10.
Yesugei y Munglik desmontaron junto a las dos hogueras en el límite oeste del campamento; algunos hombres se pusieron de pie para recibirlos. Hoelun se preguntó qué noticias habría traído su esposo del Kereit Kan.
Quedaban aún algunos retazos de nieve en el valle, junto al Onon, pero aquí y allá habían empezado a brotar briznas de hierba. Los ancianos decían que años atrás la hierba había sido más espesa y los inviernos más cortos. Yesugei y su gente se habían visto obligados a trasladar el campamento con mayor frecuencia durante los últimos años.
Al oeste del río se veían círculos de tiendas y carros. Yesugei había ganado más seguidores en ése y en otros campamentos. Sin embargo, también habían tenido penas durante ese tiempo: Nekun-taisi había caído en combate, y varios amigos y parientes habían muerto a manos de los tártaros.
Hoelun caminó alrededor de sus carros y entró a su "yurt". Temuge, su hijo más pequeño, empujaba un hueso por el suelo cubierto de fieltro. Su hija Temulun lloraba en su cuna mientras Biliktu la mecía.
La vieja Khokakhchin trabajaba más que Biliktu. Hoelun frunció el entrecejo al mirar a la muchacha.
—Tráeme a mi hija —le dijo.
Biliktu levantó la cuna a la que estaba atada Temulun.
—Después dedícate al pellejo que descuidaste. Temuge, ve fuera y avísame cuando veas venir a tu padre —agregó Hoelun.
El niño recogió su hueso y salió de la tienda. Hoelun sonrió mientras amamantaba a su hija. Yesugei le había dado cinco hijos. No había descuidado a Sochigil, pero su otra esposa no había tenido más niños después del nacimiento del segundo, Belgutei.
Biliktu estaba curtiendo el pellejo con leche salada cuando Temuge entró corriendo.
—¡Mamá! ¡Temujin está peleando con Bekter!
Hoelun dejó la cuna y corrió hacia la entrada.
Los dos niños rodaban en el suelo cerca de los carros de Sochigil. Bekter tiraba de la coleta roja de Temujin y éste le arañaba la cara.
—¡Basta! —gritó Hoelun; después corrió hacia ellos y levantó a su hijo cogiéndolo del cuello. Bekter también se puso de pie.
—Ha empezado Temujin.
Temujin entrecerró los ojos.
—Es mentira. —Dio un paso hacia la liebre que yacia a los pies de Bekter—. Fue mi flecha la que le dio, no la tuya. La liebre es mía.
Hoelun se volvió hacia el hijo de Sochigil.
—¿Es cierto eso? —preguntó.
Los ojos oscuros de Bekter la miraron con furia.
—Yo la vi primero —dijo Temujin suavemente—y le disparé.
—Ya verás —dijo Bekter agitando un puño—. Lo lamentarás. Te echaré los perros.
Temujin palideció: odiaba los perros. Bekter mostró los dientes. El puño de Temujin se disparó hacia su hermano; Hoelun Io cogió de la muñeca.
—¡Basta! —dijo—. Bekter, ve a la tienda de tu madre y ponte a desollar esa liebre… Después decidiré qué hacer con ella. Otra pelea, y vuestro padre se enterará.
Los dos muchachos se pusieron tensos. La última vez que Yesugei los había castigado por pelearse, Temujin no había podido acostarse de espaldas durante tres días. Bekter dirigió a Hoelun una mirada airada, después recogió la liebre y fue al "yurt" de su madre.
Hoelun tendría que hablar otra vez con Sochigil. Ésta adoraba a Bekter y a menudo le suplicaba a Yesugei que no lo castigara, pero tampoco ella le imponía disciplina. Últimamente Belgutei, que se comportaba bien en ausencia de Bekter, había empezado a seguir el ejemplo de su hermano.
Temujin levantó la cabeza. A la luz del sol, su pelo oscuro era más cobrizo que negro. "Se parece al cabello de su abuelo", le había dicho Yesugei.
—Veo a papá —dijo Temujin.
Hoelun se volvió. Yesugei y Munglik caminaban hacia su tienda, seguidos de sus hijos Khasar y Khachigun, quienes llevaban la montura de su padre. Temujin corrió hacia ellos; Yesugei lo abrazó.
Hoelun esperó a que su esposo hubiera dejado el látigo en la entrada, y después se adelantó.
—Te eché de menos —le dijo.
Él sonrió, pero sus ojos eran solemnes.
—Hablaremos después de que haya comido.
Munglik se demoró cerca del "yurt" mientras Yesugei y los niños entraban.
—La primavera siempre trae una luz a tu rostro, Ujin —dijo. Seguía pareciendo aquel niño que siempre encontraba excusas para estar cerca de ella.
—Te invitaría a entrar —le dijo Hoelun—, pero tu esposa debe de estar impaciente por saludarte.
El rostro de Munglik se entristeció; hizo una reverencia, murmuró unas palabras de despedida y se marchó.
Hoelun entró en el "yurt". Yesugei estaba sentado delante de la cama, rodeado de sus hijos. Biliktu había servido cuajada en un plato. La muchacha llevó a Yesugei un jarro de "kumiss" y después se retiró, se sentó cerca del fogón y se dedicó a peinar su larga trenza negra. "Cómo le gusta pavonearse", pensó Hoelun mientras se sentaba a la izquierda de su esposo; Biliktu era tan obvia. Yesugei comió en silencio, se limpió la boca con la manga e hizo a un lado el plato.
—El campamento de Toghril Kan es más grande —dijo finalmente—, y su pueblo es próspero. Sus sacerdotes dicen plegarias por nosotros.
Hoelun se encogió de hombros. Toghril Kan y muchos Kereit veneraban al dios cristiano, pero el Kan también consultaba a los chamanes. El cielo podía ser llamado de muchas maneras.
—¿Al Kan le complació verte? —preguntó Temujin.
—Por supuesto. Fuimos a cazar con halcón y me ofreció un banquete en su "ordu". Muchos se acercaron a su círculo de grandes tiendas para saludarme.
—Entonces luchará contigo este otoño —dijo Temujin.
—Ya veremos —masculló Yesugei—. Le dije que mi joven hijo ya demuestra poseer el espíritu de un guerrero.
Sus ojos eran apagados. Hoelun supo que Yesugei no había logrado ninguna promesa de apoyo de parte del Kan.
—Temuge monta cada día mejor —dijo la mujer rápidamente—. Khachigun es muy diestro con la lanza. —A su hijo de cinco años se le iluminó el rostro ante el elogio—. Charakha dice que Temujin y Khasar son los mejores arqueros entre todos los muchachos.
—Soy buen arquero —dijo Temujin—, pero Khasar es mejor, aunque sólo tiene siete años.
Era típico de Temujin decir esas cosas, pensó Hoelun; su hijo mayor era rápido para hacer justicia a los demás.
Yesugei entrecerró los ojos.
—¿Y te llevas mejor con Bekter? —preguntó. Temujin desvió la mirada— Recuerda la historia de los hijos de tu antepasada Alan Ghoa. Un haz de flechas bien atado no puede…
—Él es quien quiere pelear —estalló Temujin—. Roba y después miente, siempre…
—¡Basta! —Yesugei alzó una mano—. ¿Cómo pretendes ser jefe si ni siquiera te llevas bien con tu propio hermano?
Temujin alzó la cabeza.
—Tú solías pelearte con el tío Daritai cuando él estaba en tu campamento. Lo echaste…
Yesugei lo abofeteó. A Temujin le ardía la mejilla y se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Daritai es el Odchigin —dijo Yesugei—. Lo adecuado es que viva cerca de las antiguas tierras de pastoreo de nuestro padre. Él y sus hombres combaten a mi lado cuando los necesito, y eso es todo lo que importa. Debes aprender a manejar a Bekter.
Hoelun desvió la mirada. Temujin no debería haber mencionado a Daritai. Mientras el Odchigin fuera jefe de su propio campamento, seguiría a regañadientes a su hermano; Yesugei no había mantenido firmemente atado a su propio haz de flechas.
—Es hora de que hable a solas con vuestro padre —murmuró—. Temujin, tú y Khasar llevad a cabalgar a Temuge, pero que uno de vosotros siempre vaya en el caballo con él. Khachigun, el fuego necesita más "argal". Biliktu —la muchacha alzó los ojos—, ve con Khachigun a buscar estiércol.
Los niños se pusieron de pie y Temujin los llevó fuera. Biliktu se incorporó, miró de reojo a Yesugei y después caminó lentamente hacia la entrada del "yurt".
—La muchacha está creciendo —dijo Yesugei cuando la joven hubo salido.
—Pronto tendrá quince años.
—Es tiempo de que tome otra esposa, y Biliktu…
—No sería una buena esposa —dijo Hoelun.
Biliktu era perezosa, rápida para recordarle a todos que era hija de un Noyan, y que sólo la muerte de su padre y el hecho de haber sido capturada en una incursión la habían convertido en una esclava.
Yesugei se atusó los bigotes.
—Bueno, casi parece como si estuvieras celosa de la muchacha. No es necesario. Sigues siendo tan bella como cuando te encontré.
Era amable de su parte decírselo, pero los hijos habían dejado su marca: su cintura era más ancha y sus pechos y el vientre se habían aflojado. Usaba velo cuando había mucho viento y se untaba la piel con grasa animal, pero sentía bajo sus dedos los surcos alrededor de los ojos. Tenía casi veinticinco años; ya no era joven.
—Debo tener más —continuó Yesugei—, para mantener a otra esposa, y no es probable que pueda aumentar mi riqueza rápidamente.
Hoelun respiró hondo.
—Toghril no se unirá a ti.
—Oh, se sintió feliz de verme. Me desea lo mejor.
—Es tu "anda". Si te apoyara ahora…
—Toghril me apoya —dijo Yesugei—, pero no me acompañará… no esta vez. Le conviene esperar y ver quién es el más fuerte, si mis seguidores o mis enemigos.
—No sería Kan de no ser por ti. Tampoco sería Kan si no hubiera mandado a su hermano bajo tierra. Toghril no es hombre que permita que sus vínculos estorben sus intereses.
Yesugei alzó el jarro y bebió.
—Tal vez nos vaya bien este otoño —dijo—, y si ganamos bastante, un "kuriltai" podría proclamarme Kan. Entonces Toghril me acompañaría.
Pero no habría "kuriltai" mientras los Taychiuts no perdieran sus esperanzas. Estaban satisfechos de seguir a Yesugei como general, o durante la cacería, pero nunca lo harían Kan… no mientras Toghril sólo le ofreciera palabras amistosas, ni mientras las dos viejas Khatun Taychiut vivieran.
—Bien —dijo Hoelun, al tiempo que posaba una mano sobre su rodilla—. Quiero hablarte de otra cosa. He estado pensando que debemos encontrar una esposa para Temujin.
—Sólo tiene nueve años.
—Suficientes para comprometerse. Así tendría tiempo de conocer a la muchacha y de servir a su familia antes de casarse, tal como hizo mi padre antes de tomar por esposa a mi madre. Será mejor que Temujin se gane a su mujer pacíficamente en vez de hacerse de más enemigos por tener que robarla.
—Por algunas mujeres vale la pena correr el riesgo. —Yesugei le tocó la mano—. ¿Dónde buscaremos a la prometida de Temujin?
—Tal vez entre mi pueblo, los Olkhunugud, o en algún otro de los clanes Inggirat. Una alianza con sus jefes podría resultarte útil, ya que sus tierras están próximas a las de los tártaros.
—No son gran cosa en el combate, pero sus mujeres son bellas. —Le acarició la mano—. Pensaré en esto.
Hoelun se puso de pie.
—Sochigil estará ansiosa por saludarte, y tus camaradas querrán escuchar las noticias del Kan. Diles que el Kan confía en ti. Dales a entender que nunca se sintió tan unido a otro aliado.
Yesugei dormía junto a ella. Hoelun no había sentido pasión en el abrazo del hombre, a pesar de que había estado fuera durante casi un mes. La había tomado del mismo modo que satisfacía su hambre con comida… rápidamente, sin prestarle atención después de saciarse. Su pasión sólo había ardido un momento, como las ascuas antes de que el fuego se extinga, y ella no pudo volver a encenderlo. Hasta la furia de Yesugei contra sus enemigos era una llama cada vez menos frecuente; Hoelun advertía que su esposo estaba cansado de luchar.
Ante esa idea, sintió miedo. Los hombres debían luchar hasta que todos sus enemigos se rindieran o si no debían yacer bajo tierra. El odio era el fuego en que se forjaban sus espadas. Si ardía con demasiada ferocidad, el metal se ablandaba en exceso; si se enfriaba, las armas no serían suficientemente fuertes. Las personas tenían que atender su odio como atendían el fuego; el odio las mantenía con vida. Tal vez Yesugei ya no odiara lo bastante.
Hoelun se deslizó de la cama y se arrodilló junto a la cuna de Temulun, desató a la niña y la amamantó. Sus hijos dormían en las pequeñas camas de cojines en el lado oeste de la tienda. Tal vez Temulun fuera su última hija. Ahora debía esperar otras alegrías: la boda de sus hijos, convertirse en abuela. Sin embargo, se estremeció, como cuando los vientos fríos anticipaban la llegada del otoño.
Abrazó a su hija con más fuerza. Los odios y los amores de Hoelun estaban ligados a sus hijos: amor por los que había traído al mundo, odio por cualquiera que los amenazara. Ella no permitiría que su amor y su odio se atenuaran, no hasta que estuviese dispuesta a morir.
11.
Bortai estaba sola en una vasta estepa herbosa, bajo un cielo negro y sin estrellas. Una figura espectral, alada, iluminada por una brillante luz propia, voló hacia ella. Se cubrió la cara, después espió entre los dedos el halcón blanco. Su garra izquierda llevaba una esfera de fuego; su garra derecha aferraba una enorme perla blanca.
Ya sin temor, Bortai extendió los brazos. Se maravilló ante el brillo de la luz y ante el resplandor más tenue que emanaba de las garras del halcón, que voló en círculos sobre ella y soltó su carga; Bortai atrapó las luces en sus manos y el pájaro blanco descendió hasta posarse en su muñeca.
—Te he traído el sol y la luna —dijo el pájaro.
Ella lo miró a los ojos y vio en ellos chispas verdes y doradas. Las esferas que tenía en sus manos ardieron repentinamente hasta convertirse en una enceguecedora luz blanca.
Bortai gritó y se despertó. Su alma había vuelto a ella. Sólo quedaba el resplandor del fogón, donde la sombra de su madre se inclinaba sobre el caldero.
—¿Qué ocurre, Bortai? —le preguntó su madre.
—Un sueño —respondió Bortai mientras se sentaba en la cama.
—Al parecer, esta noche a todo el mundo le ha dado por soñar —dijo la voz profunda de su padre desde la parte trasera del "yurt". Se sentó en la cama y comenzó a ponerse las botas—. Vístete, niña, y cuéntame qué has soñado.
Bortai se levantó, se acomodó la camisa y buscó sus pantalones. Su hermano Anchar se sentó en la cama y bostezó.
—¿Más sueños? —preguntó el muchacho.
—Éste fue el más extraño de todos —dijo ella.
—Lo mismo dijiste del último, en el que un caballo salvaje, blanco, se acercó a ti y te dejó que lo montaras.
Bortai frunció el entrecejo. Anchar tenía ocho años, dos menos que ella, pero últimamente estaba cada vez más burlón.
—No te burles de tu hermana —dijo el padre a Anchar—. Los sueños pueden decirnos muchas cosas. Los espíritus los envían como advertencias, o para mostrarnos lo que puede ocurrir. Ahora, hija, cuéntame tu sueño.
—Estaba sola, fuera —dijo Bortai—, y vi una luz. Entonces, un halcón blanco voló hacia mí con una luz llameante en una garra y una luz más pálida en la otra. Dejó caer las luces en mis manos, se posó en mi brazo y me dijo que eran el sol y la luna.
El padre se mesó la barba gris.
—¿Estás segura?
Ella asintió.
—Y vi los ojos del pájaro cuando me habló. Eran pardos, verdes y dorados. Después las luces se hicieron muy brillantes, y me desperté. —Bortai inclinó la cabeza—. ¿Qué significa, padre?
—No sabría decirlo, pero debe de ser un augurio de importancia, porque creo que mi sueño era muy parecido.
—¿Te parece, Dei? —dijo la madre de Bortai desde el fogón—. No es raro que miembros de una misma familia tengan sueños parecidos. ¿Cuántas veces te he contado un sueño, sólo para que tú soñaras lo mismo después?
—¿La misma noche? —Dei sacudió la cabeza—. Y este sueño es muy inusual. He soñado con el sol y la luna otras veces, pero siempre permanecían en el cielo.
—¿Tú también viste un halcón? —le preguntó Bortai—. ¿Tuviste en tus manos el sol y la luna?
—Recuerdo un pájaro blanco —dijo su padre—. Podría haber sido un halcón. Me traían algo, de modo que tal vez fuese el pájaro. Creo que tú viste el presagio con mayor claridad que yo. —Dei estiró las piernas, después se dirigió a su esposa—. Shotan, ¿dónde está mi desayuno?
La mujer de cara redonda buscó un cuenco.
—A veces me pregunto por qué te llamarán Dei el Sabio. Deberían llamarte Dei el Ladrón de Sueños Ajenos. No es la primera vez que escuchas un sueño y te convences de que también tú lo has soñado.
—No, Shotan —dijo Dei, al tiempo que se retorcía un extremo de sus largos bigotes—. No es tan sólo que mi sueño no fuera claro, sino que lo compartí con Bortai. Soñé una parte de su sueño, y ella me ha mostrado qué es lo que no vi en el mío.
Shotan lo miró cariñosamente con ojos oscuros y cálidos.
—Tal vez tendrías que haber sido chamán, Dei.
—No es un mal augurio, ¿verdad? —preguntó Bortai.
—El pájaro era blanco —respondió Dei—, y ése es un color de buen augurio.
