BAILARINES DE SUEÑOS


Aquella noche sería diferente, se prometió Sally mientras le daba una propina al portero y se subía en el enorme Rolls-Royce de color blanco cremoso. Aquella noche iba a brillar como una verdadera estrella de rock costara lo que costase, que en el caso de la magnífica limusina que ocupaba eran novecientos dólares por el recorrido desde el Waldorf a The American Dream.


Pero valdría la pena llegar a la puerta en un Rolls-Royce blanco con un chofer uniformado al volante y descender de él como Sally Cyborg. ¡A ver si el estúpido portero hispano se atrevía ahora a negarle la entrada!

A la mañana siguiente, tras una meditación sombría y obsesiva, se dio cuenta de lo estúpidamente que se había comportado el día anterior, y eso le dio esperanzas, por extraño que parezca. No lo había planeado bien, esto era todo.

¡Tenía que haber sabido que una estrella de rock que personificaba el sueño erótico de todo vagabundo no debía vagar nunca por Nueva York a pie! Tres manzanas en una dirección errónea de esta ciudad y, de repente, ya no había guardias armados para mantenerlos lejos de ti. Te podías encontrar en otro planeta sin saberlo sólo por doblar la esquina equivocada.

En cuanto a aparecer en The American Dream a medio vestir y completamente trompa… ¡No era de extrañar que el portero no la hubiese reconocido! No se parecía a Sally Cyborg en absoluto. ¡Sólo parecía la atontada Sally la del Valle con un patético y chapucero atuendo de Sally Cyborg!

Pero así todo saldrá mejor, se dijo, disfrutando de la comodidad del asiento de piel color tostado. ¿Qué habría ocurrido si hubiese logrado entrar la noche pasada sin llevar puesto el forro, con la peluca al revés y la mente trastornada? ¡Lord Jimmy ni siquiera la hubiera reconocido y nunca le hubiesen permitido subir al escenario!

Por lo menos, la mortificante comedia terrorífica del día anterior le había enseñado lo que costaba en realidad ser Sally Cyborg.

Tal como la Sally Cyborg en que se convertía con la mediación del Jack no era nada más que su propio ser liberado por los circuitos electrónicos, la imagen de Sally Cyborg de la que el mundo sólo conocía la cara y la forma era Sally Genaro perfeccionada y glorificada por el software mágico.

Con su peluca, su malla y su forro modelador, era la imagen de Sally Cyborg, porque esa imagen era la suya perfeccionada electrónicamente y no debía permitirse aparecer en público sin tales aditamentos.

Cuando le dé al contacto y salga de esta limusina, se dijo mientras el Rolls se abría paso señorialmente a través del atasco de taxis de las proximidades de The American Dream, seré Sally Cyborg, ¿verdad? Porque ella no es más que yo, mi VoxBox, el Jack y los visuales…

Sin embargo, algo corroía su interior cuando al fin el coche dobló la esquina y se unió a la fila de taxis que esperaban para dejar a sus pasajeros delante de la puerta. Porque durante un momento, en las ruinas, justo antes de que llegaran los polis, con la música moviéndose a través de ella y sus adoradores literalmente postrados, había sentido que era algo más.

Más incluso de lo que había sido esa mágica noche en que estuvo con Lord Jimmy en la Cúpula Resplandeciente, más incluso que su perfecta fantasía hecha realidad en el espejo de sus ojos.

Durante aquel momento había sido más ella misma que nunca, durante aquel momento el soñador se había despertado en un sueño compartido, durante un momento Sally Cyborg había tenido plena conciencia de que aquellos pobres vagabundos harapientos le estaban dando existencia mediante sus sueños.

Quizá los polis tenían razón. Quizá la salvaron de que la violaran y la hicieran pedazos.

Pero quizá no. Quizá si no la hubieran desconectado contra su voluntad y destrozado el sueño colectivo con el fuego de las metralletas, el sueño hubiera continuado indefinidamente. Quizá no hubiese tenido que despertarse nunca en un mundo donde era mucho menos importante que la Reina del Ardor.

¿Sería posible que el sueño fuese lo que consideraba realidad, este mundo injusto y mezquino donde había nacido en un cuerpo celulítico con el corazón de una máquina del sexo y el alma de una estrella de rock?

Quizás el triste mundo de segunda clase que creía real era sólo una larga y estúpida pesadilla de Sally Cyborg, y quizá durante un momento se había despertado.

El Rolls llegó al fin a la puerta. Por lo menos había la misma cantidad de gente tratando de entrar que la noche anterior. El mismo puertorriqueño de sonrisa burlona les tomaba el pelo y los torturaba con negativas de cabeza y señales con el dedo.

Quizá, pensó mientras el chofer mantenía la portezuela y ella le daba al contacto, quizás esta noche Sally Cyborg despierte para siempre.


–¿Qué es esto? – le preguntó Bobby Rubin al taxista.

La calle estaba atestada de taxis, todos tratando de avanzar al mismo tiempo entre un estruendo de bocinas y una cacofonía de insultos.

–The American Dream, amigo -refunfuñó el taxista-. Aquí es donde dijo que quería venir.

–Aquí no -lo corrigió Bobby-. A la entrada de los VIPs al otro lado de la manzana. Dé la vuelta y entre por allí.

–¡La entrada de los VIPs! – exclamó el taxista sarcásticamente-. Bueno, ¿por qué coño no me lo ha dicho su señoría? ¡Hubiera podido evitar toda esta mierda para empezar!

