23
El Rosemore Arms era un sombrío conjunto de ladrillos rojo oscuro, apilados alrededor de un inmenso patio. Tenía un vestíbulo tapizado, plantas tubulares, un aburrido canario en una jaula tan grande como una casilla para perros, un olor a polvo de alfombras viejas y el persistente perfume de las gardenias que alguna vez adornaran el lugar.
Los Grayson estaban en el quinto piso, al frente, en el ala que daba al Norte. Estaban sentados juntos, en una habitación que parecía haber sido mantenida deliberadamente sin cambios desde hacía veinte años. Tenía grandes muebles con herrajes de bronce en cantidad varias veces superior a la necesaria, un tremendo espejo de pared con marco dorado, una mesa recubierta de mármol al lado de la ventana, de la que colgaban cortinajes de color rojo oscuro en graciosos pliegues. La habitación olía a tabaco, y, un poco menos pronunciadamente, a chuletas de cordero y brócolis de la comida.
La mujer de Grayson era más bien gruesa. Sus grandes ojos azules habían perdido algo de su color primitivo, y se veían ahora un poco protuberantes detrás de los cristales de sus gafas. Su pelo era blanco. Estaba sentada remendando calcetines, sus pies apenas le llegaban al suelo, con una gran canasta de mimbre para costuras en la falda.
Grayson era alto, robusto, de rostro amarillento, hombros rectos, tupidas cejas y desprovisto casi completamente de mentón. La parte superior del rostro era la de un hombre de negocios, la inferior se limitaba sólo a decirnos: ¡Mucho gusto! o ¡Adiós! Usaba lentes bifocales y había estado hasta ahora recorriendo atentamente el periódico de la tarde. Yo lo había localizado en la guía de la ciudad. Era un empleado y lo pregonaba cada pulgada de su humanidad. Tenía hasta tinta en los dedos y cuatro afilados lápices sobresalían del bolsillo superior de la chaqueta.
Leyó cuidadosamente mi tarjeta por enésima vez y me estudió de arriba abajo antes de decir lentamente:
—¿Para qué quiere usted verme, señor Marlowe?
—Estoy interesado en un sujeto de nombre Lavery. Vive frente a la casa del doctor Almore, con quien estaba casada su hija. Ese Lavery era el hombre que encontró a su hija la noche que ella… murió.
Ambos pararon las orejas como dos perros de caza cuando, deliberadamente, yo vacilé antes de pronunciar la última palabra. Grayson miró a su esposa y ella negó con la cabeza.
—No tenemos interés en hablar acerca de eso —dijo Grayson con prontitud—, es demasiado doloroso para nosotros.
Esperé un momento, acompañándolos en su expresión de tristeza.
Luego les dije:
—No puedo criticarles por eso. Tampoco era mi deseo ponerles en situación de que lo hicieran. Lo único que deseaba era entrar en contacto con el hombre que ustedes contrataron para investigar —se miraron el uno al otro nuevamente. Ella no sacudió la cabeza esta vez.
Grayson preguntó:
—¿Por qué?
—Es mejor que le cuente a usted un poco de mi historia.
Les relaté cuál había sido el motivo por el que me contrataron, sin mencionar el nombre de Kingsley. Les conté del incidente con Degarmo frente a la casa de Almore el día anterior. Ellos volvieron a parar las orejas ante esto.
Grayson dijo bruscamente:
—¿Debemos comprender que usted era un desconocido para el doctor Almore, que nunca había tenido contacto con él en ninguna forma, y que sin embargo, él llamó a un oficial de policía sólo por el hecho de que usted estaba frente a su casa?
—Exactamente. Había estado allí por lo menos una hora. Es decir, mi coche había estado.
—Eso es muy curioso —dijo Grayson.
—Yo diría que es un individuo muy nervioso —dije—. Y Degarmo me preguntó si eran los padres de ella, o sea ustedes, quienes me habían contratado. Parecía como si él se sintiera a salvo todavía.
—¿A salvo de qué?
No me miró mientras hacía la pregunta. Encendió su pipa con toda parsimonia, apretó luego el tabaco con el extremo de un grueso lápiz de metal y volvió luego a encenderla.
Me encogí de hombros sin responderle. Me dirigió una rápida mirada y desvió la vista. La señora Grayson no me miró en ningún momento, pero las aletas de su nariz temblaron perceptiblemente.
—¿Cómo pudo saber él quién era usted? —preguntó súbitamente Grayson.
—Tomó nota de la matrícula de mi coche, llamó al Automóvil Club, y buscó mi nombre en la guía telefónica. Por lo menos, eso es cuanto hubiera hecho yo y lo que pude deducir a través de la ventana, de acuerdo con los movimientos que hacía.
—De manera que él tiene a la policía trabajando de su lado —dijo Grayson.
