49.
Jamukha montó a caballo mientras dos hombres conducían al mensajero Khongkhotat al campamento. Había estado recorriendo el campo de pastoreo cuando su primo Taychar lo alcanzó.
—Cuándo me darás lo que quiero? —gritó Taychar.
—Cuando mi "anda" y yo lleguemos a una decisión —respondió Jamukha.
La boca de Taychar se puso tensa bajo su delgado bigote.
—Tal vez debería hablar con Temujin y no contigo —dijo—, ya que no haces nada sin su consentimiento.
Jamukha alzó el látigo y azotó a su primo en el pecho. Taychar gimió de dolor, pero permaneció montado.
—Cuida tus palabras —dijo Jamukha—. Temujin no hace nada sin mi consentimiento, y me necesitas para que hable en tu favor.
Taychar le dirigió una mirada furiosa.
—Muy bien —masculló antes de alejarse.
Ese invierno, la paciencia y la obstinación de Temujin habían comenzado a irritar a Jamukha. Siempre parecía prevalecer su opinión. Temujin era quien elegía el lugar en que debían acampar, conducía las cacerías, y decidía qué hombres debían tener mayor autoridad, asegurándose siempre el consentimiento de Jamukha. Taychar sólo había expresado lo que otros pensaban.
Se levantó viento; unos muchachos practicaban tiro con arco lanzando sus flechas contra un árbol. Khasar los acompañaba y Temujin estaba cerca de ellos, con Borchu y Jelme. El hermano menor de Jelme, Subotai se adelantó cuando le tocó el turno. El viento y el polvo dificultarían el disparo, pero Subotai, a los diez años, exhibía con su arco la misma pericia de Khasar. El niño apuntó; su flecha voló hacia el árbol y se clavó en el tronco.
—¡Muy bien! —gritó Jelme, y Khasar palmeó la espalda del muchacho.
Jamukha hizo una seña a Temujin, su "anda" se acercó a él, seguido de Jelme y Borchu.
—Ha llegado un mensajero Khongkhotat —anunció Jamukha—, enviado por tu viejo amigo Munglik.—Los ojos de Temujin se entrecerraron—. Creo que Munglik pretende unir su campamento al nuestro.
Temujin asintió. A pesar de los viejos lazos que lo unían a la familia de Temujin y de su alianza con Jamukha, el jefe Khongkhotat había tenido mucho cuidado de no hacer nada que pudiera irritar a los Taychiut. Munglik, que era un hombre cauteloso, pretendía ahora aliarse a ellos abiertamente; era señal de que respetaba su fuerza creciente.
Borchu frunció el entrecejo.
—Munglik hizo muy poco por ti en su momento.
—Hizo lo que pudo —respondió Temujin—, y si quiere unirse a nosotros, lo recibiré de buen grado.
Temujin, pensó Jamukha, era siempre muy razonable. Jamás permitiría que un viejo resentimiento lo privara de un aliado.
—Tendremos que hablar juntos con el Khongkhotat —dijo Jamukha—. Ya debe de haber pasado entre las hogueras. Tal vez Borchu y Jelme puedan adelantarse y avisarle que estamos de camino.
Temujin hizo un gesto a sus camaradas. Ambos partieron al galope rumbo al campamento; Jamukha y Temujin los siguieron al trote. Jamukha miró a su "anda" . La noticia de la llegada de Munglik lo había puesto de buen humor; tal vez considerase el pedido de Jamukha.
—Mi pariente Taychar me ha hablado —dijo el Jajirat, al tiempo que espantaba las moscas que zumbaban alrededor de su cabeza—. Le parece que debería tener el mando de un "mingghan".
—Lo sé —respondió Temujin—. Se queja de eso demasiado a menudo.
—Quisiera concederle lo que pide, o al menos prometerle el mando de mil hombres para más adelante.
—Ya está al mando de cien.
—Desea un "mingghan" —replicó Jamukha—. Diste esa autoridad a Borchu y a Jelme, y se la prometiste a Khasar y a Belgutei. Les prometiste que cada uno mandaría un "taman" cuando tuvieras diez mil hombres para darles. Yo accedí, y ahora quiero que mi primo reciba lo mismo. Demostró ser buen guerrero en la campaña contra los Merkit.
Temujin lo miró con ceño.
—Es demasiado temerario. Se lanza de cabeza al ataque y pierde más guerreros de los que debería. Deja que demuestre que puede comandar sus cien hombres antes de prometerle el mando de mil.
El rostro de Jamukha enrojeció.
—Elevas a dos que no son tus parientes, y después te niegas a…
—¿Por qué dices eso? —lo interrumpió Temujin en voz baja—. ¿Acaso puedo negarle algo a quien es mi "anda" y mi igual? —Los caballos iban ahora al paso—. Si deseas honrar a Taychar, yo no puedo impedírtelo. Simplemente decía que tal vez no esté listo para tener tanta autoridad.
Jamukha luchó por controlarse. Temujin le permitiría hacer lo que quisiera, pero todos sabrían que tenía dudas acerca de Taychar. Qué astuto era Temujin, tan ansioso por demostrar que el vínculo entre ellos era inquebrantable, tan rápido para dejar de lado cualquier queja de Jamukha. Él sabía que esas quejas existían, que otros se quejaban a Temujin de su carácter e imprevisibilidad, y que Temujin los silenciaba. No entendían que el temor a un jefe era útil, que la incertidumbre con respecto a la decisión del líder podía conseguir la obediencia de los hombres. Qué justo era Temujin, y qué hábil para hacer que los demás creyeran que sus éxitos le pertenecían, en tanto que los fracasos siempre eran de Jamukha.
—La valentía de Taychar está fuera de toda duda —continuó Temujin—, y un hombre debe ocuparse de su familia. Pero no le harías ningún bien ascendiéndolo antes de que esté preparado para ello.
En todo lo que decía, y por amablemente que lo dijera, Temujin le hacía sentir que estaba equivocado. Aceptaría la decisión de Jamukha, y después, si Taychar fracasaba como Mingghan-u Noyan y general, le recordaría el error que había cometido.
—Le diré a mi primo —respondió Jamukha—que no hemos rechazado de plano su pedido. Que tal vez más adelante…
—También podrías decirle que un hombre debe confiar en el juicio de sus jefes. Taychar es impaciente. Jelme y Borchu no pidieron el mando.
La manos de Jamukha se cerraron con fuerza sobre las riendas. Temujin había insultado a su primo y le había dado a entender que su propio juicio era más confiable que el de él.
De pronto, su "anda" sonrió, y por un momento pareció un muchacho.
—Eres como un bravo potro —murmuró Temujin—, y tienes tanto ímpetu que a veces te domina. Me transmites un poco de ese ímpetu y yo debo atemperarte con mi cautela. Si no estuviéramos juntos, los dos perderíamos mucho.
Esas palabras estuvieron a punto de volver a despertar la furia de Jamukha. Un potro era domado por el hombre que lo adiestraba; Temujin se designaba como el domador de Jamukha. Tragó saliva con dificultad, y después se obligó a devolverle la sonrisa.
El Khongkhotat hizo un discurso jurando amistad, después ofreció pieles y pañuelos como regalo. Cuando llegaron los hombres que Temujin y Jamukha habían convocado, el enviado entregó su mensaje. Munglik deseaba traer a su gente al campamento y esperaba unirse a ellos para la gran cacería del otoño. Jamukha ordenó que se quemara un hueso y después se lo pasó a Khorchi, quien asintió; el jefe Bagarin era chamán.
Temujin dio la bienvenida a los Khongkhotat; Jamukha agregó unas pocas frases. Su esposa Nomalan y las criadas sirvieron jarros de "kumiss" y lonchas de cordero con agua salada.
Los hombres pronto se emborracharon. Eran casi treinta apiñados en el "yurt" de Jamukha; las mujeres sirvieron más bebida y después se sentaron en su sector de la tienda a comer.
Temujin murmuró al Khongkhotat, quien ya parecía demasiado borracho para mantenerse sentado:
—Charakha, el padre de tu jefe, siempre fue fiel. Era la sombra de mi padre. Permaneció a nuestro lado, y pagó con la vida su lealtad.
Jamukha miró a Daritai, que no había sido tan fiel a su sobrino.
—Todos estos años he lamentado la muerte de Charakha —continuó Temujin—. Siempre honraré su valor, pero tal vez hubiera hecho mejor marchándose con su pueblo, ya que ahora podría regresar a mi lado.
El rostro de Daritai se distendió; hacía ya mucho tiempo que su sobrino lo había perdonado.
—Tal vez ese sueño que tuviste anoche predecía esto —dijo Khasar—. Viste un gran campamento, y ahora el nuestro será más grande.
—¿Qué sueño es ése? —gritó Belgutei. Khorchi enarcó las cejas, dos hombres que se tambaleaban en dirección a la entrada se detuvieron—. Cuéntanos tu sueño, hermano.
Temujin bebió, y después apoyó un brazo sobre las rodillas.
—Volaba por encima de la tierra —comenzó—. Debajo vi un campamento con muchos círculos, tantos que cubrían la tierra hasta donde alcanzaba la vista. Extendí las alas y el viento me llevó hacia el norte. Volé sobre tantos "yurts" que no pude contarlos, y llegué al último, la tienda más grande de todas. Sus paneles eran de oro y se habían necesitado cien bueyes para arrastrar la plataforma sobre la que se alzaba. Revoloteé sobre la salida de humo y olí la grasa de la carne asada, después descendí junto a la entrada. Los hombres que montaban guardia se inclinaron ante mí, y me di cuenta de que era mi tienda y que los que estaban dentro me esperaban para que me uniese al banquete.
—¿Yqué encontraste dentro? —preguntó Daritai.
—Desperté antes de entrar —respondió Temujin.
Jamukha apretó los dientes con tanta fuerza que le dolió la mandíbula.
—Pero seguramente mi "anda" estaba en aquel "yurt", esperándome —continuó Temujin.
—Sin embargo no lo viste allí —dijo Belgutei.
—Como ya he dicho, mi espíritu volvió a mí antes de que entrara, pero ¿cómo podría ser de otro modo?
"Pretende gobernar solo —pensó Jamukha—; sueña con ser Kan". Ese sueño era un desafío y todos los hombres se daban cuenta de ello. Ninguno habló, ni siquiera Khorchi, que solía ser muy rápido para interpretar los sueños.
—Sea cual fuere el significado de este sueño —masculló Belgutei— sin duda predice grandes cosas para ti.
—No aceptaría nada sin Jamukha —dijo Temujin—. Lo que tengo le pertenece.—Su mano rozó levemente el hombro de su "anda" —. ¿Acaso los espíritus me mostrarían lo que ya sé que es cierto?
La opresión que Jamukha sentía en el pecho cedió. A pesar de la predicción del sueño, Temujin estaba diciendo que todavía no estaba listo para desafiarlo.
Los hombres siguieron bebiendo. Daritai refirió la historia de su ancestro Bodonchar y de la mujer que había capturado, de quien descendía Jamukha. Éste le pasó otro jarro a su "anda"; tal vez Temujin bebiera lo suficiente para quedarse en su tienda esa noche. Nomalan podía sospechar que a veces compartían algo más que el sueño, pero estaba demasiado atemorizada para decirlo.
—¿Por qué estás tan silencioso, hermano Jamukha? —preguntó Temujin, cambiando de posición en su cojín—. Munglik sabrá pronto que es bien recibido aquí. Los Taychiut se enterarán a finales del verano y se inquietarán, preguntándose por nuestras intenciones.
Jamukha encogió los hombros.
—Tal vez deberíamos enviarles un mensaje. Así podrán decidir si les conviene aliarse a nosotros.
—Targhutai y Todogen traicionaron el juramento que le habían hecho a mi padre —dijo Temujin en voz baja—. ¿Cómo puedo confiar en una promesa de ellos?
—Aun así, darás la bienvenida a Munglik —respondió Jamukha, mirando en dirección al Khongkhotat, pero el enviado dormía y roncaba.
—Munglik no me unció a un yugo ni me hizo azotar.
—Y Targhutai no te mató aunque podría haberlo hecho. —Jamukha le propinó un golpecito en las costillas—. Las cosas han cambiado. Tus primos Taychiut no son tontos… ¿qué ganarían oponiéndose a nosotros?
—Tal vez habría que atacarlos antes de que se nos adelanten.
—Munglik es aliado de ellos —dijoJamukha—. Quizá no esté tan dispuesto a traicionarlos. ¿Por qué luchar contra hombres a los que podemos vencer sin necesidad de combatir? Creo que podemos conseguir que nos juren lealtad.
—Pueden jurar y después tratar de que nos enfrentemos entre nosotros. No confío en sus promesas.
Algunos hombres intercambiaron murmullos. Primero Temujin había contado su sueño, y ahora se mostraba abiertamente en desacuerdo con Jamukha. Quería una guerra, y lo había expresado con un resentimiento insólito en él. Jamukha pensó que Temujin tenía buenas razones para odiar a los Taychiut, pero siempre había puesto sus ofensas de lado cuando podía ganar algo olvidándolas.
"No quiere a los Taychiut con nosotros —pensó—, porque sabe que serán aliados míos y no de él, que me preferirán a mí como jefe".
Algunos hombres se pusieron de pie, hicieron una reverencia a Jamukha y a Temujin y se marcharon. Los otros los siguieron pronto; Jelme fue el último en rnarcharse.
—Quédate un poco más —dijo Jamukha a su "anda"—. Compartiremos otro jarro.
Temujin sacudió la cabeza.
—Ya he bebido bastante.
Jamukha hizo un gesto a su mujer Merkit indicándole que se marchase, y ella salió rápidamente de la tienda junto con las criadas. El hombre miró con amargura a su esposa cuando ella se levantó para echar los restos al caldero. Nomalan sólo le había dado una hija que había nacido muerta; desde entonces, su semilla no había vuelto a crecer dentro de ella. Bortai estaba embarazada, y esta vez Temujin podía estar seguro de que él era el padre. También le había prometido a una Merkit que recientemente había reclamado como mujer que ella sería su segunda esposa cuando le diera un hijo. Con una esposa capaz de darle hijos, a Temujin le resultaba fácil ser amable con la Merkit, quien lo recompensaba con su devoción absoluta.
Jamukha bebió; un plan había empezado a tomar forma en su mente. Temujin había estado en desacuerdo con él abiertamente, y si no hacía nada sus hombres lo considerarían débil. Los otros no querían una guerra contra los Taychiut, de eso estaba seguro. Hasta los camaradas más próximos a Temujin dudarían de una batalla que no era necesario librar.
Taychar estaría furioso porque se le negaba el puesto que deseaba. Era lo bastante impulsivo para atacar a Temujin si se lo incitaba a hacerlo. Jamukha se ocuparía de que su "anda" no sufriera ningún daño, pero sí de que fuera humillado.
—Pronto deberemos trasladarnos —dijo finalmente Jamukha—. Esta tierra ya no sirve para el pastoreo.
—Así debemos hacerlo, y celebrar la mitad del verano en otra parte —dijo Temujin, y se puso de pie; Jamukha lo siguió hasta la entrada. Esperaron fuera hasta que un muchacho trajo el caballo del primero.
—Ve en paz —dijo Jamukha, y después tomó a Temujin del brazo—. Cuando nos traslademos, si acampamos junto a las montañas, los que se ocupan de los caballos y el ganado tendrán alimentos. Si acampamos junto al río, los que crían ovejas las verán engordar.
Esperó la respuesta de su "anda". "Dime lo que espero escuchar —pensó—, olvidaré lo ocurrido hoy. Dime que deseas acampar junto al río, y deja que envie mi mensaje a los jefes Taychiut".
—Me confundes, Jamukha —dijo Temujin, librándose de la mano de su "anda"—. Hablaremos de ello en otra ocasión. —Montó—. Me marcho en paz, hermano mío.
Jamukha lo miró alejarse. Si Temujin elegía la guerra, los hombres sabrían que Jamukha se opondría. Tendría que atizar el fuego de la furia de Taychar. Los otros apoyarían a Jamukha si les ofrecía una alianza con Todogen y Targhutai. Sintió un repentino dolor en el corazón; de pronto, deseó que él y Temujin volvieran a ser niños.
50.
Jochi se abrazó a la oveja mientras sujetaba al animal con las piernas.
—Sosténte —le gritó Bortai.
Temulun se mantenía cerca, lista para correr en auxilio del niño.
Finalmente Hoelun cogió a Jochi. Temujin desmontó cerca de los carros. Se acercó a Bortai; estaba solo, ni siquiera Jelme lo acompañaba. Jochi corrió hacia él y el hombre sonrió y abrazó al niño. Ya no era tan frío con Jochi, y Bortai sabía el motivo. Ahora estaba seguro de que el niño que ella llevaba en las entrañas le pertenecía.
Temujin posó una mano sobre el vientre de su esposa;Jochi cogió a su padre del abrigo. Guchu, ayudado por dos perros, condujo más ovejas hacia las tiendas.
—Te saludo —gritó el muchacho—. Deberíamos levantar el campamento muy pronto; cada día debemos ir más lejos a apacentar las ovejas.
—Me dices lo que ya sé —replicó Temujin—. Dentro de dos días desarmaremos los "yurts". —Hizo un gesto a su madre y la sonrisa se desvaneció—. Quiero hablar contigo y con mi esposa.
Por su tono, Bortai supo que quería hacerlo a solas.
—Temulun —dijo—, vigila a Jochi. —Hizo un gesto al hijo adoptivo de Hoelun—. Guchu, ve por estiércol para alimentar el fuego.
Siguió a su esposo al interior de la tienda. Dos mujeres tendieron sobre la cama las mantas que acababan de sacudir; Bortai las mandó a ordeñar las ovejas. Khokakhchin se disponía a seguirlas cuando Temujin levantó una mano:
—Tú puedes quedarte, Khokakhchin-eke. —Frunció el entrecejo y suspiró. Luego, les dijo—: Vosotras dos habéis sido honestas conmigo. Estoy unido a Jamukha, pero algunos de mis hombres de confianza me dicen que no debo fiarme de él. Antes nadie se atrevía a decírmelo, pero ahora Borchu y Jelme me lo dicen en la cara. Aseguran que algunos de los que me han jurado lealtad son infelices y pueden llegar a abandonar nuestro campamento.
Bortai había oído esos rumores; las palabras de su esposo no le sorprendieron. Lo que le sorprendía era que se lo dijera a ella y a Hoelun-eke. Temujin no les había pedido ningún consejo desde que públicamente jurara fidelidad a Jamukha. Ahora la duda y la incertidumbre se advertían en su voz.
—Tu "anda" debe de estar enterado de esas quejas —murmuró Hoelun—. Tal vez deberías hablar con él. Siempre has dicho que entre vosotros dos no había secretos.
—¿Qué te aconsejan tus camaradas más cercanos? —preguntó Bortai.
—No tengo necesidad de preguntárselo —dijo Temujin—. Sé lo que me dirían.
No habría acudido a ellas si no tuviera cada vez más dudas acerca de Jamukha. Ambos habían discutido delante de sus hombres y las criadas de Jamukha habían difundido la noticia. Tal vez Temujin sólo deseaba confirmación, palabras consoladoras que le hicieran recuperar la confianza en su amigo, pero Bortai no podía pronunciarlas. Además si hablaba en contra de Jamukha tal vez su esposo se alejase más de ella.
Bortai dejó la costura y dijo:
—A mis oídos ha llegado el rumor de que le contaste a algunos de tus hombres un sueño que tuviste. En él volabas por encima de un gran campamento, después llegabas a la tienda del Kan que todo lo gobernaba y advertías que la gran tienda era tuya.
—De modo que lo sabes. —Temujin se quitó el pañuelo que cubría su cabeza—. Existe quien ve en ese sueño ciertos presagios absurdos.
—¿Tan seguro estás de que son absurdos? Hace mucho me contaste un sueño en el que te encontrabas en la cima de una gran montaña y podías ver todo el mundo. Cuando éramos poco más que niños me preguntaste por qué no podía existir un solo Kan en la tierra. Tus sueños te están mostrando lo que debes ser y, sin embargo, te niegas a verlo. ¿Alguna vez has visto dos Kanes gobernando en el mismo campamento cuando tu alma vaga en medio de los espíritus? Los sentimientos que albergas hacia tu "anda" tal vez impidan que veas la verdad.