12.
Las ovejas balaban, los corderos permanecían cerca de sus madres. En el borde de los círculos del campamento, otros grupos de ovejas y cabras pastaban en la corta hierba que brotaba entre la nieve semiderretida.
Bortai se alejó de su madre y se sentó en una pequeña loma al noroeste del rebaño de su padre. Por lo general chismorreaba con sus primas y las otras niñas mientras vigilaban las ovejas, pero ahora quería estar sola para pensar en su sueño.
Los "yurts" de los Onggirat que seguían a su padre se alzaban al oeste del río Urchun. Dei era jefe de un campamento pequeño, compuesto por menos de doscientas personas. Otros clanes Onggirat se unían a ellos en el otoño, cuando se trasladaban al sur, hacia el lago Buyur, para llevar a cabo su gran cacería antes de seguir viaje a los campos de pastoreo invernales.
Como muchos guerreros Onggirat, Dei hacía algún tiempo que no combatía. Cuando era joven, antes de que Bortai naciera, su padre había participado en incursiones, pero a menos que fuesen amenazados los Onggirat preferían evitar los combates. El comercio con los mercaderes cuyas caravanas solían llegar a las tierras vecinas habitadas por los tártaros, les redituaba tanta riqueza como podían obtener en una incursión.
Los Onggirat también se jactaban ante sus visitantes de la belleza de sus muchachas. No había razones para guerrear con los tártaros si podían sellar la paz casando a una mujer Onggirat con un jefe tártaro, ni tenía sentido luchar contra los Merkit o los mongoles si otras hijas Onggirat vivían en sus campamentos.
Los Onggirat habían comprado cierta seguridad de ese modo, sin duda más sabio que el de hacer juramentos con un jefe u otro, ganando así los enemigos de éstos. A cambio, los demás sabían que no era probable que tuvieran que enfrentarse alguna vez en combate con los Onggirat. Ese pueblo sólo luchaba cuando se lo exigía su honor: cuando les robaban caballos o mujeres, o quebrantaban una promesa, pero en general preferían vivir pacíficamente.
El padre de Bortai había hecho bastante por asegurar la paz en el campamento. Tal vez por eso lo llamaban Dei Sechen, Dei el Sabio. El hijo mayor de Dei había muerto cinco años atrás; era muy probable que Anchar fuese el único hijo que le sobreviviera, a menos que Dei tomara una segunda esposa, y no parecía demasiado proclive a hacerlo.
La pacífica vida de Bortai acabaría cuando se convirtiese en esposa. Durante el pasado invieno, había escuchado a sus padres susurrar acerca de los posibles candidatos para su hija menor. En tres o cuatro años su primera regla la convertiría en mujer, y Dei no esperaria demasiado para casarla favorablemente.
—Allí —gritó una niña—. Extraños.
Bortai se incorporó y agarró su cubo de madera. Las ovejas se apiñaban a su alrededor; casi todas habían sido ya ordeñadas y liberadas de la soga que las retenía, y ahora las conducían hacia las tiendas.
Miró hacia el oeste. Dos jinetes avanzaban en dirección al campamento llevando detrás cuatro caballos atados. De vez en cuando llegaban visitantes, cazadores que se detenían a comer, comerciantes del sur del Gobi con mercancías para ofrecerles a cambio de pieles, cueros y lana, jóvenes que llevaban a sus esposas a campamentos lejanos, algún chamán errante que contaba historias o que invocaba a los espíritus en un trance. El sol estaba bajo en el oeste y los jinetes eran pequeñas figuras negras contra la esfera roja. Bortai pensó en la ardiente bola que el halcón le había dado.
—¡Ven, vamos! —le gritó su madre.
—Siguió a Shotan al "yurt". Cuando la leche empezó a bullir en el fogón, Bortai sintió que estallaría de impaciencia. Dei traería a los extranjeros a la tienda, y ella no podía más de curiosidad.
Fuera, los perros ladraron. Entró Anchar y colgó su arco y su carcaj.
—Dos visitantes —anunció—. Un mongol y su hijo. Mientras Okin iba a buscar a nuestro padre, oí que hablaban con algunos de los hombres. Son Kiyat, una rama del clan Borjigin. El hombre dice que es un jefe y nieto de un Kan.
—¡Bien! —Shotan estaba claramente impresionada—. Les serviré lo que queda del cordero hervido; hay que honrar a los huéspedes, especialmente si son nobles. —Bortai se agitó, inquieta. Su madre la miró—. Bortai, si no puedes ser útil, siéntate y sal de en medio.
—Buscaré más "argal" —dijo ella. Luego recogió una canasta y salió rápidamente.
Fuera había un carro cargado con un gran tronco. Justo más allá del carro, Dei estaba hablando con los extraños, que ya habían desmontado. Bortai avanzó sigilosamente, agradecida de que no hubiera ovejas junto al carro, y se ocultó detrás de éste.
El hombre era alto y corpulento, pero no podía verle el rostro pues el sombrero se lo ocultaba en parte.
—Así que cabalgáis hacia los Olkhunuguds, amigo Yesugei —estaba diciendo Dei.
—Vamos a ver a tus hermanos pues buscamos una esposa para Temujin —respondió el extraño.
—Hermoso muchacho. Veo fuego en sus ojos y luz en su rostro.
Bortai no podía ver la cara del niño, pero por la estatura parecía tener unos doce años.
—Su madre es mi esposa principal —dijo el hombre llamado Yesugei—, y me ha dado otros tres hijos y una hija.
Bortai se esforzó por escuchar lo que decían por encima del murmullo de la voces del "yurt" vecino. Estas formalidades podían durar un rato todavía.
—Yo tengo un hijo pequeño —dijo Dei—. Mis hijas son adultas y están casadas… salvo una.
Bortai se puso tensa.
—Tu campamento parece próspero —dijo otra voz, tal vez la del muchacho—. Pocas veces he visto caballos más hermosos que los que tienes aquí.
Tenía la voz aguda, pero Bortai percibió en ella una seguridad inusual para su edad.
—No podrían competir con vuestros bellos animales —dijo Dei. Hizo una pausa y continuó—: Amigo Yesugei, anoche tuve un sueño y no he dejado de preguntarme qué podía significar. Un halcón blanco me trajo el sol y la luna en cada una de sus garras y se posó en mi mano. Y en el momento en que soñaba esto, tú y tu hijo, del noble linaje de un Kan, cabalgaban hacia mi campamento. El halcón debe de ser un espíritu que te protege, y veo la luz de sus ojos en los tuyos y en los de tu hijo. —Permaneció un momento en silencio—. Tienes un hijo de nueve años, y yo tengo una hija más o menos de la misma edad.
Las manos de Bortai apretaron la canasta.
—Nuestras hijas son nuestros escudos, amigo Yesugei —prosiguió Dei—, su belleza nos protege. En vez de luchar, ponemos a nuestras bellas muchachas en sus carros y las llevamos a las tiendas de otros jefes.
—Conozco su belleza, Dei Sechen —dijo Yesugei—. La madre de mi hijo pertenece a tu clan Olkhunugud.
—Desensillad los caballos —dijo el padre de Bortai—. Venid a mi humilde tienda, servíos nuestra pobre comida, y verás a mi hija por ti mismo.
Bortai se alejó con sigilo, después corrió al "yurt". Se detuvo un momento en la entrada para calmar a los perros, que ladraban, y después entró apresuradamente.
—No encontraste mucho estiércol para alimentar el fuego —dijo Shotan.
—Pronto estarán aquí —dijo Bortai. Luego le arrojó la canasta a su madre, se lavó la cara y se alisó las gruesas trenzas negras.
—Vamos, niña. Ven a sentarte, y compórtate como es debido.
Era evidente que su padre creía que el sueño tenía que ver con los visitantes. El extraño deseaba comprometer a su hijo, y Dei debía de haber visto algo bueno en el muchacho, pero ella no sabía nada de él, salvo que su linaje era noble y que era alto para tener tan sólo nueve años.
Los perros ladraron.
—¡Llama a tus perros! —gritó Yesugei.
—Entrad —respondió Dei.
Bortai bajó rápidamente los ojos cuando los visitantes aparecieron.
—Traigo huéspedes —continuó su padre—. Han venido cabalgando desde el oeste bajo el cielo. Este Noyan es Yesugei Bahadur, jefe de Kiyats y Taychiuts y líder del clan Borjigin en la cacería y en la guerra, nieto del Kan Khabul y sobrino de Khutula Kan. Su hijo se llama Temujin.
Bortai temía levantar la mirada.
—Ésta es mi esposa Shotan —agregó Dei—, y mi hijo Anchar, y ella es mi hija Bortai.
La niña irguió la cabeza. El extraño llamado Yesugei la miró atentamente con sus grandes ojos pálidos, después sonrió.
—Has dicho la verdad, hermano Dei. La muchacha es bella. Veo luz en sus ojos y fuego en su rostro.
—Un hombre noble ha elogiado a nuestra hija —dijo Dei.
Los ojos de Bortai se posaron en el niño, todavía oculto por las sombras, detrás del fogón. Temujin se adelantó hasta quedar junto a su padre y la luz le iluminó el rostro.
Bortai tuvo que esforzarse para no gritar. Consternada, observó que el muchacho tenía los mismos ojos que el halcón. Eran tan pálidos como los de su padre; en ellos se mezclaba el verde con el oro y el pardo, pero parecían más fríos y duros que los de Yesugei, que eran más cálidos. Él le devolvió la mirada, y ella sintió que era como si el halcón le apretara la muñeca.
Yesugei le ofreció una faja a su anfitrión; Dei respondió alcanzándole un jarro de "kumiss". Muy pronto los dos estuvieron sentados delante del lecho de Dei mientras Temujin y Anchar se mostraban sus cuchillos y sus arcos.
Bortai roció "kumiss" sobre la imagen de los espíritus del hogar. Su madre sirvió cordero hervido, pato con cebollas silvestres, un poco de cuajada y "airagh", el "kumiss" más fuerte que Dei guardaba para las fiestas y ocasiones especiales. Las dos mujeres se sentaron en el tapete a la izquierda de los hombres, y los niños hicieron lo propio a la derecha.
—Tienes un hijo muy apuesto, Yesugei Bahadur —dijo Shotan. El huésped respondió con un gruñido de asentimiento; como casi todos los hombres, no era probable que hablara hasta que no hubiera terminado de comer—. Mi propio hijo tal vez sea pequeño, pero lucha bien y puede enfrentar a cualquier otro muchacho del campamento.
Era evidente que la mujer intentaba llenar el silencio con elogios a sus hijos.
Dei pinchó un trozo de carne con su cuchillo y se lo ofreció a Yesugei.
—Mi hija también es pequeña para su edad —continuó Shotan—, pero nunca la ha aquejado enfermedad alguna. Cabalga como el viento y jamás he visto que un animal la atemorice.
Bortai sentía temor ahora. Su madre se estaba jactando demasiado. ¿Tan seguros estaban de que este Bahadur la querría para su hijo? Miró de reojo a Temujin, quien la observaba abiertamente por encima de la bandeja llena de trozos de carne; Bortai se sonrojó y tomó un bocado.
Temujin no se parecía a los otros muchachos que ella conocía. Su frente era agradablemente ancha, su pelo oscuro tenía reflejos rojizos, y los bien formados pómulos denunciaban que algún día sería tan apuesto como su padre. También había observado cómo se había comportado con Anchar. Temujin le había hablado cariñosamente, casi como un hombre podía hacerlo con un niño, aunque no era mucho mayor que su hermano. Además, estaban sus ojos, tan cautelosos y atentos como los de un gato, e inereíblemente pálidos, también.
Yesugei engulló un último bocado de pato y soltó un eructo.
—Bortai cazó ese pato —dijo Shotan—, así que espero que te haya gustado. Tiene una puntería notable con el arco, y pronto será tan buena cocinera como arquera. En algunas, la belleza no es un disfraz que oculta los defectos, sino una cualidad entre otras muchas.
—Veo cómo es tu hija, Ujin —masculló Yesugei, un tanto ebrio ya—. Nos has alimentado bien, Dei Sechen. Mereces que te llamen el Sabio, por haber elegido a esta esposa.
—Él me eligió —dijo Shotan—, pero yo le rogué a mi padre que lo aceptara. Dei tuvo que pedirme tres veces antes de que su futuro suegro accediera. Siempre he creído que en estos casos las demoras no sirven para nada.
Hizo un gesto a su hija. Bortai recogió la bandeja y salió a arrojarles unos huesos a los perros. Tal vez se marcharan mañana, pensó. Tal vez Yesugei y su hijo sólo se quedaran el tiempo suficiente para intercambiar historias con sus tíos y los otros hombres antes de seguir su camino.
Volvió a entrar, enjuagó la bandeja con un poco de caldo, que volvió a verter en el caldero, después alimentó el fuego. Al otro lado del fogón Anchar y Temujin jugaban con unos huesos de antílope. Temujin cogió uno de sus huesos, apuntó, lo lanzó y golpeó un hueso de Anchar.
—Eres bueno en este juego —dijo Anchar.
Temuiin se encogió de hombros, después miró a Bortai.
—Siéntate con nosotros —le dijo.
Ella se sentó. Él le sonrió, después hizo puntería con otro hueso. Sus padres y Yesugei estaban profundamente concentrados en una conversación, con otro jarro de "airagh".
—Recuerdo una incursión dos otoños atrás. —La voz de Yesugei era pastosa—. Tomamos un campamento tártaro. Esa noche comí en la tienda del jefe. Su espalda era un cojín para mis pies mientras las lágrimas de su hija salaban mi comida.
Bortai apretó los labios. Los dos hombres parecían tan abstraídos en sus anécdotas que ya no se acordarían de ella.
Temujin se inclinó hacia Bortai y le dijo:
—Tu padre nos ha contado que tuvo un sueño en el que un halcón le traía el sol y la luna.
—Bortai ha soñado lo mismo —intervino Anchar.
Temujin enarcó las cejas. Bortai escuchó un chasquido y después otro cuando el hueso de su hermano chocó contra otro.
—Bien, Temujin, he ganado.
—Tú también eres bueno para este juego, pero la próxima vez ganaré yo. —Temujin hizo una pausa—. ¿Tú soñaste el sueño de tu padre?
—El soñó el mío —respondió ella.
—Yo tuve uno anoche —dijo Temujin—. Ya lo había soñado otras veces, pero en esta ocasión fue diferente. Estaba en una montaña, tan alta que podía ver el mundo entero. Antes, siempre que soñaba eso, no podía ver lo que había a mis pies, pero esta vez pude ver todo.
—¿Qué viste? —preguntó Bortai.
—Vi la estepa, y miles de "yurts", y valles junto a montañas, y tantas manadas de caballos que no pude contarlas, y cientos de cazadores persiguiendo a los ciervos y los asnos salvajes. También había otros animales, y una caravana de camellos, y halcones y águilas volando sobre ellos.
—¿No viste poblaciones? —preguntó ella.
Temujin negó con la cabeza.
—Entonces no puede haber sido el mundo entero —dijo Bortai.
—Era el mundo —respondió Temujin—, y nuestro pueblo era el único bajo el cielo. En el sueño, me quitaba el sombrero, me colgaba el cinturón sobre los hombros y ofrecía leche de yegua a Koko Mongke Tengri, agradeciéndole que me hubiera permitido verlo.
—¿Qué significa? —preguntó Bortai.
—Que el mundo nos pertenecerá, tal vez. Mi padre dice que somos los mejores guerreros, que Dios nos hizo así. ¿Por qué no podríamos ser dueños de todo? ¿Y por qué un solo Kan no habría de gobernarlo todo?
Bortai frunció el entrecejo.
—¿Todo?
—Hay un solo sol en el cielo. ¿Por qué no habría de existir un solo Kan en la tierra?
Bortai posó sus manos sobre una rodilla.
—Hablas como si te propusieras ser ese Kan.
—Algún día seré jefe —dijo Temujin—, pero tal vez los espíritus favorezcan a otro. Si es lo bastante fuerte y valeroso, yo lo seguiría.
—Me pregunto si podrías seguir a alguien —le espetó ella.
Se habría reído de cualquier otro muchacho que dijera esas cosas, pero la voz suave de Temujin no se parecía a la de ningún niño jactancioso.
—¡Temujin! —bramó Yesugei desde la parte trasera del "yurt"—. Muéstrale a tu anfitrión cómo sabes recitar la historia de los antepasados, la Cierva Parda y el Lobo Gris Azulado.
Bortai se incorporó. Su nombre significaba "gris azulado", y los ojos de Temujin eran tan pardos y dorados como debían de haber sido los de la cierva ancestral; tal vez Yesugei pretendía hablar de ella.
Bortai yacía en su cama, sin poder conciliar el sueño. Después de varias historias y canciones, todos se habían ido a dormir sin hablar de matrimonio.
Espió por encima de su manta. Los huéspedes dormían tendidos sobre almohadones, cerca del fogón. Una figura en sombras se deslizó hacia la entrada; la niña esperó que su padre saliera, después se levantó y se calzó las botas.
Los perros gruñeron un poco al verla. Encontró a Dei fuera del círculo de tiendas, de espaldas a éstas, orinando. Bortai permaneció a cierta distancia hasta que el hombre se ajustó los pantalones, después se acercó rápidamente a él.
—Padre —susurró. Dei gruñó—. Padre, los ojos del halcón de mi sueño… eran los de Temujin. Significaba que él venía a buscarme, estoy segura.
—Te has decidido rápido.
—Es verdad, tiene que serlo.
—Hemos hecho lo posible, muchacha. El Bahadur ofrecería bastante por ti, pero no queremos que nos crea demasiado ansiosos. Debemos esperar.
13.
Bortai despertó antes que los demás. Se acomodó las ropas con las que había dormido, se calzó las botas y se deslizó hasta el fogón para avivar el fuego.
