PEQUEÑOS HÉROES


La cámara gira, se acerca y se aleja espasmódicamente de toma a toma, como si quienquiera que la esté manejando no sepa donde enfocarla.


Una toma de cuerpo entero de un hombre con barba negra dentro del círculo de un proyector. Una larga toma de su imagen gigantesca en la enorme pantalla de video que hay detrás de él sobre un fragmento desenfocado de multitud. Otro ángulo que incluye al hombre y su reproducción de video, carne y pixels moviéndose en mágica armonía. Pasando de una a otra de estas tres tomas sin seguir un orden particular y sin oscurecimientos ni recortados para transiciones habilidosas.

El hombre iluminado por el foco en el centro del escenario pasea con nerviosismo y la vista alzada hacia la cámara, lanzando sólo rápidas miradas ocasionales a cosas de fuera de su entorno luminoso que obviamente no ve. Está declamando como alguien que le grita a un torbellino, como el intérprete de un personaje shakespeariano decidido a terminar un monólogo a pesar de los abucheos y silbidos de los espectadores del patio de butacas. Y en efecto, mientras prosigue, vasos de plástico, bolas de papel, e incluso alguna que otra botella, caen cerca de él lanzados desde abajo.

–…¡el Frente de Liberación de la Realidad! Ey, te estamos hablando a ti que estás frente a tu televisor, ¿qué te parece ver el lado violento de la Realidad Oficial en la televisión nacional por primera ver? ¡Pixels para el Pueblo! Y eso es exactamente lo que os vamos a dar, el poder de comunicación de los pixels y el enorme poder de los bits y los bytes, discos chinche gratis para todo el pueblo americano, así que preparad vuestras grabadoras y disponeos a…


–Dios mío, ¿que fue el confeti digitalizado que se produjo al final de la transmisión? ¿Fue sólo un fallo técnico?

–Me temo que no. Investigación retiró unos veinte programas chinche y también los parámetros de impresión de voz y algoritmos de Jack el Rojo.

–¿Y cuánta gente lo grabó todo?

–Esos malditos piratas de video se apoderaron de un noventa por ciento de la audiencia. Esto ha sido lo que ha visto más gente en televisión desde el funeral de Kennedy. ¿Cuántos lo grabaron? Marketing no ha logrado cifras definitivas, pero estiman que unos treinta millones.

–¿Y ahora tienen todos los algoritmos y parámetros de Jack el Rojo?

–Créame, eso no es lo peor, algunos de los programas chinche son realmente ingeniosos. Será mejor que liquidemos todas las acciones de la compañía e ingresemos el dinero en francos en Suiza. O incluso que lo convirtamos en lingotes de oro. Vamos a distribuir en firme los discos que no van nuestros propios establecimientos o nos devolverán incluso los que no hemos producido. Tendremos que exigir todas las cantidades que se nos adeudan en cheques confirmados. Lo mejor del caso es que la Superintendencia de Contribuciones va a llenarse los bolsillos recaudando lo que sea de quien sea durante mucho tiempo…

–Oh, Dios mío, ¿tan grave es…?

–¿Seguro que no pueden cargarle eso a Muzik, Inc.?

–Quizá sí, quizá no, pero podemos estar seguros de que seremos auditados con un peine de dientes finos en el transcurso los próximos mil años.

–¡Tenemos un gran problema!

–¡Es mejor que no nos vayamos de aquí hasta que se nos ocurra como cubrirnos las espaldas!

–¡Caballeros, ése es el único motivo de esta reunión!


Glorianna O'Toole estaba en la escalera justo debajo de la entrada al escenario, mirando hacia el rectángulo de luz blanca y brillante que había por encima de ella.

Abajo, Tommy Don, Leslie Savanah, Eddie Polonski e Iva Cohen bloqueaban todavía el final de la escalera, pero el barullo del pasillo que se extendía a sus espaldas había amainado, convirtiéndose en una tensión confusa y pesada.

