Fue a la fiesta de David Stone por la afortunada casualidad
de haberse topado con su manager, Marty Beckman, cuando salía del
despacho de Billy Beldock después de que el propio presidente de
Muzik, Inc. le diera la gran noticia. Bobby había trabajado en uno
de los discos de Stone hacía un par de años, de hecho en el último
que le proporcionó un disco de oro, y Beckman se había dignado a
recordarlo al ver que salía de una reunión a solas con el poderoso
Beldock.
–Bobby… eeeh…
–Rubin.
–Eso, tocabas el órgano de imágenes en…
–«Calles de Extraños».
–Ya, aquello sí que era bueno…
–Lo último de Davy Stone que obtuvo el disco de
oro…
El entusiasmo de Beckman disminuyó un poco, y miró a Bobby
especulativamente.
–Sí, bueno, entre tú y yo, las canciones que le han estado
dando a Davy en los últimos tiempos son un asco, y los efectos
visuales dignos de un aficionado. Dime, ¿qué has estado haciendo…?
– Movió la cabeza en dirección al despacho de
Beldock.
–Billy me ha hecho jurar que guardaría el secreto -dijo Bobby
como si no le diera importancia-. Estamos trabajando juntos en algo
nuevo por completo.
Técnicamente hablando, era la verdad. El Proyecto
Superestrella se basaba en un concepto nuevo, y Beldock le había
dicho sin ambages que no trabajaría más en ciudad si iba por ahí
contando cosas.
No obstante, tuvo que resistir la fuerte tentación de decirle
a Beckman que no pasaría mucho tiempo antes de que los guaperas
sabelotodo como su representado Stone estuvieran en la calle
comiendo galletas de maíz, y que los genios cibernéticos como él se
convertirían en los nuevos señores de la jungla de la
industria.
Porque aunque el sueño de su época juvenil había sido
convertirse en un atractivo príncipe del rock and roll como Davy
Stone, cuando llegó de Long Island a la Gran Vida de Hollywood,
Bobby pronto aprendió que allí, al igual que en la escuela
secundaria, era sólo un tipo anónimo más para las bellezas de
primera que sólo se ocupaban de ricos bien vestidos y rockeros
carismáticos.
Pero mantuvo la boca cerrada y se contentó con proyectar un
silencio misterioso mientras entraba en el ascensor con Beckman, y
su virtud fue recompensada antes de llegar al garaje con la
invitación a la fiesta que se celebraría el sábado siguiente en
casa de Stone.
La fiesta estaba llena de starlets,
de futuras starlets, de quienes fueron
starlets en el pasado, de fulanas de alta
clase y de montones de coristas escogidas por su belleza, y por su
disposición a acostarse con cualquiera para llegar al estrellato.
Hubiera sido el jardín del Edén para Bobby si no hubiese estado
también llena de apuestos actores y músicos sin trabajo, de chulos
de mediana edad que se autodenominaban productores y de traficantes
de polvo que repartían su mercancía gratis a las prometedoras
asistentes del sexo femenino.
Por supuesto, todos ellos llevaban una marcha en la que Bobby
ni siquiera sabía como entrar, así que se consideró afortunado de
poder iniciar conversación con una secretaria de la CBS que había
llegado allí gracias a una amiga que intervenía de vez en cuando en
discos porno.
Ella no estaba mal, a fin de cuentas. Tenía la cabeza llena
de chismes sobre el negocio del espectáculo, y era demasiado ancha
de caderas y plana de pecho. Pero después de que le hubo
administrado polvo, señuelo con el que la convenció para que fuera
a su apartamento de la Avenida Franklin, mejoró mucho, y más aún
cuando Bobby esnifó media docena de líneas.
Así que, en realidad, tenía que considerarlo como un fin de
semana exitoso, y no se sentía en Lunes Deprimente cuando tomó el
ascensor para subir al octavo piso, al Estudio Cuatro, uno de los
mejores de la Factory, donde había sido trasladado su equipo desde
el nido de monos del Quinto.
El estudio se hallaba desierto, y tuvo tiempo de saborear a
solas el lujo de su nuevo lugar de trabajo durante un rato, y de
pensar en lo equivocado que había estado su padre al llamarle vago
cuando rechazó la tan esperada beca del MIT para iniciar su propia
operación estructural.
A su padre le había ido bien como programador hasta que la
llegada de los chips de interfaz de lenguaje lo redujo a una vida
precaria de reparador de hardware, así que para proteger a su hijo
de un destino económico semejante lo había encaminado hacia la
carrera de diseñador de software y a convertirse en una rata de
ordenador prácticamente desde su nacimiento.
Le había comprado un Commodore cuando sólo tenía cinco años y
le había enseñado a programar cuando tenía siete, de modo que Bobby
pasó una infancia feliz, rodeado de VDT, creando y entreteniéndose
con juegos de ordenador, garabateando durante horas con su lápiz
óptico y su ratón, y hablando consigo mismo de algoritmos y
pixels.
Desde luego mediaba un abismo entre aquellos cacharros y los
juguetes que ahora le habían dado para que se entretuviera en el
Estudio Cuatro, incluso con los que había tenido en el nido de
monos, pero puesto que podía compendiar transmisiones, videodiscos
y metraje de biblioteca en disco y te permitía mezclarlo con la
alimentación de la cámara, era suficiente para crear algunos apoyos
visuales de calidad aceptable para discos de garaje de acuerdo con
los dudosos modelos de los grupos locales de la escuela
secundaria.
Todo eso si eras una rata de ordenador como Bobby para
manejar los bits y bytes de este ingenioso medio nuevo. Porque
aunque en teoría cualquiera podía convertirse en su propio
productor de videodiscos por unos seis mil dólares, lograr que ese
equipo barato respondiera a tus visiones, a tu talento o a
cualquier otra cosa, requería bastante más inteligencia de la que
generalmente contiene el cráneo del rockero adolescente
medio.
Después de que los videodiscos hubieran sustituido desde
hacía tiempo a los discos de audio y los cassetes, y la MUZIK
arrollado la mayor parte de la música de radio, cualquier grupo de
chavales que soñara con un contrato de grabación, o incluso con
tocar en directo en su localidad, debía contar al menos con un
disco de muestra y un visual que pudiera llamar la
atención.
