14
Durante la breve batalla de Rebecca con el prototipo de Tirano, William Birkin salió disimuladamente del centro, con la cabeza gacha y la proverbial cola entre las piernas. El joven le había perdido el rastro hacía unas horas y había supuesto que el científico habría seguido a Wesker hacia afuera, como habían hecho los del equipo de Rebecca hacía un momento, pero allí estaba de nuevo, medio corriendo por uno de los túneles ocultos de salida, con el rostro pálido y tembloroso como una máscara de terror. Sin duda aterrorizado por los ruidos de la batalla, y completamente ignorante de que sólo seguía vivo porque su vida carecía totalmente de importancia.
Aunque le hubiera gustado ocuparse de él personalmente, el joven dejó que el científico se marchara por el momento, ya sería su presa otro día. Estaba demasiado atrapado en la lucha, demasiado ansioso de ver cómo le arrancaban los miembros uno a uno a Rebecca. Pero en vez de eso, la vio esquivar de nuevo su destino, una comunión de habilidad y suerte tonta que resultaba maravilloso contemplar. La observó dejar atrás al Tirano y encontrar a Billy un momento después, aún vivo, agarrado como una lapa a una roca mientras un mar de agua de cloaca se agitaba a su alrededor. El golpe de una de las criaturas acuáticas se lo llevó dando vueltas hacia una de las muchas salas de filtros de la planta y dejó a Rebecca gritando tras él, sin duda medio enloquecida de frustración, rabia y decepción.
El joven sonrió, una sonrisa fría y desagradable, y se sintió más tranquilo de lo que había estado últimamente al ver a Rebecca cruzar la pasarela, encontrar otro ascensor en el centro de operaciones y avanzar hacia las profundidades de la planta, donde él y su colmena esperaban acurrucados en su capullo de refulgentes excreciones líquidas. Con suerte, pronto volvería a encontrarse con Billy, quizá aún vivo. De hecho, probablemente vivo. El joven acababa de comprender que tal vez había puesto demasiado empeño en acelerar las cosas, en precipitarlos a su destino. Era inevitable un enfrentamiento… ¿Y no había deseado durante tanto tiempo tener público, alguien que pudiera apreciar la magnificencia de la tarea que se había asignado? Además, pronto amanecería, un momento peligroso para los niños, porque sus delicados cuerpos ardían fácilmente incluso con la luz solar más débil; mejor que los intrusos vinieran a él. Así conocerían su gloria antes de que los aplastara personalmente.
Observó y esperó, ansioso por comenzar el último capítulo de su triunfo.
Rebecca no estaba segura de dónde se encontraba. Los niveles y las salas de ese edificio estaban incomprensiblemente entremezclados, pero siguió yendo hacia abajo. Los corredores estaban despejados, pero dos de las salas por las que había pasado, otra pequeña sala de control de propósito desconocido y una destrozada sala de estar para empleados, se hallaban infestadas de zombis. Sólo había disparado contra dos de los siete que había visto, el resto estaban demasiado decrépitos y eran demasiado lentos para representar una amenaza. Deseaba haber tenido tiempo y munición suficientes para matarlos a todos, para librarlos del horror en que se había convertido su vida, pero el haber visto a Billy la hacía apresurarse. Estaba herido, pero seguía vivo, y perdido en alguna parte de las profundidades del confuso trazado de la planta.
El edificio era la planta de tratamiento de agua, cosa que hubiera podido deducir por el omnipresente hedor, además de por los carteles y los paneles de control que llenaban casi todas las salas, pero pensó que también era otro centro de las actividades ilegales de Umbrella; ¿por qué si no iba a estar conectado con el centro de formación, aunque fuera indirectamente? Atravesó una especie de patio interior en el séptimo nivel del sótano, o al menos creía que era el séptimo, que estaba en construcción cuando el virus atacó, y dudó de que el bunker excavado en la piedra, lleno de carretillas elevadoras, tuviera algo que ver con el tratamiento del agua.
