Capítulo XXXI
“Solo cerrando las puertas detrás de uno,
se abren ventanas hacia el porvenir”
Françoise Sagan
No hace mucho tiempo, la fama solía ser algo positivo y deseado. Algo por lo que algunos incluso estaban dispuestos a pagar con sudor. Pero cuando la mayor agrupación de chalados, malnacidos, tarados y bastardos pierde el culo por arrancarte tu agujereado pellejo, lo que uno desearía es ser lo más pequeño e insignificante posible.
—¿¡Por qué te buscan esos pendejos!? —pregunta mi histérico compañero—. ¡¿Quién coño eres tú?!
Aún no del todo recuperado, después de sufrir la proximidad de media docena de pastores en medio de un edificio que debe estar rodeado de muertos vivientes, me sueno la nariz con la sensación de que mis movimientos son más lentos de lo que deberían ser, como si me moviera bajo el agua.
«No podías atenerte al plan. Tenías que joderla, ¿verdad?»
La emisora escupe atropellados mensajes en francés.
—Nadie —acierto a responder—, yo no soy nadie.
«Espero que no tengas planes para los próximos quince minutos, porque dudo que vivas tanto tiempo».
—El hombre al que te cargaste —continúa mi exaltado compañero—, dijo que por fin habían dado contigo. ¿Por qué te andan buscando?
—Mantenemos distintos puntos de vista sobre un tema.
Varios fiambres deambulan descontrolados por los pasillos, cual ovejas descarriadas. Me limito a apartarlos a empujones o culatazos, ya que me consta que no tienen dientes y tampoco detectan mi presencia.
—¿Qué puntos de vista? —insiste Hoax.
—Sobre mi pellejo.
Varias voces en francés siguen hablando atropelladamente por la radio y, poco a poco, voy haciéndome una idea de la situación. Al parecer, entre los tipos que encerré, se encuentra el que tiene el detonador de los explosivos. Desde el exterior, le ordenan que detone inmediatamente las cargas y de ser un fanático, lo haría. Pero al haber interrumpido su conexión mental, algunos de los encerrados siguen confusos y parece que ya no lo tienen tan claro.
«Eso te dará algo de tiempo. Pero más que un buen plan, vas a necesitar un milagro para salir de aquí. Te recuerdo que ya ha amanecido y que las salidas estarán estrechamente vigiladas».
Aunque no pueden morderle, Hoax es atrapado por una cuadrilla de fiambres descontrolados.
—¡Ayúdame, joder! —grita aterrorizado.
«No nos sobra el tiempo».
Cierto, pero lo necesito con vida si quiero mantener alguna posibilidad de negociar.
«¡No puedo creer que aún pienses en eso!»
Son muchas las cosas que ahora me rondan por la cabeza. Utilizando la sólida culata de madera del fusil de asalto de diseño soviético, abro unas cuantas cabezas. En lugar de mostrarme gratitud, el hacker me señala con el dedo y pregunta a gritos:
—¡¿Por qué no te atacan a ti?!
«No es tan tonto como parece».
No estoy dispuesto a explicarle el motivo. En lugar de responder, me limito a seguir avanzando hasta llegar a la habitación en la que el Chatarrero invocó a Discordia. Recojo las dos únicas jeringas llenas abandonadas bajo los despojos del cuerpo.
«¿Para qué diablos quieres eso?»
—¿Para qué coño quieres eso? —pregunta también el hacker—. ¿No pensarás chutártelo?
La verdad, es que no tengo ni idea, solo el presentimiento de que lo voy a necesitar en un futuro. Como cuando en una película, la cámara te muestra algo y sabes que será crucial durante el enfrentamiento final contra el malo.
«Vamos, que no tienes ni idea de lo que es o para qué sirve. Pero albergas la absurda esperanza de que te resulte útil en el futuro».
Eso no es del todo cierto. Supongo que sirvió para invocar o para preparar ese cuerpo para que fuese… poseído por Discordia.
«Vale, pongamos que es un teléfono para llamar a esa zorra. ¿Y eso de qué va a servirnos en medio de este berenjenal?»
Aún no lo sé. Pero tengo un presentimiento.
La radio me permite enterarme de que los cultores finalmente parecen aclararse y han enviado a alguien para liberar a los pastores. Pero los fiambres descontrolados les están dando problemas. En una esquina, veo lo que no tardo en reconocer como una carga de explosivo plástico. Me aproximo a ella, dispuesto a desactivarla, cuando se me ocurre una idea.
«Podría funcionar».
Agarro la carga explosiva y le quito el detonador. El inconfundible hedor a sardina podrida me indica que se trata de C-4.
—¿Qué coño quieres hacer con eso? —me pregunta Marcos, con unos ojos que amenazan con salírsele de las órbitas.
—Nuestra puerta de salida —respondo—, pero necesito direccionar la explosión.
—¿Direccionar?
—¡Busca una botella o un frasco! —ordeno—. Necesitamos un recipiente en forma de embudo.
El tipejo me mira con incredulidad, pero empieza a rebuscar por la habitación.
No querría tener que volver a salir al pasillo, pero quizás no tenga otro remedio, ya que sospecho que la pared de esta habitación no da al exterior.
