Capítulo 3

Le dolía mucho sonreír, pero Sky no lo pudo evitar. Ninguna mujer le había hecho nunca una oferta tan dulce. Ella dijo algo acerca de ir a por el botiquín y la vio alejarse por el pasillo.

Cuando volvió dejó sobre la mesita de café unas toallas, vendas, compresas y el botiquín. Sky se sentó en un sillón y volvió a sonreír.

—¿Quieres dejar de sonreír? Estás haciendo que te sangre el labio.

El cerró los ojos y apretó los párpados como un niño cuando su madre lo lava.

—No te estoy haciendo daño, ¿verdad? —le preguntó ella.

—No...

Cuando terminó de curarlo él trató de ahorrarse la parte en que le daba las gracias.

—La pelea fue por culpa mía, supongo. Pero no lo siento demasiado. El tipo ése estaba tratando realmente mal a su esposa en el bar, así que se lo dije. Ella era una chica pequeñita. Como tú, Bonita Windy. Lo menos que se vende en chica.

—Oh, Sky. ¿Qué te han hecho? —exclamó ella cuando le quitó la camisa y vio cómo tenía de lastimado el cuerpo.

—Me dieron unas cuantas patadas, pero no tengo nada roto. Y yo también di unas cuantas muy buenas. A uno le di en todos los... Bueno, le di bien.

Entonces recordó divertido como Jimmy se retorcía de dolor por el suelo.

Windy lo miró al rostro sonriente.

—Esto no es divertido. Tienes un aspecto horrible.

—Otras veces ha sido peor. Esto no es nada.

Windy le limpió las heridas del pecho con algodón y agua oxigenada.

—¿Te has metido en muchas peleas?

—Solía hacerlo —respondió él—. Es la forma de ser de los vaqueros, supongo.

—¿Qué quieres decir con eso?

Sky deseó decirle que era sobrevivir a la soledad. Tener que demostrar que uno es un hombre.

—Es sólo una forma de vivir.

—Parece peligroso.

Él se rió a pesar del dolor del labio.

Suponía que sí lo era. Estúpido y peligroso.

—Charlie nunca se metía en ese tipo de cosas. Y solía regañarme a mí por ello.

Pero entonces su jefe ya tenía una esposa e hija y no entendía lo que era estar completamente solo.

—Charlie es un vaquero responsable —añadió.

Ella sonrió.

—Tengo la sensación de que me caería bien. ¿Desde hace cuánto que trabajas para él?

—Me parece que desde siempre. Ha sido muy bueno conmigo.

Pero él no siempre le había sido leal, ya que siempre había trabajado para él esporádicamente. Sky no podía soportar eso de estar trabajando todo el año en el espectáculo, así que, entre temporadas, trabajaba en los ranchos. Tal vez no fuera sólo porque no le gustara lo del espectáculo, pensó. Tal vez temía el afecto que sentía por la familia de Charlie, por lo que lo hacía preguntarse por la suya propia.

Windy lo miró como tratando de leerle el pensamiento. el que ella fuera psicóloga lo hacía sentirse intranquilo. No le gustaba que lo analizaran, sobre todo las mujeres decentes. Si ella miraba suficientemente dentro, podría ser que no le gustara lo que viera.

—¿De dónde eres? —le preguntó ella.

Él se encogió de hombros.

—De ninguna parte. Y de todas partes. Me muevo mucho. Me gusta cambiar de escenario.

¿Cómo podía decirle que no sabía dónde había nacido ni quién era su gente? ¿O hablarle de sus pesadillas recurrentes sobre un pequeño niño de ojos grises y un halcón? Sueños con su hijo, sueños con un halcón. Nada tenía sentido en su cabeza. ¿Era ese halcón el protector de su hijo? ¿Estaba enfadado con él por lo que le había hecho al niño? ¿O aparecía en sus sueños sólo como mensajero y él no entendía esos mensajes? Él sabía que la medicina animal tiene mucho poder, un poder que uno no debe malinterpretar.

Windy miró el ceño fruncido de Sky y pensó que tal vez le había molestado su pregunta. Al fin y al cabo, él tenía amnesia y probablemente no recordaba ni de dónde era. Edith le había dicho que sabía muy poco de sí mismo.

Deseó que confiara en ella. Él necesitaba confiar en alguien. ¿Por qué no en una psicóloga?

