Capítulo 6
Casi una semana más tarde, Windy estaba sentada a la mesa de la cocina, observando como Sky devoraba una tarta de manzana que Edith les había llevado mientras hablaban de los planes de él para localizar a una joven llamada Lucy. Ella ya sabía que era la esposa de uno de los hombres con los que él se había peleado.
—Al principio pensé que sería fácil —dijo él—. Ya sabes, que sólo tendría que ir al pueblo y preguntar por ella. Pero luego me di cuenta de que no funcionaría. Si el marido de Lucy se enteraba de que otro hombre andaba preguntando por ella... No debería haber provocado esa pelea, pero en lo único que pude pensar era en lo pequeña y asustada que parecía ella. El tal Hank no quería ni darle a ella las llaves del coche. Y créeme, él estaba demasiado borracho para conducir.
—¿El otro hombre era el hermano de Hank? —preguntó Windy.
—Sí. Los dos eran grandes, unos desagradables hijos de...
—Skyler —lo interrumpió Edith—. Por favor, cuida tu lenguaje. Estás en presencia de damas.
La cara que él puso fue como la de un niño regañado.
—Lo siento...
Windy contuvo una sonrisa.
—Sky, ¿has pensando volver a ese bar e invitar a una copa a Hank? ¿Tal vez disculparte con él?
—No funcionaría. Él me pegaría y luego preguntaría.
—Puede que no si vas con una mujer. Tengo la sensación de que alguien como ese tipo disfrutaría viéndote disculparte delante de una mujer. Y yo conozco a la mujer perfecta para eso. Ni más ni menos que una futura psicóloga... —dijo Windy sin dejar de sonreír.
—De eso nada. No te vas a meter en esto.
Ella protestó.
—Piénsatelo. Si está allí Lucy yo podría hablar con ella mientras tú te humillas con Hank.
—No —repitió él más firmemente.
Edith fue en ayuda de Windy.
—Es una buena idea, Sky. Y, probablemente, la única manera que tienes de localizar a esa gente sin llamar la atención sobre ti. Aunque Lucy no esté allí, eso te daría la oportunidad de aparecer por el territorio de Hank y parecerás menos amenazador todavía si llevas contigo a una mujer.
Sky frunció el ceño.
—No me gusta, pero tiene sentido. Tarde o temprano nos encontraríamos con Lucy y, si yo sigo invitando a cerveza a Hank tal vez llegue incluso a considerarme uno de sus compañeros de borrachera —dijo y miró a Windy—. Y es posible que Lucy pueda necesitar a una mujer con quien hablar...
—Es cierto —dijo Edith—. Pero recuerda que puede que esto no funcione como quieres. Lucy puede tener muchas excusas para no dejar a su marido.
—Sí, pero le tiene miedo. Lo vi en sus ojos.
—A menudo, es ese miedo la razón por la que se quedan las mujeres. Si se marchan saben que sus hombres las irán a buscar y esa posibilidad les aterroriza. —Entiendo. ¿Qué me dices, monada? ¿Nos vamos de bares esta noche? —le preguntó a Windy.
Ella hizo un esfuerzo para aparentar calma mientras una oleada de excitación la recorría.
—Bueno, vaquero, creía que no me lo ibas a pedir nunca.
Hank no apareció en el primer bar al que fueron, así que fueron a otro de la misma zona esperando pillarlo allí.
Pero tampoco estaba en el bar cuando entraron.
Se sentaron en una mesa y Windy le dijo.
—El tal Hank no está aquí tampoco, ¿verdad?
—No, pero podemos comer algo mientras esperamos. Estoy muy seguro de que lo oí mencionar este lugar. Él quería venir aquí y ella volverse a casa.
Windy le echó un vistazo a la carta que había sobre la mesa.
—No hay mucho que elegir —dijo.
Eso no le sorprendió a Sky, ya que aquello era más un bar que un restaurante y sólo servían cosas como nachos de jalapeños y patatas fritas. Cosas para seguir bebiendo.
