Las sucias ventanas que nadie se había preocupado de limpiar
al menos desde el asesinato de John Fitzgerald Kennedy, la cortina
de arpillera que limitaba la zona destinada a dormitorio, el viejo
equipo de cocina completo con un fregadero rebosante de cazuelas y
platos sucios, los muebles del Ejército de Salvación, la puerta del
lavabo que no acababa de cerrar bien…
Ah sí, cuando ella era joven y la Revolución estaba en su
apogeo existían más de un millar de pequeñas comunas como el FLR
intentando vivir sus sueños de Liberación en viejas casas de madera
de las afueras de Shattuck, en las descoloridas y ruinosas villas
coloniales españolas de Silver Lake, en los apartamentos
desocupados de Height-Ashbury y la Avenida C, en locales
industriales semejantes a éste…
Por tanto, a pesar de la triste y vieja historia de Karen
Gold sobre la absorción del FLR por el lado oscuro de la Fuerza
Revolucionaria, a pesar de que no estaba alucinando ahora,
Glorianna se encontró bailando por aquella materialización de los
días pasados y tarareando antiguos trozos de canciones
revolucionarias.
Danzó hacia el deslucido sofá donde Bobby Rubin estaba
sentado con Karen Gold.
–Esta noche he soñado con Joe Hill, y estaba tan vivo como tú
y yo -le cantó riendo entre dientes-. Y le dije: Pero Joe, hace
cuarenta años que estás muerto…
–¿Quién?
–Nunca estuve muerto, dijo él.
–¿Quién demonios es ese Joe Hill? – le preguntó Bobby,
malhumorado-. ¿Y a quién le importa? ¿Quieres comportarte con
seriedad? ¿No has oído lo que nos ha estado diciendo? ¡Esta gente
tiene a Sally escondida con una banda de vagabundos que van a
utilizarla para tomar por la fuerza The American Dream! ¿Puedes
imaginarte lo que me hará West si un puñado de terroristas locos la
matan?
Por desgracia, Bobby nunca había oído repicar las campanas de
la libertad ni había tenido sueños románticos de revolución en la
cabeza. En lo único que pensaba era en ponerle las manos encima a
la pobre Sally Genaro y salvar su propio pellejo.
Glorianna decidió que la estaba
decepcionando.
–¡Joe Hill eres tú, chico, en lo que
al Frente de Liberación de la Realidad se refiere! – le dijo-. ¿No
has estado escuchando lo que ella te ha explicado? ¡Sus camaradas
revolucionarios han sido absorbidos por el comecocos de la Sally
Cyborg de West y tú eres el único que puede evitar el
desastre!
–¡Ella tiene razón! – dijo Karen-. ¡Eso es exactamente lo que
he estado intentando explicarte! Te pareces mucho a Jack el
Rojo…
–Sólo porque modelé una estrella de rock PA a mi imagen y
semejanza…
–…o sea que si están lo bastante colgados para tomar a esa
Sally Genaro por…
–¡Estáis las dos locas! – protestó Bobby-. ¿Esperáis que yo
solo impida que esos revolucionarios drogados y esos vagabundos
enloquecidos intenten propinar un golpe a MUZIK?
–¿Impedir la revolución? – dijo Glorianna indignada-.
¡Mierda, no, tú vas a dirigir la Revolución, chico, vas a hacer que
la roja anarquía madure de nuevo para que el público de todo el
país la vea por televisión!
–¿Qué?
–El intrépido Frente de Liberación de la Realidad utiliza a
los pequeños héroes de las calles para liberar a The American Dream
de los capullos del último piso y entregarlo al público durante una
hora luminosa. ¡MUZIK para las masas! ¡Pixels para el pueblo! ¿No
es maravilloso? ¿No es un proyecto grande?
–¡Maravilloso! ¡Grandioso! ¡Por Dios, Glorianna, incluso si
logran tomar The American Dream sin que los maten, lo que la gente
verá es a la Espinilla fuera de sí y pidiendo sangre a
gritos!
–¡No, mierda, van a ver a Jack el Rojo bailando con destellos
de libertad, en directo por televisión como el líder revolucionario
por antonomasia! – declaró Glorianna
triunfalmente.
Rodeó con un brazo el cuello de Karen y le dirigió una
sonrisa fraternal.
–Jack terminará haciendo lo correcto -afirmó-. Pero a veces,
cuando se olvida de quién es, se convierte en un chico
aburrido.
–¿Qué?
–Ése es el motivo por el cual lo has traído aquí, ¿no es
cierto? ¡Para dirigir la Revolución, no para evitarla! ¡Para que
Jack el Rojo pueda arrancarla de las garras de Sally Cyborg y
mostrar nuestra libertad con orgullo a plena luz del
día!
Karen Gold miró fijamente a Glorianna, y en su cara fue
reflejándose la comprensión.
–Bueno, sí, creo… -dijo.
Devolvió su atención a Bobby Rubin, poniéndole una implorante
mano en el hombro.
–Puedes hacerlo… Jack… Bobby… quienquiera que seas… -le
susurró-. Puedes ser Jack el Rojo durante un rato… Y además, es la
única forma de que puedas acercarte a Sally
Genaro…
–¿Por qué yo? – protestó Bobby, librándose de la mano de
Karen y levantándose del sofá de un brinco como si alguien hubiera
encendido un petardo debajo de su trasero.
Glorianna apuntó con el dedo directamente a su
cara.
–¿Quién más hay, Bobby? – le dijo-. No hay nadie más, ¿no es
cierto? Nunca hubo nadie más.
–Ya lo has hecho -tarareó Karen Gold seductoramente-. ¡Fuiste
capaz de hacerlo esta noche en la calle, o no estarías ahora aquí
hablando de ello!
–Yo… yo…
Los asustados ojillos de Bobby Rubin miraban suplicantes a
Glorianna, como si le dijera: Por favor, no me obligues a cargar
con ese peso. Y sus hombros estaban caídos como si soportaran todo
el peso del mundo.
Pero mientras Karen Gold hablaba, Glorianna había pulsado su
contacto, y desde el lugar donde se hallaba ahora vio a Jack el
Rojo dentro de él, justo donde siempre había estado. Y vio que él
empezaba a darse cuenta.
Glorianna vio a un chico asustado alzar una mano temblorosa
hacia su contacto en busca del valor necesario para convertirse en
el héroe de su propio sueño que siempre le habían dicho que no
llegaría a ser.
–Lo eres si crees que lo eres -le dijo, cogiendo su mano
insegura y levantándola hacia el contacto-. Hazlo por mí, Jack. Sé
que ya lo hiciste cuando fue preciso. Sé mi pequeño héroe de la
noche.
Y Bobby se quedó de pie frente a ella, una cara asustada de
chiquillo bajo una corona de largo y brillante pelo rojo
disolviéndose en pixels, volviéndose a formar, disolviéndose de
nuevo, suspendida sobre la interfaz de carne y cable y el espíritu
de su sueño perdido mucho tiempo atrás, la llamaba desde el
interior de ese dudoso instrumento de carne para que lo condujera
por el camino, para que lo devolviera al mundo a través del
rock.
