SALLY CYBORG


Paco Monaco entró con paso decidido en el bar lleno de humo de The American Dream, satisfecho de sí mismo. Los discos de Jack el Rojo que se estaban produciendo en la Florida de Dojo volvían a venderse bien ahora que había Cajeros Automáticos del Pueblo en la mitad de los jodidos tugurios callejeros de la ciudad; y Dojo, fiel a su palabra, le daba veinticinco dólares por cada uno que colocaba. No era exactamente que El Tiempo Rico hubiese regresado, no era que él estuviera sacando el mismo dinero, pero ahora ni siquiera tenía que trabajar para conseguirlo, el pan le llegaba de la misma forma que a los malditos capitalistas de Ciudad Trabajo.


Las migajas que ganaba trabajando en la puerta del Slimy Mary's ya no significaban nada. Por primera vez en su vida estaba trabajando porque sí, porque le gustaba estar allí de pie y sentirse importante, ser Paco Monaco, el hombre de confianza de Dojo, bien relacionado con el FLR, y el Coco de la Calle. ¡Más vale que creas eso, cabrón!

–Ey, mamacita, ¿cómo te va? – preguntó alegremente sentándose en un taburete al lado de Karen, que estaba apoyada en la barra con una expresión no muy entusiasta.

–Fatal -gruñó, mirándolo tristemente-. Estoy parada… No he vendido ni un solo disco…

Paco frunció el entrecejo.

–Ey, no pasa nada -dijo sacando un par de billetes de cincuenta de su bolsillo y poniéndolos bajo la palma de su mano-. Vamos, muchacha, alegra esa cara. A mí no me está yendo mal y nadie te está culpando de nada. Como dice Larry, el FLR no se ha metido en esto por dinero.

–Gracias -contestó Karen en tono lúgubre, metiendo los billetes en su monedero.

–Oye, no lo pagues conmigo, ¿vale? – dijo Paco.

Le irritaba su actitud porque tenía una idea bastante clara de lo que en realidad se ocultaba detrás de las quejas de Karen respecto al hundimiento del negocio de los discos en los clubes elegantes. Ella prefería el papel de traficante gorda, de tía importante que sacaba a su pequeño vagabundo del arroyo. No podía soportar que la sombra y el sol hubiesen cambiando de posición.

Ahora que ella no conseguía nada y él llevaba a casa la manteca, ahora que había adquirido importancia en el FLR y ella sólo hacía de comparsa, tenía la sensación de que estaba celosa, aunque ella no lo admitiría jamás y él no pensaba mencionarlo.

Karen suspiró.

–Lo siento, Paco -dijo en voz baja-. Es que no me gusta sentirme inútil. Quiero decir que la revolución del FLR va viento en popa, tú estás sacando dinero, todos los demás se dedican a escribir sus programas mágicos y yo, yo estoy sentada aquí bebiendo y esperando a que no pase nada…

Paco le acarició la mano.

–Ey, mamacita, ya lo sé, chingada, sé como te sientes… -Algo se ablandó en su interior, justo cuando empezaba a pensar que era sólo otra maldita chocharrica, ella lo había confesado y…


Soy Sally Cyborg

Soy tu cable caliente como la sangre

Soy los ardientes bytes

¡De tus deseos carnales!


–Ey, ¿qué coño es eso?

De repente, el volumen de la música de la pista de baile se había doblado y un increíble coro irreal de voces femeninas estaba cantando al compás de un fuerte ritmo de tambor, y la música parecía retorcerse a su alrededor, oprimiéndolo.

–Se llama «Sally Cyborg» -murmuró Karen-. Una nueva estrella de rock PA. La han estado poniendo mucho desde ayer…


Soy Sally Cyborg

Y nunca he existido

Conéctate a mí

¡Y te haré gritar!


Ahora una voz solista se imponía al coro, chingada, una voz de mujer, seguro, pero no se parecía a nada que Paco hubiera oído antes, silbando y soltando chispas eléctricas como un cable vivo, ronroneando como un gato, lamiéndolo. Chingada, lo estaba excitando…

–¡Vamos, Karen, bailemos, te vendrá bien! – dijo, saltando del taburete, cogiéndola de la mano y tirando de ella hacia la pista, dejándose llevar por un impulso, sin pararse a pensarlo.

