Capítulo 2

—¡Skyyy!

Él se despertó enseguida de un sueño profundo, parpadeó y trató de reconocer a la frenética mujer que se había metido en su habitación. Al momento sintió un destello de pánico.

—¿Es que está ardiendo la casa? —preguntó.

—¡No! —exclamó Windy nerviosamente—. —¡Hay una serpiente en la bañera! ¡Una serpiente!

Aliviado, él suspiró.

—Está bien, querida. Sólo es Tequila. No te hará daño.

—¿Tequila? —dijo ella y se quedó boquiabierta—. ¿Quieres decir que esa cosa es una especie de mascota? ¿Esa cosa horrible y resbaladiza?

Sky se sentó en la cama, se apartó el cabello del rostro y miró irritado a Windy. Tequila no era «una cosa».

Pero un momento más tarde encontró el asunto divertido. Allí estaba ella, chorreando agua, tratando de sujetar la toalla con una mano y quitándose el champú con la otra. Se mordió el labio para no reírse. Casi sintió lástima por ella. Casi. Esa mujer había insultado a Tequila.

—¡Maldita sea, Sky! —gritó ella—. No me puedo creer que hayas metido una serpiente en esta casa. ¡Una serpiente! Cielo santo, esa cosa es tan grande como yo. Podría haberme dado un ataque al corazón.

—Ya te dije anoche que iba a poner su terrario en el salón.

—Pero yo creí que era un terrario de plantas. O un acuario con pececitos. Si hubiera sabido que te referías a una serpiente... ¡Saca a esa cosa del cuarto de baño!

—Muy bien. Tranquilízate, ¿de acuerdo?

Se levantó y se ató el cordón de los pantalones cortos que usaba de pijama. Vaya una manera de empezar el día, casi cayéndosele los pantalones mientras que su atractiva compañera de piso andaba por ahí envuelta en una toalla.

Miró en el baño y no encontró nada. Cortó el agua, tomó la bata de Windy y volvió a donde estaba ella dando saltitos a la pata coja. Sonrió al verla. ¿Es que se creía que la serpiente le iba a morder un pie?

—Tequila no está en el cuarto de baño. Por lo menos, no la he visto allí, pero hay un agujero en uno de los armarios. No lo puedo tapar hasta que no la encuentre. Puede haberse metido por allí.

—¿Y qué voy a hacer yo?

Vaya, pensó Sky. Se iba a poner a llorar. Le pasó la bata y se volvió, a pesar de que le hubiera gustado ver caer la toalla. Trató de no imaginársela. Tenerla allí, en su dormitorio, ya había sido suficientemente difícil.

—Ya te puedes volver —dijo ella.

La bata rosa lo hizo sonreír. Pero la expresión de susto de su cara hizo que se tragara la sonrisa. Sabía que Tequila era la responsable de su estado y ese conocimiento le resultaba aún más difícil de tragar.

—¿Entrarás conmigo en el cuarto de baño y permanecerás de guardia? Tengo que aclararme el cabello.

—¿Yo? ¿De guardia?

¿El tipo que no paraba de pensar lujuriosamente en ella?

Ella asintió.

—No puedo volver allí sola. ¿Y si la serpiente está escondida? ¿Y si me ataca?

Tequila no atacaría ni a un ratón, pensó él. Bueno, a un ratón sí, pero no a una mujer.

—¿Te da tanto miedo?

Ella volvió a asentir.

—Por favor, Sky.

La forma en que pronunció su nombre lo ablandó del todo.

—De acuerdo.

Windy se ajustó mejor la bata.

—Primero tendré que vestirme.

—¿Eh?

—Que me voy a poner el bañador para ducharme.

Sky no lo pudo evitar y se echó a reír con ganas. Era una chica realmente adorable e inocente. Normalmente él no andaba en compañía de rubitas inocentes en bata.

—Eres demasiado, Bonita Windy.

Ella apretó los dientes.

—No te atrevas a reírte de mí. Esto es por culpa tuya. Tuya y de esa serpiente.