La canción que se iba formando en ella parecía llegar de
todas partes y de ninguna. Era la canción de Jack y la suya propia,
y también la de todos los demás. Era el rock and roll de su sueño
que regresaba a través de sus cansadas y viejas cuerdas vocales y
los circuitos electrónicos de él con la perfecta voz sin edad que
ella nunca había tenido.
Pequeño héroe de la
noche
Pequeña criatura
asustada
Responde cuando tu
corazón
te llame a la
batalla…
Bobby Rubin estaba allí, en el polvoriento local desierto, en
compañía de una vieja loca de pelo gris que le cantaba con la voz
de una intrépida juventud que él nunca había conocido una canción
de amor a la bravura de su propio espíritu oculto. Y eso le causaba
vergüenza a pesar de que hacía que ese espíritu se
elevara.
Aunque creas que estás lejos de
casa
Y te encuentres solo ahí
fuera
Nunca dejes que tu canto sea de
rendición
Aunque la oscuridad es profunda y
larga
Y puede que nunca veas
amanecer
Tu espíritu siempre será
recordado…
Sí, se encontraba muy lejos de casa; allí fuera, en las
calles despiadadas; allí fuera, buscando a Sally Genaro en las
ruinas; allí fuera, en la noche profunda y oscura sintiéndose carne
de cañón en sus ojos inyectados de sangre.
Pero no estaba solo allí fuera. Una tía con una pistola que
llevaba una chaqueta de Los Ángeles del Infierno lo tenía cogido de
la mano y cantaba junto a él.
Porque cada pequeña
vida
Es una vela de brillante
llama
Y todos somos héroes
En nuestra propia
historia…
Ella lo era, y también él lo había sido cuando tuvieron que
mantenerse firmes sin más que una canción.
Pequeño héroe de la
noche
Pequeño faro de la
luz
¡Quédate junto a mí
y
despliega tu bandera de
libertad!
Ése fue el momento en que Jack el Rojo despertó del letargo.
Allí fuera, mirando aquellos ojos salvajes y cantando a las almas
más allá del cable caliente como la sangre una canción que había
amansado a la bestia de la batalla.
Soy igual que tú
Sólo tú ves a través de
mí
Pero juntos somos todo lo que
importa…
Al fin vio la verdad en los ojos de Karen Gold y la aceptó.
¿Acaso Nicholas West no lo había proclamado también líder del
Frente de Liberación de la Realidad? ¿No habían arreglado las cosas
para que él pagara el pato de todas formas? ¿No estaba West más en
lo cierto de lo que él mismo creía? ¿No había creado Bobby Rubin a
Jack el Rojo? ¿Es que no supo siempre lo que estaba haciendo?
¿Quién era el Jack el Rojo de su sueño sino él?
–¿Quién más era el verdadero líder del Frente de Liberación
de la Realidad? ¿El pequeño héroe que no estaba
allí?
El mundo está en brazos de nuestros
amantes
Debemos preservarnos de cualquier
daño
¡No hay nadie más que cante esta
canción!
Si él no podía, ¿quién? Si ahora no,
¿cuándo?
Deja que las pequeñas
vidas
Permanezcan en la
noche
¡Deja que seamos los pequeños héroes de
nuestra historia!
Cuando Glorianna O'Toole terminó su canción, Bobby Rubin
salió de su ensueño a la realidad de los chasquidos y ruidos de
cerraduras que se abrían.
Entonces un hombre corpulento con barba negra cruzó la puerta
al otro lado del local y entró, seguido por dos, cuatro, seis, ocho
personas más, flipadas al máximo y parloteando.
Se detuvieron al ver a los intrusos y su charla cesó. Algunos
de ellos fruncieron el entrecejo amenazadoramente. Otros
parpadearon de asombro.
–¿Qué coño…? – gritó después el hombre de la barba negra-. No
puede ser… ¿Puede?
Bobby suspiró, se encogió de hombros, tomó la mano de
Glorianna, le dio a su contacto y luego tomó la de
Karen.
No era más que un chico asustado intentando salvar su
pescuezo. Tenía más de tres metros de estatura bajo el brillante
foco de luz blanca. Era un pequeño héroe de la noche. Era la cumbre
de su creación y tenía que afrontarlo.
–¡Jack el Rojo!
–¡Imposible!
–¡Sí lo es!
–¡Estás enchufado!
–¡Joder, si lo estoy!
–¡Bueno pues yo no!
Varias manos se alzaron hacia los contactos mientras todos
atravesaban el local en dirección a Karen hablando entre sí.
Algunos salieron del flash por voluntad propia, otros volviendo a
entrar, los menos pulsaban sus contactos en el transcurso de
segundos para tener una doble visión, y sus ojos se desorbitaban
más todavía, llenos de extrañeza.
Bobby Rubin, Jack el Rojo, soltó la manos de Karen y de
Glorianna, se acercó a la gran mesa de cocina y se apoyó de
espaldas en ella con los brazos cruzados.
–Si estáis convencidos de que una chica gorda con un traje
elástico es Sally Cyborg, ¿por qué no puedo estar a vuestro lado
donde siempre he estado? – inquirió-. Vosotros me liberasteis de
los bits, bytes y programas de la Factory y me hicisteis vuestro
líder, ¿no es cierto?
Sacudió la cabeza despectivamente.
–Oh sí, Karen me ha contado vuestro estúpido plan -continuó-.
¿Os llamáis revolucionarios? En primer lugar, ¿por qué suponéis que
crearon a Sally Cyborg? ¡Para tirarme por el desagüe y al FLR
conmigo! Incluso si vuestro plan funciona, lo único que habréis
logrado será vender su horrible estilo y unos veinte millones de
discos suyos!
Nadie se movió. Se quedaron de pie alrededor de la mesa,
mirando al chico delgaducho que jugaba a ser el Príncipe Coronado
del Rock and Roll adoptando una actitud tan
arrogante.
–Ey Jack, no has entendido nada -dijo al fin Markowitz,
acercándose a la mesa y volviéndose para declamar hacia los otros-.
¡Tan sólo estamos utilizando una situación revolucionaria
preexistente! ¡Sin la gente de Sally Cyborg, estaríamos aquí
todavía hablando unos con otros! Tenemos que utilizarla para
movilizar a los suyos, tenemos que dejar que la retransmitan para
apoderarnos de MUZIK, y cuando lo hagamos…
–Y cuando lo hagáis, ¿qué pasará? – intervino Glorianna
O'Toole, acercándose también a la mesa, dándose la vuelta y
señalando con un dedo a Markowitz-. ¿Qué vas a hacer cuando te
sientes en el trono, Charlie? ¿Vas a quemar el mundo en su pira
funeraria? ¿Vas a pronunciar algún estúpido
discurso?
Markowitz observó con atención. Una extraña mirada soñadora
apareció en sus ojos.
–Yo te conozco… -dijo.
–¿Me conoces…?