Bobby se agarró con fuerza a la manecilla de la puerta, el taxi, bamboleándose, rodeó los coches aparcados en doble fila al final de la calle, chirrió al doblar una esquina, repitió el aterrador proceso en la siguiente calle lateral, y lo dejó ante de una puerta de acero en menos de dos minutos.

No parecía la entrada a un club, excepto por los dos altos y sudorosos gorilas vestidos con trajes negros de ejecutivo y armados con Uzis.

–¿Dónde crees que vas? – le gruñó uno a Bobby cuando se aproximó a la puerta.

–Dentro -contestó Bobby seguro de sí mismo.

–El pase -intervino el otro guardia de seguridad alargando la mano.

Bobby buscó en el bolsillo interior de su chaqueta, sacó una tarjeta blanca con bordes dorados con su nombre grabado bajo una foto a todo color de identificación y la sostuvo delante de la cara del guardia.

Al momento, el talante del simio cambió.

–Pase por aquí, por favor, Sr. Rubin -dijo amablemente mientras su compañero aguantaba la puerta.

Bobby sonrió por dentro. Se había despertado tarde, tomó un abundante almuerzo en su habitación, luego se vistió y fue a la delegación neoyorquina de Muzik, Inc., donde ya habían recibido las órdenes de Hollywood. El pase de VIP y una carta para el gerente con la firma de West, ordenándole una total y completa cooperación, ya lo estaban esperando.

Con un poco de suerte a lo mejor la Espinilla no aparecía aquella noche, ni en los días siguientes, ni nunca. Estaba contento de haber decidido llevar el Jack. Quizá con el pase de VIP y un poco de ayuda de un viejo amigo que le había sido muy útil en Los Angeles, podría ligar con una actriz o una estrella del rock, o por lo menos con una superadmiradora, y llevársela rápidamente a su suite palaciega del Union Square Pavilion para mostrarle su máquina de rock and roll.

Mientras dure este viaje debo disfrutarlo, se dijo; y oyó que el guardia cerraba de golpe la puerta tras de él con un fuerte estruendo metálico.


–Chingada, ¿quién será ése? – murmuró Paco.

¿Qué estaba haciendo allí un enorme Rolls-Royce blanco que debía de pertenecer a una estrella de cine o al maldito Rey de Inglaterra? ¿Por qué se paraba?

Los importantes, las estrellas de cine y las estrellas de rock, los reyes y las reinas de Ciudad Chocharrica, la gente de televisión de MUZIK, los malditos mañosos y los nipones siempre iban a la entrada de los VIPs, donde había guardias de seguridad y tenían acceso directo a las plantas altas sin tener que mezclarse con los que él dejaba entrar en el foso.

Algo le dijo a Paco que habría problemas. Algo le dijo que estaba a punto de toparse con un asunto que lo superaba. Algo le dijo que se vería obligado a tomar una rápida e importante decisión.

Nunca había tenido que tratar con celebridades, puesto que no usaban la puerta delantera. Steiner ni siquiera le había dado ninguna norma. ¿Tenía que impedirle la entrada a una estrella famosa si veía que estaba fuera de sus casillas? ¿Había estrellas que estaban enemistadas con Muzik e intentaban colarse entre la multitud? ¿Cómo podía saber él quienes eran? ¿Qué pasaba si un pez gordo llegaba con el rojo puesto?

¿Por qué tiene que meterme a mí en follones ese ricachón malnacido?

Y entonces el chofer salió y abrió la portezuela trasera y un shock eléctrico lo atravesó cuando vio quién o qué salía.

¡Chingada, era Sally Cyborg!

A aquella distancia parecía exactamente igual a quien había visto con tanta frecuencia en la pantalla. El cuerpo plateado de músculos de acero, las bragas de cuero negro, el pelo de destelleantes serpientes de neón.

¡Y se movía como Sally Cyborg, bailando sinuosamente en medio de la muchedumbre con un contoneo de caderas que hacía que le abriesen paso entre exclamaciones y susurros! ¡Iba hacia él igual que lo había hecho en el Slimy Mary's!

Paco parpadeó, y el recuerdo de que al final se encontró con un robot asaltó su mente. Sally Cyborg no era más que eso, sólo un robot eléctrico en el flash de un adicto al wire. No existía una Sally Cyborg de carne y hueso. Por tanto, no podía ser la que se había bajado del Rolls-Royce y ahora se le acercaba.

¡Debía de ser una puta rica y loca vestida como Sally Cyborg, alucinando a tope y jugando a alguna estupidez!

Paco se colocó en medio de la puerta, cruzó los brazos sobre el pecho y compuso una dura mirada despectiva. ¡De ninguna manera voy a soportar esta clase de cosas!, decidió.

¡El dinero no conseguirá que ninguna fulana loca que se cree la Reina del Ardor se me cuele!

Pero poco después, cuando emergió ante la multitud como una hoja caliente que corta la manteca y él pudo ver su cara con claridad, olvidó en un instante todo lo que había estado pensando.

Era la cara de Sally Cyborg.

Los ojos. La curva de la nariz. La línea de los labios.

¡Era ella! ¡Era Sally Cyborg! Pero no podía ser…

Empezó a alzar la mano hacia el contacto para salir del flash, pero entonces recordó que no estaba conectado. Allí se hallaba Sally Cyborg mirándolo a los ojos, con sus manos de acero sobre las caderas, su espalda arqueada, contorsionándose lentamente al son de una música que él no podía oír, igual que aparecía en el flash. ¡Pero él no estaba alucinando! ¡Era real! Ella… pero…

–¿Y bien? – preguntó Sally Cyborg con altivez-. ¿Me dejas entrar?

–Tú eres…

–Carne y cable -dijo ella dirigiéndole una sonrisa de dagas de acero.

