Capítulo 11
Cuando Windy se miró al espejo pensó que ya era otro año mayor. Estaba en su dormitorio, con una blusa de seda color crema y pantalones blancos. Su ropa para salir con una amiga. Cómoda pero con estilo.
Sonó un golpe en la puerta y sonrió. Debía ser Sky, así que abrió.
—Hola —dijo él ofreciéndole una cajita—. Feliz cumpleaños.
—Gracias. ¿Es para mí?
—Claro.
—Ya me has hecho una tarta. No tenías que regalarme nada.
Edith había llevado antes una tarta de chocolate y le había dicho que Sky la había ayudado.
—Edith hizo la mayor parte del trabajo. Lo más que hice yo fue lamer la cuchara.
Ella se rió.
—Bueno, la intención es lo que cuenta.
—Estás preciosa —dijo él examinándola—. Me gusta la blusa. Te pega.
—Gracias. También es una de mis favoritas. ¿Puedo abrir ahora el regalo?
—Claro.
Windy se sentó en la cama y lo abrió. El corazón le dio un salto al ver el delicado brazalete de oro que había dentro. En la placa del mismo estaba escrito Hérus Hotv 'letv.
Ella lo miró intrigada.
—Significa Bonita Windy en el idioma Muskokee —le explicó él.
Ella acarició esas palabras con el dedo y luego lo miró a él con los ojos llenos de lágrimas. Deseó arrojarse a sus brazos y besarlo hasta dejarlo sin respiración.
—Gracias. Es precioso. Eres un hombre muy especial.
Él se encogió de hombros y sonrió.
—Hay otra inscripción en la parte de atrás.
Ella miró y leyó:
—Feliz cumpleaños. Amor, Stúv.
—¿Así que ése es tu nombre en Muskokee?
Él asintió.
—Se pronuncia Sutuh.
Windy se puso el brazalete y miró la primera inscripción de nuevo.
—Hérus Hotv'letv. ¿Cómo se pronuncia?
—Herus Hotuh letuh.
—¿Recuerdas eso de tu infancia?
—No. Me compré un diccionario para ver si me so naba alguna palabra. Pero la única que me recordé algo fue Sátv, cielo, Sky en inglés. Tal vez mis padres solieran llamarme por mi nombre Creek de vez en cuando.
Windy sonrió.
—¿De dónde son los Creek?
—Empezaron en Georgia y Alabama, pero fueron instalados en la reserva de Oklahoma en el invierno de 1836 y 37.
—¿Así que tú puedes ser de Oklahoma?
—Puede ser, pero no todos los Creek viven allí ahora. Y, hasta que recuerde cuál es mi apellido verdadero, no puedo averiguar de dónde vengo.
Windy se acercó más a él.
—Gracias de nuevo por el brazalete. No me lo quitaré nunca.
—Muy bien —dijo él acariciándole la mejilla—. Entonces sabré que nunca me olvidarás.
Ella se dio cuenta de que ésa era la idea. Él le había regalado una cosa para que lo recordara y los nombres en Creek lo hacían algo muy personal. ¿Olvidarlo? Eso no sería posible. Lo amaría hasta el día de su muerte. Y también lo deseaba. En ese momento. En su cumpleaños. En su cama.
Una voz en el interior de su cabeza le ordenó que lo sedujera.
Windy sonrió. Sí, lo seducirá. Esa noche, en su habitación y a la luz de la luna. Quería ser la amante de Skyler, su compañera para toda la vida.
—Que disfrutes de tu fiesta de cumpleaños.
—¿Qué?
—Con tu amiga la profesora.
—Oh, lo haré —respondió ella, muy segura de que ésa iba a ser la noche más increíble de su vida.
Cuando Windy volvió a casa esa noche, se dio un baño de espuma, se puso un camisón nuevo y una bata a juego y se dirigió al terrario de Tequila antes de perder los nervios. Quería seducir a Sky sin que él se diera cuenta de que era algo intencional. Después de todo, habían compartido la cama la vez que Tequila se escapó, así que, ¿por qué no hacerlo de nuevo esa noche?
—Muy bien —dijo en voz alta.
Respiró profundamente y se metió en los dominios de la serpiente.
—Allá vamos.
Descorrió el cerrojo y levantó la tapa del terrario antes de apartarse lo más rápidamente posible. El reptil, curioso, se levantó para inspeccionar y Windy dio un salto atrás.
El animal empezó a salir del terrario y Windy se quedó extremadamente quieta. La serpiente salió del todo y se dirigió directamente hacia ella.