—¿Ya está? —le preguntó él—. Tengo algunas heridas en la espalda. ¿Les puedes echar un vistazo? ella asintió.

—Pero vas a tener que quitarte la camisa.

—No hay problema.

Él se la quitó como si se la quisiera arrancar. —Los cortes están por aquí —dijo Sky tocándose la parte baja de la espalda—. Puede que te resulte difícil alcanzarlos así sentado. ¿Me levanto?

Windy suspiró, su amplio torso la hizo sentirse incómoda de repente. —Bueno... Él se levantó y le dio la espalda.

Windy le curó las heridas y, en un momento dado, él se quejó.

—¿Te duele?

Al preguntarle le puso las manos en los hombros.

—No. Es sólo que me va a costar sentarme durante un tiempo.

Windy empezó a acariciarle entonces el cabello.

Lo notó estremecerse y oyó su suspiro de placer. Parecía como si quisiera abrazarla y besarla.

Pero cuando él se volvió repentinamente, un espeso silencio cayó entre ellos.

Durante algunos interminables segundos se miraron muy conscientes de la tensión que había entre ellos. Estaban como paralizados, suspendidos en el tiempo, los dedos de ella todavía en su cabello.

Windy tragó saliva. No tenía que animarlo de esa manera. Podía ser que él quisiera más de lo que ella quisiera darle. Se dijo a sí misma que tenía que bajar la mano y retroceder.

Apartó la mirada. De alguna manera, su anillo se le enganchó a él en el cabello.

Susurró una disculpa y trató de soltarlo. A pesar de sus intentos, sus miradas volvieron a encontrarse y la sangre le hirvió en las venas. Inmediatamente se le debilitaron las rodillas. Si le fallaban del todo, tiraría de Sky hacia el suelo con ella o se llevaría un mechón de sus cabellos.

Aún tratando de recuperar el control, Windy se percató de la reacción de Sky. Estaba a punto de decir algo. De hacer algo. De bromear. De hacer como si aquello fuera divertido.

Él sonrió entonces.

—Supongo que tenemos que parecer un par de tontos —dijo ella por fin—, Pero si te ríes...

Pero su advertencia llegó demasiado tarde porque él ya se estaba riendo.

—Sky, esto no es divertido. Se me ha enganchado el anillo en tu cabello. Y se te está volviendo a abrir la herida del labio.

Él le hizo una mueca y a ella no le quedó más remedio que reírse también. Nunca había conocido a nadie como él.

—Eres un tipo raro —dijo. Entonces él le tomó la mano y Windy añadió: —¿Qué haces?

—Desengancharte el anillo.

Cuando lo logró, quedaron en el anillo algunos cabellos largos y negros. Los dos se rieron y él levantó una ceja.

—¿Así que soy raro?

—Pones unas caras muy extrañas. Él se encogió de hombros y vio que sobre la mesa había una cafetera.

—¿Hay café? —preguntó.

—Lo hice hará una hora.

—No importa.

Se sirvió entonces una taza con una enorme cantidad de azúcar.

Ella lo miró extrañada. Le había parecido que él lo preferiría como los vaqueros, fuerte y sin azúcar.

—¿Por qué no te pones un poco de café en el azúcar, Sky?

Él sonrió de nuevo.

—Soy un goloso.

Windy se sentó con él. Se le notaba la falta de experiencia. Entendía a los niños, pero no a los hombres. Con veintiséis años, llevaba menos de diez saliendo con ellos, pero nunca en plan serio. A pesar de que muchos hombres la encontraban atractiva, ella nunca había perdido el corazón, no había hecho el amor y, ni siquiera se había pasado la noche entera en brazos de un hombre. Se podía decir que era chapada a la antigua, pero no le importaba esperar al amor verdadero.

¿Cómo sería dormir con Sky? ¿Apretarse contra ese fuerte cuerpo? ¿Sentir esos músculos? Chapada a la antigua o no, una chica tiene derecho a soñar, ¿no?

Se apartó un mechón de cabello del rostro, pero sabía que era inútil, ya que era muy rebelde.

—Tienes un cabello de dormitorio —dijo él de repente.

—¿Qué?

—Que tu cabello parece como si acabaras de levantarte de la cama. No hay nada más sexy que una mujer bien amada con el cabello despeinado.