Entonces se acercó su camarera, una rubia teñida sonriente y simpática que tomó nota de lo que iban a tomar.
La chica volvió un momento después con una cerveza para él y un ginger ale para ella y se marchó de nuevo.
Sky pensó poner algo de dinero en la mesa de billar para indicar su interés en jugar con alguien, pero se lo pensó mejor. No le parecía que a Windy le fuera a gustar el billar y él tenía que estar atento por si aparecían Hank o Jimmy. No quería que lo pillaran desprevenido.
—Éste no parece el lugar donde alguien se puede meter en una pelea —dijo Windy—. El tipo de la puerta es muy grande.
—No te dejes engañar por el hecho de que el último sitio donde estuvimos fuera una cueva. Echa un vistazo a tu alrededor, querida.
Cuando lo hizo se dio cuenta de que tanto los hombres como las mujeres tenían aspecto de gente dura y hosca. Sky sabía que él pegaba bastante bien allí y se imaginó que los rizos salvajes de Windy habían hecho pensar a la camarera que ella era una de ellos. Las niñas buenas no tienen ese cabello de dormitorio. La naturaleza se la había jugado en eso a la Bonita Windy.
Ella lo miró de nuevo.
—¿Cómo encontraste tú esto? Tienen un aspecto patibulario.
Él tomó la cerveza que pretendía que le durara todo el tiempo posible. Quería oler a la bebida favorita de Hank cuando apareciera.
—Bueno, yo soy como ellos.
La camarera les llevó unas patatas para los dos.
—Si queréis algo más decidlo ahora. Vamos a cerrar la cocina.
—Con esto habrá —respondió Sky.
Sabía perfectamente que Windy no comería apenas. No tenía nada en común, ni siquiera el apetito. Para ser una chica a la que le gustaba cocinar, no comía casi nada.
Entonces se puso a mirar hacia la puerta de nuevo.
—¿Has visto algo interesante? —le preguntó ella.
—No.
Pero Sky había apartado apresuradamente la mirada y ella se lo había notado. Una camarera pelirroja le había sonreído desde el otro lado de la sala, recordándole que no había tenido nada que ver con el sexo opuesto desde hacía ocho meses.
—¿Y esa camarera pelirroja que no deja de mirarte? —insistió ella—. ¿No crees que es interesante?
Sky se preguntó si él era tan transparente o ella tenía ojos en el cogote.
—No está mal.
—Yo diría que es una máquina del sexo con piernas.
Sky sonrió sin poder evitarlo.
—¿Estás celosa Bonita Windy?
Ella apartó la mirada.
—Tu gusto con las mujeres no es asunto mío. Tú y yo sólo somos compañeros de casa.
Aquello ya había llegado demasiado lejos, así que Sky le dijo:
—Eso es una tontería y los dos lo sabemos. Si la atracción que sentimos fuera un juego de química, ya habríamos volado la casa.
Ella tuvo la sinceridad de reírse a pesar de los nervios que le habían producido esas palabras.
—La química era lo que se me daba peor.
Él suspiró entonces y le dijo:
—Creo que hay algo que debo decirte.
Ella abrió mucho los ojos.
—Te escucho.
Él acercó entonces su silla a la de ella.
—No tienes que preocuparme de que me vaya a pasar contigo.
—¿Y eso?
—Sí. Que no voy a intentar acostarme contigo —dijo Sky nerviosamente—. He dejado el sexo. Llevo casi ocho meses sin practicarlo.
Ella se quedó boquiabierta.
—¿Por qué? Me pareces una persona muy sexual.
Sky deseó poderle contar alguna mentira, tal como que estaba haciendo alguna clase de penitencia o ejercicio espiritual que se lo prohibía, pero ella se merecía saber la verdad. Sobre todo teniendo en cuenta que era ella la causante del descontrol hormonal que estaba sufriendo.
—Porque a mí nunca me han importado las mujeres con las que me he acostado. Las he utilizado —dijo pasándose una mano por el cabello—. Y créeme, han sido muchas. Demasiadas...
