7
Regresaron al vestíbulo. Billy se alegraba de que la joven estuviera de acuerdo en seguir cooperando. Ese lugar, fuera lo que fuera, era sin duda un mal rollo. La chica podía ser inexperta, pero al menos no le faltaba ningún tornillo.
—Deberíamos separarnos —dijo Rebecca.
Billy lanzó una carcajada totalmente falta de humor.
—¿Te has vuelto loca? ¿Es que nunca has visto una película de terror? Además, mira lo que pasó la última vez.
—Si no recuerdo mal, encontramos la llave de aquel maletín. Y lo que necesitamos ahora es una forma de salir de aquí.
—Si, claro, pero vivos —replicó Billy—. Se ve en todo que este lugar es territorio hostil. Si sugerí que hiciéramos una tregua fue porque no quiero morir, ¿lo pillas?
—Hasta ahora te las has arreglado para cuidarte bastante bien —insistió Rebecca—. No digo que nos tengamos que meter en líos. Sólo abrir unas cuantas puertas, eso es todo. Y ahora tenemos las radios.
Billy suspiró.
—¿Los STARS no te hablaron del trabajo en equipo?
—La verdad es que ésta es mi primera misión —reconoció Rebecca—. Mira, echamos una ojeada y nos llamamos si encontramos algo. Yo voy arriba y tú miras por aquí abajo. Si las radios se estropean, nos encontramos aquí dentro de veinte minutos.
—No me gusta nada.
—No tiene que gustarte, pero debes hacerlo.
—Señor, sí, señor —se burló Billy. No podía negar que a la joven no le faltaba madera de líder, aunque tal vez no resultara tan difícil dar órdenes a un condenado cuando trabajabas del lado de la ley—. ¿Y tú, qué edad tienes? Me gustaría saber que recibo órdenes de alguien ligeramente más maduro que la media de chicas exploradoras.
Rebecca le lanzó una mirada asesina, luego se volvió y se dirigió hacia las escaleras. Unos segundos después, Billy oyó que se cerraba una puerta. Echó una mirada al vestíbulo.
Bueno. Pito, pito…
—Colorito —dijo Billy, y se dirigió hacia la pared izquierda. No quería hacerlo solo, prefería tener refuerzos, pero probablemente fuera mejor así. Si encontraba una salida podría largarse, después de todo. La llamaría para decirle adiós de camino. Dejarla atrás no le haría sentirse muy bien, pero la joven podría esconderse y esperar a que la rescataran; no le pasaría nada. Él no podía olvidar su salud, y si algún otro STARS aparecía por allí, o la policía de Raccoon City o los de la policía militar, se encontraría regresando a Ragithon antes de darse cuenta.
Apartó esa idea de su cabeza y se acercó a una puerta. Se había sentido bastante hecho polvo desde que lo habían condenado, furioso y angustiado a partes iguales. Desde el accidente del jeep había sido capaz de olvidar su cita con la muerte, algo necesario si quería pensar con claridad. Tenía que seguir así.
—Veamos qué hay detrás de la puerta número uno —murmuró mientras abría la puerta. Se tensó, alzó la pistola y apuntó. Era un comedor y había sido bastante elegante. Pero en ese momento tres hombres infectados vagaban alrededor de la destrozada mesa que se hallaba en el centro de la sala, y los tres se estaban volviendo hacia él. Tenían el aspecto de zombis, con la piel gris y rasgada, y los ojos en blanco. Uno de ellos tenía un tenedor clavado en un hombro.
Rápidamente, Billy retrocedió y cerró la puerta, esperando a ver si alguna de las criaturas sabía arreglárselas con el pomo de la puerta. La soledad del vestíbulo le pesaba en la espalda como una fría mirada. Unos segundos después oyó que rascaban la madera y luego un gruñido grave y frustrado, un sonido tan carente de inteligencia como parecían estar los zombis.
Bueno. La casa, el centro de formación o lo que fuera, estaba infectada al igual que el tren. Eso respondía a esa pregunta en concreto. Agarró la radio y apretó el botón de transmisión.
—Rebeca, responde. Tenemos zombis por aquí. Cambio.
Recordó la cosa escorpión gigante y sintió un escalofrío. Ojalá sólo fueran zombis lo que había ahí.
Hubo una pausa y luego sonó una voz juvenil.
—Recibido. ¿Necesitas ayuda? Cambio.
—No —contestó Billy, molesto—. Pero ¿no crees que deberíamos reconsiderar tu plan? Cambio.