–Ey, mira, yo…

Ella alargó una mano y le acarició la cara.

–¿Alguna hija de madre te atrae como yo?

La multitud susurrante se acercaba cada vez más. Los vagabundos que estaban detrás le gritaban a los transeúntes: ¡Está Sally Cyborg! Aquello empezaba a convertirse en un tumulto. ¡Era mejor controlarlo ahora y preocuparse de entenderlo luego!

–¡De acuerdo, de acuerdo, entra! – dijo apartándose y cogiéndola de la mano para que pasara por delante de él.

Ella ni siquiera se dignó a mirarle mientras se deslizaba hacia el interior, se limitó a rozarlo levemente con su dura cadera de plata y desapareció como un flash de wire en la oscuridad del pasillo.

–Oye, ¿era esa la verdadera Sally Cyborg? – le gritó un tipo desde detrás de la muchedumbre.

–¡Claro, es mi novia, capullo! – le contestó Paco-. ¡Acaba de volver de lavar mi coche!

La muchedumbre rió. Paco rió también, pero con risa nerviosa. ¿A quién o a qué acababa de dejar entrar? ¿Estaban Larry, Karen y todos los demás equivocados después de todo? ¿Había estado hablando con Sally Cyborg?

Chingada, ¿había perdido la oportunidad de relacionarse con el ser real?


Al traspasar la entrada de los VIPs, Bobby se encontró con una serie de puertas sin rótulos y la puerta de un montacargas. Poco después llegó el montacargas, que era una gran jaula de tela metálica, y salieron de él tres parejas elegantísimas. Dos de los hombres le parecieron muy conocidos.

Se encontró solo en el enorme ascensor con una hermosa ascensorista pelirroja, vestida con una especie de bañador que imitaba a un esmoquin, y otro guarida de seguridad con traje negro y una pistola ametralladora. Ascendió atravesando la parte trasera del salón, el pasillo de un estudio de televisión por el que dos tipos empujaban una cámara y una dependencia de servicio. Después se detuvo, la ascensorista abrió las puertas plegables y él salió a la sala de los VIPs.

Aquello era más de lo que había imaginado que sería la sala de estar del local más grande y lujoso del Soho.

Había una gran cantidad de globos colocados en el techo que proyectaban una luz crepuscular dorada en toda la habitación. El suelo enmoquetado de color verde bosque descendía o se elevaba en diversos niveles separados por escalones bajos, formando una serie de áreas sutilmente independientes.

Había un desnivel hundido tapizado en cuero, en cuyo centro se alzaba una gran mesa de cobre redonda, como sector de reuniones. Había zonas con grupos de mesitas de café, otras donde se hallaban colocados frente a frente sofás azules y cromados estilo art deco, algunas donde varias sillas de mimbre con enormes respaldos en abanico imitando la cola de un pavo real pintados de colores vivos estaban dispuestas en semicírculos. En un extremo se destacaba una gran chimenea de ladrillo con el holograma de un tronco ardiendo y tres sofás ante ella. A lo largo de una de las paredes se extendía una barra de madera de teca con no más de veinte taburetes a juego y un barman negro con esmoquin detrás.

La pared opuesta era de cristal, y ante ella había una fila de mesas de café que abarcaba toda su longitud. Desde la perspectiva de Bobby en la entrada, todo lo que se veía a su través era un trozo de una enorme pantalla de video, más o menos la cuarta parte de una inmensa y absurda imagen en movimiento.

Vio pequeños monitores aquí y allá: encima de la barra, en los rincones… Todos a baja intensidad. Tampoco el volumen de la música exterior impedía la conversación.

Bueno, ¿y ahora qué?, se preguntó, sintiéndose como un estúpido allí de pie y boquiabierto.

El salón de VIPs estaba atestado de… de VIPs. Podía decir que había ascendido al país de las estrellas por la asombrosa belleza de las mujeres y la ostentosa elegancia de los hombres, todos vestidos como los intérpretes de una película representando una escena ambientada en una fiesta elegante de Hollywood, por la familiaridad e intimidad con que se trataban, por un indefinible aroma a joyas de oro, polvo sintético y cristal negro de limusina.

No había nadie en los alrededores comiéndose con los ojos a todas las increíbles mujeres, excepto él. No había nadie en los alrededores buscando nerviosamente con la mirada un lugar donde aterrizar cómodamente, excepto él. Allí todo el mundo parecía conocer a todo el mundo, igual que en aquella fiesta en Mulholland a la que Glorianna O'Toole lo había llevado accediendo a sus insistentes ruegos.

Quizá se conocían. Porque en esencia era la misma gente y aquélla era en esencia la misma fiesta, que tenía lugar en Beverly Hills, en Nueva York o en Londres, y aquella gente iba de una a otra en primera clase de los aviones. Esa fiesta flotante se llamaba negocio del espectáculo y, desde luego, todos los cineastas y organizadores se conocían entre sí.

Aunque a él muchas caras le eran familiares, nadie aquí le conocía. Incluso habiendo ascendido al nivel más alto, aún se encontraba en el exterior mirando hacia dentro.

¡Pero no podía quedarse allí de pie para siempre como un idiota! El bar parecía el rincón más tranquilo. Sólo había media docena de personas sentadas en él. Una de ellas era una mujer con un vestido de noche negro increíblemente ceñido, con una larga melena ondulada color zanahoria flotando sobre su espalda desnuda.

Había dos asientos vacíos a la izquierda de la mujer y lo que Bobby quería hacer era ocupar el que estaba junto a ella con una disculpa cortés. No obstante, dejó un taburete vacío entre ambos, pidió un Wild Turkey e intentó que no lo sorprendiera mirándola con el rabillo del ojo.

