9
El babuino se abalanzó corriendo hacia ellos en cuanto entraron de nuevo en el pasillo, y murió espectacularmente, hecho pedazos con un ensordecedor bramido por la escopeta de doble cañón. Billy la recargó con el único cartucho que le quedaba. Pensaba que tenía más, pero al parecer los había perdido en algún momento. De cualquier forma, no tuvieron más encuentros hasta que llegaron a la sala principal. Billy se sentía más alegre de lo que se había sentido en mucho tiempo. Además del ataque de risa, que tan bien le había sentado, como una pausa en el incesante caos que habían estado soportando, era la primera vez que había contado su historia a alguien que realmente lo escuchaba, alguien que estaba dispuesto a considerar que tal vez estuviera diciendo la verdad.
Se detuvieron ante el gigantesco círculo que formaba la especie de monumento en medio de la gran cámara y lo contemplaron. Eran seis animales tallados y colocados a igual distancia formando un círculo, con el rostro hacia fuera. Cada uno tenía una plaquita delante y una pequeña lámpara de aceite junto a cada placa. Los animales estaban cincelados por manos expertas, pero el conjunto era una monstruosidad, una auténtica pesadilla.
El animal que se hallaba frente a Billy era una águila en pleno vuelo con una serpiente atrapada entre las garras. Leyó la placa: DANZO LIBREMENTE EN EL AIRE, CAPTURANDO UNA PRESA SIN PATAS. Frunció el entrecejo, avanzó hasta el siguiente animal, un ciervo, y leyó su placa: ME ALZO FIRME SOBRE LA TIERRA MOSTRANDO LAS ASTAS CON ORGULLO.
Rebecca rodeó la desafortunada obra de arte y se detuvo junto a una verja de acero que se hallaba detrás. La verja cerraba el paso hacia un corto pasillo con dos puertas, una en cada pared.
—Hay un cartel aquí. Básicamente dice que hay que ir del más débil al más fuerte y encender las lámparas. —Se volvió hacia los animales y los contempló—. Es una especie de acertijo. —Agarró una de las barras de metal de la reja—. Debe de abrir esta verja.
—Así que tenemos que encender las lámparas por orden, empezando por el animal más débil —dijo Billy. Estúpido. ¿Por qué se tomaría alguien tantas molestias? Sacó el mapa del bolsillo trasero y lo examinó—. Sólo parece haber un par de habitaciones por ahí. No veo ninguna salida.
Rebecca se encogió de hombros.
—Sí, pero quizá haya algo que podamos usar. ¿Qué daño puede hacernos?
—No lo sé —respondió sinceramente—. Quizá mucho.
Rebecca sonrió y se volvió hacia el animal de piedra que tenía más cerca, un tigre, en cuya placa se leía: SOY EL REY DE TODO LO QUE VEO, NINGUNA CRIATURA PUEDE ESCAPAR DE MÍ.
Billy se fue hacia la izquierda, hasta la talla de una serpiente enroscada en la rama de un árbol.
—Ésta dice: «AVANZO SIGILOSA SOBRE MIS VÍCTIMAS EN UN SILENCIO SIN PASOS Y CONQUISTO HASTA EL MÁS PODEROSO DE LOS REYES CON MI VENENO».
Rebecca leyó los dos restantes en voz alta. Las palabras bajo el lobo eran: MI AGUDO INGENIO ME PERMITE ABATIR HASTA LA MAYOR BESTIA CORNUDA. El sexto animal era un caballo alzado sobre las patas traseras, y en su placa ponía: NINGUNA ASTUCIA PUEDE IGUALAR LA VELOCIDAD DE MIS ÁGILES PATAS.
Bestia cornuda. Billy volvió hasta el ciervo y volvió a leer la parte sobre «mostrar las astas con orgullo».
—Así que el lobo es más fuerte que el ciervo —concluyó.
—Y si la astucia no puede correr más que el caballo, entonces el caballo es más fuerte que el lobo —continuó Rebecca—. ¿Qué es más fuerte que la serpiente?
—Tiene que ser el águila; lleva una serpiente —repuso Billy.
Ambos rodearon la estatua mientras hacían observaciones e intentaban resolver el acertijo. Finalmente estuvieron de acuerdo en la secuencia, y Billy fue de animal en animal encendiendo las lámparas en el orden acordado, de más débil a más fuerte. Al parecer, según las estatuas, el orden era ciervo, lobo, caballo, tigre, serpiente y águila.