—Vete —susurró, recordando que Sky le había dicho que ese animal entendía el inglés.
¿O era el español?
Dado que el inglés era su único idioma y que esa enorme bestia parecía muy contenta a sus pies, ella le rogó en su idioma:
—Por favor, Tequila, vete. Escóndete.
En vez de marcharse, el amigable ofidio se elevó para inspeccionar el borde de la bata de ella con la cabeza. Windy pensó que se moriría si se le subía por las piernas. Se desmayaría. Cuando Windy oyó la voz de Sky supo que su brillante plan estaba fallando.
Él entró entonces en el salón llevando sólo los vaqueros puestos.
—¿Qué está pasando aquí?
Ella se hizo la inocente.
—Tequila se ha escapado.
Sky miró a sus pies y Windy se dio cuenta de que estaba tratando de no reírse. Muy propio de él, pensó. Allí estaba ella como una seductora de pacotilla, y él tenía la audacia de estárselo pasando muy bien.
Se acercó más a ella.
—Hmmm. Me pregunto cómo se las ha arreglado para quitar el cerrojo. Estoy seguro de que estaba bien echado.
—No lo sé, pero ¿crees que me la podrías quitar de ahí? —preguntó ella casi histérica.
Tequila había decidido meterse por dentro de su bata.
Sky sonrió y se dejó caer al suelo cerca de la serpiente.
—Bonita bata —dijo él mientras metía la mano por dentro para sacar la cabeza de la serpiente.
Tequila se volvió entonces a su terrario, pero Sky no se movió de donde estaba, de rodillas a los pies de Windy, el cinturón de la bata le llamó la atención y, con una sonrisa maliciosa, se lo soltó y la bata se abrió.
Windy se estremeció cuando las manos de él le acariciaron las piernas hasta los muslos.
—Dime por qué le abriste el terrario a Tequila —dijo él.
—Ya sabes por qué.
Seguramente él debía habérselo imaginado. Incluso podía haberla visto levantar la tapa.
—Dilo. Necesito oírtelo decir.
—Oh, yo...
Ella bajó la mirada y se encontró con la de él. Sonreía enigmáticamente mientras la miraba con ansia.
—Esperaba que durmieras en mi habitación —añadió.
—¿Por qué?
—Porque quiero que hagamos el amor —respondió ella agitadamente.
—Bonita Windy... —susurró él mientras le levantaba el borde del camisón.
Luego se levantó y la besó. Windy se puso de puntillas instintivamente y le devolvió el beso, ansiosa por acariciarlo. Sus lenguas se unieron frenéticamente y, mientras lo hacían, sus cuerpos se frotaban entre sí.
—Windy —dijo él apartándose un poco—. Si hacemos esto... Yo no puedo comprometerme a nada. No ha cambiado nada... No te puedo prometer ninguna clase de futuro.
—Lo entiendo. Pero quiero que tú seas el primero para mí.
Windy sabía que, en lo más profundo de su alma, él la amaba. Y ella lo amaba a él.
Sky le acarició la mejilla y luego se apartó un poco.
—No esperaba que esto fuera a suceder entre nosotros. No tengo ninguna protección por aquí. Y hace tanto tiempo que no lo hago... No quiero... No podemos hacerlo sin... ¿Tú no tendrás...?
—Yo he comprado algunos preservativos, Sky. Y quiero ser tu amante, más de lo que nunca he querido nada.
Él la volvió a besar y luego le acarició levemente lo senos por encima del camisón, rodeándole los endurecidos pezones, apretando la tela sobre la ansiosa piel.
Cuando terminó el beso, le quitó la bata, que cayó al suelo en desorden. Lo siguiente fue el camisón. Luego él empezó a recorrerle el cuerpo con la lengua, deteniéndose largamente en cada uno de sus pezones, hasta que ella gimió de placer.
Windy no estuvo segura de cómo ni cuándo sucedió, pero se encontró apretándose contra él, rodeándole las caderas con las piernas, mientras Sky la levantaba y la llevaba a la habitación de ella.
Aterrizaron juntos en la cama, sin soltarse y con los miembros entrelazados.
Windy deseó decirle lo mucho que lo amaba, pero en vez de eso, abrió el cajón de la mesilla de noche y sacó el paquete de preservativos y le dijo lo mucho que lo necesitaba.
—Muéstrame lo mucho que me necesitas —le dijo él haciéndola darse la vuelta hasta que la tuvo sentada encima.