—Cuando se reúna un "kuziltai" para elegir a uno de nosotros, los Noyan me elegirán a mí. —Un músculo se contrajo sobre su mandíbula—. Puedo esperar hasta entonces. Jamukha es mi "anda"… me ofreció su juramento.
—Nunca lo aceptará —dijo ella—. Nunca aceptará que te eleves por encima de él. Cuanto más tiempo permanezcas a su lado, tanto más débil serás. Los Noyan nunca te elegirán a ti si eres débil.
—Pensé que eras más sabia, Bortai. Si me separo de él ahora, seré más débil, pues perderé la mitad de aquello sobre lo que gobernamos juntos.
—¿Estás seguro? Tus hombres te siguen de buen grado, en tanto que los de Jamukha lo siguen porque le temen. Podrías conseguir más hombres. Si sólo te siguieran a ti, incluidos algunos guerreros de él. ¿Por qué crees que te deja compartir su lugar cuando podría haber reclamado más honor para sí mismo? Quiere atraparte, usarte; pretende que estés tan unido a él que no puedas…
—¡Calla! —Temujin palideció, Bortai guardó silencio.
—Nos preguntaste qué pensábamos —dijo Hoelun—. Tu esposa te lo ha dicho. ¿Por qué recurriste a nosotras si no quieres escucharnos?
—Y tú, Khokakhchin-eke. ¿Qué opinas? —preguntó Temujin al tiempo que se ponía de pie y caminaba hacia el fogón—. ¿Qué dices?
—No me corresponde decir nada, Bahadur. He visto a enemigos unirse y a hermanos convertirse en enemigos, y eso seguirá ocurriendo mucho tiempo después de que yo haya desaparecido.
Temujin caminó arriba y abajo. Su esposa esperaba que se marchase y fuera con Doghon, su mujer Merkit, pero él se sentó cerca de ella otra vez.
—Dime el resto —le pidió Bartai—. Siento que hay más que lo que ya me has dicho.
—Esperaba que Jamukha se enfureciera cuando le conté mi sueño, pero no dijo nada. Me envalentoné y discutí con él delante de los otros, pero ni siquiera eso lo enfureció. —Sus ojos centellearon—. Antes, siempre podía adivinar sus pensamientos, pero ahora me resulta imposible. —Hizo una pausa—. Cuando salí de su tienda aquella noche, Jamukha dijo algo que todavía me intriga. Dijo que si acampábamos junto a las montañas, los que se ocupan de los caballos y el ganado tendrían alimento. Después agregó que si acampábamos junto a un río, los pastores verían engordar sus ovejas. Sólo dijo eso, y no supe qué responder.
—Te está desafiando —dijo Bortai, hablando sin poder suavizar sus palabras—. Tendrías que haberte dado cuenta. Tú deseas luchar y él no. Si acampamos junto a un río, los hombres sabrán que Jamukha ha triunfado. Si le respondes que acamparemos junto a las montañas, él no podrá aceptarlo sin demostrar debilidad. Cualquier cosa que digas, él la usará contra ti.
—No —susurró Temujin.
—Tú planteaste esto abiertamente —persistió Bortai—. Tal vez deberías haber esperado, pero ya está hecho. Aunque sabías que llegaría este día, te dijiste a ti mismo que Jamukha se haría a un lado y te dejaría pasar. Sus palabras demuestran que no lo hará. Dices que lo conoces, pero él también te conoce a ti. Antes estabas solo, pero ahora cuentas con la devoción de muchos. No soportas pensar que puedan abandonarte otra vez, ni que alguien próximo a ti pueda desearte el mal. Jamukha recuerda al niño que eras… es el arma que tiene contra ti.
El cuerpo de Temujin estaba rígido, sus manos cerradas en un puño.
—Estoy diciendo la verdad —continuó Bortai—. No le diste respuesta, de modo que volverá a hacerte esa pregunta cuando otros puedan oír sus palabras. Si dices que debemos favorecer a los caballos, los hombres advertirán que sigues deseando la guerra, y eso le dará a Jamukha una excusa para atacarte. Sus palabras esconden una conspiración.
—Hicimos un juramento —dijo Temujin con voz débil.
—Jamukha podría mantenerlo y permitir que otros actuaran por él. Debes escucharme.
—¿Y qué se supone que debo hacer?
—No le des respuesta. Deja que crea que no estás dispuesto a enfrentarte a él. Entonces deberemos marcharnos antes de que pueda detenernos, antes de que sepa que nos hemos ido.
—Sabes lo que eso significa —dijo Temujin—. Si me separo de él, no me lo perdonará, y esa ruptura nos hará más débiles.
—Lo que hará será revelar tu verdadera fuerza —replicó Bortai— porque podrás ver quién se queda con él y quién te sigue a ti. De todas maneras, estarás mejor solo que con un hombre en el que ya no puedes confiar. —Bortai advirtió que él aún se resistía a sus palabras, y añadió—: No obstante, si verdaderamente no quiere perjudicarte, lo que hará será enviarte un mensaje reafirmando su amistad, y no perderás mucho.
—Él me apoyó cuando yo no tenía nada. No puedo olvidarlo, a pesar de lo que ocurra ahora. —Suspiró—. Pero tienes razón, esposa. Eso es algo que debo dejar de lado. —Bajó la cabeza; cuando volvió a alzarla, su expresión era impasible—. No diré nada hasta que hayamos levantado el campamento. Nuestros carros y rebaños irán al final, y yo encabezaré la marcha con Jamukha, como lo hago siempre. Cuando nos detengamos a apacentar el ganado, le diré que debo ocuparme de ti, que el momento del nacimiento se aproxima. Me creerá, pues sabe que algunos todavía rumorean que Jochi nació demasiado pronto.
Bortai sintió un ramalazo de dolor. Creía que los rumores ya habían cesado.
—Entonces Borchu y Jelme se enterarán de mi plan —continuó su esposo con tono impasible—, y les dirán a todos aquellos en los que podemos confiar que se queden atrás, pero nos mantendremos a la vista, para que Jamukha crea que seguimos con él. Al caer la noche, nos alejaremos rápidamente. No sabrá que lo abandonamos hasta el amanecer.
Bortai respiró hondo.
—El cielo te favorecerá, Temujin.
—El favor del cielo puede parecerse al "kang" al que un día me uncieron. —Se puso de pie; sus anchos hombros temblaban de cansancio—. Me has dado un sabio consejo, Bortai. Ahora iré al "yurt" de Doghon. No quiero perturbar al niño que llevas en las entrañas.
51.
El cielo estaba azul y sin nubes el día que levantaron el campamento. Temujin y Jamukha encabezaban la marcha, seguidos de sus camaradas más cercanos. Detrás venían los carros cargados de mujeres y niños, primero los Jajirat, y los otros clanes agrupados al final.
Era casi mediodía cuando Temujin retrocedió hasta los carros de los suyos. Para entonces, la fila apenas si avanzaba; a través del polvo que levantaban los carros, Bortai vio que los jinetes que iban delante desaparecían más allá de una loma. Un pequeño río centelleaba a lo lejos. Las mujeres que encabezaban la hilera de carros desmontaron a fin de cruzar la corriente.
Temujin se acercó al carro de Bortai y le indicó a ésta que se detuviera.
—Cuando llegues al río —le dijo—, espera antes de cruzar a que los rebaños de los Jajirat hayan pasado al otro lado.
—¿Qué te dijo Jamukha?
—Volvió a hacerme la misma pregunta. Le respondí que tendría mi respuesta más tarde.
Jochi se movió en el regazo de Hoelun; Bortai tomó la mano de su hijo.
—Esta mañana me trajeron tres huesos —dijo Temujin; ella apenas si podía escucharlo por encima de los mugidos de los bueyes—. Estaban quemados. Sólo estaban Borchu y Jelme cuando pregunté si debía hacer lo que pretendo. Todos los huesos se rajaron por el medio.
Entonces él había esperado otro presagio, algún motivo para permanecer con Jamukha.
—Los espíritus están contigo, esposo.
—Sí —dijo él, mordiendo la palabra.
El sol ya estaba en el oeste cuando todos los animales terminaron de abrevar y los carros cruzaron la corriente. Los Arulat de Borchu habían permanecido con ellos, así como los Uriangkhai y algunos de otros clanes. El resto de la caravana era una línea oscura que avanzaba hacia el oeste, seguida por los puntos apiñados que eran los rebaños de Jamukha. Cuando el sol se puso y sólo se veían a lo lejos unas nubes de polvo, Temujin condujo a su gente hacia el norte.
La anciana Khokakhchin dormitaba en su asiento; Hoelun se ocupaba de Jochi mientras Bortai llevaba las riendas. El frío viento de la noche le azotaba el rostro. Jamukha seguramente ya habría detenido la marcha para acampar. Creería que el momento del parto de Bortai había llegado y que su "anda" se uniría a él después de que el niño naciese.
Cuando la media luna estuvo sobre el horizonte, los hombres que abrían la marcha se desplegaron y galoparon para adelantarse. Hoelun le pidió a Temulun que cuidara de Jochi y después recogió su arco y su carcaj. Los jinetes que cabalgaban junto con Temujin pronto se perdieron de la vista.
La luna estaba alta cuando Bortai atisbó a lo lejos la luz de las hogueras y oyó gritos. Los hombres de Temujin habían atacado otro campamento. Había algunos carros formando un círculo pero no se veían "yurts"; esa gente también debía de estar trasladándose. Los hombres giraban en sus caballos, lanzaban alaridos y se dedicaban al saqueo. Un grito ahogado llegó hasta ella antes de ser ahogado por una risotada.
Khasar se acercó cabalgando.
—Taychiut —gritó a Bortai—. Casi todos huyeron antes de que llegáramos; si los seguimos sólo conseguiremos acercarnos más a Jamukha. Tendremos que conformarnos con lo que queda —agregó antes de partir al galope.
Hoelun cogió a Bortai de la muñeca.
—Espera aquí hasta que hayan terminado.
Bortai se soltó. Dos figuras en sombras se debatían cerca de una hoguera; un hombre intentaba violar a una cautiva. Alrededor de ellos, varios guerreros gritaban y golpeaban la tierra. Bortai recordó el modo en que los Merkit se habían reído de ella aquella noche al pie del Burkhan Khaldun. El hombre se puso de pie; Bortai reconoció la figura alta y poderosa de Temujin contra la luz de las llamas. Él se ajustó el cinturón mientras un camarada le rodeaba los hombros con el brazo.
Bortai azotó a su buey. Los hombres apagaban las hogueras echando tierra sobre ellas. Poco después, los jinetes abandonaban el campamento saqueado. Temujin se inclinó sobre la figura en sombras que yacía en el suelo; luego se dirigió hacia su caballo.
Cuando Bortai llegó al pequeño campamento éste estaba casi vacío. Unos pocos hombres de Temujin ataban los carros. Una muchacha yacía junto a una hoguera extinguida, con los pantalones bajos y manchas de sangre en los muslos. Belgutei trotó hasta Bortai. Cruzado sobre su montura llevaba un niño; lo dejó caer junto al carro.
—Tómalo —masculló Belgutei, y luego señaló a la muchacha—. Tráela también a ella. Temujin la quiere.
Eso explicaba por qué los otros hombres la habían dejado tranquila. Hoelun se apeó y se arrodilló junto al niño. Bortai esperó hasta que Belgutei se hubo marchado; luego bajó y se dirigió hacia la muchacha.
—¿Puedes caminar? —le preguntó.
La muchacha se estremeció, tirando de sus ropas como si quisiera arrancárselas. Bortai le ayudó a ponerse de pie. Todavía temblorosa, la Taychiut se apoyó en ella.
—Tranquila —murmuró Bortai; la joven soltó un gemido ahogado—. Yo he sufrido lo mismo. Pasará. Cuidaré de ti.—Reprimió las maldiciones que acudían a sus labios—. ¿Cómo te llamas?
—Jeren —respondió la joven con voz ronca.
Bortai condujo a la muchacha al carro de Doghon; la mujer Merkit se mantuvo en silencio mientras daba la mano a Jeren.
Hoelun la esperaba junto al niño Taychiut. Bortai se acomodó con dificultad entre ellos y luego fustigó al buey. La anciana Khokakhchin la miró pero no dijo nada; Temulun y Jochi seguían dormidos en la parte cubierta.
Hoelun-eke abrazó al niño y le preguntó:
—¿Cómo te llamas?
—Kukuchu.
—Escucha, Kukuchu; en uno de los carros de atrás hay otro niño. Es apenas más grande que tú. Nuestros hombres lo encontraron en un campamento enemigo y yo le dije que sería su madre. Eso mismo te digo a ti. Serás mi hijo.
—¿Por qué? ¿Acaso no tienes hijos?
—Tengo cuatro hijos, y un quinto, Guchu, que fue encontrado en un campamento Merkit. Tú serás el sexto. Verás, no tengo esposo, así que no puedo darles más hermanos a mis hijos. Pero puedo encontrarlos en otras partes, y criarlos. Un hombre es más fuerte cuando tiene muchos hermanos.
El niño se restregó los ojos y se acurrucó contra Hoelun.
Se detuvieron cuando el cielo del este se puso gris. Los carros y los rebaños llenaban la llanura; algunos hombres y los muchachos fueron a buscar pozos de agua limpia para los animales mientras las mujeres ordeñaban las ovejas y encendían fuegos para hervir la leche.
Temujin estaba sentado bajo un árbol solitario más allá del círculo de su campamento. Bortai había visto cómo los jinetes cabalgaban hasta él, desmontaban y le hacían una reverencia. Seguramente les estaba pidiendo juramentos de lealtad; ya todos sabrían que se proponía abandonar a Jamukha.
Bortai parpadeó bajo el sol naciente. Temujin venía hacia ella, seguido de Ogele Cherbi, el pariente de Borchu, y varios hombres. Subotai caminaba a la izquierda de su esposo, tratando de seguir el paso de los hombres. A Temujin le agradaba el muchacho y a menudo le permitía estar presente cuando los hombres hablaban. Se detuvieron junto a la cuerda a la que estaban atados los caballos. Subotai fue el primero en montar.
Ella bajó la cabeza y se concentró en la camisa que estaba cosiendo. Una sombra le bloqueó la luz: alzó la cabeza.
Su esposo estaba solo.
—Me han seguido más hombres de los que esperaba —dijo—. Los hay de casi todos los clanes. Les he dicho lo que me proponía hacer y ninguno ha querido regresar con Jamukha.
—Ha perdido partidarios, entonces.
—Todavía le quedan muchos. —Miró a su alrededor—. ¿Dónde está la muchacha?
—Durmiendo en el carro de Doghon. —Sus manos apretaron la costura— Déjala tranquila, Temujin. Gritará si te le acercas.
Él se encogió de hombros.
—También hay placer en eso —dijo él.
Temujin nunca comprendería que Bortai odiase ese aspecto de él. Le sirvio cuajada y ambos comieron; sus criadas guardaron el resto en unas bolsas. Varios hombres se acercaron a caballo, rodeando los círculos de carros; Borchu venía con ellos. Temujin soltó un silbido y se puso de pie.
—Khorchi —susurró—. No imaginé que él también vendría.
Los jinetes se detuvieron. Borchu y Khorchi desmontaron y pasaron entre dos hogueras.
—Os doy la bienvenida, —dijo Temujin cuando los hombres se acercaron—. ¿Traes algún mensaje de Jamukha, Khorchi?
—Me traigo a mí mismo.
—Me siento honrado. Un jefe que, como tú, también sea chamán siempre es necesario.
Khorchi hizo una reverencia.
—Tengo escasa pericia —dijo—, pero me basta para saber que debía unirme a ti. Sospeché lo que planeabas antes de que nos detuviéramos. Un sueño me trajo hasta aquí… partimos antes del alba. —El Bagarin hizo un gesto con la mano—. Mi gente me siguió de buen grado.
—Debe de haber sido un sueño importante para que te alejara de Jamuukha —dijo Temujin.
—Jamukha tiene un espíritu valiente —dijo Khorchi—. Si no hubiera tenido este sueño, habría permanecido a su lado. El mismo vientre dio a luz a los ancestros de Jamukha y a los míos, pero no puedo ignorar este presagio.
—Me gustaría saber qué soñaste —dijo Temujin. Se sentó junto a Bortai, Borchu y Khorchi tomaron asiento frente a ellos y los otros Bagarin se apiñaron cerca para escuchar.
—Yo estaba de pie en nuestro campamento —empezó el chamán—. Aparecio una gran vaca, con cuernos casi tan largos como el arco de un hombre y tan gruesos como el sostén de una tienda. Bajó la cabeza y cargó contra el "yurt" de Jamukha, y después contra Jamukha mismo. Uno de sus cuernos se quebró y el animal gritó pidiéndole que se lo trajera. Mientras la vaca gritaba vi un gran buey que tiraba de las estacas que sostenían la tienda, liberándose para uncirse a un carro. Seguí ese carro, Temujin, y el buey me condujo hasta aquí. Se inclinó y les gritó a todos que los espíritus habían decretado que tú gobernarías, y que Etugen y Tengri aceptaban que todos los clanes se sometieran a ti. —Permaneció un momento en silencio—. ¿Cómo puedo rechazar un sueño que habla con tanta claridad?
—No puedes —respondió Temujin—. Ni tampoco puedo hacerlo yo.
—La voluntad de los espíritus es clara —dijo Khorchi, sonriendo—. Contaré este sueño a otros. Cuando lo escuchen, más hombres se unirán a ti. ¿Y qué me darás por haberte traído este presagio?
—El mando de un "taman" —dijo Temujin—, cuando tenga diez mil hombres para confiarte.
—¿Acaso dudas que los tendrás? —Khorchi sacudió la cabeza—. Pero si vas a convertirme en un Tuman-u Noyan, ¿me permitirás también elegir treinta esposas entre las más bellas mujeres que capturemos? Ellas me darán más felicidad que diez mil hombres, y tengo la esperanza de que igualen en belleza a tu buena esposa.
Temujin soltó una carcajada.
—Tendrás el ejército y las mujeres. Soy bastante sabio para no negarle a un chamán lo que merece.
—Siempre fuiste generoso. —El Bagarin agachó la cabeza—. Ahora debo dejarte y ocuparme de las esposas que ya tengo.
—Ve en paz —dijo Temujin.
Khorchi se marchó con sus hombres. Borchu se puso de pie y estrechó las manos de Temujin antes de dirigirse hacia su caballo.
Bortai entregó a una criada la camisa que había estado cosiendo. Temujin permaneció en silencio mientras las mujeres se retiraban a los carros.
—Si te hubieras quedado con Jamukha —dijo finalmente Bortai— tu lanza se habría roto como el cuerno de la vaca.
—No necesito que me expliques los sueños.
—Creo que todavía lamentas haberlo abandonado.
—Estás equivocada. —Se puso de pie; ella no pudo leer la expresión de su rostro—. Los espíritus hablaron en mi sueño y en el de Khorchi, y a través de ti. Jamukha y yo ya no somos niños que juegan a los dados junto al Onon, y nunca podremos volver a serlo. Cuando bailamos bajo el gran árbol sabía que uno de los dos gobernaría.
Bortai pensó que debería sentirse aliviada al advertir que su esposo no estaba arrepentido, pero las palabras eran una barrera entre ellos.
Temujin alzó la cabeza.
—Las nubes ocultan las estrellas —dijo—. Esta noche habrá tormenta.
—Lo sé —dijo ella, y le tendió la mano—. Ayúdame a ponerme de pie.
Él lo hizo. Luego recogió los almohadones y la siguió hasta el carro. La alzó y después subió tras ella. Khokakhchin, que yacía en el otro extremo de la parte cubierta, siguió durmiendo con Jochi. Bortai se quitó el abrigo y la larga túnica, después se cubrió con una manta. Temujin se quitó el abrigo y las botas y se tendió a su lado. Su brazo la rodeó con fuerza, pero rápidamente se relajó. Ella le tocó suavemente el rostro; su esposo ya estaba dormido.
El viento golpeaba la cubierta de piel del carro; se oyó el lloriqueo cercano de un niño. Temujin era su único refugio contra las tormentas que los hombres creaban con sus luchas. Se apretó más contra él. Temujin gobernaría, ella estaría a salvo.
52.