Cuando Billy encendió la lámpara del águila, se oyó un pesado ruido metálico que provenía de algún punto en medio del conjunto, y la verja de acero se alzó suavemente hasta desaparecer en algún hueco en lo alto del arco.
Juntos entraron en el pasillo. A primera vista, la primera sala, la de la derecha, parecía no contener nada valioso. Había un grupo de cajas de embalaje y unas cuantas estanterías desordenadas. Billy estaba dispuesto a seguir adelante cuando Rebecca entró y se dirigió hacia las cajas. Una de ellas estaba girada hacia la pared y desde la puerta no podían ver qué contenía. Cuando Rebecca llegó hasta ella, soltó una risa excitada, se agachó y le dio la vuelta para que Billy la pudiera ver. El hombre corrió hacia ella, sintiéndose como un niño en Navidad.
Supongo que, después de todo, valía la pena resolver el maldito acertijo.
Dos cajas y media de cartuchos de nueve milímetros. Media caja del veintidós, que no les serviría de mucho, como tampoco el par de cargadores rápidos —Billy tuvo que explicarle que esos artilugios de metal servían para recargar rápidamente un revólver— con balas del calibre 50. Pero la caja de cartuchos de escopeta, catorce en total, sin duda le serían de gran ayuda. A Billy no le habría importado encontrarse una bazuca, pero teniendo en cuenta su situación, no podían haber hallado nada mejor.
Se pasaron cinco minutos metiendo balas en los cargadores que ya tenían. Rebecca encontró una riñonera con la cremallera rota en uno de los estantes y también la cargaron, además de su cinturón de combate. Estuvieron de acuerdo en que era mejor llevarse toda la munición, por si acaso encontraban otras armas. Billy hizo un apaño en la cremallera con un imperdible que encontró en el suelo y se colocó la riñonera; el peso de tanta munición lo reconfortó.
—Podría besarte —exclamó, levantando la escopeta. Al notar el silencio de la joven, se volvió para mirarla y vio que se había sonrojado ligeramente. Rebecca volvió el rostro hacia otro lado mientras se ajustaba el cinturón—. No me refería literalmente —repuso a toda prisa—. Quiero decir, no es que no seas atractiva, pero eres… yo… esto…
—No te pongas de los nervios —replicó ella fríamente—. Ya sé qué quieres decir.
Billy asintió con la cabeza, aliviado. Ya tenían bastante sin tener que empezar con la cosa de hombre y mujer.
Aunque realmente es muy guapa…
Apartó esa idea de la cabeza y se recordó que, aunque acabara de pasar un año lejos de cualquier mujer, no era en absoluto el momento adecuado para pensar en ello.
Se dirigieron hacia la segunda puerta y vieron que no estaba cerrada con llave. Era una habitación con literas, desorganizada y sucia. Las literas estaban hechas de contrachapado puesto de cualquier manera y las pocas mantas que había tiradas estaban deshilachadas y mugrientas. Teniendo en cuenta la calidad del alojamiento y la verja de hierro, Billy supuso que los ocupantes no debían de ser voluntarios. Rebecca le había explicado lo que ponía en el diario, lo de hacer pruebas con humanos…
Todo el complejo le ponía los pelos de punta. Cuanto antes pudieran salir de allí, mucho mejor.
—¿Vamos hacia abajo o hacia arriba? —le preguntó Rebecca cuando volvieron a salir al pasillo.
—Hay un observatorio arriba, ¿no? —inquirió Billy. Rebecca asintió—. Pues vayamos a observar. Quizá podamos mandar una señal de aviso o algo así.
Se dio cuenta de que acababa de sugerir que intentaran conseguir que los rescataran, pero no lo retiró, aunque sabía bien lo que podía significar para él. Prefería morir luchando por su vida que ser ejecutado… Pero tenía que pensar en Rebecca. Era una buena persona, honesta y sincera, y él haría todo lo que estuviera en sus manos para que saliera viva de allí.
Siguieron avanzando. Billy se preguntó dónde habría ido a parar su carácter criminal, pero decidió rápidamente que estaba mejor así. Por primera vez desde aquel terrible día en la jungla sintió que se gustaba de nuevo.