Pero cuando le vio la cara perdió su sangre fría.

El pecoso rostro de duendecillo. Los gruesos labios. La naricita respingona. Los increíblemente grandes ojos verdes. La diminuta rosa tatuada en la ventanilla izquierda de la nariz.

¡Era Mara Murphy, no había duda! Una auténtica estrella de cine estaba sentada cerca de él bebiendo vodka de una copa alta de champagne y esnifando polvo delicadamente de una larga uña de color verde esmeralda que no cesaba de introducir en una antigua caja de rapé con un camafeo en la tapa.

Se le secó la boca. Sintió un vacío en el estómago. ¡Mara Murphy flipándose justo delante de mí! ¿Qué puedo decirle? ¿Cómo puedo…?

–¿Te conozco, hijo?

¡Oh no! ¡Lo había pescado mirándola! Y ahora ella lo estaba mirando a él con la nariz alzada, sin el menor rastro de sonrisa en los labios, con sus enormes ojos verdes haciendo que se sintiera como si hubiese olvidado ponerse los pantalones.

–Eh… ah… no lo creo.

–Entonces, ¿por qué me estás mirando?

–Eh… yo no la estaba mirando.

–Sí, lo estabas -dijo Mara Murphy con frialdad-. ¿Crees que no me han contemplado lo bastante para que note cuando alguien me está midiendo con los ojos?

–¡Eh… eh… eh…, camarero! – tartamudeó en voz alta, sustrayéndose de su penetrante mirada.

–¿Otra? – preguntó el apuesto barman negro.

–¡Si me lo pregunta a mí, le diré que él ya tiene suficiente! – intervino Mara Murphy con voz un poco pastosa.

–¿Este tipo la está molestando, Srta. Murphy? – le preguntó el camarero en un tono suave impregnado de amenaza.

–Llame al director, buen hombre -dijo Bobby con toda la arrogancia que consiguió simular antes de que ella pudiera volver a abrir la boca.

–¿Qué? – preguntó el barman, girándose para mirarlo con una gran indignación unida a una absoluta incredulidad.

–He dicho que por favor llame al director, ¿quiere? – dijo Bobby sin perder la calma-. Dígale que deseo hablar con él de inmediato.

¿Llamar al director? -repitió el camarero, imitándolo-. ¿Dígale que deseo hablar con él de inmediato? Lo siento muchísimo, majestad, pero el director está ocupado ahora organizando la retransmisión de esta noche. No obstante, si quiere esperar aquí estaré encantado de llamar a unos caballeros de seguridad que lo pondrán de patitas en la calle.

Bobby ya había sacado del bolsillo interior de su chaqueta la carta de Nicholas West. La desplegó y la tiró negligentemente sobre la barra frente al barman.

–Oh, y déle esto -dijo con altivez-. ¿Puedo suponer que usted sabe leer?

El hombre cogió la carta de malos modos. Cuando la leyó, su actitud cambió por completo. Sonrió tímidamente, la dobló con cuidado y pulsó un botón que había detrás de la barra.

–Espero que solucione el asunto, Sr. Rubin -dijo obsequiosamente. Colocó un vaso limpio delante de Bobby y lo llenó hasta el borde con una botella de Wild Turkey-. Le pido disculpas por el malentendido, tengo algunos problemas con mi novia y estoy un poco tenso esta noche. ¿Lo comprende? Por favor, tómese ésta a mi cuenta.

Bobby le sonrió protectoramente.

–No pasa nada -dijo-. Sólo dígale que Nick West me pidió que tuviera una pequeña charla con él mientras estoy aquí.

Un hombre con traje negro salió por una puerta situada en el otro extremo de la barra y se dirigió hacia el barman, mirando a Bobby de arriba a abajo.

El barman le tendió la carta.

–Llévale esto en seguida al Sr. Pham, Rollo.

–Ey, ya sabes que Pham está liado con…

–¡Ahora mismo! – siseó el barman-. ¡Dile que un amigo del Sr. West está esperando en el bar para hablar con él! – Se volvió hacia Bobby-. ¿Nada más, Sr. Rubin?

Bobby asintió con la cabeza y el camarero se alejó discretamente hacia el otro extremo de la barra. Se giró y vio que Mara Murphy se había sentado en el taburete más próximo. Tenía un codo apoyado en la barra y la cabeza vuelta hacia él, observándolo de un modo muy distinto.

–¿Estás seguro de que no te conozco…? – le preguntó-. Esos ojos… Nunca olvido los ojos. ¿No he visto tus ojos en alguna parte?

Ahora estaba lo bastante cerca de él para marearlo con su dulce perfume de trébol.

Bobby alzó la mano como si fuese a rascarse la cabeza en un esfuerzo para recordar, y dejó que su dedo oprimiera el interruptor del Jack.

En sus labios se dibujó la brillante sonrisa de Jack el Rojo. Sacudió su largo pelo rojo y se inclinó hacia ella.

–Es posible -dijo-. Aunque últimamente no he estado muy visible.

–Ey, no eres… esos ojos… esa cara… No, el pelo no encaja. Estoy flipada, no puedes ser…

–Quizás ahora llevo una peluca puesta.

Mara Murphy lo miró más de cerca.

–Pero como dice la canción, sólo eres bits, bytes y programas, así que no es posible que estés aquí a mi lado…

–¿Dónde he estado siempre?

