Capítulo 9

Bajaron a la playa de la mano. Hacía un tiempo magnífico y la brisa marina los acarició.

Caminaron en silencio hasta la barandilla de la playa y allí se quedaron mirando al oscuro océano.

Tan poderosa como las olas, era la necesidad que Sky tenía por esa mujer. Una necesidad que iba más allá de la lujuria. Algo tan fuerte que lo aterrorizaba.

Se volvió hacia ella y la admiró a la luz de la luna.

Windy cerró los ojos y se estremeció.

—¿Tienes frío? —le preguntó él.

Ella abrió los ojos y, muy lentamente, agitó la cabeza.

—Estoy nerviosa de nuevo.

Sky se quitó el sombrero y se acercó más a ella.

—Dulce Bonita Windy —dijo apretando la frente contra la de ella—. Eres tan inocente...

—Supongo que lo soy, comparada con las mujeres a las que debes estar acostumbrado.

—Sí —dijo él mirándole decididamente al escote.

Pudiera ser que fuera inocente, pero esa noche estaba preciosa. Una diosa de la lujuria.

—Sky, ¿qué estás haciendo?

—Mirando tu vestido. Me gusta.

—Eso no es muy educado...

—Lo siento. Llevo todo el rato pensando mirarte detenidamente y no he podido evitarlo.

Windy se rió.

—Eres un pícaro, ¿lo sabías?

¿Un pícaro? Ya le enseñaría lo que era ser un pícaro. Bajó la cabeza hasta rozarle el escote.

—Oh, cielos. ¿Qué estás haciendo ahora?

El cabello de él le rozó la parte superior de los senos y ella se rió de nuevo.

Una pareja mayor se acercó, el hombre los miró por encima del hombro y la señora levantó la barbilla e hizo un gesto de disgusto. Windy, avergonzada, volvió a reírse.

—Sky, estamos dando un espectáculo.

—¿Sí? Entonces vamonos a jugar a la playa.

—No voy vestida como para jugar en la playa.

—Entonces deja que te desnude para poder jugar en la playa.

—Te estás riendo de mí —respondió ella acariciándole el sedoso cabello.

—Estoy pensando en desnudarte. Llevo todo el tiempo pensándolo.

—Me desnudas con la mirada. Haces que me sienta vulnerable.

Sky apretó la mejilla contra la de ella.

—No quiero hacerte vulnerable, Windy —susurró—. Quiero que estés a gusto —dijo él apretándose contra ella para que pudiera sentir su excitación.

Ella se agarró a los brazos de él para sujetarse y respiró profundamente.

—¿Quieres ver cómo sabe mi lápiz de labios ahora? —le preguntó.

Sky aceptó lo que le ofrecía y le lamió los labios con la lengua, saboreando la esencia de esa mujer y del lápiz de labios a la vez.

Entonces ella le tomó el rostro entre las manos y lo saboreó a él. Su lengua le recorrió los labios, la barbilla y, por último el cuello hasta llegar a detrás de la oreja.

Sky casi se desmayó.

Dejó caer el sombrero al suelo y le tomó a su vez el rostro entre las dos manos. Se besaron feroz e incontroladamente. Cuando la lengua de él se introdujo en la boca de Windy, ella correspondió desesperadamente. Se besaron una y otra vez, separándose de vez en cuando para tomar aire.

Windy le metió las manos en los bolsillos traseros de los vaqueros y lo hizo apretarse contra ella. Sintiendo su necesidad, él la acarició por todas las partes a su alcance.

Windy se sentía bien. Muy bien. Quiso que él la llevara a la playa y la tumbara en la arena. Quiso que se enterrara tan profundamente en su interior que sus cuerpos se movieran como uno solo.

Atrapado en su fantasía, Sky empezó a levantarla del suelo. Su mente estaba llena de sexo, de imágenes carnales y deseos primitivos. Quiso agarrarle el trasero, hacer que le rodeara la cintura con las piernas y frotar su calor contra el de ella. No le importaba que estuvieran en un lugar público y que se estuvieran comportando como dos gatos en celo.