Sí, pero y yo qué diablos sé, se le ocurrió pensar, mientras se esforzaba por avanzar más deprisa, cruzaba otra puerta y entraba en otra habitación con una zanja llena de cajones de embalar en un lado. Hasta esa noche no creía en zombis o en conspiraciones con armas biológicas. Para ser sinceros, ni siquiera creía que una maldad tan deliberada pudiera existir. Lo que había visto, lo que había experimentado desde que subió a aquel tren hacía un montón de horas… Nada ya era igual. No sabía si volvería a ser capaz de ver el mundo a su alrededor con la misma inocencia de antes, si sería capaz de mirar a una persona o un lugar sin pensar que algo se escondía bajo las apariencias. No estaba segura de si debía sentirse furiosa o agradecida por la pérdida de la inocencia, pero si continuaba con los STARS, sin duda sería una ventaja.
En el fondo de la habitación de las cajas se hallaba una escalera de metal. Rebecca se detuvo ante ella, miró hacia abajo conteniendo la respiración e hizo una mueca de asco, sin saber bien qué hacer. Vio sanguijuelas en las escaleras, al menos media docena repartida por los escalones, colgando de hilos de baba o dejando una brillante huella sobre el metal gris. No quería acercarse a ellas, temiendo que la pudieran atacar si se aproximaba demasiado o hería a alguna, pero tampoco quería retroceder. Notaba que el tiempo corría deprisa, que las cosas ocurrían cada vez más rápido, que tenía que seguir adelante o arriesgarse a perderse.
O arriesgarme a encontrarme de nuevo con aquella cosa. Aquella máquina de matar con garras.
El furioso grito de la criatura aún resonaba en su cabeza. La había herido, pero las probabilidades de que se hubiera refugiado en algún rincón oscuro para morir eran pocas o ninguna. Las cosas nunca eran tan fáciles.
Apretó los dientes y pisó con cuidado entre las sanguijuelas, deteniéndose a cada paso, y tuvo que tragar su repugnancia cuando una serpenteó por encima de su bota y continuó su camino. Por lo menos, la escalera era corta; llegó hasta abajo sin pisar ninguna de esas horrendas criaturas y alcanzó la puerta que había al fondo sin más incidentes.
Cuando la abrió, una niebla fría le salpicó la piel sudada, y el rugido de las tuberías desaguando fue como música. Era una nave enorme, dominada por enormes conductos que sobresalían por un lado y desde los que caía el agua sobre una serie de filtros de red.
Y en medio de los detritos flotantes…
—¡Billy!
Rebecca corrió hacia Billy, que yacía boca arriba junto a una desagradable cascada. Se arrodilló junto a él y le puso la mano en el cuello. Apartó las chapas de identificación temblando por dentro. Pero allí estaba el pulso, fuerte y estable. Él abrió los ojos al sentir su contacto y la miró con ojos nublados.
—¿Rebecca? —Tuvo un acceso de tos e intentó incorporarse. Tenía un gran hematoma en la sien izquierda. La joven le puso una mano sobre el pecho y lo hizo tumbarse de nuevo.
—Descansa un momento —dijo, y tuvo que forzar las palabras para que le pasaran por el nudo que tenía en la garganta. Había querido creer que Billy estaría bien, pero había sido duro—. Déjame que te examine.
Una pequeña sonrisa cruzó los labios de Billy.
—De acuerdo, pero luego me toca a mí —murmuró, y volvió a toser.
Respondió a las preguntas que Rebecca le hizo sin problemas, mientras ella lo iba examinando, comprobaba su movilidad y le limpiaba algunos de los arañazos más profundos. El golpe en la cabeza parecía ser la peor herida y le causaba mareos y náuseas, pero no estaba tan mal como ella había temido. Después de unos minutos de atención, Billy se incorporó para sentarse y le sonrió débilmente.
—De acuerdo, de acuerdo —dijo, e hizo una mueca cuando Rebecca le tocó la sien—. Sobreviviré, pero no si sigues apretándome por todas partes.