Y mientras que los grupos establecidos solían contar con el
presupuesto de un anuncio importante de televisión para trabajar,
el material que los pobres chicos y chicas que intentaban hacer
verdadera música en sótanos con videoconsolas caseras quedaba
limitado a lo que ellos mismos pudieran sacar de sí y trozos de
viejo metraje almacenado; y a menos que interviniera algún loco
mago cibernético que le insuflara un poco de inspiración a esas
imágenes de segunda mano mediante bits y bytes, no había nada que
hacer.
Eso le proporcionó a Bobby la posibilidad de elaborar
auténtica música según su propio estilo en la fantástica vida del
rock and roll de Long Island.
Porque era el tipo de rata de ordenador que sabía cómo lograr
que cantara una videoconsola. Exprimiendo vergonzosamente a su
padre para el equipo y dedicándose a escribir su propio software
como un obseso, reunió lo mejorcito que había por los alrededores.
Un par de monitores suplementarios, tres grabadoras magnéticas en
lugar de dos, ROM ascendente, chips de animación, un mezclador de
video de diez pistas, y ya podía hacer magia
barata.
Diseñó su propio programa de emulación visual que
sintetizaría imágenes simples a partir de algoritmo puro, lo cual
le permitía una pseudoanimación rudimentaria con imágenes antiguas
y viejos discos y cintas. Incluso podía hacer brincar y bailar
espasmódicamente a estrellas de rock muertas con el talento
local.
Así que para horror de su padre, cuando se graduó en la
escuela secundaria se quedó en casa en lugar de marcharse al MIT,
se construyó un cobertizo en el patio trasero y lo convirtió en
estudio. A pesar de su bondadosa madre, lo hubiera echado de allí a
patadas, puesto que seguía considerándolo un vago, si él mismo no
hubiese estado pasando una larga temporada de grave subempleo
mientras Bobby llevaba algunos pavos a casa haciendo visuales por
poco dinero para anuncios de la televisión local y tocando en los
bailes de colegio, Bobby soportó más de dos años esta tensa vida
familiar, como la oveja negra tolerada a disgusto, antes de que dos
grupos de allí obtuvieran contratos de Muzik, Inc., en gran parte
debido a la fuerza de sus pistas visuales en los discos de
muestra.
Poco después le ofrecieron un contrato de trabajo a sueldo
por cinco años y se sumió en la vida de Hollywood antes de
comprender a que lo obligaba aquella firma.
–Ven a trabajar con nosotros, muchacho -le dijeron durante
una fantástica comida en Le Pavilion-. Estamos haciéndote una
oferta que no puedes rechazar. Mucho dinero. Porsches. Polvo del
bueno. Admiradoras. Equipo último modelo. La oportunidad de
trabajar con grandes estrellas en lugar de grupos de niñatos.
Cuando se trata de rock and roll, compadre, ¡Muzik lo es
todo!
–Sólo tienes que firmar aquí -le dijeron, ya en la oficina de
Nueva York, metiéndole un contrato debajo de las narices a la vez
que le ofrecían polvo.
Sólo cuando ya había transcurrido algún tiempo y se encontró
en el nido de monos produciendo la porquería que le ordenaban,
junto a ejércitos de jóvenes magos cibernéticos que habían sido
estafados con el mismo contrato y la misma clase de mentiras, supo
la razón de la generosidad de Muzik con los magos cibernéticos de
patio trasero.
Esos malditos chicos son demasiado buenos. ¡Con órganos de
imágenes que son pura chatarra están obteniendo material casi
similar al de Moog y Mitsubishi que nos cuesta un riñón! Siempre
necesitaremos esos talentos si conseguimos que firmen contratos de
empleados a sueldo, y lo que sin duda no necesitamos es una plaga
de pequeños genios con acné produciendo en cobertizos y sótanos
videodiscos tan buenos como los nuestros y a un coste cien veces
inferior. ¡Es mejor que adquiramos el control de esta nueva
tecnología antes de que se vuelva demasiado democrática e
improductiva!
Y cuando el contrato de cinco años caducó, Bobby ya poseía el
lujoso apartamento de Franklin, y le quedaban cuatro años de los
siete que tenía para pagar el Cadillac Samurai y se había
aficionado a la clase alta de Hollywood, que se hallaba fuera de
sus posibilidades. Entonces ellos se mostraron dispuestos a subirle
sustanciosamente el sueldo si firmaba por el mismo periodo de
tiempo.
Así las cosas, ¿qué importaba tener que seguir las
directrices impuestas por los cínicos de investigación de mercado y
convertirlas en visuales para discos que casi parecían anuncios?
¿Qué importaba que nunca consiguiera una parte de los derechos de
autor? ¿Qué importaba que sólo fuese un compositor
mercenario?
¿Quién no lo era? En aquellos tiempos trabajabas para Muzik,
Inc. o uno de sus clones menores, o desarrollabas el gusto por las
galletas de maíz.
Y si en alguna parte oculta en el fondo del corazón, cuya
existencia negaba ante si mismo, Bobby guardaba el ansia de seguir
sus propios impulsos creativos en lugar de producir basura según
las indicaciones de los mequetrefes del ático, bien, ya estaba en
el Estudio Cuatro, ¿verdad?, a las órdenes directas de Billy
Beldock y con una auténtica rockera como
productora.
Como es lógico, sabía todo lo que había que saber sobre
Glorianna O'Toole, la Vieja Loca del Rock and Roll. ¿Y quién lo
ignoraba en la industria? Ella había conocido a cualquiera que
representase algo en la fabulosa Era Dorada del Sexo, las Drogas y
el Rock and Roll, y ahora era famosa porque no aguantaba las
cabronadas de nadie, incluyendo a los mequetrefes de arriba, hacia
los cuales expresaba un abierto desdén y de alguna forma conseguía
que la aceptaran, e incluso que les gustara. Iba a todas las
mejores fiestas, y el hecho de trabajar con ella significaría un
ascenso en la vida social, en caso de que lograra su simpatía.
Además, puesto que Beldock le había dicho que ella estaba
completamente al mando como productora, estaba claro que no iba a
limitarse a ser una mensajera que transmitiese las órdenes de los
cretinos de investigación y marketing.
Bobby revisó y volvió a revisar el equipo, en espera
impaciente de la aparición de Glorianna O'Toole para poder empezar.