–¡Tú eres… maldita sea, tú eres Glorianna
O'Toole!
–¡No me jodas!
Una suave expresión sensual cubrió la cara de Larry
Coopersmith, un tierno deseo pleno de veneración que Karen no había
visto nunca.
–¿No te acuerdas, Glorianna? – le preguntó-. ¡Dios mío, si
llevas los colores! ¡Nadie ha tenido el coraje de hacer eso durante
diez años!
Glorianna O'Toole lo miró con los ojos
entornados.
–¿Te conozco…? – dijo lentamente.
–¿Que si me conoces? ¡Mierda, tía, en el sentido bíblico!
Altamonte, ¿recuerdas?, estábamos todos fritos a más no poder. Y tú
saliste allí en medio de todo aquel follón. Fue la cosa más loca y
más valiente que jamás he visto. Yo estaba con Lou el judío. Un
hippie imbécil me había tumbado la moto de una patada, y yo era
bastante salvaje, mierda, era sólo un
muchacho. Lou y yo íbamos a matar a ese gilipollas y tú me
sonreíste, me cogiste de la mano, me llevaste bajo el escenario
y…
–Ey, estaba en pleno viaje de ácido -dijo Glorianna O'Toole-.
Las cosas se estaban poniendo mal y me pareció que era lo único que
podía hacer…
–¡Oíd muchachos, ésta es Glorianna O'Toole! – les gritó
Markowitz a los otros-. ¡La rockera más grande que jamás ha
existido! ¡Si ella dice que éste es el cabrón de Jack el Rojo en
carne ectoplasmática, es mejor que lo creáis! ¡Si alguien quiere
fastidiarla, tendrá que pasar por encima de mi cadáver! ¡Si dice
que este cabrón puede andar sobre el agua, es mejor que saquéis los
trajes de baño!
–Es agradable ser recordada -dijo Glorianna
O'Toole.
Se reclinó sobre la mesa al lado de Jack el Rojo, con sus
ojos verdes destellando, y Karen pudo creer que aquella fogosa
señora vieja de la que nunca había oído hablar era una antigua
reina del rock and roll.
–¡Ahora recordad quién os está hablando, recordad quién ha
vuelto desde la tumba electrónica para dirigiros con gran coste y
riesgo para sí mismo, más vale que lo creáis! – dijo
Glorianna.
Sonrió, movió la mano con un gesto de
presentador.
–¡Señoras y señores, Jack el Rojo, el Príncipe Coronado del
Rock and Roll y vuestro Líder Sin Igual! ¡De acuerdo, Jack, oigamos
tu plan!
¿Mi plan?, pensó Bobby Rubin al salir
del flash en un sucio local, sentado en el trono ante su propia
camarilla revolucionaria. ¿Cuál es mi plan?
La única idea que le había pasado por la cabeza era que el
Frente de Liberación de la Realidad tenía las manos sobre Sally
Genaro, y que debía idear alguna forma de utilizarlo para llegar a
ella. El cómo se las arreglaría para lograrlo sin que se produjera
ninguna muerte y lo que haría cuando se encontrara frente a Sally
eran asuntos de cuya solución debía preocuparse Jack el
Rojo.
Pero la lección que Glorianna le había dado en el sueño
persistía. Jack el Rojo era sólo el Bobby de Bobby. Por tanto, si
Bobby Rubin tenía que lograr que Sally Genaro regresara a Los
Angeles, Jack el Rojo tenía que lograr que ella y aquella gente
salieran del sueño de Sally Cyborg para entrar en el suyo propio…
que era precisamente lo que el destino exigía del verdadero líder
del Frente de Liberación de la Realidad.
Glorianna tenía razón. Era una especie de justicia kármica.
Tenía que dirigir la revolución para salvarse a sí
mismo.
¿Así que por qué no dirigirla hacia la
victoria?
–Bien, una fuerza de asalto toma The American Dream
-contemporizó sin una sola idea en la cabeza-. ¿Quién va a evitar
que acaben con todos nosotros?
–Los rehenes. Todos los que se hallen dentro del club. No
usarán sus armas automáticas contra la multitud.
–Vale -dijo Bobby, empezando a entrar en el
tema.
Aquello era como un juego de estrategia. ¿No hubo un tiempo
en que pasó una semana completa jugando con uno llamado «Comando
Terrorista»?
–¿Y cómo los forzamos a que nos pongan en
MUZIK…?
–Comunicándoles que tenemos una bomba -dijo Coopersmith, o
Markowitz, o comoquiera que se llamara-. Tienen demasiado capital
invertido en The American Dream para arriesgarse sólo por media
hora de transmisión. Ése es su punto flaco.
–¡Sí!
–¡Adelante!
–¡Una bomba! – gimió Bobby.
¡Oh Dios, aquella gente pulsaba sus contactos sin cesar y
hablaban de bombas! No estaban jugando al «Comando Terrorista» en
sus ordenadores.
–Nada de amenazas de bomba -les dijo-. ¿Qué clase de imagen
televisiva va a proporcionar eso al Frente de Liberación de la
Realidad? En lugar de ello… ¡en lugar de ello ocupamos la cabina de
transmisión! Sí, eso es. ¿Tenéis a alguien que sepa manejar el
tablero de mandos y las cámaras, y mantener capturado el repetidor
del satélite?
–¡Siempre quise ser un pirata de video! – declaró un negro
alto.
–¿Pero cómo situaremos a Sally Cyborg en el escenario sin una
amenaza de bomba? – inquirió Markowitz-. ¡No hay acceso a él desde
la pista!
–Sí, y ahora que lo pienso, ¿cómo llegamos hasta la cabina de
transmisión?
–Subimos al escenario desde la entrada que hay en una planta
por debajo de la pista de baile. Llegamos a la cabina de
transmisión en el ascensor que está destinado a los
VIPs.
–¿Cómo dices?
–¿Pasando delante de las narices de todos los guardias de
seguridad?
Bobby se quedó pensativo. ¿Hasta qué punto debía
informarlos?
–Tengo… un amigo… -dijo lentamente-. Escondido dentro de mí,
podría decirse, una especie de fantasma de mi máquina. Tiene un
papel mágico de Hollywood. Él nos proporcionará a todos pases de
VIP para que podamos movernos entre bastidores.
–¿De veras? ¿Quién es ese hombrecillo que no está
aquí?
Bobby suspiró. Se encogió de hombros. Aquello tenía que
llegar tarde o temprano.
–Está con vosotros, justo donde siempre ha estado -afirmó-.
¡Ya es hora de que os desenchuféis y conozcáis a vuestro verdadero líder, mamones!
Tenía razón, comprendió Karen Gold. Lo habían aceptado, lo
habían creído, pero el asunto estaba rebasando el límite que
aquella charada podía alcanzar, ya era hora de propinar una dura y
fría bofetada de realidad.