Ella lo miró fijamente.
—¿Te estás castigando a ti mismo, Sky?
¿Lo estaba haciendo? Creía que sí, por abandonar a su hijo, por no saber cómo comprometerse.
—No está en mí el relacionarme emocionalmente con una mujer, pero por otra parte, acostarme con ellas me parece mal. Así que pensé que, si me mantenía apartado del sexo, ya no habría más mañanas de después por las que sentirme mal.
Ella le acarició una mejilla.
—Creo que entiendo por qué lo has hecho, pero no vendas baratas tus capacidades emocionales. Eres un hombre amable y decente. Tienes mucho que ofrecer. Lo único que necesitas es a la mujer adecuada.
Sky cerró los ojos y disfrutó del contacto de la mano de ella. Tenía manos de curadora, y corazón de curadora también. Había dicho que él era amable. Decente. Si tuviera el valor de contarle todo... Pero si lo hacía, ella lo odiaría. Windy había dedicado su vida a los niños y él había abandonado a su hijo. Ella nunca lo perdonaría por ello.
Abrió los ojos y la miró.
—Un final feliz. La mujer perfecta, el hombre perfecto. Yo no creo que existan los cuentos de hadas.
Ella apartó la mano de su mejilla y tomó su bebida.
—Yo sí creo en ellos. De hecho he basado algunas decisiones importantes en esa teoría —dijo sonriendo—. Todavía sigo esperando al hombre adecuado.
Esas palabras, viniendo de ella sólo podían significar una cosa.
—¿Me estás diciendo que nunca has practicado el sexo? —le preguntó él sorprendido.
Windy asintió.
—¿Te sorprende?
—¿Sigues esperando a tu noche de bodas?
—No necesariamente, aunque siempre he pensado que eso sería muy romántico.
Eso le produjo una extraña envidia. Algún tipo iba a tener la suerte de hacer el amor con la Bonita Windy, se la llevaría a la cama, le quitaría el camisón, le recorrería ese cuerpo lujurioso con las manos...
—Tú te mereces ese sueño. Un marido, hijos, una casa con jardín. Lo que quieras.
—Gracias, pero no te olvides de mi trabajo. En la actualidad, las mujeres casadas siguen trabajando.
—Sí.
Se la imaginó casada con otro profesional. Tal vez un médico. Alguien inteligente y exitoso. Un tipo sin su bagaje emocional. Un tipo que amara a los niños. También sería atractivo, de la clase de hombres que se sienten cómodos con traje y corbata. Le dio un trago a su cerveza. Ya odiaba a ese tipo.
Ella le dijo entonces:
—Me alegro de que hablemos de esto. Creo que quitará algo de la presión que hay entre nosotros. ¿Qué puede pasar? Yo soy virgen y tú mantienes el celibato.
—Sí. Somos una buena pareja.
—Podemos concentrarnos en ser amigos —dijo ella—. Es posible que un hombre y una mujer sean amigos.
¿Estaba tratando de convencerlo a él o a ella misma?
—¿Quieres otro refresco? —le preguntó él al ver su vaso vacío.
—Sí, por favor. Hace calor aquí.
—Sí.
El calor parecía seguirlos.
Se volvió a llamar a la camarera y se llevó una sorpresa.
—Hank acaba de entrar —dijo—. Y también Lucy.
Windy le echó un vistazo a la pareja que entraba por la puerta y se sintió mal. Hank era mucho más grande de lo que se había imaginado y sus enormes brazos salían de las mangas de una camiseta sudada. Iba sin afeitar y el cabello oscuro casi afeitado.
Lucy, pálida y delgada, se agarraba a su brazo como si su vida dependiera de la generosidad de ese tipo. Llevaba un cigarrillo encendido en la mano. Su ropa estaba limpia pero estaba gastada. El rojo cabello también parecía limpio pero igual de gastado.