El padre de Temujin la pediría, se dijo; tenía que hacerlo. Pero tal vez este Bahadur fuese más ambicioso en lo que a su hijo respectaba; quizá desease seguir buscando en otra parte en vez de pedir la mano de la hija de un jefe de poca importancia.
Oyó un bostezo. Temujin se sentó y la miró; ella intentó sonreírle.
—Buenos días, Bortai —dijo él.
—Buenos días, Temujin.
Yesugei despertó y se estiró mientras se ponía temblorosamente de pie. Masculló un saludo, después salió con su hijo.
Bortai se quedó vigilando el fogón hasta que su familia despertó. Shotan frunció el entrecejo al ver a Bortai mirando el caldero; Dei y Anchar salieron de la tienda para aliviar sus necesidades.
Cuando los hombres y los muchachos volvieron, el caldo hervía. Tal vez Yesugei ya hubiera hablado con su padre. Bortai escrutó el rostro de Dei, pero los ojos del hombre eran dos rendijas y las arrugas que rodeaban su boca se hicieron más profundas con su gesto de desagrado; siempre que bebía demasiado tenía ese aspecto. Se sentó sin decir palabra; Yesugei tampoco parecía estar muy conversador.
Bortai se obligó a tomar un poco de caldo. Temujin y Anchar hablaban en susurros pero ella no alcanzó a oír lo que decían. De repente se sintió enfadada con su padre por haberle contado el sueño a Yesugei, y con Shotan por haber hablado de Bortai como si su hija fuera un caballo que quería vender.
—Me has tratado bien, Dei Sechen —dijo finalmente Yesugei. Tenía el rostro más saludable y menos demacrado después de haber tomado un poco de "kumiss" junto con el caldo.
—Pero mereces un festejo —respondió Dei, que también parecía más recuperado—. Mis hermanos querrán hablar contigo, y tus caballos pueden descansar mientras pastan con los nuestros.
—Todo eso suena muy placentero —murmuró Yesugei—, pero hace demasiado tiempo que falto de mi campamento; primero estuve con mis aliados Kereit, y ahora aquí.
Bortai espió a Temujin. Él le devolvió la mirada y después miró a Yesugei.
—Unos pocos días más no harán diferencia —dijo el muchacho.
—La harán si todavía tenemos que viajar a ver a los Olkhunuguds.
Temujin entrecerró los ojos y apretó la boca. A Bortai le dio un brinco el corazón.
—Podría marcharme —continuó Yesugei—, y volver en otro momento, pero eso no serviría de nada. Tal vez ya hemos hecho suficientes rodeos. —Cambió de posición en su cojín—. Tú tienes una hija, y yo tengo un hijo. Ella es una muchacha bella y el fuego de sus ojos iguala el de los de mi hijo. Ya he visto lo suficiente para saber que será una buena esposa para Temujin, y a él parece gustarle. Hermano Dei, ¿consentirías entregarla en matrimonio?
A Bortai comenzaron a arderle las mejillas; el corazón le latía con fuerza. Temujin observaba a Dei con los ojos muy abiertos y el cuerpo tenso.
Dei se mesó su barba rala.
—Podría esperar que volvieras a pedírmelo —dijo—, pero la demora no me procuraría ningún elogio, y nadie pensará mal de mí si accedo ahora mismo. No es un buen destino para una muchacha, especialmente para una tan bella como mi hija, envejecer en la tienda de su padre. Entregaré a mi hija a tu hijo con alegría.
Bortai tragó saliva con esfuerzo. Su corazón latía tan rápidamente que estaba segura de que todos los demás lo advertían.
—Pero todavía son niños —prosiguió Dei—. Hermano Yesugei, ¿dejarías a tu hijo con nosotros? Bortai y Temujin pueden conocerse mejor antes de casarse, y mi hijo se beneficiará teniendo un compañero que sería para él como un hermano.
Yesugei miró a Temujin.
—Yo mismo quería pedírtelo —dijo—, ya que me proponía dejar a mi hijo con su prometida y su familia. Aunque lo echaré mucho de menos, estaré esperando ansiosamente el día en que él y tu hija se casen.
—Me alegra que hayas pedido a Bortai, padre —dijo Temujin—. Si no lo hubieras hecho, lo habría hecho yo mismo.
Yesugei soltó una carcajada.
—Lo sé. —Dio a Dei una palmada en la espalda—. Debo advertirte algo… ten cuidado con tus perros mientras Temujin permanezca aquí. Mi hijo no teme a nada, excepto a los perros.
Temujin se sonrojó. Bortai seguramente había creído que nada podía asustarlo.
—¿Miedo a los perros? —dijo Anchar en tono burlón.
—Tú mismo te asustaste bastante cuando uno de ellos te mordió —dijo rápidamente Bortai—. No te preocupes, Temujin. Yo te enseñaré cómo debes hacer para que ellos te tengan miedo a ti.
El muchacho irguió la cabeza.
—No permitiré que me asusten.
—Shotan, hoy matarás una oveja —dijo Dei—, y este campamento tendrá una fiesta de compromiso.
Bortai tembló cuando su padre tomó su mano y la puso sobre la cálida palma del muchacho.
14.
La montaña llamada Chegcher se erguía hacia el norte, y su ladera este se ensombrecía a medida que el sol se hundía por el oeste. Al pie de la montaña había un círculo de veinte "yurts"; unos hilos de humo pálido subían desde los techos hacia el cielo.
Yesugei sofrenó su caballo; el que llevaba de recambio relinchó suavemente. La gente se había reunido en torno a una hoguera donde la carne se asaba. Muchos de ellos llevaban las fajas de color rojo brillante que él había visto ya en los campamentos tártaros.
Podía seguir su camino, pero todos se preguntarían por qué no se había detenido, y era poco probable que alguien lo reconociera. Estos tártaros no esperarían que Yesugei el Bravo se demorara allí y pidiera la hospitalidad que siempre se le debía a cualquier extraño. Podría descansar un poco antes de seguir a través de la estepa amarilla hasta sus tierras.
Estaba satisfecho, aunque echaría de menos a Temujin. Amaba el valor y la rapidez de su hijo, y también su obstinación y su orgullo. Temujin había cazado su primera presa a los seis años; Yesugei aún recordaba el intenso placer que había sentido cuando untó el dedo de su hijo, el que había disparado el arco, con la sangre y la grasa del órix caído.
Pasarían todavía unos años antes de que el muchacho se casara, pero Temujin no viviría todo ese tiempo con los Onggirat. La primavera siguiente volvería a buscar a Temujin, que podría hacer otra larga visita a Dei antes de la boda.
Hoelun se pondría contenta con las novedades. Yesugei se alegró: arreglar la boda de su hijo había vuelto a despertar en él todos sus sentimientos por Hoelun. Sin duda, a ella le habría sorprendido saber cuánto la echaba de menos en ese momento. Estar dentro de ella, sentir la calidez y la tensión de su vagina, seguía siendo para él la sensación más consoladora que conocía. Aunque últimamente todo ocurría demasiado de prisa para él y, estaba seguro, también para ella. Se prometió ser más cariñoso con Hoelun cuando volviera, redescubrir ese cuerpo que tanto placer le había dado y volver a compartir ese placer con ella. Muy pronto, la campaña inminente lo alejaría de su lado.
Sintió dolor, el placer del combate ya no le resultaba tan atractivo. Casi deseaba que las batallas acabaran para poder envejecer junto a Hoelun.
Apretó los labios; sintió vergüenza por haberse permitido esos pensamientos. Dei el Sabio y los jefes Onggirat podían comprar la paz por medio de sus hijas, pero Yesugei y sus hijos debían ganarla de otra manera.
Estaba cerca del campamento tártaro. Los perros encadenados junto a los "yurts" le ladraron. Percibió el aroma del cordero asado. Los tártaros que rodeaban la hoguera lo observaron con la mirada curiosa pero distante de los que se disponen a recibir a un extraño. Al menos tendría un breve descanso. Yesugei detuvo su caballo.
—¿Estáis en paz? —preguntó.
—Estamos en paz —replicó un hombre—. ¿Y tú?
—Lo estoy, y la cabalgata me ha dado sed.
Yesugei desmontó, alzó las manos para demostrar que venía en son de paz, y después condujo a sus caballos hacia las hogueras.
15.
—Padre está de regreso —gritó Khasar.
Hoelun alzó los ojos.
—No tenías que cabalgar hasta aquí para decírmelo…
—Está enfermo. —Khasar respiró hondo—. Los hombres que cuidaban los caballos me enviaron. Dobon viene con él.
Hoelun se puso de pie.
—¡Biliktu! —llamó .
La joven miró desde la entrada en dirección a Hoelun.
—Busca recipientes donde poner todo esto. —Hoelun indicó con un gesto la cuajada que había puesto a secar sobre unas piedras.
Biliktu miró a los niños que se reunían cerca de un carro.
—Ujin, ¿qué…?
—Haz lo que te digo.
Hoelun fue rápidamente tras su hijo hacia el límite del campamento. Dos jinetes se aproximaban desde el este. Yesugei estaba caído hacia adelante, con la cabeza apoyada en el cuello de su caballo. Dobon estaba montado detrás de él, y llevaba otro caballo de las riendas.
Hoelun se acercó a Khasar.
—Ve a buscar a Bughu —le dijo.
El muchacho se alejó corriendo. Empezaba a reunirse gente en los círculos vecinos. "No debo temer", se dijo Hoelun. Yesugei era fuerte; Bughu alejaría de él al espíritu maligno.
Dos hombres corrieron a ayudar a desmontar a Yesugei. Tenía el rostro lívido, se tocó el estómago cuando los hombres lo pusieron de pie. La gente que rodeaba a Hoelun retrocedió mientras Dobon y los hombres que llevaban a su esposo la seguían al "yurt".
—¿Qué le ha ocurrido a mi esposo? —preguntó ella.
Los hombres permanecieron en silencio mientras pasaban entre los fuegos encendidos.
—Veneno —masculló Yesugei.
Hoelun se estremeció e hizo un signo contra el mal; después indicó a los hombres que entraran en la tienda.
Arrastraron a Yesugei hasta la parte trasera, lo acostaron en la cama y le quitaron las botas. Dobon se acercó a Hoelun y le dijo:
—Yesugei habló del veneno mientras cabalgábamos hacia aquí. Eso es todo lo que sé.
Los dos hombres se incorporaron junto al lecho.
—Ya habéis hecho lo posible —dijo Hoelun—. Khasar fue a buscar al chamán. Yo atenderé a mi esposo.
Los tres salieron rápidamente del "yurt". "Creen que morirá", pensó Hoelun; nadie querría quedarse junto a un agonizante. Se inclinó sobre Yesugei; él se quejó cuando ella le quitó la chaqueta de piel de oveja.
—Veneno —susurró-. Cuando dejé a Temujin…
Ella casi se había olvidado de su hijo mayor.
—¿Dónde lo dejaste? ¿Qué es esto del veneno?
—Está en un campamento Onggirat junto al río Urchun. Lo prometí con la hija del jefe. —Gimió mientras ella le deslizaba una almohada debajo de la cabeza—. En el camino de regreso me detuve en un campamento tártaro. Me dieron bebida y comida antes de que siguiera viaje. Pensé que no me reconocerían, pero alguien debe de haber sabido…
"Tonto —pensó ella—, ¿has olvidado cuántos tártaros mataste?" Pero se contuvo. Él se había detenido allí sólo para reclamar la hospitalidad debida a los viajeros. Los tártaros seguramente esperaron que Yesugei muriera antes de llegar a su campamento, para que nadie se enterara de la acción que habían cometido.
Entró Sochigil, seguida por Biliktu.
—¿Qué ocurre? —preguntó la otra esposa—. Biliktu dice que han herido a nuestro esposo…
—El espíritu maligno será alejado —dijo Hoelun con firmeza—. Sochigil, cuida a mis hijos. Biliktu, lleva a mi hija con Khokakhchin. Yo me quedaré con mi esposo.
Biliktu dejó los recipientes con cuajada y alzó la cuna de Temulun.
—No es posible —dijo la muchacha.
—¡Márchate!
Las dos mujeres salieron. Hoelun tocó la frente de Yesugei: ardía. No quería a sus hijos cerca del espíritu maligno que había tomado posesión del padre, ni tampoco dentro de la tienda donde tal vez muriera.
Entró Khasar con el chamán. Hoelun levantó la cabeza.
—Khasar, te quedarás en la tienda de Sochigil-eke junto con tus hermanos. Vete para que Bughu pueda atender a tu padre.
Su hijo caminó lentamente hacia la entrada. Cuando salió, el chamán se inclinó sobre el lecho.
—¿Cuánto hace que esta enfermedad está en ti? —preguntó.
—Sentí dolor aquí dos días después de abandonar el campamento tártaro. —Yesugei se señaló el estómago—. Al tercer día, supe que había sido envenenado. Fueron esos tártaros. Me detuve allí a descansar, y me dieron comida y bebida. Alguien debió de agregarle veneno.
El chamán escrutó los ojos de Yesugei, después le levantó la camisa para palparle el abdomen; Yesugei gruñó. Bughu deslizó las manos sobre el cuerpo del enfermo y lo palpó hasta que éste gimió.
—¿Qué puedes hacer? —le preguntó finalmente Hoelun.
Bughu se enderezó y la condujo lejos de la cama.
—Si hubiera estado con el Bahadur cuando comenzó a sentir el dolor —susurró el chamán—, podría haberle dado una pócima para purgarlo. En ese momento, vomitar podría haberlo salvado, si es que el veneno le produjo esto.
—¿Qué quieres decir? Mi esposo dijo…
—Que lo envenenaron. Los tártaros tienen motivos para odiarlo, y conozco venenos de acción lenta. Pero no creo que tu esposo haya sido envenenado. He visto personas en este estado antes; aunque vomiten de inmediato el dolor no acaba, como ocurriría si el veneno fuese la causa. Empeoran, y se palpan las vísceras hinchadas en el lado derecho del vientre. Eso es lo que he sentido ahora en el Bahadur.
—¿Y qué se puede hacer?
—Nada, Ujin, salvo rezar para que el espíritu maligno lo abandone. De otro modo, el dolor aumentará y se le pudrirán las entrañas. —Bughu separó las manos—. He visto estos espíritus malignos poseer a jóvenes fuertes. A veces no hay motivo para eso, pero Yesugei se detuvo en un campamento tártaro, y tal vez alguno de sus enemigos haya sido lo bastante poderoso para maldecirlo de este modo. Ya sea consecuencia del veneno o de una maldición, podemos suponer que sus enemigos provocaron en él este sufrimiento.
El sonido agudo y suave de la voz del chamán asqueó a Hoelun. Bughu no era más que otro carroñero que rondaba a un hombre enfermo para ver qué bocados podía obtener para sí. Si los seguidores de Yesugei creían que había sido envenenado, el deseo de venganza de los tártaros podría mantenerlos unidos. Pero si un espíritu maligno era responsable de su aflicción, algunos podrían considerarlo como una pérdida del favor del cielo. La gente comprendía el envenenamiento y las maldiciones, pero la voluntad de los espíritus era más difícil de dilucidar. Hoelun vería peligrar su posición si la gente dudaba de que la enfermedad de Yesugei había sido obra de los tártaros.
—Gracias por lo que me has dicho —murmuró la mujer—. Serás recompensado… es decir, si te callas la boca.
—Llamaré a los otros chamanes, Ujin, pero debes estar preparada para su muerte. Hay que sacarlo de esta tienda antes…
—Déjame.
El chamán se marchó. Hoelun miró con impotencia a su esposo, que yacía en la cama. El campamento parecía extrañamente silencioso. Finalmente se dirigió a la entrada y miró hacia afuera, sabiendo qué vería.
Alguien, tal vez Bughu, había clavado una lanza en la tierra justo frente a la entrada; un pedazo de fieltro negro pendía de ella. Todos sabrían que no podían entrar en la vivienda, y que dentro agonizaba un hombre. Hoelun bajó la cabeza y cubrió la entrada con la cortina.
Estaba sentada junto a Yesugei. A pesar de la lanza, muchos hombres habían venido al "yurt" a ver a su jefe enfermo, pero ahora estaban solos. Bughu y otros dos chamanes habían venido con sus máscaras de lobo, de madera, habían agitado sus bolsas llenas de huesos, golpeado sus tambores y murmurado sus cánticos. Aún podía oírlos, fuera, suplicándole al espíritu maligno que liberara a su esposo.
Los gemidos de Yesugei eran más débiles, y su piel ardía. Abrió los ojos pero no pareció verla.
—Una vez te aseguré que nunca te amaría —dijo ella —. Jamás creí que llegase el momento en que te lo diría, Yesugei, pero ahora te amo. Quiero que lo oigas, para que tu espíritu se quede conmigo.
—Ah —jadeó Yesugei.
Ella se acercó más a su esposo, pero él no dijo nada más. El olor que emanaba no era el familiar a cuero y sudor, sino dulzón y enfermizo. Su muerte debía de estar próxima, y si ella se encontraba a su lado cuando muriera, tendría que permanecer fuera del campamento hasta que hubieran pasado tres lunas.
Una figura entró en la tienda y se detuvo entre las sombras, más allá del fogón.
—No deberías estar aquí —dijo Hoelun cuando la luz de las llamas iluminó el rostro pardo y arrugado de Khokakhchin.
—Eso me advirtieron los chamanes —respondió la vieja criada—, pero tal vez me necesites. Biliktu está vigilando a la niña. Si tu esposo se recupera, necesitará cuidados. —Khokakhchin hizo una señal—. Si no mejora y te aíslan por haber permanecido junto a él, necesitarás que alguien te cuide. Me arriesgaré a compartir la maldición.
Hoelun se sintió conmovida.
—Haces más de lo que deberías, anciana.
—Has sido muy amable conmigo, Ujin. Podría haber envejecido en un campamento tártaro, azotada por la lengua de mi ama y el palo de mi amo. Descansa… yo atenderé al Bahadur.