Las esclavas trajeron los corderos a la tienda. Jeren revolvió el caldo que hervía sobre el fogón mientras Bortai amamantaba a Chagadai. El verano anterior había luchado durante un día y una noche para parirlo. Los ojos de Chagadai tenían los mismos reflejos dorados que los de su padre. Temujin lo había advertido.
Alguien gritó fuera. Entró Temujin; una muchacha calmó a los corderos mientras otra bajaba la cortina. Él se sacudió la nieve de las botas después colgó sus armas. Se quitó los dos abrigos pesados, se los entregó a una esclava y se dirigió a la parte trasera del "yurt".
—Daritai está fuera —dijo dirigiéndose a Bortai—. Ha venido con Altan y con mi primo Khuchar, y los acompañan mis dos parientes Jurkin. Llegaron poco después que yo… vendrán a la tienda cuando hayan atado los caballos.
Bortai asintió, ató a Chagadai a su cuna y se puso de pie. En el momento en que entraban los visitantes, las esclavas acababan de servir cuencos de caldo y unas tajadas de venado en una fuente. Temujin murmuró un saludo de bienvenida y los abrazó. Los cinco hombres se sentaron a su diestra y le preguntaron por el resultado de la cacería.
—Un gran gato acecha en las cercanías —dijo Temujin—. He dicho a los que vigilan los rebaños que estén atentos.
Bortai acomodó a las cuatro esclavas en su parte de la tienda, cerca de donde estaba Khokakhchin con Jochi, y después se sentó junto a la cuna de Chagadai, lo bastante cerca para oír lo que hablaban los hombres. Jeren se sentó a su lado, pero sin mirar a Temujin.
Daritai y los hombres que lo acompañaban seguramente no habían venido a pasar el rato ni a contar historias. Daritai y Khuchar se habían unido a ellos después de que trasladaran el campamento a orillas del Kimurgha; Seche Beki y Taichu, los dos jefes Jurkin, habían llegado ese otoño, y Altan poco tiempo después. Sin duda, su pérdida había sido un duro golpe para Jamukha.
—Se aproxima la primavera —dijo Altan. Mojó un poco de carne en el caldo, la engulló y se lamió la grasa de los dedos—. Será bueno volver a probar el "kumiss", y más aún si tenemos algo para celebrar.
—Claro que sí —dijo Temujin.
—Hay que tomar decisiones —dijo Daritai; bebió un poco de caldo—. Pronto será momento de convocar un "kuriltai".
La mano de Bortai se puso tensa sobre la cuna.
—Sí —dijo Temujin en voz baja—. Debemos prepararnos para tomar las armas contra los Taychiut, y el espíritu de mi padre todavía pide castigo para los tártaros que le quitaron la vida.
—Quiero vengar a Yesugei —dijo Altan—. Recuerdo muy bien que en un tiempo combatí junto a tu padre. Pero para librar una guerra debemos tener un líder. Para ser fuertes, debemos ser un "ulus", una nación, como lo fuimos bajo el gobierno de mi padre, Khutula Kan. Es hora de que volvamos a tener un Kan.
Todos guardaron silencio; sólo se oía el siseo de las llamas.
—Dices la verdad —dijo finalmente Temujin—. Los otros advertirán que nuestra unión no es pasajera.
—Todos tienen derecho al Kanato —dijo Daritai—. Altan, por ser hijo de Khutula, y Khuchar por ser hijo de mi hermano Nekun-taisi. Después están Seche y Taichu, que son nietos del hermano de mi padre, Okin Barkak.
—Te olvidas de ti mismo —murmuró Temujin—. Como sobrino de Khutula Kan, también tienes derecho.
Bortai alzó la vista. Daritai se inclinó hacia adelante; ella bajó la cabeza.
—Ypor supuesto tú, sobrino, tienes tanto derecho como nosotros.
—¿Significa eso que cada uno conseguirá partidarios y presentará su reclamo al "kuriltai"? —preguntó Temujin.
—Los Noyan —replicó Altan— podrían pasarse días discutiendo nuestros reclamos en vez de elegir directamente cuál prefieren. Hace poco tiempo que estamos juntos, y no podemos arriesgarnos a enfrentamientos que tal vez más tarde dificulten la unidad.
—¿Y a quién pensáis que favorecerán los Noyan? —preguntó Temujin.
Taichu se rio.
—¿Acaso no es obvio? —dijo Seche Beki—. ¿Quién decidió abandonar a Jamukha, quién advirtió que nos iría mejor sin él? ¿Quién es el hombre al que, según un sueño, Khorchi debía seguir?
—Tú debes ser Kan, Temujin —dijo Daritai—. Abandonamos a tu "anda" y acudimos a ti. Tú nos conducirás a la batalla. Te ofreceremeos la más bellas mujeres que capturemos y los sementales y las yeguas más fuertes. Cuando vayamos de cacería, rodearemos las presas hasta que los animales estén tan apiñados como los árboles de un bosque, y los empujaremos hacia ti.
—El "kuriltai" debe decidir quién será Kan —dijo Temujin.
—Sabemos cuál será su decisión —dijo Altan—, si nosotros respaldamos tu reclamo. En ese caso, los Noyan deben designarte a ti.
—Me honráis —dijo Temujin—. No puedo rechazar lo que pedís de mí. Si los Noyan me eligen, todos seréis recompensados.
—Entonces, todo lo que queda es mera formalidad, Kan y primo mío, —dijo Khuchar.
Bortai se puso de pie, llamó a una muchacha e hizo servir más caldo para los hombres y para ella misma, y después se sentó con ellos mientras contaban historias de pasadas victorias. Antes de acudir a Temujin los cinco sin duda debieron de discutir sobre lo acertado o no del paso que estaban por dar.
Temujin pidió a sus huéspedes que se quedaran a pasar la noche, pero sólo permanecieron el tiempo suficiente para terminar el caldo. Se despidieron rápidamente, evidentemente ansiosos por poner distancia entre sus caballos y el tigre que merodeaba en las cercanías.
—¿Qué piensas de esto? —le murmuró Temujin a Bortai cuando todos se hubieron marchado.
—Me sorprende que tengan tanta prisa por que te conviertas amo. Los Noyan te elegirán a ti… eso es seguro ahora que tus rivales han depuesto sus reclamos. Saben que ya no pueden hacerte a un lado, pero me pregunto cuán leales serán si más tarde se les presenta la ocasión para eliminarte. Creo que cada uno de ellos preferiría ser Kan.
—Lo sé. —Temujin se frotó la mejilla—. Quieren un Kan sólo por un tiempo, hasta que sean más fuertes y puedan presentar sus propios reclamos. Dejaré que tengan el jefe que tanto ansían. Una vez que me elijan, no será tan fácil destituirme. —Se puso de pie—Jeren, trae mis abrigos. Esta noche dormiré en tu "yurt".
La muchacha abrió desmesuradamente los ojos; su bonito rostro palideció. Buscó los abrigos de Temujin y se puso los suyos, sin mirar al hombre, temblando.
Bortai meció la cuna de su hijo. Le habría resultado más fácil no saber que Temujin gozaba tanto de la aversión de Jeren como de la predisposición de ella.
53.
Jamukha estudió a los potros jóvenes que estaban en el corral. Un ruano relinchó y tiró un mordisco a las ancas de otro. Ese ruano tenía bríos; tal vez llegara a ser un semental.
Miró más allá, hacia los caballos que pastaban en la estepa. Diez hombres cabalgaban hacia la manada; Taychar se encontraba entre ellos. Algunos de los hombres que custodiaban los caballos se acercaron a los recién llegados.
Dos hombres entraron en el corral; uno de ellos llevaba una larga vara con un lazo en el extremo, deslizó el lazo sobre el cuello de un caballo gris y el otro hombre se acercó con la brida. El caballo gris relinchó y sacudió la cabeza. Temujin siempre había preferido los caballos grises o blancos. La boca de Jamukha se contrajo en un rictus. Su "anda" no sólo lo había abandonado sino que además había conseguido que varios de sus aliados se pasaran a sus filas.
Taychar cabalgaba hacia él. Jamukha salió del corral; su primo sofrenó el caballo.
—Mensajeros —dijo—. Arkhai y Chakhurkan vinieron a nuestro campamento procedentes del de Temujin. —El joven hizo un gesto de desagrado al pronunciar aquel nombre—. Hemos cabalgado toda la mañana. Les pedí que me dieran el mensaje, pero dijeron que era para ti.
Jamukha tragó saliva con esfuerzo. Tal vez su "anda" se hubiera arrepentido.
—Llévalos a mi "yurt" —dijo—, después de que hayan pasado entre las hogueras. Hablaremos con ellos a solas.—Se dirigió de inmediato a su pequeña tienda, preguntándose qué querría su amigo. Sus exploradores le habían informado de los movimientos que se veían cerca del campamento de Temujin, junto al Senggur; los jefes se habían reunido allí un mes atrás respondiendo a la convocatoria de un "kuriltai". Un "kuriltai" de guerra, quizá; Temujin aún estaría ansioso por guerrear contra los Taychiut. Eso no le resultaría tan fácil ahora. Como el verano anterior había acogido a un pequeño grupo de Taychiut que habían sido atacados por su "anda", Jamukha había abierto el camino para una alianza con ellos.
Entró. Su tienda estaba llena de monturas, bridas y armas; se sentó en la cama y esperó hasta que oyó que los hombres se aproximaban.
Apareció Taychar seguido de los dos enviados. Jamukha se puso de pie y pronunció unas rápidas palabras de bienvenida mientras su primo buscaba jarros de "kumiss".
—Venimos en son de paz —dijo Chakhurkhan, y le ofreció un pañuelo como presente. Luego tomó asiento en un cojín.
—¿Es verdad? —preguntó Jamukha mientras Arkhai y Taychar también se sentaban—. He oído que reunisteis un "kuriltai" poco tiempo atrás. Pensé que tal vez mi "anda" estaría planeando una guerra.
Arkhai sonrió.
—Sólo desea enviarte sus saludos. Sus pensamientos se dirigen con frecuencia a su "anda". El "kuriltai" no se reunió para decidir la guerra sino para elegir un Kan. Este es el mensaje que traigo: hemos nombrado un Kan después de un solo día de deliberación. Temujin ha sido el elegido y se le ha dado el nombre de Gengis Kan.
Jamukha apretó los dientes, demasiado sorprendido para pronunciar una palabra. Taychar se atragantó con el "kumiss".
—¿Qué es esto? —estalló su primo—. ¿Quién le dio ese nombre? ¿Cómo puede llamarse a sí mismo…?
—El "kuriltai" lo proclamó Kan —lo interrumpió Chakhurkhan—. Los chamanes eligieron su nombre.
Gengis Kan, pensó Jamukha. El Kan Universal, el Más Fuerte, el Todopoderoso. ¿Cómo se había atrevido a aceptarlo? Era un desafío para cualquiera que lo escuchara.
—Estoy seguro de que Temujin tuvo algo que ver con la elección del nombre —masculló Taychar—. ¿Cómo pudo ocurrir? ¿Su primo Khuchar no puso ninguna objección? ¿Acaso Altan no tenía más derecho a ser Kan, si queríais elegir uno?
—Altan habló a favor de Temujin en el "kuriltai" —dijo Arkhai—, al igual que Khuchar y Daritai Odchigin. Seche Beki y Taichu no se opusieron.
Jamukha pensó en enviar a Arkhai y Chakhurkhan de regreso a su nuevo Kan con las coletas cortadas, incluso sin cabeza, pero se calmó. Altan debía de estar detrás de aquello, así como Khuchar y Daritai. No habrían dejado de lado sus propias ambiciones si no creyeran que más tarde podrían eliminar a Temujin. Jamukha se sintió furioso cuando ellos se unieron a su "anda", pero tal vez de ese modo le resultaran más útiles.
Taychar lanzó un juramento. Jamukha alzó una mano.
—Silencio, primo —dijo—. Disfrutemos de nuestro tiempo con estos amigos. Resulta evidente que Temujin sólo pensó en compartir conmigo la noticia de este gran honor.
—Es cierto —dijo Arkhai—. Su lazo contigo persiste, así como la amistad de nuestro Kan con los Kereit. Toghril Kan recibió a nuestros enviados hace poco, y dice estar muy complacido porque los mongoles tienen otra vez un Kan.
Ese viejo tonto sólo pensaba en tener un aliado poderoso que le cuidase las espaldas y lo defendiera de los Merkit y los Naiman; no advertía que Temujin significaba una amenaza para él. Pero tal vez Toghril sospechara que esa nueva unidad no duraría mucho tiempo.
—Temujin habló bien después de ser nombrado Kan —dijo
Chakhurkhan—. Nombró a Ogele Cherbi, el primo de Borchu, su arquero principal, y a Khasar primera espada. Soyiketu Cherbi está a cargo de sus cocineros, Degei es jefe de pastores y Mulkhalku se ocupa del ganado. Belgutei es responsable de los caballos, y Borchu y Jelme han sido ascendidos por encima de todos los otros jefes. —Chakhurkhan bebió y luego eructó—. Nosotros mismos, Arkhai, yo y nuestros camaradas Tahai y Sukegei, somos lo que él llama sus flechas, a las que envía cerca y lejos.
Jamukha se atusó el bigote.
—Veo que muchos han sido honrados —dijo, preguntándose cómo se habrían sentido Altan y los otros, que habían postergado su reclamo, al ver que los honores se brindaban a los camaradas más próximos a Temujin.
Taychar buscó otro jarro.
—Tengo que preguntaros algo —agregó Jamukha—. Si queríais un Kan, ¿por qué no elegirlo mientras Temujin y yo acampábamos juntos? ¿Por qué lo habéis elegido ahora?
—Pareces disgustado —replicó Arkhai—. Te aseguro que nuestro Kan aún siente por ti afecto y el mayor de los respetos. Cuando te dejó sabía que ya no podríais seguir gobernando juntos, que sus hombres se resistían a seguirte y que los tuyos lo rechazaban como jefe. Le pareció más prudente dejar que los hombres decidieran a cuál de los dos seguirían. Vio que muchos permanecerían contigo, que tu poder no se vería menguado por eso. Nunca pretendió endurecer su corazón hacia su hermano. Se mostró ansioso y nos pidió que te diéramos la seguridad de su amor.
"Oh, sí —pensó—. Sigue siendo mi amigo pero acéptame como tu Kan". Eso era lo que quería Temujin: había esperado a estar sentado en un trono para enviarle un mensaje.
—Habéis hecho vuestra elección —dijo Jamukha—. Debéis ateneros a ella. —Taychar lo miró con furia—. Decidle a vuestro Kan que su mensaje me complace. Los Noyan han elegido su Kan… debéis decirle a todos que deben servirle fielmente. Debéis decirles a Altan y a Khuchar, en particular, que no olviden el juramento que le hicieron.
Chakhurkhan sonrió.
—Llevaremos todos los mensajes que quieras darnos, amigo.
Jamukha se puso de pie.
—Podéis descansar aquí… Yo debo acostumbrar a otro caballo a la brida. Más tarde beberemos mientras me contáis todo acerca del "kuriltai" y del acceso al trono de Temujin. Espero que podáis recitarme de memoria todos los discursos.
—Todos los que consigamos recordar —dijo Arkhai, soltando una sonora carcajada—. Estábamos bastante borrachos.
—Entonces debemos ocuparnos de que bebáis lo suficiente como para recuperar la memoria.
Jamukha salió rápidamente, con Taychar pisándole los talones. Sn primo lo cogió del brazo cuando llegaban al corral de los potros.
—Gengis Kan —masculló Taychar—. Temujin lo tenía todo planeado. Ese maldito Altan…
—Tal vez ya esté arrepentido de su elección —dijo Jamukha—. Temujin tiene su trono. Veremos si lo conserva.
54.
Hoelun oyó voces en la entrada y al instante Temulun apareció al pie de su cama.
—Madre —susurró la muchacha—. Una de las criadas de Bortai pide que vayas de inmediato a su tienda.
Hoelun se levantó y se vistió rápidamente. Un muchacho le trajo un caballo; ella montó y cabalgó la corta distancia que la separaba del "yurt" de Bortai. Las criadas estaban fuera. Salió una esclava llevando la cuna de Chagadai y a Jochi de la mano. Sentado entre dos hogueras había un chamán, y detrás de él se veía una lanza clavada en tierra.
—No entres —le dijo el chamán.
Hoelun desmontó, paso entre las hogueras y entró a toda prisa.
Bortai estaba arrodillada junto a la cama de Khokakhchin, con el rostro bañado en lágrimas. Hoelun se acercó y se arrodilló a su lado. El lado izquierdo del rostro de la anciana estaba paralizado; sólo un ojo parpadeó cuando Hoelun le tomó la mano.
—No deberías estar aquí, Khatun —dijo la anciana en voz tan baja que Hoelun apenas comprendió sus palabras—. Le dije a la joven Khatun que me dejara, pero en vez de hacerlo te mandó a buscar. —Se quedó sin aliento pero logró agregar—: Antes de que amanezca me habré ido.
—No puedo dejar que mueras sola —dijo Bortai.
—Qué tontería —suspiró la vieja criada—. Esta tienda deberá ser purificada. Tendrías que llevarme lejos del campamento. No soy más que una vieja que…
—No me importa. —Bortai se enjugó a lágrimas—. Buscaré a un chamán que levante la prohibición. Le pagaré lo que me pida.
—Todas las riquezas del mundo no podrían levantar la prohibición. —Khokakhchin jadeó; Hoelun advirtió la inminencia de la muerte—. Viví para verte convertida en Khatun, niña. Viví para ver a Temujin convertido en Kan. Ya puedo marcharme en paz.
—Anoche mi esposo vino a mí en sueños —dijo Hoelun—. Ahora creo que vino por ti, Khokakhchin-eke. Fuiste una buena servidora. Juro que no serás olvidada.
—Dejadme sola. —La anciana jadeó—. Es lo último que os pido.
Hoelun tomó a Bortai del brazo; la joven se soltó.
—Ven —le dijo Hoelun con firmeza—. ¿Qué pensará Temujin si regresa y descubre que tú estás impura y tu tienda fuera de los límites del campamento? Permanecerías aislada durante meses.
Bortai cayó en sus brazos, sollozando.
—Te prometo algo, Khokakhchin-eke —dijo Hoelun—. Serás sepultada con grandes honores. Un Kan dirá las plegarias sobre tu tumba, querida amiga. —Sabía que jamás volvería a encontrar criada más fiel. Miró por última vez a la anciana, y después salió del "yurt" con la esposa de su hijo.
55.
Los hombres cabalgaban al paso, manteniendo los caballos juntos. Jamukha llevaba la boca y la nariz cubiertas con un pañuelo; aun al paso los caballos levantaban polvo. Más adelante, cerca de las montañas que bordeaban la estepa, las manadas pastaban.
Había estado a campo abierto con los caballos desde mitad del verano. Dos sementales prometedores habían sido apartados de los que serían castrados; el trabajo le había impedido pensar mucho en la arrogancia de su "anda", que había aumentado desde que ostentaba el rango de Kan. Temujin había actuado correctamente al enviarle mensajeros para que se enterara de que había accedido al trono. Eso había ocurrido hacía ya un año, pero la sola idea lo seguía enfureciendo. Temujin debió de ser consciente de que semejante noticia sería como una lanza que se le hubiera clavado en el costado. Ahora Temujin iba a los campamentos de sus seguidores para exhibir su generosidad, para demostrarles que les pediría muy poco. Todos ellos se habían arrodillado ante el Kan y le habían ofrecido sus espadas.
Temujin sólo lo había utilizado para obtener lo que quería. Jamukha había juzgado mal a su "anda"; había estado demasiado seguro de que el viejo lazo lo mantendría atado un poco más, de que Temujin, como solía hacerlo, vacilaría antes de actuar.
El arrepentimiento volvió a atormentarlo. Pensó en los sanguinolentos testículos de uno de los caballos que había castrado. Ése sería un castigo adecuado para un enemigo: privarlo de su virilidad y sostenerla ante sus ojos antes de que muriera.
El hombre que iba a la cabeza aminoró la marcha; Jamukha se adelantó para ocupar su lugar. Se quitó el pañuelo de la cara y respiró con mayor facilidad ahora que había dejado el polvo atrás. Después volvió la cabeza a un costado. Ogin se acercó a él; el muchacho sonrió mientras miraba a Jamukha.