–Sería lo mejor -dijo-. Os habéis estado enchufando toda la
noche, ¿os dais cuenta? No existe ninguna Sally Cyborg de carne y
hueso. No existe ningún Jack el Rojo, de modo que éste no puede ser
él… Bueno, no exactamente… no del todo…
Leslie la miró con los ojos muy abiertos, parpadeó y se
desconectó. Se quedó observando a la figura que estaba de pie junto
a la mesa y pulsó el interruptor de Markowitz.
–¿Qué…? – murmuró Larry, sacudiendo la cabeza-. Ey, chicos,
creo que es mejor…
Uno tras otro empezaron a salir del flash y fijaron la mirada
en quién les había estado hablando.
Un joven de pelo rojo, con tejanos, una chaqueta negra y una
camiseta de Jack el Rojo; un impostor, pero un impostor con la cara
de Jack el Rojo, con los ojos de Jack el Rojo. Un hombre de carne y
hueso que simulaba ser su propio fantasma electrónico. Sin embargo,
en el interior de aquellos ojos, en aquellas ventanas del alma,
Karen creyó ver una verdad detrás del engaño. Y percibió que los
demás estaban luchando también con esa paradójica
percepción.
–Dios mío… la cara…
–¡Es Jack el Rojo!
–¡Demonios si lo es!
–De acuerdo, tío, ¿quién coño eres tú? – inquirió Larry
Coopersmith.
–El que siempre me dijeron que no podría ser… -contestó Bobby
Rubin.
Se produjo un gran gruñido colectivo.
–¡Ahora no estamos alucinando, así que no nos vengas con ese
rollo!
–Uno como vosotros… uno de los pequeños héroes de vuestra
historia…
Hubo más gruñidos y murmullos furiosos.
–¿Acaso importa? – continuó Bobby Rubin-. Puedo ser Jack el Rojo cuando tengo que serlo, ¿no
es cierto? ¿No acabáis de comprobarlo vosotros
mismos?
–Sí, ¿cómo lo consiguió…?
–Conocéis esa cara…
–Todavía se parece a
él…
–Vamos, tío, ¿cómo puedes parecerte a Jack el Rojo si no
existe?
Bobby Rubin se encogió de hombros.
–Yo no me parezco a él, yo hice que él se pareciera a mí. Soy
el tipo que escribió sus algoritmos. – Sonrió exactamente igual que
Jack el Rojo-. En realidad, él es el fantasma de mi máquina. Lo que
me convierte en el fantasma de las vuestras, ¿verdad? Vosotros lo
potenciáis a él, él me potencia a mí… Y, quienquiera que yo sea, mi
plan funcionará.
Larry Coopersmith movió la cabeza
lentamente.
–¿Estás seguro de que puedes conseguir el pase…? – le
preguntó en tono dubitativo.
–Desde luego.
–¿Puedes situar a Sally Cyborg sobre el
escenario?
–¡No vamos a retransmitir a Sally Cyborg! – dijo Glorianna
O'Toole-. ¡Va a ser Jack el Rojo quien esté allí arriba bailando y
lanzando destellos de libertad!
–¿Él? – resopló Larry-. De acuerdo, se parece a Jack el Rojo;
pero si tenemos a una multitud aullando por Sally Cyborg, al menos
tendremos que darle a alguien que pueda cantar, o todo se viene
abajo. Él no puede hacerlo, ¿verdad?
Karen lanzó un audible suspiro. Sólo ella conocía por entero
la espantosa verdad.
Pero Bobby Rubin sonreía como el gato que se ha comido al
canario.
–Ella puede -dijo, señalando con la cabeza a Glorianna-.
Según tú, amigo, ¡Glorianna O'Toole, la rockera más grande que ha
existido!
–¿Yo? – preguntó Glorianna O'Toole con una débil voz de
vieja-. Mierda, no he actuado desde…
–Desde hace una hora y media más o menos, nena -dijo Bobby-.
¿No te acuerdas? Y no hay nadie más que sepa esa
canción.
–Pero ella es…
–¿Una Vieja Loca? ¿Una vieja gloria? – Glorianna O'Toole no
dejó que terminara la frase. Toda su actitud cambió-. ¡Dadme un
micro y un vocoder que voy a hacer que el mundo se
estremezca!
–Demuéstraselo a estos mamones, Glorianna -la animó Bobby
Rubin-. Canta para ellos como cantaste para mí.
Glorianna O'Toole hizo una leve reverencia y le dio a su
contacto.
–¡Enchufaos e imaginad esto a través de un vocoder! – dijo
Bobby Rubin, dándole a su propio contacto-. ¡Multiplexada!
¡Purificada! ¡Glorificada! ¡Esta vieja señora y yo juntos somos
vuestra Máquina del Rock and Roll!
Glorianna O'Toole simuló que sostenía un micro cerca de sus
labios y esperó a que todos se conectaran. Pero Karen no lo hizo
puesto que esperaba una magia más importante, la magia del espíritu
desnudo, la magia que había presenciado en la
calle.
No quedó decepcionada.
Porque allí, en el viejo y polvoriento local, una vieja
señora de pelo gris se encogió de hombros, sonrió y empezó a
cantar; con inseguridad temblorosa al principio, pero adquiriendo
seguridad por segundos, aumentando el volumen de su voz, marcando
el ritmo con los pies, chasqueando los dedos, poniendo todo su
corazón, y haciendo que el tiempo retrocediera a su época
gloriosa.
Pequeño héroe de la
noche
Pequeña criatura
asustada
Responde cuando tu corazón te llame a la
batalla
Aunque creas que estás lejos de
casa
Y te encuentres solo ahí
fuera
Nunca dejes que tu canto sea de
rendición…
Y cuando terminó, Karen se encontró aplaudiendo con los
demás, sin necesidad de flash para apreciarla.
Yo te potencio a ti
Tú me potencias a
mí…
Glorianna O'Toole y Jack el Rojo atravesaron cantando el
vestíbulo del Union Square Pavilion cuando ya amanecía, ante la
ultrajada consternación del portero, del recepcionista y del
guardia de seguridad que fue a interponerse entre ellos y los
ascensores.
–Ey, ¿quién os habéis creído que…?
–¡Esta es Glorianna O'Toole, la rockera más grande que ha
existido, ¿no la reconoces, imbécil? – afirmó Jack el Rojo con
arrogancia.
–¿Y quién crees que eres tú? -le
espetó el guardia blandiendo su Uzi.
Glorianna sacó de su bolsillo la lujosa llave de oro de la
suite Imperial del Ático.
–¡Si necesitas preguntar, nadie podrá responderte, hijo! –
dijo ella con una risita tonta-. Me parece que no vienen muchas
estrellas de rock a este mausoleo. – Balanceó la gran llave ante su
cara-. Ahora sé buen chico y llama al ascensor del ático para el
Príncipe Coronado del Rock and Roll.
El guardia tardó en reaccionar. Cuando lo consiguió, fue
hacia los ascensores y abrió la puerta del directo al ático.
Glorianna se metió la mano en el bolsillo, cogió el primer billete
que encontró y se lo dio al atónito guardia mientras entraban. Era
un billete de cuatrocientos.