Windy se quitó entonces las bragas, que era la única ropa que le quedaba sin sentirse nada tímida ni avergonzada.
Miró entonces el bulto de los vaqueros de Él y le dijo:
—Ahora es tu turno de mostrarme lo mucho que me necesitas tú a mí.
Inmediatamente, se vio bajo él.
—Es mi turno de besarte —dijo él antes de hacerlo ansiosamente, mientras le recorría el cuerpo desnudo con las manos.
Cuando le deslizó un dedo en su húmedo y cálido centro, ella se apretó contra esa mano.
—Bonita y salvaje Windy —dijo él mientras le introducía más adentro el dedo—. Quiero hacerte gritar.
Ella lo observó mientras le recorría el cuerpo con los labios. Primero los senos, las costillas, y luego se detuvo cuando llegó a su vientre y la miró.
Ella cerró los ojos y se le escapó un gemido cuando él le apartó los muslos y la punta de su lengua se hundió sensualmente en la esencia de su femineidad.
Sky saboreó y lamió lentamente. La agarró por las caderas y apretó la boca más contra ella.
Windy se estremeció.
Él siguió lamiendo y chupando.
Ella gritó.
Cuando la recorrieron una serie de oleadas cataclísmicas, él la hizo gritar su nombre una y otra vez.
—¡Oh, Sky!
Windy hizo que subiera la cabeza y lo besó mientras la última oleada la recorría.
Sky sonrió más todavía.
—Me encanta tocarte... Observarte. Y me encanta oírte decir mi nombre —dijo él tomándole la mano y haciendo que le acariciara el bulto de los vaqueros—. Quiero que digas mi nombre.
Ella le soltó entonces el primer botón.
—Sky —dijo.
El segundo.
—Sky —repitió.
Después del tercero, le rozó la punta sensible.
Juntos bajaron los vaqueros y luego él la invitó a que lo abrazara.
—Por favor, Windy, tócame. Pon las manos...
Respondiendo a ese ruego, ella lo rodeó con la mano y lo acarició arriba y abajo, obligándolo también a él a que se moviera en su agarre. Mientras lo hacía, murmuraba el nombre de ella en su lengua nativa.
Cuando Sky se colocó por fin sobre ella, el cabello le cayó hacia delante.
—¿Estás lista? —le preguntó desesperado por ser parte de ella.
Ella le acarició el rostro, el cabello, los músculos de su cuello.
—Sí —susurró—. Lo estoy.
Sky sacó uno de los preservativos, tomó la mano de ella y la animó a que lo volviera a tocar, a que lo acariciara antes de protegerse.
Segundos más tarde, ella lo besó en el cuello mientras Sky la penetraba. Al primer empujón le clavó las uñas en la espalda cuando el dolor la asaltó, pero luego levantó las caderas cuando ese dolor se transformó en necesidad.
Él fue lentamente al principio, introduciéndola al sedoso ritmo de hacer el amor. No importaba que Sky no fuera su marido ni aquélla su noche de bodas. La noche de bodas de sus sueños no se podía ni comparar con la belleza del cuerpo de Sky llenando el suyo. Él tenía un cuerpo de guerrero, alto y poderoso. Y sus ojos, tremendamente azules, no se separaban de los de ella. Sin duda, él era el hombre al que amaba.
Sky le acarició el cabello y le dijo:
—Eres perfecta, Bonita Windy. Perfecta.
Mientras hablaba se introducía más profundamente en ella y Windy gimió de nuevo, segura de que ansiaría eso mismo cada noche. Cada hora. Cada minuto. Nunca tendría bastante de su duro y viril cuerpo. Ni de esa boca que le lamía los pezones, esa boca húmeda y lujuriosa. Cada movimiento la hacía estremecerse.
Sus movimientos ya estaban perfectamente conjuntados y ella se elevaba cada vez que él bajaba, encontrándose cada vez con sus poderosos empujones. Cuando llegó el clímax, lo compartieron ambos como una tormenta violenta de lujuria y necesidad, una combinación tan poderosa y nueva que, cuando terminó, a Windy se le saltaron las lágrimas.
Mientras ella apretaba la cabeza de él contra su seno, Sky pensaba que era una mujer muy especial.
Tan pura y delicada... Nunca se habría imaginado que le fuera a ofrecer el regalo de su virginidad.
La miró dispuesto a preguntarle si creía que la experiencia la había cambiado de alguna manera, pero cuando vio sus lágrimas sintió un cierto miedo.