No se había sentido así un lunes por la mañana desde los primeros
meses en la Factory. Entonces, como ahora, tenía la sensación de
que estaba a punto de embarcarse en una grandiosa aventura del rock
and roll. Entonces, como ahora, lo había colmado de satisfacción el
mejoramiento del equipo.
¡Caray, con aquellos artilugios de magia se podía hacer
cualquier cosa! Cuatro consolas y un mezclador con capacidad
infinita de lectura, un macrobyte de memoria RAM que le permitiría
el acceso a la grabación completa provisional para editar y
procesar, una paleta de colores incontables con la que podría
armonizar los matices angstrom a angstrom y la intensidad fotón a
fotón, acceso directo modem a cualquier biblioteca de imágenes de
los Estados Unidos y a los mejores programas de animación
existentes en ROM, controladores de imagen microsensitivos, diez
compiladores independientes de lectura de imagen con doblajes
infinitos, y sincronización de labios automática.
¡Si no puedo crear una estrella de rock PA de oro macizo con
este equipo fantástico, se dijo Bobby, es
que no hay nadie que pueda hacerlo a excepción del
Pentágono!
Entonces oyó los pasos de una mujer detrás de la puerta y su
agitación llegó a la cumbre.
–¡Hola, Bobby!
Una chica gordita con una holgada camiseta amarillo y plata
de Muzik, Inc. y pantalones de terciopelo azul eléctrico que
parecían aumentar su volumen entró en la habitación y le dirigió
una alegre sonrisa. Su descolorido pelo rubio estaba rizado en un
extraño peinado afro del que sobresalían remolinos negros, y un
espeso maquillaje bronceado no ocultaba del todo las imperfecciones
de su piel.
Era Sally Genaro, la intérprete de VoxBox asignada al
proyecto. Al verla, Bobby recordó de repente por qué el nombre le
pareció familiar cuando lo mencionaron.
Había trabajado con ella una vez, en «Long Gone Skyway», una
grabación de Long Jim para el mercado de imbéciles, que había
logrado el disco de oro. Era un auténtico genio, una de las mejores
artistas de VoxBox con la que había trabajado, y su intelecto debía
admitir que Beldock había hecho una astuta elección. Musicalmente
hablando, debía estar complacido.
No obstante, se le revolvió el estómago.
Porque la pequeña Sally la del Valle había dejado claro que
lo encontraba «mono», «mágico» e incluso «tortuoso», y no había
dejado de perseguirlo todo el tiempo, de aproximársele
sigilosamente en el estudio acercando en exceso su cara a la de él
para discutir del trabajo, de invitarlo a su apartamento para
consultas extraprofesionales y de rozarse con él «por casualidad»
una y otra vez.
Y siempre tenía esa enorme espinilla de acné hinchada justo a
un lado de la punta de la nariz. ¡Qué asco! El mero hecho de
recordarlo le ponía la carne de gallina.
Sólo lo había soportado en ara de la profesionalidad, sin
darse por enterado de los verdaderos propósitos de ella a pesar de
sus descaradas provocaciones, mostrándose frío, cortés y sumido en
el trabajo, y diciéndose que si la mandaba a la mierda no lograría
más que estropear las sesiones y prolongar la agonía. Él hizo su
trabajo y ella el suyo, y habían liquidado «Long Gone Skyway» en
una semana, tras lo cual lanzó un gran suspiro de alivio sabiendo
que jamás tendría que volver a sentarse en el estudio con la
Espinilla.
Y ahora estaba allí, y tendría que pasar de nuevo por aquella
maldita situación en el trabajo más importante de su
carrera.
Bien, si lo soporté una vez, puedo soportarlo otra, se dijo
Bobby. Hay demasiado en juego aquí. No puedo permitir que su presencia me afecte. Quizás
haya encontrado un novio. Quizá se ha olvidado de
mí.
–Hola, Sally -dijo en un tono inexpresivo-. Supongo que
trabajaremos juntos en esto.
–¡Claro! – contestó Sally llena de satisfacción, con un
ronroneo nasal que probablemente creía sexy-. Fue un trabajo duro
el que hicimos en «Long Gone Skyway», ¿recuerdas?
Bobby tuvo que forzar una sonrisa.
–¿Cómo podría olvidarlo? – preguntó, evitando una inflexión
irónica.
–Veo que vosotros dos ya os conocéis.
Glorianna O'Toole había entrado por la puerta abierta, una
vieja dama de aspecto decidido vestida con un extraño pijama
holgado de suave y fina franela blanca, estampado en rojo, verde y
amarillo fluorescente, y ceñido por una faja ancha de seda negra.
Su largo y abundante cabello gris, cuidadosamente ondulado, le caía
sobre los hombros. Tenía el rostro tostado, con algunas arrugas
superficiales, igual que delicado pergamino. No llevaba maquillaje
de base, pero sí un toque de rojo plateado en los labios; y sus
oscuras cejas, que se arqueaban sobre unos ojos de color verde
esmeralda con pestañas cubiertas de rimel negro, estaban salpicadas
de motas metálicas.
En una mujer mucho más joven, Bobby hubiera encontrado todo
el atuendo bastante sexy, y debía admitir que Glorianna O'Toole
poseía una figura admirable para su edad. Con arrugas y canas o sin
ellas, era difícil considerarla como una abuela.
–Trabajamos juntos en «Long Gone Skyway» -dijo Sally con
viveza-. Logramos algunos efectos mágicos de verdad. – Inclinó el
cuerpo sutilmente en dirección a Bobby-. Fue como…
química.
Glorianna O'Toole miró a la Espinilla de arriba a abajo,
evaluándola. Miró a Bobby del mismo modo y le hizo un gesto
interrogativo con la ceja.
¡Claro que no!, le contestó Bobby telepáticamente,
indignado.
–¿Tienes que hacernos alguna indicación? – preguntó decidido
a adentrarse en el campo profesional de inmediato.
Glorianna se sentó en el sillón de director más cercano, de
los varios que había dispersos por el estudio, y sacó un grueso
montón de hojas con anotaciones de su maletín de piel de serpiente.
Bobby esperó a que su compañera cogiese una silla y se sentara a la
izquierda antes de colocar la suya a la derecha, lo más lejos de
Sally que pudo sin mostrarse ofensivo.