–¡Oh sí, Jack, tú y yo juntos somos una Máquina de Rock and
Roll! – exclamó cuando el ascensor empezó a subir, abrazándolo y
dándole un beso.
¡Era como en los viejos y buenos tiempos, el Verano del Amor,
los Alegres Sesenta, los Delirantes Setenta, la Época Dorada del
Rock and Roll!
¡Como lo que debía haber sido la Época Dorada!, se corrigió
en el momento en que el ascensor los depositaba en el gran
vestíbulo de mármol que conducía a la inmensa sala de
estar.
Así era como vivían entonces los Reyes y Reinas del Rock and
Roll, y Glorianna había sido duquesa como máximo, una telonera, una
acompañante, una cantante de audiencias reducidas, y su única
experiencia de la vida en la cumbre habían sido fiestas en sitios
como aquél y alguna noche ocasional en las camas de los diversos
Reyes del momento.
Ah, pero por fin estaba en la mejor suite que pudiera soñar
una estrella de rock con Jack el Rojo, la cumbre electrónica de la
creación del rock and roll, la cumbre de su creación, que su canción había devuelto a este sórdido mundo
moderno.
¡Y si ella lo había potenciado a él, y él también la había
potenciado a ella en esta noche mágica, tendiéndole la mano y
sacando del mundo del ensueño a la Glorianna O'Toole que sólo había
existido en el fondo de su propio corazón, Glorianna la
Superestrella, Glorianna en el Cielo con Diamantes, Glorianna la
Reina del Rock de la Revolución, bailando con destellos de
libertad!
Sacó una botella de Dom Perignon de la nevera, lo cogió del
brazo y lo llevó hacia las puertas del jardín.
–¡Vamos, cariño -le dijo con voz suave-, contemplemos las
estrellas!
Él tomó otro largo sorbo de champán de la botella y la
sostuvo sobre los rojos labios de ella, le pasó el otro brazo
alrededor de la cintura, la apretó contra sí, y se quedaron de pie
paseando la mirada por la Gran Manzana.
Zonas resplandecientes, con brillantes destellos, en la
Ciudad Que Nunca Duerme. Islas de calles oscuras abandonadas a la
noche de la jungla urbana. Las cúspides de las torres que se
destacaban contra el horizonte iluminadas por focos de colores. Una
patrulla de helicópteros de la policía en formación zumbaba
furiosamente hacia Central Park. Un jardín de ático desde donde
observarlo todo y una diosa del rock a su lado.
Nunca había conocido un momento tan fantástico. Nunca había
soñado que un insignificante muchacho de Long Island podría aspirar
a estar donde Jack el Rojo estaba ahora, en la terraza ajardinada
de su ático, con Manhattan a sus pies, bebiendo champán de la
botella, con una canción de libertad en el corazón y una mujer como
aquélla junto a él.
El contraluz del paisaje nocturno de la ciudad bañaba con
reflejos de plata su alborotado cabello rojizo e iluminaba su cara
convirtiéndola en el rostro perfecto de una reina del rock and roll
impresa en la cubierta de un disco. Recordó sus tiempos de
adolescente, sus frustraciones, a cada mujer bella que nunca lo
miró dos veces. Y ahora estaba con una estrella de rock, una loca
valerosa, un espíritu libre, una aliada, el perfecto parangón de
todas las mujeres que Bobby Rubin siempre supo que jamás
conseguiría.
¡Oh, cuan equivocado estás, Jack!, le dijeron los ojos de
ella. ¡Tú eres el que te dijeron que nunca podrías ser, mi pequeño
héroe de la noche! ¡Sólo tienes que cogerme entre tus brazos y
desplegar tu bandera de libertad!
Allí afuera, en las ruinas, la noche era profunda y larga, y
habría una batalla cuando llegara el amanecer, pero su noche era lo
único que importaba.
Como si leyera sus pensamientos, ella le sonrió, asintió con
la cabeza, y se ciñó contra él.
Bobby Rubin se despertó de la profunda oscuridad sin sueños
con la luz brillante de las primeras horas de una mañana dorada.
Una deliciosa languidez se extendía por sus miembros. Sonrió y se
dio la vuelta, acurrucándose en el cálido lecho.
Volvió a la conciencia en el momento en que topó contra un
cuerpo.
–¡Hola dormilón! – dijo Glorianna O'Toole.
–¡Oh, mierda! – exclamó Bobby.
Estaba de lado, mirando directamente a los ojos verdes y a la
cara arrugada de una vieja que sonreía con dulzura. Su pelo gris
parecía un nido de ratas sobre la almohada.
–¿Es eso lo mejor que puedes decir a la mañana siguiente,
chico? – le preguntó ella sin enfadarse.
–¿Yo…? ¿Nosotros…? ¿Tú…? – tartamudeó Bobby.
Glorianna asintió con la cabeza.
–¡Sí, sí! ¿No te acuerdas?
Bobby se incorporó hasta quedarse sentado contra el cabezal
de la cama.
–¡Casi nos matan! – gimió-. La banda callejera… esa chica
Karen… el Frente de Liberación de la Realidad…
Todo volvió al presente. El Comando Terrorista. La canción de
Glorianna. Un alocado plan para ocupar The American Dream. El
regreso de Jack el Rojo para dirigir el Frente de Liberación de la
Realidad.
–¿Oh Dios mío, en qué lío nos hemos metido? – gritó
Bobby.
–¡La roja anarquía ha madurado para que todos la vean! –
tarareó Glorianna.
Él la miró con total consternación.
–Sucedió en realidad, ¿no es cierto? – le preguntó-. ¿De
veras se supone que yo debo conducir a un atajo de revolucionarios
adictos y de terroristas vagabundos a The American Dream? ¿De veras
me metí en eso? Y nosotros… y entonces…
–Y entonces una vieja pervertida se aprovechó de las
circunstancias -dijo Glorianna-. Y ahora te sientes aterrorizado y
asqueado por completo, ¿verdad, hijito?
Bobby se apartó bruscamente de ella.
–¡No me llames hijito, abuela, ya soy bastante mayor! –
dijo.
Glorianna se echó a reír mientras se incorporaba hasta
quedarse sentada junto a él. Para sorpresa suya, Bobby también lo
hizo.
–¡Esto… esto es una locura! – murmuró.
–Soy la Vieja Loca del Rock and Roll, ¿recuerdas? Y tú
eres…
–¿El Príncipe Coronado del Rock and Roll…? Dios
mío…
–Pobre niñito… -canturreó Glorianna-. Debe de haber sido tan
horrible para ti…
–Fue… fue…
¡Fue la mejor experiencia de toda mi vida!, estuvo a punto de
decir. Fue el sueño erótico perfecto… Mierda, había sido un sueño o
algo parecido a un sueño…
Pero… pero aquella vieja había estado allí con él, le había
cantado una canción de amor, había despertado algo profundo, había
sido joven, perfecta y bella, y lo que él había
sentido…
Aunque las sensaciones físicas estaban ya lejos, muy lejos,
los verdes ojos engastados en la cara arrugada le dijeron que los
sentimientos que afectaron a su corazón aún estaban allí, que el
pequeño héroe que había despertado por fin de su letargo ansioso
estaba aún dentro de él, justo donde siempre había estado, el que
aquella vieja… aquella Loca le había demostrado que podía atreverse
a ser…
¡Dilo, gilipollas!, se increpó a sí mismo. ¡Di lo que
sientes!