Windy trató de no ruborizarse. ¡Vaya cosa le había dicho! sobre todo cuando ella acababa de fantasear con cómo sería dormir con él.

—Mi cabello siempre está así.

Y ella nunca había sido bien amada.

—Dime, Bonita Windy, la del cabello de dormitorio, ¿tienes hambre?

—¿Hambre?

Sky se rió.

—Sí. De comida. Ya sabes, el desayuno.

Windy recuperó su compostura. Su nuevo compañero de piso tenía un extraño sentido del humor.

—Me imagino que tú sí que la tienes.

—Sí. He pasado una noche espantosa. He dormido en mi furgoneta y luego me he lavado los dientes en una estación de servicio. La verdad es que tengo mucha hambre.

Ella no se podía imaginar vivir de una forma tan irresponsable.

—Puedo hacerte algo. Siempre tengo el frigorífico bien surtido.

Sky sonrió.

—Muy bien. Eso me ahorrará tener que volver a salir.

—¿Qué quieres desayunar? —le preguntó ella alegremente.

—Lo que sea. Leche con cereales. No te tomes muchas molestias por mí.

—No es molestia. Me gusta cocinar. Incluso me gusta ir a la compra.

—¿De verdad? Bueno, tal me la puedas hacer a mí también. Puedo darte algo de dinero y así mezclar lo mío con lo tuyo.

Windy sonrió.

—No hay problema.

Sky se apoyó en el aparador mientras ella buscaba en el frigorífico.

—Tú eres distinta a la mayoría de las chicas de California.

—¿Lo soy? ¿Y eso?

—Bueno, eres rubia y todo eso, pero eres muy doméstica.

Ella no estuvo muy segura de cómo tomarse eso.

—Supongo que no conoces a muchas chicas a las que les guste cocinar.

—A ninguna tan bonita como tú. Si no te importa, voy a darme una ducha. No tardaré mucho.

—De acuerdo.

Windy se dispuso a hacerle un buen desayuno, con huevos revueltos y todo lo demás, así que, cuando Sky volvió, ya todo estaba listo y en la mesa.

Sonrió y se sentó.

—Esto tiene buena pinta —dijo.

Windy sirvió un par de vasos de zumo y se sentó con él. Sky se había puesto unos pantalones de chándal y su cabello húmedo parecía aún más largo. El pecho desnudo le brillaba y sus heridas no restaban nada de su atractivo. Incluso le recordaban su peligrosa, si no heroica, naturaleza.

—No estás comiendo nada —dijo él.

Ella miró su plato.

—Es que me he tomado unas tostadas antes.

—¿Haces tartas?

A veces las hacía para sus alumnos. Era una vegetariana que contaba las calorías que ingería, así que raramente se permitía esos postres pecadores. En ese momento Sky le recordó uno de ellos. Un postre que le hacía la boca agua y que le estaba prohibido.

—Suelo hacerlas en vacaciones. En Acción de Gracias y Navidad.

—Edith me las hacía a mí —dijo él.

—¿Cuál es tu postre favorito?

Sky levantó la mirada y se rió.

—No querrías saberlo.

Windy trató de imaginárselo.

—¿Algo muy dulce y con mucho chocolate?

—No.

—Siempre se lo puedo preguntar a Edith.

—Querida, esto no lo sabe Edith. No le puedo decir a una señora mayor y respetable como ella que el postre que más me gusta es una chica bonita que huela a helado de vainilla.

¿A helado de vainilla? ¿Una chica bonita? Windy entornó los párpados.

—¿Te estás riendo de mí por mi perfume?

—Puede que sí, puede que no.

Ella decidió que ya era hora de pararle los pies.

—Eres un ligón, Sky.

—Sí, supongo que lo soy.

—Estoy acostumbrada a los intentos de ligue de los hombres. Así que deja de intentar avergonzarme. No te va a servir de nada.

Sky sonrió.

—¿Así que no te avergonzaré si te digo que me recuerdas a Lady Godiva?

¿Lady Godiva, la mujer que se suponía que cabalgó desnuda? A pesar de que el corazón se le subió a la garganta, se encogió de hombros.

—No.

—Ella era esa rubia que...

Windy lo interrumpió rápidamente.

—Ya sé quien fue.

No quería que él mencionara lo de que fue desnuda.