–¿Te refieres a esto? – preguntó Glorianna O'Toole agitando
los papeles ante sus narices-. ¿Estos análisis demográficos del
departamento de marketing? ¿Estos bosquejos de personalidad de
psiquiatras de mierda? – Sonrió dulcemente-. ¡Qué se vayan al
diablo! – exclamó con la misma suavidad, lanzando los papeles por
encima de su hombro en un gesto retórico.
Bobby la contempló con notable asombro.
–¿Es que no quieres que lea los perfiles psíquicos ni los
objetivos demográficos? – preguntó.
Había soñado con un momento así durante años, pero ahora que
lo estaba viviendo se sentía desconcertado.
–¿Cómo se supone que voy a empezar sin ellos? – Quiso
saber.
Glorianna O'Toole levantó su mirada hacia el techo con
desesperación teatral.
–¡Que te zurzan! – Lo miró con exasperación contenida-.
Escucha, si los mentecatos de arriba supieran algo sobre lo que es
una verdadera estrella de rock, ¿crees que le pagarían a una vieja
loca como yo para que les hiciera de Svengali a dos niñatos
cibernéticos como vosotros?
–¿Qué hay de las canciones? – preguntó
Sally.
–Tú eres la intérprete de VoxBox, ¿verdad? – dijo Glorianna
O'Toole, señalando con la cabeza hacia el equipo de VoxBox que se
hallaba en el lado opuesto de la sala-. Se supone que puedes hacer
que esos trastos toquen como una orquesta sinfónica de rock and
roll y canten como el Coro del Tabernáculo Mormón, ¿no es
así?
–Bueno, sí… -gimoteó la Espinilla, insegura-. Pero necesito
al menos una directriz de voz y letra; quiero decir que yo sólo
hago la música… Alguien tiene que darme
palabras y parámetros, ya sabes.
Glorianna O'Toole se puso en pie de un salto y paseó
describiendo pequeños círculos, agitando un dedo hacia ella
mientras hablaba como una severa profesora de escuela secundaria
recriminando a dos malos estudiantes. Pero ninguna profesora le
había dicho a Bobby tales cosas.
–¡Análisis demográficos! ¡Perfiles psicológicos! ¡Directrices
de voz! ¡Parámetros! ¡Parecéis emigrados de Silicon City, no
rockeros! ¡Dejad que os aclare una cosa, muchachos, no estáis aquí
para servir a Muzik según las directrices, ahora no estáis
trabajando para los capullos de arriba, trabajáis para mí, y he de
deciros que tenéis que demostrar al mundo que vosotros, dos
pequeños genios, podéis hacer rock and roll de verdad a partir de
todos estos jodidos artilugios de magia!
La cólera de Glorianna se diluyó
rápidamente.
–Mirad lo que habéis hecho -dijo con una sonrisa de
arrepentimiento-. Me habéis hecho vociferar y encolerizarme como un
esbirro de la corporación.
Los empujó hacia sus equipos como si fueran gallinas
despistadas.
–Vamos, vamos, manos a la obra, improvisad para
mí.
Le guiñó el ojo a Bobby mientras éste se sentaba delante de
su consola y empezaba a manipular interruptores.
–Relájate, hombre -dijo ella-. Todo lo que te estoy pidiendo
es que hagas algo divertido. Se trata sólo de rock and
roll.
Sally Genaro conectó el VoxBox con un fastidioso vacío en el
estómago que el donut de mermelada que estaba masticando no logró
llenar. Glorianna O'Toole se sentó en un taburete alto detrás de
ella, el mejor lugar para mirar por encima de su hombro y ponerla
aún más nerviosa de lo que estaba.
Una semana en el Proyecto Superestrella y ya tenía la
sensación de que no podría soportarlo.
En cierta forma, esas sesiones eran similares a las de los
viejos tiempos con los Razor Dogs en el garaje de Cliff Jones,
improvisando juntos para sacar una o dos canciones nuevas en la
actuación del fin de semana.
Pero los Razor Dogs, aunque malos, al menos formaban un
grupo. Cliff escribía las letras y hacía todas las voces principales, así que no existía el
problema de producir voces sin entrada analógica ni directrices,
tratando de acoplarlas a alguna estúpida PA en una pantalla de
órgano de imágenes.
Los Razor Dogs ni siquiera habían tenido un organista de imágenes. La imagen de Cliff
estaba al frente del grupo y lo había hecho todo por sí mismo. Un
traje plateado ceñido al cuerpo con unos rudimentarios pies de
animal peludo terminados en garras, que había conseguido en alguna
tienda de disfraces, y una larga cola. Se teñía el cráneo afeitado
de negro y la cresta de pelo al estilo mohicano, que se había
dejado justo en medio, de azul acero, formando con ella una especie
de hoja de cuchillo antes de cada actuación. Incluso se ponía unos
colmillos de plástico con tendencia a caerse cuando gemía de
verdad.
La única intervención que le permitió a Sally en las voces
fue una serie limitada de efectos especiales esporádicos,
principalmente el gemido de lobo que helaba la sangre y el áspero
chirrido de metal del gruñido del robot que era la firma de los
Razor Dogs.
Los Razor Dogs podían haber sido basura, Cliff y Karl sólo la
trataban como a un ser humano cuando querían que les hiciera un
favor, y era verdad que no se detuvo a pensar cuando Muzik, Inc. le
ofreció un contrato en solitario, pero por lo menos eran un
grupo y Sally sabía cuál era su puesto en
él.
En cierta forma, trabajar en la Factory no había sido muy
distinto a tocar con los Razor Dogs hasta el momento, excepto
porque no había tenido que actuar ante un público en
directo.
A Sally le encantaba tocar el VoxBox, pero siempre había
odiado las actuaciones en vivo, escondiéndose tras su artilugio en
las sombras del fondo del escenario mientras Cliff y Karl bailaban
bajo los focos como si todo lo hicieran ellos. Ni siquiera le
dirigían una mirada cuando hacía los coros de vocoder, y ése era
sólo uno de los mil ultrajes que los muchachos le infligían y por
los cuales nunca se atrevió a quejarse.
