9

Alá, te pido perdón por haberla pagado contigo antes. No quiero ser de esas personas que disfrutan culpándote de sus males. Los hombres lo hacen constantemente. En lugar de mover el culo, esperan que Tú lo muevas por ellos. Un día, cuando era pequeña, un médico de la gran ciudad y su equipo pasaron por Tafafilt. Al ver que mi hermana pequeña bizqueaba, propusieron hacerle un examen ocular y facilitarle unas gafas. Pedían unos 100 dinares en total. Pues mi padre prefirió llevarla a ver el fkih. Se pusieron a rezar juntos para que mi hermana recuperase la vista. Inch’Allah[24] decía el fkih

¡Pues claro que Alá quiere! ¿Cómo no va a querer, joder?

Inch’Allah es una palabra magnífica, lo digo de corazón. Es como el rayo de luz que me enseña que todo es posible. Un ligero puntapié que me despierta cuando pierdo la esperanza… Como si Alá me dijera: «Aún no he tomado una decisión, así que levántate y ya verás lo que pasa». Sé que aunque la decisión final te corresponde a Ti, Alá, me toca a mí escalar la montaña. Incluso si las nubes me impiden ver la cima. Los holgazanes se toman el Inch’Allah al pie de la letra: les es más cómodo asumir que la decisión solo te incumbe a Ti. ¡Si todo se va a la mierda es porque Alá lo ha querido así! Es la voluntad de Alá. Vamos a ver, ¡nada se consigue con el culo pegado al colchón, padre! ¡Ojalá un día te levantes, padre! Inch’Allah.

Mi hermana ya ha perdido un ojo. Lo más probable es que también pierda el otro. En mi opinión, es injusto, Alá, doblemente injusto, diría yo. Las gafas y los medicamentos llamaron a su puerta, ¡pero ellos prefirieron pedirte que te encargaras de curarla! Que la sanases. Los odio por eso. Odio a todos los que se desgañitan diciendo que eres el más grande, que te quieren por encima de todo cuando, en realidad, no hacen otra cosa que secuestrarte.

Tengo ganas de decirles: «Dejad de caminar alrededor de la Kaaba[25], y caminad alrededor del mundo. Caminad alrededor de los demás, ¡alrededor de vosotros mismos!».

Perdóname, Alá. Sé que es importante caminar alrededor de la Kaaba. Pero estarás de acuerdo conmigo en que hay otras cosas más importantes aún… No voy a comparar lo incomparable, pero cuando te duelen los ojos o tienes cáncer, antes de acudir a la Kaaba o a casa del fkih, vas al médico. Y lo mismo vale para muchas otras cosas. Para todas las cosas de la vida, de hecho.

No soporto a la gente que culpa a los demás de sus males ni mucho menos a los que te culpan a Ti, el Glorioso; a Ti, el Misericordioso; a Ti, el Grande. Yo jamás te culparé de nada, Alá. Jamás. Yo te quiero, pero no porque te tema. Te quiero y punto. De otro modo, no estaríamos hablando de amor sino de una especie de contrato. Te quiero y no sé si te temo. Desconozco si eso, en el fondo, importa. El amor vale más que el temor. Jamás me has abandonado. Bueno, un poco. Pero solo para que encuentre mi camino. Y yo voy a buscarlo como una mujer hecha y derecha.

Gracias, Alá. Estoy exhausta. Y te pido perdón por lo enrevesado del discurso.

No voy a quedarme de brazos cruzados. No digo que haya elegido el mejor camino para evitar tal cosa. Pero, al menos, me enorgullezco de mí misma porque sé que jamás me tragaré el cuento de que el pelo del profeta descansa en el interior de una cajita dorada. No es un paso enorme, pero es un paso al fin y al cabo. Mi paso.

He vuelto a Masmara. Me preparo. Rebusco en mi maleta Dior. Me miro al espejo, ¡qué guapa estoy esta noche! Incluso antes, ya tenía una cara bonita. Gracias, Alá, por esta belleza cuya existencia ignoraba cuando era pobre.

Los hombres me miran y no solamente a los ojos. Cuando arqueo la espalda, babean; cuando les señalo, tragan saliva; y, cuando asiento con la cabeza, desaparecemos juntos. Me deslizo por la barra, y ellos imaginan que es su sexo: la acaricio de arriba abajo, y ellos me desean de abajo a arriba. Y yo disfruto. En casa, no puedo evitar observar mi reflejo en el espejo oxidado; me gusta lo que veo. Ya no puedo obviar mi belleza; tengo ganas de recuperar todos esos años que pasé sin ser consciente de ella. Esta noche estoy guapísima. ¡Qué gustazo! Es una sensación casi tan placentera como la de saborear un Raïbi Jamila. Casi. Porque no hay nada mejor en el mundo. Aparte de lo que me hizo el Sidi Mohamed, claro está. Yo diría que ambas sensaciones están a la par…

Alguien llama a la puerta. Qué raro. «¿Quién es?», pregunto. Un hombre responde:

—Abdelatif.

