Las migajas que ganaba trabajando en la puerta del Slimy
Mary's ya no significaban nada. Por primera vez en su vida estaba
trabajando porque sí, porque le gustaba estar allí de pie y
sentirse importante, ser Paco Monaco, el hombre de confianza de
Dojo, bien relacionado con el FLR, y el Coco de la Calle. ¡Más vale
que creas eso, cabrón!
–Ey, mamacita, ¿cómo te va? – preguntó alegremente sentándose
en un taburete al lado de Karen, que estaba apoyada en la barra con
una expresión no muy entusiasta.
–Fatal -gruñó, mirándolo tristemente-. Estoy parada… No he
vendido ni un solo disco…
Paco frunció el entrecejo.
–Ey, no pasa nada -dijo sacando un par de billetes de
cincuenta de su bolsillo y poniéndolos bajo la palma de su mano-.
Vamos, muchacha, alegra esa cara. A mí no me está yendo mal y nadie
te está culpando de nada. Como dice Larry, el FLR no se ha metido
en esto por dinero.
–Gracias -contestó Karen en tono lúgubre, metiendo los
billetes en su monedero.
–Oye, no lo pagues conmigo, ¿vale? – dijo
Paco.
Le irritaba su actitud porque tenía una idea bastante clara
de lo que en realidad se ocultaba detrás de las quejas de Karen
respecto al hundimiento del negocio de los discos en los clubes
elegantes. Ella prefería el papel de traficante gorda, de tía
importante que sacaba a su pequeño vagabundo del arroyo. No podía
soportar que la sombra y el sol hubiesen cambiando de
posición.
Ahora que ella no conseguía nada y él llevaba a casa la
manteca, ahora que había adquirido importancia en el FLR y ella
sólo hacía de comparsa, tenía la sensación de que estaba celosa,
aunque ella no lo admitiría jamás y él no pensaba
mencionarlo.
Karen suspiró.
–Lo siento, Paco -dijo en voz baja-. Es que no me gusta
sentirme inútil. Quiero decir que la revolución del FLR va viento
en popa, tú estás sacando dinero, todos los demás se dedican a
escribir sus programas mágicos y yo, yo estoy sentada aquí bebiendo
y esperando a que no pase nada…
Paco le acarició la mano.
–Ey, mamacita, ya lo sé, chingada, sé como te sientes… -Algo
se ablandó en su interior, justo cuando empezaba a pensar que era
sólo otra maldita chocharrica, ella lo había confesado
y…
Soy Sally Cyborg
Soy tu cable caliente como la
sangre
Soy los ardientes
bytes
¡De tus deseos
carnales!
–Ey, ¿qué coño es eso?
De repente, el volumen de la música de la pista de baile se
había doblado y un increíble coro irreal de voces femeninas estaba
cantando al compás de un fuerte ritmo de tambor, y la música
parecía retorcerse a su alrededor, oprimiéndolo.
–Se llama «Sally Cyborg» -murmuró Karen-. Una nueva estrella
de rock PA. La han estado poniendo mucho desde
ayer…
Soy Sally Cyborg
Y nunca he existido
Conéctate a mí
¡Y te haré gritar!
Ahora una voz solista se imponía al coro, chingada, una voz
de mujer, seguro, pero no se parecía a nada que Paco hubiera oído
antes, silbando y soltando chispas eléctricas como un cable vivo,
ronroneando como un gato, lamiéndolo. Chingada, lo estaba
excitando…
–¡Vamos, Karen, bailemos, te vendrá bien! – dijo, saltando
del taburete, cogiéndola de la mano y tirando de ella hacia la
pista, dejándose llevar por un impulso, sin pararse a
pensarlo.
La mayoría de hombres ni siquiera miraban a la persona con
quien estaba bailando, si es que bailaban con alguien. Todos
parecían embobados, con la vista fija en las enormes pantallas,
alzando las manos para conectar sus Jacks.
Cuando Paco siguió la mirada de excitación colectiva hacia
arriba, vio lo que la motivaba.
Con mi corazón de
hielo
Y mi anillo de fuego
Ningún alma viva
Va a llevarte más
arriba
¡Ninguna hija de
madre
Conseguirá lo que
yo!
¡Unas enormes y perfectas piernas de plata se levantaban como
torres delante de él. Sobre ellas había un gran remolino negro que
parecía tratar de succionarlo, mareándolo.