Sky se calmó pero no dejó de sonreír. Ella no tenía ni idea de lo dulce que era realmente.

—Lo siento. Tengo un extraño sentido del humor. Suelo reírme en los momentos menos indicados.

—Una serpiente en la ducha no es algo divertido.

—Puede que no para ti, pero seguro que tus nietos se reirán mucho cuando se lo cuentes.

Ella sonrió entonces lentamente.

—Supongo que, en eso, tienes razón. Pero no tienes ni idea de lo mucho que yo odio las serpientes, he oído cosas sobre las pitones, sobre la forma en que...

—Tequila es una boa —la interrumpió él pensando que las pitones y las boas eran casi lo mismo—. Y te juro que nunca te haría daño. Le gusta la gente.

Windy no pareció muy convencida.

—¿Quieres esperar delante de la puerta de mi dormitorio mientras me pongo el bañador? Por si acaso...

¿Por si acaso qué? ¿Por si la atacaba la serpiente?

Windy se metió e su cuarto y él se quedó afuera con los brazos cruzados. Tequila era inofensiva. El peligroso era él. Después de casi un año de celibato, su sangre de guerrero estaba ardiendo.

Unos tres minutos más tarde, ella abrió la puerta.

—Estoy lista —dijo.

Todavía seguía con la bata puesta y él la siguió de cerca.

Demasiado de cerca. Cuando Windy dudó delante de la puerta del baño, esa detención lo pilló desprevenido y chocó contra ella.

Para que no cayera al suelo la agarró de la bata. Maldición, ya la tenía de nuevo casi en sus brazos. Casi.

Tomó aire y la soltó.

—No te he hecho daño, ¿verdad, querida?

—¿Eh? Oh, no, estoy bien.

Al parecer estaba más preocupada por las andanzas de Tequila que por su proximidad, así que asomó la cabeza por la puerta del baño.

—¿Te importa ir delante?

—Claro que no.

Cuando pasó a su lado, Windy le tomó la mano.

Sky contuvo la respiración. Ese contacto había puesto a cien sus hormonas. Entrelazando los dedos con los de ella entró lentamente en el baño, disfrutando de ese placer por un momento.

Aún de la mano, se acercaron a la bañera y, después de echar un vistazo, Windy apartó la mano.

—Espera en el lavabo. Y vuélvete.

¿Volverse? Demonios, ella llevaba un bañador bajo la bata. Después de sacarlo de esa forma de la cama y tentarlo con la toalla anteriormente, lo menos que ella podía hacer era mostrarse un poco.

—¿Te pones la bata cuando vas a la playa? —le preguntó.

—Calla, Sky. Y vuélvete.

Él casi se rió.

—¡Skyler!

—¿Estás segura de que quieres que lo haga?

—Lo digo en serio.

—Muy bien, muy bien...

Él se acercó al lavabo y se volvió. Cuando oyó el agua corriendo, luchó contra su conciencia para no volverse.

Por fin su conciencia perdió y se volvió sonriendo.

La bata estaba en el suelo y sólo esa visión le alteró el pulso. Se dijo que tenía que detenerse antes de que fuera demasiado tarde.

Pero se merecía un vistazo. Sólo uno.

Tomó nota mentalmente de recompensar a Tequila por todo aquello, se sentó en el borde del lavabo. Ella era una silueta que se vislumbraba a través de la cortina del baño.

Entonces no pudo dejar de imaginarse la escena de ambos bajo la ducha, ella recorriéndole el pecho con las manos y él soltándole el bikini. Maldición. La habitación se estaba llenando de vapor de la ducha y, tal vez del que le salía a él.

Cuando Windy abrió la cortina, él siguió mirándola. Sabía perfectamente que su mirada debía reflejar todo el sentimiento de culpa y ansia que lo embargaban. Se sintió como un niño al que hubieran pillado haciendo alguna travesura, sonrió como disculpándose.

