39
Degarmo se separó del muro y sonrió vagamente. Su mano derecha hizo un rápido y limpio movimiento y apareció en ella una pistola. La sostenía con la muñeca floja, apuntando al suelo, a su frente. Me habló, pero sin dirigir su mirada hacia mí.
—No creo que usted tenga un arma —dijo—. Patton tiene una, pero pienso que no es capaz de sacarla con la ligereza necesaria como para que le sirva de algo. Quizá usted tiene alguna prueba que confirme esa última sospecha. ¿O no lo considera suficientemente importante como para molestarse con ese asunto?
—Una pequeña prueba —dije—. No gran cosa. Pero crecerá. Alguien estuvo oculto detrás de esa cortina verde más de media hora, y actuó tan silenciosamente como sólo un policía muy avezado es capaz de hacerlo. Alguien tenía una cachiporra. Alguien que sabía que me habían golpeado en la parte posterior de la cabeza. Usted se lo dijo a Shorty, ¿recuerda? Alguien que sabía que la muchacha muerta había sido golpeada también, a pesar de que el golpe no era muy visible y de que el cuerpo no había sido movido lo suficientemente como para descubrirlo. Alguien que la desnudó y que la arañó el cuerpo en la forma en que lo hubiera hecho con el sádico odio que puede sentir usted por una mujer que le ha convertido la vida en un infierno. Alguien que tiene sangre y piel en este mismo momento bajo las uñas, en cantidad suficiente como para ser analizadas e identificadas. Le apuesto a que no deja que Patton mire bajo las uñas de su mano derecha, Degarmo.
Degarmo levantó la pistola y sonrió. Su sonrisa era amplia y abierta.
—¿Puede decirme qué hice yo para saber dónde encontrarla? —preguntó.
—Almore la vio… saliendo o entrando de casa de Lavery. Eso fue lo que le puso tan nervioso, la causa por la cual le llamó a usted cuando me vio en los alrededores de su casa. En cuanto a la forma en que usted la descubrió o de cómo le siguió la pista hasta su apartamento, no lo sé. No creo que sea difícil averiguarlo. Usted puede haberse escondido en la casa de Almore y haberla seguido, o puede haber seguido a Lavery. Ese es un trabajo de rutina para un policía.
Degarmo asintió y se quedó en silencio por un momento pensando. Su cara estaba contraída, pero en sus metálicos ojos azules se veía una luminosidad que era casi un signo de diversión. Hacía calor en la habitación y la atmósfera estaba pesada; flotaba en ella la sensación de un desastre que no podría ser evitado ya. Degarmo parecía sentirlo en forma mucho menos pronunciada que cualquiera de nosotros.
—Quiero salir de aquí —dijo por último—. No muy lejos, quizá, pero ningún tonto policía rural ha de ponerme la mano encima. ¿Alguna objeción?
Patton dijo suavemente:
—Eso no puede hacerse, hijo. Usted sabe que tengo que detenerle. Nada de esto ha sido probado, pero de cualquier manera yo no puedo dejarle marchar.
—Usted ofrece un buen blanco, Patton. Soy buen tirador. ¿Como se imagina que podrá detenerme?
—He estado tratando de imaginarlo —dijo Patton, mientras se pasaba los dedos por entre el pelo que asomaba por debajo del sombrero echado sobre la nuca—. No he llegado a resolverlo aún. No quiero ningún agujero en el vientre, pero tampoco puedo dejar que me convierta en el hazmerreír de toda la población.
—Déjelo ir —dije a Patton—. No podrá escapar de estas montañas. Por eso le he traído aquí.
Patton dijo sobriamente:
—Pueden herir a alguien si tratan de apresarlo. Eso no estaría bien. Si alguien tiene que correr ese riesgo, debo ser yo.
Degarmo hizo una mueca de burla.
—Usted es un buen muchacho, Patton —dijo—. Mire, yo pondré el arma de nuevo debajo del brazo y estaremos en igualdad de condiciones. Soy bastante bueno como para eso también.