Ali Blablá y Llama Negra se habían encerrado en sus respectivos camerinos, los guardias de seguridad habían despejado al área de detrás del escenario de toda persona ajena a la organización, y media docena de ellos vigilaban atentamente junto al ascensor con las armas preparadas. Alan Pham estaba apoyado contra la pared, con la vista alzada hacia el final de la escalera y expresión ausente. El jefe de seguridad se hallaba a su lado.

Desde el lugar donde se encontraba, todo lo que Glorianna podía ver era la luz cegadora del foco y, de vez en cuando, un vislumbre de las piernas de Larry Coopersmith que se movían en el escenario. Todo lo que podía oír era el continuo rugir de la ira.

Coopersmith había estado allí arriba durante lo que parecía una eternidad, o al menos un millón de años más de lo conveniente; y por lo que ella sabía, quizá Bobby no se presentara. No era necesario tener una inteligencia privilegiada para saber que no se podía estar demasiado tiempo alimentando a una turba enloquecida y hambrienta de música con gilipolleces del Movimiento.

Alguien tenía que hacer algo de inmediato. No sería la primera vez que había tenido que adelantar su actuación para sustituir a un cantante que no se había presentado.

Dejó el estuche del micro en forma de escopeta al pie de la escalera, donde Bobby lo encontraría si llegaba a aparecer, sacó el vocoder del bolso, sujetó el artilugio mágico a su cinturón y se puso el micro de garganta.

–¡Ey, tú, Pham, ven aquí, quiero hablar contigo! – gritó-. He decidido que podría dejarme persuadir para salvarte el pellejo.

Alan Pham, sin duda sacudido de su depresivo aturdimiento por la visión de aquel viejo fósil en las escaleras del escenario preparado para la batalla como Mujer Prodigio del rock and roll, se obligó a subir y la miró con perpleja incredulidad.

–¡Sí, ya lo sé, parezco una vieja gloria con el equipo de rock and roll de su nieta, pero estos trastos son lo máximo en tecnología, y yo estuve en Altamonte, hijito; yo vi donde Mick se equivocó. ¡Además, soy la única aquí con el coraje preciso para subir al escenario y darle al monstruo su rock and roll! – le gritó Glorianna-. ¿O hay acaso algún voluntario?

No lo había.

–Puedo hacerlo, Pham, he estado en situaciones similares; y además, ¿qué puedes perder?

–Nada -admitió Pham en tono sombrío-. Ya lo he perdido todo.

Glorianna le guiñó un ojo.

–Quizá no -le dijo-. Si no hieren a alguien a quien luego no pueda silenciar con su dinero, la Factory tendría el recurso de afirmar que todo estaba preparado, que había sido un truco publicitario, y convertirlo en una autocrítica de sus propias ambiciones que, grabada en disco, le aportaría millones de beneficios. Sabes tan bien como yo que los mentecatos de los pisos de arriba te escucharán cuando les preguntes si ya no se les había ocurrido a ellos. Estarán más que dispuestos a tenerte contento para que no descubras el pastel y, ¿quién sabe?, con un poco de suerte podrías acabar como un pequeño héroe corporativo.

Ahora Pham la miró con verdadero interés.

–Sí, quizá podría funcionar, tiene sentido en lo que a los beneficios respecta… -murmuró especulativamente-. Sin duda alguna usted desea algo a cambio.

–Tan sólo lo mejor para todos los interesados. Cuando yo consiga apaciguar los ánimos, retira a tus guardias de seguridad y soborna a los polis para que dejen que todos los implicados se larguen de aquí.

–¡Dejar que se vayan esos hijos de puta! – exclamó Pham, señalando con un movimiento despreciativo de cabeza a los revolucionarios del Frente de Liberación de la Realidad -. ¿Dejar que se vayan? – dijo, mirando hacia la entrada del escenario-. ¡El país entero ha visto en televisión que se apoderaban de The American Dream! ¿Cómo pretende que los deje ir?

–¿Por qué no? – contestó Glorianna-. Si no los atrapan, todos creerán que son actores pagados, y podrás culpar de los acontecimientos desafortunados a terroristas desconocidos y a piratas de video que se colaron en el show. Si haces que arresten a alguno y lo procesan, se sabrá toda la verdad y acabarás de patitas en la calle. ¿Acaso no te he hecho una oferta que no puedes rehusar?

