Capítulo 8

—Hola —dijo la niña al entrar en la casa—. Yo soy Melissa. Sky me dijo que no tenía que llamar. Él está ahí fuera.

—Yo soy Windy. La compañera de casa de Sky. Él me dijo que vendrías a visitarnos esta tarde.

—Él está viendo el aceite de la furgoneta. Esa antigualla se lo bebe.

Windy se rió. La niña llamaba antigualla a la furgoneta, mientras que Sky decía que era un clásico.

—A los hombres les encanta hurgar en los coches y furgonetas viejos.

—Ya lo sé.

Cuando Melissa sonreía sus finos rasgos prometían una futura belleza. Sky la había descrito bromeando como una morenita de unos doce o treinta años.

—¿Quieres un refresco? —dijo Windy invitándola a pasar a la cocina.

—Claro, de acuerdo.

Melissa dejó su mochila en la mesa.

—Sky va a pedir una pizza para esta noche. ¿Vas a cenar con nosotros? —añadió la niña.

—Por supuesto.

Windy no se perdería la oportunidad de pasar la velada con esa niña encantadora y un hombre tan cautivador como Sky. Además, su lado curioso quería verlos juntos. La verdad era que él la fascinaba psicológicamente.

Entonces él apareció en la puerta.

—Por fin —dijo Melissa.

—Ya veo que has conocido a Missy, Windy.

—Sí...

—Windy va a cenar con nosotros —afirmó la niña mirando astutamente a Sky.

—¿De verdad?

—Sí, Skyler, lo voy a hacer. Resulta que la pizza me encanta.

Y también le encantaba él, pensó mirándolo a los ojos.

—Entonces vete a por la pizza, Sky —le ordenó Melissa empujándolo hacia la puerta—. Tengo hambre.

—¿Queréis venir? —preguntó él.

—No —respondió Melissa mirando a Windy—. Nos quedaremos aquí.

Cuando estuvieron a solas, la niña le dijo a Windy:

—¿Te gusta cocinar?

—Me encanta. ¿Y a ti?

—Sí, siempre ayudo a mi madre. ¿Quieres casarte algún día?

La pregunta no sorprendió a Windy, ya que, de alguna manera, se esperaba algo parecido.

—Claro. Llevo años planeando mi boda. Lo único que me falta es el novio.

—¿Qué pasa con Sky?

Windy, que estaba preparando una ensalada para acompañar la pizza, dejó la lechuga a un lado, preocupada por a dónde querría llevar Melissa esa conversación de chicas. Respondió de la manera más segura que se le ocurrió.

—Eso, ¿qué pasa con él?

—Le gustas.

—Por supuesto que le gusto. Somos amigos.

Pero sólo con decirlo, el corazón le empezó a latir fuertemente. Sabía perfectamente lo que significaba la frase le gustas en términos juveniles. Y Melissa, con toda su madurez, seguía siendo una chica de doce años que hablaba con el lenguaje de los adolescentes.

La niña insistió más aún.

—Mi madre cree que él quiere ser más que tu amigo. Dice que tú eres la primera chica de la que ha hablado en su vida.

—Es que soy la primera chica con la que ha vivido —dijo ella y trató de cambiar de conversación—. Hablando de chicos, ¿hay alguno que te guste a ti?

—Nicky Cardinal —dijo Melissa suspirando—. Es italiano.

Windy sonrió. —¿Sabe Él que te gusta?

Melissa sonrió también.

—No. Una amiga mía se lo ha dicho. Y él ha estado muy agradable conmigo desde entonces.

—¿Vas a su casa en bicicleta los fines de semana? Melissa se rió.

—No, voy andando. Y llevo mi mejor ropa. Es mayor que yo.

El instinto maternal hizo que Windy le preguntara: —¿Cómo de mayor?

—Un año. Está en octavo.

Siguieron hablando mientras preparaban la ensalada. La niña no dejó de hablar del tal Nicky hasta que, media hora más tarde, se les agotó el tema y Melissa volvió al primero.

—Windy, si Sky te lo pidiera, ¿saldrías con él?

—¿Te refieres a una cita?

—Sí.

—Sólo somos amigos. Él nunca me pediría que saliéramos.

Melissa insistió.

—Digamos que lo hace, hipotéticamente. Windy miró al techo y se mordió el labio inferior. ¿Salir con Sky? ¿Por qué no? No había salido con nadie desde hacía un tiempo y ese hombre la tenía fascinada. Además, una cita hipotética, no cambiaría el curso de sus vidas. Él todavía se iría al final del verano.

—Claro que saldría con él.

Melissa sonrió.

—¿Lo besarías?

