VIVO COMO TÚ Y COMO YO


Incluso sin el toque del Jack, la guarida del Frente de Liberación de la Realidad era una ráfaga del antiguo pasado revolucionario, era un conmovedor intento de reencarnar un viejo espíritu, a veces bizarro y siempre repetido, que Glorianna O'Toole hubiese jurado que había desaparecido del mundo mucho tiempo atrás.


Las sucias ventanas que nadie se había preocupado de limpiar al menos desde el asesinato de John Fitzgerald Kennedy, la cortina de arpillera que limitaba la zona destinada a dormitorio, el viejo equipo de cocina completo con un fregadero rebosante de cazuelas y platos sucios, los muebles del Ejército de Salvación, la puerta del lavabo que no acababa de cerrar bien…

Ah sí, cuando ella era joven y la Revolución estaba en su apogeo existían más de un millar de pequeñas comunas como el FLR intentando vivir sus sueños de Liberación en viejas casas de madera de las afueras de Shattuck, en las descoloridas y ruinosas villas coloniales españolas de Silver Lake, en los apartamentos desocupados de Height-Ashbury y la Avenida C, en locales industriales semejantes a éste…

Por tanto, a pesar de la triste y vieja historia de Karen Gold sobre la absorción del FLR por el lado oscuro de la Fuerza Revolucionaria, a pesar de que no estaba alucinando ahora, Glorianna se encontró bailando por aquella materialización de los días pasados y tarareando antiguos trozos de canciones revolucionarias.

Danzó hacia el deslucido sofá donde Bobby Rubin estaba sentado con Karen Gold.

–Esta noche he soñado con Joe Hill, y estaba tan vivo como tú y yo -le cantó riendo entre dientes-. Y le dije: Pero Joe, hace cuarenta años que estás muerto…

–¿Quién?

–Nunca estuve muerto, dijo él.

–¿Quién demonios es ese Joe Hill? – le preguntó Bobby, malhumorado-. ¿Y a quién le importa? ¿Quieres comportarte con seriedad? ¿No has oído lo que nos ha estado diciendo? ¡Esta gente tiene a Sally escondida con una banda de vagabundos que van a utilizarla para tomar por la fuerza The American Dream! ¿Puedes imaginarte lo que me hará West si un puñado de terroristas locos la matan?

Por desgracia, Bobby nunca había oído repicar las campanas de la libertad ni había tenido sueños románticos de revolución en la cabeza. En lo único que pensaba era en ponerle las manos encima a la pobre Sally Genaro y salvar su propio pellejo.

Glorianna decidió que la estaba decepcionando.

–¡Joe Hill eres tú, chico, en lo que al Frente de Liberación de la Realidad se refiere! – le dijo-. ¿No has estado escuchando lo que ella te ha explicado? ¡Sus camaradas revolucionarios han sido absorbidos por el comecocos de la Sally Cyborg de West y tú eres el único que puede evitar el desastre!

–¡Ella tiene razón! – dijo Karen-. ¡Eso es exactamente lo que he estado intentando explicarte! Te pareces mucho a Jack el Rojo…

–Sólo porque modelé una estrella de rock PA a mi imagen y semejanza…

–…o sea que si están lo bastante colgados para tomar a esa Sally Genaro por…

–¡Estáis las dos locas! – protestó Bobby-. ¿Esperáis que yo solo impida que esos revolucionarios drogados y esos vagabundos enloquecidos intenten propinar un golpe a MUZIK?

–¿Impedir la revolución? – dijo Glorianna indignada-. ¡Mierda, no, tú vas a dirigir la Revolución, chico, vas a hacer que la roja anarquía madure de nuevo para que el público de todo el país la vea por televisión!

–¿Qué?

–El intrépido Frente de Liberación de la Realidad utiliza a los pequeños héroes de las calles para liberar a The American Dream de los capullos del último piso y entregarlo al público durante una hora luminosa. ¡MUZIK para las masas! ¡Pixels para el pueblo! ¿No es maravilloso? ¿No es un proyecto grande?

–¡Maravilloso! ¡Grandioso! ¡Por Dios, Glorianna, incluso si logran tomar The American Dream sin que los maten, lo que la gente verá es a la Espinilla fuera de sí y pidiendo sangre a gritos!

–¡No, mierda, van a ver a Jack el Rojo bailando con destellos de libertad, en directo por televisión como el líder revolucionario por antonomasia! – declaró Glorianna triunfalmente.

Rodeó con un brazo el cuello de Karen y le dirigió una sonrisa fraternal.

–Jack terminará haciendo lo correcto -afirmó-. Pero a veces, cuando se olvida de quién es, se convierte en un chico aburrido.

–¿Qué?

–Ése es el motivo por el cual lo has traído aquí, ¿no es cierto? ¡Para dirigir la Revolución, no para evitarla! ¡Para que Jack el Rojo pueda arrancarla de las garras de Sally Cyborg y mostrar nuestra libertad con orgullo a plena luz del día!

Karen Gold miró fijamente a Glorianna, y en su cara fue reflejándose la comprensión.

–Bueno, sí, creo… -dijo.

Devolvió su atención a Bobby Rubin, poniéndole una implorante mano en el hombro.

–Puedes hacerlo… Jack… Bobby… quienquiera que seas… -le susurró-. Puedes ser Jack el Rojo durante un rato… Y además, es la única forma de que puedas acercarte a Sally Genaro…

–¿Por qué yo? – protestó Bobby, librándose de la mano de Karen y levantándose del sofá de un brinco como si alguien hubiera encendido un petardo debajo de su trasero.

Glorianna apuntó con el dedo directamente a su cara.

–¿Quién más hay, Bobby? – le dijo-. No hay nadie más, ¿no es cierto? Nunca hubo nadie más.

–Ya lo has hecho -tarareó Karen Gold seductoramente-. ¡Fuiste capaz de hacerlo esta noche en la calle, o no estarías ahora aquí hablando de ello!

–Yo… yo…

Los asustados ojillos de Bobby Rubin miraban suplicantes a Glorianna, como si le dijera: Por favor, no me obligues a cargar con ese peso. Y sus hombros estaban caídos como si soportaran todo el peso del mundo.

Pero mientras Karen Gold hablaba, Glorianna había pulsado su contacto, y desde el lugar donde se hallaba ahora vio a Jack el Rojo dentro de él, justo donde siempre había estado. Y vio que él empezaba a darse cuenta.

Glorianna vio a un chico asustado alzar una mano temblorosa hacia su contacto en busca del valor necesario para convertirse en el héroe de su propio sueño que siempre le habían dicho que no llegaría a ser.

–Lo eres si crees que lo eres -le dijo, cogiendo su mano insegura y levantándola hacia el contacto-. Hazlo por mí, Jack. Sé que ya lo hiciste cuando fue preciso. Sé mi pequeño héroe de la noche.