Pero a ella, al parecer, sí que le importaba y se apartó de él.

—¿Qué pasa? —le preguntó. Windy se limitó a mirarlo con la boca abierta.

—Sky... —le dijo y se rió un poco avergonzada. Él miró a su alrededor. Había poca gente cerca y ninguno parecía estar prestándoles atención.

—¿Crees que tenemos audiencia? —le preguntó. Ella se encogió de hombros, aún visiblemente avergonzada.

—Estábamos... Quiero decir, no deberíamos haber...

—Nos estábamos besando, querida —dijo él sonriendo—. Y ha estado muy bien. Tremendamente bien. El mejor sexo mental que he tenido en mi vida.

—¡Sky!

—Admítelo. Tú también estabas teniendo el mismo sexo mental. Ella se estremeció. —Eres un pícaro, Skyler.

—Admítelo, Bonita Windy. Estabas pensando en...

—De acuerdo —lo interrumpió ella—. Lo estaba haciendo. Pero nos estábamos dejando llevar. Yo nunca antes había actuado así en un lugar público.

—Ya te dije que deberíamos.

—Y, probablemente, nos habrían detenido —dijo ella mientras se arreglaba el vestido.

Sky se rió.

—¿Te imaginas lo que haría Edith si la llamáramos desde comisaría para que nos sacara de la cárcel?

—Te habría despellejado vivo —dijo ella sonriendo y acercándose de nuevo a él.

—¿Quieres un postre?

—Claro. ¿Dónde está tu sombrero?

—¡Demonios!

Se separaron y se pusieron a buscarlo por el suelo. No estaba por ninguna parte, pero él no estaba dispuesto a seguir mucho tiempo con la búsqueda. Andar por en medio de la oscuridad buscando un sombrero negro no era su idea de diversión. Siempre se podía comprar otro.

—¿Crees que alguien te lo haya robado?

—Puede. O tal vez se lo ha llevado el viento.

—¿Lo dejaste caer?

—Sí, a propósito. Estorbaba.

Ella se rió.

—Eres adorable, Sky.

—Las muñecas son adorables. Los tipos como yo somos peligrosos.

No tenía derecho a desearla tanto ni a animarla para que lo deseara a él. Windy tenía razón. Habían llegado demasiado lejos. Ésa sería su primera y última cita, si no, Él terminaría por aprovecharse de ella. Ya había hecho demasiadas cosas desagradables en su vida y no tenía ninguna intención de hacerle daño a Windy. Ella se merecía algo mejor. Esa cita había sido un error, lo mismo que el beso.

Poco después estaban sentados en un banco de hierro delante del kiosco de los helados, cada uno con uno en la mano, tomándoselo pensativamente y en silencio.

Cuando terminaron, él se levantó y tiró los restos a la basura. Luego volvió a sentarse al lado de Windy y ella lo miró. Era muy distinto de los hombres de los que se había imaginado a sí misma enamorándose.

¿Amor? Miró entonces a la carretera, por donde pasaba un coche lleno de adolescentes ruidosos. ¿Qué la hacía pensar en eso? Se dijo a sí misma que sus hormonas, combinadas con la brisa marina y el entorno romántico. Sí, cierto, ¿qué pasaba con ese vaquero que dominaba sus pensamientos, ese jinete de ojos azules que había invadido sus sueños? ¿No era él responsable de lo que sentía? ¿De su miedo a enamorarse?

Sí, pensó y lo miró una vez más. Lo era. Había algo más que amistad entre ellos. No le gustaba vivir en una negación constante. Si su corazón se había mezclado con el de él, entonces se iba a tener que enfrentar a ello. En otro momento. Cuando no estuvieran en un sitio tan romántico y no ansiara tanto tocarlo. Ahora lo que quería era quitarle ese ceño fruncido a besos.

Sky vio que lo estaba mirando y se aclaró la garganta antes de decirle:

—Querida, hay algo de lo que deberíamos hablar.