Inmediatamente un chorro de calor le inundó el vientre. No le podía decir la verdad a Melissa, que ya lo había hecho.

—¿Qué mujer no querría besar a Sky? —dijo esperando que esa respuesta sonara genérica.

La niña empezó a poner la mesa y sonrió cuando se abrió la puerta de la calle.

—Ha vuelto —dijo.

Sky entró poco después en la cocina con unas cajas de pizzas en las manos.

—Hola, chicas.

Windy se quedó mirándolo fijamente. ¿Cuántas veces había recordado ese beso? ¿Cuántas había recordado la sensación de las manos de él sobre la piel? ¿ El sabor de sus labios?

Dejó las pizzas sobre el aparador.

—De pepperoni para Missy y yo y vegetariana para ti, Windy. Yo diría que estamos listos para comer.

—¿Cómo sabías que soy vegetariana?

—Demonios, vivimos juntos. Me he estado dando cuenta de muchas cosas sobre ti.

Windy lo miró con una cara curiosa. Por simple que hubiera sido esa frase, había sido muy personal. Casi íntima. Y eso la hacía darse cuenta de la fuerza de su atracción. Al parecer, él la había estado observando a ella como ella lo había hecho con él, estudiando cada uno de sus movimientos, sus hábitos, lo que le gustaba y lo que no. Se humedeció los labios. Ahora deseaba besarlo de nuevo incluso más.

Mientras comían, Sky sonreía. Había sabido que Melissa y Windy se caerían bien. Ya parecían viejas amigas. Pero así eran las chicas, femeninas y dadas a los secretos, sin importar la edad que tuvieran. Ya las chicas les gusta la comida para conejos, decidió mientras Windy aderezaba la ensalada. Pocos hombres se conformarían con esas hierbas mientras se pudieran comer una pizza.

Melissa le dio un trago a su refresco y luego se limpió la boca como una dama a pesar de su edad.

—¿Sabes lo que dice mi madre, Sky?

—¿Qué? —le preguntó él al tiempo que se servía otro trozo de pizza.

—Que Windy y tú deberíais salir juntos. Windy tragó saliva y a Sky se le cayó la pizza con la parte del queso para abajo, naturalmente. ¿Cómo se suponía que iba a responder a aquello? sobre todo teniendo en cuenta la forma en que le latía el corazón. Ya había intentado establecer una rutina de salir con Windy. O algo así. Le había ofrecido enseñarla a montar a caballo y ésa era su forma de pedirla de salir. Y ella se había negado. Lo que no era raro, teniendo en cuenta que habían estado de acuerdo en no tener una relación romántica.

Miró a Windy. Se sentía como un idiota. —La amiga de Melissa le dijo a Nicky Cardinal que le gustaba a Melissa —dijo ella rompiendo el incómodo silencio.

Sky no tenía la menor idea de quien era ese Nicky Cardinal, pero dio por hecho que, de alguna manera, la información era importante.

—Eso es —dijo Melissa—. Y ahora Nicky se está portando realmente bien conmigo.

—Ah, ya veo.

Al parecer, Melissa había decidido que Windy le caía bien y había pensado que era su deber femenino obligarlo a él a portarse bien con Windy.

—Bueno, me alegro de que le gustes a Nicky —dijo y cambió de conversación—. Buena pizza, ¿eh?

—¿Así que la vas a pedir que salga contigo o no? —insistió Melissa—. ¿Sabes? Puede que ella te sorprenda y te diga que sí.

Windy se ruborizó y Sky sonrió. Así que esas dos tenían un secreto. Y estaba claro que él era parte de el. De repente se sintió como un niño inexperto, casi le temblaban las rodillas.

A paseo con eso de no tener una vena romántica.

—¿Así que quieres que lo hagamos? —le preguntó a Windy.

Ella asintió tímidamente.

—Claro.

Sky trató de parecer más relajado de lo que se sentía. Lo que él solía hacer no era salir, precisamente, no el en sentido adecuado de la palabra. Bueno, tal vez aquella fuera a ser su primera cita de verdad.

—¿Qué te parece mañana a las seis?

—Bueno, pero tengo cita en la peluquería a las cinco y media. Probablemente no estaré lista hasta eso de las siete.

—Está bien, puedo irte a buscar allí. ¿No te irás a cortar el pelo?

—No. Mi peluquera me ha convencido para que me haga unas mechas —dijo ella tomando entre los dedos un mechón de cabello—. Sólo por delante.

—Mientras no te lo cortes...

Sky deseaba enterrar las manos en esos rizos rebeldes.

Melissa golpeó su plato con el tenedor entonces.