Parpadeó, apartó la vista del remolino y recorrió con ella el
gigantesco cuerpo de plata hasta llegar a los perversos ojos
de…
Una cara de robot con dientes como dagas, con una lengua
sinuosa semejante a una serpiente de cuero negro, con unos suaves
labios humanos y una ronca voz electrónica.
Soy Sally Cyborg
Soy tu cable caliente como la
sangre
Soy los ardientes
bytes
¡De tus deseos
carnales!
–¡Joder! – fue todo lo que pudo decir mientras se balanceaba
siguiendo el ritmo y alargaba la mano hacia el contacto del
Jack.
Si, soy Sally Cyborg
Soy tu máquina de
sexo
Mucho Muchacho ascendía bailando su danza saltarina por la
iluminada avenida de Ciudad Chocharrica, apartando a codazos a los
hijoputas gordos y a los petimetres.
–Fuera de mi camino, cabrones -vociferaba-. ¡Esta tía de
plata le pertenece a Mucho Muchacho!
Y así fue en la enorme cama redonda con sábanas de satén
dorado del lujoso dormitorio de su ático.
Labios de láser que te
aprisionan
Oscuro éxtasis
eléctrico
Y se sintió como nunca creyó que se sentiría. Lleno de
repugnancia, pero sometido a ella como un esclavo.
Soy Sally Cyborg
¡Soy la Reina del
Ardor
Soy una pira
funeraria!
¡Ven conmigo!
Paco salió de pronto del flash jadeando y sudando, y cuando
vio donde estaba se sonrojó de vergüenza.
Se estaba meciendo hacia adelante y hacia atrás sobre sus
pies en la pista de baile de The American Dream, y por la forma en
que Karen lo estaba mirando comprendió que su cara tenía una
expresión estúpida.
¡Sally Cyborg!
¡Carne y cable!
¡Reina del Ardor!
¡Fuego eléctrico!
¡Ardientes bytes!
¡Deseos carnales!
En lo alto, muy por encima de él, la enorme figura de Sally
Cyborg bailaba por triplicado en las tres grandes pantallas de
video, y aún ejercía sobre él una terrible y perversa
atracción.
¡Máquina de sexo del rock and
roll!
¡Conéctate
Y grita, grita,
GRITA!
–Cerdo… -murmuró Karen con amargura al terminar el
videoclip.
–¡Ey, creo que es muy bueno! – dijo Paco a la
defensiva.
–¿Hasta qué punto? – preguntó Karen ásperamente-. ¡Tenías que
haberte visto!
Paco se avergonzó, porque se había visto con los ojos de la
mente. Se había visto humillado, esclavizado.
–De acuerdo, de acuerdo, me excita. ¿Qué pasa? – dijo con una
agresividad ficticia-. ¿Estás celosa de un maldito robot que ni
siquiera existe?
–Supongo que los hombres siempre serán
hombres…
–¿Qué significa?
–¡Que ha sido diseñada para ese fin, Paco!
–¿Qué tiene de malo?
–¡Hay algo que me da miedo… algo nauseabundo y
antinatural!
–¡Claro que no es natural! ¡Es Sally Cyborg! ¡Es una máquina
del sexo!
Sí, había hombres y había mujeres… ¡y Sally Cyborg, tu
máquina del sexo! Aquello sólo había sido un ensueño, inducido por
el wire del que podría liberarse sin que
nadie se enterara.
–Pero la pregunta es: ¿Por qué MUZIK está lanzando con tantos
medios una cosa como ésa? – murmuró Karen, mientras miraba a su
alrededor.
–¡Por dinero! -contestó Paco-. ¡Sally
Cyborg va a convertirse en su estrella más
rentable!
Karen hizo una mueca.
–Eso es lo que me da miedo, Paco -dijo-. Algo me dice que
tienes razón.
Soy Sally Cyborg
Soy tu cable caliente como la
sangre
Soy los ardientes
bytes
De tus deseos
carnales…
–¡Oh, no, otra vez no! – gimió Karen
Gold cuando el coro de entrada de «Sally Cyborg» comenzó de nuevo y
la mano de Paco se elevó inconscientemente hacia su
contacto.
