IV
—Nanomáquina Krusnik 02 iniciando operación a límite de cuarenta por ciento. Confirmado.
El eco funesto de sus palabras aún no se había apagado cuando el sacerdote abrió los brazos y en ellos apareció una enorme guadaña de doble filo y oscuro brillo.
—¡Cuidado, Butler! —gritó instintivamente Vanessa, al ver cómo aquella encarnación tenebrosa de la muerte caía sobre el hombre.
Olvidando todas sus sospechas anteriores, lanzó su cabellera como Rapunzel para salvarlo. Los cabellos rubios se movieron como animados con vida propia y atraparon la guadaña justo cuando parecía a punto de decapitar a Butler.
—¡No te preocupes, Butler! ¡Yo me encargaré de él!
Al plantarse delante del monstruo vestido con hábito, cuyos ojos ardían como las mismas llamas del infierno, Vanessa sintió un escalofrío por dentro. Sacando los colmillos, le gritó a su aliado inmóvil:
—¡Tú coge lo que hemos venido a buscar y sal de aquí! ¡Que no te encuentren los soldados del Vaticano! ¡Nos veremos arriba!
—Apartaos, Vanessa… —rugió el monstruo llamado Abel Nightroad, preparándose para liberarse de los cabellos que le aprisionaban las extremidades—. Este hombre es enemigo de toda la vida del mundo. No sé qué os ha contado, pero ¡no debemos dejarle escapar!
—¡Cállate, monstruo! —gritó Vanessa, controlando las náuseas que le provocaba el fétido aliento de la criatura.
Fuera quien fuera, mientras le tuviera controladas las extremidades no podría hacer mucho mal. Concentrando todas sus fuerzas en la cabellera, la methuselah vociferó:
—¡Deprisa Butler! ¡Este monstruo…! ¡Ah!
Vanessa se dobló hacia atrás. Algo afilado le había atravesado el costado. Antes de tener tiempo siquiera de gritar, el mismo objeto penetró el estómago.
—¡Va…, Vanessa!
El alarido había salido del monstruo vestido de sacerdote. La methuselah había caído boca arriba, con los ojos abiertos de estupor. El dolor de las entrañas ardiendo casi no la dejó ni hablar. Entre el hedor de la carne quemada se levantaba un débil hilo de voz.
—¿Por…, por qué…?
Vanessa escupía espumarajos sangrientos, mirando el arma que la había atravesado.
Era algo parecido a un intestino humano, de unos tres centímetros de diámetro. La cuerda larga, que no era ni carne ni gelatina, lanzaba un brillo húmedo. Un extremo era afilado como una lanza y el otro se perdía dentro de la manga de Butler. No sólo había penetrado con profundidad en el estómago de la methuselah, sino que de la herida se levantaba un humo hediondo.
—¿Por qué…? Butler, ¿por qué me…?
—¿Cómo que por qué? Pues por vuestra falta de respeto ante este señor, Fräulein.
Butler respondió con calma y expresión serena. Vanessa lanzó un alarido de dolor cuando el misterioso tentáculo se separó con fuerza de su cuerpo. La punta tenía forma de arpón y llevaba aún colgando pedazos de carne requemada.
—¡Ah…! ¡Ah…!
—Es imperdonable que tratéis así a un Dios encarnado…
Sin apartar la mirada de la methuselah, que se convulsionaba con los ojos en blanco, el hombre sacudió la manga y dejó que cayera una masa de gelatina rosácea. La gelatina golpeó contra el suelo, formó una especie de pies y empezó a arrastrarse como un moho mucilaginoso. De su rastro se elevaba un fuerte hedor a ácido. Aquél era el extraño cuerpo que había atravesado a Vanessa.
—Es mi mascota. Es un künstlicher Zwerg al que llamo Salamandra —comentó el hombre que se hacía llamar Butler, con aire melancólico.
Levantando la mirada de la aristócrata, que se retorcía en el suelo, se dirigió al sacerdote que seguía apresado por los cabellos de la medusa.
