capitulo V
NO podía dormir. Tenía tanta hambre que empezaba a dolerle el estómago. Además el catre era tan incómodo y duro que Alex estaba segura de levantarse al día siguiente con varios cardenales a lo largo del cuerpo. Había salido corriendo del camarote del capitán para evitar males mayores y se metió inmediatamente en la cama, cerrando la puerta por dentro y atrancándola con su baúl, con el corazón latiéndole a toda velocidad, a punto de salírsele del pecho. Ni siquiera fue a ver como se encontraba Teo. Se metió en la cama y cerró los ojos rezando y sintiendo el vaivén del barco movido por la tormenta. Pero no consiguió dormirse. Primero se quedó quieta, muy quieta. Esperando que Jasón, como empezaba a llamarle en sus pensamiento, volviese. ¿Qué haría si no la encontraba esperándole? ¿Osaría venir a buscarle? En su fuero interno lo deseaba. Pero no quería reconocerlo, porque le daba miedo. Le asustaba esa nueva faceta de sí misma ¿De verdad era tan desvergonzada?
Jasón volvió una hora después. Abrió y cerró la puerta. Y no pasó nada. Alex no podía oír las carcajadas del Capitán ni ver la cara asombrada de Tim. Luego fue el silencio total. La tormenta se fue calmando poco a poco y los movimientos del barco se fueron haciendo más rítmicos y regulares. Esperó aun un poco más, tenía que estar segura de que todo el mundo dormía. Solo entonces osó levantarse y sentarse en el orinal. Llevaba aguantándose varias horas, la sola idea de que él llegase y la encontrase en una situación tan comprometida le horrorizaba. Si no se calmaba, moriría en ese viaje ¿Por qué los nervios tenían que descomponerle el estómago? Aquello era asqueroso y ella quería morirse. Dejó el cubo fuera como le habían indicado, y volvió a acostarse. Y ahora se encontraba tumbada en su catre, débil y muerta de hambre, solo había comido una taza de consomé en todo el día. Debían ser más de las 2 de la mañana. No podía seguir así.
En la cocina tenía que haber algo de comer, aunque solo fuese un trozo de pan con queso, o no podría dormir en toda la noche debido a los calambres en el estómago. Al bajar a su camarote había visto la cocina, junto a la escalera había un corredor que llevaba hasta ella. Se levantó, se puso la bata y con un gesto inconsciente se recogió el abundante pelo, iría descalza para hacer el menor ruido posible. No había olvidado las enseñanzas de Martín, abrió lentamente la puerta y salió a tientas. Tenía que buscar la escalera y torcer a la derecha.
Entonces oyó un gemido. Teo. Aparentemente no había mejorado. Se mordió el labio sintiéndose culpable por su falta de interés. Su pequeño incidente con Jasón (tenía que dejar de llamarle así) le había hecho olvidarse del pobre Teo. Llamó a la puerta. Y abrió sin esperar respuesta.
—Teo, ¿te encuentras peor? — Intentó distinguir su cara en la penumbra.
—¿Alex? ¿qué haces aquí?— Se medio incorporó en su catre, no tenía buena cara, tenía ojeras y estaba libido, los labios resecos y la mirada algo turbia.
—Iba a la cocina a buscar algo de comer, quieres que te busque algo... ¿leche quizás? — Entró dejando la puerta medio abierta y sentándose junto a él en la cama, como cuando eran niños.
—No creo que en un barco haya leche del día — Río Teo. Si se reía de ella es que iba mejor aunque su aspecto lo desmintiese — A menos que hayan embarcado una vaca — Alex le sacó la lengua también divertida — No podría tragar nada, voy a intentar dormirme y tu deberías hacer lo mismo...no creo que a ese americano le guste que te pasees por su barco en mitad de la noche y en camisón.— Alex lo dudaba pero se limitó a sonreír y a besarle en la frente. Teo estaba cansado y cerró los ojos
—Buenas noches Teo — Dijo más para sí que para el pobre enfermo
Al cerrar la puerta, sonriendo, se encontró de nuevo en el oscuro corredor, con el olor a mar y el bamboleo bajo sus pies. Por un momento sintió un olor familiar, a tabaco y a brisa marina, pero rechazó la idea. Se estaba obsesionando, veía pequeños capitanes Neville por todos sitios. Siguió su camino sin más miramientos, su estómago seguía apremiándole. Teo tenía razón, no era una buena idea ir a buscar comida en mitad de la noche, podría toparse con cualquier marinero o ser acusada de ladrona, pero con tanto apetito no podría dormir aunque lo intentase.