—Vale —repuso Rebecca, y se sentó en cuclillas con una sorprendente sensación de satisfacción; había ido a buscarlo y lo había encontrado. No tenía ni idea de que la simple sensación de lograr lo que se había propuesto fuera tan gratificante, que pudiera anular fácilmente todo lo negativo de su situación, aunque sólo fuera por un momento—. Me alegro de que estés vivo, Billy.
Billy asintió e hizo una mueca de dolor al moverse.
—Tú y yo. Ambos estamos vivos.
Rebecca lo ayudó a ponerse en pie y lo sostuvo hasta que recuperó el equilibrio. Cuando se sintió lo suficientemente seguro, Billy se apartó de ella, y Rebecca le vio poner una expresión de desagrado y una mueca de asco mientras se dirigía hacia uno de los rincones de la nave donde un chorro de agua sucia caía sobre otro filtro.
El rincón estaba lleno de huesos amontonados. Huesos humanos, pulidos por años de estar bajo el chorro de agua y cubiertos de una gruesa capa de moho bacteriano verdoso. Rebecca contó al menos once cráneos entre la montaña de fémures y costillas, la mayoría aplastados o quebrados.
—¿Algunos de los viejos experimentos de Marcus? —Billy habló en voz baja; no era realmente una pregunta y Rebecca no contestó, sólo asintió con la cabeza.
—Es Umbrella —añadió un momento después—. Lo animaron. Estaban todos metidos en esto.
Le tocó a Billy el turno de no contestar, sólo se quedó mirando hacia los huesos con alguna emoción desconocida encerrada en su dura mirada. Un segundo después, se sacudió aquella emoción y se alejó de los macabros restos de vida humana.
—¿Qué piensas de que volemos por los aires esta parada de chuches? —preguntó, y aunque pareció hablar a la ligera, ninguno de los dos sonrió.
—Sí —contestó Rebecca, y alargó la mano para cogerle los dedos durante un momento y apretárselos. Él le devolvió el gesto—. Sí, me parece una gran idea.
Billy se sentía hecho un asco, pero siguió a Rebecca hacia alguna parte más o menos en dirección este mientras deseaba con todas sus fuerzas librarse del maldito parque de atracciones de Marcus antes de desmayarse. Mientras avanzaban por un laberinto de pasillos y habitaciones, Billy quedó completamente desorientado después de la segunda esquina, Rebecca le fue explicando lo que le había pasado desde que se había caído de la plataforma del teleférico. Se había encontrado con el jefe de su equipo y tenido un encontronazo con una especie de supercriatura tipo Frankenstein en el que le faltó poco para dejarse la piel. También había encontrado un revólver Magnum 50 que funcionaba con parte de la munición que él llevaba encima, algo fuerte de verdad, y también había conseguido conservar la escopeta. En conjunto, Billy pensó que lo había hecho incluso mejor de lo que, en las mismas circunstancias, lo habría hecho él.
Hallaron un dormitorio vacío y aprovecharon para cargar las armas. Billy tomó la Magnum y Rebecca se quedó con la escopeta. Encontraron una garrafa de agua precintada bajo una de las literas y se turnaron para beber, ambos necesitados de hidratación. Al parecer, nadar en el agua de una alcantarilla no ayudaba mucho a calmar la sed.
Una vez saciada la sed y con armas decentes y cargadas, Billy sintió que podría ser que se recuperara de su paseo por los rápidos. Tomaron la salida sur del dormitorio, atravesaron una sala de tratamiento industrial y luego otra. Las salas de la planta se confundían en la mente de Billy; todas eran iguales, paredes y suelos de metal medio corroído, tuberías y grandes muros de paneles de control cubiertos con diales y conmutadores. Parte del equipo seguía funcionando y su sonido llenaba las salas de un estruendo metálico, aunque sólo Dios sabía quién lo estaba controlando. Billy se dio cuenta de que no le importaba demasiado. Mientras continuaban avanzando, ambos pudieron oír el estrépito del agua, de mucha agua, cada vez más próximo, y después de atravesar una enorme sala de bombeo que se abría hacia el frío amanecer, se encontraron sobre un camino que cruzaba una represa.