Y Bobby se quedó de pie frente a ella, una cara asustada de chiquillo bajo una corona de largo y brillante pelo rojo disolviéndose en pixels, volviéndose a formar, disolviéndose de nuevo, suspendida sobre la interfaz de carne y cable y el espíritu de su sueño perdido mucho tiempo atrás, la llamaba desde el interior de ese dudoso instrumento de carne para que lo condujera por el camino, para que lo devolviera al mundo a través del rock.

La canción que se iba formando en ella parecía llegar de todas partes y de ninguna. Era la canción de Jack y la suya propia, y también la de todos los demás. Era el rock and roll de su sueño que regresaba a través de sus cansadas y viejas cuerdas vocales y los circuitos electrónicos de él con la perfecta voz sin edad que ella nunca había tenido.


Pequeño héroe de la noche

Pequeña criatura asustada

Responde cuando tu corazón

te llame a la batalla…


Bobby Rubin estaba allí, en el polvoriento local desierto, en compañía de una vieja loca de pelo gris que le cantaba con la voz de una intrépida juventud que él nunca había conocido una canción de amor a la bravura de su propio espíritu oculto. Y eso le causaba vergüenza a pesar de que hacía que ese espíritu se elevara.


Aunque creas que estás lejos de casa

Y te encuentres solo ahí fuera

Nunca dejes que tu canto sea de rendición

Aunque la oscuridad es profunda y larga

Y puede que nunca veas amanecer

Tu espíritu siempre será recordado…


Sí, se encontraba muy lejos de casa; allí fuera, en las calles despiadadas; allí fuera, buscando a Sally Genaro en las ruinas; allí fuera, en la noche profunda y oscura sintiéndose carne de cañón en sus ojos inyectados de sangre.

Pero no estaba solo allí fuera. Una tía con una pistola que llevaba una chaqueta de Los Ángeles del Infierno lo tenía cogido de la mano y cantaba junto a él.


Porque cada pequeña vida

Es una vela de brillante llama

Y todos somos héroes

En nuestra propia historia…


Ella lo era, y también él lo había sido cuando tuvieron que mantenerse firmes sin más que una canción.


Pequeño héroe de la noche

Pequeño faro de la luz

¡Quédate junto a mí y

despliega tu bandera de libertad!


Ése fue el momento en que Jack el Rojo despertó del letargo. Allí fuera, mirando aquellos ojos salvajes y cantando a las almas más allá del cable caliente como la sangre una canción que había amansado a la bestia de la batalla.


Soy igual que tú

Sólo tú ves a través de mí

Pero juntos somos todo lo que importa…


Al fin vio la verdad en los ojos de Karen Gold y la aceptó. ¿Acaso Nicholas West no lo había proclamado también líder del Frente de Liberación de la Realidad? ¿No habían arreglado las cosas para que él pagara el pato de todas formas? ¿No estaba West más en lo cierto de lo que él mismo creía? ¿No había creado Bobby Rubin a Jack el Rojo? ¿Es que no supo siempre lo que estaba haciendo? ¿Quién era el Jack el Rojo de su sueño sino él?

–¿Quién más era el verdadero líder del Frente de Liberación de la Realidad? ¿El pequeño héroe que no estaba allí?


El mundo está en brazos de nuestros amantes

Debemos preservarnos de cualquier daño

¡No hay nadie más que cante esta canción!


Si él no podía, ¿quién? Si ahora no, ¿cuándo?


Deja que las pequeñas vidas

Permanezcan en la noche

¡Deja que seamos los pequeños héroes de nuestra historia!


Cuando Glorianna O'Toole terminó su canción, Bobby Rubin salió de su ensueño a la realidad de los chasquidos y ruidos de cerraduras que se abrían.

Entonces un hombre corpulento con barba negra cruzó la puerta al otro lado del local y entró, seguido por dos, cuatro, seis, ocho personas más, flipadas al máximo y parloteando.

Se detuvieron al ver a los intrusos y su charla cesó. Algunos de ellos fruncieron el entrecejo amenazadoramente. Otros parpadearon de asombro.

–¿Qué coño…? – gritó después el hombre de la barba negra-. No puede ser… ¿Puede?

Bobby suspiró, se encogió de hombros, tomó la mano de Glorianna, le dio a su contacto y luego tomó la de Karen.

No era más que un chico asustado intentando salvar su pescuezo. Tenía más de tres metros de estatura bajo el brillante foco de luz blanca. Era un pequeño héroe de la noche. Era la cumbre de su creación y tenía que afrontarlo.


–¡Jack el Rojo!

–¡Imposible!

–¡Sí lo es!

–¡Estás enchufado!

–¡Joder, si lo estoy!

–¡Bueno pues yo no!

Varias manos se alzaron hacia los contactos mientras todos atravesaban el local en dirección a Karen hablando entre sí. Algunos salieron del flash por voluntad propia, otros volviendo a entrar, los menos pulsaban sus contactos en el transcurso de segundos para tener una doble visión, y sus ojos se desorbitaban más todavía, llenos de extrañeza.

Bobby Rubin, Jack el Rojo, soltó la manos de Karen y de Glorianna, se acercó a la gran mesa de cocina y se apoyó de espaldas en ella con los brazos cruzados.

–Si estáis convencidos de que una chica gorda con un traje elástico es Sally Cyborg, ¿por qué no puedo estar a vuestro lado donde siempre he estado? – inquirió-. Vosotros me liberasteis de los bits, bytes y programas de la Factory y me hicisteis vuestro líder, ¿no es cierto?

Sacudió la cabeza despectivamente.

–Oh sí, Karen me ha contado vuestro estúpido plan -continuó-. ¿Os llamáis revolucionarios? En primer lugar, ¿por qué suponéis que crearon a Sally Cyborg? ¡Para tirarme por el desagüe y al FLR conmigo! Incluso si vuestro plan funciona, lo único que habréis logrado será vender su horrible estilo y unos veinte millones de discos suyos!

Nadie se movió. Se quedaron de pie alrededor de la mesa, mirando al chico delgaducho que jugaba a ser el Príncipe Coronado del Rock and Roll adoptando una actitud tan arrogante.

–Ey Jack, no has entendido nada -dijo al fin Markowitz, acercándose a la mesa y volviéndose para declamar hacia los otros-. ¡Tan sólo estamos utilizando una situación revolucionaria preexistente! ¡Sin la gente de Sally Cyborg, estaríamos aquí todavía hablando unos con otros! Tenemos que utilizarla para movilizar a los suyos, tenemos que dejar que la retransmitan para apoderarnos de MUZIK, y cuando lo hagamos…

–Y cuando lo hagáis, ¿qué pasará? – intervino Glorianna O'Toole, acercándose también a la mesa, dándose la vuelta y señalando con un dedo a Markowitz-. ¿Qué vas a hacer cuando te sientes en el trono, Charlie? ¿Vas a quemar el mundo en su pira funeraria? ¿Vas a pronunciar algún estúpido discurso?