Ogin había empezado a irritarlo con sus miradas provocativas y sus pedidos de favores; parecía creer que unos pocos acoplamientos lo hacían merecedor de alguna recompensa. Le había complacido salir a cazar con Ogin, sentir placer con él lejos del campamento, pero ese fuego se había extinguido, y Jamukha no tenía ningún deseo de reavivarlo.
Una nube de polvo alrededor de una figura diminuta apareció a la distancia; un hombre cabalgaba hacia ellos por la llanura calcinada. Jamukha entrecerró los ojos, reconoció al jinete y se preguntó qué estaría haciendo allí Khuyhildar.
El jefe Manggud disminuyó el paso cuando estaba junto a la manada, y luego avanzó hacia Jamukha, deteniéndose al llegar cerca de él.
—Te saludo —dijo Khuyhildar alzando un brazo. Su caballo giró y empezó a trotar junto al de Jamukha—. Traigo una noticia grave, amigo; lamento tener que dártela. Muchos jefes se han reunido en tu campamento, y me han enviado a ti. Perdóname por decirte esto, pero tal vez tendrías que haber regresado antes. De ese modo habrías evitado…
—Dejé a Taychar a cargo. No vi motivos para…
Khuyhildar hizo un gesto con la mano.
—Tal vez deberías haber elegido a algún otro. Yo y los demás Noyan estamos dispuestos a ayudarte si decides vengarte ahora que otros te han traicionado.
El Manggud estaba agotando su paciencia. Demasiado a menudo sus hombres vacilaban antes de decirle las cosas. A oídos de Jamukha había llegado el rumor de que a veces echaban suertes para decidir quién le llevaría las malas noticias. Hacer que los hombres le temiesen tenía sus desventajas.
Jamukha se volvió hacia Ogin, quien se había aproximado más a él.
—Regresa a tu lugar, muchacho —dijo, y espoleó a su caballo para que apresurara el paso. Khuyhildar se mantuvo a su lado hasta que estuvieron separados de los demás—. Habla ahora —le dijo Jamukha.
—Tu primo ha caído muerto por una flecha —dijo el hombre.
Jamukha se puso tenso y tiró de la riendas.
—¿Cómo ocurrió?
—Tu primo y sus camaradas se marcharon justo después de la luna nueva. Ya sabes cómo era. Uno de sus amigos dijo que estaba impaciente por saquear un campamento. Fueron hacia el Kerulen, a la estepa del Burro, y llegaron al campamento del jefe Jalair Jochi Darmala. A tu pariente le resultó fácil robarle los caballos, ya que el campamento de Jochi Darmala sólo tiene unos pocos "yurts".
Khuyhildar guardó silencio. Jamukha lo miró con ira.
—Continúa —le ordenó con voz ronca.
—Tu primo y sus camaradas acamparon junto a un arroyo. Debió de haber pensado que, como en el campamento Jalair había muy pocos hombres, no tenía nada que temer pues no lo persiguirían. Él estaba de guardia mientras los otros dormían. Despertaron y vieron que algo que parecía un caballo sin jinete se acercaba a la manada. Antes de que pudieran advertir a tu primo, una flecha Jalair se le había clavado en la espalda, y los caballos habían sido dispersados. —Khuyhildar se aclaró la garganta—. Más tarde tus hombres encontraron sus caballos vagando por la llanura, pero Jochi Darmala había escapado con los que eran de él. Ahora tu primo yace en un carro mientras su esposa llora por el esposo que ha perdido tan pronto.
Jamukha se dio cuenta de que el hombre no le había dicho todo. "Tendrías que haber reprimido a Taychar —pensó—. No deberías haberlo dejado en tu lugar; deberías haber sabido que haría algo así".
La furia vendría más tarde. Ahora sólo sentía consternación y un vacío en el pecho.
—Mi pariente será vengado.
—Unos pocos guerreros bastarán para apresar a los Jalair —masculló Khuyhildar.
—Han jurado fidelidad a Temujin. Si atacamos sus campamentos, el Kan lanzará sus ejércitos contra nosotros. ¿Por qué atacar un brazo si podemos atacar la cabeza?
La fea cara de Khuyhildar palideció.
—Tienes derecho. Pero ¿podrás hacerle la guerra a tu "anda"?
—No me ha dejado otra elección.
Había llegado el momento. Jamukha sentía que siempre lo había sabido. Temujin era el culpable por abandonarlo, por permitir que lo elevaran al trono. Taychar, advirtió, le había dado la excusa necesaria para actuar; tal vez su muerte no fuera en vano.
—Me dijiste que me ayudarías a vengarme, Khuyhildar.
—Y lo haré. —El Manggud se golpeó el pecho—. Mi promesa vive aquí. Juré seguirte, Jamukha.
—Debemos sepultar a mi primo, que me era tan querido como un hermano, y después alzaré mi estandarte, me pondré la coraza y haré resonar mis tambores. Atacaremos el campamento de Temujin.
56.
El ejército de Jamukha ocupaba la llanura mientras su filas aumentaban con los clanes que le habían jurado lealtad. Los chamanes leyeron los huesos e hicieron sacrificios antes de que miles de guerreros emprendieran la marcha con sus corceles de guerra. Cuando llegaron a las laderas de las montañas Turghagud y Alagud, las alas de caballería ligera de la derecha y de la izquierda se desplegaron para trasponer los pasos en grupos más pequeños; los exploradores ya se encontraban mucho más adelante. Jamukha, que cabalgaba en el centro con la caballería pesada, ordenó a los hombres que llevaban banderas blancas que indicaran al resto de la fuerza que se separara. Los exploradores le habían dicho que Temujin había acampado otra vez junto al Senggur. Las fuerzas de Jamukha convergerían en el campamento, rodeándolo.
A la noche extinguían las hogueras para ocultarse, y dormían sobre los caballos. Dos días después de que dejaran atrás las montañas, un hombre se presentó ante Jamukha con un mensaje de los exploradores. Habían avistado un ejército; ya había habido escaramuzas entre los exploradores de ambos bandos.Jamukha supo entonces que alguien había dado la voz de alarma a su anda, pero sus fuerzas todavía superaban, aparentemente, a las de Temujin.
El enemigo avanzaba en dirección a Dalan-Galjut, los Setenta Pantanos. Los generales de Jamukha se reunieron bajo su estandarte. Todo indicaba que las fuerzas de Temujin estaban agrupándose.
Jamukha impartió órdenes. Se reunirían y presentarían batalla en Dalan-Galjut. El ala derecha saldría de los árboles que bordeaban los Setenta Pantanos y empujaría al ejército de Temujin hacia la izquierda. Los exploradores de Temujin aún no habían avistado gran parte del ala derecha de Jamukha, y podían subestimar su poder. Los generales se marcharon a ocupar sus puestos; hombres provistos de banderas blancas y antorchas transmitieron las órdenes de Jamukha. Aún estaba en ventaja. Temujin sólo habría tenido tiempo de preparar poco más que una defensa.
Llegaron a Dalan-Galjut al amanecer, seis días después de haber salido de las montañas. A la distancia, Jamukha vio las filas de la caballería pesada del enemigo, con las lanzas en ristre y las corazas de cuero oscurecidas con resina. El estandarte de nueve colas de Temujin ondeaba detrás de ellos.
Jamukha alzó un brazo y luego lo dejó caer.
Un rugido se alzó por encima del retumbar de los cascos y el redoble de los "naccaras". Caballos y jinetes se apiñaron alrededor de Jamukha, que abatió a un jinete con la lanza. Una espada le rozó el casco; lanzó una estocada a un pecho acorazado y vio manar la sangre. Delante de él, el caballo de un enemigo se encabritó, arrojando al suelo a su jinete; la espada de Jamukha le cercenó el brazo. Mientras luchaba, sus oídos latían: los castigaría a todos por la muerte de Taychar, por haberlo abandonado, por haber preferido a Temujin.
Siguió luchando, moviéndose al ritmo de la batalla, hasta que advirtió que el enemigo retrocedía. Los hombres que habían caído de su montura luchaban a pie, cortando las patas de los caballos enemigos con sus espadas. Jamukha acabó con la vida de otro jinete clavándole la lanza en el cuello. Temujin estaba llevando la peor parte: sus soldados se retiraban. Los guerreros del ala derecha de Jamukha se desplazaron hacia el frente, empujando a las fuerzas del Kan hacia la izquierda; los soldados que huían se volvían para disparar flechas contra sus perseguidores.
El aire era más cálido, el sol estaba más alto. Jamukha gritó una orden al comandante que estaba más próximo. Se alzó una bandera como señal; sus hombres hacían retroceder al enemigo, encerrándolo entre el ala izquierda y el ala derecha del ejército. Los jinetes avanzaron: la victoria sería suya.
Los arqueros de Jamukha persiguieron al enemigo y se retiraron cuando se les indicó por medio de una señal. Otros guerreros tomaron su lugar; Jamukha permitiría que Temujin se retirara, pero no quería darle oportunidad de reagrupar a los suyos.
Sus hombres cargaron a sus camaradas muertos en Dalan-Galjut, dejaron los cadáveres de los enemigos a los cuervos y los chacales, y acamparon en una ladera, lejos del pantano. Jamukha durmió un sueño sin sueños cerca de una hoguera, y despertó al amanecer cuando un jinete llegó a verlo. El ejército de Temujin se había desbandado, muchos se encaminaban hacia el Onon. El Kan había perdido gran cantidad de soldados.
Jurchedei ascendía la ladera. Jamukha se puso de pie para recibir al jefe Uruggud.
—Hemos conseguido la victoria —dijo Jurchedei—. El enemigo se ha dispersado.
—Gengis Kan —dijo Jamukha, entre dientes. Escupió, se quitó el casco de cuero acorazado y se secó el rostro con un brazo—. Ahora veremos cómo sirven los hombres a su Kan, después de que los ha conducido a una derrota. Algunos de sus aliados deben de estar lamentando el juramento que le hicieron.
—Les has demostrado tu poder —dijo Jurchedei—. Ofrécele la oportunidad de rendirse. Los que lo siguieron pueden ahora servirte a ti.
—No puede haber paz entre nosotros —dijo Jamukha.
—Es tu "anda" —dijo el Uruggud—. Recuérdale su juramento. Tu primo ha sido vengado. Aprovecha ahora la debilidad de Temujin.
—Perderá más seguidores la próxima vez que nos enfrentemos. No desperdiciaré un triunfo venidero por mostrarme clemente con él ahora. —Había ganado esta batalla; ganaría la próxima y dejaría a Temujin sin nada—. ¿Cuántos prisioneros capturamos?
—No muchos. La mayoría murió luchando o nos obligaron a matarlos cuando los capturamos. Tenemos alrededor de ochenta del clan Chino, incluido su jefe.
Los condenados Chino habían estado entre los primeros que lo abandonaron para marcharse con Temujin.
—Quiero verlos —dijo Jamukha.
Un muchacho se acercó con un par de caballos. Montaron y bajaron la ladera hasta el corral en que se encontraban los prisioneros. Éstos estaban sentados con las manos atadas; un número de soldados se había reunido allí para burlarse de ellos. Les habían quitado las armas y las corazas. La sangre que manchaba sus camisas y pantalones demostraba que había muchos heridos.
Un hombre alzó la vista cuando Jamukha y Jurchedei desmontaron; Jamukha miró directamente a los ojos a Chaghagan Uwa, el jefe Chino.
—Volvemos a encontrarnos, Chaghagan Uwa —dijoJamukha—. La última vez que estuve en tu tienda hablaste de amistad. Después la olvidaste para seguir en la noche a ese condenado Kiyat. Ahora quiero escuchar tus últimas palabras.
—No olvidé nuestra amistad —dijo el hombre, y después irguió la cabeza—. Me fui porque era evidente que los dos no podíais gobernarnos juntos, y Temujin lo supo antes que tú. Nunca quise enfrentarme a ti en combate, pero hice un juramento a mi Kan y estaba obligado a defenderlo. Tú provocaste esta guerra al enviar a tus hombres contra nosotros por el honor de un ladrón de caballos.
Jamukha lo golpeó; Chaghagan Uwa se tambaleó pero no cayó.
—No ganas nada insultando a los muertos —dijo el Jajirat.
—De todos modos no tengo nada que ganar. Tendrías que haber refrenado a tu primo. Pero le permitiste que te llevara a la guerra. Yo obedecí a mi Kan, como debía. Sólo pido que yo y mis hombres tengamos una muerte honrosa.
Jamukha miró a Jurchedei.
—Pídele juramento —le susurró el Uruggud—. Era un amigo. Reténlos como rehenes mientras puedas…
Unos gritos ahogaron el resto de sus palabras.
—¡Pásalos por la espada! —gritó un hombre detrás de ellos.
Jamukha alzó la cabeza. Arriba, en la ladera, un muchacho atizaba el fuego debajo de un caldero.
—¿Una muerte honrosa? —dijo Jamukha con suavidad—. Oh, no. Tu muerte no será honrosa, y la de tus hombres no será fácil. Merecéis morir como animales por habernos abandonado. Matamos las ovejas antes de hervirlas, pero tus hombres sufrirán ese destino estando con vida.
El jefe Chino abrió la boca; Jamukha desenvainó su espada y le propinó un mandoble. La cabeza de Chaghagan Uwa rodó más allá del corral mientras su sangre se derramaba sobre los otros prisioneros. Los hombres se adelantaron rápidamente, arrastrando a los cautivos fuera del corral. Jamukha cogió la cabeza por la coleta y la levantó. Jurchedei retrocedió.
—¡Así serán castigados mis enemigos! —gritó Jamukha—. ¡Que aquellos que se oponen a mí sepan cuál es el precio de su traición!
Los soldados pasaron junto a Jurchedei, llevando más prisioneros hacia las hogueras; el Uruggud se volvió y se dirigió hacia su caballo, tambaleándose. Jamukha sintió desprecio por la aprensión del hombre. El terror mantendría a sus hombres en la obediencia, y el miedo a su venganza haría que otros muchos se unieran a él.
Fue hasta su caballo, ató la cabeza a la cola del animal y saltó sobre la montura. Los hombres lanzaron vitores y agitaron sus armas, pero algunos permanecieron en silencio, observándolo. Un prisionero aulló mientras dos hombres lo echaban dentro de un caldero. Jamukha alzó su espada y cabalgó por la ladera. Los aullidos de los hombres, cocidos vivos, eran una canción que celebraba su victoria.
57.
El halcón voló hacia Temulun y se posó sobre la muñeca de la muchacha. Ella le dio un bocado de carne y después ató la correa al guante.
—Veo que lo has adiestrado muy bien —dijo Hoelun.
Su hija giró la montura y sonrió; al halcón desplegó las alas.
—Es bello, ¿verdad? —dijo Temulun—. Es el mejor que tengo.
Canturreó para el pájaro mientras Guchu se acercaba al trote. La muchacha se había vuelto bonita, con una nariz pequeña, pómulos altos y largas pestañas que sombreaban sus ojos verdes con reflejos dorados. Pero Hoelun aún debía regañarla para que se trenzara mejor el pelo, y la joven sólo se ponía las túnicas más sencillas.
Hoelun llevaba desde la mañana al aire libre en compañía de su hija y sus dos hijos, dispuesta a disfrutar de un día claro sin viento ni nieve. Al este de sus tiendas, las criadas quitaban la nieve y alimentaban las ovejas. Sus criadas y esclavas la habían vuelto perezosa; siempre había manos dispuestas a preparar la comida, ordeñar, sacudir las mantas y hasta coser e hilar. Temulun se irguió y puso su mano libre a manera de visera sobre los ojos.
—Temujin ha regresado —dijo.
Hoelun entornó los ojos, la vista de su hija era más aguda que la de ella. Tres jinetes avanzaban desde el oscuro montículo de los "yurts" hasta su propio círculo; reconoció el blanco corcel de guerra que era el favorito de Temujin y el oscuro abrigo de piel de éste. El segundo jinete era Khasar, pero no reconoció al tercero.
Era inusual ver a su hijo acompañado por tan pocos hombres. El Kan estaba permanentemente rodeado de guerreros, cazando, trazando planes y estrategias de combate, examinando los nuevos arcos y las puntas de flecha endurecidas en agua salada, bebiendo o relatando historias. Era lo adecuado para un hombre, sobre todo si era Kan, pero a veces ella deseaba que de vez en cuando Temujin la visitara solo o con sus mujeres e hijos, como lo hacían sus otros vástagos. Él dejaba que Bortai y sus hermanos la tuvieran al tanto de sus andanzas, y cuando la invitaba a su tienda siempre había allí grupos de hombres.
Esas cosas no debían perturbarla; él ya no era un niño aferrado al abrigo de su madre. No había permanecido mucho tiempo caviloso después de la derrota que sufriera el otoño anterior a manos de Jamukha, y, según Bortai, sólo había dicho que aquella batalla le había servido de lección. A Hoelun le sorprendió que otros clanes, incluidos algunos que habían luchado contra él, se hubieran unido a Temujin para la cacería otoñal, y la mujer se había preguntado por qué su hijo les habría concedido una parte tan importante de las presas cobradas. Pero el juicio de Temujin había sido acertado. Sus nuevos aliados superaban en número a los hombres caídos en Dalan-Galjut, y muchos le habían jurado fidelidad después de abandonar a Jamukha.
Temujin había pasado los últimos días en el campamento de Jurchedei. El jefe Uruggud le había hecho un relato estremecedor después de que se uniera a él ese invierno, contándole de cautivos hervidos vivos en calderos; algunos decían que Jamukha y sus hombres más crueles habían bebido el caldo. Esa crueldad sólo había conseguido que Jurchedei y el jefe Manggud Khuyhildar se pusieran del lado de Temujin. Jamukha en realidad había perdido más de lo que había ganado en los Setenta Pantanos.
Sus hijos y el acompañante se detuvieron cerca del "yurt" de la mujer.
—Según parece —dijo Hoelun—, el Kan desea hacernos una visita. Venid conmigo, todos vosotros.
Temulun bufó.
—Pronto será de noche. ¿No podemos…?
—Sólo unos momentos, niña. Espero que todos estéis de regreso cuando haya terminado de dar la bienvenida a tus hermanos y a su camarada.
Temujin galopaba hacia ella. Hoelun rozó ligeramente a su caballo con el látigo y galopó a través de la extensión de nieve. Khasar soltó un grito de bienvenida cuando vio que su madre se acercaba; el rostro del tercer hombre estaba semioculto por las anchas alas de su sombrero.
—Madre —gritó Khasar cuando ella disminuyó el paso—, mira quién ha venido a unirse a nosotros. El viejo amigo de nuestro padre ha regresado.
Temujin sonrió y el hombre levantó la cabeza. Sus bigotes eran más largos y la piel de su rostro parecía cuero curtido, pero los oscuros ojos de Munglik seguían siendo los mismos.
—¡Munglik! —Hoelun alzó una mano, demasiado atónita para decir algo más.
Temujin se echó a reír y le indicó con un gesto que se acercara. Por supuesto que él se sentia feliz, y no sólo porque el Khongkhotat era el antiguo servidor de su padre, sino porque otro de los aliados de su "anda" había desertado.
—Te saludo, Honorable Señora —dijo Munglik—. ¿Cómo es que los años no han dejado ninguna marca en ti?
Hoelun sonrió, después envolvió más su rostro con el pañuelo de seda que le cubría la cabeza.
—Este pañuelo oculta mucho.
—Eres demasiado modesta, Khatun. Todavía cabalgas como una muchacha, y el rostro que estoy viendo no ha cambiado.
Una charla tonta, pero no pudo evitar sentirse halagada. Trotaron hacia el campamento.
—Munglik vino al campamento de Jurchedei —dijo Temujin—, y ha traído con él a su pueblo para unirse a nosotros. Tenemos mucho que celebrar.
"Ya era hora de que Munglik se decidiera", pensó Hoelum.
—Quería venir antes —dijo Munglik—, pero me sentía atado a Jamukha por mi promesa, y porque fue Temujin quien eligió abandonarlo. Pero ya no puedo seguir sirviendo a un hombre tan intemperante.