La mayoría de hombres ni siquiera miraban a la persona con quien estaba bailando, si es que bailaban con alguien. Todos parecían embobados, con la vista fija en las enormes pantallas, alzando las manos para conectar sus Jacks.

Cuando Paco siguió la mirada de excitación colectiva hacia arriba, vio lo que la motivaba.


Con mi corazón de hielo

Y mi anillo de fuego

Ningún alma viva

Va a llevarte más arriba

¡Ninguna hija de madre

Conseguirá lo que yo!


¡Unas enormes y perfectas piernas de plata se levantaban como torres delante de él. Sobre ellas había un gran remolino negro que parecía tratar de succionarlo, mareándolo.

Parpadeó, apartó la vista del remolino y recorrió con ella el gigantesco cuerpo de plata hasta llegar a los perversos ojos de…

Una cara de robot con dientes como dagas, con una lengua sinuosa semejante a una serpiente de cuero negro, con unos suaves labios humanos y una ronca voz electrónica.


Soy Sally Cyborg

Soy tu cable caliente como la sangre

Soy los ardientes bytes

¡De tus deseos carnales!


–¡Joder! – fue todo lo que pudo decir mientras se balanceaba siguiendo el ritmo y alargaba la mano hacia el contacto del Jack.


Si, soy Sally Cyborg

Soy tu máquina de sexo


Mucho Muchacho ascendía bailando su danza saltarina por la iluminada avenida de Ciudad Chocharrica, apartando a codazos a los hijoputas gordos y a los petimetres.

–Fuera de mi camino, cabrones -vociferaba-. ¡Esta tía de plata le pertenece a Mucho Muchacho!

Y así fue en la enorme cama redonda con sábanas de satén dorado del lujoso dormitorio de su ático.


Labios de láser que te aprisionan

Oscuro éxtasis eléctrico


Y se sintió como nunca creyó que se sentiría. Lleno de repugnancia, pero sometido a ella como un esclavo.


Soy Sally Cyborg

¡Soy la Reina del Ardor

Soy una pira funeraria!

¡Ven conmigo!


Paco salió de pronto del flash jadeando y sudando, y cuando vio donde estaba se sonrojó de vergüenza.

Se estaba meciendo hacia adelante y hacia atrás sobre sus pies en la pista de baile de The American Dream, y por la forma en que Karen lo estaba mirando comprendió que su cara tenía una expresión estúpida.


¡Sally Cyborg!

¡Carne y cable!

¡Reina del Ardor!

¡Fuego eléctrico!

¡Ardientes bytes!

¡Deseos carnales!


En lo alto, muy por encima de él, la enorme figura de Sally Cyborg bailaba por triplicado en las tres grandes pantallas de video, y aún ejercía sobre él una terrible y perversa atracción.


¡Máquina de sexo del rock and roll!

¡Conéctate

Y grita, grita, GRITA!


–Cerdo… -murmuró Karen con amargura al terminar el videoclip.

–¡Ey, creo que es muy bueno! – dijo Paco a la defensiva.

–¿Hasta qué punto? – preguntó Karen ásperamente-. ¡Tenías que haberte visto!

Paco se avergonzó, porque se había visto con los ojos de la mente. Se había visto humillado, esclavizado.

–De acuerdo, de acuerdo, me excita. ¿Qué pasa? – dijo con una agresividad ficticia-. ¿Estás celosa de un maldito robot que ni siquiera existe?

–Supongo que los hombres siempre serán hombres…

–¿Qué significa?

–¡Que ha sido diseñada para ese fin, Paco!

–¿Qué tiene de malo?

–¡Hay algo que me da miedo… algo nauseabundo y antinatural!

–¡Claro que no es natural! ¡Es Sally Cyborg! ¡Es una máquina del sexo!

Sí, había hombres y había mujeres… ¡y Sally Cyborg, tu máquina del sexo! Aquello sólo había sido un ensueño, inducido por el wire del que podría liberarse sin que nadie se enterara.

–Pero la pregunta es: ¿Por qué MUZIK está lanzando con tantos medios una cosa como ésa? – murmuró Karen, mientras miraba a su alrededor.

–¡Por dinero! -contestó Paco-. ¡Sally Cyborg va a convertirse en su estrella más rentable!

Karen hizo una mueca.

–Eso es lo que me da miedo, Paco -dijo-. Algo me dice que tienes razón.