Hoelun durmió a un costado de la cama, con la cabeza sobre una almohada. La despertaron unos gritos que se alzaban sobre el constante murmullo de los chamanes. Pronto amanecería. Una voz familiar la llamó por su nombre desde fuera, mientras una mano alzaba la cortina de la entrada; ella se incorporó y se puso el tocado.
Entró Munglik. Hoelun le dijo:
—No debes quedarte.
—Siempre he servido al Bahadur. No puedo defraudarlo ahora. —Munglik se acercó a la cama—. Yesugei, estoy aquí para hacer lo que pueda por ti.
El joven miró a Hoelun por encima de Khokakhchin; sus ojos oscuros estaban arrasados en lágrimas.
—¿Quién es? —preguntó Yesugei con un hilo de voz.
—Munglik—respondió Hoelun.
—Mi fiel Munglik —suspiró Yesugei—. Acércate más. —Munglik se arrodilló junto al lecho—. Me estoy muriendo, amigo.
—Yesugei…
—Escucha. —Yesugei hablaba en voz tan baja que Hoelun tuvo que hacer un esfuerzo para escucharlo—. Dejé a Temujin con su prometida, en la tienda del padre. Él se llama Dei Sechen, y el campamento de sus Onggirat está al norte del lago Buyur, junto al río Urchun, entre las montañas Chegcher y Chikhurkhu. —Se quedó sin aire—. Mis hijos deberán vengarme. No les permitas que olviden el daño que le hicieron a su padre. Ocúpate de mis esposas como si fueran tus hermanas, y de mis hijos como si fueran tus hermanos. Es mi último pedido, amigo Munglik. Ve de prisa al campamento de Dei Sechen y trae de vuelta a Temujin. Debe prepararse para ocupar su lugar aquí.
Munglik se puso de pie.
—Antes de que salga el sol estaré en camino. —La voz del joven se quebró y las lágrimas corrieron por sus mejillas—. Adiós, Bahadur.
Hoelun acompañó a Munglik hasta la entrada y lo cogió del brazo.
—Sabemos muy poco de este Dei Sechen —le dijo—. Si descubre que Temujin ya no tiene la protección de su padre, tal vez considere que el acuerdo ya no es válido y quiera retener a mi hijo como esclavo.
—Comprendo. Sólo le diré la verdad a Temujin cuando estemos lejos —Tomó las manos de Hoelun—. Hoelun…
—Vete. Que los espíritus te protejan —dijo ella. Luego volvió junto a la cama de su esposo. Khokakhchin había arropado a Yesugei con una manta.
—¿Quién está allí? —susurró él, que apenas podía abrir los ojos.
—Hoelun.
—Márchate, esposa. Es mi última orden… no quiero que estés aquí cuando vuele al cielo. Ocupa mi lugar y mantén unido al pueblo. Cada día tendrás que fortalecer tu posición, y te resultará más difícil si te ves obligada a estar fuera del campamento.
Ella vaciló.
—Adiós, Hoelun. Mi vida habrá teminado antes de que el sol esté en lo alto. Vete ahora.
Ella se arrodilló para besar la frente de su esposo por última vez y después dejó que Khokakhchin la ayudase a salir del "yurt". Sochigil, Biliktu y los niños ya estaban sentados fuera del círculo del campamento. Hoelun se sentó y meció a su hija hasta que dejó de llorar.
No se movió ni habló hasta que el sol empezó a ascender en el cielo. Por el rabillo del ojo, vio que los chamanes entraban en su "yurt". Cuando salieron, supo que el espíritu de Yesugei ya había escapado.
Se puso de pie.
—Se ha completado el amor de mi esposo por la vida. —Se sorprendió un poco ante la firmeza de su propia voz—. Su espíritu ha volado hacia Tengri. —No debía pronunciar el nombre de su esposo en voz alta pues hacía muy poco que había muerto y también se negaba a decirlo para sí.
Sochigil chilló y se desgarró las ropas.
—¡Mi esposo nos ha dejado demasiado pronto! —aulló la mujer de ojos oscuros—. ¿Qué será de nosotros ahora?
Khokakhchin abrazó a Khachigun; Khasar trataba de consolar a Belgutei. Sochigil se arañó el rostro y los brazos; Biliktu se arrojó al suelo y se cubrió la cara de polvo.
Hoelun estaba atontada. Todos esperarían que ella también manifestara su dolor. Se arrancó las cuentas de su tocado, pero no derramó ni una lágrima. En un momento, su esposo saldría de la tienda y se reiría de todos por haberle creído muerto, como había hecho su tío Khutula irrumpiendo en el banquete de su funeral.
Los chamanes avanzaron hacia ella. Hoelun oyó el ruido que hacían los huesos de sus bolsas.
16.
El cuerpo que llevaban a la tumba no era el de su esposo. El hombre que Hoelun había conocido viviría entre los espíritus. La procesión se acercó a la ladera. Los compañeros más íntimos del Bahadur cabalgaban a ambos lados del carro tirado por un buey donde se transportaba el cadáver y las posesiones que enterrarían con él. Su caballo favorito, ensillado, era conducido por uno de los chamanes.
Hoelun iba en un carro, detrás de los hombres. Junto a ella iba sentada Sochigil, que aún lloraba. Detrás marchaban Biliktu y Khokakhchin, junto con los niños; Biliktu había llorado casi tanto como Sochigil. "Derrama tus lágrimas, Biliktu —pensó Hoelun—; tus penas pronto acabarán".
Deseó poder llorar tan fácilmente como los demás. Pero su pecho parecía encerrado entre paredes de roca. Había soportado los días pasados como en trance, sintiendo que su propio espíritu había volado hacia su esposo. Apenas si recordaba haber desarmado el "yurt" donde él había muerto y haber juntado sus pertenencias para que fueran purificadas. Ella y su familia habían pasado con todos sus objetos entre dos hogueras; después bajo una cuerda atada a dos altos postes y de la que pendían tiras de cuero, mientras los chamanes cantaban. Sus manos y su cuerpo habían hecho todo el trabajo, sin voluntad que los dirigiera.
En un claro de la ladera había una gran fosa. Otros habían sido enterrados antes en esta ladera, y sobre sus tumbas crecían ahora pequeños abetos. Hoelun vio una zona con hierba donde los raídos restos de una piel de caballo flameaban sobre unos postes, y un montículo de nieve cerca de los restos de un "yurt". Su esposo sería entregado a la tierra y los caballos pisotearían su tumba. Al cabo de unas pocas estaciones, nada marcaría el sitio de su eterno descanso.
Los hombres desmontaron y se acercaron a la fosa. El caballo castaño bufó cuando un hombre lo montó; lo harían galopar hasta que estuviese exhausto, y entonces lo sacrificarían. Ya habían matado otro caballo para el banquete fúnebre y los hombres lo estaban descuartizando. Los pájaros volaban en círculo y las sombras de sus alas moteaban la tierra.
Hoelun detuvo el buey que tiraba del carro, después descendió junto con Sochigil, que gimió al ver la fosa. Lo habría acompañado a la tumba si hubiese podido, tal como solían hacer en otros tiempos las esposas de los jefes.
Unos hombres conducían el cadáver a la tumba. Lo enterrarían con todo lo que pudiera necesitar en su próxima vida: su caballo favorito, una yegua y un potrillo para aumentar su manada, su lanza, coraza, flechas, arco, además de "kumiss" y un poco de carne del caballo sacrificado. Los deudos compartirían con él el banquete fúnebre antes de que la tierra lo cubriera.
Otras mujeres dejaron sus carros y caballos para reunirse cerca de las dos viudas. Hoelun recordó las veces que había consolado a otras esposas que habían perdido a sus maridos, cómo había caminado alrededor de las tumbas con ellas y había asistido a los banquetes fúnebres mientras quemaban huesos como ofrenda a sus muertos. Se había compadecido de ese dolor, sin creer que alguna vez ella misma enviudaría.
Bajaron el cuerpo de Yesugei a la tumba con cuidado de que mantuviese el torso y los miembros doblados, para que de ese modo el muerto pudiera sentarse a la mesa con sus provisiones. De repente, Hoelun anheló la presencia de Temujin, el hijo que más se parecía a su padre.
Una voz interior resonó en su cabeza, ahogando los cánticos de los chamanes. "Debo mantener unidos estos clanes hasta que Temujin tenga edad para gobernarlos. Los tártaros pensarán que la muerte de mi esposo nos ha debilitado; debemos atacarlos y demostrarles que aún tienen mucho que temer".
Un hombre llevaba el arco de su esposo hacia la tumba. Pero todavía le faltaba algo en la muerte, algo que por cierto había valorado mucho en vida. Hoelun acunó a su hija y se acercó a Biliktu.
—Niña —le dijo—, veo que sufres mucho por su muerte.
Bughu permaneció en silencio. Hoelun ya había hablado con él, aunque no con la muchacha. Hoelun había advertido que los ojos del chamán brillaban con anticipada excitación, como si el pedido de ella fuera otra recompensa por lo discreto que había sido. El chamán buscó dentro de su abrigo y extrajo una larga cuerda de seda.
Biliktu abrió desmesuradamente los ojos. "Demuestra un poco de coraje —pensó Hoelun—, no me supliques piedad". La muchacha era de su propiedad; ella tenía derecho. No podía dejar a su esposo solo en la tumba.
—Muchos servirán a mi amo en el otro mundo —dijo Hoelun—. Su amado caballo, vacas, los espíritus de los enemigos que ha matado. Tendrá comida y bebida, y un "yurt" donde descansar, y su cama no estará vacía.
Otro chamán cogió a Biliktu del brazo y la empujó hacia adelante: Bughu le rodeó el cuello con la cuerda.
—Te concederé el gran honor —dijo Hoelun suavemente—, de que te reúnas con el amo que amabas.
Biliktu gritó y sus manos se agitaron en el aire. "Tendrás lo que siempre deseaste —pensó Hoelun—. ¿Acaso no estabas ansiosa por compartir su cama?" El chamán que sujetaba a Biliktu le inmovilizó las manos. Hoelun tuvo una última imagen de los ojos aterrados de la muchacha antes de que Bughu apretara el lazo.
17.
Bortai azotó los flancos de su caballo mientras el de Temujin salía disparado delante de ella. Se irguió en los estribos y su bayo pronto alcanzó al otro caballo. Temujin se volvió para sonreírle y el viento agitó sus coletas cobrizas.
Bortai aulló de deleite. Su caballo superó al de Temujin. La niña tiró de las riendas; su bayo disminuyó un poco el paso, lo suficiente para que Temujin la alcanzara. El caballo del muchacho le sacó una cabeza de ventaja cuando llegaron a un árbol pequeño.
Convirtieron la carrera en un trote y volvieron para reunirse con Anchar.
—Temujin ha ganado —gritó el hermano de Bortai.
—No —dijo Temujin—, Bortai dejó que venciese. —Frunció el entrecejo, su caballo trotaba junto al de ella—. Te vi sofrenarlo. Te habría ganado de todos modos. No vuelvas a hacerlo nunca.
Durante los nueve días que Temujin llevaba allí, Bortai sólo lo había visto por la noche, cuando la familia contaba historias antes de irse a dormir. Mientras ella ayudaba a su madre, los muchachos practicaban tiro con arco, iban a ver a Arasen, el constructor de arcos, para aprender un poco de su oficio, llevaban los rebaños a pastar o iban a cazar con su padre, y jugaban interminables partidas con sus huesos de antílope.
Temujin señaló un árbol.
—Descansaremos un rato aquí. —Se volvió hacia Anchar y le dijo—: Regresa con los otros si lo deseas.
—¿Tú no vienes? —preguntó el niño.
—Nos reuniremos contigo más tarde —respondió Temujin.
Anchar se encogió de hombros, le hizo una mueca a su hermana y luego se marchó al galope.
Bortai y Temujin desmontaron y ataron las riendas a una rama baja. Ella estaba a punto de quitarse el arco y las flechas del cinturón cuando Temujin alzó una mano.
—No dejes eso. Mi padre dice que siempre hay que tener las armas a mano, especialmente cuando se está lejos del campamento.
Bortai lo siguió hasta el árbol, dejó su arco y sus flechas junto a los del niño, y se sentó.
—Estamos a salvo, Temujin. Veríamos a cualquiera que se acercara desde muy lejos.
Él examinó el terreno llano y abierto.
—Lo sé. Pero ¿por qué perder tiempo corriendo a buscar las armas?
—Lo siento. —Bortai se sentía torpe y no sabía qué decirle ahora que estaban a solas—. Me refiero a haber dejado que ganases. Pero lo habrías hecho de todos modos.
—Entonces no tenías por qué actuar como actuaste. Si soy suficientemente bueno, ganaré sin ayuda de nadie. Si no lo soy, será mejor que lo sepa.
Bortai recogió las piernas.
—Todavia no te he visto fracasar en nada.
Él se echó a reír.
—Anchar me ganó algunos huesos —dijo, y apoyó la espalda en el tronco del árbol—. Cuando seamos hombres, tal vez lo nombre uno de mis generales.
—¿Cuántos piensas tener?
—Tantos como necesite.
Bortai buscó más cosas que decir. Por fin, preguntó:
—¿Te llevas con tus hermanos tan bien como con Anchar?
—Con todos salvo con uno. La segunda esposa de mi padre le dio un hijo antes de que yo naciera. Bekter busca cualquier excusa para pelear. No le gusta saber que yo seré el heredero de mi padre.
Bortai sacudió la cabeza.
—Pero si su madre es la segunda esposa, él no puede esperar que…
—Ella fue esposa de mi padre antes de que él encontrara a mi madre.
—¿Y convirtió a tu madre en esposa principal?
—Sabía que mi madre era una mujer más fuerte. Suele contar cómo supo que sería suya en cuanto la vio. —Temujin sonrió—. Ella viajaba con su primer esposo. Mi padre y mis tíos lo ahuyentaron y llevaron a mi madre a su campamento.
Bortai estaba apenada, pero también excitada.
—Debió de enfadarse muchísimo.
—Mi padre dice que lloraba y gritaba, pero se le pasó. Ha sido una buena esposa para él, así que tal vez no le importaba demasiado. ¿Y si tu padre te hubiese prometido a otro antes de que me conocieras? Tal vez hubieras deseado que yo te raptara.
—Pero estamos comprometidos, así que me parece una tontería hablar de eso.
—Lo sé —dijo él—. De inmediato supe que teníamos que pedirte cuanto antes. Si mi padre no espera para conseguir lo que quiere, ¿por qué habría de hacerlo yo?
Bortai se acomodó una trenza.
—Cuando hablamos aquella primera noche —continuó Temujin—, pensaba en el modo en que hablan mis padres a veces. Tendrás que advertirme cuando esté cometiendo algún error; mi padre siempre se queja porque sus hombres sólo le dicen lo que él desea escuchar. Mi madre es más honesta con él. Si no lo fuera, él la golpearía tan a menudo como lo hace con su otra esposa.
—¡Yo no permitiría que me golpearas!
El muchacho permaneció en silencio.
Ella observó la estepa. Cada vez había más hierba; en un mes, la tierra estaría colmada de florecillas blancas y azules. Un hombre cabalgaba hacia los rebaños desde el río; los otros niños galopaban tras él, y sus voces eran un suave murmullo en el viento frío.
Anchar se separó de los otros y fue hacia Bortai y Temujin, quienes se incorporaron y se dirigieron hacia sus caballos. Al acercarse al árbol, Anchar gritó:
—Ha venido un hombre del campamento de Temujin. Arasen ha ido a buscar a nuestro padre. —Sofrenó el caballo para ponerse al lado de Temujin—. El hombre quiere verte.
—¿Ha dicho por qué ha venido? —preguntó Bortai.
—Arasen dice que se llama Munglik, y que lo envió el padre de Temujin.
Temujin frunció el entrecejo, sus ojos verdosos tenían una expresión solemne.
—Es un Khongkhotat —dijo—, uno de esos hombres en los que mi padre tanto confía. Volveré a vuestro campamento. —Montó y se alejó, dejándolos junto al árbol.
18.
Temujin esperaba a Bortai y a su hermano delante del "yurt" de Dei.
—Munglik está dentro —murmuró—. Todavía no ha dicho por qué ha venido.
Bortai y Anchar dejaron sus látigos en la entrada y acompañaron a Temujin al interior de la vivienda.
—Nuestro visitante se llama Munglik —Dei hizo un gesto con su jarro de "kumiss"—. Me dice que su padre, Charakha, ha servido a Yesugei fielmente desde que el Bahadur era un muchacho. —Se dirigió hacia el extranjero—. Éstos son mi hija Bortai y su hermano Anchar.
El hombre hizo una inclinación a Bortai; sus ojos oscuros expresaban pena.
—Mi hermano el Bahadur ha elegido bien. Tu hija será una mujer muy bella, Dei Sechen.
—Bortai y Temujin se están convirtiendo en compañeros —dijo Shotan—, aunque no más íntimos de lo que es correcto antes de casarse. Anchar es un hermano para el muchacho, pero ya lo verás por ti mismo mientras estés con nosotros.
—No puedo quedarme mucho tiempo, Ujin —replicó Munglik. Su rostro agradable se veía solemne, ni siquiera había sonreído desde que apareciera Bortai—. Ahora debo deciros por qué estoy aquí. El Bahadur desea ver a su hijo otra vez; su corazón ha sufrido desde que dejó al muchacho. Lo echa tanto de menos que me pidió que cabalgara hasta aquí y lo llevara de regreso.
Bortai miró a Temujin, que parecía tan sorprendido como ella.
—Amigo Munglik —dijo Dei—, el muchacho ni siquiera ha estado una estación con nosotros. Todos nos apenaríamos si nos separáramos tan pronto de él.
—Entonces entenderás cómo se siente el Bahadur al estar lejos de un hijo al que ama tanto. Yesugei sigue siendo tu "khuda", y permanece ligado a ti por la promesa de matrimonio de los niños. Sólo te pide que permitas que Temujin vuelva con él por un tiempo.