Los observó mientras recogían la munición, a la vez impresionado y decepcionado por su fortaleza. Después de hacer otra consulta a los mapas, se fueron hacia arriba, seguramente hacia el observatorio; aunque los niños podían oír sus voces, no llegaban a distinguir las palabras.
Había hecho que sus niños buscaran las tablillas que iban a necesitar, y las había hecho llevar hasta las puertas que daban al observatorio. A no ser que Billy y Rebecca fueran absolutamente tontos —y ya habían demostrado que no lo eran—, averiguarían cómo poner en funcionamiento la rotación de la estructura, lo que los acercaría a la salida. Desde allí podrían pasar al laboratorio escondido detrás de la capilla…
Se preguntó qué encontrarían allí, en los laboratorios de Marcus. Quizá alguna cosa más que robar. Quería que descubrieran todo lo posible sobre el verdadero carácter de Umbrella, pero no le gustaba verlos picotear entre los tristes despojos de la brillante carrera de Marcus.
Seguía pensando en ellos como en los laboratorios de Marcus, aunque Marcus no había estado allí desde hacía más de una década. Todo el complejo se había cerrado después de la «desaparición» del director, pero hacía poco Umbrella había vuelto a abrir los laboratorios, la planta de tratamiento y el centro de formación. Ninguno de ellos se hallaba en completo funcionamiento cuando el virus atacó; sólo contaban con los empleados imprescindibles para el mantenimiento, a los que dirigía un grupo de aspirantes a mandos intermedios. De todas formas la compañía había perdido a bastantes empleados leales.
Billy y Rebecca atravesaron las salas de la zona este del primer piso y regresaron al vestíbulo, luego se dirigieron hacia el segundo piso. Encontraron sin ningún problema la puerta que los llevaría al tercer piso y llegaron al pie de las escaleras con las armas desenfundadas. En sus juveniles rostros se leía la determinación y, al parecer, la ausencia de miedo. Los observó comenzar a subir los escalones y se sintió ante un dilema emocional. Quería que tuvieran éxito y también quería verlos morir. ¿Existía una manera de lograr ambas cosas? Se las habían arreglado bastante bien con la serie Eliminador, aunque los primates se hallaban debilitados por el hambre y la falta de atención. ¿Cómo les iría con los Cazadores? ¿O con el proto-Tirano?
¿Y qué pasaría si llegaban a donde él y los niños esperaban y los observaban? ¿Qué harían?
El joven frunció el entrecejo en un gesto de desagrado ante esa idea. Sensible a sus estados de ánimo, varios de los muchos le subieron por las piernas y por el pecho y se agruparon para formar una especie de abrazo. Los acarició y se aseguró por el tacto de que todo estaba bien. Si los dos aventureros llegaban a su nido —lo que no parecía muy probable—, los dejaría pasar, claro, para que pudieran relatar la historia de los pecados de Umbrella.
—O quizá los mate —dijo, encogiéndose de hombros. Él sería quien decidiera cuándo ocurriría y si ocurriría. No era cierto decir que su destino le era indiferente. Mientras esperaba la muerte de Umbrella, había resultado un placer contemplar a Billy y a Rebecca, y estaba muy interesado en saber qué sería de ellos. Pero los mataría antes que permitirles que volvieran a hacer daño a sus niños.
Habían llegado a lo alto de la escalera y miraban cautelosamente por encima del pasamanos en busca de algún movimiento. De repente, el joven se acordó del Centurión, escondido en las paredes de la balsa criadero, y se preguntó si saldría a ver quién había invadido su territorio. Más les valía a Billy y a Rebecca que no fuera así. Si los Eliminadores sólo eran peones en ese juego, el Centurión era uno de los alfiles. El joven se inclinó hacia la pantalla, ansioso por ver qué pasaba.
El camino hasta el tercer piso había sido tranquilo, aunque se habían tenido que apresurar para atravesar el comedor. Los dos zombis que vagaban alrededor de las mesas eran demasiado lentos para molestarse en dispararles, pero Rebecca tampoco se sentía especialmente tranquila paseando lentamente ante las moribundas criaturas. Billy iba tres escalones por delante de ella, por lo que supuso que él sentía lo mismo.
Al llegar a lo alto de la escalera, Rebecca se relajó ligeramente. El tercer piso, o al menos la parte en que se encontraban, era una única estancia gigantesca, sin esquinas ocultas de las que preocuparse. Las puertas del observatorio se hallaban a la derecha. Frente a ellos se encontraba la balsa criadero, un pozo vacío que ocupaba la mayor parte de la sala, y a la izquierda, una puerta que, según el mapa, llevaba a un patio exterior.