—Parece que nos han aguado el reencuentro, después de tantos años… Perdonad que no haya sido más cuidadoso. La verdad es que no tendría que haber dejado que mis herramientas se metieran en el escenario.
—¡Ya basta, Kämpfer! —rugió el sacerdote.
Panzer Magier hizo chascar los dedos y Salamandra empezó a arrastrarse hacia Vanessa. Extendiendo unos seudópodos, como si fuera a abrazar a un amante, la criatura se acercó a la aristócrata indefensa. El líquido que segregaba era un ácido de gran fuerza. Incluso una methuselah sería incapaz de resistir su fuerza corrosiva, que le derretiría hasta la médula ósea. Salamandra se cernía sobre su víctima…
—Nanomáquina Krusnik 02 aumentando rendimiento hasta ochenta por ciento. Confirmado.
Un relámpago cruzó el aire.
Las chispas llenaron la sala de una punta a otra, al mismo tiempo que el rayo alcanzaba de pleno a Salamandra, que iba a caer sobre Vanessa.
—¡!
¿Tendría conciencia una forma de vida como aquélla? El künstlicher Zwerg se retorció, como atormentado por el dolor, y en un instante quedó reducido a cenizas. Los restos del relámpago rebotaron por las paredes y el techo, y dejaron marcas calcinadas por doquier.
Era un relámpago hermoso y terrible. Cuando el ángel caído había luchado contra su Creador, probablemente había utilizado rayos como aquél. Cualquier espectador habría pensado en alguna escena apocalíptica, pero el único testigo que había ni siquiera se inmutó.
—Vaya… —murmuró con un tono parecido al que utilizaría al ver que se había manchado de café su camisa favorita—. Veo que os he hecho enfadar de verdad. Así me vais a destruir datos muy importantes. ¿Qué voy a hacer ahora?
Kämpfer lanzó un suspiro y se llevó el cigarrillo a los labios. Seguía plantado frente a la consola, como si la protegiera de los relámpagos que brillaban a su alrededor.
—Yo soy aquel que no ha nacido… —recitó el hombre, con una extraña voz disonante.
Mientras Panzer Magier murmuraba aquellas palabras, el cigarrillo que sostenía dibujó un círculo. La ceniza que caía de su punta empezó a delinear un cuadro.
Pero un nuevo peligro acechaba al hombre.
Después de haber abatido a su Salamandra, el monstruo tenía la mirada clavada en él. El odio y la ira que rezumaban los ojos inyectados en sangre parecían atravesarle. Al mismo tiempo, el hábito del sacerdote se hinchó hasta rasgarse y en su espalda se desplegaron dos enormes alas negras. Electrizándose, las alas batieron creando un viento huracanado que parecía la misma ira del diablo. Como si estuviera preparando la energía para un nuevo relámpago, una luz azulada recorrió el cuerpo del monstruo.
—A mis pies el mundo, soy la llama eterna… Yo soy la Verdad. Yo soy quien se aparta del camino del Bien. Yo soy la calamidad. Mi nombre es el corazón en el que se enrosca la serpiente. Obedecedme y entregadme todas las almas…
Panzer Magier completó el último ángulo del cuadro. La ceniza empezó entonces a elevarse en forma de fosforescencia… y un viento monstruoso la dispersó en infinitas partículas.
Entonces, el mundo se iluminó.
Krusnik había lanzado el mayor y más brillante relámpago. Una energía gigantesca, como si el cuerpo entero del sacerdote se hubiera convertido en un generador de electricidad, cayó sobre Panzer Magier. El terrible viento que generaban las alas era debido al exceso de calor que desprendían. Sobre el hombre se cernía suficiente energía para abastecer un país entero.
—Que vengan a mí todas las almas de los cementerios, las maldiciones y castigos de Dios… Yao sabao van. ¡Ven Martillo de Mammon!
Panzer Magier levantó un dedo delante del rostro. Después de tocarse la frente, lo dirigió hacia el relámpago que volaba hacia él, y entonces…
—¿¡!?
El cuerpo de Krusnik chorreó sangre por todos lados.