Ella rió, y su risa aumentó el brillo de sus enormes ojos verdes que se expandió sobre todo lo demás por hecho de que estaba riendo con él. Bobby se inclinó aún más hacia la dulce aureola de su perfume. Una fuerte corriente de confianza y bienestar ascendió por su columna vertebral para estallar en brillantes pixels de poder en su alucinado cerebro.

–No tengo cuerpo, no tengo alma, pero soy tu Príncipe del Rock and Roll -dijo, aventurándose poner una mano sobre el brazo de ella.

–¿Y supongo que quieres estar a mi lado en medio de la noche…? – dijo Mara Murphy con sarcasmo.

Pero no se apartó, ni apartó de él sus brillantes ojos.

–¿Sr. Rubin? Soy Alan Pham.

Bobby se volvió hacia la clara, autoritaria y perfecta voz de presentador. Un enjuto vietnamita con un elegante traje de color verde lima estaba de pie detrás de su taburete, tendiéndole la mano. Tenía un largo pelo negro rizado y llevaba unas gafas ligeramente coloreadas ante sus fríos ojos negros.

Estrechó la mano de Pham.

–¿Sí…? – dijo en tono despistado.

Pham frunció el entrecejo.

–Usted ha solicitado hablar conmigo, ¿recuerda? – dijo bruscamente. Miró a Mara Murphy y forzó una falsa sonrisa-. Oh, ya veo…

Pham apoyó una mano firme sobre el hombro de Bobby.

–Lord Jimmy está a punto de salir a escena y en este momento soy un hombre muy ocupado, pero he tenido la cortesía de venir a verle -continuó, irritado-. Así que le ruego que nos disculpe un momento, Mara. Este asunto no durará más de lo que el Sr. Rubin crea necesario.

–Tómate todo el tiempo que quieras, Alan -le contestó ella-. Sólo estoy pasando el rato hasta que Ted aparezca.

Pham lo apartó de allí mientras él seguía mirándola con deseo por encima del hombro, y lo condujo a una mesa de café vacía cerca de la pared de cristal que dominaba la pista de baile.

–Adiós… -dijo Mara Murphy, moviendo negligentemente la mano.

Luego volvió a su vodka y a su polvo.


Sally Cyborg zigzagueó con languidez alrededor de la atestada pista de baile, estirando el cuello para mirar con asombrada satisfacción hacia las tres inmensas pantallas de video, hacía la pared de galerías que ascendían hasta las sombras que cubrían el techo invisible, la evidente escala social del lugar que ningún reportaje de televisión podría mostrar con exactitud. Era como el vestíbulo del Bonaventure o de algún Hyatt, con el techo tan alto que no te hacías a la idea de estar dentro de un edificio. Un pequeño mundo completo.

Su mundo.

En aquel momento era Debbie Nakamoto triplicada y ampliada a unas proporciones míticas quien estaba en las pantallas, pero sabía que muy pronto sería ella quien estaría allí arriba, dominando a The American Dream con su imagen electrónica triplicada.

Y aquella noche haría historia en el mundo del espectáculo. Aquella noche la leyenda electrónica se mostraría en carne y hueso. Aquella noche la diosa de las pantallas se reflejaría al natural en el escenario.

Había técnicos de sonido en él, haciendo las últimas comprobaciones con los amplificadores y los instrumentos. El escenario mismo era una plataforma circular asentada sobre un pedestal de vidrio negro de unos tres metros de altura, igual que una gigantesca seta plana plantada en el centro de la pista de baile. ¿Cómo se conseguía subir allí…?

Entonces, de repente, dos técnicos empezaron a hundirse como si estuvieran sobre arenas movedizas. ¡Claro! Debía de haber una escalera que condujera a un camerino debajo del escenario. Era mejor que fuese allí a encontrarse con Lord Jimmy.

Dio varias vueltas en busca de una entrada, pero lo único que vio fueron las escaleras que llevaban al salón abierto de la primera planta. Debía subir allí y preguntar la manera de ir al camerino.

Empezó a abrirse paso bailando entre la multitud de la pista, sin notar apenas las miradas que le dirigían los hombres junto a quienes pasaba, ni las miradas de envidia de las mujeres vestidas con lujosos atuendos de Sally. No se detuvo más de un instante cuando el caliente círculo blanco de la luz de un proyector la atrapó, destacándola del resto de los danzantes.

Entonces la música cesó y un repentino murmullo susurrante descendió como una gran cortina. Se volvió y vio que el escenario estaba bañado por haces entrecruzados de luz roja y amarilla procedentes de arriba, en los que los miembros del grupo de Lord Jimmy emergían uno a uno desde debajo del escenario: un intérprete de VoxBox, un guitarrista y un trompetista. Todos eran delgados, con el pelo negro y largo, el pecho desnudo, pantalones negros ceñidos, botas altas de piel y unas levitas con complicados bordados y adornos de lentejuelas.

La gente que había en la pista se quedó parada en su sitio, mirando al escenario, expectante. Un intenso cono de luz blanca se proyectó desde el segundo piso, a su espalda, iluminando la tribuna de los músicos que preparaban sus instrumentos intensamente, y las tres grandes pantallas, que habían estado funcionando en silencio con un disco de promoción, se convirtieron en verdaderos espejos del escenario.


–Oye, quédate en la puerta un momento, ¿quieres? No dejes entrar a nadie hasta que yo vuelva -le gritó Paco al guardia de seguridad cuando llegó cerca de él en sus paseos por el pasillo de entrada.

–¿Soy tu lacayo acaso?

–Vamos, hombre, hazme ese favor. Tengo que… ¡tengo que ir a cagar!

El guardia de seguridad gordo se echó a reír.

