11

Como sospechaba, el santuario que cerraba el pasillo era una puerta, y la pequeña estatua de la sanguijuela que Rebecca había encontrado encajaba perfectamente en la «cerradura». Se oyó un suave clic y el cerrojo se abrió.

Billy observó la parte delantera de la puerta antes de entrar, y decidió que el perfil sí que era el del doctor James Marcus. Se pregunto por qué el hombre de sanguijuelas que habían visto en el tren se parecería a Marcus; las sanguijuelas las controlaba alguien que era claramente más joven, el que cantaba fuera. ¿Estaría el auténtico Marcus todavía por ahí? No parecía probable. El diario que Rebeca había encontrado… Marcus tenía delirios paranoicos sobre Spencer yendo a por él para apoderarse de su trabajo, y eso había sido hacía diez años. La gente que perdía tanto la cabeza normalmente no era capaz de mantener su trabajo.

Rebecca estaba esperando. Dejó ese misterio menor a un lado y empujó la extravagante puerta con el cañón de la escopeta. Una rápida ojeada buscando movimiento…, nada… y bajó el arma a la vez que entraba del todo en la sala.

—¡Jo! —exclamó en voz baja al mirar la habitación. Era un despacho grande, lujosamente decorado con estantes y armarios empotrados de madera oscura pulida y cristal biselado en un lado, y con una recargada chimenea al otro lado. Los muebles antiguos de madera, una mesa baja, sillas y un gran escritorio, eran impactantes; la gruesa alfombra silenciaba sus pasos. Vio una puerta al fondo de la sala, detrás del escritorio, y cruzó mentalmente los dedos esperando que resultara ser una ruta de escape.

Gran parte de la iluminación de la sala procedía de un enorme acuario que dominaba la esquina noroeste, cerca de donde él se hallaba, y lo teñía todo de una luz acuosa azulada, aunque el acuario en sí estaba vacío.

¿Vacío? Billy frunció el entrecejo y se acercó más. No, no estaba vacío. No había peces, ni rocas, ni plantas, pero había numerosas cosas flotando en lo alto, cosas desagradables, irreconocibles, pero no por ello menos grotescas. Parecían ser trozos de piel humana, pero sin forma, sin huesos, como pedazos amputados y deformes. Billy se apartó rápidamente, asqueado por los objetos flotantes.

Uno de los armarios de la pared estaba abierto. Billy se acercó a él y echó una ojeada a los libros que había dentro. En un estante encontró un antiguo álbum de fotos y lo cogió. Sabía que debía volver con Rebecca, pero le picaba la curiosidad y se preguntó si el busto de la puerta indicaba que se hallaba en el despacho de Marcus.

Las fotos estaban viejas, amarillentas y curvadas. Pasó unas cuantas páginas y decidió que era una pérdida de tiempo. Iba a poner el álbum en el estante cuando una foto suelta cayó revoloteando. Se agachó para recogerla, y la contempló bajo la luz azulada y ondulante.

La foto no era particularmente interesante: tres hombres jóvenes, de los años treinta o cuarenta, bien vestidos y limpios, sonriendo a la cámara. En el reverso, alguien había escrito: «Para James, como recuerdo de tu graduación, 1939».

Billy observó la foto y decidió que el joven del medio podía ser James Marcus. Algo en la forma de la cabeza… le resultaba de algún modo familiar.

—Aquel tipo —se dijo a sí mismo. El cantante del tren. No lo habían visto muy bien, pero tenía el mismo aire, los mismos hombros anchos…—. Podría ser el hijo de Marcus. O su nieto.

Todo eso era como un rompecabezas, y estaba empezando a pensar que había encontrado otra pieza. Si Spencer se había deshecho de Marcus y le había robado su trabajo, ¿el hijo de Marcus, o el hijo de su hijo, no querría vengarse? Quizá la infección viral no había sido un accidente. Quizá el tipo de las sanguijuelas lo había provocado.

Billy suspiró y dejó la foto encima del álbum. Todo eso estaba muy bien, pero en un sentido práctico, ¿a quién diablos le importaba? Lo que tenía que hacer era buscar una salida.