–Fue la mejor experiencia de toda mi vida -dijo Bobby Rubin-.
¿Y tú…?
Glorianna O'Toole le guiñó un ojo.
–¡Ey, no lo hiciste mal, pero no tengas un concepto demasiado
bueno de ti! – dijo ella.
–¡Eres una vieja pervertida, abuela! – le contestó
Bobby.
–¡Mejor que pienses así!
Bobby suspiró. Estaba hecho polvo, se sentía confuso y
bastante asustado. Sin embargo, al mismo tiempo, se sentía
maravillosamente. Se sentía fuerte y valiente. Se sentía satisfecho
de sí mismo quizá por primera vez en su vida.
–Vamos a tener que seguir con eso, ¿verdad? – le preguntó a
Glorianna en voz baja-. Es la única forma de llegar a Sally y
además… además… si no lo hacemos toda la historia va a convertirse
en una película de terror en MUZIK…
Glorianna asintió.
–Bienvenido a la raza humana -dijo.
–¿No hay alguna forma de que podamos…?
–¡No te preocupes tanto, Jack; tú y yo vamos a ser las
estrellas! No sé qué opinas tú, pero yo no me lo perdería por nada
del mundo.
–Pero el lugar está lleno de guardias de seguridad, y si algo
sale mal…
–¡Entonces tendremos que correr!
Bobby hizo una mueca. De repente se dio cuenta de que la
perspectiva de enfrentarse con guardias de seguridad armados, mala
como era, no constituía su preocupación principal.
–¿Pero qué pasará con Sally? – preguntó.
–¿Con Sally Cyborg?
–Sally Genaro, Sally la del Valle, la Espinilla. ¿La has
olvidado? Ella es la razón de todo. Nosotros tenemos que llevarla a
Los Angeles o estoy perdido.
Glorianna lo miró con fijeza.
–¿Qué significa nosotros, hombre blanco? – le
preguntó.
–De acuerdo, entonces yo -gruñó
Bobby-. ¿Qué coño voy a hacer respecto a Sally?
–Ya lo sabes -dijo Glorianna-. Acabas de decirlo. Si no
tienes más remedio, lo que ese bastardo de West te dijo que
hicieras… Dale lo que has sabido siempre que quiere y te seguirá a
todas partes…
–Oh, Dios mío… -suspiró Bobby-. ¿Cómo
puedo…?
A medida que la noche del sábado iba aproximándose, Karen
Gold observaba con una creciente y vaga inquietud cómo el plan que
ella había puesto en marcha se estaba convirtiendo en algo que
parecía haber adquirido vida propia tras las repetidas reuniones
sobre estrategia, en algo incontrolable y desconocido que parecía
aproximarse sobre raíles como un tren expreso conducido por su
propio impulso.
Larry, Malcolm y Bobby Rubin eran quienes solían hablar,
mientras que el resto de los miembros del FLR se sentaban a su
alrededor, enchufados, para escuchar las fantasías
revolucionarias.
Se habían pasado más de dos horas discutiendo sobre
peinados.
Larry quería que el Frente de Liberación de la Realidad
luciera sus colores, que llevara el rojo en
The American Dream, para «mostrar con orgullo su libertad en las
pantallas de televisión».
Pero Bobby Rubin objetaba que la dirección imponía una
política de admisión restringida respecto a eso, que ni siquiera
sus credenciales de Hollywood conseguirían que entraran todos
llevando el rojo, o al menos llamarían la
atención de los de seguridad, lo que no era en absoluto
conveniente.
–Podríamos llevar pelucas y quitárnoslas cuando empiece la
acción… -sugirió Malcolm.
Bobby Rubin resopló burlonamente.
–Bueno, tú tienes que llevar el
rojo, tío -puntualizó Larry-. Tienes que ir
como Jack el Rojo, ¿recuerdas?
–Sí, vale, de acuerdo, me pondré un sombrero que lo cubra
-convino Rubin, alzando las manos-. ¿Podemos tratar ahora de
asuntos serios?
Y así lo hicieron. Empezaron a discutir sobre
bombas.
Larry insistía en que necesitaban una amenaza de bomba. Rubin
no quería ni oír hablar de eso.
–¡Te lo dije, nada de amenazas de bomba! ¡Olvídalo! ¡Yo no
voy a estar al frente de un montón de terroristas que tiran bombas!
Ni tampoco Jack el Rojo. Sería un veneno para su
imagen.
–¿Entonces que va a impedirles usar fuerzas
antidisturbios?
–Tú mismo lo dijiste. ¡Tendremos doscientos vagabundos
dentro, seremos veinte veces más que los guardias de seguridad, y
no se atreverán a utilizar sus armas en una situación como
ésa!
–¿Pero cómo lograremos que nos dejen actuar en el
escenario?
–En el peor de los casos, yo conseguiré que Pham lo haga. Con
todo el follón en marcha y sin control, estará encantado de
permitir que el chico de los recados de Nicholas West asuma plena
responsabilidad -dijo Rubin con una sonrisa triste-. Eso también es
mi seguro. West me perdonará muchas cosas si vuelvo con Sally a Los
Angeles y puedo alegar que evité el destrozo de The American Dream
gracias a mi rapidez de pensamiento.
–¿Pero cómo nos metemos en MUZIK? – quiso saber
Malcolm.
–¡Por Dios, ya hemos hablado de eso! Vosotros ocupáis la
cabina de transmisión y…
–¿Con qué? -preguntó Malcolm-. ¿Sólo
con nuestras manos? ¿De verdad quieres que todo este asunto dependa
del resultado de una pelea a puñetazos?
–Tiene razón -insistió Larry-. Si al menos no cuentan con una
bomba falsa, van a tener que llevar pistolas.
–¿Pistolas? – gritó Malcolm horrorizado.
Tardaron medio día en llegar a un acuerdo. Malcolm podía
llevar una bomba falsa a la cabina de transmisión para asustar a
los técnicos, pero no se hablaría de bombas en el escenario ni
cuando estuvieran en antena.
Y continuaron, continuaron y continuaron. Quién iría con
quién y adonde, y quién haría qué y cuándo.
El miércoles, Bobby Rubin tuvo una interminable discusión
técnica con Malcolm que Karen apenas podía seguir, pero que mantuvo
a todos frotándose las manos y murmurando. Glorianna O'Toole
parecía tener alguna nebulosa conexión con el todavía más nebuloso
submundo de los piratas de video…
–Ellos cogerán la señal de la estación terrestre del Norte de
California desde el satélite de MUZIK y captarán los repetidores de
retransmisión de los satélites de las cadenas principales. Entonces
sólo hay que meter la bola en el agujero… vuestra alimentación a
MUZIK y hasta los repetidores de NBC, ABC, CBS y CNN… ¡y nuestro
programa se apropiará de la hora de mayor audiencia a nivel
nacional en las cinco cadenas!