Se detuvieron unos instantes y contemplaron la negra superficie del embalse, que se extendía a lo largo del edificio del que habían salido hasta la cortina de agua que lo delimitaba al otro extremo. El fragor les impedía oírse, y regresaron a la sala de bombeo sonriendo. Por lo menos habían encontrado una salida. La pasarela sobre la presa llevaba a otro edificio, pero sólo ver las pálidas estrellas y la luna baja fue una inyección de ánimo para Billy. Su paseo de pesadilla por el complejo de Umbrella pronto se acabaría, lo presentía, veía el final con tanta seguridad como que el nuevo día pronto amanecería.
—Mi equipo probablemente pasó por aquí y nos limpió el camino —dijo Rebecca, esperanzada. Tenían casi que gritar para oírse sobre el estruendo de la cascada y las bombas de agua que ocupaban media sala. Su voz hizo vibrar levemente la pasarela que rodeaba una balsa de agua que se hallaba en el centro de la sala—. Dijo que irían hacia el este. Prácticamente estamos fuera de aquí.
—Pensé que dijiste que Enrico había subido en el ascensor —dijo Billy.
—Oh, es cierto —repuso Rebecca, y su expresión se ensombreció—. Perdón. Lo había olvidado.
—Es comprensible. Pero tienes razón, estamos prácticamente fuera de aquí. —Tocó la Magnum que llevaba en el cinturón y la esposa suelta que le colgaba de la muñeca resonó contra ella, un inesperado recordatorio de su vida antes del accidente del jeep. Esa vida parecía muy lejana, como si fuera la de otro hombre… Pero aún lo estaba esperando, en alguna parte ahí fuera.
Dejó estos pensamientos para más tarde. Esbozó una ligera sonrisa y le dio unas palmaditas al Magnum.
—Esto es como una llave universal. Abre puertas, acaba con indeseables portadores de enfermedades, lo que quieras.
Rebecca le devolvió la sonrisa y comenzó a decir algo, pero se detuvo de golpe, mirándolo a los ojos, y ambos se quedaron helados al oír agua salpicando la pasarela de metal. Al unísono, se volvieron a mirar y vieron a un gigante alzarse de la balsa a unos cuantos metros de distancia, una cosa que, Billy lo supo al instante, era el monstruo que Rebecca le había descrito, el del ascensor. Era enorme, blanco, cubierto de sangre y llagas; salió de la balsa apoyándose en unas garras largas afiladas como cuchillos, con las puntas arañando el metal de la pasarela.
Billy sacó el Magnum y retrocedió mientras intentaba empujar a Rebecca tras él. Ella se soltó y se quedó donde estaba con la escopeta en alto. Las ideas heroicas de Billy se fueron al garete cuando la criatura los vio y lanzó un grito terrible, un sonido profundo y enloquecedor de odio, de deseo no sólo de matar sino de mutilar y desgarrar. Enfrentarse a eso solo no era de héroe, era una estupidez suicida.
—Cuando empieza a moverse no maniobra muy bien —lo informó Rebecca rápidamente, a media voz. Billy tuvo que esforzarse para oírla sobre el rítmico golpeteo de las potentes bombas—. Si podemos alejarlo de la puerta, hacer que corra, podremos esquivarlo cuando intente volverse.
Billy apuntó cuidadosamente hacia el tosco rostro de la criatura. La cosa dio un paso y ellos retrocedieron.
—¿Y si en vez de eso lo matamos?
—No —contestó Rebecca con un tono de pánico en la voz—. Sólo lo enfurecerás. Lo que ves ahora lleva dos tiros de escopeta, uno de ellos casi a quemarropa.
La cosa dio otro paso, se agachó ligeramente y tensó las piernas como si fuera a saltar.