—¿Qué crees que estarían criando? —preguntó Billy en voz baja. Aun así, resonó ligeramente en la enorme sala.
—No sé. Quizá sanguijuelas —contestó Rebecca. Recordó la solitaria figura que había visto desde el tren, la que cantaba a las sanguijuelas, y contuvo un estremecimiento—. ¿El observatorio o el patio?
Billy miró a un lado y otro, y se encogió de hombros.
—Parecen seguros. Podríamos probar con una puerta cada uno. Pero sólo abrirla y echar una ojeada, nada de separarnos, ¿vale?
Rebecca asintió con un gesto. Se sentía mucho más segura teniendo una buena reserva de municiones, pero la caída que había sufrido le había enseñado a ser cauta. La idea de separarse ya no la entusiasmaba.
—Yo voy al patio.
Empezaron a caminar y sus pasos resonaron en la gran sala. La puerta del observatorio era la más cercana; así que, pasado un instante, sólo se oyeron los pasos de Rebecca, que continuaba avanzando hacia la pared sur.
—Eh —la llamó Billy justo cuando ella llegaba a la puerta. Tenía en una mano lo que parecía un libro, y dos más en la otra mano. Rebecca forzó la vista y vio que estaban hechos de piedra y que tenían un extremo redondeado—. Había esto delante de la puerta.
—¿Qué son? —preguntó Rebecca. Su voz, aunque baja, se oyó perfectamente en el aire frío y quieto.
—Tal vez sean objetos de decoración —respondió—. Todas tiene una palabra grabada. —Miró las tabulas—. Ah… tenemos unidad, disciplina y obediencia.
Aquella grabación que habían oído, la voz del doctor Marcus recitando el lema de la compañía… eran las mismas tres palabras.
—Guárdalas —dijo Rebecca—. Podrían ser parte de algún acertijo, como el de los animales.
—Lo mismo estaba pensando —exclamó Billy, y añadió en voz baja—. Maldita casa de locos.
Rebecca se volvió hacia la puerta y levantó el arma mientras movía el pomo de la puerta. Se hallaba cerrada con llave. Suspiró y relajó los hombros, y se dio cuenta de que había estado esperando algún tipo de ataque.
—Cerrada —informó.
Billy había abierto la puerta del observatorio y aún estaba mirando hacia el interior. Miró hacia atrás, manteniendo la puerta abierta.
—Esto parece prometedor. No sé para qué sirve nada, pero hay un montón de equipo aquí dentro; podría hasta haber una radio.
Una radio. Rebecca sintió renacer la esperanza.
—Allá…
La palabra «voy» fue ahogada por el sonido de un animal en movimiento, un golpeteo pesado que reverberó en toda la sala. Rebecca y Billy se miraron, y la distancia que los separaba se hizo de repente mucho más grande de lo que parecía al principio.
De nuevo se oyó el ruido. Era el sonido de algo duro repicando contra la roca, como si alguien tamborileara con dedos de acero sobre una mesa, y sonaba muy fuerte. Fuera lo que fuera, era grande y se estaba acercando. Resultaba difícil decidir de dónde procedía el sonido, porque los ecos ocultaban la dirección.
—La balsa criadero —gritó Billy, mientras hacía señales a Rebecca para que se uniera a él—. ¡Ven, rápido!
Rebecca comenzó a correr con el corazón golpeándole dentro del pecho. Temía mirar hacia la balsa y temía no mirar. Notó movimiento allí, algo oscuro y fluido, y corrió más rápido. Finalmente se arriesgó a lanzar una mirada de pasada.
La visión casi le arrebató la consciencia. Era un ciempiés, o mejor un milpiés, lo suficientemente grande para avergonzar a las arañas del tamaño de un perro pastor. Múltiples ojos amarillos parecían relucir desde ambos lados de un brillante cráneo negro; largas antenas vibraban y temblaban en lo alto de la cabeza. El cuerpo, enorme y sinuoso, cubierto de duras placas segmentadas, rozaba el suelo y se movía sobre docenas de agudas patas rojas. Debía de medir unos catorce metros, tal vez más, y era redondo como un barril… Se movía hacia Rebecca rápidamente, con las patas ondeantes, mientras se propulsaba sobre la balsa vacía.