Pham asintió con la cabeza.

–Si no aumenta la violencia a extremos imposibles de disfrazar -dijo-. ¡En caso contrario, esta pequeña charla será suficiente para implicarla como cómplice! Acaba de hacerse a usted misma una oferta que no puede rehusar.

–Jamás lo pretendí -dijo Glorianna.

Se dio la vuelta para saludar a la gente que había abajo, respiró profundamente y luego subió a través de la luz blanca hasta el escenario.

Larry Coopersmith estaba junto al equipo de Llama Negra con un micro en la mano. Había dejado de hablar y se balanceaba sobre los pies sin moverse del sitio, mirando de un lado a otro, cerrando y abriendo el puño de la mano que tenía libre convulsivamente, con el entrecejo fruncido por la rabia de la frustración y los labios temblorosos.

Más allá de Coopersmith, más allá del brillante foco de luz blanca que inundaba el centro del escenario, no podía ver nada. Sólo había un vacío negro y sin límites, un vórtice de energía negativa girando ciegamente.

¡Pero, joder, podía oírlo y sentirlo! En verdad no sabría decir dónde acababa el rugido que captaban sus tímpanos y dónde empezaban las insoportables vibraciones que repercutían en sus huesos, serpenteaban por su piel y golpeaban su estómago. Era como estar en un club diminuto con amplificadores de estadio a todo volumen inundándolo con un maligno bajo de max metal.

¡Y podía olerlo! El hedor sudoroso, agrio y repugnante que desprendía el ruidoso público invisible era el olor del peor bar de motoristas en el que ella había actuado hasta que las botellas de cerveza empezaban a volar, el olor de Altamonte mientras el pobre Mick permanecía de pie en el escenario enfrentado de repente con su demonio antagónico.

Se encogió ante el asalto sónico, retrocedió un paso hacia las escaleras. ¡A la mierda!, pensó. Mick había estado aterrorizado y ella ni siquiera era Jagger, sólo era un pobre vieja cansada…

Pero entonces vio que Larry Coopersmith la miraba. Vio la cara arrugada por el tiempo de un ángel del infierno joven y enloquecido alterada por las anfetas, la cerveza y el ácido entre una multitud no muy distinta a ésta. Y algo se abrió en su interior.

No, no soy Mick Jagger, se dijo, pero no puedo hacerlo mucho peor que él. ¡Y sí que soy la maldita Vieja Loca del Rock and Roll! Así que, si esto es el fin, que no se diga en las últimas páginas del Rolling Stone que Glorianna O'Toole se fue jubilada del rock.

Pasó por delante de Coopersmith, conectó su vocoder a un amplificador, tecleó un juego de parámetros de impresión de voz que Bobby Rubin había reprogramado, pulsó su contacto y le gritó:

–¡Preséntame!

Coopersmith le contestó algo que no pudo oír.

–¡Preséntame! – volvió a gritarle con toda la capacidad de sus pulmones, imitando la reverencia de un maestro de ceremonias-. Yo no sigo sin una presentación.

Larry Coopersmith la miró con admiración, levantó su micro y empezó a hablar. Ella no pudo oír ni una sola palabra, pero eso no importaba; había visto aquello antes y sabía exactamente lo que estaba diciendo.

–¡Señoras y caballeros, Glorianna O'Toole, la mejor rockera que jamás ha existido!

–¡Esa es la verdad, imbéciles! – gritó ella hacia el iracundo vacío negro, a la muralla de ruido-. ¡Más vale que os lo creáis!

Y tomó una larga y profunda bocanada de aire, extendió los brazos y empezó a cantar.


Pequeño héroe de la noche

Pequeña criatura asustada

¡Responde cuando tu corazón

te llame a la batalla!


–Oh Dios mío -dijo Bobby Rubin, girando el control de la cámara para centrar la toma en la frágil figura de pelo gris del escenario-, ¡esa magnífica vieja loca!

