12. EL COLLAR DE LA REINA ISTAR

(Domingo 19 de enero, 9:30 de la mañana)

El domingo, Vance volvió a levantarse temprano. Después de beber una taza de fuerte café me invitó a pasear al claro sol invernal. En las primeras horas de la mañana había nevado y el mundo que nos rodeaba estaba cubierto de un fresco y blanco manto. Seguimos un sendero que nos condujo al pequeño estanque de la Cañada Verde, donde por primera vez vimos a Ella Gunthar. Al doblar por un macizo de arbustos, al final del estanque, apareció una pequeña cabaña.

—La casa del Ermitaño Verde, sin duda —comentó Vance—. Se impone visitarlo.

La puerta estaba ligeramente entreabierta. Vance llamó con los nudillos. No se escuchó respuesta alguna. Abrió de par en par la puerta. Ante una mesita, junto a la ventana, se sentaba el viejo Jed. Nos miró sin demostrar sorpresa alguna.

—Buenos días —saludó cortésmente Vance, desde el umbral—. ¿Podemos entrar?

El viejo asintió con expresión de indiferencia. Tenía la mirada fija en un objeto que sostenía con las manos. Al acercarnos las levantó. El sol hirió de lleno un deslumbrante collar de esmeraldas.

—Seis esmeraldas en una cadena de piedras más pequeñas —musitó Vance. Y luego, dirigiéndose en voz más alta al viejo, prosiguió—: Admirable, ¿no es así?

El viejo Jed sonrió con infantil complacencia mientras dejaba resbalar por entre sus dedos las verdes piedras.

Vance se sentó a su lado.

—¿Qué más tiene? —preguntó.

Jed movió negativamente la cabeza.

—¿Qué hizo con las otras?

—No hay otras. Sólo este —colocó el collar sobre la mesa, invitando a Vance a que lo admirase y compartiera su éxtasis—. Como los verdes prados en primavera —murmuró con místico acento—. Como el agua que corre sobre los guijarros. Como los árboles de Dios en verano: verde, toda la hermosura en 1$ Naturaleza es verde.

Los ojos le brillaban fanáticamente.

—Es verdad —replicó Vance, siguiéndole la corriente—. Primavera…, el verdor por doquier.

Y recitó:

Amplios los prados se extienden, verde y plata, oro y verde.

Luego levantó la cabeza y preguntó:

—¿Lo ha encontrado, Jed?

La contestación fue un negativo movimiento de cabeza.

—¿De dónde lo ha sacado?

Otro movimiento de cabeza.

—¿Es usted amigo de miss Ella? —preguntó el ermitaño, como ansioso de cambiar de tema.

—Sí, claro. Y usted también.

La grisácea cabeza asintió con entusiasmo.

—¿Y es también amigo del hombre que mister Richard trajo con él?

—¿De mister Bassett? No. No soy amigo de él. Todo lo contrario… ¿Qué le ocurre?

—No es bueno —declaró Jed, con gran economía de palabras.

Vance arqueó levemente las cejas.

—¿Fue él quien le dio ese collar?

—No —el viejo parecía muy satisfecho—. Vino aquí a hacer daño a miss Ella.

—¿De veras? ¿Ahora?

—Vino ayer noche. Antes que la fiesta terminara en la casa grande. Creyó que miss Ella estaría sola. Pero yo lo vi —Jed rio cascadamente—. Ahora no volverá.

—¿No? ¿Y por qué?

—No volverá nunca más —repitió el viejo, sin entrar en detalles—. Pero ¿cuidará usted de ella?

—Desde luego —prometió Vance—. No le ocurrirá nada… Pero, cuénteme, Jed, ¿cómo consiguió usted esa chuchería?

El viejo le miró en silencio.

Vance quiso emplear la estrategia.

—Es en bien de miss Ella. Debo saberlo.

Miss Ella no hace nada malo.

—Entonces dígame dónde ha encontrado ese collar —insistió Vance.

Jed le miró con perplejidad. Su mirada fijóse en la pequeña gramola que vimos usar a Ella Gunthar. Luego miró, triunfante, a Vance.

—Ahí —repitió, señalando el aparato.

Vance se levantó y lo trajo a la mesa. Lo abrió y sacudió, pero sin descubrir nada más. El anciano colocó el collar dentro de la bocina, y dijo:

—Lo encontré aquí dentro.

En aquel momento se abrió la puerta y Ella Gunthar apareció en el umbral. Al vernos, la sonrisa borróse de sus labios. Jed se levantó para saludarla. Vance acercóse a la joven y la hizo acercarse a la mesa. La mirada de Ella se posó sobre las relucientes gemas que se veían en el abierto gramófono. Palideciendo intensamente volvió la cabeza.

—¿Qué sabe usted de todo esto, miss Gunthar? —inquirió Vance.

—No sé nada…, nada.

La respuesta había sido hecha en voz baja y vacilante.

—Pero ¿lo había visto antes?

—Creo que sí… En la Habitación de las Piedras.

—¿Cómo es que estaba escondido en su gramola? Dice Jed que lo encontró aquí.