Soy Sally Cyborg

Soy tu cable caliente como la sangre

Soy los ardientes bytes

De tus deseos carnales…


–¡Oh, no, otra vez no! – gimió Karen Gold cuando el coro de entrada de «Sally Cyborg» comenzó de nuevo y la mano de Paco se elevó inconscientemente hacia su contacto.

Habían estado poniendo la maldita canción una vez por hora durante semanas en The American Dream y las emisiones nacionales de MUZIK la transmitían por lo menos con la misma frecuencia.

Karen nunca había seguido las trayectorias de los éxitos en las listas, ni interesado por los recursos de lanzamiento o mantenimiento, pero tenías que ser ciego y sordo y vivir en Mongolia para no notar la promoción sin precedentes que Muzik, Inc, le estaba dedicando a Sally Cyborg.

Por todas partes había posters y vallas anunciadoras de la máquina plateada del sexo, se habían distribuido cinco millones de camisetas con la imagen de Sally Cyborg, en cada escaparate de las tiendas Muzik se mostraban pilas de su disco y las pantallas de exhibición repetían la grabación una y otra vez, y las gacetillas publicitarias excedían en número a todo lo conocido.

Desde donde estaba sentada en el bar podía ver, a través de la cortina de humo, montones de grotescos simulacros de Sally Cyborg contoneándose en la pista de baile.

Las mallas plateadas de base se podían encontrar en cualquier almacén por unos cien dólares, y en mercados callejeros por unos sesenta; si no los tenías, podías conseguir una camiseta de promoción: una cosa plateada con botones cromados sobre unos pechos de cartón. Las bragas de imitación de cuero con el agujero negro litografiado no pasaban de cuarenta. Una ridícula peluca de Sally con serpientes de color negro y púrpura hecha de goma costaba aproximadamente cincuenta, y estaban vendiendo unos juegos de maquillaje y pintura para dientes por treinta y cinco. De modo que cualquiera convertirse en una imitación de mujer cyborg por menos de doscientos dólares.

Desde luego, la mayor parte de las Sallys, excepto unas cuantas vagabundas, lucían las versiones caras. Bragas negras de cuero auténtico con remolinos de acero inoxidable o incluso de plata o de neón. Pelucas de fibra óptica con base de plástico negro, en los que cada mecha se iluminaba desde el interior de una fuente central de luz ultravioleta.

Y si en realidad el dinero no era para ti un obstáculo, podías ir a una boutique de lujo y encargarte un forro de goma espuma hecho a medida para llevar debajo de una malla plateada translúcida especial, una segunda carne con músculos de acero que difícilmente podía distinguirse de la de Sally.

Los poderes invisibles de The American Dream que controlaban los proyectores móviles desde lo alto enfocaban casi exclusivamente a los clones de Sally Cyborg más sexys y más extravagantes.

Y cuando MUZIK retransmitía la canción en directo desde la sala utilizando a aquellas Sally Cyborg para reforzar el impacto sobre la audiencia, el círculo se cerraba. La moda

incrementaba las ventas de discos, las ventas de discos y las transmisiones promocionaban la moda, lo cual incrementa ba las ventas de los productos relacionados, lo que incida de nuevo en la moda, vendiendo aún más discos.

Pero pocas de las chicas que seguían la moda tenían dinero para las versiones de lujo. En consecuencia, en estas templadas noches de primavera, las calles estaban llenas de jóvenes con el atuendo barato de Sally Cyborg, y muy pocas tenían los cuerpos adecuados para lucirlo sin hacer el ridículo.

Cualquiera hubiese pensado que tan espantosa exhibición pública de cuerpos flacos, traseros desproporcionados, espaldas huesudas, pechos demasiado grandes o demasiado pequeños, y exceso de grasa en general, sería lo bastante repulsiva para acabar con la moda antes de que alcanzara las dimensiones epidémicas presentes.

Pero incluso las pelucas de goma de Sally Cyborg más baratas eran un camuflaje ideal para las cajas de circuitos y las redecillas del Jack con sólo ponérselas encima; y bajo el ensueño provocado por el Jack, todas aquellas criaturas patéticas perdían el sentido del grotesco espectáculo de sus cuerpos defectuosos vestidos para simular la perfecta e inexistente máquina cibernética del sexo.