Habían estado poniendo la maldita canción una vez por hora
durante semanas en The American Dream y las emisiones nacionales de
MUZIK la transmitían por lo menos con la misma
frecuencia.
Karen nunca había seguido las trayectorias de los éxitos en
las listas, ni interesado por los recursos de lanzamiento o
mantenimiento, pero tenías que ser ciego y sordo y vivir en
Mongolia para no notar la promoción sin precedentes que Muzik, Inc,
le estaba dedicando a Sally Cyborg.
Por todas partes había posters y vallas anunciadoras de la
máquina plateada del sexo, se habían distribuido cinco millones de
camisetas con la imagen de Sally Cyborg, en cada escaparate de las
tiendas Muzik se mostraban pilas de su disco y las pantallas de
exhibición repetían la grabación una y otra vez, y las gacetillas
publicitarias excedían en número a todo lo
conocido.
Desde donde estaba sentada en el bar podía ver, a través de
la cortina de humo, montones de grotescos simulacros de Sally
Cyborg contoneándose en la pista de baile.
Las mallas plateadas de base se podían encontrar en cualquier
almacén por unos cien dólares, y en mercados callejeros por unos
sesenta; si no los tenías, podías conseguir una camiseta de
promoción: una cosa plateada con botones cromados sobre unos pechos
de cartón. Las bragas de imitación de cuero con el agujero negro
litografiado no pasaban de cuarenta. Una ridícula peluca de Sally
con serpientes de color negro y púrpura hecha de goma costaba
aproximadamente cincuenta, y estaban vendiendo unos juegos de
maquillaje y pintura para dientes por treinta y cinco. De modo que
cualquiera convertirse en una imitación de mujer cyborg por menos
de doscientos dólares.
Desde luego, la mayor parte de las Sallys, excepto unas
cuantas vagabundas, lucían las versiones caras. Bragas negras de
cuero auténtico con remolinos de acero inoxidable o incluso de
plata o de neón. Pelucas de fibra óptica con base de plástico
negro, en los que cada mecha se iluminaba desde el interior de una
fuente central de luz ultravioleta.
Y si en realidad el dinero no era para ti un obstáculo,
podías ir a una boutique de lujo y encargarte un forro de goma
espuma hecho a medida para llevar debajo de una malla plateada
translúcida especial, una segunda carne con músculos de acero que
difícilmente podía distinguirse de la de Sally.
Los poderes invisibles de The American Dream que controlaban
los proyectores móviles desde lo alto enfocaban casi exclusivamente
a los clones de Sally Cyborg más sexys y más
extravagantes.
Y cuando MUZIK retransmitía la canción en directo desde la
sala utilizando a aquellas Sally Cyborg para reforzar el impacto
sobre la audiencia, el círculo se cerraba. La moda
incrementaba las ventas de discos, las ventas de discos y las
transmisiones promocionaban la moda, lo cual incrementa ba las
ventas de los productos relacionados, lo que incida de nuevo en la
moda, vendiendo aún más discos.
Pero pocas de las chicas que seguían la moda tenían dinero
para las versiones de lujo. En consecuencia, en estas templadas
noches de primavera, las calles estaban llenas de jóvenes con el
atuendo barato de Sally Cyborg, y muy pocas tenían los cuerpos
adecuados para lucirlo sin hacer el ridículo.
Cualquiera hubiese pensado que tan espantosa exhibición
pública de cuerpos flacos, traseros desproporcionados, espaldas
huesudas, pechos demasiado grandes o demasiado pequeños, y exceso
de grasa en general, sería lo bastante repulsiva para acabar con la
moda antes de que alcanzara las dimensiones epidémicas
presentes.
Pero incluso las pelucas de goma de Sally Cyborg más baratas
eran un camuflaje ideal para las cajas de circuitos y las
redecillas del Jack con sólo ponérselas encima; y bajo el ensueño
provocado por el Jack, todas aquellas criaturas patéticas perdían
el sentido del grotesco espectáculo de sus cuerpos defectuosos
vestidos para simular la perfecta e inexistente máquina cibernética
del sexo.
Por otra parte, a los hombres bajo los efectos de wire les resultaban atractivas porque estaban
condicionados por la carne plateada, la peluca serpentina y demás
características de Sally.
