XLI.
EL DISTRITO DE MEDELPAD
Viernes, 17 de junio
GORGO Y NILS despertaron con el alba. El águila esperaba llegar aquel día a la región de Västerbotten.
Se encontraban en Medelpad del Sur, donde no había otra cosa que bosques tan solitarios que el chicuelo pensó que en ellos no viviría gente alguna. Viendo tales parajes recordaba las finas cañas amarillentas del centeno, que crecían en el sur en un verano, que comparaba ahora con los gruesos troncos que necesitaban años y años para rendir su cosecha.
—Ya ha de tener paciencia —exclamó— quien espere sus medios de vida de tal cosecha.
En este mismo momento llegaron a un sitio en que el bosque había sido talado.
—¡Qué feo es esto! —dijo Nils al ver todo aquello desprovisto de árboles y el suelo cubierto de ramaje.
—Es un campo cuya cosecha se recogió el pasado invierno —contestó el águila.
Y esta respuesta recordóle a Nils que allá en el sur, los campesinos recogían la mies en las luminosas mañanas del verano, con las máquinas segadoras, mientras que las talas del bosque hacíanlas los leñadores en medio de los rigores del crudo invierno, cuando la nieve cae a grandes copos y el frío es intenso. Allí trabajaba la máquina; aquí precisaba un penoso trabajo para derribar un solo árbol y semanas enteras para dejar desierta una extensión no muy grande del bosque.
El águila batió sus alas y pronto descubrieron una pequeña cabaña, situada en los linderos del bosque talado. Hecha de gruesos troncos sobrepuestos, no tenía ventanas y la puerta formábanla un par de tablas sueltas. La techumbre, formada de ramas y cortezas de árboles, había desaparecido, y en el interior sólo pudo ver Nils unas cuantas piedras de gran tamaño, que habían servido para el fogón y un par de bancos de media tabla, extrañándose de que allí hubiesen podido habitar los hombres dedicados a la recolección forestal. Y a su memoria acudió el recuerdo de que allá, en el sur, los segadores volvían alegres a sus casas, después del trabajo y en ellas encontraban a sus mujeres que les alimentaban lo mejor que podían, mientras que aquí, después de una ruda faena, apenas si el trabajador podía descansar, tras la jornada pasada en el bosque, en un duro banco. También observó Nils que los productos forestales transportábanse por sendas estrechas y pedregosas, cortadas a veces por riachuelos, a través de las cuales tiraban las caballerías con gran esfuerzo, de los troncos, mientras que allá, en el sur, no faltaban un par de buenos caballos uncidos a un carro cargado de mies hasta una altura inconcebible y que rodaba suavemente por los caminos anchurosos y bien cuidados.
El águila siguió su vuelo hasta que llegaron al río Ljungan, que se deslizaba por un amplio valle. Aquello parecía ser otra tierra. Junto al río había campos, huertos y una ciudad con bonitos edificios.
—Ahí habitan los que viven de la cosecha del bosque —díjole el águila. Y Nils pensó que debía ser remunerador el trabajo de los bosques.
El águila, durante el vuelo, mostraba a Nils como eran conducidos los troncos río abajo, hasta las grandes serrerías situadas en la desembocadura del río.
—Ahí tienes el gran molino de la serrería de Svartrik. Y Nils pensó al punto en los molinos de viento de su región que, asentados en verdes praderas movían lentamente sus grandes aspas. Estos otros molinos, dedicados a aserrar los troncos, carecen de aspas y se hallan emplazados en la costa, porque sólo el agua puede moverlos. Y los troncos que iban río abajo eran arrastrados con grandes cadenas por un puente inclinado, hasta el interior de un edificio con aspecto de almacén. Nils no pudo ver lo que se hacía allí dentro, donde era grande el estrépito que reinaba; pero sí pudo ver como por un extremo salían vagonetas, que se deslizaban sobre los rieles y que iban descargando los blancos tablones que luego formaban calles, como si se tratase de construir las grandes casas de una población. Después vio que estas pilas se desmontaban para llevar los tablones a bordo de dos vapores que se hallaban a la carga. El número de obreros que por allí pululaban era tan elevado que, según Nils, pronto acabarían con los bosques de Medelpad.
Gorgo siguió volando y pronto aparecieron otras serrerías, entre ellas la de Kubikenborg, y más tarde una importante ciudad.
—¿Qué población es ésta? —preguntó Nils asombrado.
—Sundsvall, la capital de este distrito exportador.
Metida en una ensenada limpia y alegre, ofrecía, vista desde la altura, un aspecto bien raro por cierto. En el centro había un gran grupo de casas de mampostería, tan bellas como pudieran serlo las mejores de Estocolmo, y circundando a éstas, a buen trecho, veíanse otras edificaciones de madera, tal como si convencidas de su inferioridad y por respeto a las primeras, hubiesen querido colocarse a prudente distancia.
—He aquí una rica y hermosa ciudad —observó Nils—. Parece mentira que el estéril suelo del bosque pueda producir tanta riqueza.
Avanzando un poco más en su vuelo pudieron saber que era Alnön y vieron con asombro que los aserraderos se tocaban unos con otros, contando Nils más de cuarenta. Tal vida y movimiento no los había visto Nils en todo su viaje.
—¡Qué extraña es esta tierra mía! —prorrumpió el pequeñuelo—. Adondequiera que vaya, siempre encuentra en ella el hombre de qué vivir.