Capítulo XVIII

“Nunca des la espalda a un enemigo en la batalla,

a un yonki en el metro,

ni a un perro llamado Chingonetta esté donde esté”

El Santi

Abro la linterna y extraigo sus dos pilas, mientras explico su parte del plan a mi nuevo compañero de desventuras.

—Corta el cable de la corriente —le indico— o cárgate el generador, me da lo mismo.

El hombre mueve la cabeza con incredulidad.

—¡Estás majara! Si cortamos la corriente, todos sabrán que estamos aquí.

Tiro la vacía linterna a un lado e introduzco las pilas en las gafas de visión nocturna, mientras continúo con la explicación:

—Luego, tendrás que conseguir el combustible y traerlo hasta aquí.

—¡Claro! —responde casi con más indignación que miedo—. ¿Y qué se supone que harás tú mientras tanto?

La respuesta debería ser obvia, pero de todos modos respondo:

—Mantenerlos ocupados.

«También tendrás que andarte con ojo. Si llegas demasiado tarde, fijo que este cagón malnacido se largará sin esperarte».

De eso no me cabe la más mínima duda. Pero tengo la llave del vehículo.

«¿Acaso crees que este ex Latin King, no estará ya más que harto de hacer puentes? Fijo que tarda él menos en arrancar la furgo sin llaves que tú con ellas».

En fin, supongo que tendré que correr ese riesgo. Después de asegurarme de que el tapón del combustible está abierto, me pongo en marcha, dejando a mis espaldas a un tipo al que más le vale cumplir con su parte del plan.

Compruebo que las gafas funcionan, pero las apago hasta que se corte la electricidad. Miro hacia la luna. Cuarto menguante, la oscuridad no será total, pero hasta que las pupilas de los cabrones que nos buscan, se dilaten para adaptarse a la ausencia de luz, contaré con una importante ventaja. El miedo y la adrenalina mantienen al cansancio y a la fiebre casi a raya. Será mejor que esto salga bien. En mi estado, no llegaré muy lejos a pie.

Mientras desciendo por la pendiente, veo las luces de varios grupos de búsqueda subiendo hacia el generador. Aunque no pueda verlos, supongo que una vez más cuentan con el apoyo de cerdos rastreadores.

«Pobres. Les han jodido la digestión».

Me arriesgo a trotar en dirección a mi objetivo. Por la noche, si uno se mueve corriendo, se hace mucho más visible que si se mueve con lentitud, pero el tiempo corre y las luces siguen sin apagarse.

«¿Crees que se habrá marchado corriendo?».

No parecía tan tonto como para eso. Pero puede haberse topado con problemas. De momento, no he oído disparos y eso es bueno… supongo.

Las luces de los grupos se dividen. Al parecer, los Tocinetes han dado tanto con mi rastro actual como con el anterior. Apenas un centenar de metros me separan de mis perseguidores, cuando el generador enmudece y todo queda a oscuras.

«Menos mal».

Activo la visión nocturna y el mundo se ilumina con un tono verdoso. Aprovecho los segundos de confusión para acelerar mi carrera y no tardo en llegar hasta mi objetivo, el lugar del que proceden los escalofriantes chillidos del enorme tocino mutante. El lugareño que custodia la puerta me oye aproximarme y pregunta a gritos:

—¿Qui marche la?

C’est moi —le respondo en tono desenfadado.

Su verdoso rostro muestra incredulidad, apenas un par de segundos después de que le rajo la garganta.

«Debió confundirte con Lulú».

Centro mi atención en la sólida puerta, que se mantiene cerrada mediante un enorme cerrojo de hierro, asegurado con el candado más enorme que recuerde haber visto.

«Apuesto a que sé quién tiene la llave».

No hace falta ser un lumbreras. Registro el cuerpo del agonizante cabrón al que acabo de degollar y no tardo en dar con una llave de forma circular, que tiene todo el aspecto de ser la que ando buscando.

—¡Bingo!

El candado se abre con un sonoro chasquido, que es respondido en el acto por un escalofriante grito del monstruo que se encuentra tras la puerta.

