10
«My dream is to fly over the rainbow so high! My dream is to fly over the rainbow so high!».
Canturreo en inglés. ¿Quién lo habría dicho? Yo no, desde luego.
Tengo la sensación de que esta noche vamos a pasárnoslo de miedo…
Los pórticos son de oro. Los Rolls Royce de oro. La villa de oro. Y dentro, los huevos de oro. Esta noche seré un poco más rica. Por lo visto, me llevaré un pequeño extra. Eso sí, tendré que hacer un servicio completo: el jeque tiene invitados.
La fiesta alcanza su clímax. En realidad, no hay nada nuevo. Bailan por todas partes: encima de las mesas, al borde de la piscina, sobre los jeques… Unos comen, otros beben, ellas se la chupan. El bufé es una pasada; la orquesta, desmelenada; las chicas, también. Los jeques se lo pasan fenomenal.
Y, de repente, todo se viene abajo.
La policía asedia la villa; los agentes aparecen de la nada. Corremos en todas direcciones, gritamos, nos escondemos. No hay escapatoria, estamos atrapados. Todas las salidas han sido cortadas. Los jeques están muy tranquilos. El dinero tranquiliza mucho. El mío se lleva aparte al jefe de la gendarmería. Estrechan las manos. ¡Uf, vamos a salir de esta! ¡Qué poco ha faltado! Estaba segura de que mi jeque no me abandonaría; uno no abandona a su mujer, aunque solo sea una mujer de paso. Eso dijo él mismo. Y vamos, me lo debe. Le he dejado hacerme de todo.
Las siete de la mañana. El avión de los jeques despega. Sin nosotras. A las putas nos llevan a la cárcel. Tengo frío.
—Tú, Jbara Aït Goumbra, te condenamos a tres años de cárcel por prostitución ilegal.
Estoy recluida. En Taria. Me han privado de mis derechos. Nunca los he tenido, pero ahora es oficial. Somos veinticinco en la celda. Hay de todo: locas, mendigas, drogatas y tres o cuatro buenas mujeres. Me coloco en una esquina con las simpáticas. Empezamos a contarnos historias. Una vez en la mierda, la gente no tarda en hacer buenas migas.
Todas estamos aquí por lo mismo, pero nos andamos con rodeos. Nadie lo confiesa todo. No decimos, por ejemplo, que estamos aquí por putas. Hay incluso una que afirma ser virgen. ¡Mentira! En toda la celda, no hay ni una. Y si la hubiese, podríamos decir que la vida le ha dado bien por el culo, así que estamos en las mismas…
Mi amiga Latifa conocía un par de versos del Corán y, cuando los clientes escaseaban en Monte Casino, se hacía pasar por una devota. Repetía sin cesar:
—Reza por aquel que ha sido injusto contigo porque te ha hecho un favor. No puedes comprenderlo todavía, pero te ha hecho un favor y se ha perjudicado a sí mismo.
De acuerdo, Alá, rezaré por el jeque. Voy a rezar con todas mis fuerzas, desde lo más hondo de mi alma. Voy a rezar hasta que no me queden fuerzas, día y noche, con toda mi alma… para que ese hijo de la gran puta muera de una enfermedad larga y dolorosa, para que se vacíe por el culo, para que se le infecten todos los pelos del cuerpo, para que contraiga un eczema purulento en la punta del rabo y sida en el corazón. Voy a rezar para que lo pase tan mal como yo. Da igual que no me haga sentir mejor, mientras él esté fatal. Alá, ¿cómo puedes esperar que seamos buenos y puros? ¿Nosotros, los débiles? ¿Cómo puedo rezar por aquel que me ha cagado encima a sabiendas de que necesitaba su pasta? ¿Cómo puede ser que con esa injusticia me estuviese haciendo un favor? Por más que busco, no… No encuentro nada sino un hedor a mierda indeleble sobre mi piel que se hace notar cada vez que las cosas van un poco mejor, que me obliga a vaciarme el frasco de perfume encima incluso recién salida de la ducha.
No, Alá, no puedo rezar por los que me han hecho daño. No lo haré porque, si lo hiciese, sabrías que estoy fingiendo. Y nunca en mi vida he fingido. ¿Qué sentido tendría, si Tú lo ves todo? A veces, me gustaría sufrir un accidente. No quiero morir, pero sí perder la memoria. Así olvidaría todo lo que me pesa, todo lo que no me deja nunca en paz, lo que me impide llenar mis pulmones de aire, lo que me impide reír mostrando todos mis dientes. No puedo seguirte en esto, Alá. Me es imposible rezar por ellos. Y, además, no tendría tiempo; son demasiado numerosos. Que se vayan a tomar por culo.
De hecho, Alá, creo que lo que más me duele es haberte infligido esto. Lo has visto todo, y solo pensarlo me produce náuseas. Cierro los ojos de vergüenza. Mi cuerpo ha tenido que superar muchas pruebas, y estoy preparada para afrontar las que vengan, pero esto… Esto me supera. Así que está decidido, jamás rezaré por Miloud, ni por mi padre, ni por Abdelkrim, ni por Brouno, el comercial de aspiradoras, ni por Mansour, el jeque, ni por los demás. Rezaré por mí. Y punto.