—Eso no cambia nada —repuso ella—. Aún tenemos que encontrar una salida. Sigue buscando y dime lo que encuentres. Cambio y corto.
Magnífico. La chica maravillosa seguía con el plan. Así que hacia la puerta número dos, a no ser que quisiera probar suerte con tres de esas cosas. Se volvió y atravesó la estancia, pensando que eso sólo sería desperdiciar municiones, y era cierto. También era cierto que no quería disparar contra gente enferma, por muy enloquecidos… Y los zombis estaban realmente idos de la cabeza, así que si podía evitarlos, mejor.
Abrió la segunda puerta y la aguantó, con todos los sentidos en alerta. Daba a un lujoso corredor que se dirigía hacia su derecha y torcía a pocos metros. No se oía nada, ni ruido ni movimiento, y olía a polvo, nada más terrible. Esperó un momento, luego entró en el corredor y dejó que la puerta se cerrara a su espalda.
Avanzó sigilosamente ayudado por la espesa moqueta que apagaba el sonido de sus pasos. Dobló la esquina con el arma por delante y dejó de contener la respiración cuando vio que el corredor seguía estando desierto. Hasta ahí, todo bien. El corredor seguía y volvía a torcer un poco más adelante, pero había una puerta a la izquierda por la que Billy podía probar suerte.
La abrió lentamente, y sonrió al encontrarse en un baño vacío, con una fila de lavabos que se veían desde la puerta.
—Eso me recuerda… —dijo mientras entraba. Revisó la sala rápidamente. Había lavabos a ambos lados de la habitación con forma de U, cuatro cubículos con váteres cubrían la tercera pared, discretamente ocultos desde la puerta. Por muy elegante que fuera la casa, parecía estar abandonada, quizá desde hacía poco. La puerta de uno de los cubículos colgaba de las bisagras medio arrancadas, el asiento del váter parecía roto y había unos cuantos trastos tirados por el suelo: botellas vacías, tiestos con plantas y extraños restos en un baño. Encontró una botella de plástico de gasolina en uno de los cubículos. Por otro lado, en un barreño había agua relativamente limpia… Lo que, teniendo en cuenta la urgencia de su visita, ya le estaba bien.
Un minuto después, se estaba subiendo la cremallera cuando oyó que alguien entraba en el baño. Un paso, luego una larga pausa. Otro paso.
¿Había cerrado la puerta? No lo recordaba, y se maldijo en silencio por el despiste. Alzó la pistola, giró sobre los talones en silencio y abrió ligeramente la puerta del cubículo. Desde ahí no podía ver la puerta, pero sí parte de la sala reflejada en un largo espejo que había frente a los lavabos. Mantuvo el arma en alto y esperó.
Un tercer paso, y de nuevo silencio. Quien fuera tenía los pies mojados, porque oía el sonido de succión que producía al levantar los zapatos del suelo. Y con el cuarto paso vio un perfil en el espejo y salió del cubículo, sintiendo una extraña mezcla de horror y alivio mientras se preparaba para disparar. Era un zombi, un hombre, con el rostro brillante y sin expresión. Miraba al vacío mientras se balanceaba ligeramente, intentando mantener el equilibrio. Los zombis resultaban asquerosos, pero al menos eran relativamente lentos. Y aunque no le gustara mucho ese trabajo, matarlos sin duda era un acto de piedad.
El zombi dio otro paso y se puso en la línea de fuego de Billy. Éste apuntó cuidadosamente sobre la oreja derecha del ser. No quería malgastar un tiro.
Y el zombi se volvió de golpe, rápidamente, a mayor velocidad de la que tenía derecho a moverse. Se agachó ligeramente, miró a Billy a través de un ojo inyectado en sangre mientras el otro miraba hacia la pared, y fue a por él.
Aún estaba a dos metros de distancia… pero el brazo se le estaba alargando; se le adelgazaba mientras lo lanzaba contra Billy como una goma elástica, y el tejido de su camisa húmeda e incolora se estiraba con él.
Billy lo esquivó. La mano del ser le pasó sobre la cabeza y se estrelló contra la puerta del cubículo con un golpe húmedo. Luego se retiró, recuperando su forma junto al cuerpo inhumano que parecía un zombi.
En el tren, como Marcus…
Estaba lo suficientemente cerca para ver el movimiento de la ropa de la criatura y el extraño efecto ondeante del brazo al volver a su lugar. Sanguijuelas, la maldita cosa estaba hecha de sanguijuelas. Y cuando eso avanzó un paso, Billy retrocedió hasta meterse en el cubículo mientras disparaba contra el rostro húmedo y carnoso.
