13

La criatura que surgió de entre los escombros no se parecía a nada que Rebecca hubiera visto antes. Se detuvo junto a la cima de detritos, alzó los brazos como si hiciera estiramientos y permitió que lo contemplara claramente. Rebecca notó que se le secaba la boca y se le cubrían las manos de sudor. Sintió la urgente necesidad de ir al lavabo.

Era humanoide. Humano, casi, porque tenía los rasgos faciales de un hombre, excepto que ningún hombre brillaba con tal palidez; la piel sin vello y el cuerpo eran de un blanco casi luminoso. Ningún hombre tenía garras que alcanzaran casi la misma longitud que los brazos, garras curvadas y brillantes como cuchillos de acero, más largas en la mano derecha que en la izquierda. Las venas eran como gruesas cuerdas visibles a través de la piel; masas de tejido rojo y blanco se amontonaban sobre los enormes hombros y el gigantesco pecho. Grupos de llagas de color rojo sangre se repartían sobre los tres metros de cuerpo, y la mayor parte de la piel de la parte baja del rostro estaba arrancada y dejaba al descubierto una especie de sonrisa sangrante de hueso y carne. Volvió su macabra sonrisa hacia Rebecca mientras flexionaba las garras, como si esperase deseoso su encuentro.

La criatura la miró y su asquerosa sonrisa pareció agrandarse ligeramente. Rebecca lo oía respirar, un sonido rasposo y seco; también podía ver los latidos de su extraño corazón bombeante, sólo parcialmente cubierto por la caja torácica.

Casi sin darse cuenta de que había alzado la escopeta, Rebecca disparó.

El estallido cubrió el cuerpo del monstruo con hilos de sangre oscura que comenzaron a resbalarle por el cuerpo. La criatura tiró su enorme cabeza calva hacia atrás y gritó, un alarido apocalíptico, como el fin de todo. Pero había más rabia y furia que dolor, y Rebecca comprendió de repente que no iba a sobrevivir durante mucho rato.

De un único salto, el monstruo pasó ágilmente desde la pila de roca destrozada hasta quedar agachado a unos cuatro metros de Rebecca. Ésta notó que el suelo temblaba. Las garras de la criatura arañaron el hormigón mientras se incorporaba y fijaba su mirada gris y maligna sobre la joven. Ésta retrocedió y cargó la escopeta; le temblaba todo el cuerpo mientras intentaba apuntar hacia la horrible sonrisa. La cosa se acercó, se puso entre ella y el ascensor justo cuando éste se detuvo y las puertas comenzaban a abrirse. La criatura dio otro paso.

Al menos es lento. Si lo pudiera alejar y luego volver corriendo.

Otro paso, y Rebeca vio y oyó aparecer una grieta en el suelo bajo las gruesas uñas negras de los pies del monstruo. La joven retrocedió e intentó ampliar la distancia entre ambos. Y de repente la cosa se puso a correr, veloz, su brazo era como un reflejo borroso mientras lo bajaba y lo subía a gran velocidad, las hojas de sus manos pasaron lo suficientemente cerca de Rebecca como para que ella pudiera captar su propio reflejo mientras se movía para esquivarlas. Se tiró al suelo y rodó sobre el hombro, con la escopeta apretada contra el pecho, y ya volvía a estar en pie cuando la criatura acabó su extraño movimiento. Saltaron chispas de la pared junto al ascensor cuando el panel de control quedó hecho pedazos.

Tras ella se encendieron luces de alarma y comenzó a sonar una sirena. Una enorme puerta de metal empezó a descender entre Rebecca y la plataforma del montacargas por el que había bajado. Dividiría la sala en dos y la dejaría atrapada con el horripilante monstruo.

Se puso a correr, decidida a quedarse al otro lado de esa puerta. Era pesada y bajaba deprisa, una gruesa cortina de metal que seguramente sería impenetrable para la criatura. Alcanzó el otro lado fácilmente y se volvió para mirar, corriendo hacia atrás.

La monstruosidad creada por el hombre corrió tras ella y se agachó para pasar bajo el panel deslizante. Rebecca sintió que el corazón la golpeaba dentro del pecho, y un sudor frío le cubrió el cuerpo. Si acababa en el mismo lado que esa cosa, todo habría terminado.

Esperó, viendo cómo la criatura avanzaba hacia ella lentamente y sin vacilar, y cuando la parte baja del panel le llegó a la altura de la cabeza, corrió de vuelta hacia el otro lado. Tuvo que agacharse para pasar, y rogó por que la cosa quedara atrapada.

Pero la criatura volvió a seguirla; se agachó bajo el panel y alzó las garras sobre la cabeza. Rebecca sintió un rayo de esperanza; quizá la puerta lo aplastaría. Entonces oyó un chirrido de metal cuando las garras gigantes arañaron el panel. Contempló, horrorizada y sorprendida, cómo la cosa conseguía detener el descenso de la puerta el tiempo suficiente para pasar por debajo. Lo consiguió, y la puerta se cerró sobre el suelo con un resonante clang.

Todos los instintos de Rebecca le gritaban que corriera, que saliera de allí, pero no había adonde ir. Con la puerta cerrada, la sala no era mucho mayor que su apartamento. Tenía que llegar al ascensor. Era su única oportunidad.

Corrió hacia allí, agarró el pomo de la puerta y comenzó a abrirla, y oyó al monstruo acercarse, oyó sus pesadas pisadas, el crujido del cemento bajo sus pies.

¡Mierda!

Ni siquiera se volvió, pero instintivamente supo que no tenía tiempo. Se agachó, cayó de rodillas y se echó hacia un lado justo cuando las garras cayeron y golpearon contra la puerta del ascensor, clavándose en la pared ante la que ella había estado un segundo antes.