Markowitz observó con atención. Una extraña mirada soñadora apareció en sus ojos.

–Yo te conozco… -dijo.

–¿Me conoces…?

–¡Tú eres… maldita sea, tú eres Glorianna O'Toole!

–¡No me jodas!

Una suave expresión sensual cubrió la cara de Larry Coopersmith, un tierno deseo pleno de veneración que Karen no había visto nunca.

–¿No te acuerdas, Glorianna? – le preguntó-. ¡Dios mío, si llevas los colores! ¡Nadie ha tenido el coraje de hacer eso durante diez años!

Glorianna O'Toole lo miró con los ojos entornados.

–¿Te conozco…? – dijo lentamente.

–¿Que si me conoces? ¡Mierda, tía, en el sentido bíblico! Altamonte, ¿recuerdas?, estábamos todos fritos a más no poder. Y tú saliste allí en medio de todo aquel follón. Fue la cosa más loca y más valiente que jamás he visto. Yo estaba con Lou el judío. Un hippie imbécil me había tumbado la moto de una patada, y yo era bastante salvaje, mierda, era sólo un muchacho. Lou y yo íbamos a matar a ese gilipollas y tú me sonreíste, me cogiste de la mano, me llevaste bajo el escenario y…

–Ey, estaba en pleno viaje de ácido -dijo Glorianna O'Toole-. Las cosas se estaban poniendo mal y me pareció que era lo único que podía hacer…

–¡Oíd muchachos, ésta es Glorianna O'Toole! – les gritó Markowitz a los otros-. ¡La rockera más grande que jamás ha existido! ¡Si ella dice que éste es el cabrón de Jack el Rojo en carne ectoplasmática, es mejor que lo creáis! ¡Si alguien quiere fastidiarla, tendrá que pasar por encima de mi cadáver! ¡Si dice que este cabrón puede andar sobre el agua, es mejor que saquéis los trajes de baño!

–Es agradable ser recordada -dijo Glorianna O'Toole.

Se reclinó sobre la mesa al lado de Jack el Rojo, con sus ojos verdes destellando, y Karen pudo creer que aquella fogosa señora vieja de la que nunca había oído hablar era una antigua reina del rock and roll.

–¡Ahora recordad quién os está hablando, recordad quién ha vuelto desde la tumba electrónica para dirigiros con gran coste y riesgo para sí mismo, más vale que lo creáis! – dijo Glorianna.

Sonrió, movió la mano con un gesto de presentador.

–¡Señoras y señores, Jack el Rojo, el Príncipe Coronado del Rock and Roll y vuestro Líder Sin Igual! ¡De acuerdo, Jack, oigamos tu plan!


¿Mi plan?, pensó Bobby Rubin al salir del flash en un sucio local, sentado en el trono ante su propia camarilla revolucionaria. ¿Cuál es mi plan?

La única idea que le había pasado por la cabeza era que el Frente de Liberación de la Realidad tenía las manos sobre Sally Genaro, y que debía idear alguna forma de utilizarlo para llegar a ella. El cómo se las arreglaría para lograrlo sin que se produjera ninguna muerte y lo que haría cuando se encontrara frente a Sally eran asuntos de cuya solución debía preocuparse Jack el Rojo.

Pero la lección que Glorianna le había dado en el sueño persistía. Jack el Rojo era sólo el Bobby de Bobby. Por tanto, si Bobby Rubin tenía que lograr que Sally Genaro regresara a Los Angeles, Jack el Rojo tenía que lograr que ella y aquella gente salieran del sueño de Sally Cyborg para entrar en el suyo propio… que era precisamente lo que el destino exigía del verdadero líder del Frente de Liberación de la Realidad.

Glorianna tenía razón. Era una especie de justicia kármica. Tenía que dirigir la revolución para salvarse a sí mismo.

¿Así que por qué no dirigirla hacia la victoria?

–Bien, una fuerza de asalto toma The American Dream -contemporizó sin una sola idea en la cabeza-. ¿Quién va a evitar que acaben con todos nosotros?

–Los rehenes. Todos los que se hallen dentro del club. No usarán sus armas automáticas contra la multitud.

–Vale -dijo Bobby, empezando a entrar en el tema.

Aquello era como un juego de estrategia. ¿No hubo un tiempo en que pasó una semana completa jugando con uno llamado «Comando Terrorista»?

–¿Y cómo los forzamos a que nos pongan en MUZIK…?

–Comunicándoles que tenemos una bomba -dijo Coopersmith, o Markowitz, o comoquiera que se llamara-. Tienen demasiado capital invertido en The American Dream para arriesgarse sólo por media hora de transmisión. Ése es su punto flaco.

–¡Sí!

–¡Adelante!

–¡Una bomba! – gimió Bobby.

¡Oh Dios, aquella gente pulsaba sus contactos sin cesar y hablaban de bombas! No estaban jugando al «Comando Terrorista» en sus ordenadores.

–Nada de amenazas de bomba -les dijo-. ¿Qué clase de imagen televisiva va a proporcionar eso al Frente de Liberación de la Realidad? En lugar de ello… ¡en lugar de ello ocupamos la cabina de transmisión! Sí, eso es. ¿Tenéis a alguien que sepa manejar el tablero de mandos y las cámaras, y mantener capturado el repetidor del satélite?

–¡Siempre quise ser un pirata de video! – declaró un negro alto.

–¿Pero cómo situaremos a Sally Cyborg en el escenario sin una amenaza de bomba? – inquirió Markowitz-. ¡No hay acceso a él desde la pista!

–Sí, y ahora que lo pienso, ¿cómo llegamos hasta la cabina de transmisión?

–Subimos al escenario desde la entrada que hay en una planta por debajo de la pista de baile. Llegamos a la cabina de transmisión en el ascensor que está destinado a los VIPs.

–¿Cómo dices?

–¿Pasando delante de las narices de todos los guardias de seguridad?

Bobby se quedó pensativo. ¿Hasta qué punto debía informarlos?

–Tengo… un amigo… -dijo lentamente-. Escondido dentro de mí, podría decirse, una especie de fantasma de mi máquina. Tiene un papel mágico de Hollywood. Él nos proporcionará a todos pases de VIP para que podamos movernos entre bastidores.

–¿De veras? ¿Quién es ese hombrecillo que no está aquí?

Bobby suspiró. Se encogió de hombros. Aquello tenía que llegar tarde o temprano.

–Está con vosotros, justo donde siempre ha estado -afirmó-. ¡Ya es hora de que os desenchuféis y conozcáis a vuestro verdadero líder, mamones!


Tenía razón, comprendió Karen Gold. Lo habían aceptado, lo habían creído, pero el asunto estaba rebasando el límite que aquella charada podía alcanzar, ya era hora de propinar una dura y fría bofetada de realidad.