Por un momento a Windy le entró el pánico. ¿Sabría él que sus sentimientos estaban por encima de la lujuria? ¿Que peleaba con sus emociones? ¿Que, de repente, quería tenerlo con ella para siempre?

—No creo que debamos salir más —dijo él—. Ni volver a besarnos.

—¿Por qué no?

—Porque esto del celibato no es fácil y besarte me hace querer dejarlo. Y tú no eres como las demás mujeres con las que he salido. Tú no te acuestas con todos los vaqueros que se te ponen delante. Te estás manteniendo para el tipo adecuado.

Ella deseó que él pudiera ser ése.

—La gente puede salir sin acostarse juntos.

Él se rió sarcásticamente.

—Yo no puedo. Y, además, nosotros vivimos juntos. Nuestras habitaciones no están muy separadas. Si hacemos el amor, sólo será para que tú termines herida. Salir juntos no merece el riesgo.

—Mi virginidad no es una enfermedad, Sky. Es una elección. Lo mismo que tu celibato. Los dos somos capaces de pasar tiempo juntos sin tener que hacer el amor. El sexo no tiene que ser parte de eso de salir juntos o de llegar a conocer a alguien. Tal vez ya sea hora de que aprendas a tener una relación con una mujer sin tener que acostarte antes con ella.

—Esto está bien —dijo él agitadamente—. Ahora estás haciendo que todo esto sea una lección de psicología.

Ella se cruzó de brazos.

—No es así.

—Sí. Es una lección peligrosa, Windy. Porque quieres hacer como si estuviéramos en los años cincuenta o algo así y podamos estar de la mano en el porche de tu casa sin ir más lejos. Yo no soy así. Y me siento demasiado atraído por ti como para querer hacerme pasar por esa agonía. Conmigo es o todo o nada, querida.

Windy cerró los ojos y tomó aire. Luego los volvió a abrir. Nunca en su vida había estado tan confundida. Allí estaba ella, animando a Sky a tener una relación con ella, cuando en lo más profundo sabía que él no era el hombre con quien debiera querer compartir su vida.

—No quiero hablar de esto esta noche —dijo—. No puedo pensar con claridad.

Él le puso un dedo bajo la barbilla.

—Bueno, piensa en esto. A pesar de lo que digas, si empezamos a tocarnos todo el tiempo, terminaremos en la cama. Y créeme, la próxima vez haré mucho más que besarte. Y tú eres de la clase de chica que puede querer un compromiso del hombre con quien se acueste. Y yo no soy de la clase de tipo que te pueda dar más que buen sexo.

Windy tragó saliva. Esas palabras parecían casi románticas viniendo de él. Pero en cierta forma, él tenía razón. Si seguían saliendo, probablemente terminarían acostándose juntos. Ella no podía permitir que eso sucediera sólo por lujuria. Sólo podía acostarse con un hombre al que amara. Y amarlo a él era posible. Su corazón ya había tomado esa decisión.

—Así que volvemos a ser compañeros de casa —dijo ella.

Sky asintió. —Sí.

Windy decidió que tenía que evitar enamorarse de él. Sería su amiga, pero no podía permitirse más. Algún día encontraría el hombre adecuado, uno que quisiera casarse y tener hijos con ella. Él miró a la carretera.

—Supongo que debemos volver a casa —dijo, sin gustarle nada la idea.

Ella logró sonreír y le dijo: —Me lo he pasado muy bien, Sky. Gracias. Mientras volvían a donde estaba aparcada la furgoneta, no fueron de la mano. Y ella supo que tampoco habría beso de buenas noches. Ese breve y romántico interludio había terminado.

Dos fines de semana más tarde, Windy y Sky decidieron ir a montar a caballo.

Sky le contó algunas reglas básicas. No le dijo demasiadas cosas para no atosigarla, cosa que ella agradeció.

—Es muy grande —dijo ella mirando aprensivamente a su montura.