–Ey, tío, eso no es divertido -dijo Paco- Me comí una hamburguesa grasienta cuando venía para aquí que debía de estar hecha de carne de rata y me voy a cagar encima si no voy al water.

–Ya puedes empezar, estoy esperando. ¡Será digno de verse!

–¡Chingada, tío, no seas capullo! Puedes dejar entrar a una señora mientras estoy fuera. Asegúrate de que sea atractiva y sepa agradecértelo, ¿comprendes, amigo…?

El guardia escudriñó lentamente a la multitud.

–Tú has sido quien lo ha dicho -se aseguró.

–Vuelvo en cinco minutos… Espero…

–¡Tómate el tiempo necesario!

Paco entró y le dio a su contacto tan pronto como estuvo fuera del campo visual del guardia, en el pasillo que conducía al foso. No tenía necesidad de ir al water, lo que quería era encontrar a Sally Cyborg, o quien quiera que fuese, y tener un flash con ella.

De pie, en el umbral de la puerta y preguntándose si en realidad había una Sally Cyborg, si había dejado deslizarse ante él a la mujer, a la criatura o al sueño objeto del deseo de todos en los últimos tiempos, sentía un desasosiego mayor del que hubiese podido producirle una indigestión de hamburguesa de rata.

Pero, un momento después, Mucho Muchacho se hallaba en la pista de baile moviéndose con seguridad, buscando con sus duros ojos negros a la fulana de plata con quien había mantenido su chingada guerra en sueños.

Joder, había montones de atractivas Sallys Cyborg en The American Dream aquella noche, pero no eran más que imitaciones por perfecto que fuera su atuendo, todas mirando hacia el escenario, donde unos cuantos maricones con chaquetas adornadas con lentejuelas estaban sentados tras sus instrumentos bajo un cono de intensa luz blanca.

Ninguna de ellas tenía aquellos ojos, aquella nariz, aquel gesto, y ninguna de ellas tenía su aspecto ni su actitud mientras miraba con la boca abierta, como las malditas admiradoras de lujo que eran, a los maricones que estaban en el escenario.


Alan Pham echó una ojeada a la fotografía del documento de identificación de Sally Genaro.

–¿Puedo quedarme con él? – dijo-. Ordenaré que hagan copias y las distribuyan entre todos los hombres del cuerpo de seguridad.

Bobby Rubin asintió con la cabeza, ausente. Le estaba resultando difícil atender a esos asuntos porque aún se hallaba alucinando y la búsqueda de Sally la del Valle era sólo un molesto zumbido de fondo en la música que surgía a través de él mientras se hallaba sentado en la mesa de café con la vista en el brillante escenario situado muy abajo y en el público que esperaba el inminente momento mágico.


Soy el que siempre dijeron

Que nunca podría ser…


Oh sí, el que había visto en los ojos de Mara Murphy, el Jack el Rojo que marcaba con los pies el ritmo de su propia música. Deseaba dejar plantado a aquel capullo corporativo, salir allí y autocoronarse como el Príncipe del Rock and Roll.

–Seguramente no servirá de nada… -murmuró.

–¿Qué?

Se obligó a volverse hacia el director de The American Dream. Pham lo estaba mirando con un perplejo fastidio.

–Seguramente irá vestida de Sally Cyborg…

–Hay un centenar de mujeres vestidas de Sally Cyborg que pasan por aquí cada noche -dijo Pham-. ¿Cómo podrán los de seguridad saber cuál es Sally Genaro?

–Que busquen a Sally Cyborg, la que aparece en el disco.

–¿Se encuentra bien, Sr. Rubin? Eso no tiene mucho sentido.

Un súbito rasgueo de guitarra, un retumbo de tambores y un nítido toque de trompeta irrumpieron en el tranquilo salón de los VIPs, captando la atención a través de su sistema de altavoces a pesar de su bajo volumen y dirigiendo esa atención hacia afuera y hacia abajo, hacia el escenario ahora a oscuras excepto por un foco de luz dorada.

Lord Jimmy emergió en su interior resplandeciente, con zapatos plateados, pantalones ceñidos de color azul eléctrico y una capa de seda bordeada de armiño sobre los hombros desnudos. Su rubio pelo a lo afro resplandecía como una corona bajo la intensa luz. Llevaba un micrófono dorado, imitando un cetro, de un metro de largo, con una gema en la empuñadura del tamaño de un huevo de ganso que lanzaba fragmentos de arco iris al descomponer la luz colocada en su interior.

–Majestades, Príncipes y Princesas, Duques y Duquesas, Señores y Señoras, y todas las masas proletarias rockeras de ahí afuera -entonó desde alguna parte una voz que imitaba el refinado acento británico de clase alta-. ¡MUZIK está orgullosamente abrumada de presentar a Lord Jimmy, Conde de la Perla y Príncipe Coronado del Soul, el heredero del trono del Rock and Roll!

Lord Jimmy desfiló alrededor del escenario, ondeando su cetro ante sus vasallos, con su magnífica nariz aristocrática olfateando la estratosfera como si fuera una línea del mejor de los polvos.

Los músicos tocaron una versión max metal de «Dios Salve al Rey».


A pesar de todas las apariencias

Sólo soy un hombre

Guardad la compostura, chicas

Tratad de comprender…


Sobre el escenario, Lord Jimmy bailaba y hacía revolotear su capa mientras cantaba «A Tus Órdenes» con una clara, resonante y contagiosamente divertida voz, mientras el alegre e insolente ritmo y la sarcástica fluctuación de la trompeta hacían de contrapunto a su egomanía.