—¡Corre! —gritó Billy, y Rebecca corrió con todas sus fuerzas. Le llegó el hedor de la criatura, un terrible olor agrio que le habría causado náuseas si hubiera tenido tiempo que perder. Billy mantenía abierta la puerta del observatorio con el pie, y apuntaba la escopeta justo más allá de ella. Rebecca pudo sentir lo cerca que estaba la criatura, como una sombra a punto de alcanzarla.
Justo cuando llegó hasta Billy, éste disparó, montó la escopeta de nuevo y volvió a disparar mientras ella se lanzaba en plancha hasta el otro lado de la puerta. En cuanto estuvo dentro, él saltó hacia atrás y cerró la puerta de golpe. Medio segundo después oyeron el cuerpo del monstruo junto a la puerta y el sonido de sus placas presionando contra la pesada madera. Esperaron, ambos con los ojos clavados en la puerta, pero pasados unos segundos el ruido cesó y volvió a oírse el repiqueteo de muchos pies que se alejaban.
—Dios —exclamó Billy. Rebecca asintió con un gesto.
Billy se agachó y la ayudó a ponerse en pie; ambos estaban jadeantes.
—No volvamos por ahí —sugirió Rebecca, deseando con todas sus fuerzas no tener que hacerlo.
—Parece un buen plan.
Permanecieron en silencio durante unos instantes mientras contemplaban su santuario. Era una sala grande y circular de dos niveles. Se hallaban sobre una especie de pasarela que rodeaba a medias el perímetro del espacio; en el lado norte se veían varias puertas. Cerca de ellas había una corta escalerilla que bajaba de la pasarela y llevaba a una especie de plataforma de rejilla donde se alineaban diferentes aparatos. Bajo la plataforma sólo había oscuridad.
Recorrieron la pasarela y se pararon junto a la siguiente puerta. Cerrada. Intercambiaron una sombría mirada pero siguieron en silencio hacia la escalerilla. Rebecca bajó primero y se detuvo junto a una gran máquina que dominaba la sala desde el centro, posiblemente el telescopio. Había un brazo de telescopio, pero estaba en lo alto, fuera de su alcance. Detrás de ella, Billy estaba echando una mirada al resto del equipo, consolas de ordenadores y otras máquinas que Rebecca no supo reconocer. Se volvió hacia el telescopio y miró a la consola, y sintió que se quedaba sin aliento. Había tres cavidades, todas con la forma de una lápida, rectas en un extremo y curvadas en el otro.
—No veo una radio por aquí, pero… —decía Billy, hasta que ella lo interrumpió.
—Dime que todavía tienes aquellas tablillas —dijo.
Billy se volvió y miró a la consola mientras abría su bolsa. Sacó las tres tablillas, cada una del tamaño de un libro de bolsillo, pero más delgadas. Rebecca las cogió al tiempo que recordaba el desconcertante lema de Umbrella para colocarlas en su lugar.
—La obediencia genera disciplina. La disciplina genera unidad. La unidad genera poder…
—Y el poder es vida —concluyó Billy.
En cuanto la tercera tablilla estuvo en su sitio, un atronador sonido llenó el espacio, el ruido de enormes máquinas funcionando, y notaron que la sala comenzaba a descender, como un ascensor. No sólo la plataforma, sino toda la sala, paredes y todo. Bajo sus pies, la oscuridad se alzaba, se convertía en una piscina, con el agua agitada por el movimiento de la plataforma. Durante un segundo, Rebecca se preguntó si la plataforma iba a detenerse, para sentir pánico por si iban a morir ahogados, y entonces el sonido de maquinaria se desvaneció y la sala se detuvo. Mientras se apagaba el zumbido de las máquinas, oyeron un claro clic sobre sus cabezas procedente de las puertas del lado norte.
Se miraron el uno al otro, y Rebecca vio su propia sorpresa reflejada en el delgado rostro de su compañero.
—Supongo que ya sabemos adonde nos toca ir ahora —bromeó Billy, tratando de esbozar una sonrisa, aunque ésta no le salió muy convincente. Los estaban guiando, pero ¿hacia la libertad o como corderos al matadero?
Sólo hay una manera de saberlo.
Sin mediar palabra, se dirigieron hacia la escalerilla.