Temujin miró a Munglik con ojos llenos de cautela. Algo no iba bien y Bortai se daba cuenta de ello. Munglik estaba tan tenso como un hombre ante el peligro, y tenía el rostro tan rígido como una máscara.
Dei se mesó su barba rala.
—Si mi "khuda" Yesugei añora tanto a su hijo —dijo—, por supuesto que debo permitirle partir.
Bortai abrió la boca para protestar, pero la voz murió en su garganta.
—No quiero marcharme —dijo Temujin con una voz extrañamente inexpresiva—, pero si mi padre me reclama, debo ir.
—Pero el muchacho volverá —dijo Dei—. Después de que lo vea, Yesugei se quedará tranquilo. Te pido que regrese lo antes posible.
—Sí —respondió Munglik—, lo antes posible.
Bortai no creía en la palabra de aquel hombre. ¿Por qué no decía cuándo? ¿Diez días, un mes, un año? "Lo antes posible" podía significar cualquier cosa.
—Te echaré de menos —dijo Anchar a Temujin.
—Yo también —dijo Bortai suavemente.
Temujin no respondió.
—Bien —dijo Shotan—, al menos podemos ofrecerte una comida y un lugar donde dormir antes de que te marches.
—Te lo agradezco —dijo Munglik—, pero prometí al Bahadur que partiría en cuanto hubiera visto a su hijo y hablado con vosotros. Aún es de día y podemos recorrer una parte del camino antes de dormir.
Bortai se sintió descorazonada. Ni siquiera pasaría otra noche en compañía de Temujin.
Dei hizo un gesto al muchacho.
—Será mejor que juntes tus cosas, Temujin.
—Volveré —dijo Temujin, y se puso de pie—. Mi padre me enviará de regreso en cuanto le cuente con cuánta amabilidad me habéis tratado. —Fue a la cama donde dormían él y Anchar, hizo un bulto con sus escasas pertenencias, y luego recogió su arco y su carcaj.
Bortai observó atontada mientras su madre daba a Munglik un saco con cuajadas, un jarro de "kumiss" y un pedazo de carne.
—Lleva esto —dijo Shotan—. Si el padre del muchacho le echa tanto de menos no debes demorarte.
Los hombres se pusieron de pie. Temujin abrazó a Anchar.
—Te dejo mis huesos —le dijo—. Regresaré para ganártelos.
Bortai se puso de pie temblorosamente cuando Temujin le tomó las manos.
—Volveré —le dijo él, mirándola con ansiedad, como si temiera que ella no le creyera—. Prométeme que me esperarás.
Ella asintió, sin poder hablar. "Sabe que hay algún problema —pensó la niña—; sabe que no se trata tan sólo de que su padre lo echa de menos".
Temujin se volvió. Dei acompañó a Munglik y al muchacho hasta la entrada y les murmuró algunas palabras antes de abrazar por última vez a Temujin. Munglik levantó la cortina de la entrada y los dos salieron.
"No lloraré", se dijo Bortai.
—Es raro —murmuró Dei finalmente—, que Yesugei lo mandara a buscar tan pronto. Jamás hubiese creído que alguien dominara tan poco esa clase de sentimientos, y su camarada Munglik parecía poco feliz de cumplir su misión.
—Tal vez es su madre quien añora su presencia —dijo Shotan—, pero en cuanto escuche hablar de Bortai y de lo bien que lo hemos tratado, se quedará más tranquila.
—Hay algo que está mal —estalló Bortai—. Lo sé, y Temujin también lo advirtió… yo lo vi.
—Es probable —dijo Dei—. Yo sentí lo mismo, pero no podemos hacer nada al respecto. Debes tener fe en tu sueño, hija, y fe en tu prometido.
Bortai salió del "yurt" como un ciclón.
Buscó su montura y arneses en la pequeña tienda próxima al corral donde Dei guardaba sus caballos. En las proximidades había algunos niños que cuidaban los animales.
—Temujin vuelve a su casa —dijo una niña—. Tal vez ya no quiera casarse con Bortai.
—Cállate, Ghoa —masculló Bortai.
—Pues sí que se quedó poco tiempo —dijo Ghoa—. Tal vez…
Bortai pasó bruscamente junto a los niños, empujando a Ghoa con fuerza. Los hombres había terminado de ordeñar las yeguas. Bortai silbó pidiendo su bayo; un hombre se lo alcanzó.
Lo ensilló, y montó en él. Temujin y Munglik ya eran dos diminutas figuras sobre la llanura, y avanzaban al galope.
Bortai hundió los talones en los flancos de su caballo y partió en pos de Temujin. Un fuerte viento azotaba su rostro y restaba velocidad a su caballo. Ella lo golpeó con su látigo. Poco a poco se acortó la distancia que la separaba de los dos jinetes. Munglik estaba inclinado hacia el muchacho; sus caballos habían dejado de galopar, marchaban al paso y luego se detuvieron. Súbitamente, Temujin se inclinó sobre el cuello de su caballo; Munglik le puso una mano en el hombro.
Bortai disminuyó la velocidad y su caballo empezó a trotar.
—¡Temujin! —gritó ella cuando estuvo cerca.
El muchacho la miró y Bortai se alarmó al ver lágrimas en su rostro.
—¿Qué estás haciendo aquí, niña? —le gritó Munglik.
Unos rastros pálidos le surcaban el rostro; él también había llorado.
—Quería despedirme —dijo ella, al tiempo que sofrenaba su caballo.
—Entonces hazlo rápido. Nos espera un largo camino.
Temujin se irguió en la montura y se enjugó las lágrimas.
—No quiero irme —dijo—, pero debo hacerlo. Ya antes en la tienda de tu padre, sentí que debía marcharme con Munglik.
—Lo sé. —Paseó la mirada del niño al hombre—. No llorarías tan sólo porque el Bahadur echa de menos a su hijo, ¿verdad?
—No puedo decirte nada —respondió Munglik.
—Supe que algo no iba bien en cuanto te vi. Lo mismo le ocurrió a mi padre. Nos mentiste.
—No mintió —dijo Temujin—. Mi padre me mandó a buscar.
Munglik hizo un gesto con la mano.
—Despídete, Temujin. Debemos seguir viaje.
—Te seguiré —dijo Bortai—, hasta que me digas la verdad, así que será mejor que lo hagas ahora.
—Te la diré. —Temujin se inclinó hacia ella—. Pero no podrás contárselo a nadie. Tu padre se enterará más tarde, y tendrás que fingir que no lo sabías. ¿Podrás hacerlo?
—Por ti, podré hacerlo —respondió ella.
—Júralo.
—Aquí vive mi promesa. —Se llevó una mano al corazón—. Si la olvido que caiga sobre mí una maldición.
—Temujin… —empezó a decir Munglik.
—Tengo que confiar en Bortai—dijo el muchacho—. Si no puedo fiarme de ella ahora, ¿qué clase de esposa será más tarde? —La cogió de las muñecas—. Munglik ha venido porque mi padre está agonizando. Al parecer, los tártaros le envenenaron la comida cuando se detuvo en uno de sus campamentos. Cuando Munglik partió a buscarme, había una lanza clavada delante de su tienda. ¿Ves ahora por qué no se lo podía decir a tu padre?
Ella tragó saliva con dificultad.
—Estarías más seguro aquí. Mi padre jamás te haría daño.
—Ahora no puedo pensar en mi seguridad. Mi madre me necesita. Debo prepararme para guiar a mi pueblo.
A Bortai le costaba imaginar que Yesugei agonizara, pues recordaba su vitalidad, sus cantos y sus carcajadas, que habían llenado la vivienda de su padre. Tal vez Temujin ya fuese jefe de su clan.
—¿Te das cuenta de lo que esto significa? —prosiguió el muchacho—. No sé cuándo podré regresar. Tal vez tengas que esperar mucho tiempo.
—Prometo esperarte. Nunca podría olvidarte, Temujin. Cabalgué hasta aquí porque quería que lo supieras.
—Vendré a buscarte, Bortai… te lo juro, y si has sido entregada a algún otro, te robaré.
A ella le ardían los ojos.
—Rezaré por ti —dijo—, y haré una ofrenda al espíritu de tu padre.
—Hazlo en secreto hasta que se entere tu padre. Adiós, Bortai.
—Adiós —dijo ella. Se quedó mirándolos hasta que se alejaron, después volvió a su campamento. Sus padres la verían triste por la partida de Temujin, pero ella fingiría que la separación sería breve. Actuaría como si esperara que él regresase pronto, y cuando su padre se enterara de la verdad, Bortai tendría que fingir sorpresa. Su único consuelo era saber que Temujin había confiado en ella y le había prometido que volvería a buscarla.
Se dio cuenta de que había suficiente distancia hasta el campamento para permitirle llorar.
19.
Hoelun estudió los rostros en sombras de los hombres sentados en su tienda. Ahí estaban el viejo Baghaji, que había luchado con su esposo por el Kan Kereit; Charakha y Dobon, sentados el uno junto al otro y Targhutai Kiriltugh y Todogen Girte, a la derecha de Temujin. Miró a los presentes; algunos eran ancianos que habían combatido con el padre de su esposo, otros, más jóvenes, habían jurado lealtad a Yesugei.
—Penamos por tu padre, joven Noyan —le murmuró Targhutai a su hijo.
Todogen asintió.
—Los condenados tártaros nos hirieron profundamente con el daño que le hicieron al Bahadur.
Temujin los miró con frialdad. Hoelun irguió la cabeza. Le preocupó que los dos hermanos Taychiut hablaran en nombre de todos.
—Los tártaros lamentarán lo que hicieron —dijo Temujin lentamente—. Pronto tendréis oportunidad de vengar a mi padre.
Todogen cambió de posición en su cojín.
—Ansiamos hacerlo, pero será difícil sin un jefe.
—Ya tenéis uno —dijo Temujin—. Mi padre siempre prestaba atención a las palabras de mi madre. Ella nos conducirá hasta que yo sea hombre, y entonces seguiré teniendo sus sabios consejos, como mi padre.
—Perdóname, Temujin Noyan —intervino Targhutai—, pero una mujer y un niño no pueden dirigirnos en la batalla.
—Mi tío Daritai puede guiar a sus hombres —dijo el muchacho—, y tú puedes comandar a mis primos Taychiut. Yo cabalgaré con vosotros a la guerra y aprenderé de ti lo que mi padre me habría enseñado.
Todogen miró a sus compañeros.
—Tal vez no sea prudente atacar a los tártaros este otoño. No estamos habituados a combatir sin la guía de tu padre, y eso dará ventaja a nuestros enemigos.
—Pero tendríamos la ventaja de la sorpresa —dijo Temujin—. Ellos no esperan que ataquemos estando tan cercana la muerte de mi padre.
—¿Deberían participar todos nuestros aliados? —preguntó Todogen.
—Sí, puesto que no sería una guerra, sino una incursión —respondió Temujin.
Hoelun miró a su hijo, orgullosa de su voz firme y llena de autoridad. Le recordaba a su esposo, pero el muchacho mostraba una calma y una frialdad que Yesugei rara vez había exhibido.
—Si aquellos que le quitaron la vida quedasen sin castigo —continuó el muchacho—, mi padre no nos dejaría descansar en paz.
—Serán castigados, Temujin —dijo Targhutai—, pero sin duda tendremos mejores posibilidades de vengarnos cuando esta herida no esté tan fresca.
"No pelearán", pensó Hoelun. Se daba cuenta de lo que pensaban los dos Taychiut. Una victoria inmediata estimularía a los seguidores de su esposo y los dispondría a aceptarla como jefe. Pero si no luchaban ese mismo año, las dudas aumentarían. Targhutai y Todogen eran ambiciosos y tal vez tuvieran sus propios planes.
—Mis heridas se están curando —dijo Hoelun—, pero si mi esposo no es vengado volverán a abrirse. No permitiré que nuestros enemigos crean que nos han robado el coraje, aunque yo misma deba ir al combate llevando el estandarte del que fuera nuestro Bahadur.
—Escuchadla —dijo Charakha—. Seguramente todos podemos mostrar igual valor. ¿Permitiréis que esta mujer os avergüence?
Hoelun lo miró con agradecimiento; Charakha seguía siendo leal.
De pronto una voz familiar se oyó más allá de la entrada:
—Daritai Odchigin desea entrar a la vivienda de su hermana Hoelun.
—Puedes entrar —respondió Hoelun.
El hermano de su esposo y varios de sus hombres habían llegado la noche anterior, pero el Odchigin aún no había hablado con ella.
Daritai entró, saludó a los otros hombres y después se dirigió a Hoelun.
—Estoy lleno de dolor —dijo—. El río que antes fluía en mí se ha secado. Deberías haberme llamado de inmediato.
Temujin se puso de pie; su tío lo abrazó.
—El espíritu de mi hermano sigue viviendo en ti —continuó Daritai—. Habría venido a esta tienda anoche, pero no quise perturbar tu sueño, ya que me dijeron que también acababas de llegar.
Hoelun entrecerró los ojos. No había dormido bien desde el funeral. Había salido para despedir a Todogen y Targhutai cuando partieron hacia el campamento de Daritai y se había sentido preocupada por lo que los dos Taychiut pudieran haberle dicho.
Temujin soltó a su tío.
—Me complace que estés aquí. Necesitaremos tu ayuda para planear la campaña, y cuando esta noche nos reunamos con otros camaradas de mi padre, te quiero a mi lado.
—Como ha venido el Odchigin —dijo Targhutai—, ¿no querríais tú y tu hijo hablar con él, Ujin?
Miró a Daritai, luego desvió los ojos.
—Podéis dejarnos. —Hoelun agitó una mano—. Por favor, hasta que volvamos a reunirnos, pensad en lo que hemos hablado.
Los hombres se pusieron de pie y salieron de la tienda.
—Ya estoy comprometido, tío —dijo Temujin.
—Eso me dijeron. —Daritai se sentó junto a su sobrino—. Lamento que tu felicidad se haya visto empañada por este dolor. Debemos procurar que no estés demasiado tiempo separado de la muchacha.
—Ella prometió esperarme —dijo Temujin—. La reclamaré cuando haya ocupado el lugar de mi padre.
Su voz era firme y no delataba duda alguna. Hoelun se preguntó si su hijo advertía hasta qué punto el futuro era incierto para ellos. Después de todo, aún era un niño, con toda la confianza que un niño podía tener en los que lo rodeaban.
—Temujin —dijo Hoelun—, tengo mucho que hablar con tu tío. Dile a Khokakhchin que prepare un cordero para el Odchigin.
El muchacho se puso de pie, hizo una reverencia a Daritai y los dejó solos.
—Una lástima lo del compromiso —dijo Daritai—. Espero que no se haya apegado demasiado a la muchacha. Tal vez el padre de ella crea que, con la muerte de mi hermano, ya no es válida la promesa de matrimonio.
—Temujin no me ha hablado mucho de ella, pero insiste en que de todas maneras será su esposa.
Daritai se encogió de hombros.
—Mientras se es niño todo parece claro y simple.
—Mi hijo ya no puede ser un niño.
Hoelun se incorporó, buscó un jarro y un cuerno, se los alcanzó a Daritai y se sentó junto a la cuna de Temulun.
—No puedo creer que ya no esté entre nosotros. —Daritai roció unas gotas de leche de yegua, susurró una bendición y bebió—. Por lejos que estuviera de él, o a pesar de nuestras discusiones, o del tiempo que pasáramos sin vernos, siempre sentí su presencia. —Suspiró y agachó la cabeza.
Temulun lloriqueó; Hoelun meció su cuna.
—Mi sobrino habló de una campaña —dijo el Odchigin mientras bebía más "kumiss"—. Sin duda sabes que ahora no podemos luchar.
Ella había esperado esas palabras, pero también había esperado que no las dijera.
—El espíritu de mi esposo te guiará.
—Sabemos cómo luchaba, qué órdenes daría, pero no estamos acostumbrados a combatir sin él. Estaríamos en desventaja. Más adelante podríamos obtener una victoria decisiva.
Las mismas palabras que Todogen y Targhutai… así que ya había llegado a un acuerdo con ellos. Daritai prefería complotarse ahora con los Taychiut, a la espera de obtener algún beneficio más adelante. Por mucho que lamentara la muerte de su hermano, con ella había desaparecido el mayor obstáculo para sus ambiciones.
—Estás equivocado —dijo Hoelun—. Si los tártaros sospechan que somos más débiles, nos atacarán. ¿Quieres una guerra en nuestros campos de pastoreo?
—La retirada es necesaria a veces, Hoelun. Eres sabia, pero sigues siendo una mujer, y sabes muy poco de batallas. Mi hermano utilizaba a menudo el recurso de la retirada para atraer a los enemigos hasta que otra ala de nuestro ejército podía caer sobre ellos.
—¿Qué quieres que hagamos? —preguntó Hoelun.
—Podríamos trasladar nuestros campamentos más hacia el oeste. Si los tártaros atacan, estaremos preparados para enfrentarnos a ellos, pero sospecho que nuestra huida les hará creer que estamos inseguros. Por el momento, nos conviene que piensen así. Nuestros exploradores pueden mantenernos informados de sus movimientos, pero lo más probable es que decidan que no vale la pena desperdiciar hombres atacándonos; de ese modo tendríamos una oportunidad de fortalecernos antes de volver a hacerles frente. Dejaremos que crean que han obtenido una victoria al asesinar a mi hermano.
—También pueden pensar que ahora mismo podrían derrotarnos fácilmente. Estoy en condiciones de conseguir el apoyo de los hombres si me ayudas. Nosotros…
—Por el momento tengo bastante con expulsar a los Merkit del norte de mis tierras. —Daritai se limpió el bigote—. Una guerra nos costaría mucho, y los tártaros no son nuestros únicos enemigos. Los Merkit también tienen razones para odiarnos.