Ella tomó la bata y Sky se preguntó qué debía hacer ahora. La Bonita Windy lo tenía haciendo el idiota como un adolescente sin ningún control sobre sus alteradas hormonas. Y ella estaba como para comérsela. Con los ojos muy abiertos, las mejillas coloradas y el cabello húmedo.

Ya era hora de salir de allí, pensó él y apoyó firmemente los pies en el suelo.

—Voy a buscar a Tequila —dijo corriendo hacia la puerta.

Sky se pasó hasta la tarde buscando a la serpiente Era culpa suya que a Tequila se le diera bien eso de esconderse, ya que la había habituado durante años a ese tonto juego. Normalmente, él se cansaba del juego antes que ella, así que abandonaba la búsqueda y se ponía a ver la televisión. En su momento. Tequila salía siempre a la luz, se acomodaba en su regazo y se quedaba dormida.

Por supuesto, eso había cambiado, gracias a Windy. Una vez más Sky se encontró de nuevo en un bar en vez de viendo la televisión en casa, que era lo que le apetecía. Pero quedarse en casa con ella lo ponía nervioso. El celibato que se había auto impuesto le estaba resultando una tortura ahora. Al parecer la única cura era un buen trago. Bueno, no la única, pero podía ser que a Windy no le gustara la alternativa.

Esta vez no fue al de la vez anterior, sino que se fue a un pueblo pequeño en el desierto. Un sitio pequeño donde la gente se metía en sus propios asuntos. No había nada de nada, sólo una barra gastada, un taburete roto, un whisky y paz mental.

—Aplasta ahí el trasero y calla.

Sky sabía que no debía volverse, pero lo hizo. Esas palabras provenían de un hombre grande y rudo que iba con una pequeña pelirroja y acababan de entrar por la puerta. El hombre le hizo una seña al camarero, agarró a la pelirroja del brazo y se sentaron en una mesa justo detrás de Sky.

—Tráenos un par de cervezas —dijo el tipo.

—Claro, Hank —dijo el camarero.

La mujer protestó tímidamente.

—Yo no quiero una cerveza, Hank. Sólo quiero irme a casa.

—Voy afuera un momento —dijo Hank levantándose—. Y cuando vuelva no quiero oír tus quejas. Jimmy va a venir a echar un trago con nosotros y, por una vez, me gustaría disfrutar de una tarde con mi hermano.

Sky vio salir al hombre. Un tipo de anchos hombros y gran barriga. Se maldijo a sí mismo. Maldijo lo que estaba a punto de hacer.

—¿Estás bien? —le preguntó a la pelirroja y se acercó a su mesa.

Mientras hablaba se dedicó a juguetear con el paquete de cigarrillos que se había sacado inconscientemente del bolsillo.

Ella lo miró con ojos vacíos. Parecía demasiado mayor como para haberse escapado de casa y demasiado joven para tener ese aspecto tan ajado. La chica miró con ansia el paquete. —¿Quieres uno?

Ella asintió y Sky se sentó, sacó un cigarrillo y se lo encendió.

—Será mejor que te marches antes de que vuelva Hank —dijo la chica saboreando el cigarrillo—. Tiene mal carácter.

—Eso ya me lo he imaginado —dijo él cuando el camarero llevó las cervezas que había pedido Hank—. ¿Cómo te llamas? —Lucy.

—¿Qué edad tienes, Lucy? —Veintitrés. ¡Maldición! —¿Es Hank tu novio?

—Marido —respondió ella mirando a la puerta—. Tenemos dos hijos.

—¿Te hizo él esto? —dijo Sky señalándole una marca desvaída que tenía en la mejilla izquierda. Ella apartó la mirada.

—¿Por qué me estás hablando? Buena pregunta. Ella tenía veintitrés años, tenía dos hijos y un marido que la pegaba. ¿Cómo se suponía que él podía ayudarla?

—Creo que parece como si Hank necesitara encontrar a alguien de su mismo tamaño. No sé mucho de estas cosas, pero tengo entendido que hay sitios a los que se puede ir si se necesita ayuda. Albergues para mujeres o algo así. Estoy seguro de que la policía podría...