Quería decir que se beneficiaría más si permanecía junto a un jefe más fuerte. Cualesquiera que fuesen los excesos de Jamukha, Munglik se habría quedado con él si Temujin no fuera cada vez más poderoso. Seguía siendo igual, pensó Hoelun, siempre pensando antes de actuar qué beneficio podía obtener.
—Me alegra que estés aquí —dijo finalmente Hoelun. La presencia de Munglik demostraba cuánto apoyo había perdido Jamukha—. A menudo pienso en tu buen padre.
—Mi padre os sirvió bien —dijo Munglik—. Tan bien como os serviré yo ahora. Estoy arrepentido de muchas cosas, Hoelun Khatun, y una de ellas es no haber podido arriesgar la seguridad de mi familia y de mi clan viniendo antes, pero nunca he olvidado el lazo que me unía a tu esposo ni mi afecto por sus hijos. Si luché contra vosotros en Dalan-Galjut fue porque había hecho una promesa a Jamukha, pero no puedo respetar a un hombre que da un trato tan deshonroso a los prisioneros. Cuando mi hijo Kokochu me contó un sueño en el que un lobo lo llevaba junto a Temujin, recordé la promesa que le había hecho a Yesugei y lloré, pues el presagio que vio mi hijo me hizo ver dónde radicaba mi verdadera lealtad.
—¿Tu hijo? —preguntó Hoelun.
—Ahora tengo siete hijos. —Munglik se irguió en la montura—. Todos se llevan un año entre sí, y Kokochu es el del medio. Sólo tiene nueve años, pero ya domina el arte de los chamanes.
Desmontaron detrás de la tienda. Hoelun se apresuró a entrar mientras un muchacho se ocupaba de los caballos. Había dos criadas dentro, y Hoelun las ayudó a servir caldo y trozos de carne.
Los hombres se sentaron cerca de la cama, en la parte trasera del "yurt"; Temujin al centro. Hoelun les llevó comida y después se sentó a su izquierda.
—Lamento ofreceros tan poco —dijo la mujer.
—Esta noche cenaremos bien en mi tienda —dijo Temujin—, y cuando pase la primavera celebraremos un gran banquete en honor de nuestro amigo y de los otros que se han unido a nosotros.
—Cuida de que los jefes Jurkin tengan un lugar de honor en cualquier celebración —le dijo Khasar—. Taichu y Seche murmuran que te has olvidado de algunos de los que te convirtieron en Kan.
—Entonces debo ocuparme de que se sienten conmigo —dijo Tamujin, con ceño—. A veces nuestros parientes Jurkin son demasiado orgullosos. —Terminó su caldo y se apoyó en la cama—. Nuestra madre deseará saber lo que te ocurrió mientras estuviste separado de nosotros.
Munglik bajó la cabeza.
—Prefiero hablar de ello más tarde. Ahora quiero oír lo que vuestra madre tiene para contar sobre ella misma.
—Estás hablando con una abuela —dijo Hoelun—a la que apenas le alcanzan los dedos para contar a sus nietos. —Los cumplidos de Munglik eran demasiado afectuosos—. Todos mis hijos tienen esposas ahora, y Temujin ya me ha dado dos nietos con Bortai y una nieta con su esposa Doghon.
—Y habrá otro dentro de poco —dijo Munglik—. El Kan me ha dicho que Bortai Khatun volverá a dar a luz esta primavera. ¡Vaya bendición!
—Y también son una bendición los dos hijos que he adoptado, Guchu y Kukuchu, y Temulun ya es una joven mujer. —Frunció el entrecejo; su hija ya debería estar de regreso. Temulun seguramente se había demorado por el camino o en el pequeño "yurt" donde guardaban las monturas y las halcones.
—Si es tan adorable como su madre —dijo Munglik—, debe dejar atrás a todas las jóvenes bellas.
Tantos halagos hacían que se sintiese incómoda.
—Espero que tu esposa esté bien —dijo.
—Desgraciadamente, falleció a finales del otoño. Mi corazón sangra por ella, así como los corazones de mis siete hijos.
Tener siete hijos en otros tantos años seguramente no le habría hecho ningún bien a su esposa.
—Lamento saberlo, Munglik —dijo Hoelun—. Espero que encuentres otra esposa en poco tiempo.
—Ruego que así sea. —Cambió una mirada con Temujin—. Un hombre se siente solo cuando su cama está vacía.
—Lamento decirte que también Khokakhchin-eke ha muerto —dijo ella, ansiosa por cambiar de tema—. Pero vivió para ver a mi hijo convertido en Kan.
—Khasar —dijo Temujin, irguiéndose en su cojín—, Bortai ya debe de saber que he regresado. Conduce a Munglik a su tienda y dile que hierva un cordero para nosotros. Tengo mucho que hablar a solas con nuestra madre.
—Ya de niña Bortai Khatun mostraba que sería una buena esposa —acotó Munglik, poniéndose de pie y haciendo una reverencia a Hoelun—. Si tuviera que enumerar mis días más felices, éste se contaría entre ellos. Muchos clanes mongoles hablan de la justicia y la generosidad de Gengis Kan, de modo que sabía que me trataría honorablemente, pero nunca esperé una bienvenida tan afectuosa.
—Es una bienvenida bastante pobre tratándose de un viejo amigo —dijo Temujin—. Pronto nos reuniremos contigo.
Se puso de pie y ambos hombres se abrazaron.
Khasar condujo a Munglik fuera; una de las criadas recogió los cuencos y la fuente. Hoelun observó a su hijo mientras éste volvía a tomar asiento. Por una vez lo tenía sólo para ella, y parecía de buen humor, seguramente por la llegada de un viejo amigo.
—Munglik —murmuró Hoelun— tiene talento para los discursos.
—También tiene talento para saber hacia dónde sopla el viento. Jamukha no será feliz al saber que está aquí.
Temulun entró, seguida de Guchu y Kukuchu.
—¡Temujin! —exclamó. Colgó su arco y su carcaj y corrió hacia él—. Tienes que ver mi halcón.
Temujin apoyó un codo en el cojín.
—Vi tu halcón hace tiempo.
—Deberías verlo ahora. —Temulun se quitó el abrigo y lo arrojó sobre un cofre; la faja que rodeaba su breve cintura hacía más evidentes las curvas de sus caderas y de sus pechos—. Apuesto a que mis halcones son mejores cazadores que los tuyos. —Se sentó a la izquierda de Temujin y llamó con un gesto a sus dos hermanos adoptivos; los muchachos se sentaron a la diestra del Kan, con expresión de respeto y admiración en el rostro.
—He visto a Khasar —dijo Temulun—. ¿Quién es el hombre que estaba con él?
—Nuestro viejo amigo Munglik. Los Khongkhotat se han unido a nosotros.
—Mejor… así tendrás más guerreros.
—Esta noche lo celebraremos —dijo Temujin—. El retorno de un antiguo camarada siempre es motivo de alegría.
—Bien —dijo su hermana, con una sonrisa que reveló sus dientes blanquísimos—. Estoy tan hambrienta que me comería medio cordero yo sola. —Se echó las trenzas hacia atrás—. Cuando todos los clanes se unan a ti no tendrás que luchar y entonces podrás salir a cazar conmigo.
Temujin rio.
—Todavía habrá que aplastar a los Merkit, y a esos condenados tártaros, pues el Kan Naiman no sentirá placer si ve que me he vuelto demasiado fuerte. Tendré otras batallas que librar.
—Te tomaste mucho tiempo para regresar —le dijo Hoelun a su hija.
Temulun hizo una mueca, y después tiró de la manga de su hermano.
—Quiero mostrarte mi halcón.
—Primero tengo algo que deciros a ti y a nuestra madre. —Hizo una pausa; sus ojos tenían esa expresión distante tan común en él últimamente—. Pronto tendrás catorce años, Temulun.
—¡Todavia te acuerdas! —exclamó ella, haciendo otra mueca—. Pensé que ahora el poderoso Kan tenía tantas cosas en qué pensar que tal vez habría olvidado algo tan poco importante.
—Edad suficiente —prosiguió él—, para que pienses en dejar de lado tus ropas de niña y las cambies por la túnica y el tocado de una mujer. Tengo buenas noticias para ti, hermana. Muy pronto te comprometerás, y te casarás antes del otoño.
Temulun se puso rígida.
—¿Por qué me dices esto? ¿Por qué mi pretendiente no está aquí contigo?
—Vendrá muy pronto y te ofrecerá muchos presentes, y el más importante será la confirmación del juramento de lealtad que me ha hecho. Tendrás el honor de ser su esposa principal, y confío en que lo servirás fielmente.
Temulun se mordió los labios.
—¿Quién es? —susurró.
—Chohos-chagan, jefe de los Khorola.
La joven se echó hacia atrás.
—¡Nunca! —Se puso de pie de un salto y giró para enfrentarlo—. ¡No puedes entregarme a él! Es feo… ¡y cuando ríe parece un asno salvaje rebuznando! No puedes…
—Hace tiempo que insinúa que te quiere, y es un buen partido —respondió Temujin.
—¡Jamás me casaré con él! —gritó Temulun.
Kukuchu y Guchu soltaron una carcajada; Hoelun les lanzó una mirada de advertencia.
—Lo harás —dijo Temujin en tono suave pero terminante—, aunque tenga que darte una paliza y arrojarte en su cama con mis propias manos.
La muchacha dio una patada en el suelo.
—¡No lo haré!
Temujin se incorporó de un salto. Le dio una bofetada y la joven cayó al suelo. Hoelun se acercó rápidamente y se arrodilló junto a su hija, protegiéndola con sus brazos.
—Harás lo que yo diga —masculló el Kan—. Necesito a Chohos-chagan, y no estoy tan seguro de él como desearía. Si se siente afrentado, puede llegar a renovar sus vínculos con mi "anda", y no quiero correr ese riesgo. Si te tiene como esposa se mantendrá cerca de mí.
Temulun se limpió la sangre de la boca, después ocultó el rostro en el pecho de Hoelun.
—Basta —le dijo Hoelun a la muchacha, que sollozaba—. Es un buen partido. Tal vez no sea un hombre apuesto, pero parece amable. Un esposo suele ser lo que su mujer hace de él.
—Eres mi hermana —dijo Temujin—. ¿Crees que ser la hermana de un Kan sólo significa que puedes jugar con tus halcones y hacer lo que te venga en gana? Tienes la oportunidad de servirme, de ser mi voz dentro de la tienda de Chohos-chagan. Esperaba más de ti, Temulun.
—Tu hermano tiene razón. —A pesar de sus palabras, Hoelun estaba de parte de su hija—. No complacerás a tu esposo si gimes y lloriqueas y le haces pensar que lo desprecias. Debes buscar lo mejor en él.
—Juzgas mal a Chohos-chagan —dijo Temujin—. Sabe cómo eres, y que sólo piensas en tus halcones, y a pesar de ello te quiere como esposa. Seguirás teniendo tus placeres si lo complaces. Soy el Kan y el jefe de nuestro clan… debes obedecerme. —Alzó la voz—. Si haces algo que ofenda al hombre que será tu esposo, perderás mi protección. Y sólo Dios sabe lo que te ocurrirá entonces.
Temulun palideció ante la amenaza. Hoelun se puso de pie y se interpuso entre ambos hijos.
—Basta —dijo—. No estoy dispuesta a oír palabras tan crueles en mi "yurt". —Abrazó a su hija—. ¿Recuerdas, Temulun, cuando me decías que deseabas llevar el estandarte de tu hermano en el combate? Pues ahora puedes serle de más ayuda casándote con ese hombre. Tendrás tiempo de conocer mejor a tu prometido antes de la boda; utilízalo para ganarte su amor y su respeto, de modo que más tarde sepa escucharte.
Temulun bajó la cabeza.
—No tengo elección, ¿verdad? Mis sentimientos no importan. Debo sonreír y parecer feliz.
—Sí —dijo Temujin—, por ti y por mí. Piensa en lo que puedo perder si él se aleja de mi lado, y lo que podrías sufrir si tal cosa ocurriera. Sé que me obedecerás, Temulun. —Le puso una mano sobre el hombro. La muchacha retrocedió—. Ahora ve con tus halcones y cambia esa cara. No quiero que Munglik te vea tan triste. Iré a ver tus halcones cuando haya terminado de hablar con nuestra madre.
Las lágrimas de Temulun se congelarían fuera; Hoelun se las enjugó con la manga. Su hija recogió su abrigo y se dispuso a salir. Guchu y Kukuchu observaban con expresión de admiración a Temujin, evidentemente impresionados por su espíritu decidido.
—Vosotros dos no diréis ni una palabra de esto —les dijo Hoelun en tono firme—. Si lo hacéis os castigaré. Ahora id a buscar estiércol seco.
Los dos muchachos se marcharon detrás de Temulun.
Temujin exhaló un suspiro.
—Por las venas de Temulun corre mi misma sangre —dijo mientras se sentaba—. Muy pocos se atreverían a hablarme como ella lo ha hecho. Pensaba en su felicidad, ¿sabes? A Chohos-chagan le gusta la muchacha.
—No me digas palabras tiernas, Temujin. Nada de eso importaría si el matrimonio no fuera beneficioso para ti. Tal vez fui demasiado permisiva con ella, pero fue valiente cuando no tuvimos a nadie que nos ayudase, y no me parecía mal que durante un tiempo siguiera siendo una joven despreocupada.
—Tendrás que enseñarle cuáles son sus obligaciones —dijo él—. Cuando viaje al campamento de su esposo para la celebración de la boda, ya habrá olvidado que alguna vez se sintió infeliz por ello.
Las criadas se habían ubicado junto al fogón ocupadas con la costura; Hoelun se sentó junto a su hijo.
—Tienes otras cosas que decirme.
Temujin asintió.
—Tengo buenas noticias para ti, madre. También te he encontrado un esposo.
Ella se puso tensa.
—De modo que soy otro animal que está en venta.
Él entrecerró los ojos.
—Mostraste más sabiduría cuando se trataba de mi hermana.
—Temulun debe casarse, es joven… yo soy demasiado vieja para darle hijos a un hombre.
—Mujeres más viejas que tú dan a luz, pero este hombre ya tiene varios hijos. Todavía te encuentra bella y dice que no desea otra esposa que no seas tú. Creí que la idea te complacería, madre… es con Munglik con quien deseo que te cases.
Ella no sintió nada. Había hombres peores; Munglik no sería un mal esposo. Había sentido un fugaz deseo por él después de la muerte de Yesugei, pero todo eso había sido mucho tiempo atrás, y Munglik estaba hecho con la misma madera que el Bahadur.
—Me doy cuenta de por qué deseas esta boda —dijo ella en voz baja—. Munglik no fue el más leal de los amigos en el pasado, pero al convertirse en tu padrastro sin duda tendrá mucho que ganar si te jura fidelidad. —Su hijo también sabía que ella era lo bastante fuerte para hacer que Munglik siguiera siendo un aliado seguro—. Como dijiste, Munglik siempre supo hacia dónde soplaba el viento.
—Te ama, madre… dice que siempre te ha amado.
—Y eso también te conviene si nos casamos. Ama a la mujer que fui, pero ama más la idea de casarse con una Kathun. —Bajó la cabeza—. Debo dar un buen ejemplo a mi hija, y mostrarme conforme cuando él me corteje.
—Estará complacido, y también yo. —Se puso de pie—. Debo visitar los halcones de Temulun. Tal vez se sienta más feliz si le cuento algo sobre los hermosos halcones de Chohos-chagan.
—Tendrás lo que deseas, a pesar de lo que sintamos nosotras.
Él se marchó. Como Kan, no podía permitir que los ruegos de una madre y una hermana lo conmovieran. Tenía que estar dispuesto a castigar a cualquiera que desobedeciera sus órdenes; Hoelun debía agradecer que fuera tan decidido. A pesar del calor que reinaba dentro de la tienda, la mujer sintió frío. Se puso de pie y se acercó al fogón.
58.
Gurbesu se arrodilló, luego se prosternó. Los tres sacerdotes entonaron sus plegarias, rociaron agua bendita sobre la piedra azul de su pequeño altar y después le ofrecieron una cruz de oro.
La reina Naiman oprimió los labios contra ella y oró en silencio, dando gracias a Dios y a su Hijo el triunfo de su esposo. Ella le había aconsejado que no dirigiera sus ejércitos contra los Kereit, pero Inancha no la había escuchado. El hombre había creído que ella pensaba que fracasaría, pero en realidad ésa no había sido la preocupación de Gurbesu. Ella sabía que Inancha Bilge, Tayang de los Naiman, vencería y depondría a Toghril Kan, pero temía que se tratara de una victoria fugaz.
Gurbesu se sentó. Había llamado a los chamanes el día anterior y les había pedido que disiparan con un hechizo la tormenta invernal, para que su esposo pudiera volver a su lado rápidamente; al alba el cielo estaba claro. Con la parte maligna de la creación en constante lucha con la parte buena, era de sabios requerir la ayuda de tantos hombres sagrados como fuera posible.
"Gracias, Oh Señor, por darle a mi Tayang esta victoria. Te ruego que nunca ocurra lo que más temo".
Hizo el signo de la cruz y se puso de pie. Los criados de su casa se levantaron; Ta-ta-tonga, el escriba Uighur que era custodio del sello del Tayang, se persignó. Gurbesu le hizo una seña a otro escriba, quien entregó a los sacerdotes una pequeña bolsa de oro en pago por sus plegarias.
Fuera, una voz gritó algo; uno de los guardias que estaban dentro respondió. Gurbesu se volvió mientras entraba un hombre, que se arrodilló, apoyó la frente en el tapete bordado que estaba junto a la puerta y luego se puso de pie.
—Hemos avistado el ejército, mi Reina —dijo—. El estandarte del Tayang se divisa en el horizonte.
—Gracias por avisarme —respondió ella—. Esperaré fuera de la tienda para darle la bienvenida al Tayang.
El joven salió haciendo una reverencia. Una de las criadas fue hasta un baúl a buscar el manto de piel favorito de Gurbesu. La mujer había ordenado que el campamento principal se trasladara hasta allí, desplazándose de las montañas Altai hasta el valle del río Kobdo; Inancha se sentiría complacido de que ella hubiera viajado hasta allí para recibirlo. La criada le envolvió los hombros con el manto y luego le tendió los guantes. Las monedas de oro que adornaban su tocado tintinearon cuando la mujer avanzó. El Tayang esperaría ver su felicidad, no sus dudas.
Gurbesu se arrebujó en su manto. Inancha vería que su reina desafiaba el frío para recibirlo, impaciente por demostrar su alegría ante el regreso del esposo.
Había sido entregada al Tayang tres años atrás, cuando tenía quince, después de que la esposa principal de aquél hubiese muerto. Ahora Inancha raramente visitaba a sus otras esposas, y había elevado a Gurbesu por encima de las demás. Ella lo había oído deliberar con los generales, había aprendido todo lo posible de sus consejeros y después había empezado a darle consejo ella misma.
Eso divertía a Inancha. A veces hacía lo que ella le decía, pero con mayor frecuencia ocurría lo contrario. El Tayang de los Naiman había gobernado bien a su pueblo durante años sin los consejos de la joven, y casi siempre podía ignorar sus opiniones.
Ella lo amaba a pesar de eso. Inancha la honraba, la mimaba y era amable con ella. Tal vez la joven deseaba que la escuchara más a menudo, pero si hubiera sido un hombre fácilmente influenciable por los demás e inseguro de sí mismo, Gurbesu no lo habría amado.
Un hombre salió de un "yurt" y se acercó a ella y le hizo una reverencia.
—Te saludo, Reina y madre —murmuró Bai Bukha—. Supuse que te encontraría fuera, esperando a mi padre. No puedo por menos que esperar contigo.
—El Tayang se sentirá complacido.
Bai Bukha se acercó más. La miró intensamente, como solía hacerlo y ella se sintió desnuda; él la poseería si pudiera, incluso antes de que su padre muriera. Inancha le había pedido a su hijo menor, Buyrugh, que lo acompañara, pero había dejado atrás a Bai Bukha para que vigilase los campamentos.
Inancha Bilge merecía mejores herederos. Buyrugh sólo se dedicaba a discutir con su padre sobre asuntos tan poco importantes como el lugar al que se trasladaría el campamento. Bai Bukha obedecía al Tayang en silencio, pero con miradas cargadas de resentimiento; a sus veinticinco años había tomado parte en pocas batallas, y sólo había demostrado el escaso valor que poseía en las partidas de caza.