Tenía al público exactamente donde quería tenerlo, meciendo el cuerpo y siguiendo el ritmo con los pies, bailando sin moverse de su sitio y con los ojos puesto en él, sin convertir su actuación en música de fondo para un baile de discoteca.

Incluso Sally Cyborg se encontró danzando al son de aquella música en su camino hacia el escenario, moviendo las caderas y los brazos al compás, agitando su luminiscente y destelleante pelo negro mientras atravesaba el mar humano sobre una ola de energía rockera.


Aunque camino sobre el agua, chicas

Y soy verdaderamente ilustre

Puedo convertirme esclavo del amor

¡A… vuestras… órdenes!


Lord Jimmy se paseaba describiendo majestuosos círculos burlones alrededor del escenario, siempre destacado por el cálido foco de luz dorada. Bailaba hasta el borde del mismo durante la pausa instrumental, provocando a la primera fila con una mano en la cadera y la otra sosteniendo el cetro, con el que señalaba a una mujer u otra.

A Sally Cyborg, aún de camino hacia él, le parecía que ya estaba allí arriba, moviéndose a su lado en el brillante círculo de luz sobre un pedestal muy por encima de la multitud.

Y ciertamente vio que estaba bailando en el foco de luz muy por encima de la multitud, porque en las enormes pantallas de video se vio a sí misma, una figura plateada seguida por un rayo de luz blanca, que danzaba a través de la oscuridad frente al público.


Soy Sally Cyborg

Soy tu cable caliente como la sangre

¡Soy los ardientes bytes

De tus deseos carnales!


Ella cantó con toda la potencia de sus pulmones, y sólo la amplificación del grupo pudo anularlo. Pero Lord Jimmy debió de haberla oído, porque la señaló con su cetro enjoyado mientras ella bailaba y cantaba con todo su corazón, viviendo su momento estelar al fin.


Mirando por la ventaba desde el interior del flash, Jack el Rojo era también la pequeña figura azul y dorada del escenario agitando su varita mágica y contemplando a todas aquellas mujeres que suspiraban por él, alzando su magnificado ego hasta la pantalla, sintiendo que su carne explotaba en una nube de pixels ardientes cuando volvió a sumirse en la canción.


Compadeceos de mí, pajaritos

Estoy ardiendo en vuestras manos

Aunque sin consumirme

¡A… vuestras… órdenes!


–¡Chingada… -susurró Mucho Muchacho-, es de verdad!

Porque allí, bailando en el círculo de luz de un proyector del techo con el que enfocaban a la multitud, a no más de veinte metros, y también reflejada en las pantallas de video, se hallaba la presa que había estado rastreando: Sally Cyborg en persona.

¡Sin duda ambas eran ella! La de las pantallas donde la había visto mil veces, pero también la que bailaba abajo, porque ahora las pantallas mostraban un primer plano de la figura que había en la pista y tenía los mismos ojos, la misma nariz, los mismos labios. ¡La cara que había desafiado a su machismo en sueños, pero también la cara de la Sally Cyborg que lo había provocado al atravesar la puerta!

Apartando a gordos cabreados con arrogantes movimientos de brazos, Mucho Muchacho atravesó el foso de The American Dream hacia su predestinado vínculo con Sally Cyborg.


–¿Quién ha metido eso ahí? – gritó con furia Alan Pham cuando la cara de Sally Cyborg apareció en las pantallas de video por triplicado.

–¡Es ella! ¿Cuál es el camino más corto hacia el piso de abajo?

Saltó de la silla en cuanto vio al zoom de la cámara extrayendo la cara iluminada de Sally de entre la multitud.

–¿De qué está usted hablando? Algún estúpido acaba de buscarse el despido por pulsar un botón equivocado.

–¡Es ella, maldita sea, se lo dije; la misma del disco, es Sally!

–Claro que lo es…

–¡Es Sally Genaro, imbécil; rápido, el camino más directo al piso de abajo!

Alan Pham palideció.

–Baje en el ascensor hasta la segunda planta, atraviese el área de servicio, salga al bar, baje por las escaleras… -tartamudeó-. Lo siento Sr. Rubin, hubiera jurado que…

–Ella es carne y cable, ¿no ha oído nunca la canción? – le dijo Jack el Rojo mientras atravesaba corriendo la sala-. ¡Y yo no soy Mr. Perfecto!


Sally Cyborg hacía su dúo con Lord Jimmy en el ardiente círculo de luz blanca, sintiendo el palpitante calor del público que llegaba hasta ella a oleadas, y…

…de repente, su mundo se oscureció.

A unos tres metros de ella, un proyector enfocó a una chica negra muy alta vestida con un traje plateado y peluca de Sally que movía el cuerpo como una serpiente. Lord Jimmy se había desplazado hasta el otro extremo del escenario y giraba la capa de seda azul sobre su cabeza como si estuviera haciendo strip-tease mientras los músicos llegaban a su final instrumental.

–¡Espera, espera!

–¿No has hecho bastante el ridículo ya? – gritó la voz de un hombre que la cogió del brazo.

Ella se volvió llena de furia y se encontró cara a cara con Jack el Rojo.

Los despectivos ojos negros de Bobby Rubin la miraban con irritación desde debajo de su largo pelo rojo, con imágenes de Los Angeles, el letrero de Hollywood, las escenas de la Calle Westwood, la Factory, la Cúpula Resplandeciente, y el Valle ondeando burlonamente por sus ropas.

Sally Cyborg se apartó de él con brusquedad.

–¡Eres sólo un estúpido gusanillo bajo mis bits y bytes! – le dijo.

Unas telarañas blancas chisporrotearon en el pelo negro de Bobby Rubin.