—No necesariamente. Si ellos cometieron esa vez una equivocación, no querrán que ahora salga a la luz.
—¡Equivocación! —se echó a reír histéricamente.
—Está bien —le dije—. El tema es verdaderamente doloroso, pero no lo será más por el hecho de que lo refresquemos un poco. Ustedes han pensado siempre que él la asesinó; ¿no es cierto? Esa fue la causa por la que contrataron a ese detective.
La señora Grayson levantó sus inquietos ojos, bajó nuevamente la cabeza y se puso a arrollar otro par de medias. Grayson no dijo nada.
—Allí había pruebas —dijo Grayson amargamente, y con una voz que se había puesto sorprendentemente clara, como si se hubiera decidido a hablar, después de todo—. Debía haberlas habido. Se nos ha dicho que las hubo, pero nunca pudimos conocerlas. La policía tuvo buen cuidado en eso.
—He oído que ese detective fue arrestado por conducir en estado de ebriedad.
—Lo que ha oído es cierto.
—Pero ¿nunca llegó a decirles lo que había descubierto?
—No.
—No me gusta eso —les dije—. Suena un poco como si ese individuo dudara entre usar en beneficio de ustedes la información adquirida o guardársela y sacarle algo de dinero al doctor Almore.
Grayson volvió a mirar a su esposa. Ella dijo suavemente:
—El señor Talley no me causó la impresión de ser capaz de hacer una cosa semejante. Era un hombre tranquilo y modesto. Pero uno no puede estar nunca seguro de su juicio, lo sé muy bien.
Les dije:
—De manera que se llama Talley. Esa era una de las cosas que tenía la esperanza de que ustedes me dijeran.
—¿Y cuáles eran las otras? —preguntó Grayson.
—Cómo puedo hacer para encontrar a Talley… y qué ocurrió para despertar las sospechas en las mentes de ustedes. Debe de haber ocurrido algo allí, o no habrían contratado a Talley, a menos que éste les hubiera mostrado pruebas de que poseía evidencias…
Grayson se sonrió levemente. Se llevó la mano al mentón y lo acarició con un dedo largo y amarillo.
La señora Grayson dijo:
—Estupefacientes.
—Ella ha querido significar exactamente lo que ha dicho —dijo Grayson en forma repentina, como si la sola palabra hubiera sido la luz de tránsito cambiando a verde y dándole paso—. Almore era, y sin ninguna duda lo sigue siendo, un médico que utiliza drogas. Nuestra hija no nos dejó dudas al respeto. A él eso no le gustó nada.
—¿Qué es, exactamente, lo que quiso decir con eso de un médico que utiliza drogas señor Grayson?
—Quiero decir que es un médico cuya principal actividad está dirigida a atender a personas que están viviendo permanentemente al borde del colapso nervioso, producto de la disipación y la bebida. Personas a quienes se les debe estar administrando sedantes y narcóticos a cada momento.
El punto crucial aparece cuando se llega a una etapa en la cual ningún médico decente acepta seguir tratándolas más, si no es en un sanatorio. El doctor Almore no era uno de ésos. El seguía haciéndolo tanto tiempo como se le pagara, mientras el paciente siguiera con vida y aparentemente sano, aun cuando llegara a convertirse en un incurable adicto a las drogas durante todo ese proceso. Una práctica muy lucrativa —dijo sencillamente—, y también peligrosa para el doctor.
—No hay ninguna duda de eso —le dije—. Pero también hay en ello un montón de dinero. ¿Conoce usted a alguien llamado Condy?
—No, pero sabemos quién es. Florence sospechaba que era quien proveía a Almore de narcóticos.
Le dije:
—Pudiera ser. Almore probablemente no querría escribir muchas recetas. ¿Conocía usted a Lavery?
—Nunca le hemos visto, pero sabíamos también quién era.
—¿Nunca se les ha ocurrido que Lavery pudiera haber estado chantajeando, a Almore?
Era una idea nueva para él. Se pasó la mano por el pelo, la dejó deslizar sobre la cara, hasta bajar y caer sobre la huesuda rodilla. Sacudió negativamente la cabeza.
—No. ¿Por qué había de hacerlo?
—El fue el primero que descubrió el cuerpo —dije—, cualquier cosa que le hubiera parecido sospechosa a Talley le habría parecido igualmente sospechosa a él.
—¿Es Lavery de esa clase de personas?
—No lo sé. No tenía medios conocidos de vida ni realizaba trabajo alguno. Salía una barbaridad, especialmente con mujeres.
—No deja de ser una idea —dijo Grayson—. Y esas cosas pueden ser manejadas con toda discreción —se sonrió maliciosamente.