—La gente se besa cuando sale, ya sabéis —dijo encantada.

—Sí, ya lo sé —dijo Sky.

Luego hizo una bola con su servilleta y se la tiró a la cara a esa casamentera adolescente, dándole en toda la frente. Luego todos se rieron.

Windy repasó su apariencia una vez más en uno de los espejos del salón de belleza. Si Sky no aparecía pronto le iba a dar un ataque de pánico. Tal vez eso de la cita no fuera una buena idea, después de todo.

—Te ha quedado perfecto el cabello —dijo la peluquera.

—Gracias.

Muy bien, su cabello estaba bien, ¿pero y el vestido? Windy se estiró el body. ¿Cómo se le habría ocurrido comprárselo de lycra negra? No parecía una profesora. Parecía una mujer de mala vida. Debería haberse puesto cualquier otra cosa, algo más conservador.

—Deja de preocuparte —le dijo la peluquera—. Estás muy bien. Y hablando de estar bien...

La chica soltó un silbido.

—Ese tipo maravilloso que acaba de entrar por la puerta no será con el que vas a salir, ¿verdad?

Windy miró por encima de ella.

—Lo es, y también mi compañero de casa.

—¿Vives con él? Eres una chica con suerte.

—Sí, lo soy —respondió Windy incómoda.

Era muy consciente de que todas las mujeres del salón estaban mirando a Sky y babeaban. Y seguramente también algunos de los peluqueros.

Windy sonrió y se acercó a él. Era muy propio de Sky esconderse tras unas gafas de sol y un Stetson.

La ropa de vaquero que llevaba parecía nueva, camisa negra, cinturón negro con una gran hebilla plateada, vaqueros negros y unas botas brillantes.

—Maldición —dijo él cuando estuvo delante.

—¿Maldición?

—Maldición, qué bien estás —dijo él sonriendo.

La tomó de la mano y salieron en silencio al aparcamiento. Cuando llegaron a la furgoneta, Sky le abrió la puerta. Windy se quedó muy quieta. Sobre su asiento había una solitaria rosa roja.

Se sintió como si se derritiera, tomó la rosa y la olió. Las rosas significaban pasión. ¿Sabría él eso?

—He pensado que podríamos ir al sur —dijo él—. A la playa. Hay un restaurante allí que me gusta, ¿te parece bien?

Ella asintió sin poder decir nada.

Una vez dentro él puso música y Windy le dijo:

—Estoy nerviosa.

—¿De verdad? —respondió él sorprendido—. ¿Por salir conmigo? Querida, vivimos juntos. Sólo piensa en que somos dos amigos que salimos a cenar.

Ella lo miró y sonrió débilmente. Esa idea era imposible, sobre todo porque no podía dejar de pensar si la velada no terminaría con un beso de buenas noches.

El restaurante era un italiano, decorado con muy buen gusto y a la orilla del mar.

Como él no había hecho reserva, cosa habitual, la camarera les dijo que tendrían que esperar unos veinte minutos, así que se fueron al bar.

Sin pensar, Windy le quitó las gafas de sol. Él solía dejárselas puestas muy a menudo cuando entraba en los sitios.

Sky le acarició entonces una mejilla.

—¿Quieres un vino o algo así? —le preguntó—. Eso te quitará los nervios, querida.

—De acuerdo.

—Estás preciosa.

Ella sonrió entonces.

La camarera los interrumpió y Windy pidió un vino y él un refresco.

Cuando él le pasó un dedo por los labios, ella le dijo: —el lápiz de labios tiene sabor a miel.

Ahora fue él quien sonrió.

—¿Podré probarlo?

Ella asintió y se le aceleró el corazón. Eso significaba besarla, ¿no?

Durante la cena charlaron tranquilamente y ella le dijo en un momento dado refiriéndose a la comida:

—Esto está muy bueno.

—Lo mío también —respondió él—. Hey, ¿te has pensado lo de venir a montar conmigo? ella no pudo evitar sonreír.

—¿Ya me estás pidiendo otra cita?

—Sí, supongo que sí. ¿Cómo se podía negar?

—Entonces acepto encantada. Ya era hora de olvidarse de sus miedos y de ese enamoramiento infantil. Además, Sky había hecho parecer eso de montar a caballo como algo glorioso. Un viaje al paraíso.

Después de un momento de silencio, ella decidió llevar la conversación a un terreno más neutral.

—¿Te he contado que mi padre era músico? —le preguntó.

—No, nunca me has hablado de tu familia. De repente ella pensó que Sky podía molestarse por eso. Al fin y al cabo, él no tenía familia y allí estaba ella dispuesta a hablarle de la suya. Sky agitó la cabeza.