En la pantalla, Glorianna O'Toole estaba sola en el brillante círculo de luz blanca, sola en medio de lo que se estaba convirtiendo rápidamente en un violento caos a gran escala. Con los brazos extendidos y los ojos mirando al frente, cantaba sobre un mar de puñetazos, de caras con ojos desencajados, de bocas que gritaban, de cuerpos que saltaban, mientras la multitud le arrojaba toda clase de basura.

–Dios mío, ¿qué estoy haciendo aquí? – murmuró Bobby-. ¡Debería estar con ella!

Gateando sobre el acolchado de color rosa, sin tomarse la molestia de ponerse de pie, empezó a recoger su ropa.

–¿Qué estás haciendo, Bobby? – susurró Sally con voz adormecida, volviéndose lentamente hacia él.

–¡Bobby! – gritó, despierta por completo, cuando comprendió lo que ocurría-. ¡No vas a… salir ahí fuera!

–Allí es donde debo estar -le respondió él, vistiéndose a toda prisa.

–¡No puedes ir ahí abajo! – gritó Sally-. Sólo conseguirás que te hieran, Bobby, que te maten quizás…

Bobby se puso los zapatos, se irguió, miró a Sally Genaro sentada, sudorosa, pálida, asustada, con la cara hecha un asco y mirándolo tiernamente. Y a pesar de la urgencia del momento, a pesar de su aspecto desagradable, se detuvo, se estremeció, sonrió y dijo suavemente:

–Todos debemos hacer lo que tenemos que hacer, Sally…

–Bobby, por favor, no bajes, no servirá de nada, no es a ti a quien quieren, es a…

No completó la frase. Se miraron durante un larguísimo momento. Ella asintió con la cabeza.

Entonces recogió su forro de goma espuma y su maillot plateado y se incorporó hasta quedar de pie. Su aspecto no era precisamente atractivo, pero parecía tan pequeña, tan desvalida, tan asustada…

–Tengo que actuar, Bobby -dijo con voz trémula-. No quisiera decepcionar a mis admiradores.

–¡Sally! – exclamó sorprendido, y se encontró tratando de retenerla.

Ella le sonrió.

–Como acabas de afirmar, todos debemos hacer lo que tenemos que hacer -dijo en voz muy baja.

Empezó a embutirse en el forro de goma. Se detuvo. Lo miró.

–Ve, pero como eres -le dijo él.

Esbozó un sonrisa atemorizada y lo tiró a un lado.

Se vistió rápidamente, y se quedó con las manos en las caderas frente a Bobby. Sally la del Valle, la Espinilla, una gorda bajita con el exceso de grasa destacándose en la ceñida tela plateada por todos los lugares en que no debía.

Se miró, se estremeció, se mordió el labio inferior mientras alzaba la mirada para ver su propia imagen reflejada en los ojos de Bobby Rubin.

–Y bien, ¿qué te parece Sally Cyborg ahora? – le preguntó con ironía.

–Mejor que nunca -le dijo Bobby con toda sinceridad, cogiéndola de la mano y conduciéndola a la puerta.

–¿Adonde crees que vas, Bobby Rubin?

Bobby se encogió de hombros, suspiró y trató de sonreír. Bien chico, se dijo con la voz de otro, al menos no te puedes quejar de que no existe la justicia kármica.

–Contigo, Sally -afirmó-. Te guste o no, tú y yo escribimos esta canción, así que parece que tenemos que afrontar nuestra propia música juntos.


Karen avanzó por el espacio que abrieron los brazos extendidos de Paco y emergió de la seguridad relativa de la multitud a una zona fronteriza entre los protectores de The American Dream y la furia de las calles.

El ejército callejero de Paco se había amotinado por completo. La gente de la calle blandía su desafío, proclamaba su agravio con rugidos, y se apiñaba al pie del escenario más y más. Una docena, dejándose llevar por su jodido frenesí, trataba de escalar el pedestal de vidrio. Los de la periferia blandían cuchillos y barras de hierro más tácticamente ahora, manteniendo a la multitud y a los guardias de seguridad a más de dos metros de distancia.