–Sería lo mejor -dijo-. Os habéis estado enchufando toda la noche, ¿os dais cuenta? No existe ninguna Sally Cyborg de carne y hueso. No existe ningún Jack el Rojo, de modo que éste no puede ser él… Bueno, no exactamente… no del todo…

Leslie la miró con los ojos muy abiertos, parpadeó y se desconectó. Se quedó observando a la figura que estaba de pie junto a la mesa y pulsó el interruptor de Markowitz.

–¿Qué…? – murmuró Larry, sacudiendo la cabeza-. Ey, chicos, creo que es mejor…

Uno tras otro empezaron a salir del flash y fijaron la mirada en quién les había estado hablando.

Un joven de pelo rojo, con tejanos, una chaqueta negra y una camiseta de Jack el Rojo; un impostor, pero un impostor con la cara de Jack el Rojo, con los ojos de Jack el Rojo. Un hombre de carne y hueso que simulaba ser su propio fantasma electrónico. Sin embargo, en el interior de aquellos ojos, en aquellas ventanas del alma, Karen creyó ver una verdad detrás del engaño. Y percibió que los demás estaban luchando también con esa paradójica percepción.

–Dios mío… la cara…

–¡Es Jack el Rojo!

–¡Demonios si lo es!

–De acuerdo, tío, ¿quién coño eres tú? – inquirió Larry Coopersmith.

–El que siempre me dijeron que no podría ser… -contestó Bobby Rubin.

Se produjo un gran gruñido colectivo.

–¡Ahora no estamos alucinando, así que no nos vengas con ese rollo!

–Uno como vosotros… uno de los pequeños héroes de vuestra historia…

Hubo más gruñidos y murmullos furiosos.

–¿Acaso importa? – continuó Bobby Rubin-. Puedo ser Jack el Rojo cuando tengo que serlo, ¿no es cierto? ¿No acabáis de comprobarlo vosotros mismos?

–Sí, ¿cómo lo consiguió…?

–Conocéis esa cara…

Todavía se parece a él…

–Vamos, tío, ¿cómo puedes parecerte a Jack el Rojo si no existe?

Bobby Rubin se encogió de hombros.

–Yo no me parezco a él, yo hice que él se pareciera a mí. Soy el tipo que escribió sus algoritmos. – Sonrió exactamente igual que Jack el Rojo-. En realidad, él es el fantasma de mi máquina. Lo que me convierte en el fantasma de las vuestras, ¿verdad? Vosotros lo potenciáis a él, él me potencia a mí… Y, quienquiera que yo sea, mi plan funcionará.

Larry Coopersmith movió la cabeza lentamente.

–¿Estás seguro de que puedes conseguir el pase…? – le preguntó en tono dubitativo.

–Desde luego.

–¿Puedes situar a Sally Cyborg sobre el escenario?

–¡No vamos a retransmitir a Sally Cyborg! – dijo Glorianna O'Toole-. ¡Va a ser Jack el Rojo quien esté allí arriba bailando y lanzando destellos de libertad!

–¿Él? – resopló Larry-. De acuerdo, se parece a Jack el Rojo; pero si tenemos a una multitud aullando por Sally Cyborg, al menos tendremos que darle a alguien que pueda cantar, o todo se viene abajo. Él no puede hacerlo, ¿verdad?

Karen lanzó un audible suspiro. Sólo ella conocía por entero la espantosa verdad.

Pero Bobby Rubin sonreía como el gato que se ha comido al canario.

–Ella puede -dijo, señalando con la cabeza a Glorianna-. Según tú, amigo, ¡Glorianna O'Toole, la rockera más grande que ha existido!

–¿Yo? – preguntó Glorianna O'Toole con una débil voz de vieja-. Mierda, no he actuado desde…

–Desde hace una hora y media más o menos, nena -dijo Bobby-. ¿No te acuerdas? Y no hay nadie más que sepa esa canción.

–Pero ella es…

–¿Una Vieja Loca? ¿Una vieja gloria? – Glorianna O'Toole no dejó que terminara la frase. Toda su actitud cambió-. ¡Dadme un micro y un vocoder que voy a hacer que el mundo se estremezca!

–Demuéstraselo a estos mamones, Glorianna -la animó Bobby Rubin-. Canta para ellos como cantaste para mí.

Glorianna O'Toole hizo una leve reverencia y le dio a su contacto.

–¡Enchufaos e imaginad esto a través de un vocoder! – dijo Bobby Rubin, dándole a su propio contacto-. ¡Multiplexada! ¡Purificada! ¡Glorificada! ¡Esta vieja señora y yo juntos somos vuestra Máquina del Rock and Roll!

Glorianna O'Toole simuló que sostenía un micro cerca de sus labios y esperó a que todos se conectaran. Pero Karen no lo hizo puesto que esperaba una magia más importante, la magia del espíritu desnudo, la magia que había presenciado en la calle.

No quedó decepcionada.

Porque allí, en el viejo y polvoriento local, una vieja señora de pelo gris se encogió de hombros, sonrió y empezó a cantar; con inseguridad temblorosa al principio, pero adquiriendo seguridad por segundos, aumentando el volumen de su voz, marcando el ritmo con los pies, chasqueando los dedos, poniendo todo su corazón, y haciendo que el tiempo retrocediera a su época gloriosa.


Pequeño héroe de la noche

Pequeña criatura asustada

Responde cuando tu corazón te llame a la batalla

Aunque creas que estás lejos de casa

Y te encuentres solo ahí fuera

Nunca dejes que tu canto sea de rendición…


Y cuando terminó, Karen se encontró aplaudiendo con los demás, sin necesidad de flash para apreciarla.


Yo te potencio a ti

Tú me potencias a mí…


Glorianna O'Toole y Jack el Rojo atravesaron cantando el vestíbulo del Union Square Pavilion cuando ya amanecía, ante la ultrajada consternación del portero, del recepcionista y del guardia de seguridad que fue a interponerse entre ellos y los ascensores.

–Ey, ¿quién os habéis creído que…?

–¡Esta es Glorianna O'Toole, la rockera más grande que ha existido, ¿no la reconoces, imbécil? – afirmó Jack el Rojo con arrogancia.

–¿Y quién crees que eres ? -le espetó el guardia blandiendo su Uzi.

Glorianna sacó de su bolsillo la lujosa llave de oro de la suite Imperial del Ático.

–¡Si necesitas preguntar, nadie podrá responderte, hijo! – dijo ella con una risita tonta-. Me parece que no vienen muchas estrellas de rock a este mausoleo. – Balanceó la gran llave ante su cara-. Ahora sé buen chico y llama al ascensor del ático para el Príncipe Coronado del Rock and Roll.