Las mujeres más insignificantes, siempre que fuesen
imitadoras de Sally, podían ser vistas con hombres bastante
atractivos, flipados sin duda, y por la mirada que había en los
ojos de esos hombres y la forma en que se comportaban, esas mujeres
fatales cibernéticas parecían tener a muchos de ellos esclavizados
por el sexo.
¡Oh sí, Karen podía sentir el atractivo que tal poder tenía
para las oprimidas prostitutas acostumbradas a ser utilizadas como
objetos! Una o dos veces, sintiéndose
verdaderamente deprimida por el intercambio de estatus y fortuna
entre ella y Paco, compadeciéndose de sí misma, incluso se había
permitido la secreta, innoble y sórdida idea de vengarse recreando
la fantasía también ella.
Mientras Paco estaba cada vez más sumido en la atracción de
Sally, mientras su relación se iba deteriorando, la perversa
tentación se fortalecía, aunque sólo fuera para comprender cómo una
mujer que no estaba allí tenía el poder de interponerse entre
ellos.
Pero Larry Coopersmith la había convencido de que las fuerzas
que estaban detrás de la moda de Sally Cyborg habían ideado su
trampa psíquica precisamente para eso. Hacer que el público
masculino fijara sus deseos en Sally Cyborg, hacer que el público
femenino se identificara con la misma imagen que le estaba robando
la realidad y sumergiéndolo en el ensueño, y capturar un trozo de
360° del pastel demográfico.
–La Revolución se va a ir a la mierda. – Había insistido
Markowitz incluso antes de que los clones de Sally empezaran a
invadir la calle-. ¡Esos chicos conocen bien lo que se traen entre
manos! Como no pudieron atrapar a Jack el Rojo cuando se les
escapó, ahora nos están atacando con esa criatura monstruosa ideada
para succionar toda la energía, destinándola a un sexo
electrónicamente retorcido. ¡Observa cómo asciende a la cumbre de
las listas de ventas! ¡Observa cómo Jack el Rojo empieza a
desvanecerse! ¡Observa cómo las mujeres se convierten en animales y
los hombres en plantas! ¡Observa cómo la Realidad Oficial está
ahogando a la sociedad!
Y era cierta la dificultad de mover los discos de Jack el
Rojo en el mercado de calidad, ya saturado, e incluso los
vagabundos estaban menos propensos a utilizar el Cajero Automático
del Pueblo para robar al sistema desde que Sally Cyborg consiguió
el disco de platino. Los datos estadísticos indicaban que los
fraudes informáticos empezaban a disminuir mientras que las
violaciones aumentaban.
–¡Id a hacer una revolución en esas condiciones! – gritó
Markowitz cuando encontró a Tommy, Mary, Eddie y Teddy, conectados
y viendo a Sally Cyborg en una emisión de MUZIK-. ¡Ahora incluso
también os han enrollado a vosotros con su estúpida Realidad
Oficial de mierda!
Todos los del FLR, Karen en especial, se habían burlado del
fenómeno al principio, tildándolo de paranoico. ¡Oh, seguro, una
porquería como Sally Cyborg produciría cierto efecto sobre las
masas incultas, pero no sobre revolucionarios inteligentes como
ellos!
–Esperad y veréis -profetizó Markowitz-. ¡Esto es la guerra
rastrera y sucia de los medios de comunicación, y los tipos del
otro lado tienen una quinta columna entre vuestras
piernas!
Y, por desgracia, el tiempo le dio la razón.
Por ejemplo, lo que había ocurrido entre ella y
Paco.
Estaba sentado allí en el taburete de al lado, conectado al
Jack y mirando a todas las Sallys Cyborgs que enfocaban los
proyectores de arriba, con la boca entreabierta y una expresión
idiotizada.
Hacía tiempo que había renunciado a hablar con él de ese
tema. Conocía la respuesta que le daría si volvía a intentarlo una
vez más.
–Chingada, mamacita, ¿cómo puedes estar celosa de una fulana
eléctrica que ni siquiera existe? ¡No es como si te estuviese
engañando con una muchacha de verdad! Pero quizá lo haré si
insistes en esa tontería.
Puesto que los hombres, cualquiera que sea su edad, raza,
religión o nacionalidad siempre serán inevitablemente hombres,
Karen podría haberse limitado a apretar los dientes como si se
tratara de una película pornográfica que Paco tuviera en la cabeza,
no peor que el póster de las páginas centrales de una revista de la
especialidad. Cualquier chica de doce años sabe que los hombres han
sido así desde que empezaron a garabatear dibujos sucios en las
paredes de las cuevas. Careces de posibilidad de reformarlos y
además sus fantasías, a veces, no tienen nada que ver con su
relación contigo.