Como si una espada invisible le hubiera atravesado, innumerables heridas se abrieron en su cuerpo y vertieron sangre fresca. Al desplomarse, su rostro transfigurado por el odio tenía una viva expresión de desconcierto.
—Lo siento, señor Abel… Perdonadme que haya tenido que herir vuestro augusto cuerpo —dijo Panzer Magier, sonriente.
Su cuerpo no tenía ni una sola herida, ni una sola quemadura.
Justo antes de engullirle, el torbellino eléctrico se había extinguido como si hubiera golpeado contra una pared invisible. Pese a que el techo y las paredes estaban cubiertos de quemaduras, alrededor de Panzer Magier había un círculo completamente intacto.
—Ya veo que si me despisto y cometo otra vez el mismo error la gente se hace daño… Aunque es una cosa provisional, me he permitido preparar una técnica para defenderme de vuestros ataques. Le llamo el Martillo de Mammon. Estos elementos piezoeléctricos que he esparcido a mi alrededor convierten vuestro ataque en ondas longitudinales y os lo devuelven. Vuestro poder eléctrico sólo os dañará a vos mismo.
—…
Mientras Panzer Magier ofrecía sus explicaciones, Krusnik seguía sangrando por todas sus heridas. Había perdido todo el color del rostro, que ya de por sí era pálido, y el charco de sangre no hacía más que extenderse bajo sus pies. Recibir daños de aquel calibre habrían sobrado para matar al instante a cualquier ser vivo, pero Abel aún mantenía la mirada clavada en Kämpfer y la protección de partículas piezoeléctricas que le rodeaba.
Como apiadándose del monstruo, Panzer Magier añadió:
—Pero bueno, yo no tengo la más mínima intención de seguir infligiéndoos daño… ¿Lo dejamos aquí? En cuanto acabe lo que he venido a hacer, os prometo que desapareceré.
—¿Y…, y si digo… que no? —preguntó Krusnik, con esfuerzo.
No había dejado de sangrar, pero el monstruo, aferrado a su guadaña, miraba sonriente a Panzer Magier.
—No os permitiré saliros con la vuestra… Matasteis a Noélle. Heristeis a Caterina. Habéis matado a tanta gente… ¡No te dejaré escapar!
—Vaya, vaya, o sea que queréis que sea por las malas…
Incluso cuando el monstruo alzó su guadaña, Panzer Magier no mostró ni el más mínimo gesto de preocupación. En su rostro sólo apareció una sombra de decepción, como si estuviera tratando con un niño mimado.
—Pero ¿qué pretendéis?
La guadaña chocó contra una superficie metálica. Sin soltar el arma, Krusnik hinchó de nuevo sus alas.
—Ya os he dicho, señor Abel, que vuestra fuerza no puede hacerme nada.
Kämpfer levantó la mano. El pentáculo que llevaba bordado en el guante servía para generar y controlar el campo de protección que flotaba a su alrededor. Por mucha fuerza que tuvieran los golpes de su adversario, no serían capaces de atravesarlo. Al comprobar el estado de las partículas que le defendían…
—¿¡Qué!?
En los ojos inermes de Panzer Magier apareció por un instante la estupefacción. Su protección había desaparecido. Pero ¿qué había ocurrido? Lanzando una mirada hacia la guadaña clavada en la pared, Kämpfer murmuró:
—¿Electricidad estática?
Las partículas no reaccionarían contra la electricidad estática. Aún peor, eran tan frágiles que la electricidad estática las atraería. La técnica de Kämpfer para construirse el muro de protección alrededor usaba el mismo principio, pero la electricidad estética acumulada en la guadaña era mucho más fuerte. Desprovisto de su muro defensivo, Panzer Magier estaba completamente indefenso ante cualquier ataque.
—Maldita sea…
Por primera vez, la sonrisa se le borró del rostro. Kämpfer levantó la mano apresuradamente para preparar un nuevo conjuro, pero Krusnik fue más rápido. Tomando con celeridad la guadaña electrizada, se preparó para lanzar un nuevo ataque. Batiendo las alas con un zumbido profundo, la luz azulada le recorrió el cuerpo…
—¡Al suelo, Panzer Magier!
