Las corridas de patos

En los días de San Juan, de San Pedro y Santiago, grupos de hombres a caballo recorrían las calles de la ciudad, se detenían por las calles de los barrios, corrían de dos en dos y se entretenían en tirar de la cabeza de un pato hasta arrancársela y luego se reunían los hombre de a caballo a pelearlo. El más fuerte lo arrancaba de manos de los otros y salía corriendo, seguido de los demás. Estas diversiones eran sobremanera peligrosas. Un honrado propietario, Crisanto Callejas, se estrelló en la carrera contra los antiguos bastiones de la Iglesia de San Francisco y se rompió un brazo. Santos Valencia cayó cerca de la llamada Pila Seca, en la calle de Mejicanos: los demás hombres de a caballo pasaron sobre él. Lo propio hicieron con José María Angulo y no eran pocos los que quedaban permanentemente impedidos de un brazo o de una pierna. Manuel Salazar T. tuvo un terrible encuentro con un hombre de a caballo y se le rompió la cara contra las gradas del portal, hoy de Sagrera. Razones poderosas tuvo pues la autoridad para prohibir las corridas de patos, costumbre que ya no se avenía con el grado de civilización alcanzada.