Paco era un amante tan maravilloso cuando estaba conectado
que a ella nunca le había preocupado que casi nunca hicieran el
amor fuera del flash. Paco se convertía en Mucho Muchacho, su
caballero blanco de las calles, su poderoso hombres varonil, y a
ella le encantaba.
Incluso cuando empezó a cambiar, lo achacó a un proceso de
maduración y le pareció enternecedor.
Después, le pareció un poco extraño el exceso de humildad que
mostraba y se desconcertó bastante la primera vez que se puso de
rodillas ante ella.
Sin embargo, evitó deliberadamente establecer las inevitables
conexiones hasta la horrible noche en que Paco llegó a casa con un
pequeño y repulsivo «regalo».
Ella estaba dormitando bajo las sábanas. Él se sentó en la
cama, sonrió de una forma extraña y le entregó una bolsa de
papel.
–¿Qué es esto? – le preguntó Karen aturdida, sin
incorporarse.
–Un regalo… -dijo Paco, dándole la espalda mientras se
quitaba los zapatos sacudiendo los pies-. Sólo es un pequeño
regalo, mamacita… -dijo en un tono desenfadado que parecía
ficticio, y le sonrió.
–Mmmm… -murmuró Karen soñolienta-. Qué amable… -Y
correspondió a su sonrisa bastante emocionada.
Él nunca le había hecho un regalo hasta el
momento.
–Bueno, adelante, muchacha, ábrelo -la
apremió.
Karen se incorporó, introdujo la mano en la bolsa y sacó una
peluca de goma barata de Sally Cyborg y un juego de maquillaje
plateado y de pintura de dientes.
–Dios mío…
–Creí que nosotros…
Permanecieron sentados en la cama, Karen mirándolo roja de
rabia, Paco sonriéndole soñadoramente mientras alargaba la mano
para darle a su contacto.
–¡Bueno, piensa un poco, maldita sea! – gritó Karen, tirando
al suelo de un manotazo la peluca y el juego de maquillaje como si
fueran ratas muertas y deteniendo con un golpe violento la mano de
Paco camino de contacto.
–Ey… Vamos… Chingada…
–¡Chingada tú, Paco Monaco! – le dijo Karen, furiosa-. Larry
tenía razón, esta mierda enfermiza te está convirtiendo en algo que
no me gusta en absoluto, si crees que me voy a poner esa…
esa…
Él la miró airadamente, cerrando los puños. Ella observó cómo
contenía la ira, cómo su expresión cambiaba y una sonrisita falsa y
forzada se dibujaba en su rostro.
–Ey, vamos, era sólo una broma, mamacita…
Karen suspiró y apoyó cariñosamente una mano en su
mejilla.
–Paco, Paco… ¿Qué le ha pasado a mi Mucho
Muchacho…?
Paco la acarició y alzó la mano para activar su
Jack.
–Está todavía aquí mirándote, muchacha -dijo con un atisbo de
su antigua sonrisa varonil-. Conéctate y te lo
demostraré…
Y ella le dejó que lo intentara.
Pero al conectarse se encontró gimiendo dentro de la piel de
Paco, mirándose a sí misma a través de sus ojos, y lo que vio fue
Sally Cyborg.
Durante el horrible momento que transcurrió hasta desactivar
su artilugio para escapar del flash, fue Sally Cyborg con su
corazón de hielo y sus músculos metálicos.
Ningún alma viva te va a llevar más
arriba
Ninguna hija de
madre
Conseguirá lo que
yo…
Miró de reojo a Paco, sentado en su taburete, enchufado, con
la vista fija a los clones de Sally que se contorsionaban en la
pista de baile conectados a la canción.
Tenía el cuerpo de Paco lo bastante cerca para percibir sus
efluvios, pero su corazón de hombre se había alejado de la mujer de
carne y hueso que se hallaba a su lado.
Ya no se atrevía a tener un flash con él en la cama, ya no se
atrevía a encontrarse con la criatura en que ella se convertía ante
sus ojos. Había optado por fingir para mantener la paz.