De modo que a Sally le gustaba su
trabajo de maga de VoxBox en la Muzik Factory. Los productores le
daban las letras de los compositores a sueldo, las directrices de
voz, los modelos de ritmo, los parámetros de estilo e incluso,
ocasionalmente, las líneas de melodía del departamento de
investigación, y todo lo que tenía que hacer era convertirlo en
canciones, pista a pista. La mayoría de las veces tenía una
grabación en directo de un cantante de verdad con el que tocar, y
cuando le permitían hacer las voces partiendo de cero le enviaban a
esos auténticos científicos de la magia
para que le indicaran lo que querían respecto a los parámetros de
la impresión de voz.
Claro que, a veces, cuando hacía que alguna vampiresa con voz
de telefonista y una incapacidad absoluta para mantener el tono e
incluso para seguir el ritmo cantara como si fuera una
superestrella, Sally deseaba tener el cuerpo adecuado para
plantarse allí arriba y cantar ella misma.
Después de todo, cualquier voz no era más que una entrada
analógica para el circuito del vocoder, ¿por qué no la suya? ¿Qué
importaba que fuese discordante y chillona? Podía cantar una
estrofa en el micro tan bien como cualquiera de las bonitas fulanas
que utilizaban para las cubiertas de las grabaciones. Si tenía una
entrada analógica, podría convertirla en lo que quisiera. Podía
filtrarla, intensificarla, subirla o bajarla, pasarla por el
multiplex, distorsionarla, agudizarla, añadirle sobretonos,
sincronizarla con el instrumento principal, y saldría por el otro
lado del VoxBox cantando como un ángel o un demonio eléctrico al
ritmo preciso y con un tono perfecto.
De hecho, le habían permitido hacerlo en dos discos de PA.
Para las voces que utilizaron en Lady Leather y en Velvet Cat puede
que se sirviera de parámetros detallados de impresiones de voz del
departamento de investigación, pero la entrada natural de voz
analógica fue la de Sally.
Pero, desde luego, nadie estaba dispuesto a usar su cuerpo ni
como entrada para una pista de video. La ciudad de Los Angeles
estaba llena de deliciosas cabezas huecas que podían contorsionarse
mucho mejor que ella y, no hacía falta decirlo, también tenían
mejor material que mover.
Ésa era la razón por la cual había preferido hacer Lady
Leather y Velvet Cat a procesar entradas en vivo. Si no era Sally
Genaro la que aparecía allí arriba en la pista de video como un
sueño erótico para todo el mundo, y si sus voces les debían tanto a
los parámetros y las directrices del departamento de investigación
como a ella, bueno, pues tampoco era ninguna otra chica de carne y hueso la que veían
bailar; y si Sally no estaba cantando realmente, ¿quién lo hacía,
tío listo? Estaba del todo a favor de que las Personalidades
Artificiales sustituyeran a las engreídas estrellas del rock. Si
ella no podía ser una auténtica estrella
del rock en vivo, ¿por qué habrían de serlo otras?
De modo que se había alegrado mucho cuando la asignaron al
Proyecto Superestrella. En primer lugar, porque quería que la idea
triunfara; en segundo, porque daba por seguro que sería un golpe
para la transformación de cantantes vivos; y, en tercero, porque
Bobby Robin también había sido asignado al
proyecto.
En verdad, Bobby no tenía un maldito cuerpo de atleta, puesto
que era un poco caído de hombros y flacucho, con la nariz demasiado
grande y el pelo como estropajo negro, pero vestía muy bien, poseía
grandes ojos castaño oscuro y una leve sonrisa maliciosa. Además,
estaba a un nivel al que ella podía razonablemente
aspirar.
Había sido estupendo trabajar con él en «Long Gone Skyway»;
la había inspirado, le había dado alma a
sus pistas, pero por algún motivo la cosa no
progresó.
Cada vez que ella lo había invitado a su casa, se había
excusado; y siempre que ella intentaba mandarle mensajes en
lenguaje corporal, había sido demasiado tímido para
responder.
Eso también le encantaba. Podía decirse que el tipo no era el
típico artista exitoso en ascenso, podía adivinarse su gran
sensualidad por la forma en que pretendía ignorar las insinuaciones
sexuales, probablemente por miedo de no ser un buen compañero de
cama, y cuando por fin lograra emplear con él las habilidades que
había perfeccionado en los centros comerciales y en los asientos de
coche del Valle desaparecerían los problemas.
Por desgracia, terminaron la grabación de «Long Gone Skyway»
antes de que ideara la manera de romper la timidez de Bobby, pero
el Proyecto Superestrella parecía algo que iba a durar mucho más de
una semana, y daba por seguro que lo conseguiría durante el
proceso.
O, por lo menos, eso creía cuando empezaron el trabajo el
lunes anterior.
Pero del mismo modo que las sesiones en el estudio no habían
producido hasta el momento ninguna reacción química musical,
tampoco había estallado ninguna química personal entre ella y Bobby
Rubin. Aunque sólo intentara mostrarse amistosa, él sumía su atención en el equipo o hacía
algún comentario de sabiondo para disimular su estúpido
embarazo.
Sally dejaba que sus manos corrieran al azar sobre su teclado
principal. Un acorde de guitarra eléctrica salió de los altavoces.
«Bomp-ba-pa-dupa ba-dum pam-bom», cantó en su micro, haciéndolo
entrar en la memoria RAM. Lo pasó unas cuantas veces arriba y abajo
entre sub y supersónicos. Lo convirtió en un bajo negro típico con
un chip de ROM. Después, a través del multiplex, lo transformó en
un coro, al que superpuso una voz de contralto femenina. Almacenó
una línea de guitarra principal, de tambor, de pandereta, de
contrabajo, de guitarra rítmica y de órgano, dispuso toda la cosa
en el teclado y tocó algunos compases del
conjunto.
–Maravilloso -dijo Bobby secamente-. El Coro del Tabernáculo
de Bo Diddley reunido con el Fantasma de la Ópera hecho
mujer.
–¡Bobby! -gruñó Sally-. ¡Sólo estaba
probando el equipo!
Desde detrás de su órgano de imágenes situado a la derecha de
ella, Bobby le dirigió una mirada inexpresiva.
–¿De verdad? – dijo, sonriéndole de repente de la forma
insinuante que empleaba a veces-. ¡Caramba! Creí que quizá nos
habíamos topado con algo al fin. Incluso grabé una estampa rápida.
¿Quieres verla?