—A mi padre le alegrará que hayas venido hasta aquí a recibirlo — dijo Bai Bukha—, a pesar de que le aconsejaste que no llevara a cabo esta campaña. Ya ves que tus temores eran infundados. El Tayang siempre vence a sus enemigos.
—Ojalá estés en lo cierto. —La joven se persignó y después hizo un signo contra el mal—. Sé que tú querías que luchara.
—Yo no tenía gran cosa que decir acerca de esto. Simplemente me sometí a la voluntad de mi padre, como es mi obligación.
—No tenías obligación de cabalgar hasta aquí, Bai —murmuró ella—. Podrías haber saludado al Tayang en tu propia tienda.
—Él no irá hasta allí hoy, y debo asegurarme de que sepa cómo cuidé todo durante su ausencia. —El joven se inclinó hacia ella—. Qué dispuesta estás a mostrarle tu devoción. Las otras esposas jóvenes de hombres viejos deberían ser igualmente sabias; un anciano es más generoso cuando cree que su esposa verdaderamente lo ama.
Ella sintió que las mejillas le ardían. Estaba a punto de replicar cuando los vítores del ejército que se acercaba acallaron sus palabras. De pronto, un jinete se adelantó y galopó a través de la nieve. El espíritu de Gurbesu se alegró al verlo; Inancha Bilge todavía cabalgaba como un hombre joven.
El caballo se detuvo entre una nube de nieve, y el robusto Tayang envuelto en un abrigo de piel, desmontó. Gurbesu hizo una profunda reverencia y se acercó a toda prisa a su esposo. Ambos se fundieron en un abrazo.
—No tenías que soportar el frío —dijo él.
—Soportaría una tormenta para recibirte. —Gurbesu escrutó el rostro que había llegado a amar. Antes, le había parecido feo, con su nariz rota y sus mejillas cuya piel semejaba cuero curtido; la amabilidad había vencido a la fealdad—. Pronto me darás calor, esposo mío.
El pecho de Inancha subió y bajó; el hombre jadeó. La campaña y la larga cabalgata de regreso le habían quitado fuerzas, no debería haber corrido hacia ella para demostrar que no estaba extenuado. Cogió la mano de la joven mientras Bai Bukha se adelantaba hacia ellos.
—Te saludo, padre —dijo—, y doy gracias por tenerte nuevamente entre nosotros.
Inancha tosió, después escupió.
—Recibiré tus saludos dentro.
Las criadas hicieron una reverencia. Gurbesu condujo a su esposo hasta el "ordu", cálido y espacioso. Ta-ta-tonga y los otros entraron detrás. Cerca del trono y de la cama había farolillos que iluminaban los tapices colgados en las paredes; sobre el fogón hervía un cordero.
—Ah. —El Tayang se sopló los dedos, se quitó el hielo semiderretido de los bigotes y luego el casco forrado de piel—. Mis otras esposas no han venido a recibirme.
—No las llamé —dijo Gurbesu—. Por supuesto, les agradará que las visites dentro de unos días. —A menudo debía recordarle sus obligaciones hacia las otras esposas—. Hay alimentos para ti y tus generales, y el custodio del sello está aquí con tres escribas para consignar el relato de tu victoria.
Ta-ta-tonga hizo una reverencia.
—Ya hemos consignado los mensajes recibidos hasta ahora —dijo el Uighur—. Erke Khara es ahora Kan de los Kereit, y su hermano Toghril ha sido depuesto, lo cual es motivo de regocijo. Si es tu voluntad, haré…
Inancha alzó una manaza.
—Mi custodio del sello puede esperar un relato más detallado, y mis generales llevan tres meses fuera de aquí, de modo que irán a sus propias tiendas a festejar con sus familias. —Se estremeció—. Nilkha, el hijo de Toghril, al que llaman el Senggum, está escondido, pero dudo de que haga mucho por ayudar a su padre. Toghril ha huido hacia el oeste, a Kara-Khitai.
—Es una verdadera lástima que no lo hayas capturado—dijo Gurbesu—, pero conseguirá poco auxilio de los Khitan Negros.
Bai Bukha se mantenía cerca, observando a Gurbesu al otro lado del fogón.
—¡Padre!—gritó una voz desde la entrada.
De inmediato entró Buyrugh, quien avanzó hacia ellos; sus ojos se posaron en Gurbesu.
—Te saludo, Gurbesu-eke. Sólo pensé en devolver a mi padre sano y salvo a su esposa más querida. Fui su escudo en la batalla, mi espada fue su brazo y pronuncié muchos ensalmos para protegerlo.
Bai Bukha se enfureció.
—¿De manera que fuiste el escudo de nuestro padre? Todavía apestas por haberte ensuciado los pantalones cuando el miedo te abrió las tripas.
—¡Silencio! —rugió Inancha; los criados que estaban cerca de él retrocedieron—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Sólo vine a saludar a mi Reina y madrastra —replicó Buyrugh. Su mirada era ofensiva, tan lasciva como la de su hermano; Gurbesu deseó darle una bofetada.
—Ya la has saludado. Ve a ayudar a los demás con los caballos.
Buyrugh se retiró; Inancha se volvió hacia su hijo mayor.
—¿Y tú? —le preguntó.
—Estaba seguro —dijo Bai Bukha—de que desearías un informe de lo ocurrido durante tu ausencia.
—Puedo conseguirlo de mi esposa y de Ta-ta-tonga. Supongo que se ocuparon tanto como tú de velar por mi gente. Ve a tu tienda. Puedes decirle a tu hijo Guchlug que me gustaría ver a mi nieto más tarde.
Bai Bukha se marchó. Inancha caminó hacia su trono y se sentó con gesto fatigado; Gurbesu se quitó el manto y cubrió con él las piernas de su esposo.
—Debo admitir que Buyrugh demostró un poco de coraje —dijo Inancha.
—Quieres decir que no retrocedió.
—Vamos, Gurbesu, ya tengo bastante con que mis hijos riñan entre sí. No quiero que también mi esposa hable mal de ellos.
Ella tomó asiento, a la izquierda del Tayang.
—También Bai Bukha debería haberte acompañado.
—Bai es un mal soldado. Lo sabe y trata de demostrar lo contrario, con lo que pone en peligro a los hombres bajo su mando. —Inancha suspiró—. Es mejor ver si aprende a gobernar. Con Buyrugh como su general, tal vez sean capaces de conservar mi reino.
—Pero eso no es algo que debas tomar en cuenta ahora. —Gurbesu le acarició una mano—. Que Dios te dé larga vida.
—El cielo ya me ha dado una vida bastante larga.
Ella lo miró. Siempre que volvía, veía más canas en su barba rala, más plateadas sus coletas. Le aterraba pensar en lo que ocurriría cuando él ya no estuviera. Los hijos más valientes del Tayang habían muerto; todo lo que le quedaba era un irascible muchacho de dieciséis años y un joven con poco talento para la guerra. Pero Inancha no le permitía hablar duramente de sus hijos. Esas conversaciones sólo servian para recordarle que ella no le había dado descendencia.
Ta-ta-tonga se sentó a la derecha del Tayang.
—Señor —dijo—, he consignado por escrito las órdenes que tu Reina y tu hijo dieron en tu ausencia, bajo tu sello. No te llevaría mucho tiempo leerlas o permitir que yo te las lea si quieres descansar la vista.
El custodio del sello era cortés, Inancha no sabía leer una palabra de la escritura del Uighur, aunque a veces fingía hacerlo.
—En otro momento —dijo el Tayang—. Me ocuparé de lo único que necesito saber ahora: que mi pueblo está a salvo. Erke Khara, como muestra de gratitud por su Kanato, nos envió cuatrocientos corceles de guerra y doscientas yeguas.
Una criada les trajo vino en copas de oro; un sacerdote se acercó para bendecir la bebida. Inancha roció algunas gotas para los espíritus y luego bebió. Cinco muchachas sentadas sobre cojines cerca de Gurbesu tañeron delicadamente sus instrumentos de cuerda mientras otra le servía al Tayang una fuente de lonchas de cordero. Inancha comió mientras los otros hombres que estaban en la tienda se sentaban sobre almohadones alrededor de unas mesas bajas.
—Recuerdo lo mucho que me rogó mi esposa que no emprendiera esta campaña —dijo Inancha, dedicándole una sonrisa a Gurbesu—. Ya ves que no tenías nada que temer.
Ella había imaginado que el Tayang no perdería oportunidad de reprochárselo.
—Te tendría siempre a mi lado si pudiera —dijo la joven, inclinándose hacia él—. Pero sólo pensaba en mí misma. Tienes un aliado en el trono Kereit, pero me pregunto cuánto tiempo lo conservará. Los mongoles no estarán contentos de tener un vasallo tuyo en sus fronteras.
—¡Condenados mongoles! —Inancha se aclaró la garganta—. Esos desdichados malolientes están demasiado ocupados luchando entre ellos para representar una amenaza para nosotros.
—Pero pueden unirse ante una amenaza más grande. —Gurbesu miró a Ta-ta-tonga, porque sabía que el Uighur compartía su preocupación, pero éste permaneció en silencio.
Inancha soltó una carcajada.
—Mi querida esposa… ¿has olvidado la historia de la celebración de su Kan?
Gurbesu no respondió, pues sabía que de todos modos él volvería a contarla, ya que se había convertido en uno de sus relatos favoritos.
—Allí estaban, reunidos junto al Onon para celebrar con ese perro que se hace llamar Gengis Kan, honrando a los que acababan de unirse a él, y apenas si habían empezado a beber sus "kumiss" cuando el hermano del Kan y uno de sus primos empezaron a pelear entre ellos.
Los hombres rieron a pesar de que todos conocían perfectamente la historia. El Tayang tomó otro trago de vino y se limpió la boca.
—Mis espías dicen que el hermano llamó ladrón al primo, y después dos matronas Jurkin empezaron a gritar que a una esposa poco importante le habían servido la comida antes que a ellas, y pronto todos se peleaban con palos y ramas arrancadas de los árboles… —El Tayang rugió de risa, y la gran tienda se llenó de carcajadas—. Gengis Kan estaba tan enfurecido que tomó como rehenes a las dos viejas que empezaron la pelea y los jefes Jurkin se vieron obligados a prometer la paz para que se las devolviera. ¡Vaya manera de celebrar la unidad!
—Sin duda —dijo Gurbesu por encima de las risas—, pero no fue la única fiesta que terminó en una lucha, y según parece el desacuerdo fue zanjado. —Las muchachas sentadas cerca de ella soltaron unas risillas y la joven les indicó con un gesto que volvieran a tañer sus instrumentos—. Durante los dos años transcurridos desde entonces no me he enterado de ningún desacuerdo entre Gengis Kan y sus aliados.
—Dales tiempo—respondió su esposo —. Con enemigos Merkit y tártaros flanqueándolos, y ahora con un Kan Kereit que es vasallo mío, tendrían mucho de qué preocuparse aunque se unieran, y entre ellos sólo reina ahora una paz muy frágil. No deberías cavilar tanto sobre una jauría de sucios mongoles.
—Sólo pienso —dijo ella—, que no habría que provocar a un perro lo bastante arrogante para hacerse llamar Gengis Kan.
—Cualquiera que tenga arrogancia suficiente para elegir ese nombre provocará sin duda la ira del cielo. No necesito alianzas con perros que huelen a orina. Se matarán entre ellos y serán atacados por sus enemigos. Más tarde o más temprano el Kan Universal estará luchando de nuevo con ese Jajirat que se acuesta con muchachos, ése al que antes llamaba su amigo. —Los hombres volvieron a reírse; los espías de Inancha eran eficientes—. Oh, sí, tendrán su unidad —continuó el Tayang—, pero bajo banderas Naiman. Cuando los mongoles estén debilitados por la lucha, y los Merkit y los tártaros se hayan alimentado de sus huesos, nosotros tomaremos lo que quede.
El Tayang creía que viviría para lograrlo. "Si hubiese sido tu esposa cuando eras joven —pensó Gurbesu—, podría haberte dado hijos capaces de gobernar este reino". Inancha volaría al cielo antes de apoderarse de esas tierras, y sus hijos jamás lograrían conseguirlas.
59.
El campamento principal de Temujin estaba a la vista. Un grupo de muchachos a caballo galoparon hacia Hoelun. El camello que tiraba del carro de la mujer bufó; los muchachos disminuyeron el paso y luego sofrenaron sus caballos.
—¡Abuela! —gritó Ogedei.
Hoelun sonrió y lo saludó con la mano. Ogedei tenía los ojos de su padre, pero sin la frialdad característica de éstos. Un niño más pequeño iba sentado delante de Ogedei, atado a la montura.
—Un hermoso muchacho —dijo uno de los hombres que cabalgaba junto a la pequeña caravana.
—Mi nieto Ogedei —dijo Hoelun con orgullo. El niño sólo tenía cuatro años, pero montado, con su pequeño arco y su carcaj colgado del cinturón, se veía ya como un guerrero.
—Y el niño que cabalga contigo… no puede ser…
—Es Tolui —respondió Ogedei—. Monta bien para tener dos años.
—Ha crecido mucho en un año —dijo Hoelun. Los ojos verdosos de Tolui le devolvieron la mirada; el rostro del niño era pequeño y duro como un puño—. Ahora marchaos con vuestros amigos… más tarde tendréis tiempo de conversar con vuestra vieja abuela.
Ogedei la saludó con la mano y los muchachos se marcharon. El criado que viajaba con Hoelun fustigó al camello; el carro avanzó lentamente, seguido de otro que llevaba los baúles y cuatro criadas, y un tercero que traía regalos y los paneles desarmados de un "yurt". Dos de los guardias que Khasar había enviado con ella se adelantaron hacia el campamento, donde había varios hombres sentados cerca de dos hogueras, limpiando sus armas.
El clima era más frío; la hierba apenas si había brotado cuando se puso parda y seca. Antes los veranos eran más largos, o al menos eso decían los ancianos, y a Hoelun le parecía que los días eran más cálidos cuando ella era joven. Tal vez sólo fuese su edad, que hacía que el mundo le resultara cada vez más penoso.
Después de pasar entre las hogueras, Hoelun dejó a sus criados con los centinelas. Un hombre le trajo un caballo, pero ella sacudió la cabeza. Tenía los músculos agarrotados por el viaje; prefería caminar un poco.
La gente la saludó a medida que se aproximaba al círculo de Bortai; todos meneaban la cabeza al ver a la madre del Kan sola y a pie, esquivando al avanzar el estiércol diseminado. Delante del gran "yurt" situado en el extremo norte del campamento, Bortai estaba arrodillada delante de un telar, entregada al trabajo en compañía de dos criadas; alzó la cabeza y se puso de pie de un salto.
—¡Hoelun-eke! —exclamó, y echó a correr hacia Hoelun para abrazarla— Creí que tardarías menos en llegar.
—La culpa ha sido de mi camello. Esos animales son últiles, pero… —Apoyó las manos en los hombros de Bortai y escrutó su rostro; la piel de la esposa principal de Temujin aún conservaba la tersura de la juventud—. Tienes buen aspecto.
—Y tú no has cambiado, Hoelun-eke. ¿Dispones de algún hechizo para detener los años?
—Tengo criadas y esclavos —respondió Hoelun—, y pocas cosas que hacer.
—Khasar envió un mensajero para decirnos que te esperáramos. Llegó hace varios días.
—Veníamos tan despacio que un niño de a pie habría llegado varios días antes que nosotros —dijo Hoelun, entrando con Bortai en la tienda—. Os preocupáis demasiado por una vieja. Munglik envió veinte guardias conmigo al campamento de Khasar, y en cuanto llegué empezaron los preparativos para venir aquí. —Se sentó en un cojín cerca de Bortai mientras una criada les traía una jarra y copas—. Cuando dé comienzo a mi visita, tendré que prepararme para emprender el viaje de vuelta, y Khachigun, además, espera que me detenga en el camino para visitarlo. —Sorbió un poco de "kumiss"—. Munglik no quería que viniera, pero insistí en que quería ver a mis nietos antes del invierno, y con los ríos tan bajos como han estado, seguramente para mi regreso habrá que trasladar el campamento.
Todos se verían obligados a viajar más allá de los campos de pastoreo habituales.
—Los chamanes han tratado de invocar la lluvia durante todo el verano —dijo Bortai, con ceño—. Algunos de los aliados de Jamukha se están acercando a nuestras tierras, y si se muestran demasiado audaces, Temujin se verá obligado a actuar. —Hizo un gesto a una de las criadas, quien les trajo un cuenco de cuajada—. Ha evitado combatir contra su "anda"… creo que todavía tiene esperanzas…
—Más tarde o más temprano deberá zanjar ese asunto.
—Sí. —Bortai hizo una pausa—. Toghril Kan está en nuestro campamento ahora.
Hoelun alzó la mirada.
—Pensé que…
—Llegó hace dos días —prosiguió Bortai—. Después de que el Kan de Kara-Khitai lo expulsara, el viejo estuvo vagando durante meses por el Gobi con un caballo ciego y sin seguidores. Temujin se compadeció de él, le envió un mensaje y cabalgó hasta el límite del desierto para recibirlo.
"Mi hijo —pensó Hoelun—, nunca se muestra tan compasivo a menos que tenga algo que ganar".
—Supongo que Nilkha aparecerá cuando se entere de que su padre está aquí —añadió Bortai—. Y el hermano de Toghril, Jakha Gambu, ya ha salido de su escondite para unirse a él. —La mujer hizo una mueca—. No habrían hecho nada por él si Temujin no lo hubiera traído aquí.
Hoelun asintió.
—En cierto modo —dijo—, no los culpo. Toghril no ha sido un buen pariente… mató a dos de sus hermanos para acceder al trono. Tanto mi hijo como su padre podrían haber hecho juramentos de "anda" más favorables.
—Sin embargo, estaríamos más seguros con Toghril en el trono de los Kereit, aunque sea un viejo tonto. Hasta Jamukha se alegraría si fuera repuesto… Sospecho que el único motivo por el cual no nos ha atacado es porque deben preocuparle los Naiman y sus vasallos Kereit.
—Igual que a todos nosotros. —Hoelun hizo un signo para evitar la mala fortuna—. Ojalá el Kan Naiman vuele al cielo muy pronto.
Bortai suspiró.
—Las cosas estarían mejor si las mujeres participáramos en los "kuriltai".
Hoelun se rio suavemente.
—Se hablaría más, pero de todos modos los hombres harían lo que les viniese en gana.
Su hijo tomaba decisiones sin su consejo. A veces Hoelun pensaba que la había casado con Munglik para alejarla de sus tiendas, pero en realidad había dejado de escucharla mucho antes de eso. Todo había cambiado desde aquel ataque de los Merkit, diez años atrás, cuando Temujin había rechazado su consejo de esperar antes de atacar a sus enemigos.
Él sostenía que su propio juicio había demostrado ser más certero que el de Hoelun. La campaña contra los Merkit le había devuelto a su esposa y lo había fortalecido. Su derrota ante Jamukha, que a ella le había causado pánico, sólo había dado a Temujin mayor determinación. Hasta la boda que le había impuesto a su madre había traído cierta felicidad a la vida de ésta, aunque carecía de la pasión que había tenido su vida anterior con Yesugei.
Era raro, pensó, que Munglik aún la viera como la muchacha que había sido, ahora que toda su alegría era la de una anciana a quien le quedaba poco por vivir. Su esposo nunca sabría que cuando ella lo recibía seguía añorando a Yesugei y lo que había sentido por él.
—Ogedei ha crecido —dijo Hoelun—. Salió a recibirme con Tolui, que ya parece listo para el combate. Por cierto, ¿donde están mis dos nietos mayores?
—Cazando con Temujin. Espero que logre impedir que se cacen entre sí. Jochi provoca a Chagadai, y entonces Chagadai le recita la historia de los hijos de Alan Ghoa, lo cual no hace sino enfurecer aún más a Jochi.
—Los hermanos suelen reñir a esa edad.
Hoelun pensó en la última vez que los había visto, durante la fiesta de mitad del verano del año anterior. Ella misma había castigado a Chagadai por haberle dicho a su hermano mayor que era un bastardo. El viejo rumor nunca había muerto.
—Al menos Ogedei y Tolui no riñen —dijo Bortai—. ¿Y tus hijos adoptivos están bien?