—¡Tiene que ser enorme! —exclamo en voz alta—. No creo que esto sea buena idea.

«Necesitamos una distracción».

Una cosa es una distracción. Otra es terminar siendo devorado por el primo mutante y sifilítico de Babe.

El chillido de los puercos rastreadores me hace volverme. La visión nocturna me revela que mis perseguidores ya se encuentran a menos de cincuenta metros de mí.

«O lo sueltas o te atraparán».

—¡Joder!

Tengo que esforzarme para conseguir que el enorme pestillo empiece a deslizarse. Oigo gritos en francés y en porcino.

«Están muy cerca. ¡Hazlo de una puta vez!»

Empujo el portón. Ante mí se encuentra una ciclópea monstruosidad.

«El rey de los chanchos».

El tinte verde que la visión nocturna confiere al mundo, no hace sino aumentar el aspecto alienígena de esa deforme monstruosidad, de tamaño similar al de un elefante y aspecto remotamente similar al de un titánico cerdo, que hubiese nacido con una mandíbula deforme. Estoy seguro de que el monstruo no puede verme, pero es evidente que no es sordo, ha oído el sonido del portón y sabe lo que eso significa: hora de cenar.

«Creo que este es el momento de correr».

Lo hago. El terror me impulsa a una velocidad que no hubiese creído ser capaz de alcanzar, hace apenas un par de minutos. Pero eso ahora no me importa. Me limito a correr y correr sin atreverme a volver la vista hacia atrás.

«Vamos, solo una miradita. Lo estás deseando».

Aprieto los dientes mientras me muevo, temiendo ser atrapado de un momento a otro por la monstruosa criatura. Supongo que primero habrá optado por el cadáver del centinela y luego…

«Puede ser un puerco, pero parece que no es un puerco desagradecido después de todo».

Gritos, disparos y monstruosos gruñidos truenan a mi espalda. Mis pulmones arden por el esfuerzo durante mi ascensión de regreso. Si la voracidad de ese súper cerdo es tan grande como sospecho, mis perseguidores apenas serán un aperitivo y luego… puede que no sea un desagradecido, pero mutado o no, un puerco es un puerco. Un sabor amargo me sube por la garganta. Escupo y sigo corriendo impulsado por el pánico.

«¿Es que no vas a echar un vistazo?»

Ni pensarlo. Sigo con mi alocada carrera y a pesar de la visión nocturna, tropiezo y caigo al suelo. Intento levantarme, pero ¿cómo voy a hacerlo si ni siquiera puedo respirar?

«¡Solo es un ataque de ansiedad!»

Me ahogo.

«Estás hiperventilando. Tienes que calmarte».

Un estruendoso chillido retumba en la noche, lo que no contribuye a restablecer mi estado de ánimo.

«Cálmate. No está cerca y no puede ver en la oscuridad».

Durante lo que me parece una eternidad, estoy convencido de que moriré. Por muy duro que uno crea ser, por mucho entrenamiento que tenga y por mucho que piense que ya está de vuelta de todo tipo de mierdas, todo se viene abajo en cuanto se pierden los nervios. Pero el tiempo pasa y parece que el monstruo está ocupado en otra parte, así que cierro los ojos y me esfuerzo por respirar lenta y pausadamente.

«Eso está mejor. Ahora solo tienes que ponerte en pie y caminar hacia la furgo».

Decirlo es fácil, conseguirlo no tanto. Ponerme en pie me cuesta un considerable esfuerzo. Me siento como si hubiera pasado las últimas horas machacándome en un gimnasio y de repente, se me hubiese pasado el efecto de las sustancias dopantes que me mantenían en funcionamiento. Pero a pesar de que el mundo parece rodar a mi alrededor, continúo caminando hacia arriba.

«Un nuevo ejemplo de como el hombre es destruido por la fe. Esos cabrones adoraron a ese ser como a un Dios que ha terminado convirtiéndose en su perdición».

La cuestión es que puede que esa mutación no sea un fenómeno aislado. El mundo está cambiando… y no para mejor.