Colocó de nuevo la pistola en la funda debajo de la axila, y quedó allí, de pie, los brazos colgando, su mentón un poco hacia adelante, atento. Patton masticaba lentamente, sus pálidos ojos clavados en los metálicos y azulados ojos de Degarmo.
—Estoy sentado —se quejó—. Yo no soy tan rápido como usted, ni mucho menos. Tampoco quiero parecer un cobarde —me miró tristemente—. ¿Por qué diablos se le ocurrió traerle aquí? Esto no tenía por qué venir a sumarse a mis problemas. Vea ahora en el aprieto que me encuentro —su voz sonaba dolorida, confusa y débil.
Degarmo echó la cabeza hacia atrás y lanzó una estruendosa carcajada. Al mismo tiempo su mano derecha saltó en busca de la pistola.
No vi que Patton hiciera movimiento alguno; sin embargo, la habitación retembló con el estruendoso rugido de su Colt.
El brazo de Degarmo saltó hacia un lado limpiamente y su Smith Wesson voló de la mano para ir a chocar estrepitosamente contra el nudoso suelo de pino. Degarmo sacudió la mano dormida, mirándola con una expresión de tremendo asombro.
Patton se puso de pie lentamente. Cruzó la habitación y dio un puntapié al arma, que fue a parar debajo de una silla. Miró con tristeza a Degarmo, quien estaba chupando un poco de sangre de sus nudillos.
—Usted me dio una ocasión —dijo con tristeza—. No debió de permitirse nunca el lujo de dar ventaja a un hombre como yo. He sido tirador más años de los que tiene usted de vida, hijo.
Degarmo se irguió y comenzó a marchar hacia la puerta.
—No haga eso —dijo calmosamente Patton.
Degarmo continuó marchando. Llegó hasta la puerta y levantó la cortina. Se volvió para mirar a Patton. Su cara estaba muy blanca ahora.
—Voy a salir de aquí —dijo—. Hay una sola forma en que puede evitarlo usted. Hasta la vista, gordo.
Patton no movió ni un músculo.
Degarmo cruzó la puerta. Sus pies producían un pesado ruido en el piso del porche y luego en los escalones. Fui hasta la ventana y miré hacia fuera. Patton aún no se había movido. Degarmo terminó de bajar los escalones y comenzó a cruzar la pequeña represa.
—Está cruzando la represa —dije—. ¿Tiene Andy una pistola?
—No creo que llegara a usarla si la tuviera —dijo Patton calmosamente—. No tiene razón alguna para hacerlo.
—¡Bueno, que me aspen! —dije.
Patton suspiró.
No debió de haberme dado una oportunidad como ésa —dijo—. Me dejó frío. Ahora tengo que dársela yo. Creo que es inútil. No le servirá de mucho.
—Es un asesino —dije.
—No esa clase de asesino —dijo Patton—. ¿Dejó cerrado su coche con llave?
Asentí.
—Andy está bajando hacia el otro extremo de la represa; Degarmo le ha detenido y está hablando con él —exclamé.
—Tomará el coche de Andy, quizás —dijo tristemente Patton.
—¡Qué me aspen! —volví a repetir—. Dirigí la mirada hacia Kingsley. Tenía la cabeza entre las manos y su mirada en el piso. Volví a mirar por la ventana. Degarmo se había perdido de vista detrás de la loma.
Andy estaba a mitad de camino sobre la represa, marchando lentamente, y mirando hacia atrás de vez en cuando. El ruido de un coche que se ponía en marcha llegó claramente hasta nosotros. Andy miró hacia la cabaña, luego se volvió y comenzó a correr volviéndose atrás.
El ruido del motor se perdió a lo lejos. Cuando ya no se podía oír, Patton dijo:
—Bueno, sospecho que tendremos que volver a la oficina y hacer algunas llamadas telefónicas.
Kingsley se levantó súbitamente, fue hasta la cocina y regresó con una botella de whisky. Se sirvió un buen trago que tomó allí, de pie. Agitó una mano señalándomela y salió pesadamente de la habitación. Sentí crujir los resortes de una silla.
Salimos calladamente de la cabaña.