—Kukuchu y Guchu sólo hablan del momento en que tengan edad suficiente para combatir junto a Temujin. Y los hijos de Munglik… —Se interrumpió. Nunca le había dicho a su esposo que desconfiaba de Kokochu, pues se pasaba gran parte del tiempo con los chamanes, y algunos decían que ya había aprendido todo lo que podían enseñarle. Sus seis hermanos le eran fieles, pero tal vez también le temían.
—Kokochu sólo tiene trece años —continuó—, y algunos dicen que ya puede hacer que su espíritu tome forma de animal. Este invierno pasó una experiencia durísima… con la camisa mojada, al aire libre y en medio de una tormenta de nieve. Dice que no sintió frío. Ahora sueña con servir al Kan con sus hechizos.
—Temujin se sentirá complacido —murmuró Bortai—. Un buen chamán siempre resulta útil.
"Tal vez estaría mejor sin los hechizos de mi hijastro", pensó Hoelun, pero no dijo nada. No podía evitar la sensación de que si decía algo contra el muchacho, él escucharía sus palabras de algún modo y la castigaría con una maldición. El hecho de ser el hermanastro de Gengis Kan sólo lo había vuelto más ambicioso y orgulloso. Mejor que los hechizos de Kokochu actuaran a favor de Temujin y no contra él.
—Temujin está impaciente por emprender una campaña —dijo Bortai—. Si no llueve pronto, tendremos que trasladarnos más cerca del territorio Merkit.
Hoelun escuchó en silencio mientras la joven Khatun le contaba lo que haría el Kan. Bortai podía fingir que la opinión de Hoelun tendría algún peso, pero ésta sabía que no era así.
60.
Gurbesu oró en silencio mientras observaba a su marido. Inancha estaba sentado en el trono; no había hablado desde que sus consejeros y generales salieran del "ordu". Tenía las mejillas hundidas y una mano descarnada aferraba la copa. El Tayang bebía mucho más ahora: necesitaba vino y "kumiss" para aliviar el dolor.
El espíritu había salido de él un año atrás. Ella había esperado que se animara cuando llegó la noticia de una victoria de los mongoles sobre los Merkit, pero el Tayang había aceptado la novedad fríamente.
Inancha había estado seguro de que a continuación Gengis Kan atacaría a Erke Khara, y había reaccionado a tiempo como para avisarle a su aliado que tomase la iniciativa. Pero Erke Khara no había hecho nada, y tal como Gurbesu había temido, Toghril ocupaba nuevamente el trono Kereit y los malditos mongoles eran más fuertes que nunca.
Dios los había abandonado. Ella había esperado que el nacimiento del primer hijo de ambos le devolviera el espíritu, pero Inancha sólo se había recobrado durante unos días antes de volver a caer en su oscura melancolía. Ahora su hijo yacía bajo la tierra, arrebatado por la fiebre que había asolado el campamento ese invierno.
Gurbesu musitó otra plegaria. Cada noche que pasaba junto al Tayang dormía inquieta, temiendo que en cualquier momento tuviese que llamar a los sacerdotes y chamanes. Cada mañana rogaba por un día más junto a su esposo antes de que la lanza ornada de fieltro negro se clavara ante la entrada de la gran tienda.
—Querido —dijo la mujer finalmente—, es tarde, debes descansar.
Lo ayudó a incorporarse; él se apoyó en ella mientras lo conducía hacia la cama.
—Vino —pidió el hombre.
Ella le trajo una copa, le sostuvo la cabeza mientras bebía, y luego se quitó la ropa. La tienda a oscuras le recordaba una tumba; los rescoldos del fogón apenas si despedían un leve resplandor.
Se metió bajo las mantas, con mucho cuidado de no perturbar a su esposo. "Haz la paz con el Kan mongol", era lo que había deseado decirle delante de sus hombres. Él era demasiado orgulloso para considerar la idea; no quería admitir que se estaba muriendo, que debía planear lo que ocurriría cuando él ya no estuviera.
Gurbesu sabía lo que debía decirle a su esposo ahora, pero se resistía a hacerlo. Él la aborrecería por recordarle su muerte inminente.
—Inancha —susurró ella—. Escucha, por favor, y no digas nada hasta que no haya terminado. —Se apretó contra él y acercó la boca a su oído—. Hemos estado siete años juntos y Dios quiera que tengamos otros siete, pero ahora debes pensar en tu pueblo. Buyrugh y Bai Bukha no pueden gobernar en tu lugar. Se dedicarán a pelear entre sí en vez de combatir a tus enemigos.
Él permaneció en silencio; tal vez por fin estuviese dispuesto a escucharla.
—Hay algo que puedes hacer —continuó la mujer en voz baja—. Pide a los Noyan que acepten a Guchlug como tu heredero, y deja de lado los reclamos de tus hijos. Ta-ta-tonga y yo seremos los consejeros de tu nieto hasta que tenga edad suficiente para gobernar solo.
Esperó. Buyrugh y Bai Bukha tendrían que morir si Guchlug era proclamado heredero, de lo contrario representarían un peligro. Inancha nunca daría la orden, pero ella podría hacerlo en lugar de su esposo. Algunos de los generales decían que preferían seguir a Gurbesu a la batalla antes que a Bai Bukha. Una simple insinuación de parte de ella bastaría para que matasen a los hijos del Tayang, y hasta éste advertiría, a pesar de su dolor, que todo sería mejor de ese modo.
—Inancha —murmuró la mujer—, ¿qué respondes?
El hombre soltó un ronquido; Gurbesu advirtió que estaba dormido. Tendría que volver a hablar con él cuando estuviera despierto y su dolor aliviado por el "kumiss". Lo abrazó, deseando que su propia vida se transmitiera al cuerpo enfermo, y rogó pidiendo otro día más.
61.
—Ha llegado nuestra oportunidad —dijo Temujin.
Bortai miró a los hombres. Temujin había estado hablando de los tártaros desde que Borchu y Jelme entraron en la tienda. Había mandado a llamar a los dos jefes en cuanto supo por un explorador que varios clanes tártaros se acercaban a ellos huyendo de ejército Kin que avanzaba. Los tres hombres saboreaban la noticia como si se tratara de un cordero asado. Los ojos de Temujin centelleaban; ahora tendría la oportunidad de vengarse de los asesinos de su padre.
Los cuatro hijos de Bortai estaban sentados sobre cojines, escuchando con atención.
—Los Kin deben de haberse cansado de sus codiciosos amigos tártaros —dijo Jelme—. Deberíamos ayudarlos a castigar a esa sucia tribu. Los Kin nos recompensarían por ello.
Se oyeron murmullos y una figura en sombras apareció en la entrada. La luz del fogón iluminó el rostro terso de Kokochu cuando el joven chamán avanzó hacia la parte trasera de la tienda; Bortai retrocedió. Su esposo había mandado llamar a Kokochu, pero de todos modos el hijo de Munglik siempre podía estar seguro de que sería bien acogido por el Kan.
Todos lo llamaban ahora Teb-Tenggeri, el Celestial. El chamán vivía en el campamento desde hacía más de un año, y muchos decían que solía subir al cielo a hablar con Tengri. Jeren le tenía tanto miedo que no permitía que ni siquiera su sombra rozara la de ella.
El chamán hizo una reverencia. Su abrigo estaba ribeteado en piel, su pecho cubierto de collares y piedras brillantes, su sombrero adornado con plumas de águila… todos regalos de Temujin en agradecimiento a sus hechizos. Convertía su espíritu en lobos que recorrían la estepa y volaba sobre los campamentos asumiendo la forma de un halcón; nada podía ocultarse a sus ojos. Bortai silenció sus pensamientos, temiendo que el chamán los percibiera.
—Te saludo, hermano y Kan —dijo Teb-Tenggeri con su voz musical.
Sus ojos eran grandes y oscuros, su rostro lampiño y tan bello como el de una mujer. No se parecía a sus hermanos, todos ellos hombres fuertes que tenían la mirada plácida de Munglik, y algunos sostenían que éste no podía ser su padre. Un rayo de luz lo había engendrado, musitaban, un rayo llegado del cielo a través de la salida de humo de la tienda de su madre, que se había abierto paso hasta el vientre de ésta.
—Te saludo, hermano Teb-Tenggeri —dijo Temujin, abriendo desmesuradamente los ojos; hasta el Kan temía al chamán, que poseía poderes de los que otros carecían. Kokochu les había traído lluvia cuando la necesitaban, y se había quedado fuera del campamento mientras el agua caía, cuando todos los otros habían corrido a refugiarse en las tiendas o se habían cubierto con mantas. Ni siquiera los rayos de Tengri podían tocarlo.
—Habría venido antes —dijo Teb-Tenggeri—, pero mi alma vagaba, apenas unida a mi cuerpo por una hebra delgadísima, y no podía romper el hechizo, ni siquiera por ti.
—Hemos estado hablando de matar tártaros —dijo Temujin—. Leerás los huesos para nosotros en el "kuriltai" de guerra.
Teb-Tenggeri se sentó en un cojín entre Jelme y los niños. Una de las criadas de Bortai le sirvió "airagh", temblando un poco al entregarle el cuerno. El chamán murmuró una bendición, después levantó la cabeza.
—Leeré los huesos —dijo—, aunque ya sé lo que nos dirán. Cuando envié mi espíritu a vagar, volé sobre un gran campamento hasta que vi una hoguera. Bajé a tierra y permanecí ante varios hombres, y la pálida luz que emanaba de sus rostros me dijo que me encontraba entre los muertos. Los hombres bebían de los recipientes con los que habían sido sepultados. Uno de ellos me alargó un jarro.
El chamán empezó a mecerse al compás de sus palabras. Los niños se cubrieron el rostro y lo espiaron a través de los dedos entreabiertos.
—Bebí del jarro —continuó Teb-Tenggeri—, y sentí el gusto a sangre y el hombre me dijo: "Soy Yesugei Bahadur, envenenado por mis enemigos cuando bebí de sus copas, pero ahora bebo su sangre, que mi hijo me ha entregado".
Borchu se estremeció.
—Un presagio poderoso.
—Y que no ignoraré —dijo Temujin atusándose el bigote.
—Iremos contigo, padre —irrumpió Tolui.
Jelme sonrió.
—Sólo tiene seis años —dijo—, y ya quiere sentir el sabor de la guerra.
—Jochi vendrá con nostros —dijo Temujin—. Tiene edad suficiente para marchar con los caballos de recambio, en la retaguardia. El resto de vosotros os quedaréis aquí a proteger a vuestra madre.
Jochi lanzó una mirada triunfal a Chagadai. Todos ellos marcharían a la guerra dentro de poco; Bortai sintió una punzada de dolor.
—A nuestros pies veo las cabezas de los tártaros y oigo el llanto de sus mujeres —dijo el chamán—. Mi hermano tendrá su victoria.
Quince días después de que el ejército marchase a guerrear con los tártaros, un viejo llegó galopando al campamento de Hoelun con un mensaje. Los primos Jurkin del Kan se habían negado a unirse a la campaña; ahora, en ausencia de todos los guerreros, habían atacado un campamento, matando a diez hombres.
Seche Beiki y Taichu habían decidido finalmente romper con su hijo, después de años de discusiones y protestas. Temujin había sido paciente, y ésta era su recompensa.
Había que avisar a otros campamentos. Hoelun envió a cinco muchachos con el mensaje de que todos se mantuviesen alerta. Los jefes Jurkin seguramente esperaban que Temujin fuera derrotado para de ese modo apropiarse del Kanato.
Doce días después de que el viejo mensajero se hubo marchado, una de las criadas de Hoelun la llamó desde fuera.
—Guchu ha regresado —gritó la mujer.
Hoelun salió corriendo de la tienda. Su hijo adoptivo estaba entre las hogueras hablando con los muchachos que montaban guardia. Otros dos soldados, uno de ellos en compañía de un joven al que Hoelun no conocía, se hallaban junto a Guchu, quien los dejó con los caballos y corrió hacia la mujer.
—Madre —gritó—. ¡Hemos logrado una victoria!—La abrazó, apretándola contra su coraza de cuero—. Pedí ser mensajero, pues quería ser el primero en decírtelo.
Hoelun condujo a Guchu hasta la tienda.
—Confío en que tú y Kukuchu os hayáis comportado con dignidad.
Una criada ayudó al joven a quitarse la coraza; él cayó sobre un cojín.
—Megujin, el jefe tártaro, huyó hacia el bosque. Él y sus hombres levantaron una empalizada con abetos y pinos, pero Temujin no iba a dejar que escapase. Condujo el ataque personalmente, y ninguno de esos tártaros quedó con vida.
La criada entregó un jarro a Guchu; el joven roció unas pocas gotas y luego bebió el "kumiss" de un trago.
—¿Y mis otros hijos? —preguntó Hoelun.
—Todos indemnes, madre, al igual que Munglik-echige y sus hijos. —Ella se reprochó en silencio por haber pensado primero en sus propios vástagos—. Todos alaban a Kokochu… a Teb-Tenggeri, por sus hechizos. Cuando los tártaros huyeron en desbandada, él provocó un viento que hizo caer de las monturas a muchos enemigos.
—Los hechizos serían inútiles sin guerreros valientes. —La mujer hizo rápidamente un signo para alejar la mala fortuna—. Habrá llantos en nuestros campamentos, hijo. En una batalla así, seguramente habremos perdido muchos hombres.
El rostro de Guchu se ensombreció por un instante, pero de inmediato se iluminó.
—Pero muchos más fueron los tártaros que cayeron, y Temujin se ocupará de que nuestras viudas y huérfanos reciban su parte del botín. Él mismo se quedó con la cama tachonada de oro y perlas que perteneciera a Megujin.
—Seguramente robada antes en Khitai. El general Kin debe de haber quedado muy complacido de nuestra ayuda.
—El príncipe Hsiang permitió que nos quedásemos con casi todo el botín —dijo Guchu—, y honró a Temujin y al Kan Kereit con títulos. Toghril es ahora Ong-Kan, el Príncipe de los Kanes, y Temujin es Ja'ud Khuri, el Pacificador.
El hijo de Hoelun ya tenía un título más grandioso que cualquiera de aquellos, pero tal vez los Kin creyeran que sólo sus títulos tenían importancia.
—Como siempre —continuó Guchu—, Temujin no ha reclamado tanto como le correspondería. Incluso regaló unas bellas muchachas que tomó en la cama de Megujin. Teb-Tenggeri tiene una parte tan grande como algunos de los que lucharon en las primeras filas, pero también es cierto que sus hechizos nos ayudaron.
—Hay algo que el Celestial no predijo —dijo Hoelun, olvidando por una vez el temor que sentía hacia su hijastro—. Los Jurkin atacaron a algunos de los nuestros, y mataron a diez hombres mientras vosotros estabais en campaña.
Guchu palideció, después se sentó erguido.
—Durante seis días los esperamos en vano. Temujin estaba furioso. Tuvimos que seguir adelante sin ellos, pero mi hermano va a castigarlos por haberle desobedecido. Jamás creí que se atreverían a tanto.
—Pues se han atrevido. Esto es peor que desobediencia. Deben pensar que si pudieron hacer a un Kan, también pueden deshacerlo. —Cogió el jarro de manos del joven—. Un hombre cabalgó hasta aquí para decírmelo, apelando a mí por ser madre del Kan. Envié mensajes a todos nuestros campamentos, advirtiéndoles que debían estar alerta.
—Temujin ya debe de haberse enterado de la traición. Los Jurkin olvidaron su juramento, y eso no merece perdón. —Guchu se atusó los cortos bigotes—. Han sido una lanza en nuestro costado durante años, calumniando y rumoreando que Temujin reclama demasiado. El Kan da a sus hombres más de lo que les daría cualquier otro.
Su hijo era generoso en todo, pensó ella, salvo en el poder; con eso sí que era egoísta. La alegría de Hoelun al ver a Guchu sano y salvo se mezcló con cierta tristeza. El joven pronto tendría su propia tienda y una esposa; tal vez una muchacha tártara fuera parte de su botín.
—Ahora que lo recuerdo —dijo Guchu, haciendo entrar al niño que antes estaba con un soldado—. Este muchacho se encontraba entre los prisioneros, y Temujin lo pidió para ti. Quise traértelo de inmediato.
El muchacho la miró con sus ojos negros. Tenía las ropas cubiertas de polvo, pero el cinturón que ceñía su túnica era de seda y piel de marta, y en su nariz centelleaba un arete de oro.
—Debes de ser hijo de un Noyan —le dijo suavemente Hoelun—. ¿Cómo te llamas?
—Shigi Khutukhu.
Ella recordó el aspecto que tenía Guchu cuando se lo habían traído.
—¿Y qué te ha dicho de mí mi hijo Guchu?
—Que eres amable, y que tus hijos son los más valientes. Que fuiste una madre para él cuando no tenía a nadie. —Tragó saliva con dificultad—. Perdí a mi madre cuando huíamos de los Kin. Mi padre cayó cuando… —Una lágrima surcó su mejilla, el niño se la enjugó.
De pronto, Hoelun se sintió presa de un profundo horror a los hombres y la guerra. Algunos de los más encarnizados enemigos de Yesugei habían sido castigados, pero este niño, y muchos otros, estaban pagando por actos cometidos antes de que nacieran. Ella había avivado el odio de Temujin contándole cómo había sido envenenado su padre, y otras historias que de tanto relatarlas había terminado por creer en ellas. Éste era el resultado.
Pensamientos tontos, se dijo, cavilaciones débiles indignas de la madre de un Kan.
—Honorable Señora?, ¿serás mi madre ahora? —preguntó Shigi Khutukhu.
—Sí —respondió, tomándolo de la mano—. Serás mi hijo.
—Nuestra madre se ocuparía de todos los niños del mundo si pudiera —dijo Guchu.
—Sí —susurró ella—. Con una sola madre, todos serían hermanos y hermanas… tal vez entonces dejarían de luchar.
Los hombres se rieron: era una esperanza imposible. Hoelun abrazó a su nuevo hijo.
62.
La niebla que ocultaba el valle era un velo alrededor de Jamukha. Cuando empezó a disiparse, las puntas de los abetos y los pinos parecieron flotar en un pálido mar. Los hombres que acampaban al pie de la montaña eran sombras apiñadas en torno al fuego.
Unggur había muerto. Jamukha sintió un nudo en la garganta al mirar la tumba de su hijo. Había perdido a un hijo un año antes, poco después de enterarse de la victoria de su "anda" sobre los tártaros. Había sentido aquello como una burla, pero esta pérdida le resultaba más dura. Su otro hijo había muerto a los pocos días de nacer, en tanto que Unggur era un niño vigoroso de dos años cuando el espíritu del río lo arrastró bajo el agua. Casi volvió a llorar al recordar el pequeño cadáver que su criado le había traído. El criado había pagado caro su descuido. Jamukha le había mutilado los miembros con su propia espada antes de enterrarlo con el niño.
Los espíritus estaban decididos a hacerlo sufrir, a dejarlo sin hijos, a torturarlo con los relatos de los triunfos de su "anda". Temujin no permitía que nada se interpusiera en su camino, ni siquiera sus rebeldes primos Jurkin. Había caído de inmediato sobre Seche y Taichu, decapitándolos con su propia espada; Jamukha ni siquiera había tenido tiempo de correr a defenderlos. El clan Jurkin fue dispersado y su pueblo dividido entre los seguidores de Temujin.
La amargura sobrecogió a Jamukha. La maldita madre de Temujin había reclamado otro hijo adoptivo, un niño Jurkin llamado Boroghul. Temujin estaba rodeado de hermanos: los de su misma sangre, los que había ganado por el matrimonio de su madre y los que la condenada mujer había adoptado. Jamukha no tenía ninguno.
Dos jinetes emergieron de la niebla y desmontaron; un hombre de Jamukha se puso de pie para recibirlos. Todos se apiñaron en torno al fuego y luego Ogin se levantó y fue hacia los caballos. Seguramente el joven ascendería la montaña para decirle a Jamukha que ya era tiempo de abandonar la tumba, que ya había penado por Unggur demasiado tiempo.