No fue difícil encontrar la cocina, más fácil incluso de lo que había pensado pero una vez tuvo ganas de llorar, los armarios estaban cerrados. Aparentemente nada podría salirle bien ese día. Tenía que haberlo supuesto. La comida era sagrada en un barco. La noche era clara tras la tormenta, la luna iluminaba gran parte de la pieza, había un horno de cerámica, una tabla de cortar carne, varios cuchillos, marmitas de cobre, enormes, colgadas de ganchos del techo...pero ni un triste trozo de pan. Por supuesto podía forzar una de las puertas. Solo necesitaba un utensilio punzante y afilado y sería coser y cantar. Hacía mucho que no lo intentaba, pero si había podido abrir cajas fuertes, bien podía abrir un triste armario de cocina. Cierto, no era tan buena como Milly, ella siempre había destacado más escalando muros y colándose por ventana y rendijas, pero no tendría problema con una puerta tan simple. Y tenía mucha hambre. Mucha.
Con decisión se quitó varias horquillas buscando la más larga, y, poniéndose en cuclillas, la metió en la rendija de la puerta, cerca de la cerradura...Por un momento se preguntó si causaría problemas a alguien, en particular al cocinero, la desaparición de comida. Pero su estómago le dio otro aviso, este mucho más perentorio, a fin de cuentas no sería más que un mendrugo de pan y un poco de queso. Un movimiento de muñeca, un clic. ¡Ja! Abierta. Estaba tan contenta que ni se molestó en mirar si había comida dentro o no. No había perdido ni una pizca de sus cualidades. Estaba segura que de aun podía “desplumar” a un caballero de todos sus efecto personales sin que se diese cuenta. Con los brazos en alto dio varios saltos, emocionada y triunfante, sin notar el frío en sus pies descalzos.
—Buenas noches, ¿interrumpo algo?
Alex gritó asustada, el corazón le dio un salto en el pecho y casi murió de la impresión. Chocó contra la encimera, un cuchillo salió volando y fue a clavarse en el suelo, a dos centímetros de su pie. Esto le iba a valer otra visita al orinal. Se apoyó contra el mueble y se llevó las manos al corazón, se había quedado pálida.
—Yo...solo... buscaba algo de comer — Consiguió articular cuando sintió que el aire volvía a sus pulmones. Luego se dio cuenta de su vestimenta y se sonrojo hasta la punta del pelo, rápidamente se cerró al bata y cruzó las manos sobre el pecho. Pero no pudo impedir que dos mechones rebeldes le cayeran sobre la cara ante la falta de horquillas.
En el quicio de la puerta estaba Jason, el Capitán, tenía que acostumbrarse a llamarle el Capitán, y no Jason. Apoyado contra la madera, los brazos sobre el pecho desnudo y las piernas cruzadas al nivel de los tobillos. No llevaba camisa, solo el pantalón, y las botas. El pantalón le marcaba los muslos y la estrecha cadera, era de un azul oscuro contrario a la moda pero típicamente marinero. El pelo desordenado, negro brillante a la luz de la luna, el pecho musculoso. Su estómago...OH, Dios, el estómago otra vez. El claro oscuro de la cocina, solo iluminada por la luz de luna que entraba por los ojos de buey le daba un aspecto más diabólico todavía.
—En mi barco se come a las horas establecidas o no se come
Jason no podía dejar de mirarla, estaba justo en la trayectoria de la luna, su pelo se veía mucho más oscuro, llevaba un camisón azul celeste y una bata solo cerrada por una lazada en el pecho. Podía distinguir sus piernas y su cintura a través de la fina tela. Sería tan fácil quitarle todo y dejarla desnuda en sus brazos. La había oído levantarse mientras leía un estudio sobre los nuevos barcos a vapor y la posibilidad de aplicarlos a la navegación marítima. No podía dormir. La imagen de aquella mujer no se borraba de su mente y allí la tenía ahora. Medio desnuda e intentando robar en su cocina
Desde su puerta la vio dirigirse al camarote de su prometido, y para su asombro, sintió una desagradable sensación en el estómago, como de vació, y enormes ganas de sacarla de allí por los pelos. Pero oyó la conversación y aquello le dejó aún más asombrado. Había una enorme cordialidad, pero nada que pudiese indicar una atracción física. Aquel petimetre debía ser un verdadero eunuco si la dejaba salir de su camarote vestida con ese camisón y no la arrastraba a su cama por muy enfermo que estuviese. Luego, la vio luchar con el armario de la cocina y abrirlo con una facilidad pasmosa ¿Así que también era ladrona? Aquella muchacha era un dechado de virtudes.
—La comida está contada. Si hubiese sido uno de los marineros mañana mismo lo haría azotar, no admito robos
Hablaba totalmente en serio, Jason no admitía bromas con la disciplina a bordo, era una de las cualidades por las que había podido ascender y llegar a capitán tan joven. El orden y las normas, en su barco, eran sagrados, estaban impuestas por algo y no admitía excepciones. Alex sintió que le pánico la ganaba nuevamente. Ese bruto la mandaría azotar sin ningún remordimiento, estaba segura ¿Le había visto forzar la cerradura del armario? OH, Dios, ahora sí que tenía problemas.