¿Había sido demasiado rudo? ¿Se estaría arrepintiendo ella de lo que había hecho? ¿Eran esas lágrimas de pena? ¿De remordimientos?
—¿Te he hecho daño? —le preguntó.
Ella le acarició la mandíbula con la punta de los dedos.
—Al principio me ha dolido un poco, pero después no.
—¿Por qué lloras entonces?
—Ah —dijo ella enjugándose las lágrimas—. Ha sido sin querer. A veces lloro de felicidad.
El corazón se le subió a la garganta a Sky.
—¿Entonces no te arrepientes de lo que hemos hecho?
—No. ¿Y tú?
Aliviado, él le dio un beso en la punta de la nariz.
—No.
Suponía que debía arrepentirse, pero aquello había sido demasiado perfecto como para eso. Se hizo la promesa de tratarla honorablemente. Y empezaría en ese mismo momento.
—Cierra los ojos, Windy. Vuelvo enseguida.
Se dirigió al cuarto de baño y volvió con una palangana de agua caliente y un paño. Dejó la palangana en la mesilla de noche y se sentó en la cama al lado de ella. Pretendía cuidarla, lavarla como debía hacerlo un guerrero.
Dándose cuenta de sus propósitos, ella fue a tomar el paño.
—Yo puedo...
—Déjame a mí —dijo él.
La tomó en sus brazos y le limpió la sangre de los muslos.
—Esto es un ceremonial en mi cultura —añadió.
—Muy bien —respondió ella apoyando la cabeza en sus hombros—. Me alegro mucho de que hayas sido tú, Sky.
—Yo también.
Terminó de lavarla y la dejó que se relajara por un momento. Aunque quisiera quedarse sabía que no lo podía hacer. Su unión no iba a ser más que lo que era, una brisa de verano sexy y cálida. Ella encontraría a alguien algún día, y él seguiría buscando su pasado... Un pasado que lo avergonzaba.
Miró el reloj. Habían hecho el amor el día del cumpleaños de ella y Windy estaba en sus brazos, desnuda salvo por el brazalete que le había regalado. No, pensó al verle la mano. También llevaba un anillo con un rubí.
—Es un regala de mi madre —le explicó ella.
—No te lo iba a preguntar.
—Pero he visto que te lo estabas preguntando.
Él le tomó la mano y pensó que, algún día, un hombre le daría un anillo. Una alianza. Maldita sea, pensó. Ya la echaba de menos y aún estaban juntos. Por supuesto, cuando ella se casara, él lo sabría, le preguntaría a Edith por ella.
Windy se apretó contra él.
—Ha sido un día maravilloso.
—Se supone que los cumpleaños son fechas felices.
—¿Sabes en lo que estaba pensando?
—¿En qué?
—En que nunca te he visto actuar. Quiero ir a verte en acción.
—Me encantaría que vinieras a uno de los espectáculos —dijo él acariciándole el cabello—. Y después puedes pasarte por mi camerino.
—Vaya, vaya —bromeó ella—. El chico tiene su propio camerino.
—No te sientas demasiado impresionada. Es un poco pequeño. No mucho más grande que un armario. Y la única razón por la que lo tengo, es porque soy amigo del jefe.
Windy tiró de la sábana y tapó a los dos.
—Dado que voy a ir a visitarte al trabajo, tal vez tú puedas venir a verme a mí también algún día.
—¿A preescolar? No lo sé, Windy. ¿Qué voy a hacer en un parvulario todo el día? estorbaré...
Ella lo miró fijamente.
—Puedes ir a vernos durante la Semana de los Trabajos. A los niños les encantará conocer a un vaquero profesional. Demonios, la mitad de ellos lo quieren ser.
Que Dios lo ayudara.
—¿No son un poco pequeños como para pensar ya en un trabajo?
—A los de tres y cuatro años les encanta jugar e imaginarse a sí mismos como adultos. Además, eso los ayuda a comprender la clase de trabajos que hacen sus padres y lo importante que es cada uno de ellos.
Windy se acercó más contra él. Estaba claro que ésa era una maniobra típicamente femenina para llevarlo a su terreno.
—Ya tenemos a una enfermera, un dueño de tienda de ultramarinos y un bombero que han accedido a venir. Estoy segura de que les encantará tener a un vaquero de verdad.
Él frunció el ceño.
—¿Me lo puedo pensar?
—No hay problema —respondió ella dándole un beso en la frente—. Eso no será hasta el mes que viene.