La cosa dudó un instante, y un líquido negro rezumó de la herida que le apareció justo bajo el ojo derecho. Y de golpe la herida desapareció, una piel falsa se extendió sobre ella y las sanguijuelas se recolocaron. Podían regenerarse.
La cosa dio otro paso y Billy cerró la puerta del cubículo de una patada y la aguantó con el pie. Su mente recorría las posibilidades y las descartaba a la misma velocidad.
Llama a Rebecca, no hay tiempo; sigue disparando, no tengo suficientes balas; sal corriendo, me cierra el paso…
Billy bufó de frustración, y su enloquecida mirada cayó sobre la botella de gasolina de plástico rojo. Se inclinó hacia adelante, aguantando la puerta con el hombro y se metió la mano en el bolsillo del pecho. Allí, bajo una de las balas de la escopeta…
Sacó el mechero que había encontrado en el tren, dando gracias por haberlo cogido, y alzó la botella de gasolina. La esposa suelta golpeó contra el plástico. No estaba llena ni hasta la mitad.
Dios, espero que sea realmente gasolina.
Algo golpeó la puerta como si fuera un ariete. Billy salió rebotado, pero se lanzó de nuevo contra ella, con el hombro dolorido, mientras desenroscaba el tapón de la botella con una mano temblorosa. La criatura fue horrible y extrañamente silenciosa al volver a cargar contra la puerta, golpeando con fuerza suficiente para mellar el metal.
El mareante olor a gasolina llenó el pequeño cubículo. Billy arrancó el rollo de papel higiénico de la pared… y la puerta se abrió de golpe, arrancada de cuajo por otro potente golpe inhumano. La criatura estaba allí, balanceándose, con su extraño ojo buscando a Billy, clavándose en él.
Billy alzó la botella mientras recuperaba el equilibrio y se salpicó de gasolina. Sacudió la botella hacia adelante y lanzó su contenido sobre el pecho de la criatura.
La reacción fue inmediata y repugnante. El cuerpo comenzó a retorcerse, a temblar, y un chillido agudo inundó la sala. No era una voz, sino miles de diminutas criaturas aullando al mismo tiempo. Un fluido oscuro y espeso empezó a manar de cada supuesto poro del cuerpo y el rostro.
Billy le lanzó una potente patada y la cosa se tambaleó hacia atrás, aún cohesionada, aún chillando, y con el sonido clavándose en cada rincón de la sala. Billy no sabía si la gasolina sola sería suficiente, y no se iba a quedar a verlo. Abrió el mechero, le dio a la rueda y sujetó el rollo de papel higiénico sobre las llamas. Un segundo después, el papel ardía.
Billy saltó fuera del cubículo y esquivó al monstruo chirriante. En cuanto lo hubo sobrepasado, se volvió y le lanzó el papel en llamas. Éste golpeó al hombre-sanguijuela justo por debajo de la clavícula, y el enloquecedor chillido se intensificó durante un horrible y ensordecedor segundo mientras las llamas lo envolvían, antes de que se deshiciese en mil trozos ardientes. Una especie de charco negro y llameante se formó sobre las losetas del suelo, y los grititos individuales fueron muriendo en cuestión de segundos.
Unas cuantas sanguijuelas se retorcieron saliendo de las llamas, pero estaban desorganizadas y se deslizaron subiendo por las paredes sin ningún orden y reptando junto a los pies de Billy. Éste retrocedió, alejándose de ellas y del burbujeante fuego, mientras volvía a guardarse el mechero en el bolsillo y se acercaba a la puerta.
De vuelta en el corredor, respiró hondo, soltó el aire lentamente y agarró la radio. Ya no le importaban los planes de Rebecca. Iban a reunirse lo antes posible y salir a toda prisa de este lugar aunque tuvieran que agujerear las paredes con sus propias manos.
4 de diciembre
Cuando comenzamos, tenía mis dudas, pero esta noche lo estamos celebrando. Finalmente lo hemos logrado, después de todo este tiempo. Vamos a llamar Progenitor al nuevo virus que hemos creado. Es una idea de Ashford, pero me gusta. Comenzaremos a probarlo inmediatamente.
23 de marzo
Spencer dice que va a crear una empresa especializada en investigación farmacéutica, quizá en la rama de producción de medicamentos. Como siempre, él es el empresario del grupo. Su interés en el Progenitor es sobre todo económico. Quiere vernos alcanzar el éxito, lo que significa que nos sigue financiando, y mientras siga firmando cheques, puede hacer lo que le dé la gana.