—Entonces, Bonita Windy, ¿te gusta montar?

—¿Caballos?

Cielo santo, no le gustaba nada desde que se cayó de uno siendo niña.

—Creo que son preciosos, pero no monto.

Eso sonaba mucho mejor que decirle que la ponía demasiado nerviosa como para volverlo a intentar.

—Yo podría enseñarte. Montar a caballo es algo que todo el mundo debería experimentar. Un caballo leal y la Madre Tierra, no hay nada como eso...

Sky hasta lo hacía parecer romántico.

—No sé. Yo...

—¿Tienes miedo?

Ella asintió. Tenía miedo de las serpientes, de los caballos. Debía sonar rara, una psicóloga que necesitara su propio terapeuta.

—Cuando era pequeña, uno me tiró.

En vez de la risa que se había esperado, la voz de él se suavizó.

—Yo soy paciente. Charlie tiene algunos caballos tranquilos de paseo. Pero si tienes demasiado miedo como para montar sola, puedes hacerlo conmigo. En mi cultura, los caballos representan poder y riqueza. Y, espiritualmente, un caballo puede permitir a un hombre santo volar por el cielo en busca del Paraíso —dijo él mirándola a los ojos—. Podemos hacer un viaje al paraíso.

Él pulso le latió fuertemente a Windy. ¿Sabía Él lo tentadora que era su oferta?

—Tengo que pensarlo —dijo ella pensando que tenía que andarse con cuidado.

Él sólo iba a estar tres meses en la ciudad. Un viaje al Paraíso podría dejarla ansiando más.

Luego permanecieron en un silencio tenso. Ella se dedicó a jugar con su servilleta mientras Él miraba las paredes de la cocina.

Ahora Windy entendía la razón por la que él ligaba con ella. Soportar su atracción era más fácil de esa manera.

Se puso en pie y empezó a recoger la mesa y Sky la ayudó. Mientras trabajaban, el cerebro de ella recuperó su racionalidad. Ligar, incluso fantasear, eran una cosa, pero caer bajo sus encantos era otra muy diferente. Se imaginó que los ligues de verano le iban muy bien a él. Pero no a ella.

Sky secaba los platos y los colocaba en su estantería pero en un momento dado, miró por la ventana y el plato que tenía en las manos se le cayó rompiéndose en la pila.

Windy recordó inmediatamente el día en que se encontró con que habían entrado en su casa y lo habían destrozado todo. Por un breve momento, el miedo volvió a ella.

Respiró profundamente. Aquello era sólo un accidente, era...

Miró a Sky. Él miraba hacia la ventana y le temblaban las manos.

—¿Estás bien? —le preguntó ella olvidándose de su propio miedo.

—¿Eh?

La miró con ojos nublados y añadió:

—Había un halcón afuera.

¿Un halcón? ¿Por qué la visión de un pájaro lo hacía temblar hasta el punto de que se le cayeran las cosas de las manos?

—¿Estás seguro de que estás bien?

—Sí. Sólo me ha parecido raro que se acerque tanto a la casa. Me ha dado un susto, eso es todo.

¿Pero por qué?

—¿Es que los halcones son peligrosos?

—No —respondió él sonriendo un poco nerviosamente—. No a no ser que seas un roedor.

Ella miró por la ventana, pero no vio nada que la valla del vecino y los árboles que había más allá.

—¿Crees que estaba buscando comida?

—Puede.

Sky se pasó las manos por el cabello húmedo y Windy se dio cuenta de que parecía más tranquilo.

Tal vez eso hubiera sido una consecuencia de la pelea de la noche anterior y Él estuviera un poco alterado todavía. ¿Pero un halcón? A lo mejor debería preguntarle a Edith al respecto. Ciertamente, Sky no era un hombre fácil de entender.

—Lamento haberte roto el plato —dijo él.

Windy le puso una mano en el hombro.

—No te preocupes por ello. Hoy voy a ir de compras de todas maneras y ya es hora de que reemplace toda la demás vajilla que me rompieron.

Sky sacó de la pila los restos del plato.

—¿Necesitas dinero? Estaré encantado de ayudarte.

—No tienes que hacerlo. Y ahora, espero que no te importe, pero he de irme ya.

Tenía una cita con Edith, una cita a la que no tenía la menor intención de faltar.