas a cinco adolescentes fue esta..., Yo le adoraba...y creo que el a mí también, pero no era muy expresivo así que no se...

—Debía ser un elemento de cuidado

—OH, Debió de serlo, en su juventud, pero para cuando yo lo conocí ya no tenía peligro alguno, era un pobre anciano. Pero me enseñó muchas cosas

—Entre ellas, a hacer trampas a las cartas... y unos juegos no muy propios de una Dama — Jason había levantado y comenzaba a vestirse

—Y no solo eso — rio Alex, que de un salto se había puesto en pie y le abrazó con fuerza enlazándole con su brazos desnudos.

Jason le respondió con el mismo entusiasmo. Si no había quedado satisfecha podían continuar, él no tenía ningún problema, aquella chiquilla tenía la facultad de despertar su deseo a cualquier hora y en cualquier lugar. Pero pasados unos segundos ella se separó de él, se alejó solo unos pasos con las manos en la espalda y cara de niña pillada en falta, con una sonrisa pícara y divertida. Jason se puso en jarras, ¿con que nueva locura le sorprendería ahora? Alex le enseño las manos con las palmas hacía arriba, mostrándole todo su contenido: Su reloj de bolsillo y su bolsa de tabaco, y comenzó a reír divertida.

—Hacía siglos que no hacía esto ¡no pensé que aun fuese capaz!

—¿Cómo demonios...? Pequeña ladronzuela...— Jason la atrapó en su huida y la tiró sobre la cama

—Ya te dije que el viejo Martin, nos enseñó muchas, muchas cosas...todas muy instructivas — Y sin más le contó la historia de Martin y sus juegos de verano, no reflexionó, porque si lo hubiese hecho hubiera comprendido que era la primera persona fuera de la casa de Paris a quien le hablaba de ello

—Y supongo que fue el bueno de Martin el que te enseñó también a abrir armarios de cocina cerrados con llave — Ella puso cara de verdadera sorpresa

—¿Lo sabías? — Por toda respuesta, Jason le beso la peca número tres — Si, fue él. Pero no soy demasiado buena, por eso estaba tan contenta aquella noche, en casa casi nunca conseguía abrir algo... la mejor era Milly, aunque a Tess no se le daba mal. Milly puede abrir cualquier cosa, hasta cajas fuertes de lo más complicadas. Martin decía que tenía un don natural, “las manos más rápidas de todo Paris”, la llamaba.

—Espero que no pasase del simple juego — Ahora Jason había adoptado un tono más severo y la miraba levantando una ceja.

—OH, no, Madame Truchet no lo hubiese consentido, aunque a veces pienso que el bueno de Martin se lo planteaba muy a menudo. De todas formas no éramos suficientemente buenas... Quiero de decir que Milly podría abrir cualquier caja fuerte, Nicole tiene unas manos rapidísimas...y Tess, bueno falsificando firmas y documentos es única, pero no, no, nunca lo hemos hecho por dinero — Jason comprendió que lo habían hecho en alguna que otra ocasión.

—Y tú, querida, ¿en que eras buena tú?

—¿Yo? — Alex le abrazó con mirada claramente lujuriosa, pasando su pierna entre las de él y acariciándole con el pie — Yo era muy buena escalando muros, colándome por chimeneas, rendijas, huecos y ventanas — Le mordió una oreja para gran placer de Jason que comenzó a desvestirse de nuevo — Yo era la encargada de entrar en la casa y abrir la puerta a las demás, ¿Qué te parece?

—Me parece que eres una desvergonzada

Y sin más le hizo el amor nuevamente.

Si, había sido un viaje maravilloso, y sin embargo, ciertas dudas planeaban sobre ambos. Así Alex no podía entender por qué nunca Jason hablaba de su boda con Teo, de la herencia, de su empecinamiento en seguir adelante con aquel loco plan. Parecía quererla, desearla, por qué no le proponía matrimonio? La dejaría bajar del barco y seguir su vida? Casarse con otro? El dolor era tan grande que le cortaba la respiración.