Era roja anarquía madura, desde luego, una ameba humana chisporroteando en una sartén. Golpeando el suelo con los pies, agitando los puños, retorciendo sus cuerpos y con las venas del cuello hinchadas, los asiduos del Slimy Mary's llamaban a gritos a su Reina Cibernética.

¡SALLY CYBORG! ¡SALLY CYBORG! ¡SALLY CYBORG!

Paco daba vueltas en el sentido de las agujas del reloj alrededor de la zona despejada, impartiendo órdenes que nadie atendía a lo que había sido su ejército callejero, pero siempre con la espalda pegada a la multitud, manteniéndose a distancia de su propia gente que también a él lo amenazaba con navajas y barras de hierro.

Karen tenía una mano de Paco agarrada con fuerza por las suyas y el cuerpo apretado contra su espalda mientras daban vueltas.

–¡No puedes hacer nada! ¡Tenemos que salir de aquí! – le gritaba sin cesar al oído.

Pero, suponiendo que la oyese, no se daba por enterado, puesto que seguía tratando loca y desesperadamente de controlar sin ayuda un motín de grandes proporciones.

Entonces, de repente, el ruido y los gritos se hicieron más fuertes hasta culminar, por increíble que parezca, en un torrente de abucheos, silbidos y carcajadas.

El parloteo de fondo perdió intensidad para convertirse en murmullo, de modo que el canto de los vagabundos surgió vigoroso y claro de la debilitada muralla de ruido.

¡SALLY CYBORG! ¡SALLY CYBORG! ¡SALLY CYBORG!

Paco se detuvo y miró al escenario. Karen también miró y se quedó asombrada, con la boca abierta, sin creer lo que estaba viendo.

¡SALLY CYBORG! ¡SALLY CYBORG! ¡SALLY CYBORG!

Centrada en la luz del foco, detrás del teclado de una consola de VoxBox y manipulando los controles había… había… había una grotesca caricatura de Sally Cyborg, una imitación en cartón piedra de la ágil, nervuda, plateada e inexistente Reina del Ardor que, paradójicamente, demostraba estar viva.

¡SALLY CYBORG! ¡SALLY CYBORG! ¡SALLY CYBORG!

Una chica rechoncha embutida en un traje plateado de Sally que destacaba las acumulaciones de grasa y los defectos de su cuerpo. En lugar de la resplandeciente corona de serpientes de neón de Sally Cyborg lucía una pelambrera despeinada y mate de color rubio. Los dientes de daga plateados, la línea de la nariz y los ojos eran los de Sally Cyborg, pero colocados en una cara rosa pálido moteada por el acné.

¡SALLY CYBORG! ¡SALLY CYBORG! ¡SALLY CYBORG!

Entonces aquélla patética aparición empezó a tocar el teclado y sonaron los compases iniciales de «Sally Cyborg» en una perfecta interpretación, plenamente orquestada, de la música del disco más vendido que hizo que todo se quedara en silencio. Y en aquel momento se oyó la voz multiplexada de Sally Cyborg cargada de ironía.


Sí, soy Sally Cyborg

Soy tu cable caliente como la sangre

¡Soy los ardientes bytes

De tus deseos carnales!


Y se extendió en el silencio susurrante, inundando a la muchedumbre desde la chica gorda que estaba sola bajo el foco en el escenario.


Soy Sally Cyborg

Y nunca he existido

Conéctate a mí

Y te haré gritar…


Paco Monaco estaba atónito, parpadeando ante la contradicción de lo que percibían sus ojos y sus oídos, con vista puesta en la birria con el traje de Sally que cantaba con la voz de la Reina del Ardor.

Chingada, era la voz humanamente imposible de Sally Cyborg llevada a la perfección, elevándose más allá de lo audible en el supersónico al llegar a los altos, bajando hasta unos tonos que sólo podía sentir con el estómago y los huesos en los subsónicos, envolviendo su silbido electrónico alrededor de las palabras como ningún cantante de carne y hueso podría hacer. Y mientras escuchaba con toda su atención, casi la vio allí de pie, con su destelleante pelo de neón, con su cuerpo plateado y nervudo moviéndose al ritmo.