—¿Qué eres tú? ¿Un buen samaritano?

—No. Me han llamado de todo menos eso.

Lucy casi sonrió.

—Será mejor que te vayas.

Él dejó un par de cigarrillos sobre la mesa.

—Encantado de haber hablado contigo, Lucy.

Cuando Sky se volvió, se encontró cara a cara con

Hank.

—¿Qué estabas haciendo aquí con mi esposa, mestizo?

¿Mestizo?

—Sólo le estaba dando un cigarrillo. Entonces vio que había dos Hanks. Dos igual de grandes y desagradables.

—Mantente apartado de la mujer de mi hermano, mestizo —dijo el segundo Hank—. Por aquí no nos gusta la gente de tu calaña.

Ese debía ser el tal Jimmy. Una familia encantadora.

—Chicos, no sé si lo sabéis, pero a los de mi clase se nos llama ahora nativos americanos.

Y los mestizos eran reverenciados en la nación Creek, pero no quiso decírselo. Uno o dos de sus mestizos antepasados habían sido jefes. ¿Pero qué les importaría a aquellos dos que él descendiera de la aristocracia Creek?

Hank tomó los cigarrillos de la mesa mientras sonreía a su hermano.

—Toma tus cigarrillos y vete, ojitos azules. Sky apretó la mandíbula cuando ese tipo le aplastó los cigarrillos en el pecho. Se moría de ganas de partirle la boca a ese tipo. Pero los viejos tiempos de peleas en los bares ya habían pasado.

—Iré a terminar mi copa —dijo.

—Hazlo —intervino de nuevo Jimmy dándole un empujón y Sky apretó los puños.

Se dijo a sí mismo que no tenía que hacerlo. Un par de idiotas como esos no merecían que él se pasara la noche encerrado. Además, ¿qué le había hecho pasar a él por ese agujero? ¿Cuántas veces se había visto en situaciones similares? Bares cochambrosos en medio de la nada. Camioneros, motoristas, campesinos y otros vaqueros. Se había pegado con todos ellos. Lo inteligente era marcharse sin mirar atrás.

—Como ya he dicho, voy a terminarme mi copa.

Hank y Jimmy se sentaron y Sky pudo oír como Hank regañaba a Lucy. Maldición, sólo le había puesto peor las cosas a esa chica.

Eso lo llevó a pensar de nuevo en esa otra chica, la rubia.

¿Qué mujer decente lo podía querer a él? Sobre todo una mujer que dedicaba su vida a los niños. Lo que él había hecho lo convertía en un hombre poco honorable. Un verdadero hijo de mala madre. La clase de tipo que no tenía derecho a mirar a una mujer como Windy y mucho menos a fantasear sobre ella.

Y eso que sólo recordaba algunas cosas de su pasado...

Sabía que ella lo encontraba atractivo. Pero destruir esa atracción le podía resultar muy sencillo. Lo único que tenía que hacer era contarle que había sido padre adolescente y que había abandonado a su hijo, que había sido tan egoísta como para no aceptar su responsabilidad.

Miró su copa vacía. Deseaba encontrar a su hijo y arreglar las cosas. ¿Pero cómo podía hacerlo? Todavía tenía que recordar el nombre del chico, quién era la madre o lo que había sucedido.

Para entonces ese chico debía tener unos diecisiete años, prácticamente un hombre. Sky cerró los ojos y frunció el ceño. Se produjo una conmoción que lo sacó de sus pensamientos. Hank y Jimmy, borrachos como cubas, estaban en la puerta mientras Lucy intentaba quitarle a Hank las llaves del coche.

—Hank, querido, deja que conduzca yo —decía suavemente.

Sky volvió a cerrar los ojos, pero eso no le sirvió de nada. Podía oler el miedo de Lucy. La frágil y pequeña Lucy, que tenía demasiado miedo para huir. Y para no hacerlo. Se agarró al taburete como para mantenerse sobre él. Los problemas de los demás no eran cosa suya. Él ya tenía bastantes.