—Hay algo que todavía no he dicho a los hombres—dijo Hoelun. Después de una pausa, agregó—: Toghril Kan podría acompañarnos. Mi esposo era su "anda", puedo enviar un mensaje al Kan Kereit y pedirle que vengue la muerte del hombre que lo ayudó a recuperar su trono.
Daritai frunció el entrecejo.
—No, Hoelun.
—Me debe algo, y también al hijo de su "anda".
—Oh, se lamentará, y hará que sus chamanes y sus sacerdotes cristianos recen por mi hermano. Tal vez te envíe regalos. Pero no combatía con nosotros mientras tu esposo vivía, y ahora esperará para ver qué puede ganar. Nuestro pueblo sólo te verá más impotente cuando él se niegue a tu pedido.
Nadie la apoyaría. Daritai había sido su última esperanza. Tal vez los hombres hubieran luchado si él la hubiese apoyado, y Toghril Kan quizá hubiera atendido una súplica del hermano de su "anda".
—Me decepcionas —dijo ella—. Creí que tenías el espíritu de tu hermano, pero no te importa nada de nosotros.
Él se inclinó hacia ella; Hoelun percibió en su aliento el aroma rancio del "kumiss".
—Mi hermano —dijo— querría que yo te cuidara ahora. Tengo dos esposas, pero puedo tomar otra con facilidad. Sé mi esposa, Hoelun. —Hizo una pausa—. No te lo pido sólo por obligación. Todavía eres tan bella como cuando te encontramos. Sería una lástima dejarte en una cama vacía. Tus hijos tendrían un padre y yo podría olvidar un poco mi dolor si fuera feliz contigo.
En ese caso, no sólo reclamaría a la viuda de su hermano sino también el legado de Temujin. Ese matrimonio le daría al Odchigin la posibilidad de convertirse en jefe; podría fortalecer su propia posición mientras fingía que actuaba en nombre de Temujin.
—No.
Él le puso una mano en el hombro.
—Tal vez te lo haya pedido demasiado pronto; aun así, no tiene sentido esperar. Sé que todavía estás de duelo, pero…
Hoelun se liberó de su mano y se puso de pie lentamente. Ya no había dolor en los oscuros ojos de Daritai, sólo excitación ante la perspectiva de hacerla suya. Hoelun odiaba aquel rostro ancho y astuto tan poco parecido al del hombre que había perdido.
—No me casaré contigo, Daritai.
—La vida puede ser dura sin un hombre.
—Munglik ha prometido que me cuidaría, y tengo a mis hijos. No necesito un esposo. No podría mirarte sin pensar en tu hermano. —Sabía que debía callarse, dejar que él creyera que su amor por Yesugei le impedía aceptarlo, pero le fue imposible reprimir sus palabras—. No podría vivir contigo sabiendo la clase de hombre que él fue. Quieres fingir que te pareces a tu hermano, pero por lo visto todo el valor y la fuerza de tu padre pasó a mi esposo y mis hijos, y a ti no te quedó nada.
Daritai permaneció inmóvil; le tembló un músculo próximo a la boca. "Sé cauta —susurró la voz interior de Hoelun—. Ya has ido demasiado lejos. Tal vez algún día necesites la ayuda de este hombre".
—Tendrías que haberme apoyado —dijo ella—. Si lo hubieras hecho, quizá te habría respetado. Pero no me ataré a un hombre que sólo piensa en reclamar lo que pertenecía a su hermano.
Él se incorporó de un salto y la cogió por los brazos; después la sacudió con tanta fuerza que Hoelun perdió su tocado.
—Lo lamentarás, Hoelun.
—¿Lamentarlo? Me has mostrado quién eres. No he perdido nada.
Él la alejó de un empujón. Hoelun se tambaleó, luego se irguió.
—Necesitas aliados —dijo él—. Te equivocas si crees que podrás gobernar hasta que Temujin sea mayor.
—No dudes que lo haré.
Él avanzó hacia ella; Hoelun se preparó para recibir un golpe, pero Daritai bajó el brazo.
—Debo impedir que actúes contra tus propios intereses —dijo—. Es lo mínimo que puedo hacer por la viuda de mi hermano y por sus hijos. Cuando tu dolor haya disminuido, comprenderás quiénes son tus verdaderos amigos. —La miró durante un momento, luego salió. Los gemidos de Temulun crecieron hasta convertirse en aullidos. Hoelun se arrodilló junto a la cuna, desató a la niña y la amamantó.
Se echó a llorar, pues de pronto sintió todo el peso de la pérdida de Yesugei. Nunca más entraría como un torbellino en el "yurt" pidiendo comida y bebida mientras los niños se apiñaban a su alrededor. Nunca más la miraría con sus ojos dubitativos pero respetuosos mientras ella lo aconsejaba. Nunca más la conduciría hasta el lecho ni movería su cuerpo sobre el de ella.
Levantó la vista cuando se abrió la cortina de la entrada y entró Temujin. Hoelun se secó las lágrimas con un brazo.
—Mi tío no debería haberte hablado de ese modo —masculló él.
Ella se cerró la ropa y puso a Temulun en la cama.
—No está bien escuchar a escondidas, Temujin.
—Había un perro mordiendo la parte de atrás de la tienda. Lo ahuyenté antes de que rompiera el fieltro. No pude evitar escuchar.
—Nunca te preocupaste mucho por lo que hacían los perros.
—Bortai me enseñó a no temerles. —Se acercó y se sentó junto a ella, apoyando un brazo en la cama—. Te gustaría, madre. No tuve ocasión de contártelo, pero cabalgó detrás de Munglik y de mí, y dijo que no se marcharía hasta que no le dijera por qué debía irme. Juró no decírselo a nadie, y supe que podía confiar en su promesa. Será para mí tan buena esposa como tú fuiste para padre.
—Acabo de comportarme como una tonta, hijo. Le di a tu tío razones para no ayudarnos.
El muchacho sacudió la cabeza.
—Dijiste la verdad sobre él. No temas. Cuando yo sea jefe, Daritai me seguirá como siguió a mi padre.
Esas palabras la fortalecieron, aunque sólo fueran las palabras de un muchacho ingenuo.
—Es probable que tu tío tenga razón en una cosa. Tal vez no estemos preparados para emprender una campaña contra los tártaros.
—No es así, madre. Si luchamos y perdemos, tú y yo no estaríamos peor que ahora, y si ganamos, nadie pensaría en tener otro jefe. Para nosotros, valdría la pena correr el riesgo.
Ella le rozó levemente la mano; sus palabras ya no parecían infantiles.
—Podrías tener alguna oportunidad si lucharas contra los Merkit.
—Y si lo hiciera, tendría que cuidar muy bien mi espalda. Si alguien aprovechara el fragor de una batalla para quitarme de en medio, las cosas estarían decididas. —Hizo una pausa—. Podemos confiar en muy pocos ahora. Munglik me transmitió las últimas palabras de mi padre, y cómo dijo que mis hermanos y yo debíamos vengarlo. —Temujin alzó la cabeza y la miró con los ojos de Yesugei—. No olvidaré a los que nos traicionaron.
Ella lo abrazó, deseando devolverle la infancia que tan pronto había perdido.
20.
Hoelun yacía en la cama, incapaz de moverse. Los gemidos de Temulun se convirtieron en aullidos.
—Madre. —Una mano le rozó el rostro. Temujin estaba inclinado sobre ella. Se alejó del lecho y dijo—: Khasar, vigila a los otros. No tardaré en volver.
Hoelun cerró los ojos. Un espíritu maligno la rodeaba, aislándola de todo. Ya no tenía fuerzas para resistirse. El espíritu se había cernido sobre ella durante la reunión con los hombres. Ahora moraba en su interior paralizando todo sentimiento.
El espíritu le había hablado con la voz de Daritai, y con la de Targhutai. "Escúchanos —susurraba—. Tu esposo ha muerto: la bella gema se ha hecho añicos, la manada ya no tiene semental y necesita otro que la guíe".
Sólo Munglik y Charakha habían hablado a favor de ella antes de que los otros los silenciaran. Los hombres no harían ningún juramento de lealtad a ella ni a su hijo. No podía dominarlos. Era más sencillo permitir que Daritai asumiera el liderazgo de su clan y dejar que Targhutai y Todogen fueran jefes de los Taychiut. Daritai se había marchado del campamento, pero todavía no era demasiado tarde para que ella lo siguiera.
Temulun gritaba. Hoelun oyó que Temujin decía:
—Ya ves cómo está mi madre.
—Lleva a tus hermanos fuera a vigilar las ovejas.
Ésa era la voz de Khokakhchin.
Hoelun yacía inmóvil. Los gritos de Temulun se apaciguaron.
—¿Estás despierta? —preguntó Khokakhchin.
Abrió los ojos. Khokakhchin tenía a la pequeña en sus brazos y la alimentaba con leche de oveja.
—Temujin vino a buscarme —dijo la anciana—, pero tal vez deberíamos traer a un chamán.
—No —logró decir Hoelun.
—Entonces tu aflicción no es tan grande. —Khokakhchin ató a Temulun a su cuna, después destapó a Hoelun—. Pobre niña. —La criada la sostuvo y empezó a vestirla, poniéndole la camisa y la túnica larga—. Qué cansada te ves. —Le enrolló las trenzas debajo del tocado, después se agachó para ayudarla a calzarse las botas—. El campamento hervirá de rumores si te recluyes aquí. Dirán que Hoelun demuestra ser tan débil como ellos temían, pero al menos aliviará la carga que te agobia.
—No —dijo Hoelun—, no puedo aliviarme tan fácilmente del peso de mis penas.
La oscura niebla que la invadía empezaba a desvanecerse; después de todo, el espíritu maligno no era tan poderoso.
—Hace años que te sirvo con lealtad —dijo Khokakhchin—, y agradezco que hayas sido tan buena conmigo. Nunca he tenido necesidad de decirte gran cosa, pero ahora quiero hablarte con franqueza. Has estado tan ocupada tratando de convencer a los hombres que has descuidado a sus esposas. ¿Qué les has demostrado desde que tu esposo nos dejó? Sólo que eres una viuda enloquecida de dolor y que únicamente piensa en la venganza, una mujer que podría lograr que ocurriera lo que ellas más temen: la pérdida de esposos e hijos en una batalla inútil, y el cautiverio o cosas peores para ellas mismas.
—Podríamos haber ganado esa guerra —dijo Hoelun.
—Los hombres no lo creen así, y en consecuencia tampoco sus mujeres. —La criada hizo una pausa—. Extrae un poco de fuerza de Etugen, la tierra que se renueva cuando han pasado las tormentas de Tengri. Ha llegado el momento de que apeles a las mujeres y les demuestres que hay más cosas que temer si no os apoyamos a ti y a tu hijo. Deben ver que estás en condiciones de gobernar, pero también que compartes sus preocupaciones. Las mujeres temen la incertidumbre que reina cuando los hombres no tienen jefe. Si creen que tú puedes evitarla, defenderán tu causa ante sus esposos.
Hoelun bajó los ojos.
—Eres más sabia de lo que creía.
La anciana se estremeció.
—¿Sabia? Por tonta que una mujer sea, puede convertirse en sabia si vive el tiempo suficiente. Tú quieres poder, Hoelun Ujin, pero no usas el poder de que toda mujer dispone. No lo necesitabas cuando tu esposo vivía, pero ahora sí. He visto morir a otros jefes y a sus seguidores luchar entre sí, he visto hijos de jefes huyendo de los que antes servían a sus padres. Debes actuar, y de prisa.
Se acercaba el sacrificio primaveral a los ancestros. Debía aprovechar la ocasión. Cuando las mujeres se reunieran para el festejo, Hoelun podría recordarles sus obligaciones hacia ella.
Tomó las manos de Khokakhchin.
—Yo misma debería haber visto todo lo que me has dicho, anciana. Gracias por tus consejos, Khokakhchin-eke.
—Ujin, no tienes que llamarme…
—Sí. A partir de ahora eres Madre Khokakhchin.
Otra persona en quien confiar, pensó. Tenía tan pocas.
Las dos Khatun Taychiut estaban sentadas en el "yurt" de Orbey. Hoelun hizo una profunda reverencia.
—Os saludo, Honorables Damas.
—Bienvenida, Hoelun Ujin —replicó Orbey—. Una visita tuya siempre nos honra; son tan escasas.
Hoelun se sentó delante del lecho y la anciana le tendió un cuerno de "kumiss".
—La pena me impidió buscar antes vuestra compañía. —Levantó una rodilla, cuidando que su postura fuera cortés—. He venido para hablar de nuestro sacrificio de primavera.
—Tal vez quieras presidirlo.
—No os privaría de ese honor. Pedid a los chamanes que establezcan el día y el momento, y yo invitaré a las mujeres que deben participar. Sólo deseo ayudaros a conducir el ritual.
Orbey hizo una mueca.
—Ya veo. Si hacemos la ofrenda juntas, las otras mujeres verán que te apoyamos.
—Por lo que advierto os dais cuenta de que, como debo gobernar hasta que mi hijo ocupe su lugar, también debo tener precedencia entre las mujeres. Entonaremos las plegarias juntas, y juntas serviremos las ofrendas de alimentos a los ancestros.
"Y agradeced que os ofrezca tanto", pensó.
Sokhatai se recostó en los almohadones; Orbey permaneció en silencio.
—Debo gobernar —prosiguió Hoelun—, si es que queremos castigar alguna vez a los que tan suciamente traicionaron a nuestros esposos. Debéis respaldarme para que guíe a nuestro pueblo. No deseo que les ocurra nada malo a nuestras madres y niños, como sucederá si no nos unimos.
Orbey se inclinó hacia adelante.
—No veo qué ganaríamos apoyándote ni aguardando a que Temujin sea hombre.
—Te aseguro que es digno de convertirse en nuestro jefe, y dará pruebas de ello.
—Todas las madres elogian a sus hijos. Yo admiraba mucho a los míos y ya no están. Ruega no vivir demasiado, Ujin, pues sólo te servirá para ver cómo pierdes a tus hijos.
Hoelun se puso de pie.
—Haremos el sacrificio juntas. Esperaré vuestra invitación. —Hizo una profunda reverencia.
Orbey bajó la cabeza.
—El sacrificio se llevará a cabo.
Hoelun se inclinó sobre el fogón. Durante todo el día, desde que abandonara el "yurt" de Orbey, había percibido un cambio en el campamento. Las otras mujeres la eludían, tal vez preguntándose qué le habrían dicho las Khatun y si las dos ancianas viudas le darían ahora su apoyo.
Munglik extendió las manos hacia el fuego. Con la excepción de Temujin, que estaba con ellos, los niños dormían; Khokakhchin estaba tendida y cubierta con una manta junto a la cama de Hoelun. La anciana le había pedido que le permitiera permanecer en la tienda, y Hoelun se sentía más segura con ella allí.
—¿Te traigo más bebida? —preguntó Hoelun.
Munglik negó con la cabeza.
—No, guárdala. —Hizo una pausa—. Mañana saldré de cacería.Tal vez esté ausente varios días, y la presa que persiga puede llevarme cerca de las tierras de los tártaros.
Hoelun le lanzó una mirada penetrante.
—¿Piensas ir a cazar allá?
—No pienso cazar hombres… sólo seguirles la pista. Averiguaremos si están acercándose a nuestro territorio. Mi padre cuidará de ti mientras yo no esté.
—¿Irás con otros? —preguntó Hoelun.
—Iré solo. Alguien tiene que explorar un poco. Los demás parecen demasiado dispuestos a olvidar a nuestros enemigos por el momento. —Mascó los extremos de sus bigotes—. Prometí cuidarte, Hoelun. Tal vez deberías pedirle a Targhutai que sea jefe.
Ella suspiró.
—Veo que ha acabado por convencerte.
—Estoy pensando en ti. Los hombres le jurarían lealtad. Deja que tenga lo que desea, con la condición de que Temujin sea nuestro jefe más adelante.
—No permitirán que viva lo suficiente para eso —intervino Temujin.
—Mi hijo tiene razón —dijo Hoelun—. Si cedemos ahora, Targhutai nos creerá débiles. Mi única posibilidad consiste en obtener su apoyo y obligarlo a unirse a nosotros.
—Estaré de tu lado, hagas lo que hagas. —El joven se puso de pie—. Y ahora debo irme, antes de que mi esposa se impaciente.
Temujin se quedó mirando fijamente la puerta por la que desapareció el Khonkhotat.
—Munglik asegura ser nuestro amigo —dijo el muchacho—, pero me pregunto por cuánto tiempo.
—Él amaba a tu padre.
—Lo sé, pero mi padre ha muerto, y Munglik debe pensar en su gente. Tal vez cree que su clan estaría mejor con un jefe Taychiut.
—Por favor —susurró ella—. No dudemos de uno de los pocos amigos que nos quedan.
—Mi padre debió esforzarse más para garantizar la lealtad de sus hombres. Tendré cuidado de no cometer el mismo error.
Hoelun se incorporó y alimentó el fuego. Tal vez Munglik descubriera que los tártaros se acercaban a sus tierras. Ese peligro le resultaría útil a ella: Targhutai y Todogen tendrían que preocuparse de algo más que de sus mezquinas ambiciones. Hoelun casi ansiaba que hubiera guerra.
21.
—No puedes seguir así —dijo Hoelun.
Sochigil estaba sentada junto al fogón. Belgutei había ido al "yurt" de Hoelun en plena noche, preocupado por su madre, mascullando que buscaría a un chamán para que quebrara el hechizo. Hoelun le habló a la otra viuda de sus propios temores y de cómo había logrado vencer la desesperación que había sentido. Pero Sochigil se negó a responder.
—No comes —continuó Hoelun—. Estás demasiado delgada.
—Ningún alimento puede llenar el vacío que hay dentro de mí. —Sochigil se cubrió el rostro—. Nadie puede consolarme.
—Tampoco duerme bien —murmuró Belgutei desde un rincón. Los hijos de Sochigil estaban sentados en sus camas, abrazándose las rodillas—. Pensé que se le pasaría, pero…
—Todos eluden mi tienda como si me estuviera muriendo. Ojalá así fuera.