Pero no, todo procedía de la chica que le había dejado a cargo de Rubin, de la jodida puerca que lo había convertido en un cabeza quemada demente, de una repugnante criatura embutida en un traje de falsa Sally dos tallas menor de lo que requería su rechoncha figura.

Y, de alguna forma, la canción ya no le pertenecía a Sally Cyborg, sino a ella. La música era la misma y la letra era la misma pero, con cambios trémulamente irónicos en el fraseo, la había convertido en suya propia.


Con mi corazón de hielo

Y mi anillo de fuego

Ningún alma viviente

Te llevará más arriba

Ninguna hija de madre

Te elevará tanto…


Y parecía que se la estaba cantando a él, diciendo sí Mucho, sí Paco, yo soy el cable de su carne, ella es la carne de mi cable. ¡Esta pequeña puerca regordeta, era tu pira funeraria!


Soy Sally Cyborg

Soy tu cable caliente como la sangre

¡Soy los ardientes bytes

De tus deseos carnales!

Sí, soy Sally Cyborg

Soy tu máquina de sexo

Mis chips de cristal

Te harán gritar…


Una diminuta figura plateada está detrás de su VoxBox en un círculo de luz blanca, muy por encima de la oscura pista de baile de The American Dream. La silenciosa multitud permanece en pie, hombro contra hombro, balanceándose al son de su música.

Sally Cyborg los ha convertido en su público.

La cámara se acerca lentamente para una toma media del escenario, luego rodea el pedestal negro captando una panorámica de los vagabundos congregados en torno a la base.

Han dejado de cantar, de golpear el suelo con los pies, de blandir sus puños y navajas. Han hecho retroceder al resto de la multitud, apartándolo del escenario, y todos están allí, de pie, con los brazos y las armas colgando a sus costados, mirando hacia arriba.

La cámara salta para hacer una toma de busto de la chica que está detrás del VoxBox; la cara rosada y un poco granujienta, la melena despeinada, los ojos, la nariz y los labios de Sally Cyborg.

Los tambores baten a un ritmo furioso, la guitarra solista y el sintetizador gritan un sardónico desafío, pero la cara, vulnerable, vulgar y trémula, contrasta con todo eso, y la voz electrónica de Sally Cyborg canta sus cambios cibernéticos con una ironía burlona tiernamente humana.


Mis labios de láser hacen que te arrodilles

Éxtasis oscuro y chispeante

Ningún hijo de padre

Lanzó nunca un fuego igual…


Paco Monaco seguía en la oscuridad cogido de la mano de Karen, contemplando a la gorda embutida en la ceñida malla plateada que cantaba con todo su corazón en el escenario. Estaba dominado por el resentimiento, y una chispa de odio llameó en su interior contra la gorda que estaba allí arriba, porque mediante el wire se había burlado de su virilidad.

Pero…

Pero había algo en la forma en que estaba allí, cantando para que todo el mundo la viera, que le llegó a su corazón de macho.

¡Chingada, qué… qué cojones había que tener para mostrarles a todos que la voz de Sally Cyborg procedía de su propio cuerpo feo!

Y con gran sorpresa por su parte, en algún rincón de su interior más allá de la sombra y del sol, la reconoció como una hermana.

–Vamos, mamacita -le dijo a Karen-. ¡Tenemos que ayudarle ahora que podemos!

Tiró de ella por el límite del sol hacia la sombra, hacia los vagabundos más cercanos que estaban de espaldas, mirando al escenario, con las armas olvidadas en las manos.

Y empezó a seguir la fila desconectando los contactos.

–Vamos, vamos, mamacita, no te quedes ahí como una maldita princesa chocharrica -le dijo a Karen-. ¡Tenemos que desenchufar a todos estos zombis antes de que los hijoputas vuelvan a cobrar vida!

Y sonrió para sí mientras ella se ponía manos a la obra.

Un momento después volvió a sonreír, cuando tropezó con Dojo que llegaba en sentido contrario haciendo exactamente lo mismo que ellos.