El guardia tardó en reaccionar. Cuando lo consiguió, fue hacia los ascensores y abrió la puerta del directo al ático. Glorianna se metió la mano en el bolsillo, cogió el primer billete que encontró y se lo dio al atónito guardia mientras entraban. Era un billete de cuatrocientos.

–¡Oh sí, Jack, tú y yo juntos somos una Máquina de Rock and Roll! – exclamó cuando el ascensor empezó a subir, abrazándolo y dándole un beso.

¡Era como en los viejos y buenos tiempos, el Verano del Amor, los Alegres Sesenta, los Delirantes Setenta, la Época Dorada del Rock and Roll!

¡Como lo que debía haber sido la Época Dorada!, se corrigió en el momento en que el ascensor los depositaba en el gran vestíbulo de mármol que conducía a la inmensa sala de estar.

Así era como vivían entonces los Reyes y Reinas del Rock and Roll, y Glorianna había sido duquesa como máximo, una telonera, una acompañante, una cantante de audiencias reducidas, y su única experiencia de la vida en la cumbre habían sido fiestas en sitios como aquél y alguna noche ocasional en las camas de los diversos Reyes del momento.

Ah, pero por fin estaba en la mejor suite que pudiera soñar una estrella de rock con Jack el Rojo, la cumbre electrónica de la creación del rock and roll, la cumbre de su creación, que su canción había devuelto a este sórdido mundo moderno.

¡Y si ella lo había potenciado a él, y él también la había potenciado a ella en esta noche mágica, tendiéndole la mano y sacando del mundo del ensueño a la Glorianna O'Toole que sólo había existido en el fondo de su propio corazón, Glorianna la Superestrella, Glorianna en el Cielo con Diamantes, Glorianna la Reina del Rock de la Revolución, bailando con destellos de libertad!

Sacó una botella de Dom Perignon de la nevera, lo cogió del brazo y lo llevó hacia las puertas del jardín.

–¡Vamos, cariño -le dijo con voz suave-, contemplemos las estrellas!


Él tomó otro largo sorbo de champán de la botella y la sostuvo sobre los rojos labios de ella, le pasó el otro brazo alrededor de la cintura, la apretó contra sí, y se quedaron de pie paseando la mirada por la Gran Manzana.

Zonas resplandecientes, con brillantes destellos, en la Ciudad Que Nunca Duerme. Islas de calles oscuras abandonadas a la noche de la jungla urbana. Las cúspides de las torres que se destacaban contra el horizonte iluminadas por focos de colores. Una patrulla de helicópteros de la policía en formación zumbaba furiosamente hacia Central Park. Un jardín de ático desde donde observarlo todo y una diosa del rock a su lado.

Nunca había conocido un momento tan fantástico. Nunca había soñado que un insignificante muchacho de Long Island podría aspirar a estar donde Jack el Rojo estaba ahora, en la terraza ajardinada de su ático, con Manhattan a sus pies, bebiendo champán de la botella, con una canción de libertad en el corazón y una mujer como aquélla junto a él.

El contraluz del paisaje nocturno de la ciudad bañaba con reflejos de plata su alborotado cabello rojizo e iluminaba su cara convirtiéndola en el rostro perfecto de una reina del rock and roll impresa en la cubierta de un disco. Recordó sus tiempos de adolescente, sus frustraciones, a cada mujer bella que nunca lo miró dos veces. Y ahora estaba con una estrella de rock, una loca valerosa, un espíritu libre, una aliada, el perfecto parangón de todas las mujeres que Bobby Rubin siempre supo que jamás conseguiría.

¡Oh, cuan equivocado estás, Jack!, le dijeron los ojos de ella. ¡Tú eres el que te dijeron que nunca podrías ser, mi pequeño héroe de la noche! ¡Sólo tienes que cogerme entre tus brazos y desplegar tu bandera de libertad!

Allí afuera, en las ruinas, la noche era profunda y larga, y habría una batalla cuando llegara el amanecer, pero su noche era lo único que importaba.

Como si leyera sus pensamientos, ella le sonrió, asintió con la cabeza, y se ciñó contra él.


Bobby Rubin se despertó de la profunda oscuridad sin sueños con la luz brillante de las primeras horas de una mañana dorada. Una deliciosa languidez se extendía por sus miembros. Sonrió y se dio la vuelta, acurrucándose en el cálido lecho.

Volvió a la conciencia en el momento en que topó contra un cuerpo.

–¡Hola dormilón! – dijo Glorianna O'Toole.

–¡Oh, mierda! – exclamó Bobby.

Estaba de lado, mirando directamente a los ojos verdes y a la cara arrugada de una vieja que sonreía con dulzura. Su pelo gris parecía un nido de ratas sobre la almohada.

–¿Es eso lo mejor que puedes decir a la mañana siguiente, chico? – le preguntó ella sin enfadarse.

–¿Yo…? ¿Nosotros…? ¿Tú…? – tartamudeó Bobby.

Glorianna asintió con la cabeza.

–¡Sí, sí! ¿No te acuerdas?

Bobby se incorporó hasta quedarse sentado contra el cabezal de la cama.

–¡Casi nos matan! – gimió-. La banda callejera… esa chica Karen… el Frente de Liberación de la Realidad…

Todo volvió al presente. El Comando Terrorista. La canción de Glorianna. Un alocado plan para ocupar The American Dream. El regreso de Jack el Rojo para dirigir el Frente de Liberación de la Realidad.

–¿Oh Dios mío, en qué lío nos hemos metido? – gritó Bobby.

–¡La roja anarquía ha madurado para que todos la vean! – tarareó Glorianna.

Él la miró con total consternación.

–Sucedió en realidad, ¿no es cierto? – le preguntó-. ¿De veras se supone que yo debo conducir a un atajo de revolucionarios adictos y de terroristas vagabundos a The American Dream? ¿De veras me metí en eso? Y nosotros… y entonces…

–Y entonces una vieja pervertida se aprovechó de las circunstancias -dijo Glorianna-. Y ahora te sientes aterrorizado y asqueado por completo, ¿verdad, hijito?

Bobby se apartó bruscamente de ella.

–¡No me llames hijito, abuela, ya soy bastante mayor! – dijo.

Glorianna se echó a reír mientras se incorporaba hasta quedarse sentada junto a él. Para sorpresa suya, Bobby también lo hizo.

–¡Esto… esto es una locura! – murmuró.

–Soy la Vieja Loca del Rock and Roll, ¿recuerdas? Y tú eres…

–¿El Príncipe Coronado del Rock and Roll…? Dios mío…

–Pobre niñito… -canturreó Glorianna-. Debe de haber sido tan horrible para ti…

–Fue… fue…

¡Fue la mejor experiencia de toda mi vida!, estuvo a punto de decir. Fue el sueño erótico perfecto… Mierda, había sido un sueño o algo parecido a un sueño…

Pero… pero aquella vieja había estado allí con él, le había cantado una canción de amor, había despertado algo profundo, había sido joven, perfecta y bella, y lo que él había sentido…

Aunque las sensaciones físicas estaban ya lejos, muy lejos, los verdes ojos engastados en la cara arrugada le dijeron que los sentimientos que afectaron a su corazón aún estaban allí, que el pequeño héroe que había despertado por fin de su letargo ansioso estaba aún dentro de él, justo donde siempre había estado, el que aquella vieja… aquella Loca le había demostrado que podía atreverse a ser…

¡Dilo, gilipollas!, se increpó a sí mismo. ¡Di lo que sientes!