No habían vuelto a hablar de Teo desde la discusión del segundo día y aunque Jason sentía ciertos celos, estaba seguro que ningún contacto físico existía entre ellos, y eso era lo que más le intrigaba. Se tenían un cariño más que obvio, una complicidad y una amistad más allá de toda duda, pero nada parecido a la corriente que los unía a ellos dos. Se sentía mal por el pobre chico, pero este no parecía darse cuenta de nada y no sería Jason quien se lo contara, o quizás si lo sabía pero prefería no darse por enterado, la herencia que le esperaba en tierra bien valía unos cuernos. Sabía por Alex que el muchacho estaba al tanto del plan, no iba engañado, tal vez la posibilidad de tener otras relaciones estuviese dentro del acuerdo. Todo aquello le asqueaba, nunca podría aceptar semejantes condiciones. Tarde o temprano Alex tendría que aceptar casarse con él, renunciar al dinero, aceptar un matrimonio convencional.

Jason no se preocupaba en demasía, Teo pasaba la mayor parte del día tumbado en su catre o leyendo en cubierta, mareado o indispuesto, y las comidas las realizaba a solas en su camarote. Dejándole esos preciosos momentos para disfrutarlos con Alex. Es más, él, que normalmente almorzaba algo frío en el puente, mientras discutía con el contramaestre, había tomado la costumbre de volver a su camarote para estar con ella.

Todos los días, por la mañana el joven salía a cubierta con sus libros y se sentaba en su amasijo de sogas. Nadie le molestaba. Jason había estado tentado en más de una ocasión de decirle que la lectura no era nada recomendable para el mareo, pero no lo hizo. Era puramente egoísta, mientras estuviese enfermo, les dejaría en paz y no molestaría. Había adelgazado durante el viaje, y el sol de alta mar le había dorado al piel, dándole un aspecto aún más joven, si es que ello era posible. No era más que un crio y aun así Jason no podía evitar sentir ciertos celos, de la complicidad y el cariño que existía entre ambos.

Alex solía acompañarle las primeras horas de la mañana, mientras él estaba ocupado en el puente. Jason hubiera dado cualquier cosa por saber de qué hablaban y de que reían. Aquella misteriosa relación le volvía loco. Estaba seguro de que no había nada entre ellos, pero una vez casados, que pasaría? Sería Alexandra capaz de entregarse a ese niñato como se entregaba a él?

Lo que no podía saber es que Alex se sentía igualmente culpable, la situación de Teo en el barco no era nada agradable, y aunque parecía sumergido en sus estudios de viticultura, tarde o temprano acabaría por saber lo que ocurría y no le perdonaría habérselo ocultado. Tenía que decírselo pero no sabía cómo ni cuándo. No era nada fácil decirle a alguien al que quería como a un hermano que tenía un amante. Por eso le cogió desprevenida la reacción de Teo. Unos dos o tres días antes de que avistasen Nueva York, estaba sentada sobre las sogas con él, pensando cómo abordar el tema. No se habían dicho nada desde que ella se le uniese, Teo leía y Alex buscaba la mejor forma de contarle lo que ocurría.

—¿Le quieres? — Alex saltó asustada, no esperaba la pregunta y Teo no había levantado los ojos del libro al formularla.

—Teo me gustaría contarte algo...

—Creo que ya se lo que quieres decirme, — Le miraba con infinita dulzura — Alex, no soy tonto, tengo ojos en la cara y veo cómo te mira — Volvió los ojos a su lectura — Francamente, no me debes ninguna explicación Olvidas donde me he criado, donde nos hemos criado los dos, no tengo los prejuicios morales de la mayoría de la gente, pero no quiero verte sufrir. Me casaré contigo al llegar a Nueva York, si es lo que deseas, pero si le quieres, y es obvio que le quieres, deberías proponérselo a él.