–¡Igual que un discurso presidencial! – bromeó
Malcolm.
–¡Mejor! – afirmó Rubin-. ¡MUZIK nunca cede tiempo de
transmisión a la Casa Blanca!
–¿Pueden retener los repetidores?
–Tienen una especie de caja negra que compite con los mandos
de control. Pueden quedarse bloqueados durante quince minutos como
mínimo antes de que la FCC logre localizar sus transmisores. La
cuestión es, ¿cuánto tiempo puedes tú retener a
MUZIK?
–¿Con su propia estación terrestre? – dijo Malcolm
altivamente-. ¡Toda la vida! Ey, ¿sabes?, podríamos retransmitir
también en algunos de nuestros programas chinche. Demonios,
podríamos mandar los algoritmos y los parámetros de impresión de
voz de Jack el Rojo a todas las grabadoras de discos y a todos los
viejos y chirriantes videos del país…
Y siguió, siguió y siguió.
El jueves, Bobby Rubin se presentó en el local con Glorianna
O'Toole y algunos aparatos -un equipo de vocoder de clavijas que
había llenado de artilugios mágicos y un micro de vocoder
direccional programado con los parámetros de impresión de voz de
Jack el Rojo- y se pasaron todo el día preparando el programa como
si fueran a presentarlo en alguna conferencia loca de producción
televisiva.
Malcolm y su grupo tomarían la cabina de transmisión a las
diez de la noche, los vagabundos de Paco ya estarían situados
alrededor del escenario. Entonces se provocaría un tumulto en el
foso, pero mientras no pondrían ningún visual en MUZIK, mantendrían
las cámaras en el escenario y retransmitirían un murmullo de
multitud, al objeto de que cuando Markowitz apareciese bajo el foco
para pronunciar su breve discurso diera la impresión de que la
muchedumbre lo esperaba a él, no a Sally Cyborg.
Por una vez, tendría que ser breve la
intervención de Markowitz; la cual, con todos aquellos locos de
abajo aullando por Sally Cyborg, se limitaría a una presentación
triunfal de Jack el Rojo, reencarnado desde los bits y los bytes
por el poder del pueblo y del Frente de Liberación de la
Realidad.
Bobby Rubin saldría al escenario con un micro en la mano que
contendría los parámetros de impresión de voz de Jack el Rojo. No
podría cantar, pero su aspecto sería muy similar al de Jack el Rojo
y pronunciaría un discurso de «Pixels para el Pueblo» con la voz de
Jack, diciéndoles a todos los pequeños genios de la cibernética que
lo estarían viendo que empezaran a grabar, y Malcolm transmitiría
la pista visual de «Tu Máquina del Rock and Roll» de un disco
condensado a alta velocidad al tiempo que sacaba los algoritmos
visuales y los parámetros de impresión de voz de Jack el Rojo como
audio digitalizado.
Después de lo cual, Glorianna O'Toole aparecería y haría su
número de estrella con el vocoder mientras Jack el Rojo bailaba por
el escenario enfocando el micro hacia el público con el fonocaptor
direccional del vocoder, convirtiéndolos a todos en el Príncipe
Coronado del Rock and Roll durante un brillante momento
televisado.
Entonces Malcolm pondría varios discos de Jack en la consola
de la cabina de transmisión para que se proyectaran automáticamente
mientras ellos intentaban escapar en medio del caos
resultante.
–¡Pixels para el Pueblo!
–¡Roja anarquía madura para que todos la
vean!
–¡Vamos a hacer historia de la televisión!
Desde luego que harían historia si todo salía como había sido
planeado.
Cada grupo rockero de aficionados del país podría tener al
mismísimo Jack el Rojo como cantante solista reproduciendo el
material que ellos iban a proporcionarles en discos pirata. Todo el
mundo que contara con un ordenador tendría una estantería llena de
programas chinche. El Frente de Liberación de la Realidad
reclutaría veinte millones de nuevos miembros autoproclamados de un
solo golpe electrónico. Las cadenas de televisión pasarían una
época horrible tratando de recuperar a tiempo completo sus propios
satélites de retransmisión. Lo que quedaba de la economía
electrónica escaparía de todo control. La Realidad Oficial sería
acribillada por tantos factores azarosos que dejaría de existir, y
aquellos que una vez la controlaron se verían forzados a empezar el
juego de nuevo, cualesquiera fuesen las consecuencias que de eso
pudieran derivarse.
¡Oh sí, era una maravillosa fantasía revolucionaria! Y para
su propia sorpresa, Karen esperaba contra toda lógica y razón que
el FLR lo consiguiera.
Aun cuando sabía muy bien que se producirían terribles
problemas personales. Sin duda, Larry Coopersmith, Bobby Rubin y
Glorianna O'Toole serían arrestados y acusados de todo, desde
terrorismo hasta robo de material informático, pasando por
usurpación de derechos de autor. Ella y el resto del grupo quizás
pudieran salir durante la confusión; pero, aunque lo lograran,
serían identificados como terroristas cuando los testigos fueran
interrogados, y tendrían que afrontar una vida
clandestina.
A pesar de que desde el principio sabía que les aguardaba
eso, a medida que la fantasía revolucionaria adquiría la
inevitabilidad del destino ineludible empezó a aceptarla
resignadamente. Después de todo, como miembro del FLR y vendedora
de programas chinche ya estaba fuera de la ley, aunque hasta
entonces no lo había considerado. Incluso consiguió convencerse de
que habría cierto romanticismo en ser una fugitiva política, una
criminal a los ojos de los poderes fácticos, pero una heroína para
millones de personas que habrían presenciado la acción del FLR en
la televisión.
Podía ver la cara de su madre sonriendo tristemente. Su madre
había conocido a gente de esa clase en sus días de Berkeley,
incluso se jactaba de haberles dado cobijo una o dos veces. Quizás
ella lo entendería.
Ey, mamá, dijo para sí, por lo menos no malgastaré el resto
de mi vida en Poughkeepsie.
Además, si no se podía hacer una tortilla revolucionaria sin
romper huevos, difícilmente estabas en una posición moral que te
diera derecho a quejarte si alguno de ellos te
pertenecía.
Menos aún en el caso de que fueses tú quien había reunido a
los conspiradores. Pasara lo que pasase, estaba moralmente
comprometida con el asunto. Ahora era casi imposible echarse atrás.
Había colaborado en aquella locura tanto como Coopersmith, Rubin,
Malcolm, o cualquier otro.
El viernes ya había decidido unirse al grupo de Malcolm para
ocupar la cabina de transmisión, había dejado atrás sus temores
personales en nombre de la aventura y aceptado su destino. No
obstante, persistía una elusiva inquietud que no pudo determinar
hasta que Larry Coopersmith regresó del Slimy Mary's y le comunicó
a Bobby Rubin que todo estaba dispuesto también en aquel
lugar.