–Fue la mejor experiencia de toda mi vida -dijo Bobby Rubin-. ¿Y tú…?

Glorianna O'Toole le guiñó un ojo.

–¡Ey, no lo hiciste mal, pero no tengas un concepto demasiado bueno de ti! – dijo ella.

–¡Eres una vieja pervertida, abuela! – le contestó Bobby.

–¡Mejor que pienses así!

Bobby suspiró. Estaba hecho polvo, se sentía confuso y bastante asustado. Sin embargo, al mismo tiempo, se sentía maravillosamente. Se sentía fuerte y valiente. Se sentía satisfecho de sí mismo quizá por primera vez en su vida.

–Vamos a tener que seguir con eso, ¿verdad? – le preguntó a Glorianna en voz baja-. Es la única forma de llegar a Sally y además… además… si no lo hacemos toda la historia va a convertirse en una película de terror en MUZIK…

Glorianna asintió.

–Bienvenido a la raza humana -dijo.

–¿No hay alguna forma de que podamos…?

–¡No te preocupes tanto, Jack; tú y yo vamos a ser las estrellas! No sé qué opinas tú, pero yo no me lo perdería por nada del mundo.

–Pero el lugar está lleno de guardias de seguridad, y si algo sale mal…

–¡Entonces tendremos que correr!

Bobby hizo una mueca. De repente se dio cuenta de que la perspectiva de enfrentarse con guardias de seguridad armados, mala como era, no constituía su preocupación principal.

–¿Pero qué pasará con Sally? – preguntó.

–¿Con Sally Cyborg?

–Sally Genaro, Sally la del Valle, la Espinilla. ¿La has olvidado? Ella es la razón de todo. Nosotros tenemos que llevarla a Los Angeles o estoy perdido.

Glorianna lo miró con fijeza.

–¿Qué significa nosotros, hombre blanco? – le preguntó.

–De acuerdo, entonces yo -gruñó Bobby-. ¿Qué coño voy a hacer respecto a Sally?

–Ya lo sabes -dijo Glorianna-. Acabas de decirlo. Si no tienes más remedio, lo que ese bastardo de West te dijo que hicieras… Dale lo que has sabido siempre que quiere y te seguirá a todas partes…

–Oh, Dios mío… -suspiró Bobby-. ¿Cómo puedo…?


A medida que la noche del sábado iba aproximándose, Karen Gold observaba con una creciente y vaga inquietud cómo el plan que ella había puesto en marcha se estaba convirtiendo en algo que parecía haber adquirido vida propia tras las repetidas reuniones sobre estrategia, en algo incontrolable y desconocido que parecía aproximarse sobre raíles como un tren expreso conducido por su propio impulso.

Larry, Malcolm y Bobby Rubin eran quienes solían hablar, mientras que el resto de los miembros del FLR se sentaban a su alrededor, enchufados, para escuchar las fantasías revolucionarias.

Se habían pasado más de dos horas discutiendo sobre peinados.

Larry quería que el Frente de Liberación de la Realidad luciera sus colores, que llevara el rojo en The American Dream, para «mostrar con orgullo su libertad en las pantallas de televisión».

Pero Bobby Rubin objetaba que la dirección imponía una política de admisión restringida respecto a eso, que ni siquiera sus credenciales de Hollywood conseguirían que entraran todos llevando el rojo, o al menos llamarían la atención de los de seguridad, lo que no era en absoluto conveniente.

–Podríamos llevar pelucas y quitárnoslas cuando empiece la acción… -sugirió Malcolm.

Bobby Rubin resopló burlonamente.

–Bueno, tienes que llevar el rojo, tío -puntualizó Larry-. Tienes que ir como Jack el Rojo, ¿recuerdas?

–Sí, vale, de acuerdo, me pondré un sombrero que lo cubra -convino Rubin, alzando las manos-. ¿Podemos tratar ahora de asuntos serios?

Y así lo hicieron. Empezaron a discutir sobre bombas.

Larry insistía en que necesitaban una amenaza de bomba. Rubin no quería ni oír hablar de eso.

–¡Te lo dije, nada de amenazas de bomba! ¡Olvídalo! ¡Yo no voy a estar al frente de un montón de terroristas que tiran bombas! Ni tampoco Jack el Rojo. Sería un veneno para su imagen.

–¿Entonces que va a impedirles usar fuerzas antidisturbios?

–Tú mismo lo dijiste. ¡Tendremos doscientos vagabundos dentro, seremos veinte veces más que los guardias de seguridad, y no se atreverán a utilizar sus armas en una situación como ésa!

–¿Pero cómo lograremos que nos dejen actuar en el escenario?

–En el peor de los casos, yo conseguiré que Pham lo haga. Con todo el follón en marcha y sin control, estará encantado de permitir que el chico de los recados de Nicholas West asuma plena responsabilidad -dijo Rubin con una sonrisa triste-. Eso también es mi seguro. West me perdonará muchas cosas si vuelvo con Sally a Los Angeles y puedo alegar que evité el destrozo de The American Dream gracias a mi rapidez de pensamiento.

–¿Pero cómo nos metemos en MUZIK? – quiso saber Malcolm.

–¡Por Dios, ya hemos hablado de eso! Vosotros ocupáis la cabina de transmisión y…

–¿Con qué? -preguntó Malcolm-. ¿Sólo con nuestras manos? ¿De verdad quieres que todo este asunto dependa del resultado de una pelea a puñetazos?

–Tiene razón -insistió Larry-. Si al menos no cuentan con una bomba falsa, van a tener que llevar pistolas.

–¿Pistolas? – gritó Malcolm horrorizado.

Tardaron medio día en llegar a un acuerdo. Malcolm podía llevar una bomba falsa a la cabina de transmisión para asustar a los técnicos, pero no se hablaría de bombas en el escenario ni cuando estuvieran en antena.

Y continuaron, continuaron y continuaron. Quién iría con quién y adonde, y quién haría qué y cuándo.

El miércoles, Bobby Rubin tuvo una interminable discusión técnica con Malcolm que Karen apenas podía seguir, pero que mantuvo a todos frotándose las manos y murmurando. Glorianna O'Toole parecía tener alguna nebulosa conexión con el todavía más nebuloso submundo de los piratas de video…

–Ellos cogerán la señal de la estación terrestre del Norte de California desde el satélite de MUZIK y captarán los repetidores de retransmisión de los satélites de las cadenas principales. Entonces sólo hay que meter la bola en el agujero… vuestra alimentación a MUZIK y hasta los repetidores de NBC, ABC, CBS y CNN… ¡y nuestro programa se apropiará de la hora de mayor audiencia a nivel nacional en las cinco cadenas!