—No… sé. Tal vez no sea verdad.

—Lo es, chiquilla.

—No sé nada, absolutamente nada —insistió Ella.

—Me parece que vuelve a mentir. ¿Ignora que este collar y otras muchas piedras de gran valor han desaparecido del Cuarto de las Piedras?

Ella asintió con la cabeza.

—Richard me lo dijo ayer noche.

—¿Fue Richard quien le dio esto?

—¡No! —Ella miró indignada a Vance—. Y Jed tampoco sabe nada de ello. ¡Y tampoco mi padre! Todos ustedes tratan de acusar a mi padre con mentiras. ¿Cree que no sé por qué ese policía de Winewood siempre está por la finca?

Vance examinó con gran atención a la muchacha.

—¿Quién cree usted, pues, que robó las esmeraldas? —inquirió.

—¿Quién? ¿Quién? —repitió Ella.

Mordióse los labios unos instantes. Luego, como obedeciendo a un súbito impulso, replicó, desafiadora:

—¡Yo las robé! ¡Sí, yo fui quien las robó!

—¡Usted las robó! —dijo escépticamente Vance—. ¿Qué otras cosas se llevó además del collar de la reina Istar?

—No recuerdo exactamente. Algunas piedras más…

—¿Y cómo entró en el Cuarto de las Piedras?

—Encontré la puerta abierta.

—Vamos, vamos, miss Ella. Míster Rexon no tiene costumbre de dejar abierta tal habitación.

—¡Pues la encontré abierta! —insistió Ella.

—Y una vez dentro del cuarto, ¿qué fue lo que hizo?

—Abrí dos de las vitrinas.

—¿También 1as encontró abiertas? —preguntó Vance, con suave risa.

Ella Gunthar se irguió, sobresaltada. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Las…, las rompí —tartamudeó.

Lo comprendo, miss Ella. Entonces no tendrá inconveniente en acompañarme a la casa para contárselo todo a mister Rexon.

—No…, no… —Ella tragó saliva, haciendo un esfuerzo—. No tendré inconveniente.

El viejo Jed miró a Vance, a Ella y otra vez a Vance. Frunció el ceño, en un esfuerzo para concentrar el pensamiento.

—Míster Vance —dijo tímidamente la joven—. ¿Tendrá que enterarse de todo esto miss Joan? ¿Y… Richard?

—Mucho lo temo —contestó Vance—. Pero tal vez no en seguida. ¿Está dispuesta a acompañarme?

Vance guardó el collar en un bolsillo y acompañó a la joven fuera de la cabaña. Seguimos el mismo sendero por donde habíamos llegado. No volvió a preguntar nada con respecto al robo del collar. En vez de ello preguntó:

—¿Ha vuelto Bassett a portarse groseramente con usted?

Ella mantuvo fija la mirada ante él.

—No fue nada. ¿Se lo contó Jed? Nunca vi a Jed tan enfadado. Creo que mister Bassett estaba verdaderamente asustado.

El resto del camino se recorrió en silencio.

Carrington Rexon estaba solo en su despacho. Vance mantuvo abierta la puerta para que Ella entrara en la estancia. Se sentó en una silla y permaneció mirando al suelo.

—Vamos, chiquilla —dijo Vance, sentándose a su lado.

La joven levantó la cabeza y apretó con fuerza los brazos del sillón.

—Míster Rexon, yo… —levantó más la cabeza y habló a toda prisa—. ¡Yo robé las esmeraldas!

—¿Usted qué? —inquirió, lleno de asombro, Rexon.

—Yo robé las esmeraldas —repitió, más despacio, Ella.

A su pesar, Rexon no pudo contener una amarga carcajada.

—¡Se lo puedo demostrar! —declaró la chiquilla, tendiendo la mano a Vance para que le entregase el collar.

Mi amigo se lo entregó. Miss Gunthar lo colocó cuidadosamente sobre la mesa.

Rexon se lanzó ansiosamente sobre él y lo examinó con el mayor cuidado.

—¡El Istar! ¡Oh! —y añadió—: ¿Dónde está lo demás?

Ella Gunthar movió negativamente la cabeza.

—No se lo diré.

Sus apretados labios indicaban claramente que no pensaba decir nada más.

Rexon recostóse en su sillón y estudió atentamente a la joven. Al fin exclamó:

—¡Y usted es la mujer con quien quiere casarse mi hijo!

Ella Gunthar enrojeció. Las palabras de Rexon le habían producido el efecto de una bofetada.

—Sí, señorita, sí —prosiguió fríamente Rexon—. No pensaba usted que yo conocía lo que estaba pasando entre usted y Richard. Ayer noche me lo contó todo miss Naesmith. La mujer que yo esperaba fuese la esposa de mi hijo… ¡Bah! ¡Después de todo cuánto he hecho por usted! No se contenta con robar el amor de mi único hijo. ¡También tiene que robarme las esmeraldas! —en su irritación casi se levantó—. Me alegro de que esto haya ocurrido. Si logro salvar a Richard daré por bien perdidas las esmeraldas.

Vance rodeó la mesa y apoyó una mano en la espalda de Rexon.