—No puedo hacer eso — No podía decirle que ya lo había hecho y que había sido rechazada

—OH, vamos Alex, ¿por qué no? Al menos le habrás dicho que lo nuestro es una farsa, ¿no? — Al ver la cara de culpabilidad de Alex Teo reaccionó airado — Alex por Dios, debe pensar, de hecho estoy seguro que todo el barco lo piensa, que soy el mayor cornudo de la historia, tengo mi dignidad, vale, poca, muy poca de hecho, pero la tengo, eso si no quiere romperme la crisma...no entiendo como no lo ha hecho ya

—No te romperá la crisma, Le he hablado de nuestro trato y el no deseas casarse conmigo, y dudo mucho que me ame — al ver la cara de incredulidad de Teo Alex le golpeó el hombro molesta — Si me amase, ¿no crees que ya hubiese hecho algo? Pedirme que te dejase, que no te hablase más, que me casase con él, no sé, ¡¡¡cualquier cosa!!!

—Creo que simplificas mucho la psicología masculina, como todas las mujeres lo hacen, de hecho — Cerró el libro con impaciencia

—No Teo, no lo simplifico, es simple.

—Cuéntaselo

—No puedo. Si descubre que nuestra boda es una completa comedia, se lo dirá al albacea y nuestro plan se irá al garete. Por ahora sabe que has firmado un acuerdo, que cuando nos divorciemos no te quedaras con la herencia....

—Y tú le has propuesto a él que firme el mismo acuerdo..., — Teo la miraba horrorizado — Es que no le conoces ni un poco???, Nunca aceptará eso! Nunca se dejara tratar así...

—No puedo hacer otra cosa, si se casase conmigo, que no quiere hacerlo pero si lo hiciese, sin firmar, me quedaría sin nada, a su merced...

—¡¡¡Que confianza tienes en el!!!

—Si solo fuese yo... pero ese dinero nos sacara de problemas a todos, a Nicole, a Milly y a ti

—Ah, no, a mí no me metas en problemas. Si no consigo el dinero para mis viñedos contigo lo conseguiré de otra forma, pero no me utilices como excusa. ¿No confías en él? Tú sabrás lo que haces, pero no lo hagas por mí.— Y molesto volvió a concentrarse en su libro

—Todo lo mío pasará a ser suyo, Teo,...la empresa, los barcos y no dispondré de ese dinero ni para mí ni para ninguno de vosotros

—No creo que te cause problemas. Los marineros hablan mucho, sobre todo cuando piensan que no comprendo el inglés. Todo el mundo en Nueva York pensaba que el viejo le dejaría toda la empresa a Neville — Alex le miró horrorizada

—¿Crees que está conmigo para hacerse con la empresa?

—No creo, también le ofreció quedarse con la mayor parte por un precio irrisorio y Neville se negó, no quiso comprarla aunque tenía los medios. Si se casa contigo, no será por la empresa — Continuo Teo pasándole el brazo por los hombros — La podía haber conseguido de otra forma — Luego la miro a los ojos muy serio — Oye Alex, no vayas a sacrificar tu felicidad por dinero, no nos pongas como excusa, ya hemos salido de situaciones peores, cuéntale la verdad... toda la verdad y pídele que se case contigo, sin acuerdos ni contratos, y que conste que no me importa seguir siendo el cornudo más grande del lugar y hacerme el enfermo siempre que haga falta...

—¿Tú haces qué? — Alex le miro horrorizada pero el soltó una carcajada y dándole un beso en la mejilla se alejó

Ahora que se acercaban a puerto, que solo les quedaban unas horas comprendió que todo estaba perdido. Había esperado hasta el último momento que él le pidiese explicaciones, que le pidiese que se casase con él, una declaración, un simple gesto hubiese bastado, pero no llegó y Alex tenía ganas de ponerse a llorar. Era gracioso que en los años pasados desde la muerte de su madre no hubiese derramado ni una sola lagrima y que en este viaje lo hiciese tan a menudo. Apoyada en la borda, sintiendo el viento frió de principios de otoño en la cara, no notó como Teo se le acercaba por detrás y le pasaba el brazo por los hombros.

—No se lo has dicho — Ella no contestó, si hablaba rompería en llanto, él le acaricio el brazo comprensivo, sin percatarse de la mirada dura de Neville desde el puente.