–Lárgate de aquí, cabeza quemada, antes de que te tire al suelo de un guantazo -estaba diciendo Dojo mientras empujaba a un vagabundo en dirección a la multitud y le daba al siguiente un golpe en la nuca que no podía calificarse de suave.

–¡Dojo! ¡Nunca creí que me alegraría tanto de ver a un negro tan feo y tan grande como tú!

–Y tu madre también, amigo -le contestó Dojo, apartando de un manotazo a otro vagabundo y desconectando a otro-. Vamos, vamos, hijo, tú eres el portero, ¿verdad? Supongo que no esperarás que yo haga todo el trabajo.


–¿Puedes creer esto?

–¡Platino macizo, seguro!

–Más que conveniente ahora. Si sacamos un single, quizá pueda quitar un poco de mierda de nuestra imagen. ¡Nuestra más importante virtuosa de VoxBox se anima a salir y salva el día!

–¡Sally Genaro, nuestra pequeña heroína particular!

–¡Muzik amansa a la bestia salvaje!

–La tenemos con un contrato de trabajo por obra, ¿no es así? ¿La cubre como talento de la canción?

–Es mejor que lo consultes con el departamento jurídico.

–¿No estarás pensando en convertir a ésa en una estrella del rock?

–¡Imbécil! ¡Estás presenciando su primer gran éxito!

–Es verdad. ¡Vamos a tener que sacarle rápidamente todo el producto que podamos para aprovechar las circunstancias!


¡Sally Cyborg!

¡Carne y cable!

¡Reina del Ardor!

¡Fuego eléctrico!

¡Ardientes bytes!

¡Deseos carnales!

¡Máquina de sexo del rock and roll!

¡Conéctate

Y grita, grita, GRITA!


La cámara enfoca de cerca a la chica que está bajo el brillante foco de luz blanca cuando termina su canción y se queda mirando hacia la oscuridad.

Después retrocede para una toma más amplia del numeroso público que está de pie, pasmado y boquiabierto, en la sobrecogedora bajamar del repentino silencio. Entonces los ojos empiezan a encontrarse, leen lo que hay escrito en los otros y se apartan.

Se inician murmullos y susurros que se funden en un rugido gutural, el rugido de un público que se siente traicionado y estafado, que no quiere admitir que se engañó a sí mismo y se dispone a vengarse del ultraje en la patética figura solitaria que está bajo el foco de luz.


–Mira esto… amplía el cuadrante inferior izquierdo, sí, ahí está. ¡Ahora se puede ver claramente que ese chico puertorriqueño empezó a darle a los contactos de esos vagabundos antes de que Rubin saliera! Ahora él y ese tipo negro grandote los están empujando literalmente hacia las salidas.

–¡Podríamos tener otro pequeño héroe publicitario! ¿Crees que el chico sabe cantar?

–¡Espera un momento, es Paco Monaco!

–¿Quién?

–¡El portero de The American Dream!

–¡Perfecto! ¡Filmación de nuestro hombre haciendo su trabajo ahí fuera! Quedará estupendo en los periódicos, por no decir en el juicio.

–¡Dios mío! Ha sido identificada una terrorista del FLR llamada Karen Gold, que es también una de sus vendedoras principales de programas chinche y además la novia de Paco Monaco.

–¿Nuestro propio portero estaba en el FLR? Pero si eso se publica, Washington no va a creer que nosotros no teníamos contacto con ellos…

–Y si relacionan al FLR con nosotros, ¿quién se iba a creer que no informamos a los piratas de video viendo como nos han proporcionado tan fantástica publicidad gratuita para los discos que vamos a producir a partir de estas filmaciones?

–¿Qué hacemos? ¿Tiene noticias de esto el gobierno?

–Treinta millones de personas las tienen, ¿recuerdas?

–Sí, pero el FBI no cuenta con nada concreto para arrestar a Monaco, nada que se pueda utilizar ante los tribunales…

–¿Qué importa? ¡En el momento en que ese tipo empiece a hablar en un tribunal, nos veremos metidos en el caso de los piratas de video!

–Por lo tanto, Monaco no debe comparecer ante ningún tribunal.