Registró el escritorio en busca de mapas o llaves, pero no encontró nada, y fue hacia la segunda puerta de la sala, que, afortunadamente, no estaba cerrada con llave. La abrió y sintió que sus esperanzas se desvanecían; no había ningún gran túnel con una señal de salida brillando en lo alto. Era un almacén de arte, o lo parecía, con cuadros apoyados contra las paredes y unas cuantas esculturas cubiertas con fundas viejas. Una estatua permanecía descubierta, una pieza de mármol blanco que parecía uno de esos dioses romanos sentado contra una pared adornada, la polvorienta mirada hacia lo alto, una mano curvada sobre el abdomen y sujetando alto. Algo verde.

Billy se acercó, cogió el pequeño objeto de los pálidos dedos de la estatua y sonrió ligeramente al ver qué era. Había encontrado otra talla de una sanguijuela, pero ésta era verde en vez de azul.

Otra llave, quizá de otra puerta secreta. Y ésta podía ser su verdadero billete de salida.

Día 1

Administré T a cuatro sanguijuelas. Su simple estructura biológica las convierte en candidatas perfectas para esta investigación, pero puede que sean demasiado simplistas para adaptarse. No se observan cambios inmediatos.

La palabra «cuatro» estaba subrayada. En el margen alguien había escrito «cambio de secuencia» con trazos delgados y lo había rodeado con un círculo.

Era parte de un diario de laboratorio, principalmente números y fechas. Rebecca había estado a punto de dejarlo cuando descubrió varias frases y palabras subrayadas en una de las últimas páginas. Siguió buscando pasajes marcados.

Día 8

Ha pasado una semana. Rápido crecimiento hasta doblar su tamaño original. Comienzan a mostrar señales de transformación. Reproducción con éxito, su número se ha doblado, pero se ha iniciado un comportamiento caníbal, posiblemente debido a un aumento del apetito. Me apresuré a aumentar la provisión de alimento, pero he perdido a dos.

«Número se ha doblado» y «dos» estaban subrayados.

Día 12

Les di comida viva, pero perdí la mitad cuando la presa se defendió. Sin embargo, aprenden de la experiencia, comienzan a mostrar comportamiento de ataque en grupo. Su evolución supera las expectativas.

«Perdí la mitad» estaba subrayado.

No había más entradas marcadas, pero Rebecca siguió hojeando, inquieta por el éxito del extraño experimento.

Día 23

Las sanguijuelas ya no muestran características individuales, se mueven como una colectividad.

Día 31

Se reproducen a una velocidad fantástica, ahora comen todo lo que se les ofrece…

La última anotación le indicó claramente hasta dónde había llegado la locura del doctor Marcus.

Día 46

Un día digno de recordar. Hoy han comenzado a imitarme. Creo que reconocen a su padre. Siento un fuerte afecto hacia ellas. ¿Son capaces de querer? Creo que sí. Ahora somos nosotros, sólo yo y mis brillantes niños. Nadie los apartará de mí. Con todo lo que he aprendido, no se atreverán.

—¡Eh!

Era Billy, que llamaba desde el piso de abajo. Rebecca dejó los papeles, fue hasta el agujero y se arrodilló en el borde.

—¿Has encontrado algo que sirva? —preguntó, mirándolo desde arriba.

—Quizá. Cógelo —respondió, y le lanzó algo pequeño por el hueco. Rebecca lo atrapó. Era otra llave de sanguijuela, en este caso verde.

—¿Hay una puerta ahí arriba con un busto de Marcus delante? —preguntó Billy.

Rebecca negó con la cabeza.

—No lo sé. No en esta sala, eso seguro. He estado leyendo algo más sobre este experimento de chiflados. ¿Quieres que eche una ojeada por ahí?

Billy dudó un instante.

—¿Por qué no subo y entonces podremos mirar los dos? Déjame que busque una mesa o algo…

—Tendré cuidado —aseguró Rebecca—. ¿No has dicho que había otra puerta ahí abajo? Tal vez deberías intentar abrirla mientras voy a ver si encuentro la cerradura para esta cosa.