«No creo que tengas tiempo de volver hasta el parking. Aunque tienes plástico suficiente para echar abajo varias paredes, el problema es cómo hacer estallar las cargas».
Cierto. El explosivo plástico se detona mediante electricidad. El detonador del que dispongo se activa mediante un mando que no está a mi alcance.
—¿Servirá esto?
Hoax me ofrece una botella de CocaCola que acaba de rescatar de un cubo de basura. La cojo y la golpeo por su parte posterior. Corto con el cuchillo menos de la tercera parte del maloliente bloque de explosivo y, tratando de no cortarme los dedos con los cortantes bordes, lo amoldo al interior de la botella. Dejo sobre una mesa el resto de explosivo sobrante y coloco la carga frente a la pared, que espero esté próxima al exterior.
—Esto debería direccionar la carga en un chorro hacia la pared. Como una lanza térmica a lo bestia —explico—, pero nunca lo he hecho con tanta cantidad, ni con un explosivo tan potente.
Mi interlocutor asiente con la cabeza, pero deduzco por su expresión que no ha entendido una mierda.
—Tendremos que salir de la habitación —aclaro.
Ahora veo de nuevo la característica expresión de asombro/horror, en el rostro de Marcos.
—Además —añado— para detonarla, necesitaremos pasarle electricidad.
—¿No basta con improvisar una mecha? —pregunta.
—Eso solo funciona en las películas, si fuera dinamita sí. Pero esto es explosivo plástico, por lo que tendremos que hacer un circuito con la iluminación de emergencia. Lo malo es que el sistema de emergencia no responde al interruptor. Lo que implica que tendremos que cortar el cable, conectarlo a la carga y volver a empalmarlo desde el exterior.
El estruendo de varios disparos retumba por el pasillo.
«¡Tienes que contenerlos o no te dará tiempo! Esos tarados seguro que vuelan el chiringuito en cuanto lleguen hasta el detonador».
—¡Joder! —exclamo con frustración.
No me gusta un pelo. Pero me va a tocar dividir tareas y confiar en mi nuevo compañero de desdichas si quiero salir de esta.
—¡Hay que frenarlos o todo esto volará por los aires! Tendrás que hacer la voladura.
Hoax me mira horrorizado.
—¡Qué coño dices, pendejo! ¡No sé nada de explosivos, maldito huevón!
—Es muy fácil —miento—, solo tienes que cortar el cable de la corriente en el pasillo. Luego, lo arrancas de la pared en el interior, lo aplicas a la carga, sales de nuevo al pasillo y lo empalmas.
—¡Ni de coña!
—Ten cuidado, no vayas a electrocutarte al hacer el empalme —le advierto por si las moscas—, busca unos guantes de goma o improvisa.
—¡No pienso hacerlo!
—Entonces moriremos.
Salgo al pasillo y me encuentro con un pálido e hinchado fiambre, que mantiene una inexpresiva expresión en su agusanado rostro.
«¿De verdad crees que lo hará?»
Más le vale.
Abro un par de cráneos a culatazos para despejar el pasillo, ya que el sonido de los disparos está atrayendo a la mayoría de “ovejas descarriadas” hacia los sectarios que se acercan. Doy un suspiro de alivio cuando llego hasta el pasillo, donde se encuentra la puerta del laboratorio atestada de fiambres.
«Si te cargas el mecanismo de apertura, podrás ganar mucho más tiempo».
¡Mierda! ¿Cómo no lo pensé antes? Pero en cuanto doy dos pasos por el pasillo, se desencadena un violento tiroteo y me veo obligado a retroceder. Los cuerpos de los muertos vivientes son atravesados por las balas, que rebotan letalmente por las paredes.
«Demasiado tarde».
Me agacho y asomo el fusil de asalto por el borde del pasillo. No es demasiado largo, menos de cincuenta metros, pero los jodidos zombis que deambulan por el pasillo me dificultan la visión.
«Espero que el hacker esté cumpliendo con su parte… y de que tenga las luces suficientes como para sacar el resto de C-4 que dejaste sobre la mesa de la habitación».
—¡Joder! —exclamo.
Pero el C-4 no se activa quemándolo, ¿no?
«¿Soy un jodido artificiero? Puede que no con una llama pero, ¿te suena el concepto explosión por simpatía?»
—¡Mierda!
Hoax está tan acojonado que no creo que se acuerde ni de eso. A punto estoy de darme la vuelta y correr de regreso hacia la habitación. Pero entonces, veo con claridad a los tipos armados que irrumpen en el pasillo y abro fuego. Presiono el disparador media docena de veces y abato a dos hombres, que quedan tendidos en el suelo. Disparo ahora contra un tercero, mientras intenta arrastrar a uno de los caídos fuera del corredor. El resto retroceden. De momento, controlo el acceso al pasillo, pero solo dispongo de este cargador y soy consciente de que no podré mantener la posición durante mucho tiempo.
Una tremenda explosión, mucho mayor de lo que tenía previsto, retumba por las paredes. De una forma o de otra, parece que Hoax ha cumplido con su parte.