¿Lo quitamos de en medio? Ni pensarlo, ya tenemos bastantes problemas de imagen…

–¡Por Dios, no! Le damos a Monaco una coartada. Una que sólo nosotros podamos corroborar. Una que nuestro dinero logre que acepten las autoridades. Y dejamos que continúe con su trabajo, donde podamos vigilarlo de cerca hasta que todo esto se olvide. Y hacemos que Henry Steiner le explique de forma clara que es conveniente que guarde silencio tanto para él como para nosotros.

–Si no es tan imbécil como ese idiota de Nicholas West, seguro que ya lo sabe.


Cuando se inicia un abucheo que va en aumento y se extiende por The American Dream, aparece de repente bajo el foco un hombre de pelo rojo sosteniendo un micro cerca de la boca y hablando por él.

La potente e inconfundible voz de Jack el Rojo retumba por el sistema de sonido.

–¡Vamos, otorguemos un gran aplauso a la pequeña dama!

La cámara se acerca a él en el momento en que levanta la mano de la intérprete de VoxBox y la conduce hasta el borde del escenario, hacia el súbito silencio total. Si ella es una caricatura de carne y hueso de la perfección electrónica de Sally Cyborg, él es la sombra de Jack el Rojo.

Porque habla con la voz de Jack el Rojo, tiene la cara de Jack el Rojo, mira hacia la cámara con los ojos de Jack el Rojo y hay algo indefinido lo cubre con el manto de la verdadera presencia de Jack el Rojo.

Lentamente, tímidamente, inseguramente, algunas manos empiezan a aplaudir, seguidas después por otras. Jack el Rojo permanece allí, sacudiendo la cabeza, con las manos en las caderas, mientras los aplausos se debilitan hasta cesar del todo.

–No queréis creerlo, ¿verdad? – dice la voz de Jack el Rojo-. ¡No queréis creer que esta pequeña dama siempre ha sido Sally Cyborg y que yo siempre he sido el Príncipe Coronado del Rock and Roll!

Un gruñido amenazador se eleva de la muchedumbre cuando, contra su voluntad, empieza a enfrentarse al hecho de que la han engañado.

–No me culpéis a mí, yo os dije desde el principio que sólo soy el fantasma de vuestra máquina. ¡Yo no tengo cuerpo, pero vosotros sois mi alma, todos vosotros sois el Príncipe Coronado del Rock and Roll! ¿Lo habéis olvidado?

Jack el Rojo se acerca hasta el borde mismo del escenario mientras vuelve a oírse la protesta gutural.

–¡Escuchaos a vosotros mismos! – grita, y apunta su micro hacia la multitud como si se tratara de un cetro.

Del otro extremo del circuito salen lloriqueos de niños caprichosos.

–¡Vosotros sois los que os dijeron que nunca podríais ser! – proclama Jack el Rojo en el micrófono-. ¡Ya era hora de que vosotros empezarais a ser yo! ¡Así que cantad todos con vosotros mismos, levantad vuestra voz y gritad, porque vosotros y yo juntos somos una Máquina del rock and Roll!


Tú me potencias a mí

Yo te potencio a ti

Yo te potencio a ti

Tú me potencias a mí…


–¡Maldito Rubin, es un genio creativo pero no tiene olfato para los negocios! ¡Vaya historia que está inventando! ¿Pero qué coño de producto usamos para comercializarla?

–Podemos utilizarlo en nuestros clubes.

–Pues si que es gran cosa.

–Tú me potencias a mí… -canta Jack el Rojo al micrófono una vez más.

Después se detiene y lo apunta hacia la multitud, donde varias voces aisladas continúan para llenar el silencio.

Él recoge una de esas voces del anonimato y la pasa a través del micro, a través de sus parámetros de impresión de voz, y sale por el otro extremo, a través del sistema de sonido, el mismísimo Jack el Rojo cantando a través de una cara de la multitud, cantando con la voz del pueblo.


Yo te potencio a ti…


La multitud empieza a corearlo mientras Jack el Rojo baila por el escenario, también cantando frases alternativas en el micro, dejando que el público le conteste.


Yo te potencio a ti