—Me he encontrado con indicios de eso en mi trabajo. Préstamos sin mayor garantía, a largos plazos. Inversiones qué parecen sin ningún valor, hechas por hombres que no son los más propicios a hacer esa clase de negocios. Malas deudas que debían de haber sido zanjadas y no lo han sido, por miedo a que eso trajera consigo una investigación por parte de los encargados de cobrar los impuestos. Oh, sí, esas cosas pueden ser fácilmente arregladas.
Miré a la señora Grayson, sus manos no se detenían un solo momento en su trabajo. Había terminado ya de remendar una docena de pares de calcetines. Los huesudos pies de Grayson debían de ser terribles para los calcetines.
—¿Qué fue lo que le pasó a Talley? ¿Consiguieron envolverlo?
—Pienso que de eso no hay ninguna duda. Su esposa estaba muy enojada. Decía que le habían dado una bebida con narcótico en un bar, y que había estado bebiendo con un policía. Dijo que un coche de la policía estaba esperándolo en la calle para, en cuanto comenzara a conducir, detenerle, cosa que hicieron en seguida. Además, el examen que le hicieron en la policía fue de lo más superficial.
—Eso no quiere decir mucho. Es lo que él dijo luego de ser arrestado. Tenía que decirle algo por, el estilo, automáticamente.
—Bueno, a mí me repugna pensar que la policía no es honesta —dijo Grayson—, pero esas cosas se hacen y todos lo saben.
Les dije:
—Si ellos han cometido un error sin intención en lo referente a la muerte de su hija, no les gustaría nada que Talley lo demostrara. Podría significar la pérdida del empleo para un montón de gente. Si hubieran pensado que lo que él pretendía era un chantaje, no habrían tenido grandes reparos sobre la manera de tratarlo. ¿Dónde se encuentra Talley ahora? Lo que parece de mayor importancia es que, si existía un indicio serio, o él lo conocía o estaba sobre su pista y sabía qué era lo que andaba buscando.
Grayson respondió:
—No sabemos dónde está. Fue condenado a seis meses pero de eso hace ya bastante tiempo.
—¿Y qué hay de su esposa?
Grayson miró a su mujer. Ella dijo brevemente:
—1618, Calle Westmore, Bay City. Eustace y yo le hemos mandado un poco de dinero. La mujer había quedado en una situación bastante precaria.
Tomé nota de la dirección y, recostándome nuevamente en la silla, dije:
—Alguien ha matado a Lavery esta mañana en su cuarto de baño.
Las regordetas manos de la señora Grayson quedaron inmóviles sobre los bordes de la canasta de costura. Grayson se quedó boquiabierto, con la pipa en el aire. Hizo un ruido para aclararse la garganta suavemente, como si se hallara en presencia del muerto. Lentamente su vieja y negra pipa volvió a encerrarse entre sus dientes.
—Es claro que sería esperar demasiado —dijo, y dejó pendiente el resto mientras expelía una nube de pálido humo; luego continuó—: que el doctor Almore tuviera alguna conexión con esto.
—Me gustaría pensar que la tiene —le dije—. El vive; ciertamente a corta distancia. La policía piensa que fue la; esposa de mi cliente quien lo ha matado, y cuando la encuentren tendrán sólidos argumentos para demostrarlo. Pero si el doctor Almore tuviera algo que ver con esto, ello ciertamente sacaría a luz el asunto de la muerte de su hija. Esa es la causa por la cual estoy tratando de descubrir algo.
Grayson dijo:
—Un hombre que ha cometido un asesinato, no tendría más de un veinticinco por ciento de vacilación en cometer otro.
Habló como si hubiera dedicado al asunto una considerable atención.
Le respondí:
—Sí, quizás. ¿Cuál podría ser el motivo para el primero?
—Florence era indomable —dijo tristemente—, una muchacha difícil e indomable. Era gastadora y extravagante, siempre haciendo nuevos y bastante dudosos amigos, hablando mucho y en voz demasiado alta, y actuando siempre como una tonta. Una mujer como esa puede llegar a ser muy peligrosa para un hombre como Almore. Pero no creo que ese fuera el principal motivo. ¿No es así, Lettie?
Dirigió la mirada hacia su esposa, pero ella no le miró. Metió una aguja de zurcir en un redondo ovillo de algodón y no dijo nada.
Grayson suspiró y siguió hablando:
—Tenemos motivos para suponer que él se entendía con la enfermera de su consultorio y que Florence le había amenazado con provocar, un escándalo. El no podía tolerar semejante cosa. ¿No es cierto? Un escándalo puede, fácilmente acarrear otros.
Yo pregunté:
—¿Cómo cometió él el asesinato?
—Con morfina, por supuesto. Siempre tenía en su poder y siempre la usaba. Era un experto en su uso. Luego, cuando ya estaba en coma, debió de colocarla en el garaje y poner en marcha el motor del auto. No se hizo autopsia, como usted sabe. Porque si se hubiera llevado a cabo, se habría descubierto que se le había dado una inyección esa noche.