Le dijo al camarero:

—¿No es responsabilidad suya el que la gente no conduzca borracha?

El camarero gruñó:

—Hank no está tan borracho.

No, no estaba tan borracho, pensó él mientras los veía salir con Lucy detrás.

—Deme otro —dijo deslizándole la copa hacia él. Si se iba a tener que pegar con un par de campesinos, entonces sí que necesitaba otro whisky.

Mientras se lo tomaba, pensó que ésa era la última vez que pisaba un bar en esa temporada. Por muy guapa que fuera su compañera de piso. Tuvo la sensación de que le iban a dar una buena. Hank y Jimmy podían estar borrachos, pero seguían siendo dos.

Bueno, demonios, se dirigió a la puerta. Si el que le pegaran un poco significaba que Lucy tuviera la oportunidad de hacerse con las llaves del coche, entonces merecería la pena.

El sol radiante que se colaba por la ventana de la cocina no sirvió para mejorar el humor de Windy.

Sky no había aparecido en toda la noche y eso la preocupaba. Había estado pensando demasiado en su compañero de piso, se sentía demasiado atraída por él.

¿Dónde podía pasar un hombre toda la noche?

Abrió el frigorífico y se le ocurrió la respuesta. En casa de una mujer, por supuesto. Había pasado la noche con una mujer. Con otea mujer.

Cielo santo, estaba realmente celosa. Celosa de que Sky sonriera a otra mujer, tocara a otra mujer, besara a otra mujer.

Metió unas rebanadas de pan en la tostadora y se dijo a sí misma que Sky tenía todo el derecho a tener una vida personal y, un hombre con su aspecto, probablemente tendría un montón de amantes. ¿Y por qué tendría que importarle a ella? Apenas lo conocía.

Estaba desayunando cuando el ruido de la puerta de la calle la sobresaltó. Sky estaba en casa. ¿Debería volverse? ¿Hacer como si no hubiera estado pensando en él? ¿Saludarlo como si nada? ¿Evitar su mirada?

Oh, sí, tenía que evitar mirar esos ojos...

—Hey, Bonita Windy —dijo él.

Ella respiró profundamente, se volvió y lo miró.

—¡Cielo santo, Sky! ¿Qué te ha pasado?

Allí estaba él, con la camisa arrugada y llena de sangre, los vaqueros hechos un asco y las botas más sucias de lo normal. Con un ojo morado y sangre coagulada en los hinchados labios.

—He tenido un pequeño accidente.

A Windy se le aceleró el pulso.

—¿De coche?

Él guiñó el ojo que le quedaba sano.

—No, mi cara tuvo un accidente al chocar con el puño de alguien.

Ella agitó la cabeza. ¿El puño de alguien? ¿Se había peleado? Inmediatamente le entró el instinto maternal. Quiso regañarlo y abrazarlo. Limpiarle la sangre del labio y curarlo.

—Deja que me imagine. Estabas bebiendo anoche y te metiste en una pelea. Oh, y había una mujer por medio.

—Algo así. Pero no había bebido lo suficiente. Y eran dos.

—¿Dos mujeres? ¿Te peleaste por dos mujeres?

—No. Me peleé con dos hombres. Sólo había una mujer. Estaba casada con uno de ellos y el tipo era un animal.

—¿Te peleaste con el marido de esa chica porque era un animal?

—Sí, algo así.

—¿Por qué no te sientas y me lo cuentas mientras yo te limpio las heridas?

A él no pareció hacerle mucha gracia, así que Windy añadió:

—Te prometo que no te haré daño.

Sky sonrió como pudo y a ella un extraño calor la recorrió de la cabeza a los pies.

—Muy bien, enfermera Windy. Adelante.

Windy sabía que estaba en peligro. Incluso herido y sucio, su misterioso compañero de piso tenía una sonrisa...