—¿¡!?
Los gritos resonaron al mismo tiempo que los relámpagos llenaban la sala. El aire silbó como si alguien hubiera descargado una enorme espada invisible. En un instante, el techo, la pared, el suelo… y el brazo derecho de Panzer Magier se partieron como el cristal.
Era el efecto de la escalera de Jacob. Al producir una corriente entre dos electrodos, la presión del aire ionizado producía una concentración a su alrededor que provocaba una descarga eléctrica. El brazo de Kämpfer cayó seccionado al suelo con un ruido retumbante.
—Enteq paw…
Sin embargo, su expresión no cambió. Como si no se hubiera dado cuenta de que le acababan de amputar un brazo, o como si fuera capaz de bloquear totalmente el dolor, se llevó la mano izquierda al rostro, luego al pecho, al hombro derecho y al izquierdo…
—Ta sakuhem, ta dejeser, ta tawi en ha, ned ha… ¡Ven!
—¡Ni lo sueñes!
El conjuro nunca se completó, porque el ángel caído fue más rápido blandiendo su guadaña. El aire rugió de nuevo, y entonces fue el brazo izquierdo de Kämpfer el que cayó seccionado.
—¿¡!?
Panzer Magier había perdido toda su capacidad de combate y se tambaleaba, retrocediendo sin fuerzas. Sin embargo, el ángel caído no daba señales de estar dispuesto a relajarse. Con los ojos inyectados en sangre, elevó la guadaña para dar el golpe de gracia a su adversario indefenso…
—Basta, Abel…
Fue una voz profundamente triste la que salvó a Panzer Magier de caer aniquilado por el ataque fatal.
Era una voz límpida y sin rastro de malicia. Si existían los ángeles, era seguro que hablaban así.
—Mein Herr… —murmuró Panzer Magier con voz débil pero llena de respeto.
El dueño de aquella voz era un joven esbelto que había aparecido en la puerta. Era alto, pero no exageradamente, quizá una cabeza más que la monja atónita que le acompañaba. Su cabellera rubia la enmarcaba un rostro hermoso, pero tampoco de una belleza sobrenatural.
Sin embargo, todas las miradas quedaron fijas en él y en su sonrisa, tan pura que provocaba incluso tristeza. Era una sonrisa tan alejada del aire corrupto de la Humanidad que uno no podía evitar preguntarse si aquel joven era realmente de este mundo.
El visitante extendió la mano, mirando al monstruo envuelto en el hábito ensangrentado. Con voz de madre tierna, pronunció en voz alta su nombre.
—Abel, ya está… No hace falta que sufras más…
Dos lágrimas transparentes le cayeron por las mejillas.
Con una mezcla de alegría y tristeza en la voz temblorosa, como si hubiera encontrado a su doble después de siglos y siglos de búsqueda, el joven avanzó.
—Perdóname, Abel. Perdona por haberte abandonado… Nunca más te dejaré sólo. Yo…
—¡!
Entonces resonó un grito sin palabras.
Había sido el monstruo sobre el que se vertía aquella mirada llena de amor. Su silueta pareció temblar un momento y en seguida se convirtió en un torbellino infernal.
—¡Caíííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííín!
El rugido resonó por toda la sala.
Abalanzándose a una velocidad increíble sobre el ángel, el terrible demonio elevó su guadaña en el aire…
—Pero bueno…, veo que no has cambiado nada.
Ante la muerte que le caía encima, el joven no hizo sino sonreír y extendió las manos con un gesto lleno de amor.
En ese momento…
—¿¡!?
La luz blanca que salió de sus manos envolvió por un instante la figura infernal llena de ira y odio. Pero sólo un instante… En un abrir y cerrar de ojos, la cabeza del demonio salió disparada, convertida en una masa de sangre.
—¡Pa…, Padre! ¡Noooooooooooooooooooo!
Alguien lanzó un chillido agudo.
Ante las manos del ángel, tendidas como ofreciendo un abrazo a su amante, el cuerpo decapitado del monstruo se desplomó.
Abel Nightroad había muerto.