Sin esperar la respuesta, hizo girar uno de sus monitores
para que ella pudiera verlo y pulsó un mando de memoria
volátil.
Un grupo de bailarinas de Bo Diddleys danzaba en el escenario
de un teatro de ópera, mientras que Lady Leather, a la que se le
había agregado un tutu blanco, se balanceaba sobre una enredadera
encima de sus cabezas y luego volaba sobre un público vestido de
etiqueta.
–¡Oh, Bobby! – exclamó Sally entre una carcajada y un suspiro
de exasperación.
–Esperad un momento, muchachos -dijo Glorianna O'Toole desde
el taburete en que estaba sentada-. Quizá tengamos algo
ahí.
Los ojos de Bobby se encontraron con los de Sally en un
insólito instante de contacto personal.
–Sally, quita la solista femenina, cámbiala por el negro,
elimina la intervención del multiplex, súbelo media octava y déjame
oírlo lento y suave, con sólo un saxo y un piano…
–¿Hablas en serio?
–Hazme caso -dijo Glorianna-. Creo que podría recordarme a
alguien con quien solía tratar… No hemos llegado a ninguna parte
con canciones o imágenes, así que quizá deberíamos concentrarnos en
una voz…
Sally se encogió de hombros y cambió los parámetros. A lo
mejor la Vieja Loca tenía razón.
Hasta el momento, los tres habían estado persiguiéndose en
círculo. Sin letras ni una voz de cantante solista con las que
trabajar, todo lo que Sally había sido capaz de hacer eran arreglos
complicados de melodías tontas que llegaban a su cabeza
casualmente, y sin ninguna canción ni directrices de impresiones de
voz, todo lo que intentaba se parecía demasiado a interpretaciones
conocidas. Sin música, directrices de personajes y ni siquiera una
voz con que trabajar, los efectos visuales de Bobby no eran más que
una serie de garabatos trazados por un experto.
Y aunque Sally sabía que los
letristas a sueldo y los del departamento de investigación le
estaban enviando letras y directrices en cantidad, Glorianna
O'Toole se las quedaba y las guardaba en su maletín de piel de
serpiente, renunciando incluso a echarles un vistazo hasta que
lograran «algo con alma».
Sally pulsó el playback. «Bomp-ba-pa-dupa ba-dum-pam-bom», un
vibrante barítono tarareaba bajo los acordes de un lánguido piano y
de un almibarado saxo.
–Demasiado puro…
–Sí… -reconoció Sally, y cubrió la impresión de voz un poco,
alterándola con subsónicos y revistiéndola con un programa de
efectos sonoros justo detrás de las notas altas, doblándolas casi
al máximo.
«Bomp-ba-pa-dupa ba-dum pam-bom…». La voz era ahora más
pujante pero también más chillona, un poco más alocada. Casi
sexy.
Glorianna saltó del taburete y se les acercó por
detrás.
–Quizás aumentando el tono nasal… -le sugirió a Sally-.
Bobby, dame un visual rápido…
–¿Cómo qué?
–Cualquier vieja fotografía de los bancos de datos, lo
primero que te venga a la cabeza…
Bobby se encogió de hombros y entró en las cuatro pantallas
una foto almacenada del busto de Albert Einstein.
–Un auténtico mago -dijo Sally con una
risita.
–Sincronicemos los labios de Albert con la voz y veremos si
logramos enseñarle música al viejo -insinuó
Glorianna.
Bobby cargó un programa de sincronización de labios, y Sally
sintió un pequeño escalofrío cuando él conectó el órgano de
imágenes a un enchufe de salida del VoxBox para que el programa de
sincronización de labios siguiera la pista de voz.
«Bomp-ba-pa-dupa ba-dum pam-bom», empezó a cantar Albert
Einstein.
Sally se reía tontamente.
–¡Dale un cuerpo, Bobby! – dijo.
Bobby escogió la imagen de un culturista y la puso debajo de
la cabeza de pelo blanco del viejo Einstein.
–Seriedad, muchachos, quizás estemos a punto de conseguir
algo -dijo Glorianna O'Toole, contemplando la pantalla con profunda
atención-. Oscurécele el pelo. Haz que parezca más humano. Ponle
una bata de laboratorio blanca muy ajustada.
Mientras la cabellera canosa de Einstein se ennegrecía llegó
a dar la impresión de ser un aura de estrella del rock de los
sesenta, Jim Morrison en bata de laboratorio, con los grandes
tristes ojos expresivos y la vieja cara inteligente del prestigioso
sabio del átomo.
–Eh… -ronroneó Bobby para sí, fijando la mirada en la
pantalla principal y pulsando locamente el teclado como si no
hubiera nadie más en la habitación.
Las arrugas de Einstein se desvanecieron, su barbilla
adquirió firmeza y sus pobladas cejas se tornaron de un negro
brillante. Su gran melena negra se cubrió de reflejos rojos. Sólo
la nariz y los cálidos ojos que miraban de frente permanecieron sin
cambios mientras Bobby Rubin remodelaba los labios otorgándoles su
propia sonrisa presuntuosa.
Bobby le envió a Sally una exactamente igual, alzando la
vista de los controles y dirigiéndola a sus ojos.
–¿Qué opina el departamento demográfico? – preguntó-. ¿Le
gusta esto a Sally la del Valle?
–¡No me llames así, Bobby! – dijo ella con
brusquedad.
Odiaba que Bobby la llamara Sally la
del Valle, porque aunque era consciente de que sólo se debía a su
pose de neoyorquino y de que era imposible que supiera lo que
significaba para ella, nunca dejaba de recordarle su horrible
pubertad en el Valle de San Fernando como la gorda hija con acné de
un nuevo pobre.
Su padre había comprado una casa barata en la zona de Pacoima
con una hipoteca relativamente baja allá por los setenta, en la
época en que todavía se ganaba dinero como técnico aerospacial, así
que por lo menos la familia no se encontró en la calle cuando él
tuvo que rebajarse a trabajar como instalador de cables, y además
considerarse afortunado por haberlo conseguido.