—Tiene una cerradura con combinación —contestó Billy—. A no ser que tengas a mano un juego de ganzúas, no sé cómo vamos a abrirla.

Rebecca suspiró. Era una pena que Jill Valentine no estuviera con ellos. Era del equipo Alfa y, según Barry, podía abrir cualquier puerta…

cambio de secuencia.

—Espera. ¿Una cerradura con combinación?

Billy asintió. Rebecca se apartó del agujero y volvió deprisa al escritorio. Leyó los pasajes subrayados, hizo los cálculos y regresó al agujero.

Cuatro sanguijuelas… Doblar… Perder dos… Perder la mitad…

—Prueba con… cuatro, ocho, seis, tres —propuso.

—¿Una inspiración divina? —preguntó Billy.

Rebecca sonrió ligeramente.

—Posiblemente. Pruébalo. —Alzó la sanguijuela verde tallada—. Yo veré si encuentro donde va esto.

Billy asintió a regañadientes. Rebecca se puso en pie y se dirigió hacia la puerta de la sala, sin estar muy segura de si estaba siendo valiente o estúpida. En verdad no quería hacer nada sola, no desde su encuentro con los primates, pero como ya estaba en el primer piso, tenía sentido que fuera ella a echar una ojeada.

La puerta del laboratorio daba a un corto pasillo con tres puertas, además de la que ella había cruzado. La primera puerta, a la derecha, estaba cerrada con llave. La segunda, a la vuelta de una esquina y también a la derecha, estaba abierta, pero una rápida mirada la convenció de que sólo era una gran habitación vacía con un pequeño despacho adosado a un lado. Estaba demasiado oscuro para ver nada más. Rebecca cerró la puerta, aliviada de llevar ya dos tercios de su pequeña inspección, y fue hacia la última puerta, al fondo del pasillo.

Tampoco necesitaba llave. Rebecca la abrió y vio otra puerta a sólo unos metros ante ella; a la izquierda, la sala se abría hacia lo que parecía ser el mismo laboratorio desde el que había salido. No lo era, pero por la manera en que las salas estaban orientadas tenía que estar conectado al primer laboratorio. Quizá los hubieran separado en algún momento.

Movimiento. Allí, cerca de la mesa junto a la pared divisoria, había uno de los hombres infectados, descarnado y amarillento, con los ojos en blanco y la boca abierta y hambrienta. Avanzó a trompicones hacia ella, haciendo un sonido gorgoteante desde el fondo de la garganta.

Era lento, muy lento. Rebecca miró el espacio entre él y la puerta que tenía enfrente mientras notaba el peso de la llave sanguijuela en la mano. Se lanzó, avanzó hasta la puerta y la abrió, pasó rápidamente al otro lado y la cerró a su espalda antes de que el demacrado zombi pudiera dar otro paso.

Había entrado en una sala de operaciones, vieja y sucia; los azulejos, en otro tiempo esterilizados, estaban cubiertos de una ligera película gris de porquería. Había unas cuantas camillas de metal sobre ruedas torcidas. Y allí, frente a ella y hacia la izquierda, había una puerta verdosa con el perfil del doctor Marcus.

—Ya te tengo —exclamó, y se acercó a la puerta intentando no mirar demasiado a la mesa de operaciones que había en el rincón del fondo después de ver las fuertes sujeciones que tenía adosadas. Tenía una idea de lo que Marcus había estado haciendo; no necesitaba recrearse en los detalles.

La pequeña sanguijuela encajaba perfectamente en una depresión que había bajo el busto del doctor Marcus. Oyó el sonido de un cerrojo. La puerta se abrió…

Rebecca dio un paso atrás, tambaleándose por el olor, un hedor que ya le resultaba demasiado familiar. La estrecha habitación estaba cubierta en ambos lados con los cajones de un depósito de cadáveres, varios de ellos abiertos. En el suelo yacían dos cuerpos, ambos inmóviles, pero de todas formas apuntó al más cercano con la pistola. Respirando superficialmente, entró en la sala.