—Que sea grande no significa que sea peligroso —dijo él divertido.

Los ojos le brillaban bajo el Stetson negro nuevo.

El caballo se agitó un poco y Sky le dijo a Windy:

—Quiere que lo acaricies. A los chicos grandes nos gusta.

Windy entornó los párpados.

—¿Ya estás tratando de ligar de nuevo, Sky? Hace dos semanas insististe en que no deberíamos volver a tocarnos. Te agradecería que te decidieras.

—Lo siento. Si no es ligando no sé cómo hablar con una mujer. Y sólo porque haya dicho eso, no significa que no me afecte estar cerca de ti. Es estúpido hacer como si no sintiéramos atracción el uno por el otro, ¿no crees? Por lo menos, si admitimos eso, es algo sincero.

—Supongo.

Dado que ella había preferido que montaran los dos en el mismo caballo, Sky había preferido hacerlo a pelo, ya que una silla sería demasiado incómoda. Así que el caballo sólo llevaba una manta que llevaba estribos y unas riendas.

—Te ayudaré a montar —le dijo.

Windy se agarró a la sujeción y metió el pie en el estribo. Sky le puso las manos en la cintura y, de repente, a ella le temblaron las rodillas.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Un poco nerviosa.

Estaba más que nerviosa.

—Yo estaré justo detrás tuyo, querida, tan pronto como te ajuste los estribos.

La soltó entonces y le pasó las riendas.

Ella las sujetó y miró a su alrededor. Los árboles no parecían tan altos desde allí. De hecho, algunas ramas parecían demasiado bajas y se preguntó cómo iban a pasar por el estrecho sendero sin arañarse.

Él le contó como debían ir los estribos, le preguntó si estaba cómoda y luego le presionó hacia abajo el tacón de la bota. Ella le dijo algo de que había hecho ballet cuando pequeña y él se rió. Entonces las puntas de las botas bajaron de nuevo automáticamente y lo corrigió rápidamente. Los dedos hacia arriba y los tacones abajo.

Pensó que se le iban a romper las piernas. —Échate adelante, querida —le dijo él cuando montó tras ella.

Con Sky se sintió segura. La rodeó con sus brazos e hizo que se apretara un poco contra su cuerpo. Estaba muy cerca. Realmente muy cerca. Pero a ella no le importó nada.

El caballo, un pinto llamado Mister Bear Robin, era más conocido como sólo Robin y le gustó a Windy. Sky siguió sujetándola y dándole instrucciones mientras enfilaban el camino.

Durante las dos horas siguientes disfrutaron del paseo y del contacto prohibido entre ellos. Windy guiaba al caballo con las riendas, pero estaba segura de que era Sky el que mandaba de verdad con las piernas. Por fin llegaron a una zona con sombras donde desmontaron para almorzar.

Él desmontó primero y luego la ayudó a bajar. Cuando sus pies tocaron el suelo, le fallaron las rodillas y él la sujetó. Se quedaron mirándose el uno al otro y él sonrió y le acarició la mejilla. —Lo has hecho bien, querida.

—Gracias. Pero no creo que esté lista para montar sola.

—Con un poco de tiempo...

Luego se sentaron a almorzar, ella su habitual comida vegetariana y él un refresco de cola y una bolsa de patatas fritas.

Le sorprendía a Windy que El pudiera comer esas cosas y aún así mantener en forma su cuerpo. No tenía ni un gramo de más en él. Claro que siempre estaba haciendo ejercicio y al aire libre. Un Tarzán nativo americano y con los ojos azules.

—¿Qué vas a hacer para tu cumpleaños? —le preguntó él.

—¿Cómo has sabido que es pronto?

—Me lo ha dicho Edith.

—Claro... he quedado con una amiga. Probablemente vayamos a cenar y luego al cine. Trabajamos juntas...

Él bajó la mirada y luego le preguntó:

—¿Crees en la astrología? Ya sabes, en los signos del zodíaco y demás.