—¡Corre!
Billy no necesitó que se lo repitiera. Ambos se dieron la vuelta y comenzaron a correr, torciendo hacia la izquierda por la pasarela. A su espalda oyeron tres pasos que resonaron contra el quejumbroso metal, y las garras del monstruo rasgaron y traspasaron la pared de la esquina con un tremendo chirrido del metal al curvarse como virutas de madera.
Billy dio media vuelta y levantó el Magnum mientras el monstruo se paraba y se volvía hacia él.
—¡Sigue corriendo! —le gritó a Rebecca, y apuntó hacia el tumor rojo que palpitaba medio enterrado en el pecho de la criatura, lo que tenía que ser el corazón. El monstruo dio un paso y sus opacos ojos se clavaron en Billy mientras alzaba las garras.
Billy disparó. El retroceso del potente revólver le sacudió la mano y el estallido fue ensordecedor. Se abrió un agujero en el pecho de la cosa, no directamente en el corazón, pero cerca. La sangre empezó a manar por la herida y resbaló por su grueso abdomen blanco. La cosa aulló, un sonido aún más potente que el del cañón de mano que era la Magnum e infinitamente más peligroso, pero no cayó.
Cielos, eso hubiera detenido a un elefante…
—¡Vamos! —le gritó Rebecca, tirándole del brazo. Él se soltó y apuntó de nuevo. Si la cosa sangraba, podía morir, y después de un lanzagranadas, un Magnum 50 tenía que ser la mejor arma para lograr ese objetivo.
El monstruo dio un inseguro paso adelante, luego pareció recobrar el equilibrio, y su mirada asesina se posó sobre Billy. La sangre continuaba manando de la herida, y le había empapado la asexuada entrepierna y la parte alta de los musculosos muslos. Esa sonrisa, esa horrible sonrisa… La cosa parecía estar riendo, como si no pudiera esperar a compartir alguna broma privada con él.
Billy pensó que el chiste probablemente incluía arrancarle un brazo y golpearlo con él hasta matarlo. Apuntó al corazón y apretó el gatillo…
Otro tremendo cañonazo, más sangre por los aires, el monstruo aullando.
¡Oh, Dios mío, que eso sea de dolor!
Pero no cayó. Aún no cayó. Era difícil decir dónde le había dado, porque había sangre por todas partes, pero el corazón continuaba latiendo.
—¡Aparta!
Rebecca apartó a Billy y avanzó un paso. Levantó la escopeta mientras la criatura comenzaba a inclinarse y a tensar las piernas. Apuntó bajo, demasiado bajo, así no le iba a dar en el corazón.
La escopeta tronó y, finalmente, el monstruo cayó con un grito de furia asesina. Rasgó el metal con las garras, lo que provocó un doloroso chirrido metálico.
Billy vio que Rebecca le había volado una rodilla, y dudó sólo un instante, el tiempo suficiente para pensar por qué no se le habría ocurrido hacer eso. La cosa no estaba muerta, pero a no ser que le salieran alas, iba a tardar en ir detrás de ellos. Entonces Billy levantó de nuevo el Magnum y apuntó al cráneo blanco mientras la criatura intentaba arrastrarse usando las garras, sin duda para seguir atacando. Sólo consiguió resbalar hasta el agua y la oscura balsa se cubrió de espuma rosa mientras la cosa intentaba salir.
—¿Un pequeño gasto inútil de munición? —medio preguntó Billy. Miró a Rebecca en busca de apoyo. Por muy terrible que fuera la cosa, no se sentía bien dejándola que se desangrara hasta morir, que siguiera sufriendo. En cierto modo era otra de las víctimas de Umbrella; no había pedido nacer.
—Sí —repuso Rebecca, asintiendo con la cabeza, y Billy vio compasión en su rostro, vio que ella sentía lo mismo—. Hazlo.
Dos tiros, el segundo para asegurarse, y el enorme cuerpo cayó en silencio al agua y desapareció bajo la superficie.