Dios, que haya algo por lo que valga la pena entrar —pensó mientras rodeaba una camilla volcada—. Y que esté a la vista, si no es demasiado pedir.

No tenía ninguna intención de registrar los cajones.

Al fondo, la sala se abría hacia la derecha. Rebecca pasó por encima del segundo cuerpo, dobló la esquina e intentó no vomitar por el atroz hedor. Había otra camilla a un lado, y sobre ella una llave de metal.

La cogió sintiendo una mezcla de emociones. Había encontrado algo, eso era bueno, pero… otra llave. Podía llevar a cualquier lado; por lo que sabía incluso podía ser la llave de la casa de veraneo de Marcus.

Quizá la primera puerta del pasillo…

—¿Rebecca?

Guardó la llave en el bolsillo, cogió la radio y contestó mientras se dirigía hacia la puerta.

—Sí. ¿Qué pasa? Cambio. —Atravesó la sala de operaciones y se detuvo ante la puerta que llevaba al laboratorio secundario. Tendría que correr hasta la entrada del pasillo para evitar tener que disparar contra el zombi…

—No hay ningún dial en la cerradura —contestó Billy con voz irritada—. He vuelto al despacho de Marcus pero no he visto nada. ¿Has tenido mejor suerte? Cambio.

—Quizá —repuso—. Déjame probar una cosa. Nos encontraremos en la biblioteca. Cambio.

—Ten cuidado. Cambio y corto.

Cuidado. Rebecca agitó la cabeza ligeramente mientras volvía a colgarse la radio del cinturón, atónita ante lo rápido que podía cambiar una relación en las circunstancias adecuadas, o inadecuadas. Hacía sólo unas horas lo había amenazado con pegarle un tiro y estaba convencida de que él estaba dispuesto a dispararle a ella. Pero ahora, eran… bueno, «amigos» quizá no fuera la palabra adecuada, pero cada vez era más improbable que tuvieran que acabar matándose.

Por primera vez en un buen rato se preguntó qué estarían haciendo sus compañeros de equipo. ¿Seguirían intentando cazar a Billy? ¿La habrían estado buscando? ¿Y a Edward? ¿Se habrían encontrado con problemas? ¿Los habrían pillado las secuelas del vertido del virus-T?

Y hablando de eso…

Escuchó a través de la puerta durante un momento y no oyó nada. Respiró hondo, abrió la puerta y atravesó a toda prisa la corta distancia que la separaba de la siguiente puerta sin ni siquiera mirar hacia el laboratorio. Mientras cerraba la puerta a su espalda, oyó un ahogado gemido de frustración y sintió una oleada de compasión por la demacrada víctima. El tipo probablemente habría trabajado allí, pero ella no deseaba la enfermedad del zombi ni a su peor enemigo. Era una mala forma de morir.

Avanzó hasta la primera puerta que había probado y confió en que la llave la abriera, aunque no tenía muchas esperanzas. Supuso que tendrían que hacer una búsqueda más exhaustiva para encontrar lo que abría, o simplemente buscar otra cosa, otro mapa, otra llave, otro agujero en el suelo de algún lugar. Era desalentador, por no decir nada peor. Si no podían encontrar algo, tendrían que volver al ascensor y probar suerte arriba…

Metió la llave en la cerradura de la puerta y la giró, oyó y sintió cómo cedía el cerrojo.

—De fábula —murmuró sonriente, y abrió la puerta.

Algo enorme y oscuro saltó hacia ella, aullando.

Billy esperó junto al agujero entre el primer y el segundo piso, pensando sin convicción en si habría alguna manera de volar la puerta de combinación con los cartuchos de la Magnum, y de repente oyó resonar un terrible grito inhumano desde el primer piso, seguido de dos disparos.

No intentó usar la radio. Saltó sobre la mesa bajo el agujero, lanzó la escopeta a través de él, dio un salto y se agarró al borde con ambas manos. Antes había dudado de sus capacidades, pero en ese momento ni le cruzó la mente la posibilidad de no ser capaz de subirse. Con un gruñido de esfuerzo, pasó el cuerpo por el agujero, primero apoyándose en los codos y finalmente pasando una rodilla.