Entonces se dio cuenta de que se trataba de
Paco.
–¿Qué le dijiste acerca de los cambios de planes,
Larry?
–Lo que tú me indicaste. Que ahora teníamos un hombre dentro
y que, por tanto, todos nosotros utilizaríamos la entrada de los
VIPs en lugar de pasar por su puerta.
–¿Nada acerca de mí…? – preguntó Rubin con nerviosismo-. Si
lo averiguara…
Durante todo el tiempo, Bobby Rubin había estado paranoico
ante la posibilidad de que Paco se enterara de su participación.
Paco lo conocía. Paco estaba enterado de que había ido a Nueva York
para llevarse a Sally Cyborg. Si averiguaba que estaba metido en el
plan, sabría la razón y se echaría atrás; o lo que era peor, haría
alguna tontería para adueñarse de la situación. Cada vez que Karen
se había aventurado a sugerir que se le dijera la verdad a Paco,
Rubin se había opuesto con los mismos argumentos.
–¿Decirle qué? ¿Que vuestro hombre de dentro es el tipo al
que atizó un puñetazo y le arrebató a Sally y que, por lo tanto,
debe confiar en él?
–¿Estás seguro que no se te escapó
nada…? – insistía ahora Rubin, sentado con Larry, Karen y Leslie a
la mesa de la cocina tomando café-. ¿Todavía cree que vas a subir
allí arriba con tu amenaza de bomba y pedir que pongan en antena a
Sally Cyborg? No tiene idea de…
–¡Ey, espera un momento! – gritó Karen.
Al fin se había hecho la luz en su mente. Durante todos
aquellos días que se había sentido inquieta por el desconocimiento
de Paco de la participación de Rubin, no comprendió que estaba
siendo objeto de una traición más grave y ultrajante, y ahora, de
repente, le estalló en la cara.
–Le estás poniendo una trampa, ¿verdad? – dijo-. ¡Lo estás
vendiendo! ¡Lo estás traicionando!
–Por favor, Karen… -protestó Larry, pero sus ojos evitaron
mirarla.
–¡Por favor, tú, Larry Coopersmith! Mientras que el resto de
nosotros estaremos a salvo en el escenario, entre bastidores o en
la cabina de transmisión, él estará abajo en el foso con una
multitud de vagabundos a los que habrá instigado para que aúllen
por Sally Cyborg, esperando a que tú les obligues a retransmitirla.
¡Lo cual no va a pasar! ¿Qué va a sucederle a Paco
cuando…?
–Ey, vamos, Karen, cálmate, ¿quieres? – dijo Larry, tratando
de tranquilizarla-. Cuando toda esa gente vea a Jack el Rojo en el
escenario y le oiga hablar, toda su furia desaparecerá, estarán
tan…
–¿Y si no es así? Si algo va mal, si todo ese loco castillo
de naipes…
–¿No estás olvidando de quién partió la idea? – intervino
Bobby Rubin con voz cortante.
Karen dejó la frase inacabada y lo miró con un peso de muerte
en el estómago.
–Tú fuiste quien me metió en todo esto, ¿recuerdas? –
continuó Rubin, implacable-. Tú fuiste
quien me suplicó que interpretara el papel de Jack el Rojo para
salvar a tus amigos de Sally Cyborg. De modo que si aquí hay
alguien que está traicionando a Paco Monaco…
–Yo sólo quería… yo sólo quería. – Karen oyó que su voz
tartamudeaba hasta disolverse en el silencio.
–Karen, Karen, hiciste lo correcto -intervino Larry
amablemente-. Todo está bien si bien acaba, como suele decirse. ¿O
preferirías no haber traído aquí a Bobby? ¿Preferirías que
siguiéramos adelante y le diéramos a Paco lo que cree que quiere y
arriesgáramos todo lo que vamos a arriesgar para poner en antena a
Sally Cyborg?
–No, pero…
–El tipo te ha dejado plantada por un maldito fantasma de
video, ¿no es cierto? – dijo Leslie, alargando la mano hacia el
otro lado de la mesa para tocar la de Karen.
–Y me dejó en ridículo a mí -dijo Rubin-. El hijo de puta me
dio un puñetazo y, a pesar de eso, me apiadé de él y evité que
perdiera su empleo. ¿Y cómo me pagó? Mintiéndome sobre Sally cuando
eso significaba…
–No lo entendéis… No es culpa suya… Él nunca… Sally
Cyborg…
–Claro que lo entendemos -afirmó Larry-. Sally Cyborg nos
tenía cogidos a todos, ¿te acuerdas?, hasta que una verdadera amiga
hizo lo que debía y trajo a Bobby aquí para que representara una
escena y nos sacara a todos de eso… A veces un exceso de honestidad
no es la mejor política.
–¿Qué más puedes hacer por él? – preguntó Leslie-. Si le
dices lo que va a pasar y se retira, sólo será para echarse en los
brazos de Sally, ¿no es así?
–Y tú nos traicionarías si se lo dijeras -apuntó Larry-.
Traicionarías al FLR. Por Dios, Karen, traicionarías tu propio plan para evitar la maldita
situación.
–Desde luego, siempre podrías apartarte del asunto -dijo
Leslie-. Mantener la boca cerrada y volverte a tu casa de
Poughkeepsie. – Miró a Larry de reojo-. Sabiendo cómo te sientes,
aquí nadie te reprocharía nada…
Larry asintió, hizo una mueca y se encogió de hombros para
mostrar su reacia aprobación.
Karen suspiró.
–Sólo yo -dijo en voz baja.
Y Leslie le sonrió y le apretó la mano. Larry la
abrazó.
Eran sus amigos. Eran los únicos amigos que tenía. La habían
rescatado de las calles y ella los había rescatado de sí mismos. Y
aunque nunca había compartido del todo su entusiasmo por la
revolución, aunque ahora tampoco podía sentirse sumida en ella y
sabía que estaba comprometiéndose a algo que cambiaría su vida de
una manera que aún no podía comprender, su corazón le aseguraba que
se despreciaría durante toda la vida si les daba la espalda y se
marchaba.
¿Era esto lo que Markowitz quería decir cuando hablaba de
egoísmo de clase? ¿Habría también un egoísmo de espíritu? ¿Era eso
lo que sentía?
Incluso Bobby Rubin asintió como si comprendiera, como si
hubiera pasado por lo que ella estaba pasando.
¿Y Paco?
Él también la había salvado. Y ella le pagó lo mejor que
supo. Le dio lo que podía darle. Y sin embargo la había abandonado,
la había dejado por un fantasma, la había traicionado por un súcubo
de los bits y los bytes.
Por tanto, su conciencia debía estar tranquila, ¿verdad?
Lógicamente, ella se hallaba libre de toda culpa. La razón le decía
que estaba haciendo lo único honroso que tenía a mano, la voz
triste de su madre le decía que se felicitara por su
valentía.
Sin embargo, se sentía como una traidora. Traidora a no sabía
qué.