Windy le dio un bocado a su tarta de arroz y agitó la cabeza mientras masticaba.

—La verdad es que no. ¿Y tú?

Él se encogió de hombros.

—No lo sé. A veces las personalidades de los signos son reales. Como la tuya encaja con tu signo, Cáncer. O Niña de la Luna, como lo llaman algunos. De cualquier manera, por lo que he leído, ya te digo que tú encajas en ella.

—¿De verdad?

El hecho de que él hubiera leído su signo la agradó, aunque ella no creyera en esas cosas.

—¿Cómo somos? —le preguntó ella.

—Dados a la familia. Sensibles, amables. Y las mujeres sois maternales, de las que os gustan los niños.

—Bueno, si me parezco.

Él sonrió entonces.

—Ya te lo dije.

—¿De qué signo eres tú?

—Escorpio. Por lo menos, eso creo. No estoy seguro de si esa identificación falsa tenía mi verdadera fecha de nacimiento o no.

—No habría razón para que cambiaras el día y el mes, sólo el año.

—Sí, supongo. Y los Escorpio se supone que son muy sexuales, así que...

—Así que eso del celibato debe resultarte muy difícil.

—Cierto —respondió él y le dio un trago a su refresco—. Lo estaba haciendo bien hasta que te conocí. El que me esté fallando la resolución ahora es culpa tuya.

—¡Por favor! Yo no soy precisamente una mujer fatal.

—Entonces debes haberme hecho un encantamiento, porque en lo único que puedo pensar es en saltarte encima.

A Windy la enfadó un poco el hecho de que no fuera un encantamiento de amor, sino sólo de sexo. Sky nunca se enamoraría de ella. Para él era sólo una fantasía sexual.

Sky se quitó la camisa y la dejó en la hierba, luego hizo que Windy se tumbara a su lado para disfrutar del sol con él. Momentos más tarde, estaban los dos tumbados en la hierba con las cabezas apoyadas en la camisa. Ella tomó una uva del racimo que se había llevado y se la ofreció a él, diciéndose a sí misma que se tenía que olvidar de esos pensamientos románticos que tenía. Por lo menos eran amigos.

Él miró la uva con curiosidad antes de metérsela en la boca.

—¿Sabías que, si tomas una uva silvestre, la estrujas y te echas el zumo en el cabello, éste crecerá largo y espeso como el vino?

—¿Quién te dijo eso?

—Es un secreto de belleza de los Creek.

Windy se acercó un poco más a él.

—¿En qué más creen los Creek?

—Bueno... Si uno no escupe cuatro veces cuando ve una estrella fugaz, se quedará ciego o se le caerán todos los dientes.

—Eso te lo has inventado.

—No —dijo él levantando los dedos imitando el juramento de los Boy Scouts—. De verdad, querida.

Windy hizo girar los ojos en sus órbitas y él se rió.

—Yo prefiero pedir un deseo. ¿Tú no? —le preguntó ella.

—Sí.

—¿Y qué desearías?

—Supongo que poder cambiar el pasado.

—¿Yeso?

—Arreglaría algunos de mis errores. Haría las cosas de otra manera.

Windy esperó a que él continuara, pero no lo hizo.

—¿Qué cosas, Sky?

—Cosas de las que ahora no quiero hablar —dijo él mirándola—. Ya sé que quieres ayudarme a aceptar quien soy y lo que he hecho, pero hablar de ello no va a cambiar nada. Esas cosas he de solucionarlas yo solo.

¿Qué cosas? ¿Y qué habría hecho él que tan poco le gustaba?

—Sólo recuerdas que, si alguna vez necesitas hablar, yo estoy aquí. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

Cuando Sky miró de nuevo hacia arriba, a las ramas del árbol que los cobijaba, un halcón eligió ese momento para echar a volar. Las hojas al moverse y la magnificencia del animal sorprendieron a Windy. Sky tragó saliva y ella contuvo la respiración. Ninguno de los dos dijo nada mientras el halcón se alejaba de allí.