8. PLANES SECRETOS
(Viernes 17 de enero, por la noche)
Aquella noche, poco después de la cena, salí con Vance a la galería, contemplando las sombras de la pista de patinar. Retazos de música y alegría llegaban hasta nosotros desde el salón. Vance estaba muy serio y fumaba en silencio un Régie.
No pasó mucho rato sin que se oyera a nuestra espalda un sonido de pasos que se aproximaban, y Vance se volvió para saludar a Carlotta Naesmith.
—¿Reflexionando acerca de sus pecados, mister Vance? —preguntó la joven—. No sirve de nada el hacerlo. Le buscaba con un motivo más importante. ¿Sabe patinar?
—¡A mis años! De todas formas, su pregunta es halagadora. Le estoy muy agradecido.
—Tenía la esperanza de que patinase usted. Necesitamos un maestro de ceremonia. ¡Queda usted elegido!
—Parece interesante. Se impone instrucciones explicatorias.
—Se trata de lo siguiente —se apresuró a decir miss Naesmith—. Todos los moradores del zoológico, a excepción de los más decrépitos, están celebrando una fiesta esta noche en honor de Richard. Será una especie de despedida. Se celebrará en la pista de patinar. Yo soy la anfitriona y organizadora. De una inteligencia tan viva como la mía se esperaba algo grande y original. Lo del patinar ha sido lo mejor que se me ha ocurrido.
—No está mal —dijo Vance—. ¿Y mis deberes?
—Cuidar de que las cosas marchen. Muéstrese cortés. Anuncie la llegada de los animales. ¿Entiende mi idea? Toda función de circo tiene maestro de ceremonias.
—¿Tengo que surtirles de linimento?
—Nos juzga muy mal, caballero —protestó Carlotta—. Todos patinamos maravillosamente bien. Además, el bar estará cerrado.
—Eso será una ayuda —sonrió Vance.
—Lo hemos planeado todo en serio —prosiguió la joven—. Incluso haremos prácticas en la otra pista, mañana. Por la mañana iremos a Winewood en busca de trajes.
Vance observó en silencio durante unos instantes a la joven.
—Dígame, miss Naesmith, ¿por qué trató usted de herir ayer a Ella Gunthar?
Los modales de Carlotta cambiaron. Sus ojos se entornaron. Al fin se encogió de hombros.
—No necesito los dos ojos para ver que ella y Dick se sienten atraídos el uno por el otro. Juegan siempre como chiquillos.
—¿Y Sally Alexander?
Carlotta rio estrepitosamente.
—Dick no habló con ella en todo el día. Pero ¡que Ella se preocupe! Dick es un buen muchacho. La idea de casarnos es de papá Rexon. Y ¿quién soy yo para echar por tierra sus más hermosos sueños?
—¿Le complace amargarse? —preguntó Vance, sacando sus cigarrillos y ofreciendo uno a miss Naesmith.
—Así se hace en los mejores círculos. Además, no es el hombre quien debe alejarse de una. Esta prerrogativa me corresponde.
—Bien. Veo que es toda una técnica.
La joven tiró un beso a Vance y regresó al ruidoso salón.
—Lo que pensaba —murmuró mi amigo—. Ninguno de los dos lo desea. Richard lo demuestra a las claras. Carlotta se porta cruelmente. Es muy femenino. Sin embargo, en el fondo es una excelente muchacha. Todo se arreglará por sí solo. ¡Pobre viejo! La dinastía de los Rexon se viene abajo. Vamos; tengo una idea.
Hallamos a Joan Rexon en su propia salita, al otro extremo del vestíbulo. Estaba en un diván, junto a la ventana. Marcia Bruce estaba leyendo para ella.
—¿Por qué no está usted en el salón, jovencita? —preguntó Vance.
—Esta noche descanso —replicó Joan—. Carlotta me ha dicho que mañana por la noche se celebrará una gran fiesta en honor de Dick y quiero encontrarme bien para no perdérmela.
Vance se sentó.
—¿Le cansaría mucho si hablase con usted unos minutos?
—No, al contrario. Me gustaría.
Vance se volvió hacia miss Bruce:
—¿Le importaría que hablase a solas con miss Rexon?
El ama de llaves se levantó con resentida dignidad y fue hacia la puerta.
—Más misterio —dijo, con acento hueco y con una lucecilla en sus verdes ojos.
—Ya lo creo —rio Vance—. Un sombrío complot. Pero todo se planeará en diez minutos. Transcurrido ese tiempo, puede volver.
La mujer salió sin pronunciar palabra.
—Quiero hablar un momento acerca de Ella —empezó Vance, sentándose junto a Joan Rexon.
—Mi buena Ella —dijo, suavemente, la muchacha.
—Es buena, ¿verdad?… Muchas veces me he preguntado por qué, desde mi llegada, no la he visto patinar ni una sola vez. ¿Es que no sabe?
Joan Rexon sonrió tristemente.
—¡Le gustaba mucho patinar! Pero creo que, desde mi caída, perdió todo interés por ello.
—Pero yo sé que a usted le gusta ver cómo los demás patinan y son felices.
Joan asintió.
—Sí, me gusta. Nunca olvido lo mucho que me divertía. Por eso, papá conservó las pistas y el pabellón. Para que pueda sentarme en la galería y ver cómo los demás se distraen. Muchas veces hace venir famosos patinadores para que den exhibiciones para mí sola.
—Haría todo lo que él supiera que puede hacerla feliz.
Joan asintió, con firmeza:
—Y lo mismo haría Ella… En realidad, soy una muchacha muy feliz. Y paso momentos muy dichosos viendo como los demás hacen las cosas que yo quisiera hacer.
—Por eso pensó que miss Ella podía patinar en su lugar, por decirlo así.
La muchacha volvió lentamente la cabeza hacia la ventana.
—Tal vez sea culpa mía, mister Vance. Muchas veces lo he pensado.
—¿De qué se trata?
—Pues… cuando yo era una niña, poco después de mi accidente, Ella bajó a la pista y patinó. Era una patinadora maravillosa. Yo la vi y sentí celos.
El verla patinando me dolió. No comprendo por qué. Era una niña y…
—La comprendo perfectamente.
—Cuando Ella volvió a la galería, me encontró llorando… Después de aquello, y en varios años, sólo vi a Ella de cuando en cuando. Iba al colegio. Y nunca hablamos de los patines.
Vance estrechó entre las suyas una de las manos de la joven.
—Seguramente estaba demasiado ocupada para practicar el patín. O acaso perdió todo interés, ya que usted no podía patinar con ella. No es necesario que se sienta usted culpable de nada… Pero ahora ya no le dolería que patinase, ¿verdad?
—¡Oh, no! —Joan forzó una sonrisa—. Me gustaría que quisiese volver a patinar. Fui una loca completa.
—Todos somos un poco locos cuando somos jóvenes —rio Vance.
Joan asintió, seriamente:
—Ahora ya no soy loca… así. Ahora, cuando veo a alguna buena patinadora, siento deseos de que fuera Ella. Sé que hubiese llegado a serlo.
—Comprendo cuáles son sus sentimientos.
Al levantarse Vance entró Marcia Bruce.
—El complot está ya listo —dijo mi amigo—. Estoy seguro de que no hemos cansado a la señorita. Está dispuesta a escuchar el final de la novela que le leía usted.
Al salir nuevamente al vestíbulo y acercarnos a la escalera vimos dos figuras ocultas en su sombra. Eran Carlotta Naesmith y Stanley Sydes. Vance les dirigió una mirada y siguió hacia el salón.