Por otra parte, a los hombres bajo los efectos de wire les resultaban atractivas porque estaban condicionados por la carne plateada, la peluca serpentina y demás características de Sally.

Las mujeres más insignificantes, siempre que fuesen imitadoras de Sally, podían ser vistas con hombres bastante atractivos, flipados sin duda, y por la mirada que había en los ojos de esos hombres y la forma en que se comportaban, esas mujeres fatales cibernéticas parecían tener a muchos de ellos esclavizados por el sexo.

¡Oh sí, Karen podía sentir el atractivo que tal poder tenía para las oprimidas prostitutas acostumbradas a ser utilizadas como objetos! Una o dos veces, sintiéndose verdaderamente deprimida por el intercambio de estatus y fortuna entre ella y Paco, compadeciéndose de sí misma, incluso se había permitido la secreta, innoble y sórdida idea de vengarse recreando la fantasía también ella.

Mientras Paco estaba cada vez más sumido en la atracción de Sally, mientras su relación se iba deteriorando, la perversa tentación se fortalecía, aunque sólo fuera para comprender cómo una mujer que no estaba allí tenía el poder de interponerse entre ellos.

Pero Larry Coopersmith la había convencido de que las fuerzas que estaban detrás de la moda de Sally Cyborg habían ideado su trampa psíquica precisamente para eso. Hacer que el público masculino fijara sus deseos en Sally Cyborg, hacer que el público femenino se identificara con la misma imagen que le estaba robando la realidad y sumergiéndolo en el ensueño, y capturar un trozo de 360° del pastel demográfico.

–La Revolución se va a ir a la mierda. – Había insistido Markowitz incluso antes de que los clones de Sally empezaran a invadir la calle-. ¡Esos chicos conocen bien lo que se traen entre manos! Como no pudieron atrapar a Jack el Rojo cuando se les escapó, ahora nos están atacando con esa criatura monstruosa ideada para succionar toda la energía, destinándola a un sexo electrónicamente retorcido. ¡Observa cómo asciende a la cumbre de las listas de ventas! ¡Observa cómo Jack el Rojo empieza a desvanecerse! ¡Observa cómo las mujeres se convierten en animales y los hombres en plantas! ¡Observa cómo la Realidad Oficial está ahogando a la sociedad!

Y era cierta la dificultad de mover los discos de Jack el Rojo en el mercado de calidad, ya saturado, e incluso los vagabundos estaban menos propensos a utilizar el Cajero Automático del Pueblo para robar al sistema desde que Sally Cyborg consiguió el disco de platino. Los datos estadísticos indicaban que los fraudes informáticos empezaban a disminuir mientras que las violaciones aumentaban.

–¡Id a hacer una revolución en esas condiciones! – gritó Markowitz cuando encontró a Tommy, Mary, Eddie y Teddy, conectados y viendo a Sally Cyborg en una emisión de MUZIK-. ¡Ahora incluso también os han enrollado a vosotros con su estúpida Realidad Oficial de mierda!

Todos los del FLR, Karen en especial, se habían burlado del fenómeno al principio, tildándolo de paranoico. ¡Oh, seguro, una porquería como Sally Cyborg produciría cierto efecto sobre las masas incultas, pero no sobre revolucionarios inteligentes como ellos!

–Esperad y veréis -profetizó Markowitz-. ¡Esto es la guerra rastrera y sucia de los medios de comunicación, y los tipos del otro lado tienen una quinta columna entre vuestras piernas!

Y, por desgracia, el tiempo le dio la razón.

Por ejemplo, lo que había ocurrido entre ella y Paco.

Estaba sentado allí en el taburete de al lado, conectado al Jack y mirando a todas las Sallys Cyborgs que enfocaban los proyectores de arriba, con la boca entreabierta y una expresión idiotizada.

Hacía tiempo que había renunciado a hablar con él de ese tema. Conocía la respuesta que le daría si volvía a intentarlo una vez más.

–Chingada, mamacita, ¿cómo puedes estar celosa de una fulana eléctrica que ni siquiera existe? ¡No es como si te estuviese engañando con una muchacha de verdad! Pero quizá lo haré si insistes en esa tontería.