Agarró la escopeta, y ya estaba en pie cuando volvió a oír el aullido del animal, un sonido extraño y de otro mundo, como si estuvieran haciendo trizas a un pájaro. Tardó medio segundo en orientarse y encontrar la puerta, luego se lanzó a correr.

Cruzó la puerta de golpe y salió al pasillo, y allí estaba Rebecca, apoyada en la pared opuesta. Una de las mangas de su camisa estaba destrozada y tenía cuatro profundos arañazos en la parte alta del brazo. Apuntaba con el arma a…

Qué demonios…

… a un monstruo, un inmenso monstruo con aspecto de reptil. Era humanoide, con músculos enormes y la piel rugosa de un asqueroso color verde oscuro. Tenía los brazos tan largos que las manos provistas de garras casi tocaban el suelo.

Al ver a Billy, dejó caer la mandíbula y lanzó otro chillido; los ojos en su cráneo liso y protuberante brillaban de maldad. Un grueso chorro de sangre oscura le manaba de la parte alta del pecho, resultado de uno de los disparos de Rebecca, pero el monstruo no parecía demasiado afectado por la herida.

Prueba esto, pensó Billy, y alzó la escopeta mientas Rebecca volvía a disparar. El tiro de la escopeta dio de lleno en el rostro de la criatura. Billy la cargó de nuevo y disparó otra vez, sin esperar a ver cuál había sido el efecto del primer tiro.

La cosa ya no tenía rostro, le había saltado en trozos y se había esparcido salpicando la pared y el suelo. El pesado cuerpo se derrumbó. Un burbujeante río de sangre brotaba de los restos del cuello y de lo poco que quedaba de la cabeza: un trozo de mandíbula, unos cuantos dientes y jirones de piel renegrida.

Billy no se movió durante varios segundos, escuchando, buscando algún otro sonido, otros movimientos, pero no había nada. Fijó su atención en Rebecca, que se apretaba el hombro izquierdo herido con la mano derecha. La sangre se escurría entre sus dedos.

—La bolsa de mi cinturón —dijo—. Hay una botella de antiséptico dentro, y vendas y esparadrapo… Sólo me ha arañado. No me ha mordido.

Se la veía pálida; hizo una mueca de dolor cuando Billy le limpió y le cubrió la herida, pero lo aguantó con valentía, soportando el dolor en vez de dejarse llevar por él. Era una mala herida y probablemente necesitaría puntos, pero también podía haber sido mucho peor. Cuando Billy terminó, Rebecca hizo un gesto con la cabeza indicando la puerta medio abierta que tenían delante.

—Estaba encerrado ahí. Esa cosa, quiero decir.

Parecía conmocionada, atontada. Billy fue hasta la puerta, quería estar entre ella y cualquier otra cosa que pudiera salir de allí. Se detuvo ante el monstruo sin cabeza y se quedó mirándolo.

—Tiene la pinta de la Criatura de la Laguna Negra cargada de esteroides —comentó Billy, echando una mirada a Rebecca y esperando que sonriera. Consiguió una sonrisa bastante temblorosa pero auténtica, y una vez más se quedó sorprendido de la fortaleza de la joven. No era habitual recuperarse tan pronto de un ataque sorpresa, sobre todo si provenía de una pesadilla como el monstruo que tenía ante él. La mayoría de la gente aún estaría temblando horas después.

Rebecca se puso a su lado y empujó una de las gruesas piernas de la criatura con la punta de la bota.

—Sorprendente —comentó—. Las cosas que estaban haciendo aquí. Ingeniería genética, virus recombinantes…

—Creo que «psicopatía» es la palabra que estás buscando —apuntó Billy.

Rebecca asintió.

—Eso no se puede negar. Veamos si estaba custodiando algo importante.

