Entre el terror va filtrándose la ley. —Los «tres procedimientos»
A los dos días de los sucesos comenzaron a presentarse algunos hombres ateridos y en estado de depauperación y de hambre. Lo hacían en Medina Sidonia o en la carretera de Casas Viejas. Al pueblo no se atrevían a volver, porque creían que continuaban en él los guardias de asalto. La mayor parte habían huido sin armas, y los que llevaban escopeta o pistola carecían casi siempre de municiones. La sensación de triunfo entre los propietarios de Medina Sidonia era la misma de Casas Viejas; pero con cierta desahogada impresión de irresponsabilidad.
En un grupo de propietarios de Medina, con los que estábamos hablando, alguien dio una noticia de las que constantemente llegaban:
—¿Sabéis que se ha presentado «el Gitano»? Va hecho unos sorros.
Rieron. Yo pregunté quién era «el Gitano», y me dijeron:
—Na. Un pobre imbesi.
Volvieron a reír, y mi informador añadió:
—Creo que su madre se ha muerto.
—¿Sí? —preguntaron.
—Sí. De la impresión.
Al decirlo hacía con la mano el gesto de pegar. Debía tener gracia el eufemismo, porque todos rompieron a reír.
Para ver a los presos que estaban en Medina eran necesarios tres permisos, porque dependían de tres jurisdicciones, según decía muy satisfecho uno de esos señores. Los otros le preguntaron qué jurisdicciones eran, y respondió —como ya dijimos al principio— que sobre cada uno pesaba «la ordinaria», «la milita» y «la trinca». La trinca era, según decían, «lo gubernativo».
Aunque parecía una broma de mal gusto, era verdad. Había que conseguir permisos del gobernador o el alcalde —este no se atrevía a darlos—, del juez militar y del civil. Cada uno de estos se disculpaba con el otro. Tampoco el gobernador —con quién habíamos coincidido en la fonda— quiso darlo, excusándose con los jueces. Habíamos hablado de los sucesos. El gobernador no creía que el hambre en aquella zona fuera la única determinante. No creía en el hambre. Bien es verdad que acababa de levantarse de la mesa y que en aquella fonda no se come mal.
La ley se iba infiltrando, a través del terror, en toda la comarca. Una vez más aparecían los hechos confirmando esa impresión del sistema feudal de la economía y, por lo tanto, de la vida entera de Andalucía, donde las autoridades republicanas burguesas están al servicio de los viejos señores y son sus fieles esclavos. En el caso de Casas Viejas, actuaron como simples verdugos a las órdenes de los terratenientes. Las cuestiones se plantean directa y desnudamente entre capital y trabajo. No entre capital burgués democrático y liberal, que hace concesiones, ni entre obreros acostumbrados al jornal y a un nivel decoroso de vida, sino entre el señor omnipotente y la masa hambrienta y desesperada. Por primera vez va a entrar en una contienda de este género un factor nuevo: la justicia republicana, creada y aprobada por los socialistas. Los Códigos votados por las Cortes. Bien es verdad que la subsistencia de esos tres «procedimientos» hace que sobre cada uno de los procesados pesen todas las violencias incomprensivas y vengativas de la vieja justicia feudal, porque si el civil no acepta la pena de muerte, en cambio la acepta el militar, y no hay ningún detenido que no esté sometido a los dos. La justicia «socialista» y burguesa se ha encarado con los hechos con el viejo criterio medieval de horca y cuchillo.
Un dato tristemente pintoresco figura entre nuestras notas. Nos lo facilitaron los mismos terratenientes que hablaban de los «tres procedimientos». Uno de los campesinos que huyeron al campo se presentó a una pareja de la Guardia civil, en la carretera, enseñándoles, a una distancia respetable, una pistola. Le conminaron con disparar si no la arrojaba, y el campesino obedeció, tirándola al suelo. La recogió la Guardia civil y lo detuvo. Al preguntarle por el arma, dijo que se la había facilitado un compañero, cuyo nombre dio. Preguntado este, dio a su vez el nombre de otro. La cadena fue alargándose. Según nuestros informadores, hay dieciocho procesados por esa pistola. El último resultó que se la había robado al dueño de un cortijo. Este no ha sido procesado. Hemos averiguado, sin extrañarnos, naturalmente, que en el desarme general del pueblo de Casas Viejas no entraron los propietarios.