–¡Soy el fantasma de tu máquina, Sally Cyborg! – dijo sin compasión, volviendo a agarrarla del brazo-. Estás atrapada dentro de mis circuitos, ¿recuerdas? Eres sólo bits, bytes y programas, y ahora voy a pulsar el botón de reajuste.


Sally Genaro contemplaba con deseo a Jack el Rojo, incluso mientras los dientes de puñal de Sally Cyborg le mostraban su desafío de saurio. Sally Genaro apoyó su mano libre en la cadera y se desperezó como un gato al despertarse. El hombro de Sally Cyborg rozó el pecho de él, y pudo sentir las corrientes alternas que chocaban y chisporroteaban silbándose entre sí.


–Ey, mamacita, ¿este hijoputa te está molestando?

Un magnífico guerrero bronceado surgió de la nada para colocarse junto a Sally Cyborg en posición de karate, con sus poderosos músculos destacándose bajo la lisa y brillante piel aceitosa, con sus profundos ojos oscuros destelleando amenazadoramente cuando se fijaron en Jack el Rojo, acentuados por una nariz cincelada como un hacha de obsidiana.

–¡Te apuesto a que puedo hacerte pasar un mal rato! – dijo Mucho Muchacho, mirando desafiante al pequeño maricón de pelo negro que osaba poner su jodida zarpa en su reina de plata.

–¡Ocúpate de tus malditos asuntos! – le contestó el otro, y por un momento Mucho Muchacho se encontró frente a frente con una alta y esbelta figura con un traje reflectante y una brillante melena larga y roja. Chingada, no podía ser…

–Conéctate a mí y te haré gritar -dijo Sally Cyborg, rodeando con el brazo el acero que tenía libre su musculoso bíceps-. ¡Pero antes tendrás que quitarme de encima a este giIipollas!

Mucho Muchacho le sonrió posesivamente a Sally Cyborg.

–Ya la has oído, ahora está con Mucho Muchacho. La señora se viene conmigo -dijo, girando su mirada hacia… hacia… hacia un delgaducho hijoputa de pelo negro con la cara de Jack el Rojo.

Parpadeó, y vio a Jack el Rojo de pie delante de él; parpadeó de nuevo, y vio a un insignificante maricón de pelo negro galleando ante Mucho Muchacho. Pero la cara… la cara no cambiaba nunca. Chingada…

–¡No me importa quien seas! – le dijo Mucho finalmente-. ¡Ella es de Mucho Muchacho! ¡Se viene conmigo!

–¡Y un cuerno se va a ir contigo! Lárgate antes de que…

–¡Te largas tú, cabrón, antes de que te rompa la cara! – gruñó con furia el campeón de Sally Cyborg, empujando a Bobby Rubin con la palma de la mano y liberando el brazo de ella del agarro que la aferraba.

Jack el Rojo se tambaleó hacia atrás. Después trató de sujetarla de nuevo.

–¡Está intentando secuestrarme! – gritó Sally Cyborg, apretándose contra su liberador como un gato de acero inoxidable y mirando a Bobby con expresión de triunfo vengativo-. ¡Es un maníaco sexual que me quiere sólo para él!

Jack el Rojo gruñó con desdén. Bobby Rubin gruñó con asco.

–Vamos, mamacita -dijo Mucho Muchacho, le dio la espalda despreciativamente y empezó a conducirla hacia el exterior.

–¡Vuelve aquí! – chilló la voz de Bobby Rubin detrás de ella.

–¡Y TU MADRE TAMBIÉN! – gritó Mucho Muchacho, girando sobre sus talones y alcanzando de lleno en el estómago a Jack el Rojo con un directo.

Bobby Rubin gimió, se dobló, y cayó hacia adelante sobre las manos y rodillas.

Mucho Muchacho se fue contoneándose y abriéndose camino a empujones a través de la revuelta y parloteante multitud hasta salir del foso y llegar al pasillo de entrada, con Sally Cyborg, la verdadera Sally Cyborg, cogida de su cintura, con su frío brazo metálico lanzándole descargas eléctricas.

–¡Sácame de aquí! – le dijo ella-. ¡Llévame a algún lugar donde no puedan encontrarme!

–¡Eso es justo lo que estaba pensando hacer, mamacita! – le aseguró-. ¡Ey, no te preocupes, ahora estás con Mucho Muchacho!

Pasó por delante del guardia de seguridad que había dejado en la puerta.

–Ey, espera, ¿adonde crees que vas?

–¡Unos nipones, o mafiosos, o gente por el estilo están intentando secuestrar a Sally Cyborg! – le dijo-. ¡La voy a sacar de aquí! Tú no dejes entrar ni salir a nadie.

Y atravesó con su premio entre la multitud que había al rededor de la entrada antes de que el guardia de seguridad pudiera pronunciar otra palabra.

¡Buena suerte! Un hombre gordo estaba saliendo de un taxi cuando llegaron a la calzada. Metió a Sally Cyborg dentro del taxi de un empujón, después entró él y cerró de golpe la portezuela.

–Al Slimy Mary's, Calle D con la Tercera -dijo sin pararse a pensar.

Y el taxi arrancó justo en el momento en que Steiner y Alan Pham salían de The American Dream gritando y gesticulando.

Chingada, muchacho, vas a meterte en un buen lío, le recordó una voz desde algún sitio. Pero no le prestó atención. Era la voz de otra persona que hablaba desde otro tiempo y otro lugar, mientras Mucho Muchacho y Sally Cyborg surcaban las calles nocturnas de Ciudad Chocharrica en su gran limusina blanca.