—Basta. —Hoelun cogió la mano de Sochigil—. Si hablas así, llamarás a la muerte.
—La gente también te evita a ti, Hoelun-eke —dijo Bekter—. Murmuran y hablan en secreto.
Hoelun frunció el entrecejo. Bekter tenía los ojos oscuros de su madre y el rostro de huesos fuertes de su padre, pero su expresión habitual, de astucia y resentimiento, le deformaba las facciones.
—Escúchame —dijo Hoelun—. Todos se sienten inseguros. Tenemos que demostrarles que… —Oyó un ladrido; los perros del campamento aullaban más de lo habitual. Aún era de noche pero, al parecer, había mucha gente despierta. Los caballos relinchaban y en el campamento había tanta actividad como al amanecer.
Súbitamente asustada, se incorporó y fue hasta la entrada, después salió corriendo. Detrás de la tienda de Sochigil vio que una procesión de mujeres, algunas en carro y otras a caballo, avanzaba por la llanura iluminada por la luna. Se apoyó en un carro. El sacrificio, pensó. Las Khatun se lo habían ocultado, a ella y a cualquiera que pudiera avisarle; las ancianas y los chamanes se habían aliado contra Hoelun.
Lentamente dio la vuelta al "yurt". Con seguridad esperaban que retrocediera, tal vez que recurriera a Daritai, quien juraría fidelidad a Targhutai y no al hijo de Yesugei.
Sochigil levantó la visa.
—Han ido a hacer el sacrificio sin nosotras —dijo Hoelun al entrar.
La otra mujer la miró con asombro. Bekter se incorporó de un salto.
—¿Y ahora qué, Hoelun-eke? —preguntó—. Esto es lo que has conseguido por no escucharlos.
Hoelun le dio una bofetada.
—Lo lamentarán —masculló.
—¿Qué podemos hacer? —gimió Sochigil.
—Quédate aquí con tus hijos. Yo arreglaré esto.
Hoelun se volvió y salió rápidamente de la tienda.
El sol estaba alto cuando Hoelun se dirigió hacia los caballos. Los hombres de los alrededores la ignoraron mientras ensillaba uno de los castrados grises de su esposo. Sabía lo que los hombres pensaban de ella: estaba marcada como descastada. Había advertido a sus hijos que no salieran del círculo de su tienda y que estuvieran en guardia.
Cabalgó hacia el oeste, siguiendo el rastro de las mujeres. Entre la hierba florecían los capullos blancos y azules de la primavera.
Fustigó a su caballo y se lanzó al galope. Las mujeres no se habían alejado mucho del campamento. En el horizonte, al sur de una colina donde se alzaba un "obo", se veía un hilo de humo que se elevaba de un gran "yurt". Una negra fosa vacía se abría cerca de la tienda; había pequeños cuencos de comida en la ladera, junto a las pilas de piedras del "obo". Las ovejas habían sido sacrificadas y las mujeres debían de estar dentro, comiendo.
Hoelun ató su caballo cerca de un carro. Habían levantado la tienda y entonado las plegarias sin ella. Caminó rápidamente hasta la entrada y abrió la cortina.
Las mujeres quedaron repentinamente en silencio. Estaban sentadas en círculo; en el extremo más lejano, de cara a la entrada, vio a las dos Khatun. Se hallaban presentes las esposas de los hombres más importantes, y la mujer de Targhutai estaba sentada a la izquierda de Orbey. Delante de las Khatun había unos huesos ennegrecidos; otro, agrietado, ardía en el fogón.
Orbey Khatun alzó la cabeza.
—Tu presencia no ha sido requerida, Hoelun Ujin —dijo la anciana—. El sacrificio se llevó a cabo al alba, como nos dijeron los chamanes. Tengri y Etugen han escuchado nuestras plegarias. Han sido quemados los huesos y los ancestros han recibido sus ofrendas.
Hoelun sorteó el grupo hasta acercarse a Orbey. Las fuentes estaban casi vacías y los restos de carne que se veían en ellas eran sangrantes; habían empezado la comida ceremonial cuando la carne no estaba cocida.
—Ya entiendo lo que dices —masculló Hoelun—. Mi esposo está muerto y mis hijos todavía son pequeños, así que puedes quitarme mi lugar. Te crees con derecho a dividir la carne y no dejar nada para mí. —Se sentó, empujó con el codo a la esposa de Targhutai y arrebató un trozo de carne.
Los ojos de Sokhatai eran dos rendijas; Orbey se inclinó hacia adelante.
—Ella simplemente arrebata. Ésa es su costumbre; presentarse sin ser invitada y tomar lo que se le antoja.
—Tomaré lo que es mío.
—Aquí nada es tuyo. Nosotras hicimos el sacrificio, de modo que invitamos a quien queremos. Crees que porque nuestro esposo Ambaghai Kan está muerto puedes insultar a sus viudas y arrebatarnos lo que te venga en gana.
—He tenido una parte en el sacrificio a pesar de ti —dijo Hoelun lentamente—. Y ahora digo esto: yo haré el próximo sacrificio. Vosotras Honorables Khatun, sólo tendréis las migajas que yo quiera daros.
—¡Cállate! —gritó Orbey al tiempo que agitaba un puño—. ¡Yesugei el Bravo está muerto!
Hoelun contuvo la respiración, consternada al escuchar pronunciar el nombre de su esposo cuando hacía tan poco que había muerto.
—¿Acaso acabó con nuestros enemigos cuando aún estaba vivo? —continuó Orbey—. ¿Por qué su viuda cree que puede gobernar con un niño que ni siquiera es adulto? —La Khatun volvió a apoyarse en su cojín—. Los hombres sólo juraron seguir a Yesugei, y él está muerto. Ahora no tienes lugar, Hoelun. Los espíritus te han abandonado. Sólo eres una viuda que reclama lo que no le pertenece.
—Y tú sólo eres una anciana que pronto estará en su tumba. —Hoelun sonrió al ver el horror dibujado en el rostro de Orbey—. Nunca pensaste en tu pueblo, sino únicamente en lo que perdiste y en lo que podías volver a tener por medio de tus nietos. Mi esposo podría haber sido Kan si no lo hubieras impedido con tus palabras venenosas. Mi hijo será Kan cuanto tú estés enterrada.
—¡Díselo! —le susurró Sokhatai a la otra Khatun.
Orbey paseó la mirada por el círculo de mujeres, después volvió a dirigirse a Hoelun.
—Ahora diré esto —empezó Orbey—. Llamé a los chamanes y ellos establecieron el momento de este sacrificio. Pero tenía otra pregunta que hacerles. Ellos quemaron los huesos y leyeron las grietas, y Bughu nos dio una respuesta. Los espíritus se han vuelto contra ti, eso dijeron los huesos. Los espíritus condujeron a Yesugei a la muerte, y tú sólo nos llevarias adonde él vive ahora.
Hoelun se estremeció de furia. El chamán la había traicionado. Bughu había advertido que su posición era muy insegura y que ganaría muy poco poniéndose de su lado.
Orbey mostró los dientes.
—Tendrías que haber renunciado a tu posición, cambiándola por otra más humilde, cuando aún estabas en condiciones de hacerlo —prosiguió la anciana—. Ahora no tendrás nada. —Hizo un gesto con una mano semejante a una garra—. Quitadla de mi vista.
Hoelun sintió que varias manos tiraban de ella hasta ponerla de pie. Las mujeres la rodearon y comenzaron a patearla y a arañarle el tocado.
Ella las golpeó mientras iba a trompicones hacia la entrada. Alguien la empujó fuera, Hoelun cayó y sus manos se cerraron sobre la hierba.
Un pie la golpeó en el costado. Ella apretó los dientes, después se arrodilló. Muchos ojos la observaban desde dentro cuando se incorporó y se encaminó hacia su tienda.
22.
Hoelun no salió de su "yurt". Temujin y Khasar encerraron sus ovejas, después entraron. Había justo el estiércol necesario para alimentar el fuego, pero Hoelun no permitió que Khokakhchin saliera a buscar más. Cuando finalmente se acostaron, no pudo dormir. La furia y el miedo la hacían temblar de manera incontrolable; tenía el rostro caliente y las manos heladas. ¿Quién la defendería ahora? Los hombres se enterarían de lo ocurrido durante el sacrificio, de su exclusión, de lo que habían dicho los huesos.
Hoelun se adormeció, luego despertó al escuchar voces. El cielo todavía se veía oscuro a través del hueco del techo. Oyó voces, perros que ladraban y el sonido de pies que corrían.
Se levantó rápidamente y se vistió. Temujin saltó de su cama y fue hasta la entrada, seguido por Khasar. Khachigun se sentó en el lecho abrazando a Temuge; Khokakhchin se movió a los pies de la cama de Hoelun.
Las voces se hicieron más audibles. Targhutai y otro hombre irrumpieron súbitamente en el "yurt", hicieron a un lado a Hoelun, fueron hasta la cama y levantaron a Khokakhchin de un tirón.
—¡Dejadme tranquila! —gritó la anciana.
El otro hombre la empujó hacia la entrada. Hoelun se interpuso en su camino.
—¿Qué quieres de esta mujer?
—Estamos levantando el campamento —dijo el hombre—, y te dejamos atrás. Tendrás que arreglártelas sin ella.
Khokakhchin trató de desasirse.
—¡No abandonaré a la Ujin!
—Entonces morirás aquí.
—¡No! —Hoelun aferró el brazo del hombre—. Debes irte —dijo a la anciana.—Cuídate bien, Eke, y sigue con vida hasta que volvamos a reunirnos.
Khokakhchin se cubrió el rostro; el hombre la empujó fuera.
—No puedes hacer esto —le dijo Hoelun a Targhutai—. ¿Así le pagas a la familia del hombre que fue tu jefe?
—Tu esposo está muerto. —Los labios del Taychiut se curvaron en una mueca de desprecio—. Yo seré jefe de este pueblo ahora.
—Orbey Khatun te instó a esto —masculló Hoelun—. No quieres seguir a una mujer y a un muchacho, pero permites que esa vieja despreciable de tu abuela te diga qué debes hacer.
El puño la alcanzó en un costado de la cabeza; Hoelun cayó. Temujin se lanzó sobre Targhutai y el hombre lo empujó a un lado.
—No salgas de este "yurt" —dijo el jefe—. Yo no me ensuciaré las manos con vuestra sangre, pero no respondo por los demás.
Salió rápidamente.
A Hoelun le dolía la cabeza. Temujin estaba a su lado, abrazándola. Finalmente la mujer se puso de pie y dejó que su hijo la ayudara a llegar a la cama. Se sentó y se quitó el tocado. El ruido de las ruedas que chirriaban y los bueyes que mugían llenaba el campamento; la tierra vibraba por el movimiento de vehículos y animales. El polvo se filtró bajo la cortina que cubría la entrada del "yurt". Las mujeres terminarían de desarmar sus tiendas y de cargar sus pertenencias en los carros antes de que el sol estuviera alto en el cielo.
Una pequeña mano le tiró de la manga.
—¿Qué nos ocurrirá? —preguntó Khasar.
—No lo sé.
—Seguiremos con vida —dijo Temujin suavemente.
Tal vez ella no hubiera sido capaz de gobernar. El consejo de Khokakhchin había llegado demasiado tarde; Hoelun debería haber hecho muchos años antes lo que le dijo la anciana. Había confiado en los juramentos ofrecidos a su esposo, olvidando que los vínculos así establecidos eran demasiado débiles.
Temujin se sentó junto a la entrada. Hoelun no advertía temor en él ni desesperación por lo que podía ocurrirles. Pero Temulun se agitó en sus brazos, y la mujer pensó en la indefensión de su hija, en todo lo que les esperaba.
Aguardaron en silencio durante mucho tiempo hasta que la ausencia de ruidos fuera de la tienda les dijo que el campamento ya estaba casi vacío. Tal vez habían obligado a Sochigil a marcharse con los demás; ella no era ninguna amenaza para las ambiciones de Targhutai.
—Creo que ya se han ido —dijo Temujin.
—No salgas. —Hoelun ató a su hija a la cuna, después se puso de pie; aún le dolía la cabeza por el golpe que le había dado Targhutai—. Tal vez algunos se quedaron con nosotros. Iré a ver.
Se cubrió la cabeza con un pañuelo, se acercó a la entrada y levantó la cortina. Alguien había arrancado el estandarte de su esposo, y ahora estaba caído en el suelo frente al "yurt". En la tierra se veían las marcas dejadas por las ruedas y destacaban los espacios planos y vacíos donde habían estado las tiendas. Hacia el sur, donde algunos de los Khongkhotat habían acampado cerca del círculo de su esposo, se veía un "yurt" solitario.
Salió y observó a su alrededor. Filas de carros atados se desplazaban hacia el noroeste, alejándose del río, seguidos por los rebaños y los jinetes que los conducían. Nueve caballos grises pastaban cerca del Onon, y unas pocas ovejas se apiñaban en torno a un carro. Los jefes Taychiut podrían decir que no habían olvidado sus obligaciones, que la muerte casi inevitable de toda la familia no era culpa de ellos, pues habían dejado algunos animales. Siempre podrían justificarse con el argumento de que Hoelun se había negado a seguirlos.
El "yurt" de Sochigil permanecía en su lugar. Un perro negro que estaba cerca de la entrada se escabulló al aproximarse Hoelun. Belgutei asomó la cabeza.
—¿Tu madre está aquí? —preguntó Hoelun.
Belgutei asintió; Hoelun entró en la tienda. El fuego del fogón se había extinguido; Sochigil estaba sentada en la oscuridad, justo detrás del rayo de luz que entraba por el hueco abierto en el techo.
—Sochigil. —Hoelun le tocó el hombro; la mujer no se movió.
Bekter se acercó a ellas.
—Estamos perdidos —dijo.
—Aún seguimos con vida —respondió Hoelun.
El muchacho se acercó más.
—Es tu culpa; tuya y de Temujin.
Ella le dio una bofetada. El muchacho se tambaleó y se cubrió con una mano la mejilla enrojecida.
—No permitiré que digas esas cosas, Bekter. —Él la miró con odio—. Recuerda la historia de Alan Ghoa y sus hijos… la única oportunidad que nos queda es permanecer unidos. —Bekter desvió la mirada—. Sobreviviremos, y tú y Temujin podréis vengaros de los que nos han abandonado. Reserva tu odio para ellos. —Hizo un gesto dirigido a Belgutei y dijo—: Han dejado algunas ovejas. Cuida que no se pierdan.
El niño salió rápidamente del "yurt".
—Bekter —agregó Hoelun—, coge tus armas y sígueme.—Lo condujo fuera—. Vigila los caballos y avísame si ves que alguien se acerca.
Bekter se encaminó rápidamente hacia la manada. Temujin ya había salido de la tienda; se agachó para levantar el estandarte de su padre.
—Ven conmigo —lo llamó Hoelun.
Temujin clavó el estandarte en la tierra, después la siguió hasta el "yurt" de los Khongkhotat. No había ningún carro junto a la tienda. Hoelun avanzó sobre los surcos dejados por los carros y entre montículos de estiércol semiseco.
—Es la tienda de Charakha —dijo Temujin.
—Sí.
Al aproximarse, ella oyó un gemido. Corrieron hacia la tienda. Un hombre yacía boca abajo junto a la entrada, la espalda cubierta de sangre.
—Charakha —susurró Hoelun, y se arrodilló junto a él; el anciano todavía respiraba—. Ayúdame a entrarlo.
Temujin cogió las piernas de Charakha y ella lo alzó de los brazos. Lo llevaron dentro; la tienda había sido saqueada. El anciano gimió cuando lo tendieron sobre su cama.
—¿Quién hizo esto? —preguntó Temujin.
—Todogen—respondió Charakha con un hilo de voz—. Cuando estaba obligando a nuestra gente a marcharse, protesté. Dijo que yo no tenía derecho a detenerlo. Cuando le di la espalda, me hirió con su lanza.
Hoelun se clavó las uñas en la palma de la mano. Temujin se arrodilló junto al lecho y se echó a llorar.
—Siempre fuiste fiel —murmuró el muchacho.
—No olvido mi deber. —La voz del anciano era débil—. La esposa de Munglik y mi nieto se han ido. Ella no protestó, pues de nada le habría servido. Mi hijo… —Apretó los puños—. Al menos no tuvo que ver esto.
—Me quedaré contigo —dijo Temujin.
—No debes hacerlo, muchacho. Me estoy muriendo.
—Me quedaré contigo todo lo que pueda. Yo soy tu jefe ahora… debo hacerlo.
Temujin abrazó a Charakha y hundió la cara en el abrigo del hombre.
Hoelun salió tambaleándose. Las colas de caballo del estandarte de su esposo se agitaban a la distancia. Corrió hacia el estandarte, sabiendo qué debía hacer.
Los cascos del caballo gris resonaban sobre la tierra. A través de las nubes de polvo que entraban en sus ojos y la obligaban a jadear, Hoelun atisbó las filas de carros detrás de la oscura masa del ganado y la más clara de las ovejas. Tensó las piernas sobre los flancos de su caballo, y cogió las riendas con una mano mientras con la otra sostenía en alto el estandarte de su esposo.
Muy pronto alcanzó la fila más rezagada. Varias mujeres se pusieron de pie en sus carros; algunos hombres que cabalgaban a los costados se volvieron para mirarla.
—¡Con cuánta rapidez olvidáis vuestros juramentos! —gritó Hoelun—. ¡Jurasteis servir a mi esposo y ahora abandonáis a sus viudas e hijos! —Alzo más el estandarte—. ¡Regresad! ¡Abandonad a los que me han traicionado!
Una fila de carros se había detenido; las esperanzas de Hoelun crecieron. Siguió galopando hasta acercarse a los hombres que encabezaban la marcha. Las lanzas la apuntaron, y las colas del estandarte Taychiut flamearon al viento. Delante de ella había una pequeña colina; el viento, que soplaba hacia el sur, llevaría sus palabras a todos. Cabalgó hasta la colina y sofrenó el caballo.