—¡Por favor, amigo mío! No convierta esto en una tragedia.

Rexon se calmó un poco bajo la persuasiva presión de Vance.

De los ojos de Ella Gunthar brotaban las lágrimas. Vance acudió a su lado.

—Pobre chiquilla —murmuró—. ¿No le parece que esta trágica farsa ha ido ya demasiado lejos? Ya es hora de decir la verdad, toda la verdad que usted conozca. Estamos envueltos en tinieblas. Necesitamos su ayuda. Fuerzas terribles están en marcha en esta casa. Tal vez algún criminal peligroso. Sólo diciéndonos la verdad podría usted ayudar a los que ama. ¿Quiere hacerlo?

La joven lanzó un profundo suspiro y se secó los ojos.

—Sí, lo diré —declaró con inesperada decisión.

Vance sentóse a su lado.

—Entonces, dígame, ante todo, a quién trata de escudar con esa loca mentira del robo.

—No…, no lo sé, exactamente. Pero es que parece que todos aquellos a quienes quiero se han encontrado de pronto envueltos en una horrible red. El pobre Jed, a quien encontró usted con el collar en la mano; a mi padre, de quien sé que sospecha la Policía; y también, en parte, Richard… Y todo ello está a su vez relacionado, de alguna forma horrenda, con aquella noche en que Lief fue muerto. Yo…, yo… estaba llena de confusión. Y me pareció que era la única que podía ayudarlos.

Escondió el rostro entre las manos, pero cuando volvió a levantar la cabeza tenía los ojos secos.

—Tenía que ayudarles sin saber cómo hacerlo; porque yo, de verdad, no sabía nada… Sólo algunos detalles sueltos que no ligaban.

—Pobre chiquilla —repitió Vance—. Pero haga el favor de decirnos lo que sabe; las cositas, todo cuanto recuerde. Tal vez con ello pueda ayudarnos. Y, sobre todo, ayudar a los que ama.

—Lo procuraré —hablaba ansiosamente—. Tal vez usted crea, mister Vance, que el viernes insistí en ir a la encuesta sólo por curiosidad infantil.

—No —replicó Vance—. Claro que he reflexionado bastante sobre ello, pero no formé ninguna opinión.

—Bueno, usted ya sabe todo lo que oí allí. Creo que el jurado tenía prisa por quitarse de entre las manos un mal asunto —(observé que Vance estaba asombrado ante la sagacidad de la muchacha)—. Y también he oído otras cosas, mister Vance. Sé que los trabajadores dicen que es extraño que mi padre encontrase el cuerpo de Lief Wallen… Guy Darrup aún va diciendo que yo debí casarme con Lief. ¿Puede evitar una mujer el no amar a un hombre? Luego he oído decir a mi padre que era muy extraño que Jed supiera tan bien hacia donde debía ir aquella mañana. ¡Y Jed es incapaz de matar a una mosca! He oído que mi padre no estaba en casa la noche en que murió Lief, y eso hace que recaigan sobre él ciertas sospechas… Y yo tampoco estaba en casa a medianoche. ¿Quiere decir eso que yo maté a Lief Wallen?

Se interrumpió un momento y luego prosiguió:

—Aquella noche, antes de las doce, vine aquí. Me lo pidió Richard. En todo el día no habíamos podido hablar a solas. Teníamos que encontrarnos bajo un árbol, detrás del pabellón. Esperé mucho rato. Pero Richard no llegó. Al fin le oí hablar con alguien. Creo que estaba enfadado. Pero debió volver a entrar en casa. Fue entonces cuando marché llorando hacia mi casa, como ha dicho Guy Darrup.

Hizo una pausa y miró a Vance y luego a Rexon.

—¿Algo más? —inquirió Vance, dirigiéndole una escrutadora mirada.

—¿No he dicho bastante?

—No nos ha explicado dónde encontró el collar.

—¿Es necesario que lo haga?

—Podría ayudar al esclarecimiento de una situación muy complicada.

—Está bien. Pero mi padre no lo robó —Ella Gunthar dirigió una desafiadora mirada a Rexon—. Lo encontré en el suelo, cerca de la ventana del vestidor reservado para mí en el pabellón, ayer noche. Lo iba a devolver a mister Rexon, pero entonces Richard me explicó lo que había ocurrido. Tuve miedo de que me hicieran preguntas. Sabía que mi padre estuvo ayer en el pabellón. Jed fue quien me llevó allí mi traje. Papá cerró con llave la puerta para que el secreto no se supiera. Tuve miedo de hacer nada con el collar hasta haber tenido tiempo de reflexionar qué era lo mejor que podía hacerse. Y por eso lo llevé a la cabaña de Jed y lo escondí dentro de la gramola. ¡Pero mi padre no lo robó! ¡Y tampoco lo hizo Jed!

Carrington Rexon parecía sumamente turbado y perplejo. Vance apoyó las manos en los hombros de Ella Gunthar, y se disponía a ayudarla a levantarse.

Una llamada a la puerta fue seguida por la aparición de Higgins, que hizo pasar al teniente O’Leary, seguido de un agente de paisano.