–¡Igual que un discurso presidencial! – bromeó Malcolm.

–¡Mejor! – afirmó Rubin-. ¡MUZIK nunca cede tiempo de transmisión a la Casa Blanca!

–¿Pueden retener los repetidores?

–Tienen una especie de caja negra que compite con los mandos de control. Pueden quedarse bloqueados durante quince minutos como mínimo antes de que la FCC logre localizar sus transmisores. La cuestión es, ¿cuánto tiempo puedes tú retener a MUZIK?

–¿Con su propia estación terrestre? – dijo Malcolm altivamente-. ¡Toda la vida! Ey, ¿sabes?, podríamos retransmitir también en algunos de nuestros programas chinche. Demonios, podríamos mandar los algoritmos y los parámetros de impresión de voz de Jack el Rojo a todas las grabadoras de discos y a todos los viejos y chirriantes videos del país…

Y siguió, siguió y siguió.

El jueves, Bobby Rubin se presentó en el local con Glorianna O'Toole y algunos aparatos -un equipo de vocoder de clavijas que había llenado de artilugios mágicos y un micro de vocoder direccional programado con los parámetros de impresión de voz de Jack el Rojo- y se pasaron todo el día preparando el programa como si fueran a presentarlo en alguna conferencia loca de producción televisiva.

Malcolm y su grupo tomarían la cabina de transmisión a las diez de la noche, los vagabundos de Paco ya estarían situados alrededor del escenario. Entonces se provocaría un tumulto en el foso, pero mientras no pondrían ningún visual en MUZIK, mantendrían las cámaras en el escenario y retransmitirían un murmullo de multitud, al objeto de que cuando Markowitz apareciese bajo el foco para pronunciar su breve discurso diera la impresión de que la muchedumbre lo esperaba a él, no a Sally Cyborg.

Por una vez, tendría que ser breve la intervención de Markowitz; la cual, con todos aquellos locos de abajo aullando por Sally Cyborg, se limitaría a una presentación triunfal de Jack el Rojo, reencarnado desde los bits y los bytes por el poder del pueblo y del Frente de Liberación de la Realidad.

Bobby Rubin saldría al escenario con un micro en la mano que contendría los parámetros de impresión de voz de Jack el Rojo. No podría cantar, pero su aspecto sería muy similar al de Jack el Rojo y pronunciaría un discurso de «Pixels para el Pueblo» con la voz de Jack, diciéndoles a todos los pequeños genios de la cibernética que lo estarían viendo que empezaran a grabar, y Malcolm transmitiría la pista visual de «Tu Máquina del Rock and Roll» de un disco condensado a alta velocidad al tiempo que sacaba los algoritmos visuales y los parámetros de impresión de voz de Jack el Rojo como audio digitalizado.

Después de lo cual, Glorianna O'Toole aparecería y haría su número de estrella con el vocoder mientras Jack el Rojo bailaba por el escenario enfocando el micro hacia el público con el fonocaptor direccional del vocoder, convirtiéndolos a todos en el Príncipe Coronado del Rock and Roll durante un brillante momento televisado.

Entonces Malcolm pondría varios discos de Jack en la consola de la cabina de transmisión para que se proyectaran automáticamente mientras ellos intentaban escapar en medio del caos resultante.

–¡Pixels para el Pueblo!

–¡Roja anarquía madura para que todos la vean!

–¡Vamos a hacer historia de la televisión!

Desde luego que harían historia si todo salía como había sido planeado.

Cada grupo rockero de aficionados del país podría tener al mismísimo Jack el Rojo como cantante solista reproduciendo el material que ellos iban a proporcionarles en discos pirata. Todo el mundo que contara con un ordenador tendría una estantería llena de programas chinche. El Frente de Liberación de la Realidad reclutaría veinte millones de nuevos miembros autoproclamados de un solo golpe electrónico. Las cadenas de televisión pasarían una época horrible tratando de recuperar a tiempo completo sus propios satélites de retransmisión. Lo que quedaba de la economía electrónica escaparía de todo control. La Realidad Oficial sería acribillada por tantos factores azarosos que dejaría de existir, y aquellos que una vez la controlaron se verían forzados a empezar el juego de nuevo, cualesquiera fuesen las consecuencias que de eso pudieran derivarse.

¡Oh sí, era una maravillosa fantasía revolucionaria! Y para su propia sorpresa, Karen esperaba contra toda lógica y razón que el FLR lo consiguiera.

Aun cuando sabía muy bien que se producirían terribles problemas personales. Sin duda, Larry Coopersmith, Bobby Rubin y Glorianna O'Toole serían arrestados y acusados de todo, desde terrorismo hasta robo de material informático, pasando por usurpación de derechos de autor. Ella y el resto del grupo quizás pudieran salir durante la confusión; pero, aunque lo lograran, serían identificados como terroristas cuando los testigos fueran interrogados, y tendrían que afrontar una vida clandestina.

A pesar de que desde el principio sabía que les aguardaba eso, a medida que la fantasía revolucionaria adquiría la inevitabilidad del destino ineludible empezó a aceptarla resignadamente. Después de todo, como miembro del FLR y vendedora de programas chinche ya estaba fuera de la ley, aunque hasta entonces no lo había considerado. Incluso consiguió convencerse de que habría cierto romanticismo en ser una fugitiva política, una criminal a los ojos de los poderes fácticos, pero una heroína para millones de personas que habrían presenciado la acción del FLR en la televisión.

Podía ver la cara de su madre sonriendo tristemente. Su madre había conocido a gente de esa clase en sus días de Berkeley, incluso se jactaba de haberles dado cobijo una o dos veces. Quizás ella lo entendería.

Ey, mamá, dijo para sí, por lo menos no malgastaré el resto de mi vida en Poughkeepsie.

Además, si no se podía hacer una tortilla revolucionaria sin romper huevos, difícilmente estabas en una posición moral que te diera derecho a quejarte si alguno de ellos te pertenecía.

Menos aún en el caso de que fueses tú quien había reunido a los conspiradores. Pasara lo que pasase, estaba moralmente comprometida con el asunto. Ahora era casi imposible echarse atrás. Había colaborado en aquella locura tanto como Coopersmith, Rubin, Malcolm, o cualquier otro.

El viernes ya había decidido unirse al grupo de Malcolm para ocupar la cabina de transmisión, había dejado atrás sus temores personales en nombre de la aventura y aceptado su destino. No obstante, persistía una elusiva inquietud que no pudo determinar hasta que Larry Coopersmith regresó del Slimy Mary's y le comunicó a Bobby Rubin que todo estaba dispuesto también en aquel lugar.