Puesto que los hombres, cualquiera que sea su edad, raza, religión o nacionalidad siempre serán inevitablemente hombres, Karen podría haberse limitado a apretar los dientes como si se tratara de una película pornográfica que Paco tuviera en la cabeza, no peor que el póster de las páginas centrales de una revista de la especialidad. Cualquier chica de doce años sabe que los hombres han sido así desde que empezaron a garabatear dibujos sucios en las paredes de las cuevas. Careces de posibilidad de reformarlos y además sus fantasías, a veces, no tienen nada que ver con su relación contigo.

Paco era un amante tan maravilloso cuando estaba conectado que a ella nunca le había preocupado que casi nunca hicieran el amor fuera del flash. Paco se convertía en Mucho Muchacho, su caballero blanco de las calles, su poderoso hombres varonil, y a ella le encantaba.

Incluso cuando empezó a cambiar, lo achacó a un proceso de maduración y le pareció enternecedor.

Después, le pareció un poco extraño el exceso de humildad que mostraba y se desconcertó bastante la primera vez que se puso de rodillas ante ella.

Sin embargo, evitó deliberadamente establecer las inevitables conexiones hasta la horrible noche en que Paco llegó a casa con un pequeño y repulsivo «regalo».

Ella estaba dormitando bajo las sábanas. Él se sentó en la cama, sonrió de una forma extraña y le entregó una bolsa de papel.

–¿Qué es esto? – le preguntó Karen aturdida, sin incorporarse.

–Un regalo… -dijo Paco, dándole la espalda mientras se quitaba los zapatos sacudiendo los pies-. Sólo es un pequeño regalo, mamacita… -dijo en un tono desenfadado que parecía ficticio, y le sonrió.

–Mmmm… -murmuró Karen soñolienta-. Qué amable… -Y correspondió a su sonrisa bastante emocionada.

Él nunca le había hecho un regalo hasta el momento.

–Bueno, adelante, muchacha, ábrelo -la apremió.

Karen se incorporó, introdujo la mano en la bolsa y sacó una peluca de goma barata de Sally Cyborg y un juego de maquillaje plateado y de pintura de dientes.

–Dios mío…

–Creí que nosotros…

Permanecieron sentados en la cama, Karen mirándolo roja de rabia, Paco sonriéndole soñadoramente mientras alargaba la mano para darle a su contacto.

–¡Bueno, piensa un poco, maldita sea! – gritó Karen, tirando al suelo de un manotazo la peluca y el juego de maquillaje como si fueran ratas muertas y deteniendo con un golpe violento la mano de Paco camino de contacto.

–Ey… Vamos… Chingada…

–¡Chingada tú, Paco Monaco! – le dijo Karen, furiosa-. Larry tenía razón, esta mierda enfermiza te está convirtiendo en algo que no me gusta en absoluto, si crees que me voy a poner esa… esa…

Él la miró airadamente, cerrando los puños. Ella observó cómo contenía la ira, cómo su expresión cambiaba y una sonrisita falsa y forzada se dibujaba en su rostro.

–Ey, vamos, era sólo una broma, mamacita…

Karen suspiró y apoyó cariñosamente una mano en su mejilla.

–Paco, Paco… ¿Qué le ha pasado a mi Mucho Muchacho…?

Paco la acarició y alzó la mano para activar su Jack.

–Está todavía aquí mirándote, muchacha -dijo con un atisbo de su antigua sonrisa varonil-. Conéctate y te lo demostraré…

Y ella le dejó que lo intentara.

Pero al conectarse se encontró gimiendo dentro de la piel de Paco, mirándose a sí misma a través de sus ojos, y lo que vio fue Sally Cyborg.

Durante el horrible momento que transcurrió hasta desactivar su artilugio para escapar del flash, fue Sally Cyborg con su corazón de hielo y sus músculos metálicos.


Ningún alma viva te va a llevar más arriba

Ninguna hija de madre

Conseguirá lo que yo…


Miró de reojo a Paco, sentado en su taburete, enchufado, con la vista fija a los clones de Sally que se contorsionaban en la pista de baile conectados a la canción.

Tenía el cuerpo de Paco lo bastante cerca para percibir sus efluvios, pero su corazón de hombre se había alejado de la mujer de carne y hueso que se hallaba a su lado.

Ya no se atrevía a tener un flash con él en la cama, ya no se atrevía a encontrarse con la criatura en que ella se convertía ante sus ojos. Había optado por fingir para mantener la paz.