Abro. No puedo creerlo. Ahí está. ¿A qué habrá venido? Abdelatif me cae bien, pero forma parte de mi pasado, de mi vida de criada. De la vida de Jbara. ¿Qué querrá de mí ahora que soy Sherezade?

Lleva puesto un traje. Se ha afeitado. No se le ve muy cómodo. Me mira con atención. Es obvio que a él también le parezco guapa. Siempre le he parecido guapa. Incluso cuando no era más que una chacha, él sabía que bajo mi pañuelo se escondían unos rasgos y unos ojos bonitos. Lo cierto es que las miradas que me lanzaba día tras día me dieron mucha confianza. Por eso me cae tan bien. Abdelatif es un buen tipo que siempre ha sido amable conmigo. El único, por aquel entonces. Y por eso jamás lo olvidaré. Lo que pasa es que me pilla en un mal momento: debo irme. El jeque da una fiesta en su casa.

—Buenas noches, Abdelatif.

—Buenas noches, Jbara. ¡Qué guapa estás!

Yo me echo a reír y le pregunto:

—¿Qué te ha dado?… Bueno, gracias… Pero ¿qué haces aquí?

Saca algo de una bolsa que lleva en la mano y me lo da. Habla mientras yo desenvuelvo el papel de periódico:

—No quería venir antes de terminar de pagarla. Te quiero y deseo que seas mi esposa, Jbara. Me importa un bledo lo que hagas o lo que hayas hecho en el pasado. Quiero casarme contigo e Inch’Allah, poco a poco llegaremos a construir una familia.

Mientras me habla, descubro un magnífico cinturón de oro, el equivalente al anillo de compromiso en Occidente. El cinturón de oro es una pieza muy simbólica. Se le llama: «m’damma».

—Abdelatif, soy puta. Mereces algo mejor. Eres un buen hombre y yo una puta. Lo sabes.

—No eres ninguna puta. Para mí no hay nadie más que tú. Nunca hubo otra. Quiero hacerte feliz y, además, Dios perdona a todos aquellos que se arrepienten.

Estoy asistiendo a un episodio increíble de mi vida. Un hombre me mira a los ojos y me pide que sea su esposa. ¡Su esposa! ¿Quién lo habría dicho? Miloud no daría crédito si estuviese presente. ¡Pues sí que he progresado, Dios mío! Acaban de decirme «te quiero». Con amor y todo… Y con cinturón de oro…

Pero se trata de Abdelatif, el jardinero, y yo soy la favorita de un jeque. No puedo dar marcha atrás. No puedo. Jamás olvidaré que he sido chacha, pero prefiero no recordar. Y Abdelatif me lo recuerda demasiado. Además, no estoy enamorada de él. Ni siquiera sé lo que es estar enamorada. Bueno, es difícil decirlo. Aunque lo dudo.

—Abdelatif, por ahora no tengo intención de arrepentirme… Ya me sinceraré con Dios cuando llegue el momento.

Le devuelvo el cinturón. Él lo acepta sin insistir. El traje le queda demasiado grande: es muy ancho y las hombreras quedan algo caídas. La tela brilla, es de mala calidad. Por un instante, me digo que merezco algo mejor. Es horrible, lo sé, pero es eso lo que me pasa por la cabeza.

Me parece que es la primera cosa realmente mala que he hecho en mi vida. Es un pensamiento horrible, pero sigue siendo mío. Creo que pensar semejante cosa es peor que hacer la calle. Espero que no me haya leído el pensamiento.

Se da media vuelta y se va. He sido muy clara. Ya no tiene esperanza, es obvio.

—Adiós, Jbara.

Tengo ganas de gritarle: ¡Es Sherezade! Pero no sabe, pobre, que ya no soy Jbara.

—Adiós, Abdelatif.

Termino de maquillarme, me pongo la minifalda, el corsé y el famoso tanga de perlas que, desde que voy depilada, ha dejado de hacerme daño. Las perlas me rozan los muslos provocándome un repentino cosquilleo. Es el tanga favorito del jeque; esta noche lo va a pasar en grande. Y yo voy a cobrarle bien. Tengo que pensar en el futuro. El futuro se acerca a pasos agigantados. Debo ser previsora, ahorrar más. He de tenerlo en mente.

Suena el claxon del Mercedes; bajo la escalera corriendo. Me espera una gran noche.

Ya pensaré más tarde. Cuando vuelva de la fiesta.