—Hey, tranquila. No creas que no me puedes hablar de tu familia. Lo puedo soportar. Ahora háblame de tu padre músico.

Ella se relajó entonces un poco y le agradeció la forma en que él se lo había tomado.

—No lo recuerdo bien. Murió cuando yo tenía cuatro años. Mis padres eran de Ohio, pero se vinieron a California por el trabajo de mi padre. Había esperado encontrar trabajo como músico en un estudio de cine, pero no lo consiguió. Luego trabajó como profesor de guitarra en una academia.

—¿Y tu madre? ¿Qué hacía?

—Era profesora de elemental, como Edith. La echo de menos.

—Edith me dijo que murió hace pocos años.

—Era una buena madre —dijo ella tristemente—. Nunca es fácil criar sola a una hija, pero ella lo hizo lo mejor que pudo.

—Tu también serás una buena madre —le dijo él.

—Gracias. Cuando llegue el momento haré lo que pueda. Ser padres es el trabajo más importante del mundo. Piénsalo. Eres responsable de otro ser humano. Y sin parar. Cuando se tiene un hijo, siempre serás padre.

Él frunció el ceño entonces.

—Eso demuestra que alguna gente no debería tener hijos.

—En eso he de estar de acuerdo contigo. Pero tú no eres de ésos, Sky. Algún día serás un gran padre.

Él suspiró entonces.

—Te equivocas, Bonita Windy. Eso me da mucho miedo.

Ella pensó que debía de ser por sus orígenes. Él no tenía aversión a los niños.

—Te llevas maravillosamente con Melissa. Ella te adora.

—La conozco de toda la vida. Eso es diferente.

Windy sonrió.

—Y, si tuvieras un hijo, ¿no crees que lo conocerías de toda su vida? Nada de lo que digas me hará cambiar de opinión. Llevas en ti ser padre.

Él bajó la mirada.

—¿Crees que me llevaría bien con un adolescente? Tengo entendido que son muy difíciles.

A pesar de que Windy encontró rara la pregunta, respondió tranquilamente:

—Melissa es casi una adolescente.

—Pero es una chica.

Al parecer, él creía que los chicos eran más difíciles de criar. Debía creerlo por experiencia propia, dado el incorregible joven que debió ser él.

—No es como si, de repente, fuera a aparecer en tu vida un adolescente. Si uno tiene un hijo, lo cría desde la infancia. Y estoy segura de que lo harías bien.

Él la miró y respiró profundamente. Luego apartó a un lado su plato.

—Sky, ¿qué te pasa?

—¿Eh? Nada. Sólo que tienes una impresión equivocada de mí.

—No. Eres tú quien tiene una impresión equivocada de ti mismo.

—No, tú. Yo no me voy a casar y no soy de tipo paternal. Las responsabilidades no son de mi estilo. Lo que tú ves en mí es lo que quieres ver, no lo que hay en realidad. No soy ni bueno ni decente.

—Ya te he dicho que nada de lo que me digas va a hacer cambiar de opinión sobre ti. Eres uno de los buenos, Sky.

Entonces él sonrió.

—Y tú, Bonita Windy, eres una auténtica cabezota. Ella le dio un trago a su vaso de agua.

—La verdad es que sigo estando un poco nerviosa.

—¿De verdad? A mí me parece que estás bien.

—¿Sí?

Él siguió sonriendo. —Sí. Muy fina y educada.

A ella le parecía que él estaba muy sexy. Nunca en su vida había deseado tanto tocar a un hombre como esa noche.

—A veces tengo pensamientos impropios —dijo ella humedeciéndose los labios inconscientemente—. Pensamientos salvajes. Últimamente, he estado fantaseando acerca de nosotros.

Al principio Sky se limitó a mirarla fijamente y luego se sintió repentinamente incómodo y los pantalones le apretaron demasiado. —Yo también —dijo por fin.

—Oh... —respondió ella dándose cuenta de lo muy sexual que había sonado lo que le acababa de decir—. No debería haberte dicho eso. Lo siento.

—Hey, no es necesario que te disculpes. Los dos somos adultos jóvenes y saludables que vivimos en la misma casa. Demonios, estamos condenados a...

Entonces, por suerte, apareció el camarero y les rellenó las copas. Después de que se marchara, Sky levantó la suya y dio un buen trago de agua, como si quisiera enfriar sus alteradas hormonas.

—¿Qué me dices? —le preguntó a ella—. ¿Vamos a dar un paseo mientras esperamos?

Windy asintió, agradeciendo la sugerencia. Lo que ella necesitaba en ese momento era aire... Mucho aire fresco.