—¡Deteneos! —gritó—. ¿Abandonaréis a la muerte a madres e hijos? ¿Olvidasteis los juramentos que le hicisteis a mi esposo? —Se irguió en los estribos, alzando el estandarte—. ¿Así agradecéis sus victorias? ¿Podéis escapar del espíritu que vive en este estandarte? ¿Olvidaréis al hijo que podría daros más victorias?
Una fila de carros se estaba separando de las otras. Entonces Hoelun vio a Targhutai, cabalgando junto al hombre que llevaba el estandarte Taychiut. Targhutai giró para mirar los carros, después hizo una señal con un brazo. Los hombres que lo rodeaban se desplegaron en abanico a cada lado de la fila.
—¡Escuchad mis palabras! —gritó Hoelun—. ¡Éste es el estandarte que jurasteis seguir!
Los hombres de Targhutai rodeaban los carros, azotando a sus ocupantes y obligándolos a seguir la marcha. Dos jinetes trataron de escapar; otros Taychiut les bloquearon el camino. Algunos querían quedarse con Hoelun, pero ellos se lo impedirían.
Hoelun agitó su estandarte mientras se reanudaba la marcha.
—¡Recordadme cuando vuestros jefes os lleven a la ruina! —gritó roncamente—. ¡Recordadme cuando los que amáis mueran a manos de vuestros enemigos! ¡Recordadme cuando mis hijos os castiguen por lo que habéis hecho hoy! ¡Fue mi esposo quien os reunió y mi hijo quien os habría mantenido unidos! Hoy me habéis traicionado a mí… ¡mañana os traicionaréis los unos a los otros!
La fila pasó junto a ella. Muy pronto las personas, los carros, el ganado, las ovejas y los caballos no fueron más que sombras rodeadas por el polvo. Hoelun permaneció en la colina hasta que sólo vio una nube lejana en el horizonte.
23.
Hoelun y sus dos hijos mayores sepultaron a Charakha junto a su "yurt", cavando la tumba con palos largos y piedras filosas. Belgutei se unió a ellos cuando estaban bajando el cuerpo del anciano a la fosa; Hoelun susurró una despedida.
—Cubrid la tumba. —Se volvió al hijo de Sochigil—. ¿Tu madre está todavía en su tienda?
Belgutei asintió.
—Fui a verla después de pedirle a Khachigun que vigilara las ovejas. Ella no se ha movido, y no quiere hablar.
Hoelun pasó entre dos hogueras que había encendido momentos antes y volvió a su propia tienda para amamantar a su hija.
Khachigun la siguió.
—¿Todo irá bien? —preguntó el niño.
—Sí. Tu padre no engendró cobardes. Tú y Temuge sois muchachos valientes, y sé que no me desilusionaréis. —Dejó a Temulun en su cuna—. Temuge, vigila a tu hermana. Khachigun, vuelve con las ovejas. —Recogió su tocado, se cubrió la cabeza y fue a la tienda de Sochigil. La mujer estaba sentada junto al fogón. Al verla, Hoelun le dijo —: Mírate, dejando que tu fuego se apague y sin ofrecer ningún consuelo a tus hijos.
Sochigil se balanceó.
—¿Por qué no me mataron? —dijo—. Habría sido más piadoso que esto.
—Si no tratas de sobreponerte —le dijo Hoelun—, yo misma te expulsaré de este campamento. Si estás tan dispuesta a morir, puedo hacértelo más fácil. —Hizo una pausa—. Ya has sufrido bastante. Ahora debemos pensar en nuestros hijos.
—No podemos vivir solas.
—Tenemos algunas ovejas y caballos. El Onon nos dará agua y pescado. Comeremos ratas si es necesario, pero viviremos. —Puso de pie a la otra mujer con fuerza; Sochigil la observó sin expresión—. Ve y recoge todo el estiércol seco que puedas antes de que caiga la noche. Entretanto nosotros iremos al río a buscar bayas. Por suerte nos abandonaron en esta estación… tendremos tiempo de prepararnos para el invierno.
Si podían sobrevivir durante el verano y si nadie los atacaba para despojarlos de lo poco que les quedaba, tal vez encontraran suficiente caza para vivir durante el crudo invierno. Si la situación era desesperada, sus animales les proporcionarían carne, aunque Hoelun no deseaba recurrir a ellos, ya que resultarían más útiles con vida. Los patos volvían ya al río, y ella podía cavar para encontrar raíces. También existía la posibilidad de que algunos desertores se escabulleran y se unieran a ellos, pero al respecto Hoelun no albergaba demasiadas esperanzas. Les resultaría más fácil olvidarla y suponer que finalmente todos habían muerto.
No pensaría en el futuro. Entregó una cesta a Sochigil y después la condujo fuera.
Temujin cogió el largo palo de manos de Hoelun. De la improvisada caña de pescar pendía un hilo hecho con tendones, en cuyo extremo había un trozo de hueso curvo y afilado.
—Pesca todo lo que puedas —le dijo Hoelun a Bekter—. Incluso los peces más pequeños nos servirán de alimento.
El muchacho se acercó a la orilla con la caña que Hoelun le había fabricado.
—Dividiremos la pesca en partes iguales —prosiguió ella—. No habrá discusiones acerca de quien pescó más y por eso merece comer más.
El sol matinal había disipado la pálida neblina que cubría la orilla del río. En ese punto el Onon era estrecho y poco profundo, y se ensanchaba en el lugar en el que Temujin y Bekter estaban pescando. Hoelun miró el cielo sin nubes. El día sería caluroso, pero no creía que viniera tormenta. Recordó otro día caluroso y el lugar, río arriba, en el que había visto por primera vez a Yesugei.
Estaba a punto de desenterrar una raíz cuando divisó la figura de un jinete que se acercaba desde el este. Retrocedió lentamente hacia los árboles, dejó su palo, recogió el arco y después miró en dirección al río. El hombre podía pasar junto a ellos sin verlos, pero Temujin y Bekter estaban agazapados detrás de unos arbustos, con sus arcos listos.
Ella esperó hasta que el hombre estuvo más cerca, y entonces colocó una flecha y apuntó. El caballo del jinete se lanzó al galope. Antes de que estuviera suficientemente cerca para dispararle, Hoelun advirtió de quién se trataba y bajó su arco.
—Munglik —gritó, y después corrió hacia la orilla.
Él vadeó el río, desmontó de un salto y la tomó en sus brazos.
—Hoelun —murmuró .
Ella apoyó la cabeza sobre el pecho del hombre, incapaz de pronunciar palabra.
—¿Qué ocurrió aquí? —pregunto Munglik.
—Nos abandonaron —consiguió decir Hoelun—. Nos dejaron hace unos días. —Se alejó del hombre—. Orbey Khatun hizo el sacrificio de primavera sin invitarme. Después de eso, no tuvimos que esperar mucho. Al día siguiente levantaron el campamento. —Tragó con dificultad—. Prepárate, Munglik. Tu padre trató de detenerlos. Todogen Girte recompensó su gesto clavándole una lanza en la espalda. Lo sepultamos hace cinco días. —Hoelun se derrumbó.
Munglik permaneció largo rato en silencio. Por fin, dijo:
—Todogen pagará por eso. —Se sentó junto a ella y le cogió la mano—. Mi esposa y mi hijo…
—Se marcharon con los demás. No pudieron evitarlo. También sacaron a Khokakhchin a rastras de mi tienda.
—Escucha —dijo él, y le apretó la mano—. Puedo ir a ver a Toghril Kan.
Ella sacudió la cabeza; ya había desechado esa posibilidad.
—El Kan Kereit no ganaría nada ayudando a viudas y niños indefensos. Seguramente le parecerá más prudente conservar a los jefes Taychiut como aliados. Mi esposo siempre decía que Toghril Kan era un hombre práctico. —Retiró la mano que Munglik sostenía entre las suyas—. Aunque nos diera refugio, mis hijos serían rehenes. Se los ofrecería a Targhutai en cuanto le resultara conveniente.
—Pero tienes pocas esperanzas si nadie te protege.
Hoelun se volvió hacia él.
—Me niego a creer eso. Targhutai y Todogen podrían habernos matado, pero Tengri detuvo sus manos. Aún deben de temer al espíritu de mi esposo.
—Pero tus hijos…
—Tendrán que ser todavía más valientes que su padre. —Recogió las piernas y puso las manos sobre las rodillas—. Conozco a Temujin. No viviría demasiado ni como rehén del Kan Kereit ni entre los seguidores de su padre. Mi hijo exigiría el lugar que le corresponde, y lo matarían. Si muere abandonado, habrá vivido más que en el otro caso. Pero pretendo mantenerlo con vida.
—Eres una mujer obstinada. Hoelun. No es fácil verte desesperada.
—Sochigil ya llora bastante por las dos.
—Cuando Daritai se entere de esto…
—No hará nada por nosotros. —Si hubiese sabido lo que iba a ocurrir más tarde, tal vez había sido más amable con el Odchigin—. Nos dejaron con vida —prosiguió—, de modo que no tiene que vengarnos; Targhutai debe de haberlo considerado, y por eso fue piadoso. Daritai sólo pensará en sí mismo.
Munglik volvió a coger la mano de la mujer.
—No puedo dejarte aquí. Le prometí al Bahadur que cuidaría de ti.
—No te pediré que cumplas esa promesa —dijo ella—. Debes pensar en el hijo que tienes y en el que viene en camino.—Lo miró brevemente antes de desviar los ojos. El rostro de Munglik expresaba preocupación y solidaridad, pero también alivio. Había hecho el ofrecimiento que su honor le exigía y no podía sentirse culpable si se marchaba, ya que la misma Hoelun le había dicho que debía hacerlo.
El joven se aclaró la garganta.
—Debo ir con mi esposa, por supuesto. Tal vez otros Khogkhotat estén dispuestos a viajar a nuestras antiguas tierras de pastoreo; Targhutai permitirá que nos marchemos si sabe que seguiremos siendo sus aliados.
Hoelun levantó la cabeza.
—¿Jurarías lealtad al hermano del asesino de tu padre?
—Todogen será castigado, pero éste no es el momento. No puedo servirte a ti ni a mi pueblo convirtiendo a mi esposa en viuda. Más tarde encontraré la manera de castigar a Todogen Girte.
Qué práctico era Munglik. Hoelun soltó su mano y se puso de pie, apoyándose en el palo.
—Siempre recordaré —dijo—, que tu padre dio la vida por nosotros.—Se encaminó hacia los árboles. De pronto, Munglik estuvo a su lado.
—No he dicho todo lo que quería decir —le susurró—. Cásate conmigo, Hoelun. Siempre me has importado. Espérame aquí y volveré a buscarte cuando sepa que mi esposa está a salvo. Puedes vivir con mi pueblo si te tomo como esposa.
Qué tranquilizador sonaba todo. Los Taychiut se sentirían aliviados al saber que Munglik no pretendía vengarse de la muerte de su padre. Y los complacería aún más ver a Hoelun convertida en la segunda esposa del criado de su esposo, y Temujin no estaría a salvo entre los Khongkhotat si no deponía sus reclamos.
—No —respondió ella—. Tal vez fuese feliz contigo, pero el recuerdo de mi esposo todavía está fresco.
Munglik la cogió de los brazos.
—Él no desearía que lucharas sola ni que vivieras así.
—¿Acaso nuestras vidas fueron fáciles alguna vez?
—Cuando vuelva a buscarte… Tal vez entonces…
—No cambiaré de idea.
El aliento del hombre era cálido sobre el rostro de Hoelun. Ella recordó cómo la había abrazado Yesugei, cómo sus manos fuertes podían volverse muy suaves. Munglik le rodeó la cintura. Hoelun podía fingir que estaba una vez más en los brazos de su esposo y olvidar su obligación para con el heredero.
—Te amo —dijo Munglik—. Siempre te he amado.
"Pero no lo suficiente", pensó ella, y se liberó del abrazo.
—Volveré —agregó él.
Hoelun tendría que abandonar ese lugar antes de que él regresara y buscar refugio en el oeste, donde pudieran ocultarse de sus enemigos. Si los jefes Taychiut los creían muertos, estarían a salvo.
—No me has contado qué descubriste —dijo ella.
—Los tártaros se mantienen en sus rutas habituales. No debemos preocuparnos por ellos durante esta estación. —Hizo una reverencia—. Debo visitar la tumba de mi padre.
—Temujin te conducirá hasta ella.
—Cazaré algo para ti antes de irme. Khasar puede acompañarme; siempre tuvo buena puntería. Volveré en cuanto me sea posible.
Buscó su caballo y lo llevó al lugar donde Temujin y Bekter estaban pescando. Hoelun observó el terreno, quitó algunas hojas y cavó para desenterrar la raíz que estaba debajo.
24.
Bortai se despidió de las muchachas Olkhunugud y después corrió junto a una fila de carros. Cincuenta Olkhunugud habían llegado al campamento de su padre; esa noche festejarían antes de levantar el campamento y trasladarse hacia el sur para unirse a otros clanes durante la cacería de otoño.
Fue rápidamente al "yurt" de su padre. Tal vez Temujin volviera después de la cacería. Siempre que se trasladaban, ella imaginaba que miraría desde su carro y lo vería llegar a caballo.
Sus padres aún desconocían el verdadero motivo de la súbita partida de su prometido. Ella había guardado el secreto mientras rezaba por un milagro: que Temujin hubiera vuelto a su casa para encontrar a su padre vivo y reponiéndose. Ahora su propio deseo le parecía más real que las tristes palabras de despedida y el rostro dolorido y resignado de su compañero Munglik.
El olor de las hogueras y del cordero que se asaba la hicieron sonreír. De pronto se avergonzó por sentirse feliz a pesar de que no tenía noticias de Temujin. Seguramente regresaría antes del invierno; ella le diría que había guardado el secreto, y él le diría que su padre estaba bien. Los dos se reirían de las lágrimas que habían derramado.
Los perros de su padre saltaron hacia ella, los espantó y entró en el "yurt". Sus padres estaban sentados en la cama; la cabeza de Shotan descansaba sobre el hombro de su esposo. Bortai se sorprendió de hallar a Dei en casa y no fuera, bebiendo y conversando con los otros hombres.
Dei levantó la vista; su expresión era solemne.
—Ven aquí, Bortai —le dijo—. Tengo malas noticias.
Shotan se puso de pie, acarició la mejilla de Bortai y luego se dirigió al fogón.
Bortai se sentó a los pies de su padre.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
—Un Olkhunugud que hace poco tiempo tomó por esposa a la hija de un mongol Taychiut, me ha contado que… —Dei se acarició la barba rala—. Me dijo que mi "khuda"… que el padre de tu prometido ha muerto.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Bortai y corrieron por sus mejillas; no tendría que fingir sorpresa ni dolor.
—Dicen que lo envenenaron los tártaros mientras regresaba a su campamento —continuó Dei—. Me sorprende que no nos enteráramos antes, ya que nuestras tierras están tan próximas a las de los tártaros, pero tal vez ellos no quisieron jactarse de una acción tan malvada. El Bahadur fue sepultado la primavera pasada.
Bortai no podía hablar. Finalmente, tiró de la manga de su padre y dijo:
—¿Y Temujin? ¿Qué ocurre con Temujin? —Escrutó los tristes ojos oscuros de Dei—. Su madre conducirá a su pueblo ahora, ¿verdad?
—Ahora entiendo por qué el amigo de su padre vino aquí —dijo Dei—, y por qué no me dijo la verdad. Sin embargo, sólo se llevó al muchacho para que sufriera una penuria mayor. Parece que la madre de Temujin insistió en reclamar su lugar, aun después de que los hombres se negaran a jurar fidelidad a su hijo. Los seguidores del Bahadur abandonaron a la familia. Nadie sabe qué ha sido de ellos.
Bortai se puso tensa; no podía ser verdad.
—Deben de estar con vida —insitió—. Temujin no cejará. Me dijo que su madre es fuerte… tampoco ella cejará fácilmente.
—Hasta la mujer más valiente tendría dificultades luchando sola, sin protección y con hijos tan jóvenes. Será mejor que te enfrentes a ello, niña. Es posible que ya se haya reunido con su padre.
—¡No! —gritó Bortai, sin soltar la manga de su padre—. Alguien lo ayudará. —Respiró hondo—. Nosotros podemos ayudar a su familia. Podrías traerlos aquí. Es tu obligación, puesto que estamos prometidos.
—Tengo obligaciones con mi pueblo. —Se desasió de la mano de su hija y la cogió de los hombros—. Escúchame, Bortai. Podemos pasarnos toda una estación buscándolos, y piensa también que… tienen enemigos que los abandonaron a la muerte. ¿Quieres que irrumpan en este campamento para terminar su trabajo?
—¡No me importa!
—Seca tus lágrimas y ayuda a tu madre —dijo Dei—. Rezaremos por el alma del Bahadur y por los que él dejó atrás, pero debemos seguir adelante con todas nuestras obligaciones.
Bortai se puso de pie con lentitud.
—Yo no olvidaré —dijo con voz firme—. Hice una promesa, y la cumpliré.
—El hombre a quien hicimos la promesa está muerto.
—Yo hice otra promesa, a Temujin.
Su sueño le había anticipado que él llegaría, ¿cómo podía olvidarlo? Pensó en la mirada de decisión que había visto en sus ojos cuando le prometió que volvería a buscarla: en su rostro no había ni una sombra de duda. Si ella alguna vez le fallaba…
Bortai se estremeció y advirtió entonces que su hija, que nunca había tenido miedo de nada, temía ahora por el muchacho al que amaba.
—Nunca lo olvidaré —continuó—. A pesar de lo que tú digas, él volverá.
Dei retrocedió un paso. Por un momento, Bortai se sintió tan fuerte y firme como Temujin esperaba que fuera, después se lanzó en brazos de su padre y rompió a llorar.