Rodearon el cuerpo de la criatura. Mientras entraban en la sala, Rebecca explicó a Billy lo que había encontrado en el resto del piso. Se hallaban en una especie de perrera, pero Billy estaba casi seguro de que no la habían utilizado para guardar perros; había una serie de jaulas con barras de acero, muchas de ellas con ataduras, y el olor en el aire era de animales salvajes, un hedor fuerte y apestoso.

—… que es donde encontré la llave de esta sala —estaba diciendo Rebecca—. Esperaba que eso significara que había algo importante.

La sala también tenía forma de U dividida por estantes. Avanzaron entre las estanterías mientras Rebecca hacía sonidos de asco. En el rincón más alejado había un pila de pieles rasgadas y huesos roídos, que parecían ser los restos de unas cuantas de esas criaturas parecidas a babuinos. También había gran cantidad de excrementos por todas partes, espesas pilas de una sustancia negra y pringosa que olía como, bueno, como mierda. Al parecer el monstruo había estado un tiempo encerrado.

Entre dos hileras de jaulas, se encontraba una pequeña mesa de madera con unos cuantos papeles revueltos encima.

Billy se acercó, fijándose en dónde ponía los pies, y cogió la página que estaba más arriba, mientras Rebecca empezaba a revisar unas cuantas jaulas abiertas. Lo escrito parecía ser parte de un informe.

… aun así, hasta el día de hoy la investigación ha mostrado que cuando el virus Progenitor se administra a organismos vivos, cambios celulares violentos provocan el colapso de todos los sistemas importantes, sobre todo y más intensamente, en el sistema nervioso central. Además, no se ha encontrado ningún método satisfactorio para controlar los organismos que se pretende usar como armas. Es evidente que es esencial una mayor coordinación en el nivel celular para permitir un crecimiento posterior.

Experimentos con insectos, anfibios y mamíferos (primates) han dado resultados por debajo de los esperados. Al parecer no se puede lograr ningún avance sin usar humanos como el organismo base. Nuestra recomendación en este momento es que los animales experimentales se mantengan con vida para posteriores estudios y como posibles presas para pruebas de campo de las nuevas armas bioorgánicas híbridas propuestas, como la próxima serie Tirano.

¡Cielo santo! Billy rebuscó entre las hojas el resto del informe, pero sólo encontró un puñado de horarios de alimentación manchados de café.

La serie Tirano. Todas las criaturas que hemos visto… Y estaban trabajando en algo que seguramente les podía dar una patada en el culo a todas ellas.

Billy alzó la vista y vio a Rebecca que sujetaba algo pequeño con un gesto triunfante.

—¿Quieres marcar algún número?

Billy dejó caer los papeles sobre la mesa.

—Me estás tomando el pelo.

—Para nada. Estaba en una de las jaulas. —Le lanzó el objeto. Billy lo cogió y notó que también se le formaba una sonrisa. Era exactamente lo que habían estado buscando, una especie de pomo redondo hecho para encajar en la parte frontal de la puerta de combinación que habían encontrado en el piso inferior.

—¿Cuatro, ocho, seis, tres? —preguntó Billy.

Rebecca asintió.

—Cuatro, ocho, seis, tres —repitió, y alzó la mano para enseñarle que tenía los dedos cruzados. Billy cruzó los suyos. Era una tontería, una superstición infantil, pero ya no le importaba comportarse o no de forma racional. Cualquier cosa que pudiera ser de ayuda, no dejaría de intentarla.

—Vayamos a ver —dijo, y sintió que de nuevo le renacía la esperanza mientras salían de la habitación del monstruo, sorprendido de la facilidad con que se recuperaba ese sentimiento. En alguna parte figuraba una cita sobre que mientras hubiera vida, seguiría habiendo esperanza. La había oído mientras lo juzgaban, y en aquel momento le había parecido obvia y estúpida. Qué extraño y hasta cierto punto maravilloso que hubiera descubierto la verdad de esa afirmación mientras luchaba por su vida en unas circunstancias totalmente diferentes.

Juntos, se dirigieron hacia el laboratorio. Billy mantuvo los dedos cruzados.