Pero mientras sus compañeros de la escuela secundaria
llegaban en sus propios coches o por lo menos en scooters, Sally se veía obligada a tomar el autobús;
y mientras las chicas adineradas iban a la playa con sus novios,
ella andaba rondando por los centros comerciales con los patitos
feos de la clase, rodeada por un mundo lleno de maravillas que no
podía ni tocar. Sally la del Valle era todo lo que una chica de
California nunca debe ser: pobre, peatona, gorda y luchadora
constante e ineficaz contra el acné.
–Por favor no me llames así, Bobby
-le suplicó.
Sintió que había metido la pata, que quizás él iba a
formularle al fin la pregunta que siempre había esperado, y lo
único que a ella se le había ocurrido hacer fue cortarlo, dándole
la oportunidad de volver a ocultar sus verdaderos sentimientos tras
de su acostumbrada sonrisa burlona de sabelotodo.
Porque la transformación de Einstein la había trastornado,
sobre todo porque él le había dado su propia sonrisa, como
queriendo decir: Detrás de esta sonrisa burlona hay un tipo amable
y sensible que te está mirando de la única forma que
sabe.
–Déjame ver si puedo darle algo para bailar -dijo, saliendo
de su turbación para meterse en el reino del VoxBox, su solo y
único fantástico amante de plástico, que desde aquellos primeros
momentos mágicos en la estúpida fiesta de Timmy Knight le había
mostrado a la pequeña patita fea su identidad secreta de reina del
rock and roll.
Timmy era una mierda de intérprete de VoxBox en un aburrido
grupo de escuela secundaria, y su Box sólo un modelo barato del
mercado masivo; pero ignorada por los chicos como de costumbre, se
había encontrado jugueteando con el artefacto. Poco después se dio
cuenta de que lo hacía ante una audiencia embelesada; y cuando el
grupo se impuso en la fiesta, la dejaron tocar en un
número.
Antes de que la actuación hubiera terminado, supo que debía
conseguir uno.
Lo que tenía que hacer para obtener el dinero era a la vez
degradante y estimulante para una chica gorda frustrada que no
había permanecido virgen por propia decisión. Empezó a ejercer de
furcia por los centros comerciales alejados de su casa; pero,
puesto que su aspecto le impedía lograr clientes, se convirtió en
una experta del sexo oral.
Y mientras actuaba por unos pocos dólares se sentía baja y sucia, pero también
humillada y pura al mismo tiempo. Por un lado, reducida a objeto
sexual barato; por el otro, casi una heroína que se sacrificaba por
una gran causa.
Aunque parezca extraño, tuvo una sensación muy parecida
mientras contemplaba la imagen en la pantalla, a la carismática
criatura con amables ojos tristes y la sonrisa de Bobby, y dejó que
sus dedos describieran lo que sentía. Antes de ser consciente de lo
que hacía, estaba sometiendo las pistas instrumentales al
multiplex.
Una llorosa, distorsionada y estridente línea de guitarra, un
lento y pesado ritmo selvático en los tambores y el bajo, y un
nítido repiqueteo instrumental generado por una solitaria y enorme
campana tenor de iglesia, elevándolo una octava y equipándolo con
víbrate y sostenido, podría tocarlo igual que una
trompa.
Cantó unos compases lentos de una anticuada canción popular
que, por algún extraño motivo, parecía apropiada en su micro para
la entrada del tono y la letra, luego los hizo concordar con la
pista instrumental, pasar a través del programa de voz en curso e
interpretó en el teclado todo el conjunto.
«Somos amantes desgraciados, somos hermanas y hermanos, somos
amantes desgraciados, nos encontraremos aquí de nuevo…» cantaba un
pelmazo de barítono mientras la pista instrumental proclamaba
estruendosamente su puro y calenturiento deseo
juvenil.
–Está bien… -afirmó Glorianna
O'Toole-. De acuerdo, veamos ahora a Albert cantando una canción y
bailándola.
–Espera un momento, tengo unas cuantas ideas; deja que le
ponga fondo y un poco de esto y aquello, darle un poco de marcha…
-murmuró Bobby, haciendo girar el monitor de Sally para que no
pudiera ver lo que hacía y aporreando como un loco su teclado
durante un minuto o dos.
–De acuerdo -dijo por fin, girando el monitor de Sally otra
vez hacia ella-. Uno, dos, y tres…
Sally volvió a tocar la mezcla anterior, concordando el
programa de sincronización de labios con su canción de amor
mientras Bobby hacía bailar a la figura de la
pantalla.
El malicioso joven de la bata blanca de laboratorio con los
ojos de Einstein y la sonrisa de Bobby tenía una ridícula imitación
de artilugio de wire encajada sobre su
brillante pelo negro con reflejos rojizos, que recordaba el casco
de una antigua silla eléctrica, adornado con un variado surtido de
tubos de vacío y bobinas de inducción. Bobby había puesto como
fondo una escena coloreada de la Novia
de Frankenstein y un largo cable eléctrico
iba desde la cosa que había en la cabeza de la figura hasta el
laboratorio del loco científico Victoriano, sobre la mesa del cual
yacía un cuerpo de mujer sujeto con bandas metálicas y conectado a
una maquinaria chispeante.
«Somos amantes desgraciados…»
El joven científico loco hizo un número de Elvis, meneando
las caderas ante la chica de la mesa mientras las chispas de la
maquinaria saltaban y chisporroteaban alrededor del aparato de
wire que había sobre su
pelo.
«Somos hermanas y hermanos…»
La chica de la mesa se movía de forma espasmódica, siguiendo
el ritmo, y la chispeante aureola de la cabeza del joven Einstein
destellaba al son gimoteante de los acordes de
guitarra.
«Somos amantes desgraciados…»
El Joven Einstein se acercó, sin dejar de bailar, a su amada
electrificada y la abrazó entre una explosión de chispas y
descargas mientras ella se ponía de pie con los ojos en blanco, al
finalizar el último compás.
«Nos encontraremos aquí de nuevo…»
Bobby Rubin rió a carcajadas.
–¡Joder! – exclamó Glorianna O'Toole.
Los oídos de Sally zumbaban, su labio inferior temblaba y
sintió que la inundaba una oleada de calor.
–¿Qué se supone que es eso? -preguntó
en tono petulante.
Bobby se encogió de hombros.
–Sólo algo que se me acaba de ocurrir -dijo-. ¿Qué pasa,
Sally? ¿Es que las chicas del Valle no tienen sentido del
humor?