Se dirigieron a una mesa cerca de la máquina de discos y el camarero le dijo a Lucy que apagara el cigarrillo. Al parecer, en ese antro se seguían las leyes del estado de California sobre fumar en lugares públicos.
Sky le hizo una señal a la camarera y le pidió otro refresco antes de señalarle a Hank y Lucy.
—Diles a esos dos que están invitados.
—¿Ese gorila es amigo tuyo? —preguntó la chica.
—Le debo un trago.
—Es tu dinero...
La chica se marchó entonces.
Sky y Windy intercambiaron una mirada.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó ella.
—Esperar y ver qué pasa. Prefiero que sea Hank el que venga aquí.
Ella respiró profundamente.
—No pensaba que fuera a venir Lucy. ¿Y tú?
—No. Supongo que una parte de mí esperaba que lo hubiera dejado esa misma noche. Que se hubiera llevado a los niños con ella y hubiera desaparecido. ¿Por qué crees que la trae a estos sitios? Yo creía que esa gente preferían irse de copas sin sus mujeres.
—La mayoría de los hombres que pegan a sus esposas son muy posesivos. Si Hank la trae con él es para poder tenerla controlada.
Sky le dio un trago a su cerveza.
—Seguro que se enfadó mucho por lo que hice la semana pasada y que lo pagó con ella.
Windy le apretó una mano con la suya.
—No te puedes culpar a ti mismo por lo que hagan los demás.
Para ser un hombre que decía que no se podía dar emocionalmente, pensó ella, se pasaba mucho tiempo protegiendo a los demás.
Primero a Edith y ahora a Lucy, que ella supiera.
La camarera les llevó el refresco de Windy.
—Aquí tenéis —dijo y señaló a Hank—. Dice que no quiere que le invites a nada. Y no ha sido muy educado, precisamente.
Sky la vio alejarse y maldijo.
—Bueno, nos ha salido el tiro por la culata, ¿no? Ahora nunca podremos hablar con Lucy.
—Ya encontraremos la manera, ¿de acuerdo?
—¿Cómo? Los dos sabemos que Hank no la perderá nunca de vista. ¿Sabes lo que creo? Que ella no tiene ni familia ni nadie que se preocupe por ella.
—Es difícil de decir. Puede haber muchos casos. Puede que su familia viva lejos, o que ella no los deje intervenir en su vida.
Sky agitó la cabeza.
—No. Te lo digo yo. No tiene a nadie. Es huérfana.
Huérfana: Esa palabra hizo que sonara una campana de alarma en la cabeza de Windy. Los adultos rara vez piensan en otros adultos como huérfanos. A no se, por supuesto...
—¿Es lo que te pasó a ti? ¿Perdiste a tu familia?
La desesperación se asomó a los ojos de él.
—Yo... Sí, eso creo, pero no lo sé con seguridad.
—¿Qué es lo que recuerdas?
—Aunque los detalles son muy vagos, sé que viví con las familias de otros cuando era niño.
—Si estabas a cargo del estado eso significa que es posible encontrar la pista de tus raíces. Podríamos ponernos en contacto con los Servicios Sociales...
—¿A cargo de qué estado? —preguntó él.
—De que... ¿Es que no sabes ni siquiera de qué estado eres?
—No —respondió él tranquilamente—. Y Reed no es mi verdadero apellido. No recuerdo cuál es el de verdad, pero sé que no es Reed. Sí soy Skyler, eso lo sé. Ya ves. Tengo lo que se llama una memoria selectiva. Algunas cosas están claras y otras han desaparecido por completo.
—Edith me dijo que es posible que lo recuerdes todo algún día.
Cuando volvió la camarera, los dos no quisieron beber más, pero se quedaron sentados tranquilamente mientras la música country no dejaba de salir del aparato de música.
Media hora más tarde, Sky le dijo a Windy tomándola de la mano.
—Mira, creo que Lucy va al servicio.
Windy observó a la joven atravesar la sala. Le apretó la mano a Sky y se levantó.
—Hank no la puede seguir allí —dijo esperanzada—. Pero yo sí que puedo.