—¡No estoy robando! — Protestó indignada, la mejor estrategia era negarlo todo, hasta lo más evidente — Solo tenía un poco de hambre y no podía dormir, ¡lo lamento si he roto la rutina de su barco! — Intentó indignarse. Tal vez si parecía ofendida le dejase en paz.
Hizo ademán de marcharse, pero él bloqueaba la salida, espero unos segundo a que se apartase como un caballero, pero nunca supo si lo hubiera hecho o no, porque en ese momento el barco dio un bandazo inesperado, Alex cayó hacia delante y quedo apoyada contra la pared. El la sujeto con fuerza para que no se golpease contra las escaleras que subían a cubierta, pero una vez a salvo no la soltó, sino que apoyó su otro brazo contra la pared dejándola prisionera, entre la madera y su cuerpo.
Estaban terriblemente cerca el uno del otro, podía sentir su olor y el calor que emanaba de su cuerpo semidesnudo. No pudo evitar una cierta sensación de ahogo, no conseguía respirar ni pensar con claridad, todo se nublaba a su alrededor, ya solo existía aquel torso, aquel olor, aquel hombre. Tuvo el impulso de adelantar la mano, solo para pasarle los dedos por el pecho, deseosa de tocar aquel vello rizado que le bajaba, como una línea delgada y fina por el vientre, hasta perderse en su pantalón. Pero se contuvo. Gracias a Dios no había perdido completamente el juicio. Aunque estaba a las puertas y debía hacer grandes esfuerzos para contenerse y mantener la poco cordura que aún le quedaba. La sensatez y la dignidad hacía tiempo que las había perdido.
El, en cambio, no se retuvo. Movió la mano por el brazo de ella hasta llegar al hombro y allí se enredó en su pelo rizado. La caricia provocó en Alex un débil gemido, era como si ya no tuviese el dominio de su cuerpo y este reaccionara solo, a su voluntad. Jason tomó este gemido como una invitación. Tiro con fuerza del pelo haciéndole levantar la cara y atrayéndola hacia él. Sus bocas quedaron separadas por unos milímetros, Alex sentía el alimento masculino sobre su cara, se dio cuenta de que iba a besarla y de que ella lo deseaba. Aunque no fuese evidente para Alex, Jason tampoco tenía mucho control sobre la situación. Aquella mujer le hacía enloquecer, necesitaba poseerla, necesitaba hacerla suya.
El beso fue salvaje, los labios de él sabían a vino y a sal, se movían con rapidez, con una avidez desesperada, como si de ese beso dependiese toda su vida. Alex no tuvo más remedio que abrir sus propios labios y dejarle entrar. Al sentir la lengua de Jason buscando la suya, volvió a gemir, sentía que el calor se extendía por todo su cuerpo, y una extraña sensación en su vientre que le bajaba hasta los muslos. Ese beso no se parecía en nada a los que había recibido anteriormente. Sentía todos los músculos de él acoplados a su cuerpo, como una prisión, pero de lo más agradable.
Jason decidió bajar el ritmo o acabarían allí mismo, contra la pared de la cocina y no era muy discreto. Tim y el cocinero dormían a solo unos metros. Ella respondía a su beso y eso le gustaba, no quería algo rápido y furtivo, tarde o temprano acabaría en su cama. Había apoyado una mano sobre el pecho y con la otra le acariciaba la nuca, aquella chiquilla le hacía enloquecer. Estaba completamente excitado, su miembro, duro y palpitante, luchaba por salir del pantalón. Le apartó la bata y le acarició los senos, con la rodilla le abrió las piernas y metió su muslo entre ellas hasta sentir su calor. Al diablo con su resolución, si ella estaba dispuesta, no sería el quien se negara. Aquella endiablada muchacha le hacía perder el control de sí mismo.
—¿Alex, eres tú? ¿Estás ahí?
Teo. Alex volvió a la realidad y se apartó del capitán, estaba mareada y aun sentía su sabor en los labios. Se subió el camisón azorada y se cerró la bata. Jason sonrió al ver como intentaba recomponerse, tenía los labios rojos como brasas, irritados por sus besos y la mirada perdida. Se pasó la mano por el pelo, apartándose los rizos de la cara, nerviosa y azorada por la situación, sin saber cómo reaccionar.
—¿Cómo se ha atrevido? — Susurró furiosa — No le abofeteo por no alarmar a mi prometido, pero no vuelva a acercarse a mi... — Jason no dejaba de sonreír
—¿Alex, eres tú? — El maldito petimetre aquel volvía a insistir. Si seguía así se impondría una buena tunda.
—Soy yo, Teo — Le temblaba la voz — V...voy — Le dirigió una última mirada asesina, y dándose la vuelta corrió hacia su camarote.