Entonces se dio cuenta de que se trataba de Paco.

–¿Qué le dijiste acerca de los cambios de planes, Larry?

–Lo que tú me indicaste. Que ahora teníamos un hombre dentro y que, por tanto, todos nosotros utilizaríamos la entrada de los VIPs en lugar de pasar por su puerta.

–¿Nada acerca de mí…? – preguntó Rubin con nerviosismo-. Si lo averiguara…

Durante todo el tiempo, Bobby Rubin había estado paranoico ante la posibilidad de que Paco se enterara de su participación. Paco lo conocía. Paco estaba enterado de que había ido a Nueva York para llevarse a Sally Cyborg. Si averiguaba que estaba metido en el plan, sabría la razón y se echaría atrás; o lo que era peor, haría alguna tontería para adueñarse de la situación. Cada vez que Karen se había aventurado a sugerir que se le dijera la verdad a Paco, Rubin se había opuesto con los mismos argumentos.

–¿Decirle qué? ¿Que vuestro hombre de dentro es el tipo al que atizó un puñetazo y le arrebató a Sally y que, por lo tanto, debe confiar en él?

–¿Estás seguro que no se te escapó nada…? – insistía ahora Rubin, sentado con Larry, Karen y Leslie a la mesa de la cocina tomando café-. ¿Todavía cree que vas a subir allí arriba con tu amenaza de bomba y pedir que pongan en antena a Sally Cyborg? No tiene idea de…

–¡Ey, espera un momento! – gritó Karen.

Al fin se había hecho la luz en su mente. Durante todos aquellos días que se había sentido inquieta por el desconocimiento de Paco de la participación de Rubin, no comprendió que estaba siendo objeto de una traición más grave y ultrajante, y ahora, de repente, le estalló en la cara.

–Le estás poniendo una trampa, ¿verdad? – dijo-. ¡Lo estás vendiendo! ¡Lo estás traicionando!

–Por favor, Karen… -protestó Larry, pero sus ojos evitaron mirarla.

–¡Por favor, tú, Larry Coopersmith! Mientras que el resto de nosotros estaremos a salvo en el escenario, entre bastidores o en la cabina de transmisión, él estará abajo en el foso con una multitud de vagabundos a los que habrá instigado para que aúllen por Sally Cyborg, esperando a que tú les obligues a retransmitirla. ¡Lo cual no va a pasar! ¿Qué va a sucederle a Paco cuando…?

–Ey, vamos, Karen, cálmate, ¿quieres? – dijo Larry, tratando de tranquilizarla-. Cuando toda esa gente vea a Jack el Rojo en el escenario y le oiga hablar, toda su furia desaparecerá, estarán tan…

–¿Y si no es así? Si algo va mal, si todo ese loco castillo de naipes…

–¿No estás olvidando de quién partió la idea? – intervino Bobby Rubin con voz cortante.

Karen dejó la frase inacabada y lo miró con un peso de muerte en el estómago.

–Tú fuiste quien me metió en todo esto, ¿recuerdas? – continuó Rubin, implacable-. fuiste quien me suplicó que interpretara el papel de Jack el Rojo para salvar a tus amigos de Sally Cyborg. De modo que si aquí hay alguien que está traicionando a Paco Monaco…

–Yo sólo quería… yo sólo quería. – Karen oyó que su voz tartamudeaba hasta disolverse en el silencio.

–Karen, Karen, hiciste lo correcto -intervino Larry amablemente-. Todo está bien si bien acaba, como suele decirse. ¿O preferirías no haber traído aquí a Bobby? ¿Preferirías que siguiéramos adelante y le diéramos a Paco lo que cree que quiere y arriesgáramos todo lo que vamos a arriesgar para poner en antena a Sally Cyborg?

–No, pero…

–El tipo te ha dejado plantada por un maldito fantasma de video, ¿no es cierto? – dijo Leslie, alargando la mano hacia el otro lado de la mesa para tocar la de Karen.

–Y me dejó en ridículo a mí -dijo Rubin-. El hijo de puta me dio un puñetazo y, a pesar de eso, me apiadé de él y evité que perdiera su empleo. ¿Y cómo me pagó? Mintiéndome sobre Sally cuando eso significaba…

–No lo entendéis… No es culpa suya… Él nunca… Sally Cyborg…

–Claro que lo entendemos -afirmó Larry-. Sally Cyborg nos tenía cogidos a todos, ¿te acuerdas?, hasta que una verdadera amiga hizo lo que debía y trajo a Bobby aquí para que representara una escena y nos sacara a todos de eso… A veces un exceso de honestidad no es la mejor política.

–¿Qué más puedes hacer por él? – preguntó Leslie-. Si le dices lo que va a pasar y se retira, sólo será para echarse en los brazos de Sally, ¿no es así?

–Y tú nos traicionarías si se lo dijeras -apuntó Larry-. Traicionarías al FLR. Por Dios, Karen, traicionarías tu propio plan para evitar la maldita situación.

–Desde luego, siempre podrías apartarte del asunto -dijo Leslie-. Mantener la boca cerrada y volverte a tu casa de Poughkeepsie. – Miró a Larry de reojo-. Sabiendo cómo te sientes, aquí nadie te reprocharía nada…

Larry asintió, hizo una mueca y se encogió de hombros para mostrar su reacia aprobación.

Karen suspiró.

–Sólo yo -dijo en voz baja.

Y Leslie le sonrió y le apretó la mano. Larry la abrazó.

Eran sus amigos. Eran los únicos amigos que tenía. La habían rescatado de las calles y ella los había rescatado de sí mismos. Y aunque nunca había compartido del todo su entusiasmo por la revolución, aunque ahora tampoco podía sentirse sumida en ella y sabía que estaba comprometiéndose a algo que cambiaría su vida de una manera que aún no podía comprender, su corazón le aseguraba que se despreciaría durante toda la vida si les daba la espalda y se marchaba.

¿Era esto lo que Markowitz quería decir cuando hablaba de egoísmo de clase? ¿Habría también un egoísmo de espíritu? ¿Era eso lo que sentía?

Incluso Bobby Rubin asintió como si comprendiera, como si hubiera pasado por lo que ella estaba pasando.

¿Y Paco?

Él también la había salvado. Y ella le pagó lo mejor que supo. Le dio lo que podía darle. Y sin embargo la había abandonado, la había dejado por un fantasma, la había traicionado por un súcubo de los bits y los bytes.

Por tanto, su conciencia debía estar tranquila, ¿verdad? Lógicamente, ella se hallaba libre de toda culpa. La razón le decía que estaba haciendo lo único honroso que tenía a mano, la voz triste de su madre le decía que se felicitara por su valentía.

Sin embargo, se sentía como una traidora. Traidora a no sabía qué.