VII.
LOS TRES ESCALONES

AL DÍA SIGUIENTE pensaron los patos silvestres dirigirse hacia el norte, a través del señorío de Allbo y Esmaland. Para averiguar si era esto conveniente enviaron en aquella dirección a los patos Yksi y Kaksi, los cuales volvieron diciendo que toda el agua estaba helada y el suelo cubierto de nieve.

—Mejor será quedarnos donde estamos. Nosotros no podemos ir a una tierra donde no hay agua ni comida.

—Si nos quedamos donde estamos tendremos que esperar más de un mes —replicó Okka—. Mejor será dirigirnos hacia el este, a través de Blekinge, y volar hacia Esmaland, que se encuentra junto a la costa, y donde la primavera empieza antes.

Al día siguiente, cuando ya había recobrado su buen humor y olvidado lo que le aconteciera la noche antes, pasó volando sobre Blekinge.

Una espesa niebla cubría a Blekinge, de modo que Pulgarcito no pudo percatarse del aspecto del paisaje. «No sé —pensaba— si esta tierra es buena o mala». Y trató de recordar lo que sobre ella había leído en la escuela; pero como tenía la costumbre de no aprender las lecciones, pronto se convenció de que no le era posible. Se le representó la escuela.

Los pequeños, sentados junto a los pupitres, levantaban las manos; el maestro, colocado en su sitial, tenía un ceño de disgusto, y él, de pie junto al mapa, debía de contestar algunas preguntas referentes a Blekinge. No podía articular una sola palabra.

El maestro revelaba cada vez más su disgusto, dando a entender que tenía más interés por la geografía que por ninguna otra asignatura.

Algo airado, dejó su sitio y dirigiéndose a él le quitó el puntero y le mandó a su puesto. Marchó seguidamente hacia una ventana y después de permanecer en ella algún rato mirando hacia fuera, volvió a su sitial y les dijo que quería contarles algo con referencia a Blekinge.

Y lo que el maestro dijo entonces fue tan divertido que con poco esfuerzo pudo recordar cada una de sus palabras.

El maestro les dijo: Esmaland es una casa alta con abetos sobre el tejado; delante de ella hay una ancha escalera llamada Blekinge, que tiene tres escalones. Se extiende ocho millas a lo largo de Esmaland, y aquel que quiera bajarla con dirección al Báltico tiene que andar cuatro millas. Hace mucho, muchísimo tiempo que fue construida esta escalera. Han transcurrido muchos días y años desde que se formó el primer escalón en la piedra dura. Como es tan vieja, puede comprenderse fácilmente que no tiene ahora el mismo aspecto que de nueva. No puedo decir si en aquella época se cuidaban mucho de limpiarla, pero si puedo afirmar que, como era tan grande, no había escoba alguna capaz de barrerla.

Algunos años después empezó a crecer allí el musgo y la hierba, y hojas y ramaje seco caían sobre ella en los otoños, mientras que en la primavera quedaba cubierta de tierra y piedras que rodaban. Y andando el tiempo, al quedar esto en forma compacta, acumulóse tanta tierra sobre ella, que no sólo crecieron raíces y hierbas, sino arbustos enormes.

A pesar de tener igual origen, se ha producido una diferencia grande en estos tres escalones.

El primero, o más alto, se halla cubierto, en su mayor parte, de tierra poco productiva y grava, no desarrollándose en ella más que abetos y algunas que otras especies de álamos que pueden resistir el frío de aquellas alturas. Puede uno percatarse de la pobreza que allí reina con sólo observar lo muy reducido del terreno cultivado, el corto número de las viviendas y la gran distancia que media entre las iglesias.

En el segundo escalón la tierra es mejor y el frío es menos intenso. Allí crece el roble y el tilo; la tierra fue cultivada en mucha mayor extensión y las gentes construyeron grandes y bonitas viviendas. Hay allí muchas iglesias, y en su derredor surgieron pueblecitos que testimonian que aquí, en este segundo escalón se pasa mejor que en el de arriba.

Pero el mejor de todos es el tercero. Se halla todo él cubierto de tierra laborable y como linda con el mar, no se siente allí el frío de Esmaland. Allí crecen el nogal y el castaño, que alcanzan tanta altura como las iglesias, y los terrenos cultivados comprenden extensiones que no se pueden abarcar con la vista.

Las gentes no viven sólo de la explotación forestal y de la agricultura, sino también de la pesca, del comercio y de la navegación. Por este motivo tienen las mejores viviendas, las más bonitas iglesias, y la más pequeña aldea conviértese pronto en pueblo grande o en ciudad.

Con lo expuesto, no se ha dicho todo con relación a estos tres escalones.

Cuando llueve arriba, en lo que hemos llamado tejado de Esmaland, o la nieve se derrite, el agua, que por algún sitio ha de buscar su salida, corre escalones abajo. En un comienzo corría cubriendo los escalones en toda su anchura; luego se fueron formando ranuras en las que el agua encontraba su cauce, y, por último, canales bien construidos. El agua siempre es agua, no se da nunca reposo. En algunos sitios penetra, socava y quita lo que a otros sitios lleva y añade. Con el curso de aquellas aguas formáronse hermosas cañadas en cuyas vertientes, cubiertas de fértil tierra, crecieron arbustos, plantas trepadoras y arraigaron grandes árboles de un modo tan compacto y frondoso, que cubren en muchos sitios, con su ramaje, el agua que por bajo de ellos se desliza en la hondonada; y cuando estas aguas, en su correr, encontraron obstáculos a su paso lanzáronse con ímpetu sobre ellos, formando cascadas, con cuya fuerza vinieron a moverse ruedas y fábricas, convirtiéndose así también, estas aguas en fuerza motriz.

Aun no se ha dicho todo acerca del país de los escalones. Hay que añadir que allá arriba, en Esmaland, en la casa grande, habitó en cierta época lejana un gigante que había llegado a viejo, por lo que le molestaba mucho bajar estos escalones para ir a la pesca del salmón. Y creyó más conveniente, para su comodidad, que los salmones subieran hasta donde él vivía. Para lograrlo se le ocurrió tirar desde su casa grandes piedras al Báltico, y las arrojó con tanta fuerza que, cruzando toda la región de Blekinge, cayeron en dicho mar.

Cuando las piedras cayeron en el agua, los salmones, asustados, se metieron en las rías de Blekinge, nadaron contra la corriente y saltando sobre las cascadas, no pararon hasta encontrarse muy adentro de Esmaland, en los dominios del viejo gigante.

La certidumbre de esta historia se deduce de las muchas islas e islotes que encontramos frente a la costa de Blekinge y que no son otra cosa que las piedras que el gigante arrojó. Y a este gigante deben los habitantes de Blekinge la pesca del salmón en sus ríos y las canteras de piedra en la costa, que hoy en día, dan ocupación a tanta gente.