Asentí, y él se recostó satisfecho contra el respaldo, se pasó la mano por el pelo, la dejó resbalar por la cara y caer hasta su huesuda rodilla lentamente. Parecía que también a esto le había dedicado una considerable atención.
Los contemplé. Un par de personas de edad avanzada, sentadas allí quietamente, envenenando sus mentes con odio, un año y medio después de sucedido el hecho. A ellos les gustaría que fuera Almore el asesino de Lavery. Se sentirían encantados, les proporcionaría un suave calor reconfortante.
Luego de una pausa les dije:
—Ustedes creen gran parte de esto porque desean que así hubiera sucedido. Existe siempre la posibilidad de que Florence se hubiera suicidado, y que el suceso se hubiera ocultado para proteger en parte al club de juego de Condy y en parte para evitar que Almore fuera interrogado en forma pública.
—¡Tonterías! —dijo Grayson bruscamente—. El la asesinó. Estaba dormida en la cama.
—Usted no sabe eso con seguridad. Puede haber estado tomando estupefacientes por su cuenta. Podría haberse acostumbrado a soportarlos. Su efecto no le hubiera durado mucho en ese caso. Pudo haberse levantado en medio de la noche, y ver en el espejo diablos que la estaban contemplando. Esas son cosas que a menudo suceden.
—Pienso que le hemos dedicado a usted una parte considerable de nuestro tiempo —dijo Grayson.
Me puse de pie, les di las gracias a ambos y me dirigí hacia la puerta, mientras les preguntaba:
—¿No hicieron ustedes nada más, luego que Talley fue arrestado?
—Vimos a un ayudante del fiscal, de nombre Lesch —gruñó Grayson—, pero no llegamos a ninguna parte. No encontró nada que justificara la intervención de su oficina. Ni siquiera se sintió interesado por el asunto de las drogas. Pero el club de Condy fue cerrado más o menos un mes después. Eso debe de haber tenido relación con nuestra visita.
—Fue probablemente la policía de Bay City la que tendió una pequeña cortina tic humo. Usted encontrará a Condy en algún otro lado si es que sabe buscar. Con todo el equipo que tenía aquí intacto.
Volví a moverme en dirección a la puerta. Grayson se incorporó de su silla y cruzó la habitación, siguiéndome. Había un subido rubor en su amarillenta cara.
—No he tenido la intención de ser mal educado —dijo—. Sospecho que Lettie y yo no deberíamos torturarnos por este asunto en la manera en que lo hacemos.
—Pienso que ambos han sido demasiado pacientes —le dije—. ¿Había alguna otra persona que tuviera que ver con este asunto y a quien no hemos nombrado?
Movió la cabeza, y miró luego a su esposa. Las manos de la señora Grayson estaban inmóviles sosteniendo el calcetín de turno en el huevo de zurcir. Su cabeza estaba inclinada hacia un lado, como si estuviera escuchando algún mensaje lejano.
Dije:
—En la forma cómo me lo refirieron, fue la enfermera del consultorio del doctor Almore quien acostó a la señora Almore esa noche. ¿Podría ser la misma enfermera con la que se supone que andaba él en amores?
La señora Grayson dijo en forma cortante:
—Espere un momento; nunca la hemos visto a ella, pero sé que tenía un bonito nombre. Deme un minuto para recordarlo.
Le dimos el minuto pedido.
—Mildred no sé cuántos… —dijo, e hizo sonar los dientes al cerrarlos con fuerza.
Aspiré profundamente.
—¿Podría haber sido Mildred Haviland, señora Grayson?
Ella sonrió con satisfacción y asintió.
—Claro, ¡Mildred Haviland! ¿No recuerdas, Eustace?
El no lo recordaba. Nos miraba con la expresión de un caballo que ha entrado al establo equivocado. Abrió la puerta mientras decía:
—¿Qué importa eso?
—Dicen ustedes que Talley era un hombre de estatura pequeña —les pregunté—. ¿No sería por casualidad muy corpulento, peleador, de maneras autoritarias?
—¡Oh, no! —dijo la señora Grayson—. El señor Talley es un hombre de estatura y edad medianas, voz tranquila y expresión algo así como apesadumbrada. Quiero decir que eso era algo permanente en él.
—Parece como si la hubiera necesitado —le dije.
Grayson me tendió su huesuda mano, que yo estreché.
Daba la impresión de que le estaba dando la mano a un toallero.
—Si consigue atraparlo —dijo, y mordió con fuerza la boquilla de su pipa—, vuelva a vernos trayéndome la cuenta. Si atrapa a Almore, quiero decir, por supuesto.
Le expresé que ya sabía que era a Almore a quien se refería, pero que no habría cuenta alguna.
Regresé por el silencioso pasillo. El ascensor automático estaba alfombrado de felpa roja. Había en él un particular perfume a cosa antigua.