19 de agosto
El Progenitor es una maravilla, pero sus aplicaciones aún no están probadas. Justo cuando pensábamos que teníamos documentada la velocidad de amplificación, cuando tenemos media docena de pruebas que dan el mismo resultado, todo se viene abajo. Ashford sigue apostando por trabajar sobre los números de la citosina, y vuelve a ello una y otra vez, pero está soñando. Debemos seguir mirando por otros lados.
Spencer sigue pidiéndome ser el director de este nuevo centro de formación. Quizá sea por el negocio, pero se está poniendo intolerablemente insistente. En cualquier caso, me lo estoy pensando. Necesito un lugar donde poder explorar adecuadamente las nuevas posibilidades del virus, un lugar donde nadie interfiera conmigo.
30 de noviembre
Maldito sea. «Vamos a divertirnos, James —me ha dicho—, por los viejos camaradas y los buenos tiempos.» Es una estupidez. Lo que quiere es que el Progenitor esté listo ya. Sus «amigos» en su club de White Umbrella, con sus ridículos juegos de espías para los ricos y hastiados, quieren algo excitante con lo que jugar, algo que subastar, y no quieren esperar a que esté listo. Idiotas. Spencer piensa que en el fondo todo será un asunto de dinero, pero está equivocado. No es de eso de lo que va todo esto. Tengo que reforzar mi posición, vigilar a mi reina, por así decirlo, o me pisotearán.
19 de septiembre
¡Por fin, por fin! He creado un plásmido con ADN de sanguijuelas y luego lo he recombinado con el Progenitor, ¡y es estable! Ha sido el avance que estaba esperando. Spencer estará contento, maldito sea, aunque sólo le diré que ha habido algunos progresos, no hasta qué punto, ni cómo. Le he puesto el nombre que doy a Spencer privadamente. Lo llamaré T, de Tirano.
23 de octubre
No puedo pensar en ellos como seres humanos. Son sujetos para pruebas, eso es todo, eso es todo. Sabía que mis investigaciones llegarían algún día a este punto. Lo sabía y… no pensé que sería así.
No debo perder de vista mis objetivos. El virus-T es magnífico. Esos sujetos deberían sentirse honrados de experimentar tal perfección. Sus vidas preparan el terreno hacia un mayor conocimiento.
Sujetos experimentales. Eso es todo. Son peones. A veces hay que sacrificar los peones para conseguir un bien superior.
13 de enero
Mis mascotas han ido progresando. Con su propio ADN en el virus recombinante pensé que podría predecir cómo los alteraría la infección, pero me equivoqué. Han comenzado a formar colonias, como las hormigas o las abejas. Ningún individuo es mejor que otro, sino que trabajan juntos, con una mentalidad de colmena, uniéndose para alcanzar objetivos más elevados. Mi objetivo. Al principio no lo supe ver, estaba ciego, pero es mucho más gratificante que el trabajo con los humanos. Debo continuar estos experimentos, sin embargo… no puedo revelar que he descubierto el verdadero sentido, el valor de T y lo que representa. Spencer querría intentar apoderarse de él, lo sé. Mi rey está al descubierto.
11 de febrero
Han estado vigilándome. Entro en el laboratorio y veo que han movido cosas. Intentan ocultarlo, hacen ver que todo está igual, pero yo lo noto. Es Spencer, maldita sea su alma, sabe lo de mis sanguijuelas, lo de mi hermosa colonia, y esto, esta persecución, no acabará hasta que uno de nosotros muera. No puedo confiar en nadie… Quizá en Albert y William, mis torres, ellos creen en mi trabajo, pero tendré que eliminar a algunos de los otros. El juego se acerca a su final. Ellos intentarán ir a por mi reina, pero seré yo quien gane la partida. Jaque mate, Oswell.
Ésa era la última anotación. Rebecca cerró el diario y lo dejó junto al juego de ajedrez que estaba colocado en el centro del escritorio. Cuando encontró el alijo oculto, pensó que los rudimentarios mapas serían el premio. Había dos; uno mostraba lo que parecían ser los tres pisos de los sótanos del edificio, incluidas unas cuantas zonas sin señalizar que quizá condujeran al exterior. El otro parecía ser de la parte superior, con una habitación marcada como OBSERVATORIO junto a una área abierta y amplia marcada como BALSA CRIADERO. Pero el pequeño diario encuadernado en cuero, polvoriento y arrugado por los años —Rebecca no sabía cuántos años exactamente, pero una de las anotaciones sobre el trabajo con sanguijuelas tenía «1988» escrito en la esquina superior—, había sido un auténtico descubrimiento. Seguramente estaba escrito por James Marcus, al parecer el creador del virus-T, el mismo virus que convertía a la gente en zombi y había infectado el tren y posiblemente la mitad del bosque de Raccoon, si se tomaban los últimos asesinatos como una pista.