A tomar por culo la vida.
Han pasado dos meses. No he rezado desde entonces. Esta vez, Alá la paga conmigo. No porque esté en prisión, sino porque no supe verlo, ni oírlo, ni mucho menos escucharlo. He pasado demasiado tiempo mirándome el ombligo y no vi que un hombre estaba dispuesto a amarme. A amarme, sin más. Como Dios manda. Con amor y sentimientos. Y el dictamen de Dios no se hizo esperar; el castigo fue inmediato. Ocurrió la misma noche. Si no es una prueba de su existencia…
Perdóname, Alá.
Sé que estás disgustado conmigo y te pido perdón. Elegí y me equivoqué. Estoy en la cárcel. Hasta aquí todo lógico. Ni me acuerdo de la mirada de Abdelatif, solo de sus hombreras demasiado grandes. Aquella noche ni siquiera lo consideré porque era pobre y yo quería un rico. Ahora no tengo ni al rico ni al pobre. Ni siquiera estoy segura de tenerme a mí misma. Cuando la nada llama al infinito, la línea siempre está ocupada. Alá, responde, te lo suplico.
Han pasado seis meses. He adelgazado. He envejecido. Estoy resabiada. Ya no hablo con Alá. Él no quiere. Quizás deba insistir un poco.
En la celda hay una loca. Se llama Zoubida. Es toda una camorrista. Es tan mala que me pone los pelos de punta. Siempre evito su mirada porque es capaz de darte una bofetada por menos. Esta noche, se planta frente al pequeño espejo del cagadero reventándose los granos. Tiene la cara cubierta por millones de pústulas bien generosas y listas para reventar. Luego enjuaga el espejo con la mano y empieza de nuevo. No acaba nunca.
—Oye, Zoubida. Si quieres, conozco un truco súper eficaz contra los granos de la cara. Es la leche.
—¿Qué?
—Coges un pimiento verde, lo cortas por la mitad y te lo restriegas por la cara antes de irte a dormir.
Primero me mira como si estuviese a punto de partirme la boca; pero acaba retomando su carnicería facial.
—¿Cómo lo sabes? —me pregunta mi amiga Bouchra.
—Lo oí en el programa de Mouhfida Ben Abess, en la radio. Se lo oí decir y funciona.
—¡Vaya!
Son las siete de la tarde. Al regresar del comedor, cada una toma asiento en su esquina y se pone a charlar. Para matar el tiempo antes de que llegue el momento de acostarnos, hablamos sobre lo que haremos cuando salgamos de aquí. Por supuesto, son nuestras ilusiones más disparatadas. Porque sabemos perfectamente que cuando salgamos de aquí, no pasará mucho tiempo hasta que regresemos. Yo solo quiero tranquilidad. Y ovejas. Nada de hombres. O tal vez sí, pero después de un tiempo. Porque…
—¡Aaahhahhahhaaahhah! ¡Zorra! ¡Voy a matarte!
Es Zoubida. Unas chicas la sujetan. Parece que es a mí a quien se dirige. Tiene el rostro al rojo vivo, los ojos llenos de lágrimas y la nariz ensangrentada. Ups, habrá sufrido una reacción alérgica. Y no pinta muy bien. Las carceleras se apresuran hacia la celda y la reducen.
—¡Es culpa tuya, zorra!
—Pero, Zoubida, ¿es que te restregaste los ojos?
—¿Acaso me dijiste que no lo hiciese, so puta?
Zoubida está más calmada pero no deja de lanzarme amenazas desde lejos. Se anda con cuidado porque las carceleras están pendientes. A veces nos golpean. Yo permanezco junto a mis amigas y cotorreamos en voz baja.
—Joder, menos mal que no se ha restregado el culo…
Y con eso, estallamos en carcajadas. Creo que fue lo que más enfureció a Zoubida.
Al día siguiente, nos toca jornada de faena. Estoy cepillando los cagaderos. Mi amiga Bouchra se encarga de las duchas. Alguien me da un golpecito en el hombro; me doy la vuelta.
No sé lo que sucedió a continuación. Descanso en una camilla de la enfermería de la cárcel. Me ha destrozado. Dice que no debería haberme reído de ella. La muy puta me ha roto dos dientes. Se acabó Sherezade. Aprovecho mi estado para probar suerte con una oración. Me digo que Alá se apiadará de mí, que hoy me responderá. Te he echado de menos, Alá. Como podrás ver, estoy en la cárcel y he perdido dos dientes. Aparte de eso, nada especial. Aquí estoy y ya veremos qué sucede mañana.
Buenas noches, Alá.
Tan solo dos años y medio más. Nada que señalar. El aislamiento, la locura, la mierda… Es aquí donde una aprende que no tiene nada que perder. Algunas retoman el camino de la fe, otras se extravían para siempre.
Tafafilt no estaba tan mal. Pero solo ahora me doy cuenta.