Caminó hacia atrás mientras el monstruo daba la vuelta, le clavaba la mirada de nuevo y daba un paso. Estaba centrado en ella, tan implacable como una máquina. Lanzó hacia atrás el desmesurado brazo, como si fuera a lanzar una pelota, y dio un segundo y resonante paso.

¡Piensa! ¡Piensa!

No podía luchar contra él, probablemente tampoco podría matarlo con nada de lo que llevaba; su única esperanza era engañarlo de algún modo.

El plan aún se estaba formando cuando lo puso en acción. La criatura era demasiado grande y no le resultaba fácil parar cuando comenzaba a correr. Si conseguía que la persiguiera y la esquivaba en el último segundo quizá tuviera tiempo de abrir la puerta del ascensor. Rebecca se detuvo lo más lejos del ascensor que pudo en ese pequeño espacio.

Otro paso. Las garras chasquearon. Rebecca necesitó toda su fuerza de voluntad para no echar a correr. Apuntó a la criatura con la escopeta y se preparó para lanzarse hacia el ascensor en cuanto el monstruo ganara velocidad.

La sonrisa del monstruo se hizo más amplia mientras inclinaba las rodillas ligeramente, preparándose para saltar.

Y entonces se movió, sólo unas cuantas zancadas y estaría sobre ella. Rebecca salió volando, se agachó para esquivarlo y corrió hasta la puerta del ascensor. La agarró con manos temblorosas, la abrió, se lanzó dentro y se volvió para cerrarla.

La cosa ya estaba yendo a por ella de nuevo, moviéndose deprisa, demasiado deprisa. La puerta no aguantaría, estaba segura. Levantó la escopeta y disparó sin tener tiempo de apuntar.

El tiro le dio en el hombro derecho. La criatura se tambaleó hacia atrás, gritando; la sangre saltó a chorro de la herida, y Rebecca ya no vio más. Cerró la puerta de golpe, pulsó el botón más bajo del tablero, apretó los ojos, y rezó.

Pasaron los segundos. El ascensor continuó bajando y finalmente se detuvo. Rebecca dejó de rezar cuando oyó la corriente de agua en el exterior, pero estaba demasiado aterrorizada para preocuparse de eso en este momento, todo su cuerpo seguía temblando incontrolablemente.

Después de lo que le pareció un largo rato, el temblor fue cesando. Estaba bien. O al menos estaba viva, y eso ya era algo. Rogando para no volver a ver esa cosa nunca más, Rebecca abrió la puerta y salió.

William Birkin por fin —¡por fin!— se estaba marchando cuando oyó el grito inhumano resonar en el hasta el momento silencioso edificio, un grito de pura rabia. Se detuvo en la entrada del pequeño subterráneo que llevaba al exterior y se volvió para mirar hacia la sala de control ejecutivo. Se había pasado dos horas en esa pequeña área escondida, primero luchando por tomar una decisión y luego luchando para que el ordenador obedeciera su orden de cancelación. La secuencia de autodestrucción estaba programada para dentro de poco más de una hora; como había sugerido Wesker, la destrucción del centro y el complejo que lo rodeaba coincidiría con el comienzo del nuevo día.

Ese grito… Nunca había oído algo igual, pero supo inmediatamente lo que era porque había visto las últimas fases del proyecto. Nada más podía hacer un sonido así. El prototipo del Tirano estaba libre.

De repente, las sombras que rodeaban el estrecho túnel le parecieron demasiado profundas, demasiado solitarias. Demasiado capaces de contener secretos. Birkin se apresuró; acababa de convencerse de que había tomado la decisión correcta.

Todo iba a ser pasto de las llamas.

Billy oyó algo. Levantó pesadamente la cabeza y consiguió girarla ligeramente. Allí, hacia la izquierda, se abrió una puerta que daba a la pasarela y apareció una figura humana.

—¡Eh! —llamó, pero el sonido de su voz se perdió entre el rugido del agua. Cerró los ojos.

—¡Billy!

Miró de nuevo y sintió una ola de calor llenándolo por dentro. Rebecca. Era Rebecca, inclinada sobre el pasamanos, llamándolo, y al verla y oírla sintió que se recuperaba un poco, que su terrible cansancio desaparecía ligeramente.

—Rebecca —dijo, alzando la voz, sin estar seguro de que pudiera oírlo. Intentó pensar en algo que decirle, alguna cosa que ella debiera hacer, pero sólo pudo repetir su nombre de nuevo; la situación se explicaba por sí sola, y él estaba mal. Si quería ayudarlo, tendría que ocurrírsele algo a ella solita.

—¡Billy, cuidado! —Rebecca hacía frenéticos gestos con una mano mientras buscaba la pistola con la otra.

El terror en su voz alertó a Billy. Éste se aferró con más fuerza al pilar e intentó elevarse para ver a qué estaba apuntando Rebecca, y vio de refilón algo que se movía deprisa, algo largo y oscuro que se escurría por el agua como una serpiente gigante y se dirigía hacia él.

Intentó moverse, ponerse al otro lado del pilar, pero la corriente era demasiado fuerte. Si se soltaba, estaría perdido en menos de un segundo.

Rebecca disparó dos tiros, y la criatura desconocida golpeó el pilar con tal fuerza que hizo que Billy se soltara.

Billy gritó, y chapoteó furiosamente para mantenerse a flote en el agua espumeante, para resistir la corriente que lo arrastraba contra la tubería, pero no sirvió de nada. En segundos, fue arrastrado hacia la oscuridad, golpeándose y revolcándose; el sonido del agua le invadió los oídos mientras se lo llevaba la corriente.