Él debería haber atacado la última noche que había hablado con Temujin, luego de que su "anda" se negase a responder a su pregunta. En cambio, el amor que sentía por su amigo le había detenido la mano. Temujin había utilizado ese amor como arma arrojadiza. Los apremios a que se veía sometido el cuerpo de Jamukha eran tan sólo otras armas que los espíritus utilizaban para atacarlo, atormentándolo con la idea de lo que podría haber existido entre su "anda" y él.
Mientras Temujin siguiese con vida, robaría todo lo que podría haber sido de Jamukha.
—Noyan. —Ogin desmontó y se acercó a él llevando dos caballos de la brida—. Abajo te espera un mensajero del Kan Kereit. —Jamukha no se movió—. Quiere hablar contigo. —Jamukha permaneció en silencio—. Aléjate de este lugar, camarada.
Los hombres podían abandonarlo si permanecía mucho más allí. Jamukha se puso de pie y miró intensamente la tumba de su hijo, antes de seguir a Ogin ladera abajo.
Cuando Jamukha hubo saludado formalmente al Kereit, ambos se sentaron junto a la hoguera, lejos de los otros.
—Comparto tu dolor —dijo el Kereit—. En tu campamento me dijeron que habías partido a enterrar a un hijo. También yo perdí a dos de mis cuatro hijos. Uno salió a explorar y nunca regresó, y otro cayó bajo una lanza Naiman.
Jamukha observó a Kereit con rostro inexpresivo. Perder hijos en la guerra, por doloroso que resultara, no era lo mismo, y aquel hombre tenía más hijos. Los de Jamukha nunca habían tenido ocasión de dar vida a sus nombres gracias a sus actos.
—¿Para qué te ha enviado Toghril-echige? —preguntó finalmente.
—Gengis Kan —respondió el hombre—quiere atacar a los Naiman. Naturalmente, ha invitado al Ong-Kan a unírsele, ya que ambos tienen motivos para odiar a esos perros.
Jamukha contuvo una risa despectiva al oír el título que los Kin habían dado a Toghril; era algo típico del Kan Kereit.
—Toghril Ong-Kan pensó que debías enterarte —agregó el mensajero.
Eso también era típico de Toghril. Por mucho que agradeciera a Temujin los favores que le había hecho, el Kan no quería ofender a Jamukha. Tal vez el viejo comprendiera finalmente que Temujin, aunque hubiera jurado ser vasallo de Toghril, pretendería apoderarse de todo. Entonces el Kan Kereit podría necesitar a Jamukha.
—¿Qué fuerza Naiman atacaréis? —preguntó.
—La de Buyrugh.
—De modo que mi "anda" busca más botín —dijo Jamukha—, a pesar de todo lo que ya ha logrado.
—Debes admitir que no habrá mejor momento para atacar a los Naiman —dijo el Kereit—, y que a pesar de tus antiguas diferencias con Gengis Kan, estarás más seguro si los derrotamos. —El hombre frunció el entrecejo mientras atizaba el fuego—. Me propongo tomar cien vidas a cambio de la de mi hijo.
Jamukha se calzó el sombrero. Tal vez tuviera una buena oportunidad, tal vez pudiera encontrar la manera de utilizar esa campaña para llevar a cabo sus propósitos.
—Creo —dijo en voz baja—, que me uniré al Ong-Kan contra los Naiman. Como dices, también son mis enemigos.
El mensajero esbozó una sonrisa.
—Toghril Kan se sentirá complacido de escucharlo, al igual que Gengis Kan. Las diferencias entre tu “anda” y tú han preocupado al Ong-Kan.
—Debemos olvidar esas diferencias en beneficio de un interés mayor, y Temujin está al frente de muchos que antes lucharon contra él. Llevaré mil de mis hombres a Toghril-echige. Dile esto, y pregúntale cuándo y dónde nos encontraremos.
—Lo haré —replicó el Kereit.
Toghril pensaría que Jamukha estaba dispuesto a olvidar el pasado. Temujin, en su arrogancia, llegaría a creer que su "anda" finalmente haría una declaración formal de paz y se sometería a él. Jamukha tenía armas ahora, y encontraría la manera de usarlas.
63.
A comienzos del verano, antes de que el sol calentara la tierra, el ejército de Gengis Kan cabalgó hacia la cordillera Khangai desde el noreste, al tiempo que los Kereit se aproximaban desde el sudeste.
Durante la marcha, Jamukha le habló a Toghril de Temujin y del dolor que había sentido cuando su "anda" lo abandonó.
Buyrugh se desplazaba hacia el lago Kizilbash, aunque no presentaba batalla. Sus perseguidores se mantuvieron a distancia para que los Naiman pensaran que se retirarían. Las alas de avanzada del ejército se desplegaron, listas para atacar a los Naiman desde ambos flancos. El centro de las fuerzas siguió el río hasta los pantanos del lago Kizilbash.
Allí, dos meses después de la partida, entre las montañas secas y amarillas que bordeaban el lago de agua salada, mongoles y Kereit se enfrentaron al enemigo común Naiman. Los guerreros de Buyrugh se lanzaron contra ellos, sólo para ser rechazados por la caballería pesada, mientras las dos alas los rodeaban. Batieron los tambores de querra; el entrechocar de las espadas, el mortal silbido de las flechas, y los gritos de los moribundos rompieron el silencio de las montañas amarillas durante un día y una noche, hasta que los Naiman se retiraron. Atrapados entre el ala derecha y el ala izquierda del ejército enemigo, muchos guerreros Naiman perdieron la vida. Buyrugh, cuya ineptitud como general y la falsedad de sus presagios fueron puestos en evidencia, huyó del campo de batalla.
Al alba, las laderas amarillas estaban cubiertas de cadáveres. Algunos fueron sepultados; los de los Naiman fueron despojados de su ropa y abandonados. El ejército victorioso cantó, bailó y exhibió cabezas en las picas que sirvieron de alimento a los cuervos y las hienas. En medio de la celebración, Jamukha le susurró a Toghril que los Kereit habían cobrado más vidas que los mongoles.
El ejército tomó un campamento que Buyrugh había abandonado, y luego regresó por donde había venido, con caballos exhaustos y llevando prisioneros.
Durante todo el viaje previeron un ataque, ya que esperaban que los Naiman se reagruparan y organizaran una contraofensiva. Junto al Urungu, los oficiales, informados por los exploradores, se enteraron de que un general Naiman los esperaba río arriba con un ejército; no dejarían que abandonasen el territorio Naiman sin luchar una vez más. Acamparon allí, los mongoles al sur de los Kereit, y descansaron a fin de recobrar fuerzas para la inminente batalla. Y Jamukha finalmente halló el modo de hacer daño a su "anda".
—Hemos luchado lo suficiente —dijo Jamukha.
Toghril estaba sentado a la entrada de su pequeña tienda de campaña, calentándose las manos junto al fuego, con Gurin Bahadur, su general, a su lado. En el rostro de Toghril, Jamukha advirtió la expresión de un hombre cansado de la guerra. Un hombre sólo tenía ese aspecto cuando también estaba cansado de vivir, pero él sabía que el Ong-Kan todavía se aferraba a la vida.
—Antes de regresar a casa aún nos queda por librar una batalla —dijo Gurin.
—Creo que no. —Jamukha apoyó un brazo en la rodilla—. ¿Crees que Temujin combatirá con nosotros mañana? Su ambición no tiene límites. Sueña con gobernar sobre los Kereit así como sobre los mongoles.
—¿Cómo puedes decir eso? —preguntó Gurin Bahadur—. ¿Acaso no le devolvió el trono a mi Kan?
—¿Crees que lo hizo sencillamente por amistad? No quería que gobernara un aliado de los Naiman. Dejó que sufriéramos lo más duro de la batalla. Ahora tiene una manera de librarse de nosotros.
Gurin carraspeó y escupió.
—Estás diciendo mentiras sobre un buen hombre. Si su ejército ha sufrido menos bajas que nosotros, eso sólo significa que son mejores guerreros.
—Digo la verdad sobre alguien que abandonó a su "anda" y hermano juramentado. Se cansó de mí porque pensó que me interponía en su camino. Soy el gorrión que vive en el norte, cuyo canto se escucha hasta en invierno, y Temujin es un ganso salvaje que vuela hacia el sur cuando siente los primeros fríos.
—No puede ser como dices. —Toghril sacudió la cabeza.
—Lo es —replicó Jamukha—. ¿Acaso no me abandonó en la noche, después de llamarme hermano? ¿Crees que no te hará lo mismo, y que no robará lo que tienes?
Toghril se mesó la rala barba gris.
—No puedo creerlo. Sin embargo, ahora que lo pienso, Temujin siempre ha ganado algo al ayudarme. Cuando mi hijo Nilkha despotrica contra él, me niego a escucharlo, pero me pregunto si Temujin no querrá que me enfade con mi hijo, que estemos divididos para…
—No lo escuches —masculló Gurin.
—Ignórame —dijo Jamukha—, y ya verás lo que ocurre. Temujin planea librarse de nosotros dos. Yo no me quedaré aquí para convertirme en parte del botín de los Naiman. Mis hombres encenderán las hogueras para engañar a Temujin, y abandonaremos este lugar. Te aconsejo que hagas lo mismo.
Toghril se acercó al fuego.
—Pero…
—Vete —dijo Jamukha—. Deja que Temujin sea vencido por los Naiman. Enciende los fuegos y márchate al amparo de las sombras.
—Tal vez tengas razón —dijo Toghril—, pero abandonar al hijo de mi anda…
El viejo era un arquero que no se resignaba a perder su flecha.
—Yo me voy —dijo Jamukha.
—Entonces lo mismo debo hacer yo —dijo Toghril.
—No puedes hacerlo —terció Gurin.
—¿Acaso desobedecerás a tu Kan? —le preguntó Jamukha.
El Bahadur suspiró.
—Imposible. He dicho lo que pienso y el Ong-Kan se niega a escucharme. Ahora debo obedecer, a pesar de mis dudas. Dame tus órdenes, mi Kan.
64.
Bortai había confiado en que volvería a ver a su esposo antes del otoño. Ahora el aire era frío y cortante, el cielo estaba gris y Temujin todavía no había regresado. Temuge Odchigin, que había quedado atrás para cuidar del campamento principal, ordenó que se trasladaran al sur siguiendo el Kerulen, y después partió con varios exploradores.
Temuge regresó cuando los árboles ya habían perdido sus hojas, y le contó a Bortai lo que le habían informado en un campamento junto al Orkhon. El Kan, que se preparaba para enfrentarse a una fuerza Naiman cerca de un paso de montaña de Kangai, había sido abandonado por los Kereit y por Jamukha. Temujin había escapado hacia el norte rodeando las montañas, y ahora regresaba a casa sin haber sufrido ningún daño.
Bortai se estremeció. Había esperado recibir con alegría al ejército, pero ahora sólo podía pensar en cuán cerca de la muerte había estado su esposo, en lo falso y débil que había demostrado ser Toghril. Soportó en silencio el banquete de celebración de la victoria. Cuando Temujin vino a su lecho, con su ardor avivado por la larga ausencia, ella sintió poco placer. Durante algún tiempo, las visitas que le hacía le habían parecido mero producto del deber y del hábito; ahora que nuevamente la trataba como lo había hecho durante los primeros meses de su matrimonio, Bordai no sentía alegría. Quienes habían traicionado al Kan también le habían quitado eso.
Pocos días después Bortai y Temujin fueron a cazar con sus halcones, pero no volvieron al campamento. Las criadas levantaron una tienda al pie de una montaña; los guardias los dejaron solos, como si Bortai fuera aún una recién casada. Sin embargo, cuando Temujin la abrazó, la furia reprimida de la mujer la hizo temblar. Él la estaba utilizando porque se negaba a tomar una decisión, fingiendo que aquella pequeña tienda era un refugio que los protegía de todo cuanto ocurría en el exterior.
Al día siguiente, por la mañana, llegó un mensajero procedente del campamento de Temujin. Un enviado Kereit se había presentado con Borchu, y había suplicado una audiencia con el Kan. Bortai escuchó con incredulidad mientras Temujin decía que recibiría al Kereit.
—Te doy la bienvenida, Gurin Bahadur —dijo Temujin.
Bortai roció unas gotas como ofrenda y alcanzó un jarro al hombre.
Gurin Bahadur bebió el "kumiss" rápidamente.
—No merezco una bienvenida tan afectuosa —dijo.
—Luchaste valerosamente contra los Naiman —murmuró Temujin—. No creí que huirías ante otra batalla.
—No era mi deseo hacerlo —replicó Gurin—, pero debí obedecer a mi Kan. Jamukha llenó sus oídos de calumnias, diciéndole que estabas en tratos con el general Naiman y que nos dejarías a su merced.
Temujin enarcó las cejas.
—Me alivió saber que habías escapado —continuó el Kereit—. Le dije al Ong-Kan que no sellarías un pacto que pusiese en peligro nuestras vidas, pero él sólo escuchaba el ladrido del Jajirat. —Hizo una pausa—. Toghril Kan ha tenido motivos para lamentar su actitud. Tres días después de que te abandonásemos los Naiman cayeron sobre nosotros. Muchos de los nuestros murieron o fueron hechos prisioneros, y el enemigo ataca los campamentos de los hijos del Ong-Kan. Hemos pagado un precio muy alto por actuar como los hicimos.
—Lamento lo que os ocurrió —dijo Temujin; Bortai se alegró—. ¿Y mi "anda"…?
—Se separó de nosotros y tomó otro camino, de modo que escapó sin sufrir daño. —Gurin sacudió enérgicamente la cabeza— También lamento eso. Jamukha es un chacal que bufa y después ofrece los cuartos traseros a los camaradas. Es…
—Es mi "anda" —dijo Temujin—. No debes hablar de él de ese modo en mi presencia. Es fácil convencer al Ong-Kan, y mi "anda" es consciente de que teme ser traicionado. Jamukha sabía lo que tenía que decir para convencerlo, y tal vez sólo intentaba alejar a los Naiman de nosotros. Pero si le hubiese dicho eso a Toghril, tal vez éste no hubiera estado dispuesto a correr el riesgo.
¿Cómo podía decir eso? Bortai estaba a punto de hablar pero Temujin le hizo un brusco gesto con la mano para silenciarla.
Gurin se frotó el mentón.
—Tienes un gran corazón si eres capaz de creer eso. Los hombres son sinceros cuando alaban tu nobleza.
—Y Toghril —susurró Temujin—, debe lamentar ahora haber pensado en traicionarme en vez de ayudarme. En cuanto a Jamukha, sea lo que fuere que haya pretendido, ahora verá que los espíritus todavía me protegen.
—Tus palabras me dan esperanza —dijo el Kereit—; la esperanza de que escuches lo que el Ong-Kan me envió a pedirte, pero estarías en tu derecho si te negaras. Toghril te ruega que lo ayudes. El hijo de Yesugei, dice, siempre ha sido leal, y se maldice por haber dudado de ti. Es un sauce que se dobla con el viento, en tanto que tú eres un pino alto y erguido bajo el Eterno Cielo Azul. No obstante, si le das la espalda, lo tiene bien merecido, dice.
Bortai ya no pudo controlarse.
—Merece perderlo todo por lo que hizo. Morir por…
—Silencio, esposa. —Temujin se inclinó hacia Gurin—. En ocasiones la Khathun es demasiado impulsiva. Ahora déjanos y espera con mis hombres. Debo reflexionar.
Gurin se puso de pie e hizo una reverencia.
—Te agradezco que consideres el ruego de mi Kan. —Volvió a inclinarse—. Sea lo que fuere que decidas, Toghril Ong-Kan me necesita a su lado. Debo partir mañana al alba.
—Tendrás mi respuesta antes.
El Bahadur salió. Bortai se acercó a su esposo.
—¿Qué es lo que tienes que pensar? —preguntó—. Toghril no merece ayuda. Envía de regreso a ese Kereit con la coleta cortada y dile que es afortunado por haber conservado la cabeza.
—Eres muy irascible, Bortai —dijo Temujin, sonriendo—. ¿Has olvidado que Toghril me ayudó a rescatarte?
—Eso no importa ahora. Todo este tiempo he guardado silencio, porque estaba segura de que te darías cuenta por ti solo de lo que debes hacer.
—He estado esperando.
—Y ahora puedes ver sufrir a Toghril sin levantar un dedo. ¿Qué vas a hacer?
—Voy a ayudar al Ong-Kan.
—¡No puedo creerlo! ¿Cómo puedes…?
—Silencio, Bortai. No pongas a prueba mi paciencia, o mis guerreros verán cómo un hombre obliga a obedecer a una mujer terca. Hice un juramento, Bortai. Me interesa demostrarle que soy leal, que puedo olvidar. Sospeché que volvería a recurrir a mí, y el cielo ha lanzado esto sobre él. Si sigo la voluntad de Tengri, no puedo fracasar.
Estaba hablando de su propia voluntad, no de la de Tengri; tal vez ya fuese incapaz de discernir la diferencia entre ambas.
—No puedo permitirlo —dijo ella—. Él y tu "anda" sólo lo considerarán como un gesto de debilidad de tu parte. Hablaré con tus hombres, tal vez ellos me escuchen. Los Kereit pretendían que muriesen y querrán vengarse tanto como yo. Tal vez alguno de ellos pueda convencerte. Saben que sólo quiero defender tus intereses.
—Estás amenazando con hablar abiertamente en contra de mi decision.
—Así es.
Él le soltó el brazo y la abofeteó.
—Toghril cabalgó conmigo para salvarte —le dijo—. No me obligues a lamentar que lo haya hecho. Cuando volví a abrazarte, ¿acaso te avergoncé rechazando el niño que llevabas? Mi furia era tan grande como para rogar que el niño muriera, pero dejé esos sentimientos de lado por tu bien y el mío.
A Bortai le ardían los ojos. En todos esos años era la primera vez que Temujin hablaba del tema, pero la idea había permanecido en su cabeza como un arma a la que pudiera recurrir cuando resultara necesario. Lo que en realidad le estaba diciendo era: "Agradece que haya podido usarte".
—Otras veces te he aconsejado —murmuró Bortai—, y te has beneficiado. ¿Debo quedarme callada ahora y dejar que hagas lo que te venga en gana?
—Puedes decirme lo que piensas, pero yo decidiré qué hacer. Cuando lo haga, mi esposa no hablará en mi contra, ni los otros verán que ha sido castigada por ello. No le dirás a nadie que Toghril es desleal ni que estoy resentido con mi "anda". Es importante para mí que los dos crean que los he perdonado.
No podía contradecir su voluntad, y dudó de que alguien fuese capaz de semejante cosa. Él la miraba con frialdad; el fuego de los últimos días había desaparecido de sus ojos. Su calidez sólo había sido una manera de obligarla a actuar de acuerdo a su propósito.
—Debes hacer lo que creas adecuado —dijo ella—. No hablaré en tu contra.
—Me complace oírlo. Los criados te llevarán de regreso a nuestro campamento.
—Temujin …
Pero el Kan ya se había marchado.
65.
Boroghul volvió a la tienda de Hoelun después de la primera nevada del invierno, con muchas historias que contar acerca de la guerra. Shigi Khutukhu escuchó entusiasmada a su hermano adoptivo.
—Así que tú también eres un héroe —murmuró Shigi Khutukhu—. Los Cuatro Héroes, las Flechas del Kan, así os llaman los hombres… a ti y a Borchu y a los otros.
Boroghul se sonrojó de orgullo; por un momento no pareció que ya tuviese dieciséis años.
—Hice rodar varias cabezas —dijo—, y mi camarada Mukhali demostró que podía guiar a los hombres, pero fue Borchu quien ganó la batalla. Toghril Ong-Kan le regaló copas de oro y un manto de marta. ¿Y sabes lo que dijo Borchu? Dio las gracias al Ong-Kan y luego dijo que rogaba que Gengis Kan lo perdonara por demorarse para recibir regalos. Así es él, siempre pensando en Temujin y no en su parte del botín, como si el Kan le regañara por algo.
Hoelun se sonó la nariz.
—Poca recompensa por lo que todos hiclstels. Toghril deberla haber entregado la mitad de sus rebaños como muestra de agradecimiento.
Munglik la miró y sonrió.
—Vamos, esposa, todos sabemos cómo es Toghril, pero estamos más seguros ahora que el enemigo ha sido desplazado de sus tierras. Por fin tendremos un poco de paz.
Hoelun apretó los labios.
—Por un tiempo —dijo.