–¿Y los mentecatos de Nueva York no piensan en nada más que
en jugar con ellos mismos? -le espetó sin
pensar, y al instante se arrepintió porque vio que él se encogía y
se acobardaba.
–Vosotros, tocadlo otra vez -dijo Glorianna, dando un paso
hacia adelante para quedarse entre los dos y concentrarse en la
pantalla-. Es sólo rock and roll. – Irguió la cabeza
especulativamente mientras la secuencia se repetía-. O, mejor
dicho, la versión de Disney…
–¿Cómo lo titularías? – le preguntó a Bobby.
–Ese no es mi trabajo -contestó él, a la vez que levantaba
las manos.
–¿Willy, el Cabeza Quemada? – sugirió Sally, intentando
echarle un cable por haberlo humillado.
–Mala demografía, Sally -dijo Bobby en lo que parecía un tono
conciliador-. Los cabezas quemadas no tienen dinero para comprar
discos.
Ambos dirigieron la mirada hacia Glorianna O'Toole, que
estaba de pie entre ellos, mirando la imagen final congelada en la
pantalla con una extraña expresión, como si acabara de comer algo
exótico y no supiera si le gustaba o no.
–No me miréis -dijo al fin-. Puede que sea mi trabajo
conseguir que hagáis esa mierda, pero para mí una PA es tan mala
como cualquier otra. De todas formas, si yo fuera uno de los
mentecatos de arriba, creo que pensaría que el viejo Albert tiene
tanta garra como, digamos, Mucho Muchacho o el Velvet Cat. Vosotros
habéis trabajado en esta porquería antes, ¿qué os parece?
¿Deberíamos mostrárselo a marketing y a
investigación?
–A mí me gusta realmente la voz -admitió Sally, con cierta
renuencia-. Creo que con la letra adecuada podría hacer pistas
buenas. Y él es bastante mono…
–Un científico loco rockero… -musitó Bobby-. Es estúpido,
pero también lo son los compositores a sueldo y los capullos que
compran esta porquería, ¿no? Por lo menos es algo que podemos
presentarle a los mentecatos de arriba para justificar nuestros
sueldos…
Glorianna O'Toole movió la cabeza.
–¡Tío, sólo hay que escucharnos a nosotros tres! – dijo
desdeñosamente-. ¡Qué espíritu, qué entusiasmo, qué maravillosa
actitud tenemos hacia la audiencia!
–Ya -dijo Bobby-. Entonces, ¿qué hace una Buena Chica como tú
en un sitio como éste, Glorianna?
Los ojos de Glorianna O'Toole destellaron al mirarlo como los
de un viejo y malévolo gato gris.
–Quizá me gusta la miseria -replicó.
–Y quizá necesitas dinero como el resto de nosotros -sugirió
Bobby.
La arrugada cara de Glorianna se suavizó.
–Quizá -dijo-. Pero quizás haya algo para mí al final de este
arco iris de estupidez que vosotros sois demasiado jóvenes para
entender.
–Pruébame -dijo Bobby.
Glorianna O'Toole le dirigió una larga y provocativa mirada
desde el fondo de sus enormes ojos verdes. Si no hubiese sido una
vieja decrépita, habría contestado: Quizá lo
haga.
Los ojos de Bobby se agrandaron durante un momento, y luego
se apartaron de ella con una expresión de incomodidad que le reveló
a Sally que él también había captado la vibración.
¡Repugnante! pensó Sally. ¡Asqueroso! ¿Cómo puede creer esta vieja pervertida
que Bobby estaría dispuesto a liarse con ella?
Seguramente ambos se imaginaron lo mismo, pero Glorianna
O'Toole actuó como si no hubiera pasado nada entre ellos, atendió
una llamada de teléfono interior y volvió a sentarse en su
taburete.
–Grabadlo en disco -ordenó-, y le diré a Billy Beldock que ya
tenemos algo para que los letristas y los de investigación puedan
jugar.
Mientras Sally ponía su cinta de audio a través de la
grabadora de video de Bobby para que plasmara todo en disco,
escuchó su propia canción de amor metamorfoseada electrónicamente,
cantada una vez más por los labios de sonrisa maliciosa que él le
había dado a la PA en la pantalla del monitor. Los viejos ojos
cálidos e inteligentes de Einstein parecían mirarla con ansiedad,
en contraposición con la sonrisa burlona de sabelotodo de su joven
cara, mientras brincaba como un rejuvenecido Mike Jagger alrededor
de su novia zombi adicta al wire.
Volvió la cabeza para mirar a Glorianna O'Toole, frágil, gris
y arrugada en un holgado traje de seda roja que ocultaba su viejo
cuerpo decrépito, pero con la natural y elegante vibración de una
mujer que había sabido ser atractiva y bella durante mucho tiempo
mostrándose a través de sus intensos ojos verdes.
Es una suerte que ya seas un trasto viejo, pensó Sally.
Porque sabía en lo más recóndito de su corazón que jamás habría
podido competir en la conquista de Bobby ni un solo minuto con lo
que aquella vieja señora debía de haber sido en otros
tiempos.
Aunque parezca extraño, en aquel momento se hubiera cambiado
por Glorianna O'Toole sin pensarlo dos veces, sólo por saber lo que
era tener el recuerdo de haber sido una preciosa reina del rock and
roll, algo que la pobre gorda y granujienta Sally la del Valle
nunca llegaría a ser.
Miró de reojo a Bobby, quien contemplaba su pantalla de
monitor con un ansia juvenil reflejada en el rostro que de algún
modo sincronizaba con una parte de ella misma, uniéndolos con una
emoción que iba más allá de su lujuria.
«Somos amantes desgraciados…»
Porque del mismo modo que ella nunca iba a llegar a ser una
reina sexy del rock and roll, tampoco el pequeño mequetrefe de
Bobby, a pesar de sus aires prepotentes, iba a llegar nunca a ser
el tipo que había creado en la pantalla. La chica que Glorianna
O'Toole fue no lo hubiera mirado dos veces.
«Somos hermanas y hermanos…»
¡Oh, sí, lo somos, Bobby Rubin!, pensó. Eres otro patito feo
solitario como yo.
«Somos amantes desgraciados…»
Pero si me dejaras, te enseñaría lo que se siente al ser el
bello cisne de alguien.
«Nos encontraremos aquí de nuevo…»