Rebecca contempló la extraña decoración de la sala, el tablero gigante de ajedrez que cubría el suelo, la mente que había detrás. Evidentemente, hacia el final se había vuelto loco con sus divagaciones sobre el ajedrez y sobre el «verdadero sentido» del virus. Tal vez hacer experimentos con personas había sido demasiado para él.
Su radio emitió la señal de llamada. En cuanto apretó el botón de recepción, la voz jadeante de Billy le resonó en el oído.
—¿Dónde estás? Tenemos que reagruparnos, ahora mismo. ¿Hola? Ah, cambio.
—¿Qué ha pasado? Cambio.
—Lo que ha pasado es que me he topado con otra de esas personas-sanguijuelas y ésta ha estado a punto de acabar conmigo. Los zombis sé cómo manejarlos, pero esas cosas se comen las balas, Rebecca. No tenemos suficiente munición para mantenerlas a raya. Cambio.
«Han comenzado a formar colonias, como las hormigas o las abejas.»
¿Quién las estaría controlando? ¿Marcus? ¿O habrían desarrollado su propio líder? ¿Una reina?
—De acuerdo —respondió Rebecca. Cogió los planos del sótano y del observatorio que había encontrado y se los metió bajo el chaleco mientras se ponía en pie. Después de dudar un segundo, agarró también el diario y se lo metió en el bolsillo de la cadera—. Reúnete conmigo en el rellano, donde estaba el cuadro de Marcus. Tal vez haya encontrado la salida, cambio.
—Voy para allá. Vigila. Cambio y corto.
Rebecca se apresuró a salir del cuarto y a recorrer el distribuidor, moviéndose con rapidez. No había llegado muy lejos en su exploración, sólo a una sala de reuniones vacía y luego a la oficina con los ajedreces. Por suerte, no se había topado con nada hostil. Billy tenía razón con respecto a los hombres-sanguijuela, no había forma de que pudieran contener a más de esos seres. De hecho, era muy posible que la única razón por la que todas las sanguijuelas que había en el tren no los hubieran atacado era porque las habían llamado. Tenía la vaga esperanza de quedarse tranquilamente en la casa hasta que llegara ayuda, pero después de leer el diario de Marcus y de oír que el centro de formación estaba infectado, tenían que salir de ahí.
Después de todo por lo que había pasado esa noche —el aterrizaje forzoso con el helicóptero, el tren, Billy, el descarrilamiento, y esto— aún seguía esperando que apareciera la caballería, que otra persona se hiciera cargo, que la enviaran a casa para poder cenar caliente y acostarse, y despertarse al día siguiente y comenzar de nuevo su vida normal. Pero al parecer era todo lo contrario, y cada vez estaba más metida en el misterio de Marcus y sus creaciones, de Umbrella y sus malvados experimentos.
El joven se había retirado a un lugar donde la colmena se podía reunir con comodidad, un espacio grande, cálido y húmedo, y alejado de la luz del día. Los muchos lo rodeaban, cantando sus inarmónicas canciones de agua y oscuridad, pero no conseguían tranquilizarlo. Había observado con una fría furia cómo la chica —el asesino la había llamado Rebecca— robaba el diario de Marcus y se lo metía en el bolsillo antes de salir del despacho. No era para eso que él había dejado abierto el escritorio, en absoluto. El mapa del observatorio, se suponía que sólo debía coger el mapa.
Los dos se acababan de reunir delante del cuadro, ambos hablando al mismo tiempo, sin duda explicándose lo que habían encontrado, sus proezas criminales. Podía ver a la ladrona y al asesino en la pantalla de vídeo a un lado de su nuevo entorno, en lo más bajo de la planta de tratamiento, pero los podía ver mejor a través de las docenas de pares de ojos rudimentarios que los observaban, sus niños que los contemplaban desde las sombras. Las mentes de los muchos eran poderosas, capaces de enviarse imágenes unos a otros y también a él; así era como podían trabajar juntos de una forma tan efectiva. Rebecca y Billy no tenían ni idea de lo vulnerables que eran, o de la facilidad con que él podía arrebatarles la vida. Seguían vivos sólo por su voluntad.
Una ladrona y su amigo asesino. Billy había matado a un colectivo. Lo había quemado. Los pocos supervivientes aún se estaban arrastrando hacia su amo, con sus pobres cuerpos chamuscados, demostrándole la muerte del todo por su falta de cohesión. ¿Cómo había osado, ese hombre sin importancia, ese insecto miserable?
Rebecca sacó los mapas y ambos los estudiaron, demasiado estúpidos, sin duda, para saber qué se esperaba de ellos. El observatorio era la clave de su huida, pero sin duda lo intentarían primero por el sótano. Ya le iba bien. Ya no estaba tan seguro de querer que escaparan.
Comenzaron a bajar las escaleras, y desaparecieron de la pantalla y de los ojos de los muchos, pero sólo durante un instante. Mientras, la pareja volvía a aparecer en la pantalla a través de otra cámara; se detuvieron y contemplaron la masa de cuerpos arácnidos, muertos y encogidos en el suelo. Había cuatro arañas gigantes, y todas habían muerto hacía sólo unos instantes. Habían sido eliminadas para que Rebecca y su amigo pudieran evitar su veneno. Las arañas eran otro experimento, uno condenado a fracasar por ser demasiado lentas y demasiado difíciles de manejar, pero eran lo suficientemente letales como para que el joven se hubiese preocupado. Lo empezaba a lamentar. Ver morir a la ladrona y al asesino sería un placer, a pesar de lo que eso representaba en sus planes contra Umbrella. La pareja siguió avanzando sin saber que los observaban las criaturas que habían matado a las arañas y que en estos momentos se escondían en sus cuerpos hinchados y segmentados.
¿Qué hacer? Si los mataba aplacaría una necesidad propia, la necesidad de vengar las vidas de sus niños, la necesidad de afirmar su control. Pero denunciar a Umbrella era la prioridad. Llevar la compañía a la ruina al abrir su apestoso corazón era lo que Billy y Rebecca harían con toda seguridad, si sobrevivían.
Los dos siguieron el corredor hasta el final, luego atravesaron la puerta de un despacho abandonado hacía tiempo. Después de consultar el mapa brevemente, continuaron hasta una habitación sin ninguna otra salida donde anteriormente se habían guardado especímenes vivos. Hacía tiempo que allí ya no había jaulas y la habitación estaba vacía. El joven no estaba seguro de por qué habían elegido un camino sin salida hasta que los vio dirigirse a la esquina noroeste y mirar hacia un rectángulo negro próximo al techo.
La salida de la ventilación. No tendría puesto el nombre en el mapa. Quizá pensaran que era una vía de salida, pero la verdad era que llevaba a…
El joven movió la cabeza. Las habitaciones privadas del doctor Marcus, la sala donde hubo un tiempo en que invitaba a ciertos sujetos de prueba jóvenes y atractivos. ¿Por qué no se marchaban de una vez? No encontrarían nada en las habitaciones privadas, nada.
A no ser que…
El sistema de ventilación estaba conectado a otra área de especímenes, y ésa no estaba vacía. Y hacía días que las criaturas no comían. Estarían muy, muy hambrientas. Lo único que necesitaba hacer era dejar que los muchos abrieran una reja o dos…
En vez de considerarlos como una parte integral de su plan, quizá debería considerar a Billy y a Rebecca como sujetos de estudio. Podían morir, lo que, sin duda, sólo retrasaría la denuncia de Umbrella durante un corto tiempo. Estaba impaciente, pero tenía que considerar el entretenimiento que podía obtener. O podrían sobrevivir. Y en ese caso, aún tendrían algo más que explicar.
El joven esbozó su afilada sonrisa mientras Billy impulsaba a Rebecca y la alzaba hasta el agujero de la ventilación. Ésta entró a cuatro patas y desapareció de la vista. ¿No se sorprenderían si unos cuantos restos de la serie de primates se sumaran al juego?
A su alrededor, sus niños susurraban. Las paredes y el techo goteaban sus viscosos fluidos. Rodeado de los muchos, con el destino de Umbrella en sus manos, y además con dos soldaditos para jugar, para divertirse viendo cómo medían su habilidad contra los restos de las armas bioorgánicas de Umbrella, se sintió feliz. ¿Vivirían o morirían? De cualquier forma, él estaría satisfecho.
—Abrid las jaulas, queridos —murmuró, y comenzó a cantar.